Zavala de Gonzalez 2

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Voces: DAÑOS Y PERJUICIOS ~ ACCIDENTE DE TRANSITO ~ RELACION DE CAUSALIDAD ~

IMPUTABILIDAD ~ AUTOMOTOR ~ TRANSITO ~ CONDUCTOR DEL AUTOMOTOR ~ GUARDIAN


DE LA COSA ~ SENDA PEATONAL ~ PEATON ~ EXIMICION DE RESPONSABILIDAD ~ CULPA DE
LA VICTIMA ~ CASO FORTUITO O FUERZA MAYOR ~ MOTO ~ CULPA CONCURRENTE ~
CONCAUSA ~ TERCEROS ~ CONDUCCION IMPRUDENTE ~ INFRACCION DE TRANSITO ~
OBLIGACIONES DEL PEATON ~ PRUEBA ~ PRESUNCION ~ CARGA DE LA PRUEBA ~ COSA
INANIMADA ~ IMPRUDENCIA ~ EXCESO DE VELOCIDAD ~ MANIOBRA DE CONDUCCION ~
BICICLETA ~ RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES ~ MENOR ~ DEBER DE VIGILANCIA PATERNO
~ MEDIDAS DE SEGURIDAD ~ RESPONSABILIDAD SOLIDARIA
Título: Problemas causales en accidentes de tránsito
Autor: Zavala de González, Matilde
Publicado en: RCyS2011-X, 20
I. Causalidad e imputación.- II. ¿La relación causal debe ser probada o se presume?.- III- Automotores
en movimiento o incorporados al tránsito.- IV Automóviles estacionados como causa.- V. Todo conductor
es guardián.- VI. Influencia causal de infracciones a reglas de tránsito.- VII. No hay un principio “pro
víctima”.-VIII. La causa imputable a la víctima no requiere culpa.- IX. ¿El obrar del damnificado debe
significar caso fortuito?.- X. Situaciones de la víctima como causa o concausa.- XI. El automovilista frente
al peatón distraído o imprudente.- XII. Cruce fuera de senda peatonal.- XIII. ¿Ciclistas y motociclistas
concausan sus daños por riesgos pasivos?.- XIV. Culpas paternas en daños a inimputables.- XV.
Distribución del peso nocivo ante hecho concausal de la víctima.- XVI. Omisiones de víctimas para
autoprotección.- XVII. ¿Causa o culpa de tercero por quien no se debe responder?.- XVIII. Hecho
concausal de tercero.- XIX. Relevancia del caso fortuito
Abstract: “Han transcurrido más de cuatro décadas desde la incorporación de la responsabilidad por riesgo en
el art. 1113 por ley 17.711, teniendo principalmente en miras los accidentes de tránsito. Desde entonces, los
automóviles son cada vez más numerosos, veloces potentes y dañadores. Por eso, la responsabilidad cada vez
asume más importancia y reiteración, y cada vez es más necesaria una mejor protección de las víctimas.”

I. Causalidad e imputación
La causalidad es el tema más difícil y debatido en el Derecho de daños.
Con pesimismo, algunos juristas consideran que esa problemática es insoluble (1); otros, que procede
delegarla en ciencias distintas (2); los restantes, que el juez debe ignorarla a fin de decidir cada caso según su
sentido común de justicia, soslayando directivas económicas y de otra índole (3).
Se trata de escasismos inadmisibles. El "porqué" es pregunta constante del hombre desde siempre, el secreto
de la vida, la clave de cualquier ciencia.
En Derecho, los porqué no sólo son explicativos sino finalistas, al intentar esclarecer varios para qué
orientados a la autoría de secuelas nocivas: quién responde y por cuáles efectos. Lo cual significa imputación
del daño, así no exista imputación de conductas contra el obligado (puede tratarse de la actuación de sujetos o
de cosas dentro de su incumbencia).
Los objetivos residen en no indemnizar desgracias debidas a fatalidades; ni responsabilizar a alguien ajeno
al accidente aunque aparezca en la escena; imputar sólo al autor y únicamente por consecuencias que le son
referibles desde un enfoque fáctico.
Además, el "porqué" interesa para prevenir como función esencial de esta responsabilidad: no causar daños
y evitar convertirse en víctima (4).
La satisfacción de esos objetivos requiere esforzarse para afrontar problemas causales, aunque sin procurar
respuestas por completo certeras e infalibles, sino con frecuencia sólo aproximaciones, tantas veces
dependientes de circunstancias.
Dentro de esa problemática, los accidentes de tránsito desafían la ciencia jurídica. Representan caos de terror
en calles y rutas, al margen de incomodidades, tardanzas y estrés. Las tragedias casi nunca son fruto de
casualidades azarosas, sino de causalidades bien humanas, potenciadas por riesgo de automotores, pero también
por desidia de personas.
Han transcurrido más de cuatro décadas desde la incorporación de la responsabilidad por riesgo en el art.
1113 por ley 17.711, teniendo principalmente en miras los accidentes de tránsito. Desde entonces, los
automóviles son cada vez más numerosos, veloces potentes y dañadores. Por eso, la responsabilidad cada vez
asume más importancia y reiteración, y cada vez es más necesaria una mejor protección de las víctimas.
En este ámbito hay demasiados mitos, elaboraciones pensadas ingenuamente como verdaderas pero que
chocan contra la realidad, como creer que siempre puede haber separación tajante entre causalidad y
culpabilidad (5). Esos mitos a veces se enfrentan como blanco y negro, y peor aún, con alternativas grises.

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Representan una pesadilla para cualquier abogado, que no sabe cuál biblioteca usará el juez, y del juez mismo,
quien tantas veces no sabe cuál abrir.
El repaso de la doctrina y jurisprudencia de los últimos años revela que, aunque algunas posiciones se han
afianzado como mayoritarias e incluso relativamente pacíficas, temas que parecían superados siguen siendo
polémicos, con variadas disidencias.
Hemos seleccionado algunos interrogantes donde confluyen dos o más posturas, ante los cuales por lo
común no existe "una" respuesta correcta, sino "la más justa", según procuramos sintetizar a continuación (6).
II. ¿La relación causal debe ser probada o se presume?
Cuando opera un factor de riesgo para otras personas, la relación causal se presume (7).
Desde luego, "algo" debe probar el actor pero, a diferencia de otros casos, no un nexo etiológico más o
menos acabado, sino rudimentario.
Por lo general, sólo corresponde poner de relieve la intervención del automotor en el suceso y, con
frecuencia, un contacto físico. Lo expuesto significa convicción sobre "que ocurrió" un accidente con
participación de ese vehículo, aunque no esté en claro "cómo" sucedió. A partir de aquellos indicios, la prueba
se invierte.
Quienes niegan tal presunción causal, descuidan que el art. 1113 pone a cargo del dueño o guardián la
necesidad de probar una causa ajena al riesgo o vicio.
Por eso, en la duda sobre la mecánica del accidente, la responsabilidad se mantiene; y en la duda sobre la
importancia de una causa ajena, la indemnización debe ser amplia, achicando el porcentaje de descuento (a
nuestro entender incluso, a veces sin descuento ninguno, como en supuestos de concausalidad con hecho de
tercero). Es que en toda hipótesis de duda, el juez debe fallar contra quien debía probar y no lo hizo.
A título ilustrativo, en colisión de automotores sucedida en intersección con semáforo, la prueba de que el
otro conductor cruzó en rojo no se requiere para fundar la responsabilidad del demandado, sino para excluir la
propia del sujeto contra quien se dirige la acción. Si esa prueba no se rinde, prosperan tanto pretensiones
vertidas en demanda como en eventual reconvención. En efecto, no exime la causa desconocida, sino sólo la
causa identificada y en tanto sea ajena al riesgo del automotor.
Las "presunciones de causalidad" difieren de la "prueba mediante presunciones", en cuyo caso se aportan
indicios que apoyan el razonamiento judicial mediante inferencias (8).
Según los casos, dicha prueba por presunciones puede concretarse por el actor a fin de sustentar la
responsabilidad, o por el demandado para descartarla o disminuirla. Esta última es dirimente cuando, como en
daños derivados de riesgo, rigen presunciones legales de causalidad.
III. Automotores en movimiento o incorporados al tránsito
No cabe dudar sobre la aplicación de responsabilidad objetiva por riesgo contra el dueño o guardián de un
automotor en movimiento; tal constituye la hipótesis clásica.
Sin embargo, la víctima no necesita probar desplazamiento del vehículo; basta que se encontrase
incorporado al tránsito, aun circunstancialmente inmóvil en ocasión del siniestro, pues también entonces
"funciona" y puede tener intervención activa.
En sentido coincidente, se ha declarado:
- "A los fines de la aplicación del art. 1113, el factor riesgo que deriva de la condición de automóvil tiene
aptitud dañosa suficiente cuando éste se halla incorporado al flujo del tránsito normal vehicular, siendo
indiferente en orden a tal peligrosidad que el rodado se encuentre desplazándose u ocasionalmente detenido"
(TSJ Córdoba, Sala Civil y Comercial, 6-8-01, LL Córdoba, 2002-608).
A veces la misma paralización de la marcha es factor detonante del suceso, cuando se practica sin medidas
de seguridad para no generar peligros, potenciando ilícitamente el riesgo genérico del automotor en tránsito.
Así se verifica en una detención momentánea y no preanunciada antes de un giro peligroso —sobre todo
hacia la izquierda— obstaculizando a los vehículos que vienen detrás. O si un conductor frena sorpresivamente,
determinando que otro embista su automóvil en la parte trasera, a pesar de que mantenía distancia
reglamentaria.
En tales supuestos, los daños en el vehículo embestido a raíz de detención prohibida no pueden esgrimirse
contra el dueño o guardián del embestidor, pues resultan de causa imputable a la víctima; la autoría se imputa
entonces contra el obligado por la cosa detenida.
Se constata entonces la particularidad de que una cosa en movimiento y, por tanto mecánicamente activa, sin
embargo es causalmente pasiva.
Sobre el tema, hay doctrina jurisprudencial aquiescente:
- "El hecho físico de embestir, por sí solo, carece de idoneidad suficiente para determinar responsabilidad.

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El giro a la izquierda comporta una de las maniobras más riesgosas del tránsito, ya que implica colocar un
obstáculo tanto en la mano de circulación del vehículo, como en la de sentido contrario que se invade. Además,
el giro a la izquierda realizado de manera intempestiva, sin adoptar todos los recaudos necesarios para adoptar la
maniobra, conforma un plexo contributivo que deviene reprochable por quien conduce el vehículo infractor"
(CCiv. Com. Mercedes, sala 2ª, 7-7-05, JA, Rep. 2006-422, nº 714).
IV. Automóviles estacionados como causa
En principio, como un automóvil estacionado es cosa inerte, sólo tiene intervención pasiva, sin desenvolver
ningún papel causal.
Sin embargo, debe aplicarse responsabilidad por riesgo cuando, además de irregular, el estacionamiento
genera peligro. No sólo hay vicio ante un defecto intrínseco de la cosa, puede consistir en una posición
incorrecta. Desde luego, no basta sólo infringir reglas de estacionamiento; la anormal ubicación debe ser
riesgosa.
Dado que la responsabilidad es objetiva, no excusan casos fortuitos internos. De tal modo, cuando un
automotor se detiene en la ruta por desperfectos mecánicos o una intensa lluvia que impide ver. Puede no haber
culpas, pero se mantiene la obligación indemnizatoria en caso de accidente, por no mediar causas ajenas al
riesgo. Muchas veces sí habrá culpas subyacentes —el dueño no arregló el vehículo, el conductor no señalizó su
detención— pero la víctima no necesita probarlas.
En hipótesis de esa índole ni siquiera se exige contacto físico, como cuando para esquivar un vehículo mal
estacionado, chocan otros dos que venían detrás o alguno embiste a un peatón o se desplaza contra un inmueble.
V. Todo conductor es guardián
Algunos consideran que no es guardián quien mantiene relación de dependencia en el manejo del vehículo,
como el chofer de un ómnibus (9).
Diversamente, estimamos que cualquier persona al frente del volante ejerce un poder de control y dominio
que lo erige en guardián; el art. 1113 obliga no sólo a quien se sirve de la cosa, también a quien la cuida.
En una realidad contundente, el conductor es protagonista decisivo en la guarda porque activa el riesgo; el
automotor se desplaza bajo "su" dirección, aunque trabaje para otro.
A partir de tal premisa, fluyen varias derivaciones: procede accionar sin más contra el conductor, cualquiera
sea su condición autónoma o subordinada; la víctima no tiene que acreditar culpas, ni siquiera a través de
presunciones; dado que la calidad de dependiente no excusa, se elimina la posibilidad de "fabricar"
dependencias inexistentes; y como la responsabilidad es tajantemente objetiva, no importan relaciones internas
del automovilista con otros sujetos, sólo libera una causa ajena al riesgo.
VI. Influencia causal de infracciones a reglas de tránsito
Las reglas de tránsito de tránsito tienen como fin no sólo eliminar o reducir inconvenientes de circulación,
sino sobre todo brindar seguridad, impidiendo potenciación de riesgos y accidentes.
Por eso, la inobservancia de esas reglas puede generar indicios que refuerzan la responsabilidad objetiva del
dueño o guardián o bien, apoyan causalidad de la víctima o de tercero extraño.
Aunque antijuridicidad, causalidad y culpabilidad son presupuestos autónomos, con frecuencia se asiste a
una coincidencia fáctica. Las diferencias teóricas suelen borrarse o diluirse en la realidad pues, según el
contexto circunstancial, las infracciones culpables suelen sustentar presunciones causales.
Por eso, a pesar de que en los accidentes de tránsito bastar una imputación por riesgo, en la práctica los
tribunales indagan culpas. Ya lo había anticipado Orgaz pocos años después de la reforma al art. 1113: aunque
los jueces no lo sepan ni lo quieran, seguirán buscando culpas, pues su gravedad "suele ser elemento de la
causalidad"(10).
Muchos se quejan de esa indagación sobre la mecánica del accidente para "sumar al responsable una culpa
que justifique su conducta"(11), con una explicación adicional como si no bastara el riesgo, que es factor de
atribución autosuficiente.
Lo mismo se verifica en la situación inversa. A pesar de que es irrelevante la culpa del damnificado cuando
no ha sido causa o concausa del daño y de que una eventual negligencia suya no incide de por sí para establecer
el nexo causal, no obstante también aquí los magistrados correlacionan culpa y causalidad: a partir de un
comportamiento inapropiado de la víctima infieren su intervención causal.
Cabe preguntarse por qué los jueces, abrumados por el peso de litigios, ingresan en análisis superfluos sobre
culpas, cuando bastarían mínimas conclusiones causales.
Los partidarios de la culpa como factor de atribución más valioso que el riesgo, dirán que ello obedece a un
impulso moralizador que siempre subyace al responsabilizar o al excluir responsabilidades.
A nuestro entender, sin desconocer la validez de reflexiones éticas a título complementario, el nudo radica

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en la frecuente utilidad de ese análisis. La causalidad supone un juicio de previsibilidad en abstracto sobre daños
probables a partir de determinado hecho, y la culpabilidad se basa en el mismo juicio sólo que en concreto,
desde la perspectiva del dañador o del damnificado. Ambas evaluaciones suelen corroborarse recíprocamente
(12).
La culpa del automovilista suele afianzar la responsabilidad por riesgo del tránsito. Si atravesó la
intersección con semáforo en rojo o desoyendo una prohibición "pare", casi siempre queda sin más cerrado el
tema, y se torna irrelevante indagar alguna posible causalidad de la víctima. Se configura una excepción, entre
otros supuestos, cuando el rodado cruzó de tal manera por haber sido chocado desde atrás por otro (hecho de
tercero por quien no se debe responder).
Por su parte, el peatón que no respeta reglas de tránsito (antijuridicidad) muchas veces actúa con culpa. Casi
todas esas reglas tienden a protegerlo, porque su infracción torna previsible que sufra accidentes. De allí que el
apartamiento a normas de autoprotección, con frecuencia permite afirmar inductivamente que ha sido autor o
coautor del daño propio.
Por eso, no creemos que sea siempre indeseable ese enlace práctico entre causalidad y culpabilidad, que
tantas veces permite arribar a una solución justa del caso.
Un doble fundamento de la responsabilidad del demandado, tanto en riesgo como en culpa, refuerza la
justicia de su deber indemnizatorio.
A la inversa, en general es justo que la víctima soporte el daño que se causó a sí misma pero, cuando este
proceder es además culpable, deviene por completo satisfactoria la conclusión que excluye la imputación
objetiva por riesgo.
En ocasiones, se impone no sólo acatar reglas de tránsito, sino algo más que evite causar o sufrir perjuicios.
Una regla puede imponer que se circule a determinada velocidad (no más y en ocasiones tampoco menos), pero
el principio básico reside en circular a una velocidad tal que en concreto no cause siniestros, lo cual depende de
circunstancias (13). Por eso, las prioridades no son absolutas, ni confieren permiso de arrollar todo lo que se
encuentre al paso; siempre debe mantenerse una velocidad prudente para no lesionar ni ser lesionado.
Así como el solo respeto de normas de tránsito no libera de responsabilidad, las infracciones no la
fundamentan cuando carecen de nexo causal con el suceso.
Puede haber culpa irrelevante de la víctima, porque no ha tenido influencia causal en el evento, como
manejar hablando por celular cuando su vehículo es atropellado por quien cruzó en rojo la intersección.
También está proscripto atravesar una calle en estado de ebriedad, pero esta condición no erige a la víctima
en causante de daños que le infiere un conductor, si aquélla se desplazaba de modo objetivamente correcto, que
no tornaba previsible ser embestida.
VII. No hay un principio "pro víctima"
La dogmática afirmación que suele escucharse sobre interpretar "a favor del damnificado" entraña petición
de principio, porque presupone que hay una víctima con derecho resarcitorio; pero esto no puede saberse si no
se acredita, siquiera a nivel esquemático cuando hay presunciones legales.
Suponiendo que el sujeto no causó el propio daño y que debe haber un responsable, no necesariamente lo es
la persona contra quien dirigió la demanda (14).
Por eso, en la duda sobre alguna relación causal "básica", que posibilite imputación por riesgo, hay que estar
contra el reclamante.
Sin embargo, acorde con el art. 1113, hay una simplificación probatoria que beneficia legalmente a las
víctimas. Reiteramos que en la responsabilidad objetiva por riesgo, el actor no soporta una carga prolija de
demostración, sino a grandes rasgos. Incluso puede tratarse de prueba indiciaria sobre que hubo contacto físico;
como si un automotor queda al lado del peatón embestido de modo que, aun en sin examen sobre rastros en el
vehículo, no puede sino concluirse en que lo atropelló.
No debe resarcirse cualquier daño, sino el injustamente sufrido, lo cual presupone causalidad imputable a
otro. No hay injusticia en que la víctima cargue con consecuencias que ella misma ha provocado.
Por eso, como no hay un principio "pro víctima" que opere fuera del sistema normativo, las directivas de
tránsito también rigen la circulación de peatones y su infracción puede erigirse en causa o concausa de
accidentes que sufren. Ignorar o minimizar esas infracciones cuando han tenido incidencia eficiente
transformaría la responsabilidad por riesgo en una suerte de seguro social en interés ajeno.
La seguridad social jamás debe lograrse a costa de un solo sector de la población lo cual, además de adverso
a la equidad, tornaría irrealizable cualquier sistema de seguro, al encarecer las primas hasta límites
inimaginables.
VIII. La causa imputable a la víctima no requiere culpa
Exime el hecho causal de la víctima, aun no culpable. Basta una conducta inapropiada o desacertada que se

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erige en origen del accidente, aun sin falta o infracción.
Un peatón que cae delante de las ruedas de un automóvil por un resbalón o un desmayo accidental, debe
reputarse autor del daño propio, así esa situación haya sido involuntaria e insuperable.
Como causalidad y culpabilidad son distintas, los inimputables pueden ser autores de daños a sí mismos.
IX. ¿El obrar del damnificado debe significar caso fortuito?
Acorde con una postura, como no existe seguro para el peatón débil, su protección se intensifica hasta el
punto de ignorar sus infracciones culpables como causa, salvo que configuren caso fortuito. La ruptura del nexo
causal sólo se produciría por hecho de la víctima para el conductor (15).
Se argumenta que, con frecuencia hay culpa del demandado en no prever una segunda culpa de la víctima,
sin hacer lo necesario para evitarla (16).
En ocasiones, se sostiene que si el hecho era anticipable y evitable, ingresa dentro de la previsibilidad
inherente a la causalidad adecuada:
- "El hecho de la víctima que exonera al dueño o guardián debe surgir con características de caso fortuito.
Cuando en cambio ocurre según el orden natural de cosas que acostumbran a suceder, el hecho debe
considerarse previsible y si el agente, obrando con elementales pautas de prudencia, contó con los medios
necesarios para sortear las posibles consecuencias dañosas, no cabe dudar de que las mismas fueron susceptibles
de ser evitadas" (C 2ª Civ Com. La Plata, sala II, 1-6-2000, "Revista de Derecho de daños", 2003-2, p. 319).
Dicho razonamiento es adverso a un elemental tratamiento igualitario, pues coloca el peso de la previsión de
consecuencias nocivas sólo sobre una de las partes, como si la víctima fuera ajena al suceso, en lugar de
frecuente coprotagonista de los peligros del tránsito.
También se reflexiona sobre que, si el obrar de la víctima no reviste caracteres de caso fortuito, el perjuicio
reconocería dos causas: del damnificado y del dueño o guardián por riesgo de la cosa; de allí que procedería
distribuir la carga de los daños.
Tal doctrina ha sido aplicada con frecuencia al cruce del peatón por lugares no autorizados, sobre todo
cuando tal proceder resulta más o menos habitual en tales sitios. Es la postura de nuestra Corte Suprema: esa
infracción no interrumpe totalmente un nexo causal con el riesgo, salvo que fuese causa única, imprevisible e
inevitable (17), como en una aparición sorpresiva saliendo detrás de otro vehículo, o del niño que
imprevistamente corre hacia a la calle.
A nuestro entender, los casos más claros de causalidad imputable a la víctima serán esos sucesos
inesperados e irresistibles.
Sin embargo, para excluir o siquiera aminorar la responsabilidad, es suficiente que aquélla se haya puesto en
situación indebida de peligro que el automovilista no tenga carga de asumir ni sortear. Por eso, desde un estricto
enfoque teórico, debería bastar causalidad del afectado aunque no signifique caso fortuito.
Así, no es imprevisible, sino lamentablemente habitual, que caminantes cometan infracciones de tránsito,
pero cuando se erigen en causa o concausa del accidente, no hay por qué cargar con responsabilidad al
conductor que no ha violado deber alguno. De tal modo, si el peatón desciende a la calzada por lugar no
autorizado y aquél transitaba a velocidad prudente.
Sin embargo, en la responsabilidad por riesgo las eximentes deben interpretarse con estrictez. Sobre todo en
accidentes de tránsito, pues los conductores soportan la obligación de mantener pleno dominio y control de
vehículos, incluso para superar obstáculos extraños al hecho propio, pues de todos modos integran el peligro de
su tránsito.
De allí que en la duda sobre una causa ajena, procede reparar, y en la duda sobre su alcance, corresponde
decidir con amplitud la extensión de responsabilidad.
Por eso, en la práctica, la causalidad exclusiva referida a la víctima sólo procederá cuando configura caso
fortuito. Si ese hecho de la víctima no era imprevisible e inevitable, con frecuencia hay concurrencia causal con
el riesgo, y la indemnización se reduce, según deciden mayoritariamente los tribunales.
X. Situaciones de la víctima como causa o concausa
A veces la causa o concausa no se refiere a alguna conducta de la víctima, sino a una situación fáctica en
que se encontraba o hacia la que evolucionaba, sin participación del demandado o con participación limitada, en
cuyo caso operan principios análogos a los de causalidad imputable a un obrar del damnificado (art. 1111, Cód.
Civil).
En efecto, un estado anormal del afectado puede significar origen exclusivo o parcial de su daño, así no
exista acción de su parte (18).
De tal modo, la detención o desvío irregular de un automotor puede provenir no sólo de maniobra
inapropiada del conductor embestido (culpa de la víctima), sino también de alguna situación suya por completo

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involuntaria.
Así, un conductor que se desmaya frente al volante por baja de tensión o ataque cardíaco, puede interferir
con su rodado en el desplazamiento de otros vehículos y, según las circunstancias, erigirse en causa
determinante o concausal del choque que lo tiene como víctima.
Por otra parte, hay patologías del afectado que excluyen o limitan la reparación, cuando eran objetivamente
imprevisibles y por eso casuales (art. 905)
De tal modo se verifica en un choque leve contra otro vehículo, que en personas sanas sólo habría
determinado lesiones ínfimas, pero como un ocupante sufría osteoporosis, experimenta fractura de cadera; o
bien el susto por un impacto mínimo provoca lesión cerebrovascular en víctima hipertensa. Esta graves
derivaciones no deben ingresar en la cuenta indemnizatoria; son desproporcionadas y ajenas a la causalidad
adecuada exigida por nuestro Código (arts. 901, 904 y 906).
XI. El automovilista frente al peatón distraído o imprudente
El peatón siempre participa en el accidente que lo tiene como víctima, pero esta condición necesaria no
significa causa jurídica. De lo contrario, nunca vería resarcidos con integridad sus perjuicios, sino siempre con
disminución concausal.
Así como no existe un principio "pro víctima", por supuesto tampoco rige una regla "contra" ella, que
permita inferir causalidad dónde sólo hubo intervención material. Siempre recordaremos un caso que tocó
resolver, en que un peatón embestido demandó por incapacidad, y el dueño del vehículo reconvino…por
carrocería abollada.
Como los caminantes son tan vulnerables frente a poderosos y veloces automóviles cuyos conductores están
protegidos por la carrocería, el sistema les otorga intensa protección, sobre todo cuando se trata de niños,
ancianos o discapacitados. Siempre hay inversiones probatorias cuando resultan víctimas.
Algo distinto es sobredimensionar la responsabilidad por riesgo frente a peatones distraídos e imprudentes,
hasta el punto de que casi nunca operaría una eximición por hecho de la víctima, al menos como causa
exclusiva.
Según ese punto de vista, los obligados por riesgo asumen a los peatones distraídos o imprudentes, a título
de contingencia previsible del tránsito (19). El caminante sólo cargaría con violaciones extremas, como cruces
sorpresivos, apariciones imprevistas o arrojarse poco más o menos al paso de un vehículo.
Dentro de esa postura, se razona que un peatón distraído o imprudente no desplaza el proceso por
intervención riesgosa de un automotor en movimiento; aquél puede contribuir con su conducta al daño propio,
pero nunca neutralizar esta otra causalidad objetiva (20).
De allí que la incidencia de la conducta del caminante sólo tendría relevancia marginal. Reiteramos que, en
la práctica, el demandado jamás se liberaría por completo, aun en caso de inequívocas infracciones por
peatones, al insertarse en el tránsito automotriz con serios peligros para su incolumidad.
Dicha tendencia libera al dueño o guardián sólo en casos excepcionales, cuando la culpa del peatón es
rotunda, grave, exclusiva (21), e incluso exigiendo muchas veces que revista caracteres de caso fortuito.
A nuestro entender, equidad no es caridad. Esta piedad mal entendida convierte en víctimas a demandados
que soportan responsabilidades injustas o más allá de la medida procedente.
Los argentinos somos testarudos y tantas veces nos creemos invulnerables, omnipotentes. Allí se ubican
peatones como infractores empedernidos, que se consideran con derecho a ser cuidados y mimados por
automovilistas. Se fuerza a éstos a actitudes paternales, a soportar descuidos y desaprensión de personas que
olvidan su fragilidad. También las posibles víctimas deben precaverse, adoptando medidas protectoras de la
propia seguridad.
Esa actitud exageradamente protectora mecaniza la responsabilidad por riesgo, y convierte a los tribunales
en aliados de la riesgosa imprudencia peatonal, bajo el móvil subyacente de un seguro que paga (22).
La solidaridad hacia el peatón ya ha sido evaluada para imputar al dueño o guardián responsabilidad
objetiva, y la carga de probar una causa ajena. Pero la culpa de la víctima no debe ser desterrada; al contrario, su
conducta causalmente operativa (culpable o no) es válvula de cierre del sistema y deviene imprescindible como
contrapeso de esas facilidades probatorias. De lo contrario, insistimos, se convierte la responsabilidad en
institución asistencialista, donde con dinero del demandado o de su asegurador se cubrirían las desgracias como
males sociales y no propiamente a título de daños injustos.
XII. Cruce fuera de senda peatonal
Una postura severa contra peatones opina que cuando así cruzan lo hacen a su propio riesgo, pues los
automovilistas sólo deben cederles el paso en zonas reservadas; por tanto, habría entonces culpa de la víctima
como causa exclusiva (23).
Otros estiman que, casi siempre, cuando el peatón atraviesa por mitad de cuadra, hay causa concurrente de

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la víctima, que no exime por completo al dueño o guardián, y menos todavía si el conductor circulaba a
velocidad elevada (24).
A nuestro entender, la decisión depende del contexto circunstancial. Se perfila una situación cuando el
peatón se lanza a cruzar una avenida de tránsito intenso y elevada velocidad, y otra, al atravesar calles más
tranquilas, en condiciones de cuidar que no se acerquen vehículos, donde el peatón infractor sólo podría ser
embestido por velocidad excesiva del rodado o no frenar su conductor pese a visualizarlo.
Por motivos análogos, cuando un peatón cruza por mitad de calle en día de lluvia y sin poder ver si se
aproximan vehículos, su conducta puede ser erigida en causa decisiva o predominante según el caso. No tanto
por la imprudencia en sí, sino porque significa decisivo protagonismo en el accidente del cual resulta víctima,
máxime cuando su aparición ha sido sorpresiva y el suceso deviene inevitable para un conductor que marchaba
a prudente velocidad. El caminante ha eliminado entonces la posibilidad para el automovilista de controlar el
riesgo.
En situaciones diversas, es dudoso que tal infracción del peatón tenga ni siquiera influencia concausal.
Sobre todo cuando se permite el giro de automotores hacia la senda peatonal, pues en Argentina los
automovilistas no respetan la prioridad de peatones. Con frecuencia giran invadiendo esa zona, sin ceder el
paso, para no ser a su vez víctimas, por choques desde atrás.
De allí que, al contrario, muchas veces la autopreservación aconseja al peatón la infracción de cruzar por
medio de la calle, a fin de controlar que no se aproximan automotores o que se encuentran distantes.
Por eso, es inaceptable que, en cualquier entorno, el solo hecho de cruzar la calzada por lugar no autorizado
tenga influencia concausal, lo cual supondría aplicar la teoría de la equivalencia de condiciones (en tanto aquel
hecho siempre es condición necesaria del siniestro) en lugar del criterio de previsibilidad del evento nocivo, que
caracteriza el sistema de causalidad adecuada.
Fallos todavía más equivocados admiten "siempre" como eximente parcial el cruce antirreglamentario pese a
que, aunque no se hubiese cometido esa infracción, igual habría sucedido el accidente, como cuando el
automotor a velocidad excesiva habría arrollado al peatón donde sea que hubiese cruzado (25). En tales
condiciones, la conducta culpable de éste ni siquiera configura condición necesaria del suceso, por lo cual jamás
puede ser concausa.
XIII. ¿Ciclistas y motociclistas concausan sus daños por riesgos pasivos?
Acorde con una orientación, las bicicletas son tan riesgosas que un automóvil, por su equilibrio precario y la
desprotección del ciclista. De allí que no se aplicaría la responsabilidad por riesgo contra el dueño o guardián de
automotores por accidentes sufridos con intervención de aquellas.
Pero si los riesgos recíprocos no se neutralizan, sino que subsisten incluso cuando chocan automotores, no
se advierte por qué deba regir otra solución cuando un automóvil colisiona contra una frágil bicicleta. La
vulnerabilidad del ciclista y la acentuada probabilidad de que sufra graves daños debe evaluarse a su favor, no
en su contra.
Otro criterio jurisprudencial, sin excluir por completo la responsabilidad objetiva del dueño o guardián,
computa la debilidad del ciclista como presunción sobre que en el siniestro influye ese riesgo pasivo como
concausa ajena al riesgo creado por el automotor, o al menos flexibiliza la prueba sobre concausa imputable a la
víctima (26).
A nuestro entender, aunque el ciclista no es peatón, se aplica el mismo régimen de presunciones causales,
pues una bicicleta no crea riesgo hacia un automotor; de allí que, para liberar al dueño o guardián, no basta
acreditar razonables diligencias del automovilista, sino una causa ajena.
Algo distinto es que en concreto el comportamiento de un ciclista puede provocar el accidente. Hay
entonces autoría de la víctima como causa extraña al riesgo automotriz, concurra o no culpa en sentido estricto.
Entre otras alternativas, puede ser relevante la circulación de la bicicleta de noche o en calles oscuras, sin
luces, en rutas de intenso tránsito, el transporte de una persona sobre el caño alterando así centro de gravedad, o
recorriendo carriles donde se autoriza un desplazamiento veloz de automotores.
Además, una falla mínima del ciclista acentúa la probabilidad de daños o de su agravación, lo cual otra vez
emplaza la infracción a reglas de tránsito dentro de indicios sobre causalidad.
En tema opinable, estimamos que procede excluir la responsabilidad por caída accidental del ciclista, a raíz
de la cual es atropellado por un automotor. Aunque no se trate de auténtico caso fortuito, puede faltar el nexo
causal, ya que la bicicleta se ha interpuesto en el camino del automóvil (salvo algún protagonismo eficiente de
éste, como velocidad excesiva u otro desplazamiento incorrecto que le impidiese frenar). La situación es
análoga a la de un peatón que tropieza y cae, colocándose delante de las ruedas de un rodado.
La situación es diversa si el automóvil afronta un obstáculo en el desplazamiento, a raíz de lo cual se desvía
y embiste al ciclista. Aquí el impedimento se inserta en riesgo del tránsito por el automotor, mientras que en la
otra hipótesis el estorbo se emplaza contra el ciclista.

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A diferencia de peatones que pueden circular por veredas y de ciclistas que a veces cuentan con ciclovías
—al margen de la necesidad de unos y otros de invadir la calzada automotriz—, las motocicletas son también
automóviles, y comparten calles y rutas con los demás en el uso común de la palabra (dotados de cuatro ruedas
y carrocería protectora).
Sin embargo, en el choque entre moto y auto, quienes se circulan en ella sufren daños intensos y superiores.
Al igual que en las bicicletas, una infracción mínima puede desatar tragedias. Un impacto reducido, aun un
simple roce, suele provocar que sus ocupantes salgan despedidos, con resultados tantas veces mortales.
Según algunos, aquella contingencia consume seguridad propia y significa asunción de riesgos pasivos,
aunque no haya culpa. El solo hecho de viajar en moto brindaría aporte concausal al accidente porque, al
margen de cualquier infracción de tránsito, se multiplican y agravan los daños. Se trataría de una concausa
genérica y preestablecida, y por eso el dueño o guardián del otro vehículo nunca respondería por la integridad de
esos perjuicios (27).
A nuestro entender, no cabe dudar sobre la vulnerabilidad de ocupantes de una moto como factor que
aumenta la probabilidad de accidentes y potencia los perjuicios.
Algo distinto es que esas víctimas deban soportar sin más una carga parcial de daños propios. El
conocimiento de riesgos no entraña de por sí aceptación. Además, al compartir las mismas vías públicas, los
otros automovilistas deben asumir aquella fragilidad como también inserta dentro del riesgo creado por sus
propios vehículos. Las personas al frente del volante soportan precauciones de seguridad a favor de quienes se
encuentran en la moto, tanto como los ocupantes de ésta.
Esos riesgos recíprocos no se neutralizan ni siquiera en parte; lo cual significa que, en caso de colisión, cada
dueño o guardián soporta los daños de los ocupantes del otro vehículo, sin automática deducción causal a cargo
del más débil.
La solución contraria elabora categorías abstractas de víctimas, cuya condición autorizaría a rotularlas como
cocausantes de sus daños, a priori, sólo por circular en ciertos rodados de tránsito autorizado, con arbitraria
discriminación.
Llevada a sus extremos, esa doctrina sobre riesgos pasivos implicaría que todo peatón que cruza la calzada
sin más protección que el propio cuerpo, debería compartir la incidencia causal de detrimentos a su integridad,
con indemnizaciones reducidas y severa aniquilación del riesgo creado por tránsito automotriz.
Reiteramos la diferencia con el tema de peligrosidad de motos para quienes en ellas se circulan, lo cual
intensifica la exigencia de respetar normas de tránsito y precauciones de seguridad, tanto por sus conductores
como los de otros automovilistas.
Sin embargo, dicha evaluación causal debe realizarse a partir del actuar de protagonistas en el suceso, no por
la sola clase de automotor en que se desplazan.
Así, procede liberar al dueño o guardián de un automóvil que embiste a una moto, cuando el conductor de
ésta indebidamente se interpone en el camino de aquél, o efectúa peligrosas maniobras en zigzag a resultas de
las cuales choca o es rozado por otros rodados.
XIV. Culpas paternas en daños a inimputables
El demandado puede invocar como concausa la falta de cuidado de la criatura, contra la acción entablada
por padres con motivo de "sus" daños, como cuando el hijo fallece. Se trata de coautoría imputable a
damnificados indirectos (art. 1111).
En cambio, a diferencia de la doctrina y jurisprudencia mayoritaria, estimamos que no procede evaluar
culpas paternas cuando se reclama por daños sufridos por el menor.
El hecho de víctima inimputable que se provoca el daño excluye responsabilidad, haya o no culpa de sus
custodios y cualquiera sea su gravedad.
En accidentes que afectan a una criatura hay un afán de encontrar culpables (28). Los padres lo serán casi
siempre desde un enfoque ético, por el imperativo natural que soportan de cuidar a sus hijos. Sin embargo, lo
que descarta un deber resarcitorio del demandado no es esa infracción, sino la situación objetiva de que el niño
causó o cocausó el propio daño (29).
El menor puede entonces resultar víctima por partida doble: por riesgo del automotor y por falta de
vigilancia de los progenitores o de los guardadores en quienes delegaron la custodia. Si no corresponde
demandar a sus padres, es por solidaridad y armonía deseable en las familias. Además, la pretensión sería inútil
en la práctica; de todos modos, por ejemplo, están obligados a solventar gastos de curación y atender en la
incapacidad (30).
Por otro lado, para quienes estimamos que nunca libera ante la víctima el hecho concausal de terceros, el
dueño o guardián no puede invocar omisión de vigilancia por los padres como concausa; son sujetos ajenos por
quienes el demandado no debe responder, pero no procede liberación parcial ante el menor, al margen de

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ulteriores acciones regresivas.
Las omisiones paternas pueden influir concausalmente en el hecho lesivo, pero si es imputable al niño
afectado, basta examinar su influencia causal para excluir o circunscribir el deber indemnizatorio, ante cualquier
damnificado.
Por eso, cuando hay autoría exclusiva de esa víctima, deviene inútil rastrear culpas precedentes de los
guardadores como antecedentes concausales. Quedan rotundamente descartadas reclamaciones por daños suyos
o de progenitores, sin que el demandado soporte la carga de acreditar negligencias de custodios.
A su vez, si en hay cambio hay coautoría de víctima inmediata y demandado, el alcance de la
responsabilidad se define en función de cada contribución causal de esos protagonistas, y no por eventual falta
de vigilancia de los guardadores.
En definitiva, el demandado no responde en la medida en que el menor fue autor o coautor de su perjuicio,
aunque no exista culpa paterna como causa o concausa.
Así, cuando un niño sorpresivamente se suelta de la mano de su madre para buscar un amigo al otro lado de
la calle, o ésta se desmaya y nada puede hacer para impedir el siniestro.
A la inversa, puede haber efectiva y grave culpa pero si el menor no ha provocado el accidente, aquella
negligencia es abstracta por carecer de influencia causal.
Si una criatura juega sola en la vereda y es embestida por un automotor que invade el lugar, este
desplazamiento es causa exclusiva (o lo es el eventual choque por otro vehículo que determinó el suceso), sin
importar que nadie la estuviese cuidando. Tal omisión de vigilancia no podría ser aducida por el responsable ni
siquiera como concausa.
Hay pronunciamientos que avalan las conclusiones expuestas:
- "Basta que el hecho del inimputable haya sido causa o concausa de la producción del daño, pues entonces
el perjuicio no puede ser atribuido al demandado, y por esa falta de causalidad, total o parcial, la pretensión
indemnizatoria debe rechazarse, total o parcialmente" (SC Mendoza, sala I, 29-4-02, "Revista de Derecho de
daños", 2003-2, p. 445).
XV. Distribución del peso nocivo ante hecho concausal de la víctima
Cuando media concurrencia causal entre riesgo del automóvil y conducta de la víctima, casi todos los
tribunales adoptan una de los siguientes soluciones: distribuyen la incidencia de los daños acorde con la
gravedad de culpas (31) o bien, la reparten por parte iguales, indemnizando sólo el cincuenta por ciento de los
rubros.
En varias ocasiones, aquella evaluación subjetivista es en teoría equivocada, porque la responsabilidad es
objetiva, sin interesar culpas de automovilistas.
Además, puede no existir culpa de la víctima, como en el caso de inimputables coautores de su daño.
Por otro lado, una misma infracción de la víctima puede tener diferente importancia causal según las
circunstancias.
Al respecto, reiteramos que cruzar con distracción por medio de la calle no es igual en una avenida donde se
autoriza elevada velocidad de automotores, que en un tranquilo camino de pueblo. La probabilidad objetiva de
daños es significativa en el primer supuesto y por eso, de no declararse causalidad exclusiva del peatón, al
menos corresponde importante porcentaje de descuento indemnizatorio; muy superior que en el cruce
pueblerino, donde se supone que el tránsito es pausado y en condiciones de frenar ante la presencia de
caminantes.
Sin embargo, según se ha visto a propósito de la influencia causal de infracciones de tránsito, en la práctica
la gravedad de eventuales culpas de los partícipes puede tener relieve indirecto, al constituir indicio sobre cuál
ha sido el aporte causal de cada uno.
De tal modo, en el choque entre automóviles suele ser decisivo analizar el comportamiento de cada
conductor para indagar cuál tornaba más verosímil el choque, y esto entraña un examen implícito de culpas bajo
una cubierta causal (32) o, mejor dicho, una superposición práctica entre el análisis de culpabilidad y el causal,
donde el primero permite extraer inferencias sobre qué gravitación tuvo cada conducta en el evento.
Precisaba Orgaz que "antes de resolver sobre si el daño se debió a la acción culpable de una persona, hay
que establecer que fue realmente su acción la que lo produjo"(33). Sin embargo, el carácter lógicamente previo
de la causalidad no siempre se verifica cronológicamente en el análisis práctico, sino que a veces se extrae una
conclusión sobre autoría a partir de algún proceder reprochable.
En cambio, no aceptamos el facilismo judicial para repartir automáticamente por mitades la carga del daño,
sin el menor análisis sobre la real influencia de los aportes concausales.
Por ejemplo, mucho más relevante es la conducta de quien baja desde un vehículo a la calzada, que la del

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automovilista que lo embiste, pues aquél debía extremar precauciones para controlar que no se aproximase
ningún rodado.
Algo distinto es que, en caso de falencia probatoria, se decida esa distribución igualitaria, pero así
correspondería sólo por razones prácticas, a raíz de imposibilidad para aplicar otra técnica (34).
Sin embargo, no compartimos irrestrictamente esa repartición por mitades.
Suele ser en extremo difícil indagar la gravitación concausal de una conducta de la víctima en el propio daño
y del automovilista que la lesiona, pues la causalidad se presenta muchas veces como un nudo indivisible. Pero
el art. 1113 ya definió el asunto a favor de aquélla, en cuya virtud el sujeto contra quien pesa el riesgo debe
acreditar no sólo una causa ajena, sino también lógicamente su importancia.
A raíz de esa inversión probatoria reiteramos que, en todo caso de duda sobre concausalidad, el juez debe
fallar en contra del demandado, pues es quien debía probar y no lo hizo satisfactoriamente; esto no representa
un genérico y difuso principio "pro víctima", sino una inequívoca opción normativa.
De allí que, por ejemplo, debe reducirse el porcentaje causal atribuible a un peatón embestido en
oportunidad de una infracción suya; salvo hipótesis en que las características más o menos sorpresivas de este
hecho disminuyeron la previsibilidad y control a cargo del conductor del rodado.
La conclusión antes expuesta también se reafirma porque, cuando el automovilista incurre en culpa, ha
potenciado el riesgo. No es igual el suceso donde sólo opera el peligro genérico del automotor que cuando
además se constata culpa del conductor, porque en esta hipótesis no hay sólo probabilidad abstracta de daños
sino una específica y acentuada.
XVI. Omisiones de la víctima para autoprotección
Según las circunstancias, las gestiones preventivas se encuentran a cargo no sólo de potenciales dañadores,
sino también de víctimas eventuales a fin de autoprotección. La prescindencia de actitudes para autodefensa
puede significar causa o concausa del daño (35).
El cinturón de seguridad impide golpes contra el parabrisas o ser despedido fuera del vehículo; por eso, la
omisión de uso significa conducta desaprensiva hacia sí mismo (o de sujetos que deben cuidar a otros
pasajeros).
Sin embargo, no hay consenso sobre la influencia causal de esa abstención en caso de accidente.
Acorde con una postura, es siempre concausa (36), aunque el evento resulte de conducta imputable a otro
automovilista embestidor, sobre todo cuando ha sido víctima quien guiaba el rodado y es dable presumir que
perdió su control, o si ella fue despedida del vehículo.
Según otro punto de vista, la definición causal se esclarece acorde con reglas generales y la omisión de usar
el cinturón sólo interesa como eventual factor de agravación de las lesiones.
La divergencia requiere tener en vista ante todo las características del accidente, pues esa omisión ni siquiera
suele ser condición necesaria del choque que otro provoca, de manera que se descarta entonces alguna
influencia concausal. Así, poco importa que quienes transitaban en un rodado no usaran cinto, si fue arrasado
por otro vehículo de gran porte.
Un enfoque distinto apunta a los efectos o resultados nocivos. No llevar colocado el cinto puede provocar
incapacidad al conductor o pasajero desaprensivo que no se habrían producido (o configurado en menor grado)
de haberse adoptado la medida precautoria. Aquí puede haber concausalidad, y en medida eventualmente
gravitante respecto de daños específicos conectados con dicha abstención, y sin relieve, en cambio, para
aminorar responsabilidad por desperfectos en el automotor impactado (37).
Algo similar se verifica respecto de la falta de uso de casco reglamentario por motociclistas. En general, no
incide en la producción del siniestro, ni en daños registrados en la motocicleta, pero sí en los sufridos por las
personas, sobre todo en cabeza.
Por eso, es factible que al conductor de otro rodado embestidor se le atribuya responsabilidad íntegra por
ocurrencia misma de la colisión y, en cambio, proceda descontar una importante porción causal contra la
víctima por lesiones en cráneo o cuello, y no así, o al menos no en la misma medida, en otras afecciones, como
una pierna aplastada por la motocicleta (38).
XVII. ¿Causa o culpa de tercero por quien no se debe responder?
El art. 1113 alude a culpa de tercero por quien no debe responder el dueño o guardián, pero como regula un
problema causal, de autoría del daño, es relevante el hecho ajeno aunque sea involuntario.
Nadie tiene por qué asumir perjuicios a los que es extraño, porque otro los causó.
En su virtud, puede eximir la conducta de un inimputable, como si un niño cruza corriendo una calle y, por
esquivarlo, un conductor choca con otro vehículo o embiste a un distinto peatón. Se libera entonces el dueño o
guardián del automóvil embestidor, al margen de eventual responsabilidad del menor (indemnización equitativa

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según art. 907) y de sus guardadores (art. 1114 y concordantes).
De allí también que libera el hecho de un tercero no individualizado.
Por tanto, si el demandado intervino materialmente en un accidente, pero éste es imputable causalmente a
otro, basta que acredite el protagonismo exclusivo de este sujeto, aun cuando sea desconocido y la víctima no
puede responsabilizarlo; según se verifica con el conductor causante de un siniestro, que se dio a la fuga.
XVIII. Hecho concausal de tercero
La hipótesis supone pluralidad de riesgos que convergen contra una víctima.
No hay duda sobre que exime el hecho de tercero extraño que es causa exclusiva del suceso.
Así, en la hipótesis de un automotor violentamente embestido y arrojado contra alguna persona o inmueble.
La intervención de aquél ha sido puramente pasiva, salvo que precediese alguna conducta impropia de su
conductor —como brusca frenada— determinante del daño ulterior.
En cambio, suscita incógnitas el problema de concausas imputables a varios demandados independientes.
De tal modo, cuando una incorrecta maniobra previa del vehículo embestido por tercero ha contribuido a
causar parcialmente el evento, junto con el impulso que recibió después, al ser chocado. En tal caso, el suceso
resulta de fragmentos enlazados: uno compromete a quien lesionó a la víctima; el otro se refiere al sujeto —otro
demandado o alguien ajeno al litigio— que chocó a ese embestidor. En ambas alternativas, la solución que se
adopte alcanza a todos los obligados por riesgo, como los dueños de ambos vehículos.
En el hecho concausal de tercero, una postura libera parcialmente al demandado —o a cada uno de los
codemandados— en la medida en que otro sujeto ha contribuido a producir el daño; por consiguiente, en la
acción de la víctima contra cualquiera, procedería descontar esa proporción (39).
Según otra posición que compartimos, los obligados por riesgo responden indistintamente. La víctima puede
demandar a cualquiera o a todos por íntegra indemnización, al margen de posteriores acciones regresivas para
distribuir el peso del daño según aporte causal de cada uno.
Entre otros fundamentos, así corresponde porque el Código admite que se responda por consecuencias
mediatas previsibles, o sea, incluso cuando se coloca una sola causa, si la otra concausa no ha sido excepcional,
sino que ha colaborado para producir el daño. Una causa "distinta" no es "ajena", ni siquiera en parte, si sólo ha
desenvuelto y activado el poder del hecho fuente.
Así se verifica en delitos y cuasidelitos, donde la ley instituye responsabilidad solidaria (arts. 1109 y 1081),
con el efecto señalado de que cada partícipe responde por todo el daño ante la víctima (la acción de regreso sólo
admite en cuasidelitos). Por elemental analogía e igualdad ante la ley, la misma solución práctica debe aplicarse
contra los varios responsables por riesgo que han colaborado a producir el daño; aunque no se trata de
solidaridad stricto sensu, sino del carácter indistinto e integral de las respectivas obligaciones indemnizatorias.
Resultaría arbitrario que la concausa de tercero sea irrelevante en la responsabilidad por culpa y en cambio
recorte la atribuida por riesgo, pese a que son factores de atribución de similar jerarquía. Por eso, no debe
interesar que ese hecho ajeno sea culpable o riesgoso (40).
XIV. Relevancia del caso fortuito
El caso fortuito tiene relieve excepcional en la responsabilidad por riesgo, pues debe ser extraño no sólo al
sujeto (ausencia de culpa en el control de la cosa o actividad) sino también al riesgo.
Por eso, no exime una descompostura del vehículo así la fuente del desperfecto haya sido imprevisible e
insuperable, sin preexistir negligencia en su mantenimiento.
Tampoco se excluye la responsabilidad si el accidente reconoce como origen algún obstáculo invencible,
pero que forma parte de peligrosas contingencias habituales del tránsito, como una piedra en el camino que
rompe el parabrisas y elimina visibilidad para el conductor del rodado, cuyo desplazamiento ulterior produce
daños a otros vehículos o caminantes.
No hay caso fortuito por cenizas de volcán que cubrieron Bariloche y otras zonas del sur argentino, pues no
fue un suceso súbito sino advertido a través de alerta amarilla, en cuya virtud se tuvo oportunidad de adoptar
precauciones para evitar accidentes (41).
Incluso, opinamos que se mantiene la responsabilidad en casos límites, como niebla o ráfagas de tierra
inesperadas en concreto y no anticipables por pronósticos meteorológicos, a pesar de que la ruta se encontrara
abierta y el tránsito no hubiese sido suspendido; sobre todo, si la niebla se presenta en zonas de reiterada
humedad o la tierra en lugares de sequías prolongadas.
Las soluciones parecen injustas pues entonces no sólo no hay culpabilidad, sino radical imposibilidad para el
conductor de impedir el siniestro. Pero no se configura un suceso estrictamente ajeno al riesgo de transitar, y
éste es motivo por el cual se responde.
Además, las víctimas muchas veces coinciden con los mismos automovilistas que a su vez dañan a otros.

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Una solución liberadora determinaría como indeseable derivación que los perjuicios recíprocos no fuesen
cubiertos por el seguro.
El caso fortuito sólo exime en hipótesis realmente extraordinarias, como un rayo que inutiliza el vehículo o
la creciente imprevista de un río que inunda la ruta y provoca el desplazamiento anárquico de los rodados (42).
(1) Los calificativos a propósito de la compleja causalidad jurídica son múltiples: escurridiza, inquietante,
conflictiva, preocupante…
(2) Según Pantaleón Pietro, Fernando, quienes trabajamos en Derecho debemos ser "consumidores" y no
"operadores" de causalidad ("Causalidad e imputación: criterios de imputación", en "Centenario del Código
Civil. Asociación de Profesores de Derecho Civil", ed. Ramón Areces, Tenerife, 1990, t. II, p. 1562 y ss.).
(3) Ver Muñiz, Carlos, "El problema de la causalidad. Límites del análisis económico del derecho", ED,
240-831.
(4) El objetivo principal de cualquier sistema de reacción contra perjuicios injustos es impedir que ocurran.
(5) A propósito del tema, son de sumo interés las reflexiones de Mayo, Jorge A.-Prevot, Juan Manuel,
"Culpa y causa adecuada: ¿las dos caras de la misma moneda?", LA LEY, 2008-A, 565 y ss.; y "La relación de
causalidad. Como requisito autónomo y esencial de la responsabilidad civil", LA LEY, 15/09/2010
(6) Varias de las siguientes ideas fueron anticipadas en una disertación en "Jornadas sobre responsabilidad
por accidentes de tránsito", San Pedro, agosto de 2011. Esos problemas, expuestos con criterio esquemático para
abarcar los principales, convocan a autónomos estudios adicionales para complementar y profundizar su
análisis.
(7) En la orientación opuesta: Pizarro, Ramón Daniel-Vallespinos, Carlos Gustavo, "Instituciones de
Derecho civil", Hammurabi, Buenos Aires, 1999, t. 3, p. 107.
(8) Conf. Kiper , Claudio M., "Proceso de daños", La Ley, Buenos Aires, 2008, t. II, p. 58 y ss.
(9) Dentro de tal orientación: Galdós, Jorge Mario, "El riesgo creado y el conductor del automóvil", JA
1996-IV-976.
(10) Orgaz, Alfredo, "La culpa", (actos ilícitos)", Lerner, Buenos Aires, 1970, p. 225.
(11) Vergara, Leandro, "La incidencia causal de la culpa de la víctima. Noción conceptual. Su relación con
el riesgo creado", LA LEY, 2010-E, 13-10-2010.
(12) Al respecto: Piaggio, Aníbal N., "Presencias de la culpa", LA LEY, 2005-F-1444; R C y S 2011-III,
243.
(13) Conf. Galdós, "La prevención en los accidentes de circulación y la seguridad. Algunas aproximaciones
jurídicas", "Revista de Derecho de daños", 2008-2, "Prevención del daño", Rubinzal Culzoni, Santa Fe, p. 49 y
ss.
(14) También lo destacamos en "Doctrina judicial. Solución de casos", t. 7, "Aspectos procesales del
resarcimiento", Alveroni, Córdoba, 2009, p. 33.
(15) Entre otros: Alterini, Atilio A., "Incidencia del mero hecho en la ruptura de la relación causal", en "La
responsabilidad", Libro Homenaje al profesor Isidoro Goldenberg, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, p. 392
y ss.; Vázquez Ferreyra, Roberto A., "El hecho del tercero o de la víctima como eximente en la responsabilidad
objetiva", LA LEY, 1996-C-148.
(16) Kemelmajer de Carlucci, Aída, en "Código Civil y leyes complementarias. Comentado, anotado y
concordado" (Director: Augusto C. Belluscio; Coordinador: Eduardo A. Zannoni), Astrea, Buenos Aires, 2007,
t. 5, comentario al art. 1113.
(17) CSJN, 15-12-98, LA LEY, 1999-D, 534 y RC y S, 1999-1090.
(18) Profundizamos en el tema desde una perspectiva general en: "Situación anormal de la víctima como
causa o concausa del daño", RC y S,
(19) Mosset Iturraspe, Jorge, "Privilegiar la situación del peatón en la circulación, en especial de los
menores. Endurecer el juzgamiento del automovilista", LA LEY, 1993-D, 453.
(20) Vergara, "La incidencia causal de la culpa de la víctima. Noción conceptual. Su relación con el riesgo
creado", LA LEY, 2010-E, 13-10-2010
(21) CNCiv. sala M, 7-8-00, en "Revista de Derecho de daños", 2003-2, "Relación de causalidad en la
responsabilidad civil", Rubinzal Culzoni, Santa Fe, p. 425.
(22) Reflexiones compartidas por Ubiría, Fernando A., "La culpa de la víctima en los daños "por" las cosas.
El peatón distraído", LA LEY, 2010-A- 742 y ss.
(23) SCBA 13-7-99, LLBA, 1999-1008.
(24) CCiv. Com. Tucumán, sala 3ª, 3-6-03, Rep JA, 2006-432 y 433, nº 842; CCiv. Com. San Isidro, sala II,

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8-7-04, "Revista de derecho de daños", 2006-2, p. 433
(25) Saux vierte acertada crítica contra este punto de vista ("Peatones distraídos y culpas concurrentes", DJ
2007-2- 531; LA LEY, 2007-E, 8).
(26) Ver reseña de tales opiniones judiciales en Sagarna, Fernando Alfredo, "Accidentes de tránsito.
Jurisprudencia sobre colisión de bicicletas con automóviles, camiones, camionetas, ómnibus y peatones", LA
LEY, 2001-B-769.
(27) Sobrino, Augusto R., "Responsabilidad objetiva (Art. 1113 CC.): Eximente parcial por riesgo pasivo
de la cosa (Especialmente en motos)", JA 1994-III-933 y ss.
(28) Bien señala Prevot que, por un lado, "emerge la natural tendencia a proteger a aquellas personas
frágiles que, por su edad, patología mental, o estado de inconsciencia, no pueden valorar el alcance de su
actitud, cayendo con facilidad en el peligro de daño, y, por otro, el argumento lógico de no cargar al agente la
obligación de resarcir daños causados por sujetos extraños" ("La culpa de la víctima inimputable como eximente
de responsabilidad", LA LEY, 2008-A, 119 y ss.).
(29) Dentro de la misma orientación: Tobías, José W., "Accidentes de tránsito y peatones inimputables
(Responsabilidad civil de los padres por los hechos ilícitos de sus hijos menores de diez años)", LA LEY,
1994-C, 470 y ss.; Saux, Edgardo Ignacio, "El menor y los accidentes de tránsito", en "Revista de Derecho de
daños", 2006-2, "Eximentes de responsabilidad-II", Rubinzal Culzoni, Santa Fe, p. 231 y ss., quien observa que
una exigencia de culpa de la víctima, el recurso al caso fortuito o una traslación de culpa (in vigilando) a
guardadores de inimputables, no satisfacen la esencia del problema sobre "autoría" del daño por la víctima,
incluso inimputable.
(30) Tan es así que, por ejemplo, no se presentarían esos obstáculos en la acción del menor contra su
progenitor que conducía el automóvil donde aquél fue dañado, con el objeto de lograr cobertura mediante el
pertinente seguro de responsabilidad civil.
(31) Ver TSJ Córdoba, Sala Penal, 1-9-00, LA LEY, Córdoba, 2001-793.
(32) Según observa Piaggio, "Presencias de la culpa", LA LEY, 2005-F, 1444; R C y S 2011-III- 243.
(33) "El daño resarcible", Depalma, Buenos Aires, 1967, p. 36; el destacado le pertenece
(34) Entre otros fallos: CNCiv. sala E, 14-11-06, DJ 2007-2- 531; LA LEY, 2007-E, 8.
(35) Según destacamos en ponencia presentada a las XXIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil
(Tucumán 2011).
(36) Dentro de tal punto de vista: C. 8ª Civ. Com. Córdoba, 28-12-07, LLC, 2008-315, nº 5472.
(37) Se trata de la distinción entre evento y secuelas, respectivamente concernientes a la autoría del suceso
y a consecuencias resarcibles. Sobre el tema: Prevot, "Incidencia causal de la omisión de usar cinturón de
seguridad", LA LEY, 2008-F- 483.
(38) Ver Quirós, Pablo O., "Daños sufridos por el motociclista sin casco protector: ¿causa ajena?", LA
LEY, Gran Cuyo 2008 -747; R C y S 2009-I- 48.
(39) Entre otros: Pizarro-Vallespinos, "Instituciones de Derecho Civil", t. 3, p. 129.
(40) Dentro de la misma orientación: Tale, Camilo, "Concurrencia causal del riesgo o vicio de la cosa y el
hecho de tercero: ¿el dueño o guardián debe indemnizar todo el daño, o se exime parcialmente?", en "Revista de
Derecho de daños", 2003-2, "Relación de causalidad y responsabilidad civil", Rubinzal Culzoni, Santa Fe, p.
379 y ss.En un estudio próximo, profundizaremos argumentos que respaldan dicha tesitura y desvirtúan la
opuesta.
(41) En sentido coincidente: Gagliardo, Mariano, "¿Es caso fortuito la `lluvia ´ de cenizas en Bariloche?",
LA LEY, 2011-D, ejemplar del 15-7-2011.
(42) Ver Brebbia, Roberto H., "Problemática jurídica de los automotores", Astrea, Buenos Aires, 1982, t. 1,
ps. 258 y ss.

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