Los Niños de La Cruz Del Sur - SCAN

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Manuel Peña Muñoz nació en

Valparaíso en 1951. En 1974 se


recibió de Profesor de Castellano
en la Universidad Católica de esa
ciudad, y enseguida viajó a
España, donde se doctoró en Manuel Peña Muñoz
Filología Hispánica en la
--, Universidad Complutense de
Madrid. En 1978 obtuvo allí el Diploma de Experto en
Literatura Infantil y Juvenil Iberoamericana y Extranjera.
Sus estudios acerca de su especialidad han cuajado en
diversos ensayos y antologías, entre los que sobresalen
Historia de la literatura infantil chilena, 1982; Alas para la
infancia: fundamentos de literatura infantil, 1995; Habla
una vez... en América. Literatura infantil de América Latina,
1997; Juguemos al hilo de oro. Folklore infantil chileno,
1999, y Del pellejo de una pulga, versos para jugar, 2002.
Pero Manuel Peña no sólo se ha limitado a publicar este
tipo de estudios y a ejercer la crítica literaria, sino que es
también un creador de obras de gran imaginación y
profunda poesía. Así, entre éstas, dedicadas particularmente
al mundo infanto-juvenil, se cuentan, entre otras, Dorada
locura, cuentos, 1978; El niño del pasaje, novela, 1989; El
collar de perlas negras, novela, 1994; Un ángel me sopló al
ofdo, 1995, y La mujer.de los labios rojos, 2002.
A ello hay que añadir sus libros de crónicas Ayer soñé con i.....-­
Valparaíso. Crónicas porteñas, 1999; Memorial de Tierra
Larga. Crónicas chilenas, 2001, y Los cafés literarios en
Chile, 2002.
Peña Muñoz ha obtenido diversos premios y
becas, y ha impartido numerosos cursos y
seminarios tanto en su país como en el �
extranjero.

Los niños de
la Cruz del Sur
Premio "Marta Brunei" de Literatura Infantil y Juvenil 2005
Consejo Nacional del Libro y la Lectura

Manuel Peña Muñoz

o
INDICE

/111stracio11es de portada e interior de l. LA COMARCA DE LOS ALERCES


CLAUDIO ROMO. pág. 7
Vielllo Joven
I.S.B.N.: 978-956-12-1850-5. 2. UN GLOBO ENTRE LOS ÁRBOLES
2' edición: marzo del 2008. pág. 13
Obras Escogidas
J.S.B.N.: 978-956-12-1849-9.
3. LA PARTIDA
3' edición: marzo del 200�. pág. 27
© 2006 por Manuel Peila Muiloz. 4. UNA SALAMANDRA TIBIA
Inscripción Nº 156.106. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados por
AL SUR DEL MUNDO
Empresa Editora Zig-Zag, S.A. pág.35
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 1O. Providencia. 5. UNA CASA PERDIDA EN
Teléfono 8107400. Fax 8107455.
E-mail: [email protected]
MEDIO DE LA PAMPA
Santiago de Chile. pág.49
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo 6. LA TRAVESÍA
ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio
mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Roro, fotocopia, pág.59
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización escrita de su editor. 7. UN VIOLONCELLO EN LA NEBLINA
Impreso por RR Donnelley.
pág. 71
Antonio Escobar Williams 590. Cerrillos.
Santiago de Chile. 8. UNA ESPESA COLUMNA DE HUMO AZUL
pág. 93
9. EL DESEMBARCO EN LA CALETA
pág. 105
10. UNA DIRECCIÓN ENIGMÁTICA
pág. 115
1
LA COMARCA DE LOS ALERCES
A mis hermanos en el sur:
Delia Domínguez, Enrique Valdés,
Osear Aleuy y Bemardita Hurtado
con cariño y gratitud.
Toda la tarde los niños estuvieron cabalgan­
do entre los árboles para regresar a casa durante
aquellas dos semanas de vacaciones que tenían en
otoño. Fabián y Sandra eran diestros en el caballo
y sabían muy bien serpentear entre los senderos,
subiendo y bajando quebradas abruptas entre los
montes cubiertos de helechos con pequeñas cas­
cadas colgando desde la altura.
El paisaje en las inmediaciones del río Ñadis
era uno de los más bellos del sur del mundo. Y
quizás, por lo mismo, más ignorado. Eran pocas las
personas que se habían aventurado a conocer aque­
llos riscos que caían en pendiente hacia profundas
gargantas de ríos desconocidos que se deslizaban
silenciosos bajo túneles vegetales.
Desde muy niños, Fabián y Sandra habían
aprendido a amar aquellos paisajes. Por la madre,
que era conocedora de las hierbas del campo,
sabían distinguir las flores silvestres y los pájaros
de plumaje ceniciento. Podían identificar las aves
8 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 9

por el canto y conocían muy bien los árboles, di­ jamás habían,visto un auto. Sus casas estaban disemi­
ferenciando un alerce de un abedul. nadas entre los montes y sólo se distinguían unas de
En aquellas comarcas perdidas del sur de Chile otras por las columnas de humo azul que salían, muy
crecían robustos los árboles. Las araucarias se temprano, de entre las copas de los árboles y perma­
erguían en la altura de la cordillera, allá en donde necían suspendidas en el aire claro de la mañana.
los indios pehuenches se alimentaban de su fruto, Los niños de aquellos predios eran felices en
el piñón. Las hojas de nalca eran inmensas y las esas soledades. En verano, disfrutaban de la paz
usaban muchas veces para cubrir los alimentos que hogareña, pescaban truchas en los ríos y soñaban
hervían en grandes agujeros en la tierra. Cuando tardes enteras mirando hacia el norte. Quizás, tal
iban a la costa, más al norte, a tierras de la madre, vez, más allá, el mundo era diferente...
en Chiloé, sus tíos cavaban un hoyo en el suelo y
ponían abajo piedras calientes. Luego vaciaban Apenas clareaba, las madres se levantaban a
canastas de cholgas, machas y almejas, mezcladas hornear el pan y a ordeñar las vacas en los 1ústi­
con carne de cerdo ahumado. Luego tapaban todo cos establos. Preparaban queso cortando la leche
muy bien con aquellas hojas bajo las que hervía un con un trozo de tripa de oveja. Cuando hacía buen
caldo espeso y sustancioso. Era el curanto. tiempo, cosechaban la miel de abeja en los panales
Fabián y Sandra disfrutaban de aquella comar­ que bajaban al río. Y cuando llegaba el mes de
ca de los alerces. Era un verdadero reino para ser marzo, encaminaban a sus hijos hasta la escuela
felices en medio del viento. Así lo sentían en sus después de una larga jornada a caballo. A veces
corazones aquella tarde de mayo, cuando cabalga­ el trayecto duraba días enteros, en que viajaba tan
ban rumbo a casa después de haber permanecido sólo el padre a dejar a los niños. La despedida era
tres meses en la pequeña escuela de La Alborada triste, pero sabían que en el fondo los niños estaban
donde estudiaban en régimen interno. mucho más seguros en la escuelita con abrigo y
Los caminos del sur eran difíciles y por eso, mu­ comida caliente. Muchas veces se hallaban mucho
chos niños pernoctaban en la misma escuelita durante mejor que en las mismas casas familiares. Por eso,
varios meses. Eran niños humildes. Muchos de ellos los padres se despedían confiados. Y los niños se
10 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 11

quedaban alegres de poder compartir otra vez con de piedrecil�as hasta la casa.
los amigos en un ambiente agradable y fomiliar. -El papá les tiene una sorpresa.
Las vacaciones de Semana Santa se habían ini­ Y antes de entrar a la casa, los he1manos vieron
ciado y por eso Sandra y Fabián regresaban felices que el padre les había construido un picadero detrás
a pasar unos días a la casa paterna. El padre no del establo para que se ejercitasen con los caballos.
había podido ir esta vez a buscarlos pues estaba Fabián era buen jinete. Y el padre se enorgu­
muy atareado en el trabajo de cortar árboles para llecía de ello. Sandra también montaba muy bien
que pasase el camino. Los niños lo comprendían desde niña. A los siete años, ya trotaba en Alazán,
y como eran bastante independientes, podían re­ su caballo manso de color canela. Estaba tan fa­
gresar ellos solos por el bosque. miliarizada con él, que muchas tardes le hablaba
-Allá se ve la casa -exclamó Fabián, apuntando y se acercaba al establo de la escuela a darle un
hacia un claro. tenón de azúcar. Alazán la reconocía y se alegraba
Los penos salieron a recibirlos. cada vez que la niña subía a saludarlo. Y cuando lo
-¡Duque! montaba, se dejaba conducir adonde ella deseaba.
-¡Pastor! ... Era como si fuesen grandes amigos.
Sandra somió. En un recodo del sendero estaba Fabián era un poco mayor que Sandra, pero
la empalizada para amarrar los animales. Iban a puestos uno al lado del otro, no se notaba la di­
descender, cuando la madre bajó por la escalinata ferencia de edad. Al contrario, Sandra se veía un
abie1ta en la ladera. Ya estaba ale1tada por las fechas, poco más madura.
así que corrió a recibir a los hijos monte abajo. -¡ Cuánto has crecido! -exclamó la madre, vien­
-¡Fabián! ¡Sandra! do el porte altivo de su hija.
Tres meses habían transcurrido sin verlos. Los Ésta, con sus movimientos elásticos y su mirada
niños se apearon de los caballos y la abrazaron. inquisitiva, demostraba, al igual que Fabián, unos
Estaban felices de reunirse otra vez durante esas once años. Por eso, ahora que casi lo alcanzaba
breves vacaciones. en altura, se sentía con tanta energía y vitalidad
Jugueteando con los perros, subieron el sendero como su hermano.
12 MANUEL PEÑA MUÑOZ

Fabián era agudo e inteligente. Sandra, a veces 2


lo miraba de reojo. Le gustaba ese pelo .rizado y
negro que le crecía largo y desordenado sobre la UN GLOBO ENTRE LOS ÁRBOLES
frente. Le agradaba, también, cuando su hermano,
en un asomo de duda, se mordía el labio inferior,
en un gesto característico suyo. Áquella noche, después de compartir la cena
El padre los adoraba y desde muy pequeños los con el padre, los niños durmieron profundamente,
alentó en aquella vida sana y natural. Disfrutaban cada uno de ellos en su respectiva habitación de
con los conejos y con los patos del corral. Amaban madera, soñando con el picadero donde iban a
los animales, preferentemente los caballos. Fabián, cabalgar con sus caballos. Cuando despertaron, ya
desde muy niño, aprendió a saltar obstáculos en el padre había salido al bosque. Todos esos meses
Peplo. Por eso, era una fiesta aquel picadero en el había estado con los obreros talando árboles para
que podrían trotar en círculo y hacer cabriolas con que pudiese pasar el camino por Los Ñadis.
los caballos. El padre era conocedor de esos bosques de árbo­
-En la noche llega el papá -dijo la madre, orde­ les milenarios cuyos troncos tenían tanto diámetro
nándoles la ropa en los armarios y metiéndole ramas que los niños de la escuela, rodeándolos en ronda,
de quillay en los pliegues para perfumarla-. Ha es­ no los abarcaban. Contratado por los ingenieros
tado muy atareado en las faenas del camino. Tienen del camino, era él quien dirigía las operaciones en
que terminar el tramo antes de tres meses. Pero les el terreno y quien indicaba por cuál colina debía
va a dedicar tiempo para estar con ustedes estos días. continuar .aquella senda plateada que avanzaba
Quiere compartir con ustedes el picadero ... como un río incontrolable siempre hacia el sur.
Sandra y Fabián estaban felices con la idea de Los· niños bajaron al comedor perfumado a pan
cabalgar aquellos días. Llenos de alegría, salieron de miel.
a la huerta, se columpiaron en los neumáticos que -Por hoy día, dejen descansar los caballos -dijo
colgaban del arrayán y bajaron al río con los perros la madre-. No está muy bueno el tiempo, así que
hasta el puente. podemos quedarnos en la casa. ¿Qué les parece?
LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 15
14 MANUEL PEÑA MUÑOZ

tronco� y mil;ando siempre hacia la altura a través


Los hermanos se sintieron un poco defraudados,
pero comprendieron a la madre. Había que dejar de las inmensas ramas cuajadas de hojas secas.
-¡ Que no se reviente! -exclamó Fabián.
descansar a Peplo y Alazán. Quizás al día siguiente
El globo vaciló un momento, estuvo a punto de
podrían ir al picadero.
caer suavemente en la estrecha playa del río, pero
-¿Por qué no salen a buscar leña? -sugirió la
se alzó otra vez, besando apenas las hojas, pasando
madre-. Se está acabando para la cocina y hay que
echarle más palos a la salamandra. por entre las telarañas y perdiéndose en un rayo de
luz que se quebraba en medio del bosque.
Los niños terminaron de desayunar y bajaron
Se había levantado esa ventisca fría que venía
por la ladera jugando con los penos.
-Yo voy por este camino -dijo Sandra, perdién­ a veces por las tardes desde el Archipiélago de
los Chorros sacudiendo los árboles y haciendo
dose con Pastor, su peno favorito con una ligera
mancha negra en el lomo. desprender sus hojas amarillas. Ya había caído el
otoño en las comarcas de Puerto Huemules y mu­
Fabián estaba recolectando leña para la sala­ chas veces el viento silbaba encabritando el río y
mandra cuando alzó la vista al cielo y vio venir meciendo los cipreses de las Guaitecas.
Los hermanos ya estaban acostumbrados a ver
un globo sobre las altas copas de los árboles. Al
ese paisaje agreste del sur del mundo donde las llu­
principio no le dio importancia, pensando en que
vias son violentas y el viento a veces ruge y derriba
quizás se le había soltado a un niño vecino en el
los árboles. No era así esa tarde... El vientecillo
día de su cumpleaños, pero pronto le prestó más
atención cuando advirtió que en un extremo del era un amigo invisible que venía a jugar con los
niños aventando el globo azul.
hilo venía anudada una carta.
-¡Mira! -gritó también Sandra en un claro del Tan pronto alzaban las manos al cielo para
bosque, con la vista perdida entre las ramas, atis­ atraparlo, cuando la brisa venía por debajo y so­
bando el cielo. plaba levantándolo otra vez hacia la altura, como
Los dos he1manos dejaron caer sus atados de leña si jugueteara. Por fin, después de flotar un instante
y corrieron entre los altos mañíos, apoyándose en los sobre el río Ñadis, a punto de perderse en la otra
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ribera, el globo volvió al ámbito de los niños y la iba remando ,con su padre y su hermana en un bote,
larga cola con un papel anudado quedó enredada teniendo a ambos lados grandes bloques de hielo
en la copa de un ciruelillo. de colores amarillo y azul topacio...
Quizás aquel globo azul se había desprendido de
Fabián era diestro en el arte de subirse a los uno de aquellos témpanos y traía un mensaje atado
árboles como una ardilla. Toda su vida la había a una cuerda blanca, como las cartas emolladas en
pasado en medio de esos espesos bosques de arra­ una botella que un náufrago arroja al mar con la
yanes y cuando viajaba con su madre más al norte, esperanza de que alguien la encuentre. Tal vez en
a las lejanas islas de Chiloé, disfrutaba también ese globo venía una misiva similar, probablemente
de aquellos árboles tan distintos que también le de un viajero loco que permaneció olvidado en una
gustaba trepar. Desde lo alto de las tepas contem­ isla de hielo y pedía pronto rescate.
plaba las islas, los canales surcados de lanchas y Fabián estaba subiendo ahora por las ramas más
los chilotes en la cosecha del ajo y la calabaza. firmes del notro, pisando firme para no caerse, afir­
Las comarcas australes eran más duras, con un mándose en las ramas y trepando hacia la altura,
paisaje más agreste, unas montañas más escarpa­ más allá de los ganchos nuevos.
das y unos árboles milenarios por cuyos troncos Allá abajo se divisaba su casa a lo lejos con la
también se aventuraba, subiéndose a atrapar nidos, veleta en forma de pez y el molino recortado al
a divisar un aguilucho o a intentar ver el mar... cielo. Pero prefería no mirar hacia la loma para no
Le habían dicho que en las mañanas despejadas sentir el vértigo de la altura. Todo lo que deseaba
era posible avistar el ventisquero de la laguna San en ese instante era atrapar ese globo tan huidizo
Rafael. Nunca se había aventurado tan lejos, pero su como las lagartijas que tomaban sol en el muro y
padre le comentó un día que allá flotaban grandes que se perdían entre las grietas con un movimiento
témpanos de hielo tornasolados. Fabián no lograba súbito apenas lo veían llegar del bosque.
hacerse una idea de cómo sería aquel espectáculo -¡Lo tengo! -gritó.
de cristales helados que cambiaban con la luz del Con cuidado tomó el globo en sus manos y
sot pero muchas veces, por la noche, soñaba que desemolló el hilo blanco con la carta anudada en su
18 MANUEL PEÑA MUÑOZ

extremo. No quiso, sin embargo, abrir el mensaje


inmediatamente. Bajó con cuidado, sigilo�amente,
entre las ramas, afirmándose con una sola mano,
cuidando de no abatir los nidos, hasta que por fin
llegó al suelo de un salto.
Sandra se acercó casi en puntillas. Había estado
siguiendo con la vista a su hermano desde abajo
y con cuidado tomó el globo, como si fuera un
pájaro herido.
-Abramos la carta -dijo palpando la tela tensa
como si se tratase de un tesoro o como si fuera la
primera vez en su vida que tuviese un globo en
sus manos. ¿Quién lo habría enviado hacia esos
confines? Sandra lo observaba imaginando que
recién hubiese sido inflado. ¿De quién sería el aire
que estaba atrapado allí dentro? ¿De un espúitu del
bosque? ¿De una ondina del lago Belkis? ¿De una
criatura misteriosa surgida de los ventisqueros?
Los niños cortaron el hilo y desdoblaron la
nota con ansiedad contenida. Era un papel escrito
a mano con una caligrafía muy simple que, senci­
llamente, decía:
Si encuentras este globo, contáctate conmigo.
Vivo en Caleta Tortel. Pasaje Simpson. Casa.
4. P.M.
Los hermanos se miraron pe1plejos, sin comprender
"CON CUIDADO TOMÓ EL GLOBO EN SUS MANOS Y DESENRROLLÓ EL
Hll..O BLANCO CON LA CARTA ANUDADA EN SU EXTREMO".
20 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 21

el significado de aquellas letras un poco ladeadas. No = No s,e lo dirían a sus padres. Sería más
¿Caleta Tortel? Nunca habían ido allí. Sólo sabían prudente callar el secreto... No fuera a ser que le
que estaba al sur del río Baker, a tres horas de na­ restasen importancia y anojasen el papel al fuego
vegación desde El Vagabundo donde vivía el tío de la salamandra, sin darles una explicación. Qui­
Enrique. Pero casi nunca iban a visitarlo... Estaba zás ellos tuvieran en mente un viaje a Caleta Tortel,
demasiado lejos de la casa y, además, al padre no le "al sur del silencio", como decía la madre cada vez
gustaba ir porque la travesía hasta allá era difícil. que se refería a ese perdido rincón del mundo, a
El Baker era el río más caudaloso de Chile y donde una vez había ido a vender sus tejidos de
varias embarcaciones habían naufragado en ines­ lana y casi no regresa a casa porque al lanchón
perados remolinos. Por otro lado, el mensaje era casi se lo lleva la corriente. Tal vez intente otro
poco explícito... ¿Por qué deseaba la persona que viaje... De ser así, ellos podrían acompañarla a ese
lo enviaba contactarse con un destinatario anóni­ lugar perdido en la desembocadura de un río, para
mo? ¿Era acaso un extra-tenestre? ¿Un pescador descubrir al emisario de aquella carta cifrada...
poeta en búsqueda de una musa maravillosa? ¿Una -Dejen la leña en el caldero -dijo la madre al
sirena varada? ¿Una dama que una nave dejó ol­ ver llegar a los niños del bosque.
vidada en un hielo flotante después de una noche La señora Marta de Bolívar andaba siempre
de carnaval? con sus palillos, abandonada a su suerte, en los
Además, el término del mensaje era confuso. rincones de la casa, tejiendo bufandas que pare­
"4 P.M." Quería decir las cuatro pasado meri­ cían no tener final. Como chilota genuina, era
diano, es decir, las cuatro de la tarde. Pero ¿de profundamente nostálgica cuando caía la lluvia
qué día? O quizás se trataba de la casa número triste del paralelo 47 sur. "Esto es más .frío y más
4... En tal caso ¿qué querían decir las iniciales duro que Chiloé" decía, añorando la dulcedumbre
P.M.? ¿Era un hombre o una mujer quien escribía de su isla y esa neblina suave que se desprendía
la carta? Los hermanos no lo sabían aún, pero de los árboles por las mañanas y dejaba ver los
quisieron conservar el papel con el enigmático canales despejados a mediodía.
mensaje. Aquí, en las inmediaciones del lago General
22 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 23

CaITera, "el segundo más grande de Sudamérica ¿ Sería esq posible algún día? La señora Marta lo
después del Titicaca", como decía su maddo, los dudaba. Por ahora, todo lo que conocía del camino
inviernos eran interminables. Jamás salía el sol eran esas detonaciones pavorosas que se escucha­
y por eso, su razón de vivir eran sus madejas de ban a veces cuando los conscriptos dinamitaban
lana en las que se refugiaba, hilvanando sueños y la montaña virgen, derribando árboles ancestrales
tejiendo un puentecillo invisible para regresar un para tender por allí aquella cinta plateada de ce­
día a su isla amada de Curaco de Vélez. Pero esa mento. Era como si la selva virgen se resistiera a
misma hebra de lana la mantenía atada a su esposo dejar pasar a los hombres...
del que no podía ni quería desprenderse. Amaba La señora Marta estaba enhebrando esos pen­
su ternura, su rudeza y ese olor a humo que traía samientos, cuando advirtió que la niña traía entre
a casa impregnado en sus ropas cuando regresaba sus manos un redondo y perfecto globo azul.
del bosque... -¿De dónde lo sacaron? -preguntó sorpren­
Hace años que estaban cortando los altos dida-. Es primera vez que veo un globo en estas
coigües para que por fin pasara el camino. Por comarcas. Ni en mis tierras se veían...
siglos los indios tehuelches habían vivido aisla­ -Estaba flotando en el bosque -respondieron
dos en esos teITitorios vírgenes defendiéndose del los hermanos, ocultando el mensaje atado a un
frío, la lluvia y el viento. Pero ahora todo iba a ser cordelito blanco.
distinto en esas comarcas de alerces y araucarias. Ya el sol se había ocultado cuando los niños
Les habían dicho que ya no era necesario cabalgar subieron al dormitorio de Fabián. Era un cuarto
horas con ftio para llevar a los niños a la escuela. amplio, todo en madera de roble, con un ventanal
Y que el camino iba a pasar delante de la casa asomado al bosque.
para transportarlos fácilmente en una camioneta -Parece que se estuviera desinflando -exclamó
a un hospital o a una municipalidad, sin tener Sandra.
necesidad de andar por los montes a caballo para Era como si expirara la vida del globo ahora
llegar con más facilidad a un pueblo argentino que que ya había cumplido su cometido, entregando
a uno chileno. la breve carta a los niños.
24 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 25

-Se le va el aire. taña es dura ,Y el terreno difícil. Pareciera que el


Fabián, con cuidado, lo depositó en el sillón. monte se negaba a que avanzara el camino. Hay
Sentados con las piernas cruzadas en el suelo, los que meterle más pólvora. Mi hermano Enrique
hermanos contemplaron desvanecerse suavemente debe conocer personal allá en El Vagabundo para
el globo azul... Dejando escapar su último suspiro, que se una a las faenas. Nos estamos quedando
el globo expiró y en un breve lapso quedó conver­ cortos de mano de obra. Aquí, en el río Ñadis,
tido en un guiñapo, casi como la pequeña piel que tuvimos poca dotación de conscriptos. Mañana
muda una serpiente. mismo voy a hablar con él.
-Ahora nos queda descifrar el mensaje -dijo Abajo, en el comedor, los hermanos miraban en si­
Sandra. lencio y con el corazón expectante. Al oír ese nombre,
-Va a ser muy difícil -exclamó Fabián-. Nunca inmediatamente pensaron en el papel oculto en un ca­
vamos a ir a Caleta Tortel. jón del velador de Sandra, la guardiana del secreto.
-Contémosle al papá. Quizás él pueda ayudar­ El Vagabundo ... ese caserío en la ribera del río
nos -sugirió Sandra-. No veo por qué ocultarle el Baker estaba mucho más cerca de Caleta Tortel
papel que hemos hallado... que la casa en donde vivían. Don Victorino advirtió
-Algo me dice que debemos mantener el secre­ esa mirada de ansiedad que brillaba en el rostro
to -replicó Fabián-. Es algo que nos pertenece. de sus hijos... Tan ensimismados se encontraban
escuchándolo que, casi sin pensar, añadió:
Ya muy avanzada la noche llegó el padre de los -El viaje es bonito hasta allá. Mañana temprano va
niños a esa casa de corteza de pellín construida en a venir Indolencio Prida a buscarme con los caballos.
medio del bosque. Todo el día había estado traba­ Es buen arriero. Si quieren podemos ir juntos...
jando con los soldados en la tala para construir el Los niños se miraron con aire cómplice. Era la
camino, derribando robles, aserrando cipreses y oportunidad que estaban aguardando. Pareciera
poniendo los troncos alineados en suelo firme para que la vida a veces se presentara así, tendiendo
que pudiesen avanzar los tractores. puentes necesarios e invisibles, cuando uno pre­
-Necesitamos más dinamiteros -dijo-. La mon- cisamente los está necesitando.
26 MANUEL PEÑA MUÑOZ

Era cierto que la casa del tío Enrique estaba a 3


muchos kilómetros de Caleta Tortel, pero quizás
él mismo podía darles alguna pista o quizás hasta LA PARTIDA
podría viajar hacia allá por alguna miste1iosa cir­
cunstancia. Por lo demás, los hermanos se sentían
muy ligados a ese tío aventurero que había viajado Ya era el mes de abril y los alerces se estaban
a Argentina, cruzando a caballo la cordillera por poniendo rojos. Era un tiempo de silencio, de paz
el Paso del Gato. Era el único que los comprendía. y de días felices compartidos en el interior del
Con su hablar gauchesco y su aire solitario, el tío hogar. Fabián se entretenía disparando dardos a un
Enrique se daba tiempo para hablar con ellos y escu­ tiro al blanco que había colgado detrás de la puerta
charlos. Quizás él podría aconsejarlos o hasta podría de su habitación. Eran siete círculos concéntricos
acompañarlos hasta Caleta Tortel para conocer al con diferentes puntajes. Al volver del bosque, se
emisario de aquel mensaje atado con una pequeña divertía con ese juego en el que a veces participaba
cuerda blanca a un misterioso globo azul... su hermana. Les encantaba competir y gritaban
-Sí -continuó el padre-. Podríamos ir antes cuando algunos de los dos lograba dar con el dardo
de que regresen a la escuela. Acuérdense de que en el centro del círculo.
la próxima semana voy a dejarlos a La Alborada. A veces Sandra ayudaba en los tejidos de su
Hasta las vacaciones de primavera no vamos a madre. Estiraba las manos con una madeja verde
tener tiempo de vemos otra vez... mientras en el otro extremo, doña Marta iba en­
rollando la hebra hasta formar un grueso ovillo
de lana chilota. Era agradable disfrutar junto a la
salamandra antes de regresar a la escuelita perdida
al sur del río Ñadis.
Por eso, ahora que aprovechaban de estar juntos
esos pocos días otoñales, los hermanos se sentían
felices, tratando de estar unidos el máximo de
28 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 29

tiempo posible. Ya pronto se iban a separar otra vez Sus _pensa�entos volaban muy lejos de allí,
hasta septiembre, cuando empezara la brisa juvenil se iban por el caño de la chimenea y aleteaban en
a chasconear las cañas y los calafates ... tomo al tejado para remontar el vuelo más allá del
-Cuando tengamos terminado el camino, todo bosque, allá en donde alguien sin rostro escribía
va a ser distinto -dijo el padre esa noche escu­ un mensaje con el pulso temblando.
chando la ventisca que se entretenía azotando el Al otro lado de la pared, su hermana se miraba
tejado-. No van a tener necesidad de quedarse en en el espejo. Le parecía que esa tarde había creci­
la escuela y podrán regresar a casa por las tardes do un poco más. Había un brillo inusitado en sus
caminando por el sendero como todos los niños de ojos. Con paciencia giró las hojas del espejo y se
Chile. Hasta circos van a venir por estos lados. observó multiplicada en esa superficie plateada y
Pero aún faltaba mucho tiempo. Los niños acuosa. Era como si entrara a un palacio encantado
habían ido una vez a los trabajos y quedaron y mágico en donde los frascos de cristal ascendían
sorprendidos al ver la gran cantidad de soldados por una escalera interminable e infinita.
que trabajaba abriéndose paso en el interior de la Pronto se metió en la cama y cerró los ojos. Sus
selva austral con picotas y palas. Por la multitud pensamientos salieron también revolando por la
de trabajadores moviéndose como hormiguero de ventana y se cruzaron más allá de una nube con
un lado a otro, les pareció la construcción de las los de su hermano. Esa noche, Fabián y Sandra so­
pirámides de Egipto que habían visto en los libros ñaban con aquel mensaje que permanecía doblado
de la escuela. en cruz en el cajón de una mesita de noche...
-Ahora a acostarse -dijo don Victorino-. Ma­
ñana tenemos que salir muy temprano. A la mañana siguiente, don Indolencio Prida
Los hermanos subieron a sus habitaciones. Fa­ llegó al canto del gallo a buscar a don Vicho, como
bián cerró la puerta de su dormitorio y se quedó le decía a don Victorino.
un instante tendido en su cama, antes de acostarse. -Están preparados los caballos -dijo-. Son
Cruzó las manos detrás de la cabeza y permaneció muchas horas hasta la pasarela.
así, pensando con los ojos cerrados. Don Indolencio era uno de los buenos baqueanos
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del lugar. Los terrenos eran escarpados y se necesi­ Los niños �nfilaron sus caballos por el sendero
taba ir con un guía experto en montes y quebradas. del bosque y antes de doblar la última curva vol­
Era cierto que don Victorino era de Aisén y cono­ vieron la cabeza y vieron, a lo lejos, a la madre
cía todos los recovecos del bosque, pero confiaba mirándolos alejarse desde la puerta de la casa...
mucho en Indolencio y siempre que emprendía un
viaje largo, le gustaba que lo acompañara. Al atardecer, después de cabalgar por penosos des­
-Allá vamos, Indolencio. Dele pienso a los filaderos y de un breve descanso para comer charqui
caballos. en el claro de un tepual, llegaron a la pasarela sobre el
Pronto salieron los niños de la casa, llevando en río Ñadis. Era un puente colgante de tablas pod1idas
la mochila de Fabián, muy oculto en un bolsillo, el que cruzaba de ribera a ribera el río, cimbrándose con
papelillo para enseñárselo al tío viajero. el viento. Iban a aventurarse por ahí con los caballos,
-Hasta pronto, mamá. cuando divisaron luces en la otrn 1ibera. Eran débiles
-Cuídense del frío... y saludos al tío Enrique. guiños que venían de la espesura del bosque, como
Díganle que venga a vernos un día. Hace tiempo una bandada de estrellas.
que no sabemos de él. -Esperemos -dijo Indolencio.
La señora Marta le tenía simpatía a su cuñado. Al poco rato divisaron una procesión que venía
Ella precisamente le había puesto cariñosamente en sentido contra1io desde una iglesita de madera
"Sabelotodo" porque cuando iba de visita y llegaba construida por los devotos al otro lado del 1ío. Los
cansado con su caballo, se sentaba en torno al fogón lugareños, en su mayoría campesinos, pioneros
y les contaba cuentos de cuando andaba en la cosecha y pobladores que se habían ido a vivir a esas co­
por Neuquén o por Porvenir trabajando en la ganade­ marcas, mantenían sus tradiciones religiosas y al
ría o buscando petróleo en Cerro Sombrero. menos una vez al año sacaban al Cristo Nazareno
-Vamos a volver el sábado a más tardar antes en procesión de Semana Santa por las riberas del
que anochezca -exclamó don Victorino despidién­ río Ñ adis para pedirle protección y fertilidad en el
dose de su esposa con un gesto, desde arriba del apareamiento de los animales.
caballo-. El viaje hasta allá es largo... Las llanuras del valle eran extensas y en ellas
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pastaban ovejas entre los cañaverales. Si el bosque puebl? aledaño, seguido por acólitos que agitaban
era muy tupido, los afuerinos no tenían _remordi­ campanillas y beatas que cantaban himnos y lleva­
miento alguno en quemar sin misericordia hectá­ ban velas encendidas en pequeños faroles.
reas completas de avellanos y alerces milenarios Los hermanos estaban asombrados viendo el
para utilizar después los descampados en crianza reflejo de las luces en las aguas del Ñadis, en
de vacuno. tanto que don Victorino e Indolencio, aferrados a
-Preferible el potrero y no los árboles -decían. sus monturas, veían sobrecogidos el espectáculo,
Muchos ganaderos se encomendaban a la Virgen temiendo que el puente se derrumbara con todos
del Carmen que llevaban al cuello en pequeñas me­ los devotos, ya que caían al agua trozos de maderas
dallas, pidiéndole protección, pero era en Viernes carcomidas por la humedad.
Santo cuando se acordaban del Señor Cmcificado y Por fin la fantasmagórica procesión se alejó por
lo sacaban en andas en medio de cánticos y ramas un camino bordeado por las quilas y desapareció
de ciruelillo. como si la selva se la hubiera tragado. Cuando los
En un extremo del puente se quedaron los her­ cuatro caballos pasaban el puente colgante, escu­
manos montados en los caballos, junto a don Victo­ charon todavía cánticos a lo lejos, mientras la fila
rino y a Indolencio, contemplando cómo se mecía india de creyentes se perdía en la lejanía.
el puente vacilante al paso de la procesión. Sandra y Fabián iban con cierto temor detrás de
-¡Se va a caer! -exclamó Sandra, llevándose don Indolencio ya que el puente se estremecía y
las manos al rostro. se seguía bamboleando a medida que lo cruzaban.
El padre Renato Socolocci, cura párroco de Tres maderos podridos cayeron al agua con estrépi­
una pequeña iglesita de Cochrane, encabezaba la to. Al llegar a la otra orilla, Sandra miró hacia atrás
procesión, bendiciendo los campos y las aguas y vio que el torrente se llevaba los tablones. Sólo
del Ñadis, mientras el puente se mecía con una se escuchaba el ruido atronador del río Ñadis y allá
crujidera de maderos putrefactos. Detrás suyo ve­ en la lejanía, entre los árboles, una larga hilera de
nía el Cristo Redentor cargado por los feligreses, luciérnagas paipadeando en la noche...
custodiado por un sacerdote español, párroco de un
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UNA SALAMANDRA
TIBIA AL SUR DEL MUNDO

Por fin se desvaneció la tarde y antes de que


aparecieran las primeras estrellas de la Cruz del
Sur, divisaron a lo lejos las luces de la escuelita La
Alborada donde estudiaban los hermanos Bolívar.
Sólo un profesor la atendía y asistían a ella todos
los niños de las quebradas vecinas a Cochrane. Era
tan lejos y difícil de llegar a ese promontorio con
vista al valle, que muchos niños debían vivir allí
durante todo el año, incluso en vacaciones como
aquellas, pues se tardaba mucho en regresar a las
respectivas casas que siempre estaban al otro lado
de un río o en los perdidos confines de un bosque
al pie de la cordillera de los Andes.
-Vamos a pernoctar esta noche en la escuela
-dijo Indolencio-. Se hizo oscuro. Ya está alertado
don Washington. Anteayer, cuando pasé por acá,
le dije que nos esperase...
Los vecinos de Aisén son benefactores con los
caminantes y nunca falta en esos perdidos cami­
nos una ayuda para los extraviados. La ley de la
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Patagonia es la solidaddad. Todos saben que la todas las renqijas.


antigua Tierra del Fuego es de todos y que nadie -¡Fabián! ¡Sandra! -gritaron los amigos.
puede negarse a un favor. Por eso, Indolencio, que -Los estábamos esperando -dijo don Washing-
oficiaba de baqueano, sabía que esa noche iban a ton Sandoval, tomando de las riendas el caballo de
disponer de camas secas en la escuelita rural del Indolencio-. ¿Hicieron bien el viaje?
valle y de una salamandra encendida para entibiar­ -Sin problemas -respondió don Victorino-. Nos
se con su calor. tocó la procesión en el Ñadis. Casi se les viene
Ahí precisamente salía al encuentro el director abajo el puente.
con aquellos niños de los poblados más alejados -Nunca han queddo arreglar ese puente colgado
que no habían podido ir a sus casas a pasar las -agregó don Washington-. Yo les vaticino que un
vacaciones de Semana Santa. Muchos ríos se día se les va a caer...
habían desbordado, cortando los caminos. En -No sea agorero, don Washington -dijo Indo­
Quirihue se habían caído inmensos alerces sobre lencio, desde la montura.
el sendero impidiendo el paso de los caballos. Y en El profesor condujo los caballos al establo y
Río Olmedo, un derrumbe había dejado aislado el con la amabilidad de las gentes sureñas, invitó
pueblo. Muchos padres se habían privado de ver a a pasar al grupo a un comedor donde refulgía la
sus niños en esa semana otoñal de fuertes vientos salamandra.
australes. En Puerto Viejo, incluso, había caído la -Los estábamos esperando con pan recién salido
nevazón, "el terremoto blanco" como la llamaban, del horno -dijo la esposa del maestro, saliendo de
dejando a sus habitantes completamente separados la cocina a saludar a los viajeros.
del mundo. Pero en su corazón aquellos padres Era una mujer sencilla, vestida con ropas 1ús­
estaban tranquilos, porque sabían que sus hijos ticas y con un gorro de lana azul marino que le
estaban guarecidos y con alimento en la escuela de ceñía la cabeza.
La Alborada, incluso en mejores condiciones que -¿Así que ya volvieron a la escuela?-preguntó
en la propia casa campesina, bloqueada de nieve, don Washington, con cierta ironía, acariciando la
ahumada de hollín y con el viento colándose por cabeza de los niños con una sonrisa cómplice.
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-Todavía no -respondió Sandra, sentándose -En todo ,cas o, nada nos falta -exclamó la se­
risueña a la mesa-. Hasta la próxima . s emana. ñora Hilda, con aire optimista-. Amasamos todos
Todavía estamos de vacaciones... los día s pan. Tenemos de todo y los niños están
Don Washington se había ganado la confianza bien alimentados. Tienen su des ayuno caliente y
y la amistad de sus alumnos a tal punto que lo lla­ dos veces al día comen arroz graneado o papas
maban "tío Washin". Se había venido de Chillán cocidas con huevo. No les faltan los porotos con
con una gran vocación que a veces tambaleaba riendas el día jueves, el dulce de membrillo casero
por las dificultades del clima y las oca s ionale s y el pos tre de sémola que el día domingo tiene una
enfermedades de los niño s . En esos momentos, gotita de salsa de vino tinto...
s us ímpetus flaqueaban. No había consultmios por Los hermanos sonrieron as intiendo y repas án­
allí cerca, ni meno s hospitales. Los niños no co­ dose el borde de los labios con la lengua, sabo­
nocían el dentista, así que se dese speraba ante una reándose mentalmente.
urgencia. Vivían en la precariedad más absoluta. -Es rico -dijeron.
Si se necesitaba harina para el pan o legumbres, -Y hoy día hay peras cocidas de pos tre -agregó
tenían que cabalgar por las quebradas a comprar una mujer pálida, salida nadie s abía de dónde, con
provisiones a Cochrane. Y si alguno se enfermaba una compotera de cristal en la s manos.
de verdad, debían esperar que viniese un médico... -¡Dina! -exclamaron los niños, saludándola
si alguno se aventuraba hasta ese confín. Mucha s con un bes o.
veces salía más fácil salir a Argentina si se cruzaba La señorita Dina -que en realidad se llamaba
la cordillera por algún pa s o... Dinamarca del Valle- era la encargada de la cocina
-Pero con la llegada del camino, todo va s er dis­ y de asear los dormitorios de los pupilos. Por las
tinto -as eguraba don Victmino-. Va a ver usted que noches ayudaba a la señora Hilda en la tarea de
ya no va a neces itar andar aventurándos e con lo s acos tar a las niñas. Inclusive se quedaba mucho rato
caballos por esas quebradas . No le faltará un buen conversando con ellas. Al amparo de la noche, les
vehículo para ir a toda velocidad ha s ta Cochrane a contaba cuentos de fantasmas, aparecidos y ánimas
comprar mercadería, como todo el mundo. en pena. Luego, cuando se cercioraba de que todas
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estaban durmiendo, salía de puntillas y antes de Había comen�ado a llover...


cerrar la puerta echaba un leño más al fuego... Estaba a punto de salir cuando escuchó una voz
Sandra era amiga de Dina y sólo aguardaba que la llamaba en susurro:
ir a acostarse pronto para contarle el secreto del -Dina... Dinaaaaa...
papelito blanco y el globo perdido en el bosque de Era Sandra que la llamaba. Dina fue a ver qué
mañíos, al sur del mundo. le ocurría a la niña. Iluminada por la vela de la
palmatoria y por el fulgor de la salamandra, Dina
Ya era hora de dormir, así que Dina invitó a Sandra escuchó:
a que pasase al dormitorio donde estaban acostán­ -Tenemos un secreto, Dina. Y queremos que
dose las pocas niñas rezagadas de la escuela. Como nos ayudes.
las otras ya se habían ido a sus casas, la mayoría de -¿Un secreto? ¿De qué se trata?
las literas estaba disponible, de modo que Sandra no -De un mensaje misterioso. Venía atado a un
se acostó en la cama en la que solía dormir cuando cordelito blanco. Y el cordelito era de un globo
estaba interna, sino que escogió una más tibia que que venía volando por el bosque yo no sé de dón­
estaba junto a la salamandra y a la ventana grande, de... quizás de los hielos australes...Yo pienso que
prefiriendo dormir en la cama de arriba para ver el lo escribió una mujer perdida que un barco dejó
árbol mágico que le golpeaba los cristales con los varada en la laguna San Rafael. Quizás sea una
nudillos y le daba las buenas noches. turista alemana que quiso beber whisky con hielo
Subiendo por una escalerilla, se acomodó entre prehistórico y no pudo subir nunca más al buque.
las sábanas, apoyó la cabeza en 1� almohada fra­ Entonces, buscó en su cartera y encontró un globo
gante a limpio y se quedó muy quieta oyendo un de la fiesta en el crucero por los canales del sur. Y
cuento embrujado al amparo del viento. Al cabo de escribió un mensaje en un papel con lápiz labial
unos instantes, Dina cerró el libro, salió y volvió a para que la fuesen a rescatar...Y el mensaje lo ató a
entrar al pabellón con pasos de duende. Comprobó un cordelito blanco que amarraba un globo azul...
que las niñas estuvieran dormidas y puso enseguida el globo que nosotros vimos volando en el bosque
una cacerola para recoger una gotera del techo. del río Ñadis...
"TENEMOS UN SECRETO DINA, Y QUEREMOS QUE NOS AYUDES" ...
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Dina abrió los ojos muy sorprendida. Dina le dio. un beso a la niña y se retiró sigilosa­
-Sandra, estabas soñando... mente de la habitación. Esa noche, también ella en
-No, Dina, te aseguro que no. su dormitorio tuvo dificultades para dormir. Quizás
En la penumbra de la ball'aca, los ojos de Dina los niños estaban en un apuro y no lo sabían...
chispoll'oteaban asustados. Ahora era ella y no la
niña la que temblaba por una historia enigmática Al día siguiente, muy temprano y antes de que
del sur del mundo. partieran, el maestro les mostró a don Victorino
-No creo nada de lo que me cuentas -exclamó, y a Indolencia el resto de la escuela y las depen­
desdoblando el mensaje que le extendía Sandra. dencias. Fabián y Sandra ya conocían la leñera,
Fue entonces cuando leyó con aire preocupado, el gimnasio techado y el establo, así que no los
enarcando las cejas. acompañaron.
-"Si encuentras este globo, contáctate conmigo. -Anoche le conté todo a Dina -le dijo Sandra
Vivo en Caleta Tortel. Pasaje Simpson. Casa. 4. P.M." a su hermano, en voz baja.
-¿Ves que es cierto, Dina? -¿Y por qué lo hiciste? -preguntó sorprendido
-Sí, pero lo que dice no me calza con tu supo- Fabián-. Habíamos acordado que sería un secreto.
sición. Si es una dama extraviada, no puede vivir -Sí, pero quizás ella pueda ayudamos. Tal vez
en Caleta Tortel... conozca a alguien en Caleta Tortel.
-Quizás sí... quizás no... -Espero que no le cuente nada al tío Washin. Po­
-Yo pienso que no, Sandra. Ahora duérmete y dría complicarse todo si el papá sabe que nuestras
mañana hablaremos de esto con don Washin. Él intenciones son llegar a Caleta Tortel para encon­
puede ayudarlos. Creo que conoce a una familia trar a la persona que escribió el mensaje. Quizás
de Caleta Tortel. desista del viaje con nosotros y nos deje aquí en la
-No. Es un secreto, Dina. Por favor, no le cuen­ escuela hasta que él regrese de El Vagabundo.
tes nada a nadie. Queremos resolverlo por nosotros En esos momentos, los hombres regresaba de
mismos. Y con tu ayuda. Eres mi amiga. visitar el cobertizo de las hell'amientas.
-Está bien, Sandra. Buenas noches: -Bastante cómoda la escuela, don Washington
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-exclamó don Victorino. dormirse, los. niños australes se dejaban mecer


-Aquí somos como una pequeña familia. Nos suavemente en lejanas góndolas venecianas o su­
ayudamos unos a otros. Y jamás hemos tenido bían, con sigilosos pasos de duende, por una ton-e
problemas. Lo importante es la buena conviven­ de piedra ligeramente inclinada.
cia... Por las tardes, después de las clases, vamos -Bienvenido, padre -dijo el señor Sandoval,
al comedor, encendemos la chimenea y tocamos saliendo a recibir al sacerdote.
guitarra. A los niños les gusta cantar y no faltan los -Salud, don Washin -exclamó el padre, bajando
juegos de tablero. Hay naipes, libros de cuentos y del caballo.
cuadernos para pintar. Son felices y créanme, no les -Aquí les presento a unos forasteros -dijo el
falta nada. Están mejor que en sus propias casas. profesor Sandoval-. Se van precisamente ahora
Adentro, las salas eran agradables y olían a leña. hasta El Vagabundo. Don Vict01ino trabaja en la
Si bien es cierto los niños que allí vivían extrañaban Can-etera Austral y va a contratar allá personal
a sus padres, se sentían acogidos en esas amplias para el camino. Se necesita mucha mano de obra
habitaciones decoradas con mapas pegados en las para talar los árboles.
paredes y carteles de ciudades italianas. -Allá hay mucho vagabundo -exclamó el sacer­
-Ahí viene el padre Mascardi -exclamó don dote, riéndose-. Los hombres andan revoloteando
Wahington-. Hace tiempo que no viene por acá. sin saber qué hacer, manos en los bolsillos.
Quizás ande en las misiones. -¿ Y qué anda haciendo por acá, padre?
El padre Mascardi era un misionero salesiano -Visitando a los niños, pues. E inscribiendo a los
que pasaba a caballo de vez en cuando por los que todavía no han hecho la Primera Comunión.
confines del río Baker y les llevaba de regalo, a los ¿Cómo anda por acá el catecismo?
niños de las escuelas perdidas, santitos ribeteados -Todo bien, padre -respondió la señora Hilda,
de encaje con la imagen de Santa Lucía soste­ secándose las manos en el delantal-. Con Dina
niendo sus ojos en un platillo, revistas religiosas estamos pasando el Antiguo Testamento. Vamos
del Vaticano traducidas al español y fotografías en el Arca de Noé. Los niños saben perfectamente
en colores de Florencia y Bolonia. Así, .antes de quién es Dios.
48 MANUEL PEÑA MUÑOZ

-Y dónde está -agregó el profesor Sandoval.


En ese momento se asomaron tres niños detrás
5
de un árbol.
UNA CASA PERDIDA
-A ver, Ramiro, Clara, Juanillo, vengan a sa­
EN MEDIO DE LA PAMPA
ludar al padre.
Los niños se acercaron tímidamente, mostrando
sus dientes incompletos.
Todo el día cabalgaron por el valle, teniendo a
-Aquí les traigo caramelos y más santitos para
ambos lados la naturaleza salvaje de los bosques.
que coleccionen. Miren, esta es Santa Rita de Ca­
Sobre sus cabezas se cerraban los alerces y arau­
sia, abogada de imposibles. Y para usted, Dina, la
carias, formando verdaderas grutas y alargadas
revista El Eco de Lourdes. Es un número atrasado,
catedrales de tonalidad verde. El intenso follaje
pero con noticias frescas de mucho interés para
perfumaba el aire a menta y a yerba buena.
usted de allá del Vaticano. No olviden que el Papa
Los niños iban cansados. Con las riendas bien to­
siempre piensa en ustedes.
madas, cabalgaban a paso firme, siguiendo al padre
-Gracias, padre.
y a Indolencio, sin pronunciar palabra. Sólo una vez
-¿Por qué no pasa, padre Mascardi? Adentro
descansaron en un claro para comer fruta, queso Y
hay fuego. Le voy a servir un mate bien caliente
avellanas. Pero el camino era largo y debían llegar
-invitó la señora Hilda.
a la casa del tío Enrique antes del anochecer.
El padre entró al comedor de la escuela, mien­
-¿Estás seguro que no andamos perdidos? -pre­
tras don Victorino e lndolencio arreglaban las
guntó don Victorino.
monturas.
-Es por aquí, don Vicho. No se preocupe. Co­
Al poco tiempo, estaban cabalgando con los
nozco estos predios como la palma de mi mano.
niños valle abajo.
Ya estaba oscuro otra vez en los campos de hielo
y en la pampa magallánica. El bosque de alerces y
lengas que habían visto a lo largo del día iba decre­
ciendo, convirtiéndose de pronto en un bosque de
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árboles quemados. El paisaje que ahora crnzaban ventisca helada del polo sur, los hacía entrar a la
era estremecedor con aquellas ramas esqueléticas casa y los acomodaba cerca de la cocina para que
alzando sus brazos a las primeras estrellas. durmieran amparados por el fuego protector. Los
-Estos bosques estuvieron ardiendo años -ex­ perros le obedecían, bajaban la vista sumisos y
clamó Indolencio. tenían la cualidad de percibir los sentimientos y
Los niños, desde las monturas, contemplaban estados de ánimo del amo.
ese paisaje fantasmal. Así, se acercaban confiados cuando el tío En­
-Ya vamos a llegar, niños -los tranquilizó el rique llegaba con una sonrisa o le huían cuando
padre, mirando cómo los montes se transfiguraban lo veían llegar enojado. Pero eso era muy pocas
en siluetas. veces porque no hay tiempo para estar ofuscado
en tierras de Aisén.
Allá lejos, en la ribera del río Baker, se divisaba El tío Enrique ya los había visto venir a través de
una luz. Era la casa del tío Enrique. Ya los niños los anteojos de larga vista. Por la tarde le gustaba
querían verlo para narrarle el viaje, desahogarse sentarse en el porche de la casa y se ponía a avistar
y contarle lo que llevaban oculto. Quizás él podía el paisaje de su adorado Baker. Cabalgando por
descifrar mejor aquella frase incomprensible que sus riberas había divisado a lo lejos a su hermano
llevaban grabada a fuego en el corazón. Victorino y a sus queridos sobrinos. Allí bajaba del
-Por fin llegamos -exclamó Sandra, desde el corredor de madera de su casa para recibirlos.
caballo. -¿A qué se debe esta visita?
Los perros del tío les salieron al encuentro. Por­ -¡Tío Enrique! -exclamaron los niños.
que no hay casa ni hombre en territorio austral que El tío Enrique era un hombre fornido y amable
no tenga su perro. Son compañeros, amigos fieles, a pesar de su rndeza. Tenía las manos fuertes y el
camaradas e inseparables viajeros para las jornadas andar decidido. Con un gesto duro, ayudó a los
largas. El tío Enrique los adoraba y por eso tenía una niños a bajarse de los caballos, pero ellos en rea­
verdadera jauría que alimentaba y cuidaba. lidad eran diestros en el difícil arte de cabalgar y
En noches frías como ésa, cuando venía la desmontaron sin dificultad.
52 LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 53
MANUEL PEÑA MUÑOZ

-Venimos sólo por una o dos noches. No más, her­ está lleno de truchas que se pescan con la mano.
mano. Necesitamos más hombres en el camino. Quiero Y leña para asarlas hay en todos lados... No hay
que me consigas buenos jornaleros para la dinamita. caso... Muchos incluso murieron ... No tenían
-No hay problemas, Vicho -contestó el tío veinte años...
Enrique-. Mañana lo resolveremos. Hay varios
muchachos sin trabajo ni destino por estos pagos. El tío Enrique vivía solo. Era un hombre inde­
Muchos querrán que los contraten en el polvorín o pendiente que había vivido para viajar y disfrutar
para el envaralado* del camino. Acá andan con los de esos paisajes de llanuras desoladas, de campos
bueyes de acá para allá haciendo nada o esperando inmensos como extraídos de la prehistoria, de bos­
que los enganchen al oh·o lado en alguna cosa. Hay ques impenetrables y de cascadas que el hombre
algunos que cruzan por el paso Raballo a trabajar ignora. Conocía todos los vericuetos en las regio­
con los argentinos en una mina de cobalto que hay nes de Aisén. Sabía quiénes fueron los primeros
por allá. Pero es peligroso. Si cae la nieve quedan colonos que llegaron a poblar Coyhaique. Había
atrapados y no los encuentran nunca más. Además navegado el estero Elefantes y conocía a cada
allá en el Chubut también está malo. Sé de algunos hacendado en Fachinal. Se había relacionado con
que han llegado hasta el Atlántico a trabajar en el los árabes que llegaron de lejos y que cambiaron
puerto de San Julián. Pero qué sacan, digo yo. No desierto por lluvia, arena por mar, sol por hielo.
han encontrado nada. ¡Para trabajar de peones en Conoció con el tiempo a una familia croata y les
las grúas! Es tanto el impulso que hubo algunos contó cuentos de indios alacalufes a sus hijos, en
que llegaron hasta las Islas Faulkland. ¿Me creerán castellano. Sabía interpretar el viento que ulula por
si les digo que hubo muchachos de Aisén que pe­ las tardes y remece las ramas del mañío, haciendo
learon contra los ingleses por las Islas Malvinas? cascabelear el racimo de campanillas de plomo que
Imagínense. ¡Qué tenían que ver! Se enrolaron colgaba en su corredor.
defendiendo pleitos perdidos. Y aún ajenos. Mejor El tío Enrique tenía tanto pacto con las estrellas
se hubieran quedado pescando en el Baker, como que por la noche, después de la cena, se introdujo si­
yo digo... No les habría faltado comida. Este río gilosamente en la habitación de sus sobrinos porque
*Envaralado: sistema_ de troncos cortados puestos ho1izontalmente uno
al lado del otro que sirve de base para la construcción de un camino.
(Nota del autor).
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en los postres, intuyó que tenían algo que decirle. el camino, po9emos bajar en lancha por el Baker
-¿ Y cómo sabes que queríamos habl�te? -le hasta Caleta Tortel. No es lejos y volvemos en la
preguntaron, mientras don Victorino e Indolencio tarde. ¿Les parece? Yo mismo puedo acompañarlos
dormían exhaustos en las habitaciones contiguas. hasta el pasaje Simpson. Quién sabe también si
-Me ha parecido ... -les dijo-. Lo he visto en se trata de algo peligroso. No es conveniente que
la fonna en que me miraban. Cuéntenme. ¿ Cuál vayan solos ...
es el secreto? Los niños estaban felices y se durmieron en­
Entonces Fabián le contó que habían encon­ seguida con ese panorama para el día siguiente.
trado en la copa de un árbol un globo azul con un Tan cansados estaban por la cabalgata que no
mensaje atado a un cordelito blanco. Y desdoblán­ escucharon bramar el viento toda la noche sobre
dolo, Sandra le leyó en voz alta aquellas palabras los tejados, arrancando notas cristalinas a los cas­
mágicas: cabeles de plomo del corredor y salpicando hojas
-"Si encuentras este globo, contáctate conmi­ secas y cenizas de incendio.
go. Vivo en Caleta Tortel. Pasaje Simpson. Casa. Muchos bosques australes habían ardido durante
4. P.M." esa semana y el viento sur diseminaba sobre las
-Es extraño -dijo el tío con rostro preocupado-. casas trocitos de carbón que se incrustaban en las
¿Quién podría haber enviado ese mensaje? tejuelas y les dejaban una pátina ennegrecida.
-¿No conoces a nadie en Caleta Tortel, tío En­
rique? -preguntó Fabián. A la mañana siguiente, al bajarse de la cama y
-Conozco a mucha gente, pero a nadie que viva antes de ir a tomar desayuno, los niños se calzaron
en el Pasaje Simpson. los tamangos* de cuero de oveja que el tío Enrique
-¿Y no tienes manera de ir hasta allá, tío? ¡Nos les hacía poner a todas las visitas antes de entrar
gustaría tanto ir! ¡Quién sabe si alguien necesita nues­ a la casa para no manchar el piso con barro y de
tra ayuda! -exclamó Sandra, sentada en la cama. paso, abrillantar las maderas.
-Tengo una idea -dijo el tío-. Mañana, mientras Así, como pequeños duendes, bajaron sin
Vicho ande enganchando gente para trabajar en molestar y se prepararon ellos mismos un tazón
*Tamangos: zapatillas rústicas hechas de piel de oveja que se utilizan
en las casas australes. (Nota del autor).
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de leche caliente con pan amasado. No había de piel de Cas_tilla y bajaron a pie hasta el embar­
nadie en ese momento en la casa. Muy temprano cadero, haciendo crujir los pequeños espejos de
había salido el padre con Indolencio a reclutar escarcha. Sin embargo, cuando llegaron no estaba
muchachos, de modo que la casona estaba vacía la lancha que había anunciado el tío Enrique.
y sólo se escuchaba el tic tac de un viejo reloj de -¡Qué extraño! -exclamó-. Acabo de hablar
péndulo Grand Father que el tío Enrique tenía en con mi compadre Rafael Salgado, que es un buen
el vestíbulo. baqueano y me dijo que me traía su lancha. No
-¡Tío Enrique! -llamaron los niños. debe tardar.
Estaban en el mesón de la cocina untando miel Los hermanos aguardaron un instante con los
de ulmo en el pan, cuando por fin el tío apareció. gorros de lana chilota ceñidos hasta las orejas.
-Tengo todo solucionado -les dijo-. Hablé en la -Ya debe venir -dijo Fabián tranquilizando a su
mañana con Vicho y dijo que les daba permiso para hermana y mirando hacia arriba del río por donde
viajar en el lanchón hasta Caleta Tortel, pero que debía bajar el gaucho con la embarcación.
estuviéramos temprano aquí de regreso. Quieren Efectivamente, en el silencio de la mañana se
salir mañana de vuelta al Ñadis con los caballos. escuchó el ronroneo de una pequeña lancha que
-Entonces ¿salimos a navegar por el Baker? venía por el río Baker.
-preguntó ansiosa Sandra. -¡Ahí viene! -exclamó el tío Enrique, saludando
-Por supuesto. Terminen el desayuno y bajamos con una mano en alto a su amigo Rafael.
inmediatamente. A los pocos minutos, la lancha a motor atra­
Los hermanos apuraron felices los tazones de caba en el embarcadero para transportarlos hasta
leche y subieron a buscar el mensaje que con tantos Caleta Tortel.
pliegues ya estaba algo desteñido. Más de cuatro horas duraba la travesía por el río
-Bajen abrigados -les gritó el tío Enrique desde más caudaloso de Chile. Salían temprano porque
la entrada-. Hace frío afuera y el Baker es helado debían regresar también antes de que anocheciera
en las tardes. ya que en la tarde crecía el caudal y se formaban
Fabián y Sandra salieron con sus chaquetones muchos remolinos. Podían naufragar fácilmente
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o corrían peligro de que la coniente se los llevara 6


violentamente a las cascadas, río abajo.
-Te demoraste, Rafael -dijo el tío Enrique sal­ LA TRAVESÍA
tando a la lancha y dándole la mano a los sobrinos
para ayudarlos a embarcar.
-Estaba mala la lancha -dijo el gaucho-. No E1 paisaje que contemplaron los niños esa
quiso arrancar el motor. Tuve que conseguirme luminosa mañana de otoño era sobrecogedor. A
ésta con don Teodoro Valverde. ambos lados del río se alzaban altas montañas
-¿ Y ésta está buena? -preguntó el tío Enrique sen­ verticales tupidas de vegetación. Caían desde la
tándose en el tablón adosado a lo largo de la lancha. altura hilos de agua como velos de novia que se
-Sí, ésta no ha fallado nunca -respondió el estrellaban en los remansos. Por todas las quebra­
gaucho alzando mucho la voz para hacerse oír en das crecían salvajemente los helechos y las grandes
medio del viento-. Don Teodoro no estaba, eso sí. hojas de nalca, mientras arriba, surcando el cielo,
Andaba en la laguna. Pero la doña me dijo que no pasaban graznando bandadas de garzas y cisnes
había problemas, que la usara, no más. Usted sabe, de cuello negro.
don Enrique, aquí en el Baker es ley que tenemos Fabián y Sandra, a pesar de que siempre habían
que ayudarnos unos con otros. vivido en Aisén, nunca habían visto un paisaje de
A los pocos minutos, y una vez que los niños tan deslumbrante belleza: pájaros cuyos nombres
estuvieron bien acomodados en las banquetas, el desconocían, árboles dorados que crecían silves­
gaucho tiró la soga del motor y La Corcovada tremente y aquellos notros que sacudían su follaje
emprendió el viaje saltando sobre las espumosas al compás del viento.
olas del Baker. -Miren -dijo el tío Emique apuntando hacia
una ribera del río.
Por la espesa montaña que tomaba las coloratu­
ras del otoño, se divisaba una columna de hombres
vestidos de verde y provistos de anteojos de larga
60 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 61

vista que trepaban por estrechos zanjones. -Nunca van a encontrar ese helicóptero -conti­
-Hace meses que andan por acá -dijq el gau­ nuó el gaucho mirando también la fila de hombres
cho-. Están buscando un helicóptero que se cayó buscando en el monte-. Cuatro personas iban
por estos pagos hace ya como año y medio, pero adentro, pero para mí que se desintegró porque
lo cierto es que no han encontrado nada. llevaban precisamente municiones y no queso
-¡Tanto tiempo! -exclamó Fabián. Chanco para el campamento, como dijeron. Yo
-Sí. Los paisajes del Baker son inexpugnables. creo que eso explotó en el aire y no quedó ni rastro
Nadie sabe dónde terminan sus dominios. Aquí uno del coronel y menos de los conscriptos. Con de­
se pierde y no aparece más, ni aunque lo busquen cirles que yo una vez encontré cerca de un potrero
con vela -exclamó el gaucho con una carcajada. un pedazo de aluminio que lo tengo de cuña en la
Sandra tuvo una leve sensación de temor. salamandra. No me quitan a mí de la cabeza que
-Los que se perdieron eran del regimiento An­ era del helicóptero. A ver si un día lo llevo al re­
gamos -agregó-. Andaban haciendo inspección del gimiento de Cochrane para que lo examinen. Ahí
terreno desde el aire porque por aquí va a pasar el se van a dar cuenta de que no estoy tan errado con
camino también. -El gaucho Rafael se quedó un mi teoría. La otra posibilidad es que haya caído al
momento en silencio. Luego exclamó en voz baja-: Baker y ahí sí que no se encuentra nunca, nunca
Escuchen...¿sienten esas detonaciones? más... Esto es muy hondo ...Con decirles que han
Los niños aguzaron el oído y en medio del naufragado barcos por acá.. .
viento escucharon efectivamente fuertes bombazos -¿Barcos? -preguntó sorprendido Fabián,
a lo lejos. mirando hacia el agua e imaginando inmensos
-Son los soldados que andan en el polvorín bergantines hundiéndose en las aguas del Baker.
abriendo la brecha. Dicen que la carretera va a Quizás dormirían profundamente en el lecho del
salir a Villa O'Higgins. El papá de los niños trabaja río, con sus velas flameando en la corriente y con
precisamente en esas faenas, arriba en Los Ñadis misteriosos peces sobrevolando los mástiles.
-dijo el tío Enrique mirando a los conscriptos que -Sí. Barcos. Yo sé de un barco que se hundió
se movían en la montaña como hormigas. en este mismo punto cargado de barriles de vino
62 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 63

y sacos de monedas de oro. Nunca más apareció. las sirenas de �hiloé! ¡El olor de la madera en las
Dicen que era un barco pirata. Y si uno se queda noches crepitando en el fuego de la salamandra!
en la noche pernoctando en una casa en la orilla, ¡Y el señor Washington Sandoval, el querido tío
ve el barco que navega por el Baker, pero no se ve Washin, cantándoles suavemente con la guitarra
a nadie a bordo. Sólo se ven las luces y se escucha para que soñaran adormecidos por una canción!
una música de baile... lejana y tétrica... Hubieran querido saltar de esa lancha, olvidarse
En ese instante, el motor de La Corcovada de ese papel doblado en cruz que llevaban en el
empezó a toser fuertemente. El gaucho Rafael se bolsillo, regresar inmediatamente a la casa segura
levantó y comenzó a tirar de la cuerda otra vez para del tío Enrique, calzarse los tamangos y abrazar al
que volviese a funcionar normalmente. papá, contarle todo, todo y revelarle ¿por qué no?
-¡Algo pasa! -dijo-. A veces estos motores son el secreto del globo azul.
embromados. Pero ya era muy tarde para arrepentirse. El mo­
Los niños se aferraron a los bordes de la lancha. tor de la lancha no arrancaba y la coffiente se los
En esos momentos, pensaron que no había sido llevaba cada vez con más fuerza do abajo.
buena idea haberse embarcado. Mejor hubieran -¡No quiere partir! -gritó el gaucho.
estado en la casa arrojando dardos al tiro al blanco -¿Y no habías manejado esta lancha antes, ba-
detrás de la puerta o ayudando a la madre a formar dulaque? -inquirió con rabia el tío Enrique.
madejas verdes de lana chilota. -No. Ésta no. Pero yo creía que eran todas
Sandra se acordó súbitamente de su habita­ iguales.
ción, de su gato Artemio que la despertaba en las El tío Enrique se levantó violentamente y con
noches y dornúa ovillado a los pies de la cama. furia empezó a tirar de esa cuerda, tratando de
Fabián recordó lo seguro que se encontraba en el mantener el equilibrio. Pero todo era en vano. La
bosque, trepando por árboles filmes que tenían lancha se revolvía en la corriente, giraba sin sentido
raíces indestructibles y profundas. ¡Con cuánto y se encabritaba en la espuma como un potrilla
deseo añoraba sus predios! ¡Su litera en la escue­ salvaje sobre las olas del Baker.
la! ¡La dulzura de Dina, relatándoles el cuento de -¡Está fuera de control! -exclamó atemorizado
64 MANUEL PEÑA MUÑOZ

el gaucho-. ¡Se apagó el motor!


-¡ Nos vamos a ir de punta al desfiladero!:-gritó
con pavor el tío Enrique, temiendo que la lancha
enfilara directamente hacia la catarata.
-¡Hay que saltar al agua! -gritó el gaucho-.
¿Saben nadar? Hay que alcanzar la orilla.
Los niños estaban aterrorizados viendo cómo
el paisaje que antes era amable, giraba ahora alre­
dedor de ellos, provocándoles una sensación en la
que se mezclaban el mareo con el vértigo, el miedo
con la desesperación.
-¡ Saca las chumaceras! -gritó el tío Enrique
tratando de enderezar la lancha con el timón.
-0·Las que,... ?.
-Las chumaceras...¡las argollas!..
El gaucho, de bruces en el suelo manchado de
alquitrán, buscaba bajo las bancas a duras penas
las argollas para introducir en ellas los remos.
-¡No están! ¡No conozco esta lancha!
-¡Búscalas, rápido!¡O nos lleva lacorriente!-gri-
taba el tío Enrique-. ¡Esto está lleno de remolinos!
-¡No tengo idea de dónde las puede haber guar-
dado don Teodoro!
-Pero ¿venían o no las chumaceras, bruto?
-¡No sé! ¡Parece que se me quedaron allá!
Fabián se agachó y metió las manos debajo de
"LA CORRIENTE SE LOS LLEVABA CADA VEZ CON MÁS FUERZA RÍO ABAJO".
66 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 67

los asientos, buscando frenético unas argollas que -¡Má�! ¡M�s! ¡Dale más! -gritaba el tío Enri­
había visto otras veces en los botes a remo que que, remando con gran dificultad porque la lancha
cruzaban el Ñadis. le servía a don Teodoro Valverde para trasladar
-¡Aquí están! -exclamó. petróleo y todo el suelo estaba regado de un lí­
Con un fierro, el tío Enrique empezó a martillar quido negro y resbaladizo, de modo que cuando
las chumaceras para que pudiesen entrar en los el tío Enrique se echaba hacia atrás, con toda su
agujeros abiertos a cada lado de la lancha. energía, los pies le patinaban en el suelo y casi
-¡Parece que son de otro bote! -exclamó-. No caía de espaldas. Luego volvía otra vez a la carga.
entran. Se acomodaba, echándose hacia adelante y con un
Sandra miraba afligida, sin saber qué hacer, en grito ensordecedor volvía a tirar los remos hacia
tanto que el gaucho, tendido en el suelo, sacaba atrás con toda su potencia.
un remo de debajo de los asientos. -¡Ahoraaaaaaaa! -gritaba-. Pongan esos sacos
-¡Rápido! en el suelo. Esto está muy resbaloso.
Fabián martillaba una de las chumaceras con Los niños nunca lo habían visto tan exaltado,
otro fierro. con el rostro enrojecido y los ojos desorbitados
-Sandra ¡ el otro remo! -le gritó a su hermana. por el pánico y el esfuerzo.
La niña, equilibrándose con dificultad, ayudó -¡ Vamos llegando! -exclamó el gaucho, viendo
a su hermano a meter el otro remo en la argolla, que La Corcovada enfilaba ahora hacia la milla.
mientras en el extremo opuesto, el gaucho y el tío -¡Agarren las ramas! -gritó el tío Enrique,
Enrique ajustaban el otro. dando órdenes.
Sentado en el tablón del centro, el tío Enrique Los niños también, junto con el gaucho, se le­
agmTÓ los remos y empezó a bogar con todas sus vantaron y empinándose, agarraron las quilas que
fuerzas, dirigiendo la lancha hacia la orilla. colgaban hacia el 110. Una vez aferrados a ellas,
-¡El timón! ¡Endereza el timón! empezaron a tirar y a tirar, logrando que la lancha
El gaucho movía el timón y efectivamente la empezara a acercarse poco a poco a la ribera.
lancha empezó a girar hacia una de las riberas. -¡Estamos llegando! -gritó Fabián.
68 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 69

-¡Cuando puedan, salten a la orilla! -gritó el palpando. en el. bolsillo el papel mojado con el
tío Enrique. misterioso mensaje, los hermanos contemplaron la
La niña había visto una soga en la cabina y fue rudeza del río, sintiendo en sus rostros el viento con
a buscarla. Con presteza, Fabián la lanzó a los fragancia de arrayán que venía a acompañarlos y a
juncales. Luego, de un salto se tiró al borde del decirles que no se sintieran solos y que allí estaba
agua y subió por la ladera, como un gato montés, soplando como en las riberas del río Ñadis: un ver­
amarrando rápidamente la cuerda al tronco de dadero amigo entrañable que les había llevado de
un árbol, mientras el tío Enrique anudaba el otro regalo hace un par de días, un redondo y perfecto
extremo de la soga en la embarcación. globo azul con un papel doblado en cruz atado a
-¡Estamos salvados! -gritó el gaucho. un cordelito blanco...
Pero el tío Enrique no quería ni mirarlo. Sentía -Aquí no podemos quedarnos -dijo el gaucho
rabia en su interior de pensar que habían expuesto Rafael-. En la noche baja mucho la temperatura
sus vidas por culpa de una irreflexión. y podemos morir congelados.
La niña y el gaucho saltaron a la orilla, sin casi -Ya lo sé -exclamó el tío Enrique.
lastimarse. -Hay que buscar un lugar seco o cavar una cueva
-Ahora tenemos que pensar qué vamos a hacer para refugiarnos. No podemos pasar la noche a la
-exclamó el tío Enrique, supervisando que la lan- interperie.
cha estuviera segura. Los niños se miraron sin saber qué decir.
Sentados en la ladera, veían pasar el río atrona­ -Hay que encontrar una solución- dijo el tío
dor que casi se los había llevado... Enrique sentándose en una roca.
-Casi perdimos la vida -exclamó el tío Enri­
que-.. ¡Cómo pudiste haber sacado una lancha que
no conocías!
-Yo no sabía -se disculpó el gaucho bajando
la vista.
Sentados en un tronco, sin saber qué hacer y
7
UN VIOLONCELLO EN LA NEBLINA

Tío Enrique tenía la certeza de que en algún


lado del bosque, por esos contornos, más allá de
los glaciares, había visto la cabaña de un pobla­
dor o la casona perdida de un músico alemán. Le
parecía que una vez, surcando el río Baker en su
propio lanchón que ahora estaba averiado, había
escuchado en la lejanía el sollozo de un violoncello
en medio del bosque.
-Me parece que por el lado de los robles queda la
casa del señor Weiland -dijo-. Ojalá que esté aquí
y no en Puerto Varas. Tenemos que encaminamos
hacia allá. Al menos, debe haber un cuidador.
Los hermanos, silenciosos y preocupados, si­
guieron al tío Enrique que subía ahora por la ladera
empinada, afeITándose a las ramas para no resbalar
en la escarcha. Desde un recodo del bosque, se
divisaba el río que corría frenético en dirección a
Caleta Tortel.
"¿Estará muy lejos?" se preguntaban los niños.
En el interior de sus corazones, abrigaban aún la
esperanza de llegar a ese remoto pueblo de pesca-
72 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 73

dores perdido en los recovecos australes. De llegar húmedo de la Patagonia. Pero el tío Enrique sí lo
con suerte y buen ánimo, encontrarían rápidamente conocía. Hacía años lo había oído interpretar una
al emisario de aquel mensaje confuso y podrían sonata de Vivaldi en la iglesia luterana de Frutillar,
regresar a casa con la sensación de haber cumplido ensamblada toda en madera de alerce y sin un solo
una misión. clavo. Había sido un concierto excepcional frente
Pero en esos momentos en que se hallaban -per­ al lago Llanquihue, teniendo por telón de fondo
didos en un bosque de lengas y cipreses goteantes­ el volcán Osorno al otro lado de los vitrales. Las
era muy difícil pensar en una salida al laberinto de notas del vetusto instrnmento traído de Hamburgo
emociones en el que se encontraban sumidos. revoloteaban aquella tarde en el maderamen de la
Luego de vagar sin rumbo, completamente ex­ iglesia y retumbaban en una acústica privilegiada.
haustos y llenos de preocupación, escucharon a lo Era como si los ángeles batieran sus alas sobre el
lejos unas notas musicales, vagas y misteriosas en altar y produjeran ese sonido mágico al frotar el
medio de la neblina. Un sonido grave revoloteaba arco en las cuerdas del violón.
entre las ramas perladas de los pinos, tendiendo -Schumann -dijo el tío Emique cfuigiéndose ha­
telarañas invisibles, uniendo los árboles en una cia un valle abierto a la montaña. Había reconocido
alegría misteriosa y remota. Era como si un abejo­ a su músico predilecto-. La Danza del Abejorro. Le
rro se hubiese escapado de una colmena y con su parecía en su corazón que esa melodía era, acaso,
vuelo intempestivo pudiese guiar a los habitantes como una llamada, como si el zumbido de un insecto
extraviados del bosque a la tibieza de un hogar en invisible guiase sus pasos hacia terreno seguro.
donde ardía el fuego de una chimenea. En casos como éste, pensaba el tío Emique, los
¿ Quién tocaba un violoncello en medio de seres afines se encontraban y la música podía ejercer
los árboles? ¿Un fauno de sonrisa enigmática o puentes comunicantes. Muchas veces las obras artís­
una doncella encantada salida de las aguas del ticas tenían esa virtud entrañable: la de poder tocar
110 Baker? Los niños no lo sabían. Por lo demás, las antenas de los solitruios o de los que necesitan
nunca habían escuchado hablar de un concertis­ orientación en un bosque de tepas goteantes.
ta alemán que ensayase sinfonías en ese recodo -Schumann -volvió a decir-. Preludio en Re
74 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 75

para violoncello. contó que era ,el primer colono en trabajar las
Fabián y Sandra seguían al tío Enrique como plumas de avestruz para exportarlas al extranjero.
al flautista de Hamelin. Sin saber por qué, sin "Son muy codiciadas" le dijo con su inconfundible
siquiera preguntar, los dos hermanos Bolívar lo acento alemán. Y al tío Enrique le pareció imposi­
seguían como sombras, sabiendo en sus corazones ble que alguien pudiese interesarse en aquellas plu­
que sólo él y su intuición podían salvarlos de esa mas frágiles y esponjosas para fabricar abanicos.
mañana perpleja que estaban viviendo. Al volver una curva, divisaron la casa de donde
provenía nítida la música romántica. Era un casa
Caminando por un sendero bajo las espesas sobre un promontorio, rodeada de altos alerces,
ramas de los ñirres*, se sintieron, de súbito, más junto a una laguna en la que tres flamencos rosados
seguros. Ya había huellas de civilización. "La mano dormían equilibrados en una sola pata.
del hombre", dijo el gaucho, atreviéndose a hablar -Allá está-exclamó Sandra, sorprendida al ver
y reconociendo signos en esos parajes ignotos. la majestad de la casona empinada en lo alto del
Allá se divisaba una tranquera para evitar que los monte con sus ventanales protegidos por cenefas
cuatreros robasen animales. Más allá, un molino de crochet y su chimenea de ladrillos, de la que
giraba sus aspas, produciendo un sonido metálico salían penachos de humo blanco.
al compás del viento. Era como si se estuviesen -Nunca había visto una casa así -dijo Fabián
acercando a un ámbito protector. por lo bajo.
Ya se oía más nítido el sonido cadencioso del Mientras subían el sendero en pendiente, la
violoncello. La neblina se había dispersado, dejando música cesó. Un hombre de pelo canoso miró tras
ver ahora las alambradas de siete hilos sobre las que los cristales y al cabo de un instante se asomó a la
se asomaban unas avestruces de miradas curiosas. puerta, reconociendo de inmediato al tío Enrique.
-¡Los criaderos de ñandúes! -exclamó el tío -¡ Qué hacen por estos lados! -exclamó, salien­
Enrique, somiendo y recordando cuando aquella do al encuentro del grupo.
tarde, paseando por el borde del lago Llanquihue, El tío Enrique lo abrazó, relatándole los porme­
frente a un molino de agua, Mathias Weiland le nores de la travesía en el río Baker.
*Ñirres: árboles característicos del paisaje austral. (Nota del autor).
76 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 77

-Casi nos hundimos. Se apagó el motor del lan­ maletillas de mimbre para viajes largos?
chón y nos empezó a llevar la corriente río abajo. El fuego ardía en la chimenea atrayendo a los
Todo por este gaucho que no conocía el lanchón niños, que de inmediato extendieron sus manos,
con el que pensábamos llegar a Caleta Tortel. sintiendo en ellas un calor bienhechor. Volvían a
-Vienen empapados -dijo el señor Mathias sentirse seguros, aunque en el fondo de sus cora­
Weiland-. Lo primero es secarse esas ropas y zones, añoraban la paz de la casa en el río Ñadis y
preparar una taza de caldo. Después hablaremos hasta la fragancia a leña de ulmo de los dormitorios
de Caleta Tortel. en la escuelita de La Alborada.
-Sáquense los chamantos y póngalos a secar al
Fabián y Sandra entraron a la penumbra tibia del fuego -les dijo el tío Enrique.
salón repleto de muebles vetustos. Por todas partes, Mientras el músico llevaba a la mesa una sopera
el señor Weiland anumbaba antiguos gramófonos de caldo humeante, los hermanos pasearon la vista
sobre escaparates improvisados y unos extraños por la habitación, advirtiendo que por todas partes
bustos de mujeres con sombreros de terciopelo. revoloteaban partituras con carátulas de mujeres
-Es una colección de maniquíes de tienda -ex­ antiguas. En la pared, colgaba una máscara de Bee­
plicó-. Pertenecieron a una antigua casa de modas thoven en medio de una colección de cerraduras
de la familia Piwonka que vivía en Osorno. Estaban viejas con sus respectivas llaves, un tanto mohosas
siempre sonrientes en los escaparates luciendo to­ por el paso del tiempo.
cas y haciéndoles un guiño a los paseante...Yo los -¿Tocaba a Schumann, Mathias? -preguntó el
compré todos cuando se liquidó la tienda. tío Ernique, mientras se entibiaba también al fuego
Parecía que aquellas misteriosas mujeres los de la chimenea y ponía a secar su manta..
contemplaban al otro lado de los velos que caían -Sí. Preparo un concierto para las Semanas
sobre sus ojos. Una mezcla de miedo y frío se Musicales del Lago Villarrica. Este año van a estar
revolvía en el corazón de los niños. ¿Qué hacían muy concurridas. Mucho más que el año pasado.
en ese lugar distante, tan lejos de los padres y en Me voy a lucir con la sonata Arpeggione.
una casa llena de maniquíes de sombreros y de El tío Enrique revisaba las páginas musicales
78 MANUEL PEÑA MUÑOZ

abiertas sobre el atril, mientras los niños se acercaban


con curiosidad a conocer el vetusto instrumento
apoyado en la pared.
-¿Nunca habían visto un violoncello?-preguntó
don Mathias con una dulce somisa.
Los niños negaron con la cabeza. Jamás habían
visto un instrumento musical. El único que cono­
cían era la vieja guitana de cuerdas de alambre del
tío Washin con la que cantaban tonadas y cuecas
en noches de lluvia. Bajando p /a Puerto Aisén era
la canción preferida de ambos.

Tropilla como recuerdos


trotando al atardecer
en las ancas Río Cisnes
en los ojos Puerto Aisén

Generalmente la cantaban en tardes de niebla,


con una pena muy honda en el alma. No sabían por
qué. Les parecía que veían con los ojos de la mente
al jinete bien abrigado en su poncho, cabalgando
como ellos por un valle sumido en la neblina, con
el crepitar del río a un costado. Era una melodía
triste, pero que, sin embargo, les agradaba sentir
bien adentro como una agüita tibia que se deslizaba
por el corazón.
-Nunca había visto algo así -exclamó Sandra,
"EL FUEGO ARDÍA EN LA CHIMENEA ATRAYENDO A LOS NIÑOS, QUE DE
lNMEDIATO EXTENDIERON SUS MANOS".
80 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 81

palpando con las yemas de los dedos las cuerdas atentamente 1� melodía. Sentados en sus sillones,
y clavijas, sorprendiéndose extasiada con. el bri­ como dos pequeños adultos, sus sobrinos lo ob­
llo de oro de la madera y la forma misteriosa del servaban curiosos. ¿A dónde se dirigían los pensa­
relumbrante violón. mientos de su tío en ese trance? Quizás lejos de allí.
Se imaginaría tal vez que vendrían a rescatarlos
Esa tarde, después de almorzar, mientras caía una del otro lado del río. Su hermano Victorino estaría
lluvia pronunciada, los niños escucharon por pri­ afligido por la tardanza y habría quizás enviado un
mera vez en sus vidas un concierto de violoncello. lanchón mejor preparado para ir en la búsqueda
El Cisne, de Camille Saint Saens -anunció con de la familia perdida. Pero por otro lado, no había
aire grave el señor Weiland antes de frotar dulce­ transcurrido demasiado tiempo. Apenas habían
mente el arco sobre las cuerdas del violoncello. salido esa mañana... Tal vez Victorino ni siquiera
Sentados en grandes sillones, a la luz de una había advertido que se encontraban en apuros.
lámpara a carburo, los niños oían la melodía Aunque estaban protegidos y seguros en una casa
acompasada que don Mathias arrancaba a aquel tibia y en penumbra, escuchando un concierto de
noble instrumento, mientras contemplaban caer la violoncello, en realidad aquella tranquilidad era
lluvia tras los cristales, empapando los árboles y sólo aparente porque ni siquiera sabían cómo iban
borroneando los contornos de los cerros. a salir ahora de ese lugar perdido.
-Ya viene la cerrazón -exclamó por lo bajo el En ese momento, el señor Weiland terminó la
gaucho Rafael, advirtiendo que la niebla bajaba interpretación. Los hermanos aplaudieron tímida­
espesa de los montes y se echaba como un manto mente con el tío Enrique y el gaucho, que estaba
gris sobre el campo escarchado. con la vista perdida al otro lado de los ventanales,
Las avestruces estaban refugiadas en los grandes mirando deslizarse la neblina, completamente
cobertizos. Parecía que desde allá afuera escucha­ distraído del concierto que acababa de escuchar.
ran también las notas fugaces que se escapaban por Quizás él se estaba recriminando de haber sido
la ventana y huían al otro lado de la laguna. tan poco precavido y de haber embarcado a "don
El tío Enrique entrecerraba los ojos y oía Enrique", como le decía a su compadre, y a sus
82 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 83

sobrinos en un lanchón averiado. alemán al habl¡tr, intimidaba a los niños.


-Así transcurre mi vida aquí -dijo e.l señor -Lo principal es saber cómo vamos a salir de
Weiland-. Mi vida se debate entre el violoncello aquí -dijo el tío Enrique, temiendo nuevas inter­
y mis avestruces. Este año he aumentado la expor­ pretaciones de violoncello.
tación de plumas. Conseguido el teñido perfecto, -¿Piensan ustedes irse? -preguntó con una ceja
quedan como verdaderos poemas. ¡ Vieran ustedes en alto el señor Weiland-. Hace siglos que no recibo
los abanicos! ¡ Y los tocados de las artistas en los público. No me pueden hacer esto. Después de todo,
teatros de variedades! En Brasil tienen un éxito los he recibido con la mejor hospitalidad germana.
impresionante. Las mejores mulatas lucen mis El tío Enrique calló, mirando a los ojos al señor
plumas de avestruz teñidas de rosa y azul en los Weiland. No sabía si estaba bromeando o si habla­
carnavales cariocas. Nadie se imagina que, entre ba en serio. ¿Los tendría cautivos para siempre en
tanto, en el sur del mundo las pobres avestruces aquella mansión perdida, obligándolos a escuchar
tiritan de frío. Y no me digan la carne... Es insu­ cada tarde sus ensayos de violoncello? ¿ Tendrían
perable. No saben ustedes la cantidad de guisos que estar allí toda la vida degustando bombones
que pueden prepararse con carne de avestruz. Es­ y kuchenes de rosa mosqueta como en la casa de
toy importando muslos congelados a los mejores Hansel y Gretel? Los niños conocían bien el cuen­
restaurantes de París... Luego está la grasa. Todo to de la casita de chocolate. El tío se los contaba
se aprovecha, amigos. El aceite de ñandú es mara­ cuando iba a la casa de Los Ñ adis. Y también ellos
villoso en cremas y pomadas medicinales. ¡ Y los se sentían p1isioneros ahora en esa cabaña que en
huevos, señores míos l ¿Han visto ustedes alguna un comienzo había sido refugio ...
vez en sus vidas un huevo de ñandú?
Fabián y Sandra se miraban perplejos. El señor Aquella tarde, el tío Eruique comprendió que
Mathias Weiland era tan diferente a los pobladores no podían regresar a la casa tan fácilmente y que
de Los Ñadis que conocían en su lugar natal... El era necesario comunicarse en forma urgente con
aspecto de anciano solitario con su poblada barba su hermano Victorino. Quizás ya habrían llegado
blanca, su mirada brillosa y ese extraño acento con los muchachos contratados para las faenas
LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 85
84 MANUEL PEÑA MUÑOZ

del camino y extrañaría que los niños no hubiesen en el lago Stai;nberg, frente a su propio castillo.
regresado del anunciado viaje a Caleta Tortel. Tal ¡ Ah, el rey loco! Era un hombre tremendamente
vez recién en esos momentos se sintiera inquieto solitario, como mi padre y mi abuelo. Quizás yo
intentando averiguar el verdadero motivo de aque­ también heredé de los bávaros esa sana costumbre
lla extraña excursión en lancha. de estar en paz con uno mismo, disfrutando de la
-¿Y no hay modo de regresar ahora a El Vaga­ tranquilidad de la naturaleza y lejos del mundanal
bundo, don Mathias? Mi hermano debe estar ner­ ruido. A propósito¿vio la película?
vioso por nuestra tardanza. Ya está anocheciendo. -¿Qué película? -preguntó sorprendido el tío
Creo que deberíamos volver. Enrique.
-¿Volver ahora mismo? Imposible. El tiempo -Ah, entiendo que por estos pagos no hay
empeoró y por otro lado no tengo lanchón. Mi hijo teatro. No saben ustedes lo que se pierden. Pero
Sigfrid me trae aquí a pasar temporadas en una a cambio tienen la soledad del paisaje. Y eso no
embarcación y luego se devuelve en ella, hasta tiene precio. Ya ven ustedes. Yo puedo pasar solo
que yo le avise por radio que me venga a buscar. varias semanas, incluso hasta dos o tres meses,
No hay teléfono por acá. Estamos completamente ensayando y escuchando música completamente
aislados. Y eso es lo que yo busco, precisamente, solo como el rey Ludwig I que amaba las óperas de
cuando vengo a esta casa construida por mi padre Wagner. Pero el hombre necesita entretenimiento y
hace años. Él también buscaba la soledad y quizás compañía, Enrique.¿No le parece? Usted también
un paisaje que le recordara los bosques de la Selva es un hombre solo y puede comprenderme. Porque
Negra, allá en Alemania... Le agradaba estar solo, de pronto, tanta soledad cansa. Llega un día en
recordando los tiempos de la emperatriz Sissi y del que me levanto echando de menos mi casa allá en
rey Ludwig II de Baviera.¿Sabían ustedes que mi Puerto Varas con sus jardines de hortensias azules.
padre fue relojero imperial? En mi casa de Puerto Porque esta casa es únicamente de descanso... y de
Varas guardo el último reloj de péndulo que el rey ensayo, claro. Vieran ustedes en el verano. Vienen
le envió a reparar a mi padre y que jamás pasó a todos mis amigos músicos de Villarica y de Puerto
retirar. Lo sorprendió su trágica muerte, ahogado Varas y tocamos a Vivaldi y a Beethoven. El año
86 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 87

pasado vino, incluso, una soprano de Berlín y toca­ -Extraordinarjo. Pero dígame, don Mathias, por
mos los Valses de amor de Brahms con un barítono la amistad que nos une, ¿sería posible utilizar ese
de Osorno. No saben ustedes cómo sonaban esas equipo de radio que mencionó para comunicarme
canciones románticas en la espesura del bosque con mi hermano en El Vagabundo?
y en estos parajes aislados de la civilización. Era -¿Lo mencioné acaso? ¿Qué equipo de radio?
un sueño. A veces, incluso, cuando hace buen -El que utiliza para comunicarse con su hijo
tiempo y sale el sol, saco uno de mis gramófonos para que lo venga a buscar cuando desea volver a
al c01Tedor. ¿Ya vieron mi colección? Mi favorito la civilización.
es ése que ven allí con bocina de metal. Ahí pongo -Es cierto -exclamó el señor Weiland, como sa­
mis viejos discos de Richard Tauber. La música se liendo de un sueño-. Por supuesto, Emique. Vamos
desgrana por el bosque... Hasta los pájaros callan. a intentarlo. Pero regresar esta noche, ni soñarlo.
Es casi como estar en el Paraíso. ¿Saben? A mí me La casa es grande y pueden pernoctar en las habi­
gustaría que el Cielo fuera para mí volver a vivir taciones de aITiba. La salamandra está encendida y
en este rincón del sur del mundo. No pido más. hay bastantes mantas para pasar la noche. Mañana,
Morirme, resucitar y volver aquí mismo. Y estar si hace buen tiempo, pueden salir por el sendero
escuchando un concierto de violoncello interpre­ que baja hasta el embarcadero y seguir bordeando
tado por Pablo Casals o una opereta vienesa en el río. Abajo, siempre hacia abajo. Allá verán a lo
la voz de Lily Pons en un disco de mi gramófono lejos la casa de las hermanas Cabrales.
favorito, en mi maravillosa te1Taza asomada al río -¿Las Cabrales? -preguntó el tío Enrique,
Baker, mientras degusto un café con un ch01Tito sorprendido.
de aguardiente de pepita de uva... -¿Las conoce?
-Maravilloso -exclamó el tío Emique, aplau­ -Por supuesto. Todos nos conocemos aquí en
diendo y advirtiendo a la vez que el señor Weiland la Patagonia. Pero no sabía que estaban aquí en la
extendía demasiado la conversación, quizás en un casa. Imaginé que andaban en Puerto Natales.
deseo de retener a sus visitas e impidiendo que -Siempre vienen por acá en esta época de Se­
lo dejaran solo otra vez a merced de su música mana Santa a ventear la casa. El sábado pasado
88 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 89

estuvieron las tres por acá tomando un mate. pletame_nte di�torsionada por el equipo de radio.
Llegaron por la tarde en el lanchón. Es cosa seria. -Cambio -decía el tío Enrique cada vez que
¡La mejor embarcación de todo el Baker! De usted terminaba su mensaje.
depende ahora, Enrique. Si son comprensivas, ellas Y nuevamente hablaba el padre desde un confín
los podrán llevar de regreso a El Vagabundo. remoto, como si en vez de estar en un caserío al otro
-¿ Y no vamos a ir a Caleta Tortel? -preguntó lado del río Baker, estuviese hablando desde otro
Sandra. hemisferio o de otra galaxia, lejos de la Tie1Ta.
En su corazón, sabía que era importante reali­ -¿Cuándo piensan volver? -preguntó el padre
zar ese viaje a ese lugar perdido. Aún guardaba el desde la remota distancia. Y los niños, al escu­
papel doblado en cruz e intuía que debía realizar charlo, parecía que lo querían más aún, deseando
aquella ruta para descubrir al emisario que había reencontrarlo pronto.
escrito aquel mensaje cifrado. -Mañana, a más tardar... Vamos a la estancia de
-¿ Caleta Tortel? -preguntó a su vez el tío En­ las hermanas Cabrales. Las de los frigoríficos de
rique, que ya se había olvidado por completo del la Patagonia. Si están acá, les voy a pedir que nos
motivo del viaje. lleven de regreso a El Vagabundo en el lanchón de
ellas, que es grande. De lo contrario, te llamaré ma­
Aquella noche, antes de subir a los dormitorios, ñana en la noche para que nos vengas a recoger.
el tío Enrique pudo por fin comunicarse por radio Nuevamente se escuchaban interferencias y vo­
con su casa en El Vagabundo. Efectivamente, su ces desconocidas que se entrecruzaban. Los niños
hermano Victorino estaba preocupado por la tar­ deseaban hablar también con el padre para decirle
danza de su familia y quedó mucho más inquieto que lo extrañaban, pero de pronto escucharon
aún al saber que casi sucumben en la precaria ruidos confusos allá lejos, como si una tromba de
embarcación del gaucho Rafael Salgado. viento se hubiera llevado aquella voz querida al
-¿Cómo pudiste ir en una lancha que no conocías? otro lado del universo.
-le reprochó a su hermano al otro lado del aparato. -Vamos a descansar, niños -les dijo el tío Enri­
Los niños escucharon la voz de su padre com- que apagando el aparato de radio-. Se fue la voz.
90 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 91

Mañana nos espera una larga jornada. Y pídanles a sonreía en lo :,ilto de la escalera con vista al río.
los ángeles guardianes que encontremos a las her­ Los niños y el gaucho Rafael también se despi­
manas de la Patagonia. Si están con el lanchón, ma­ dieron. Sandra miró por última vez la casa con sus
ñana mismo podremos regresar a El Vagabundo. balcones de madera y sus anchas terrazas abiertas
Sandra quiso interrumpirlo para hablarle otra al río. Le parecía que iba a transcunir mucho
vez de Caleta Tortel y del mensaje del globo azul tiempo antes de ver una mansión como aquélla en
atado a un cordelito blanco. Pero guardó silencio medio de un bosque, semejante a las que aparecían
y con la vista baja, entró a su habitación. en los viejos libros de cuentos que le leía Dina en
Al dormirse, profundamente exhaustos, los dos la escuelita de La Alborada.
hermanos Bolívar dejaron liberados sus sueños al -Adiós, señor Mathias -le dijo tímidamente,
arbitrio de la noche. con un beso en la mejilla.
El señor Weiland se inclinó y recibió con una
A la mañana siguiente, después de desayunar sonrisa el beso de la niña. En su mano sostenía el
con leche de vaca y galletitas de media luna marca arco de su violoncello.
Fraymann, el tío Emique se despidió amablemente Fabián también se despidió del señor Weiland.
del señor Mahias Weiland. -Hasta luego. Y muchas gracias por albergarnos
-Este verano espero oírlo en los conciertos -le dijo. Luego tomó del hombro a su hermana,
-le dijo-. Ya sabe que voy todos los años a Fru- bajando por el sendero en pendiente bordeado de
tillar. Y haré todo lo posible por ir a escucharlo ligustrinas perladas por la lluvia.
a Villanica. Todavía aniba se quedó el señor Weiland indi­
-Allá estaremos interpretando la suite de Bach cando con la mano la dirección que debían tomar
para violoncello -exclamó el señor Weiland, son­ para encontrar la casa de las hermanas Cabrales.
riendo amistosamente.
-Y gracias por la hospitalidad, don Mathias
-agregó el tío Emique, dándole la mano a aquel
anciano músico de anteojos con marco de oro que
8
UNA ESPESA
COLUMNA DE HUMO AZUL

Toda la mañana estuvieron caminando siguien­


do el curso del río Baker. Casi no hablaban porque
el ruido de la corriente era ensordecedor. Aquel río
caudaloso era tan ancho que a mucha distancia se
avistaba la otra orilla, con cascadas de plata que
se dejaban caer desde gran altura.
-Es muy correntoso este río -exclamaba el
gaucho.
De vez en cuando se veía una casa perdida a lo
lejos, como si estuviera deshabitada. Marchando
en silencio, los hermanos imaginaban quiénes
podían vivir en esos confines. Tal vez una familia
como ellos mismos, constituida por un matrimonio
de campesinos y dos hijos que quizás estudiaban
también muy lejos de la casa, en una escuelita
perdida en una loma, con vista al río y con un pro­
fesor que les cantaba todas las noches canciones
de amor para que se durmieran felices, soñando
con torreones inclinados y con góndolas mecidas
en un gran canal...
94 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 95

-Allá se ve el humo de las Cabrales -exclamó a abrir la casa (?t:ra vez para pasar allí una brev
e tem­
el tío Enrique. porada antes de regresar a sus latitudes aus
trales.
Efectivamente, una columna de humo azul se Los niños estaban maravillados ante una
casa
elevaba por encima de las copas de los árboles. tan imponente en medio de aquellas sole
dades.
Casi no soplaba viento a mediodía, de modo que el En cierta manera, se parecía a la casa del
señ or
penacho subía blandamente como una serpentina Weiland, quizás en la fo1ma de los postigos
o en
vertical hacia el cielo. los anchos corredores con balaustres. Con rapi
dez
-No es incendio -dijo el tío Enrique-. Estamos avanzaron, sintiendo alivio a los pesares que
habían
en los terrenos de las Cabrales. Todas estas exten­ vivido horas antes en los rápidos del Bak er.
siones de bosques milenarios son de ellas. ¡Las tres Unos perros les salieron ladrando al encuentr
o. A
hermanas solitarias de la Patagonia ! los pocos instantes, salió de la casa una mujer altiv
a de
Al poco tiempo de caminata, sintiendo las gotas que pelo enmarañado, calzando rústicas botas de mon
tar.
se desprendían de los árboles, como una lenta lluvia -¿ Qué quieren? -gtitó hosca desde la puerta
con
de otoño, llegaron a una inmensa explanada entre los una carabina, mirando al gaucho que pasaba
por
robles donde se alzaba la casona de las Cabrales. debajo de la alambrada de siete hileras de
púas.
De tres pisos, toda de madera y con grandes venta­ -¡Abelarda! -exclamó el tío Enrique, reco
no-
nales abiertos al río Baker, la casa de las tres hermanas ciéndola.
se levantaba, como la casa del señor Weiland, en un -¡Enrique!
promontorio rodeado de inmensos árboles. La mujer salió al encuentro del grupo, saludan
­
do alegremente al tío Enrique, a quien no
veía en
Hacía muchos años que esa familia magallánica muchos años.
habitaba esos confines de bosques impenetrables, -¿Dónde habías estado, Enrique?
aunque durante la mayor parte del año la pasaban -jAbelarda! ¡Qué suerte que te encontram
os!
más al sur, en plena Patagonia, trabajando en cur­ -¿ Y qué andas haciendo tú por estos lugares?
tiembres y ganado de ovejas. El tío Enrique le contó acerca de sus últim
os
Ahora, precisamente, las hermanas habían venido viajes a Argentina, de sus incursiones trab
ajando
96 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 97

-¿ Y ustedes?¿ Cómo que andan por acá?-preguntó


en ganadería en Neuquén y de sus trabajos en los
el tío Eruique-. Parece que no les gustara Aisén.
frigoríficos de Puerto Natales.
-¡Hacía tiempo que no veníamos! -contó Faride '
-En una época fui capataz de ovejeros en la . .

una muJer corpachona de sonrisa rebelde-. Desde


Estancia Elvira, cerca de donde yo creía que tenían
la Semana Santa del año pasado. Nadie nos mue­
ustedes los animales, pero nadie me dio noticias
ve de nuestras tierras magallánicas. Pero a veces
de dónde se hallaba la hacienda de las Cabrales.
tenemos que venir a ventear la casa.
Recorrí toda la Patagonia, Abelarda, y nunca
las encontré. Yo no sé dónde tienen ustedes las -Entren -invitó Dorca-. Llegan precisamente
curtiembres. De haberlas encontrado, con gusto a almorzar. El guardabosques preparó un chivo
me habría ido a trabajar con ustedes trasquilando recién muerto con papas asadas de la chacra.
ovejas... Los niños ya sentían el apetito de la mañana.
-Es que es tan grande esta Patagonia -exclamó Consolados al entrar en esa enorme casona de
la mujer con un suspiro. madera, expe1imentaban una agradable sensación
-Fue una época linda, créeme. Estuve trabajan- de protección. Adentro, el interior era muy espa­
do en las poblaciones indígenas con dos paisanos cioso, rústico y un poco vacío, fragante a leña de
tehuelches, inmensos de grandes. Se llamaban ciprés. De las paredes colgaban grandes cuadros
Quinchamal y Huichaca. Criaban yeguas y se en­ de mujeres misteriosas. Quizás alguna de ellas era
treveraban con toda la gente gaucha. Hasta usaban la madre de las hermanas. Tal vez la abuela. Los
los pantalones bombachos metidos adentro de las niños pasearon la vista por las paredes tratando de
botas de potro, igual que en Argentina. encontrar rasgos de familia en aquellos rostros de
-¡Faride! ¡Dorca! -llamó la mujer desde el miradas severas. Apoyados en los muros, alacenas
porche. con espejos y aparadores antiguos guardaban loza
A los pocos instantes salieron las otras herma- inmemorial. Más allá, descansaba la vieja máquina
nas Cabrales, muy sorprendidas con la visita Y de coser Vencedora de la abuela de las Cabrales y
corriendo a abrazar al tío Enrique. muebles vetustos resguardados del polvo por fundas
-¡Qué milagro! ¡Qué se te perdió por aquí! de cretona cruda. Todo f01rndo en maderas preciosas
98 MANUEL PEÑA MUÑOZ
LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 99
del bosque de las Cabrales; el "estar" tenía una al tío Eruique-. De pronto tuve la sensación de que
pared llena de pieles de guanaco, escopetas y una deseaba ir a esos rincones donde pasamos todas
cabeza de pudú disecada. momentos tan bonitos con los papás. ¿Qué les
-Ese lo cazó la Dorca -dijo Faride apuntándolo. parece si nos embarcamos después de almuerzo?
Los niños miraban asombrados el pequeño De aquí hasta Caleta Tortel no echamos más de
museo de animales embalsamados. una hora. Después los vamos a dejar de vuelta a
-¿Y qué los trajo por acá? -preguntó la mayor, El Vagabundo. ¿Qué les parece?
alisándose el cabello en un gesto de coquetería Fabián y Sandra la miraron sorprendidos y
mal disimulado. alegres. Aunque con una leve apariencia brujeril,
-Casi nos lleva el Baker -exclamó el tío Enri­ esa mujer se les antojaba en esos momentos una
que-. Venía muy torrentoso. Íbamos hacia Caleta verdadera hada madrina.
Tortel y se nos paró el motor de La Corcovada.
No hubo caso que arrancara de nuevo. El gaucho El lanchón de las Cabrales era mucho más se­
Rafael tenía mala su lancha y pidió prestada la de guro que La Corcovada. Así al menos les pareció
Teodoro Valverde, pero tampoco le funcionó el a los niños cuando bajaron las escalinatas de la
motor. Pasamos susto, Abelarda. Casi nos lleva la casa de las hermanas y se subieron confiados a una
corriente a los remolinos. embarcación más grande y de mayor importancia
-No fueran nada los remolinos -exclamó Fa­ que la lancha del día anterior.
ride-. Por acá está la cascada. Hay que venir en Como un eco remoto de los indios onas que
buenas lanchas por estos pagos. Y más si se va a mantenían siempre una lumbre encendida en sus
Caleta Tortel. canoas, la lancha de las Cabrales tenía también en
-Precisamente nosotras vamos esta tarde en el el interior de la cabina una salamandra que enti­
lanchón patriarcal -dijo Abelarda, con una sonrisa. biaba agradablemente a las tres hennanas. Éstas,
-¿Pensabas ir a Caleta Tmtel? -preguntó Faride. sentadas alrededor del fuego, se echaron unas
-No nos habías dicho nada -agregó Dorca. mantas escocesas sobre las rodillas y empezaron
-Era una sorpresa -respondió Abelarda, mirando a hacer circular un mate de calabaza. De vez en
100 LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 101
MANUEL PEÑA MUÑOZ

cuando, le echaban más agua de una pava, como visaron Ul) pingqino asustadizo, con su frac negro,
llamaban a la tetera que estaba en el fogón y se lo que rápidamente se ocultó entre los coirones. Más
pasaban al tío Enrique sujetando con cuidado la allá -y bajando el río a buena velocidad- vieron
bombilla de alpaca. Entre risas y risas, las mujeres bandadas de cisnes de cuello oscuro.
con el guardabosques, el gaucho Rafael y el tío ¡Qué hermoso eran los parajes del Bakerl En
Enrique conversaban y se contaban historias de la algunos sectores, incluso era tan ancho que la otra
pampa magallánica. orilla se veía a gran distancia, al otro lado de los
-Allá en Porvenir ya no queda nadie -contaba pequeños islotes que se formaban en el curso del
Faride-. En una época estuvo bueno con el petró­ río, ancho como el mar. El guardabosques sorteaba
leo, pero ahora está mala la cosa por allá. No se ve con gran presteza los promontorios donde hacían
nadie en las calles. El puro viento no más, jugando nido las aves y avanzaba sin dificultad hacia Caleta
con los papeles. Es terrible. La gente vive y muere Tortel en medio de la espuma.
sin conocer una vida más digna. -¡ Ya vamos a llegar! -les dijo Abelarda desde
-Nosotras tuvimos que cerrar tres frigoríficos el interior de la cabina.
-contaba Abelarda-. Ya no está resultando la A través de los vidrios empañados, las hermanas
crianza de ovejas. No es como antes. daban rápidos vistazos hacia el río, comentando
-Nada es como antes -concluyó Dorca con la los cambios climáticos que se habían operado
vista perdida en los bosques del Baker. últimamente en el sur.
Los niños prefüieron sentarse afuera para ver -Antes, en Semana Santa ya estaba lloviendo
mejor el paisaje y a los pocos minutos, La Cabrales torrencialmente y no paraba de llover hasta sep­
surcaba el Baker con gran ímpetu, dejando atrás tiembre, octubre inclusive.
la casona perdida entre los árboles. -Nosotras siempre hemos venido en Semana
Santa y nadie nos mueve de la casa por las lluvias.
Las olas lamían las riberas en las que dormi­ Convidamos a los baqueanos a jugar al truco por­
taban las garzas, los caiquenes y las avutardas de que en algo hay que entretenerse. Pero desde hace
plumaje castellano. En medio de los cañaverales di- tres años, el tiempo está muy bueno. Es un gusto
102 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 103

ahora poder disfrutar del otoño. de todo, _era qu_e cada uno tenía un papelito atado
-Es tan lindo por acá... Primera vez que tene­ a una cuerda.
rnos sol en pleno mes de abril. Antes no se podían -¡Llevan todos una carta! -exclamó Faride
ver los árboles por la niebla. Bien cerrada es por sorprendida desde la cabina.
estos lados. -¿Quién los estará mandando?-preguntó Dorca.
De pronto, los niños miraron al cielo y no pu- Las tres hermanas habían salido a la cubie1ta
dieron creer lo que veían. y allí estaban, haciéndose visera con las manos y
-¡Mira! -exclamó Sandra, apuntando hacia mirando con el tío Enrique, el gaucho y los niños
arriba. hacia aquellos globos que se entrechocaban unos
Una bandada de globos multicolores se ele- con otros, como despidiéndose y se elevaban más
vaba verticalmente hacia las nubes desde Caleta aún para perderse más allá de las nubes.
Tortel. Unos se dispersaban detrás de las montañas.
-¡T ío Enrique! ¡Mire los globos! -exclamó Otros subían verticalmente y de pronto, como si el
Fabián. vientecillo hubiera cambiado de parecer, tomaban
El tío Enrique se asomó. otro rumbo. Quizás un día iban a perder altura e
-¡Increíble! -dijo-. ¡Globos en la Caleta Tortel! iban a caer a un potrero salvaje donde una vaca
El vientecillo frío de la tarde, ese juguetón y analfabeta se iba a quedar sin poder leer el men­
amigo de los niños, había salido y allí estaba, saje... Quizás.
revolviendo nerviosamente en el cielo, aquellos Tal vez alguno iba a caer mansamente en el le­
juguetes que una mano cariñosa le había enviado cho de un río y entonces las sirenas iban a sonreír
desde la tierra como si fueran volantines para desde la cubierta de un buque sumergido, aún sin
mecer y jugar. saber leer... Un día quizás iban a contestar saltando
Eran globos azules, blancos, amarillos, rojos en el río con alegres cabriolas cada vez que vie­
y anaranjados. Tenían todas las formas posibles. ran a un ser melancólico con rostro sin respuesta,
Unos redondos, otros ligeramente ovalados y aún al­ mirando desde un puente o desde una roca. Otros,
gunos en forma de culebra. Pero lo más sorprendente tal vez, iban a subir alto, muy alto. Entonces esos
104 MANUEL PEÑA MUÑOZ

mensajes los iban a leer los ángeles... 9


a,
y otros, tal vez, iban a llegar arriba, muy amb
iba
casi al nacimiento del río Baker. El viento los EL DESEMBARCO EN LA CALETA
Y en­
a empujar hacía las comarcas del río Ñadis
ente,
tonces, uno de ellos, uno azul y casi transpar
iba a revolotear sin prisa sobre las altas copas
de ¡ Caleta Tortel! Un lugar perdido en las riberas
de
los mañíos, en un lejano bosque del sur, en don del río Baker. Sus casas se alineaban a lo largo del
dos hermanos iban a encontrarlo. ventisquero, como si sus espaldas se aferraran a
le
Uno de ellos iba a subir al árbol e iba a leer las rocas. Una línea fina atravesaba de lado a lado
sim­
a su hermana desde la copa el mensaje que el farellón, como si una mano invisible la hubiera
plemente decía: trazado con un pincel. Era la pasarela de madera
o.
Si encuentras este globo, contáctate conmig que unía cada una de esas casas agarradas con
a.
Vivo en Caleta Tortel. Pasaje Simpson. Cas fuerza a la cintura del roquedal, como si de pronto,
4. P.M. temieran caer al abismo. ¿Por qué extraña razón
Allí estaban, precisamente, Fabián Y Sandra, esos pobladores treparon las rocas y decidieron
en el
con el papelillo doblado en cruz, teniendo construir el caserío en esas hendiduras? ¡Como
to
corazón un mágico presentimiento porque pron pájaros encantados, vivían sus destinos solitarios
iban
iban a desembarcar en el pequeño muelle Y se mirando por las tardes arreboles increíbles, con la
a enfrentar a la enigmática verdad. vista perdida hacia el mágico sur!
Fabián fue el primero en saltar al estrecho mue­
lle de madera que unía el río Baker con él primer
peldaño de la escalinata. Era el primer paso que
daría en pos de lo increíble. Detrás venían Sandra,
las tres hermanas y el tío Enrique con el gaucho,
mientras que abajo se había quedado el guarda­
bosques a cargo de la lancha.
MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 107
106
alegrar a los I}iños de pueblo en pueblo por las
-Yo no me explico a qué vienen ustedes a Caleta
riberas del Baker.
Tortel -dijo Abelarda.
Ya había pasado la semana anterior dejando su
-A visitar a unos amigos en el pasaje Simpson
cargamento de fantasía y sueños. Los niños lo ha­
-dijo el tío Enrique, ocultando la verdadera misión.
bían rodeado y sus padres, por unas monedas atro­
-Pasaje Simpson... -dijo dubitativa Faride-.
jadas a su sombrerito de duende antiguo, lo habían
Queda al final de la balaustrada.
aplaudido también, divütiéndose con las acrobacias
Los niños continuaban ascendiendo por la es­
, musicales a que sometía sus títeres.
calinata de madera hasta llegar a la pasarela que
Él mismo fabricaba sus brujas y zapateros en
con su baranda torneada y tosca, se asomaba allá
n­ la garganta del Río de las Minas en donde tenía
arriba, como si fuera un prolongado balcón exte
su pequeño taller. Con paciencia de monje y con
dido sobre la inmensidad del Baker.
pequeños formones y gubias, tallaba esas maderas
Nadie avanzaba por el pasadizo. Sólo se veían
o de las islas australes y encontraba oculta en ellas
las casas con sus pequeños jardines y el hum
un mago o una princesa encantada durmiendo en
bononeando el cielo. Allá aniba aún flotaban los
el interior del gancho de un roble viejo.
últimos globos detrás de los tejados y de las chi­
Luego, con amor, en las soledades pampinas,
meneas con sus penachos blancos. Saltando los
arrullado por el viento triste de la llanura, iba
tablones que emitían graves ecos, Fabián y Sandra
r formando las diminutas piezas de sus payasos.
siguieron avanzando por el maderamen hasta llega
Con hilos invisibles unía cabeza, brazos y piernas,
a una plazoleta en medio de los roqueríos, donde
sonriéndoles siempre a sus reyes y pastores, como
graznaban los pájaros.
si se comunicara con ellos y con la alegría ·sana de
Fue entonces cuando lo vieron. Rodeado de
su corazón les contagiara un soplo de vida.
niños estaba el titiritero moviendo los hilos de una
Así, con pinceles de pelo de guanaco y lana
marioneta. Era un artesano delgado y muy pálido,
virgen de oveja sureña, daba forma y espíritu a
todo vestido de verde, con una ligera barba rubia,
los rostros de los arlequines, dibujando ojos que
venido de las pampas australes: un fabricante de
a pestañeaban muy rápido o esbozando peinados de
muñecos, que con sus juguetes y globos venía
r 108 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 109

complicadas pelucas de estopa. mis papá no .se separen" ..."Me gustaría que me
Cuando ponía su música en el gramófono o mandaran juguetes", escribió Claudia, de diez
un niño daba vueltas la manivela de su organillo, años, en su papelillo. "Que alguien me envíe una
emperadores o calaveras danzaban como pequeños muñeca", pidió Laurita a los pájaros lectores. Y
trasgos que tuviesen vida propia. Y hasta el viento Julia, de once años, anotó: "Que se dejen de cortar
venía a ver el espectáculo, soplando las capas de árboles. No queremos caminos para que pasen los
paño a media tarde. soldados". Otros mensajes decían: "Manden paz
Junto a él, aiTacimados, bailaban los globos en al planeta", "Qui ero conocer el polo sur", "Que
perpetuo vaivén. Al final de la función y también no pongan más bombas", "Que mi papá se junte
por unas monedas mágicas, el saltimbanqui se los con mi mamá", "Quiero que este papel lo lean los
entregaba a cada niño deseoso de enviar un men­ pájaros allá aniba y también los saltamontes".
saje al otro lado del planeta. Así, en improvisados Había globos que se separaban, como si fueran
apoyos, en la baranda o sobre las rodillas, los niños a distintas secciones del firmamento. Por el paso
escribían sus cartas en papeles de colores que el cordillerano de Las Llaves se fue uno que decía:
mismo artista les procuraba. "Que venga pronto la lluvia para que la cosecha
Rosa Olivares, que vivía en la segunda casa de sea buena". En cambio, por un caminito abierto
la pasarela, mojó con la lengua la punta del lápiz y entre las nubes, iba uno blanco, muy alto, que
escribió: "Si eres una niña de Venus que encuentra simplemente decía: "Quiero que mi papá tenga
e ste globo, por favor, mándame una señal porque trabajo". Más allá, por el lado por donde se pone
quiero ser tu amiga". A su lado, su hermano Jaime el sol, iba otro solitario en el que un niño había
e scribió su mensaj e pidiendo un amigo que pudiera escrito: "Diosito, qu e mi mamá se mejore". Y uno
escuchar sus confidencias y secretos por las tardes, amarillo, sin firma, que se fue por el camino del
en tanto qu e Filomena Gallardo deseó en su carta arcoiris, decía: "Quiero que a los niños del mundo
secreta que no ardiera más el bosque. los quieran como me quieren a mí" ...
Cada niño escribía su mensaje sorprendente Era, verdaderamente, una fi esta la visita del
o imaginativo: "Que no ensucien el mar", "Que mago. Los niños lo e speraban en las pasarelas

l
110 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR lll

cuando divisaban su lancha de colores venir por -En .Navidap... Vendrá por el Baker tira
do por
el Baker desde los archipiélagos australes..Él les una bandada de golond1inas de mar.
hacía una seña desde lo más profundo del río. Y -Nadie me ha escrito -decía un niño
pequeño.
ellos se la contestaban porque sabían que más -No importa -le respondía-. Los áng
eles no sa-
que un encantador era un amigo. Lo intuían en la ben escribir, pero en la noche vienen a
acaticiarles
mirada o en la fuerza de su sonrisa, quizás en su el pelo a los niños cuando están durmie
ndo.
vestimenta, en el modo de girar la manivela del -Y dime, ¿escriben los marcianos?
organillo o en la manera de accionar los hilos de -Los marcianos no, pero muchos ast
ronautas
sus marionetas. �on t�mbién poetas -les respondía el mago que se
Sabían que desde el fondo de su corazón nacía 1magmaba a sus globos revoloteando
por astros
un puentecillo invisible por donde podían caminar lejanos-. En Saturno deben estar los
astronautas
confiados. En su más recóndita intimidad, presen­ bajándose de sus naves y persiguiendo
globos con
tían que ese hombrecillo salvaje se comunicaba inmensas redes de mariposas para res
ponderles los
con las estrellas y podía interpretar cada uno de mensajes a los niños del río Baker
.
sus sueños. A su lado, el artista llevaba siempre con
sigo un
Allí iban a su encuentro, bajando por la pasa- pequeño balón de gas de helio con el
que inflaba
rela para ayudarlo a desembarcar de su lancha y los globos. Así, abriendo una válvul
a, el aire es­
acompañarlo hasta la plazoleta cargando el pe­ capaba y llenaba los alegres juguetes
del viento ...
queño organillo, el gramófono con los discos y las Atrapando las cuerdas, los niños anu
daban sus
maletitas de los títeres. mensajes y los soltaban frente a la últ
ima pasarela,
-Mandé mi globo y no me han contestado -le exactamente junto al pasaje Simpso
n.
decía uno tironeándole de una manga. -¡ Yo lo conozco! -exclamó el tío Enr
ique, reco­
-Quizás lo están leyendo en una nube -le res­ nociendo a su amigo magallánico a qui
en llamaban
pondía con una sonrisa. "el poeta de la brnma".
-La semana pasada pedí un velero. ¿Me lo Sorprendido, el juguetero -que integra
ba el grupo
traerán? de poesía Cornamusa, de Puerto Na
tales- saludó
"AMB�S T�NÍAN ESA SECRETA VIRTUD EN COMÚN DE SER ALIADOS DE
LOS NINOS ...
114 MANUEL PEÑA MUÑOZ
LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 115
amablemente al tío Enrique con un abrazo. Qui­ amigo mío muy querido. Vayan a ver
zás, ambos tenían esa secreta virtud en común de lo. Lo necesi­
ta. Por lo demás, no está muy lejos. Ca
ser aliados de los niños y comunicarse con ellos minen hasta
el final de la pasarela. Yo los estaré
a través de materiales insignificantes y mágicos: esperando.
El tío Enrique tomó la mano a los
un globo, una poesía, un remolino de papel, una sobrinos y
caminó en dirección al pasaje Sim
palabra oportuna o una caja de seis lápices de pson junto al
gaucho y a las tres hermanas, que est
colores... aban comple­
tamente sorprendidas por la conversac
-¡Enrique! -exclamó el titiritero. ión.
-Siempre tú envuelto en estos enredo
-No me creerás si te cuento que estamos aquí, s, Enrique
-exclamó Abelarda con un ligero tono
precisamente, por uno de tus globos. reprobatorio.
.,
Fabián sacó del bolsillo el papel y se lo extend10
al mago.
-¡Increíble! -dijo-. ¿ Y de dónde son ustedes?
-De arriba del Ñadis -respondió Sandra.
-¡Sorprendente! Es primera vez que tenemos
una respuesta. Esto es un milagro porque por lo
general, los globos vuelan con sus mensajes pero
se pierden en los bosques o en la cordillera. �adíe
los lee jamás o quién sabe, nadie puede decirlo ...
l· Cómo saben ustedes si uno de los mensajes lo
. ,
leyó un coronel perdido en la selva y no tiene como
responderle a un niño?
El hombrecillo del traje verde leyó en voz alta:
-"Si encuentras este globo, contáctate conmigo.
Vivo en Caleta Tortel. Pasaje Simpson. Casa. 4.
P.M." ¡No puede ser! Este mensaje lo escribió un
10
UNA DIRECCIÓN ENIGMÁTICA

Allí estaba precisamente la dirección que


bus­
caban. El pasaje Simpson, tal como se lo
habían
imaginado, constaba de unas pocas cas
as de ma­
dera 1ústica asomadas al río Baker. La últi
ma de
ellas era la número 4. El tío Enrique gol
peó con
una mano de bronce que empuñaba una bol
a y a los
pocos instantes vino a abrir una mujer mad
ura de
pelo canoso, secándose las manos en el
delantal.
-Estos niños encontraron un mensaje atad
oa
un globo. Viene firmado con las iniciale
s P.M. y
el remitente es precisamente esta direcció
n.
La mujer miró desconfiada al grupo y
ense­
guida tomó el papel. Se ajustó unos ant
eojos con
cadeneta que llevaba colgando al cuello y
leyó con
una sonrisa.
-Increíble-dijo-. Es la letra de mi hijo Pab
lo ...
Pablo Mendieta.
-¿Podemos verlo? -preguntó el tío Enriqu
e.
-Voy a ver si está despierto. Ha estado enfe
rmo
estos días y no se ha querido levantar
desde la
semana pasada cuando estuvo, precisamen
te, por
118 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR ll9

aquí el hombre de los globos. Pablo se entusiasmó la cadena de montañas nevadas y quizás, en una
cuando escuchó la música del organillo y salió a curva, amarrada con una soga, flotaba el lanchón
verlo para mandar un mensaje...Va a estar contento en el que habían llegado por casualidad a la casa
con la sorpresa... Pasen. de las Cabrales.
Los niños entraron a una sala en la que había Fabián y Sandra entraron de puntillas y vieron
unos cuantos sillones, unos retratos desteñidos de en el centro de la habitación una cama de respaldo
antepasados en las paredes y en un rincón, unos de níquel en la que estaba acostado un niño entre
aparejos de pescadores. almohadones blancos. Se veía pálido y ojeroso.
-Vamos a conocerlo -le dijo Fabián a su her- Quizás una enfermedad había minado su cuerpo
mana. o su corazón.
Las tres hermanas pasearon la vista por el inte- Descendiente de las antiguas familias que po­
rior de aquella casa humilde, perdida en un confín blaron los archipiélagos australes, el niño tenía en
del mundo, en una pequeña caleta cuyo nombre sus rasgos las huellas de remotas civilizaciones
apenas se conocía en Aisén. indígenas. Sus bisabuelos y tatarabuelos quizás se
Al cabo de un instante, la cortina que cubría una teñían el cuerpo con franjas blancas y asaban la
puerta se descorrió y por ella apareció el padre del carne de guanaco en piedras calientes.
niño enfermo. Heredero de la cultura selk'nam, este niño sólo
-Pablo no se ha sentido bien -dijo-. Pero quiere conservaba de ella la forma almendrada de los
conocer a los niños que encontraron su globo. Dice ojos y la tez aceitunada de los hombres que viven
que pasen. bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Quizás sus
Las hermanas se quedaron sentadas en los si­ antepasados habían sido cazadores de guanacos
llones de la sala como momias abandonadas. Sólo o amansadores de caballos monteses. Tal vez mu­
el tío Enrique, el gaucho y los niños entraron a la rieron un día bajo un manto de nieve desprendido
habitación del niño enfermo. de la cordillera y sólo libró una pareja de indios
Era un cuarto modesto, con una ventana que caía onas del alud. Muchos años habían transcunido
justo a un recodo del río. Allá, precisamente, se veía antes de que sus abuelos se asentaran en esa aldea
120 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 121

anclada al ventisquero, en donde aprendieron a Pensé. que t�l vez alguien podría venir algún día a
sobrevivir de la pesca en los canales y del .aceite contactarse conmigo. Claro que nunca pensé que
de lobo marino. se iba a cumplir mi sueño. Era como escribirle una
-Pasen -les dijo confiado, con un rostro lleno de carta a las estrellas ...
felicidad-. Nunca pensé que mi globo iba a llegar a -¿Y vas al colegio? -preguntó Sandra, inte­
alguna parte. Pero a veces sucede ¿no es verdad? resada en conocer al nuevo amigo que les había
Los niños lo saludaron también con alegría y le enviado el viento.
contaron cómo habían encontrado el globo en el -Voy a la escuela San Juan Bosco. Es la única
bosque de mañíos y cómo habían emprendido la que hay en Caleta Tortel.
peligrosa travesía por el Baker, en compañía del -¿Sabían ustedes que San Juan Bosco fue titi­
tío Enrique, para conocer al emisario de aquella ritero? -preguntó el tío Enrique con una ceja en
carta pidiendo amistad. alto-. Se comunicaba muy bien con los niños a
-Estamos tan perdidos en estos paisajes que es través de sus marionetas de palo. Igual que mi ami­
bueno saber que alguien, al otro lado del bosque, go de los globos. Figúrense ustedes que antes de
está pensando en nosotros -dijo Pablo. morir, el santo de Turín dijo que los salesianos se
-Nosotros no sabíamos quién había escrito el iban a extender por todo el confín de la América del
mensaje -señaló Fabián-, pero hicimos todo lo Sur. Y así ha sido. Toda la Patagonia está llena de
posible por responder al llamado. Sentíamos que sacerdotes italianos que heredaron su espíritu. Por
era algo importante. eso, no es casualidad que ellos hayan expandido
-Es importante -dijo Pablo-. Ustedes no saben también el amor hacia las marionetas talladas en
lo que es estar postrado en cama deseando hablar los vericuetos del polo sur. Yo vi funciones mara­
con alguien. Hay días enteros en que no viene villosas con mi amigo titiritero en Puerto Natales,
nadie a verme. Y es triste estar pensando en uno donde unos curas napolitanos que disecaron todos
mismo ... No hay mucha gente aquí en Caleta Tor­ los animales magallánicos. En una de las salas
tel. Por eso, cuando vino el hombre de los globos, tenían un retablo fabuloso... Vimos cuentos de
quise enviar un mensaje. Era como una esperanza. hadas... leyendas de los indios onas y alacalufes...
122 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 123

¡ Hasta una ópera de Mozart!... -se disculpó yl papá-. La antena sólo recibe la se­
Los niños estaban absortos escuchando al tío ñal de México. Por eso los niños de Caleta Tortel
Enrique. y de Puerto Yungay dicen "chamaco", "ni modo",
-Nosotros en la escuela también hacemos títeres "frejolitos" y "platicar" en vez de "conversar". No
-dijo Pablo. hay caso. Se pegan las palabras de la televisión.
-¿ Y cómo vas hasta allá? -preguntó Fabián. Aquí los niños hablan como mexicanos. Es curio­
-Dos compañeros me vienen a buscar temprano so. Vivimos en Chile y conocemos las vidas de los
todos los días y después otros dos me traen. Cada niños aztecas. Eso que en México yo creo que ni
semana la profesora los va turnando. siquiera saben que existimos*.
-¿ Y qué haces cuando llegas a la casa? -Tampoco en Chile saben que existimos -agre­
-Me quedo ahí en ese escritorio. gó la mamá del niño, moviendo la cabeza.
-¿ Y cómo te entretienes? -preguntó Fabián-. -Bueno, tenemos que irnos -dijo el tío Emique-.
¿Puedes jugar? No quiero que nos pille la noche en el Baker.
-No, pero me quedo pintando los telones para -No se vayan todavía -pidió Pablo.
el teatro de títeres. Hago las nubes con algodón. Fabián y Sandra tampoco querían dejar al nuevo
También pinto las caras con polvos azules, purpu­ amigo. Deseaban estar con él un momento más
rina y tierra de color. El titiritero de Magallanes antes de regresar otra vez a El Vagabundo. Se­
me enseñó. A veces vienen amigos y jugamos al guramente, el papá los estaba ya aguardando con
dominó, al truco o a la brisca. Después me acuestan los muchachos contratados para el enganche del
y veo televisión. Todavía no tenemos en colores, camino y emprenderían el viaje de retorno al día
así que vemos ésta en blanco y negro. siguiente en los caballos.
Los niños, sorprendidos, vieron que el pequeño -Otro día vamos a regresar. Se los prometo
televisor transmitía noticias de ciudades que jamás -dijo el tío Enrique-. Los niños salen mañana
habían oído hablar. Un locutor hablaba de Vera­ de regreso a su casa con los nuevos obreros. Mi
cruz, de Guanajuato y de Guadalajara. hermano es el encargado de contratar dinamiteros
-Es que aquí no se ve televisión chilena todavía que sepan manejar el polvorín y la sien-a eléctrica
*En la década de los años ochenta, cuando se inició la construcción de
la Can-etera Austral, muchos pueblos australes estaban aislados. Muy
pocas casas contaban con telev1s1ón y no se recibía la señal de los canales
chilenos. (Nota del autor).
124 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NLÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 125

de aserruchar alerces. La madre se acercó a la cama y echó hacia atrás


-No nos van a dejar ni un árbol -opinó la madre las mantas. Allí estaba el niño del río Baker, débil
del niño. en su enfermedad.
-Pero nos van a dejar un camino -dijo el gau- Fabián se acercó y lo ayudó a incorporarse. El
cho, atreviéndose a opinar. niño enfermo se irguió, quedó sentado en un cos­
-¿ Y de qué nos sirve? -señaló el padre del tado de la cama y apoyó las piernas en el suelo.
niño-. Toda la vida nos hemos manejado aquí con Sandra lo tomó del brazo y así, con ayuda de los
los canales. Si queremos ir a alguna parte, vamos hermanos, Pablo dio un primer paso, caminó por la
remando. estancia y se asomó al ventanal para ver revolotear
-Es tenible lo que están haciendo con los robles las gaviotas y los caiquenes.
-agregó la madre-. Ayer no más vi como cortaban Apoyado en sus nuevos amigos, el niño salió a
un ñirre que ha estado aquí mucho antes que los la habitación donde aguardaban las tres hermanas
indios alacalufes. Es un crimen. Cabrales. Sorprendidas, se levantaron y saludaron
-Preferible el camino y no los árboles -dijo el al niño, mientras el gaucho les abría la puerta.
gaucho. -Vamos -les dijo el tío Enrique-. Ya es hora
-¿ Y quién va a venir por ese camino? -exclamó de irnos.
el pescador-. Si aquí no vive nadie por estos pagos Ayudado por Fabián y Sandra, el niño salió a
a miles de kilómetros a la redonda. la pasarela en el instante preciso en que cruzó el
Ya estaba cayendo la tarde en el Baker y debían acantilado una bandada de avutardas.
remontar el río en el lanchón de las Cabrales.
-¿ Y no puedes levantarte? -preguntó Sandra-. Allá afuera, el titiritero venía a su encúentro. La
Nos gustaría verte de pie antes de irnos. función ya había finalizado y se acercaba acompaña­
-Imposible -dijo la madre-. Le cuesta mucho do de sus eternos ayudantes, que le cargaban bolsos,
caminar. El día en que salió a escribir el mensaje flautas y maletines hasta la lancha a motor.
en el globo, tuvimos que llevarlo entre varios. -Ya me voy, Pablo. Quizás, más adelante, re­
-Haz el intento -pidió Fabián. grese. Voy a dejarte por ahora esta marioneta para
726 MANUEL PEÑA MUÑOZ LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 127

que la tengas como modelo. Y recuerda: siempre, el que hacía girar con un quejido las aspas de los
siempre voy a ser tu amigo. molinos y mecía las hojas de los notros haciéndolos
El titiritero le extendió a Pablo un muñeco hablar en sueños.
sonriente accionado con hilos que les hizo una Ese era el viento que ahora iba a recibir el
parsimoniosa reverencia a los amigos venidos del globo con el nuevo mensaje atado, como si se
río Ñadis. tratara de un milagroso regalo. Sandra, Fabián y
-Gracias por la visita-dijo el muñeco con voz Pablo, sin decir nada a nadie, se miraron con aire
nasal. cómplice. Se sentaron en un escaño de la pasarela
En la otra mano, el titiritero traía un globo azul, Y hablaron en voz baja, poniéndose de acuerdo
exactamente igual al que habían encontrado los en secreto.
he1manos en la copa de un mañío. -Que no lo sepa nadie -dijeron.
-Me quedó éste -les dijo a los niños-. Se los Ambos hermanos hablaban entre sí y escu­
traigo de regalo con un papelito blanco atado en chaban atentamente las palabras de Pablo. Luego
su extremo. Escríbanlo antes de que se vaya el hablaron Sandra y Fabián... El viento dispersaba
viento. las voces, de modo que los adultos no podían oír
Pero el viento del estuario no se iba a ir tan rá­ lo que los niños conversaban. Era como si la brisa
pidamente. El vientecillo frío que venía del polo protegiera las palabras infantiles, como si no qui­
tenía tiempo de esperar. Era el viento amigo de los siera que se profanara ese deseo sagrado que iban
niños que achaparraba las ramas de los ñirres, se a escribir en un papel en blanco.
ponía a jugar a la ronda en la ropa tendida, ondula­ En un costado, apoyado en la baranda, el ti­
ba los trigales, remecía los vidrios de las ventanas, tiritero hablaba de poesía y teatro con ·su amigo
desorientaba las veletas y dispersaba en el río las Enrique. Más allá, las tres hermanas conversaban
hojas secas de los alerces... con la madre de Pablo
Era el viento que se metía por las rendijas, ulu­ -Vamos a venir a verlo siempre, señora...
laba en el cañón de la cocina y soplaba las velas El gaucho Rafael miraba el horizonte...
de las palmatorias para que los niños se durmieran, Sandra terminó de escribir la frase y la leyó
128 MANUEL PEÑA MUÑOZ
LOS NIÑOS DE LA CRUZ DEL SUR 129

detenidamente en silencio, apenas moviendo los Aferrado� a la pasarela, los niños lo siguieron
labios. Sí. Sentía que interpretaba el deseo de larg�mente con la mirada... hasta que lo perdieron
muchos niños. Cada uno se sentiría identifica­ de vista.
do con esas palabras incomprensibles para los
adultos...
-Ahora firma -dijo Sandra a Pablo.
Sonriendo, le pasó el lápiz para que también
él firmara el mensaje. El niño leyó en silencio la
impecable caligrafía de Fabián y también sonrió.
Sí. El también estaba de acuerdo. Luego, Pablo
dobló en cruz el papel y lo amarró en el extremo
del hilo para que un día lo leyeran los gorriones,
los ángeles o las estrellas. Quizás también un
día iba a leerlo un niño en un lugar lejano. Tal
vez...
Los tres amigos tomaron el globo azul con
amor y lo soltaron en la baranda. El viento lo
recibió con una sonrisa y como un cartero in­
visible, sopló y sopló levemente, jugueteando
con él, haciéndolo rebotar en la punta de sus
dedos, empujándolo suavemente por entre las
ramas de los mañíos en otoño, llevándolo ahora
por sobre las copas de los cipreses y luego más
allá de las nubes... Arriba, siempre hacia arriba,
como lo había hecho antes en las riberas del río
Ñadis...
TÍTULOS DE LITERATURA CHILENA
PUBLICADOS EN ESTA COLECCIÓN

Antología poética Cuentos de Chile 1


para jóvenes Selección
(Clásicos. Modernos. de Floridor Pérez
Contemporáneos)
Selección de Cuentos de Chile 2
Hugo Montes Selección de
Floridor Pérez
Antología poética
de Vicente Huidobro Cuentos secretos
Selección de de la historia de Chile
José Manuel Zaftartu Jacqueline Balcells y
Ana María Güiraldes
Caleuche;
Magdalena Petit Cuero de Diablo.
Cuentos.
Como en Santiago; Guillermo Blanco
Cada oveja con su pareja
Daniel Barros Grez Deja que los perros ladren;
El senador no es honorable
Cuando el viento Sergio Vodanovic
desapareció; Mac, el
microbio desconocido El camino de la ballena;
Hemán del Solar Francisco Coloane
El cepillo de dientes; Gracia y el forastero Lanchas en la Bahía Obras completas
El velero en la botella Guillenno Blanco Manuel Rojas Tomo 2
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