091 Moltmann PDF
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LA FUERZA RECONCILIADORA DE LA
TRINIDAD
Nadie se atrevería a negar que una gran parte de la humanidad actual está influida -en
su cosmovisión y también en su estructuración socio-política- por el cristianismo que
tan presente ha estado en ella. El autor hace ver cómo la doctrina de la Trinidad y su
elaboración del concepto de persona de la teología occidental ha contribuido mucho a
la visión personalista de nuestras sociedades. Echa a faltar en cambio en dicha
teología un desarrollo de las nociones de «relación» y «comunión; esta falta ha
contribuido a un cierto individualismo, notable en nuestra moderna cultura europea. Es
necesario pedir ayuda a las iglesias orientales y su teología trinitaria, más atenta a los
aspectos relacionales y comunitarios de la Trinidad misma, si queremos dejar de ser
unilaterales. Moltmann descubre cómo una concepción tal de la vida trinitaria sería
principio de un «socialismo de la persona que haría crecer no sólo a las iglesias sino a
la sociedad misma.
"La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del
Espíritu Santo esté con todos vosotros". Así reza una de las antiguas fórmulas de
bendición, ampliamente utilizada por la Iglesia. Vamos a reflexionar sobre ella, y más
particularmente sobre el tercer término, ya que, de hecho, es en )a "comunión" con Dios
donde se produce la reconciliación de la humanidad.
¿Es el Espíritu de Dios el que graciosamente entra en comunión con nosotros para
introducirnos en su comunión eterna con el Padre y con el Hijo? ¿Por qué, hablando del
Espíritu, no se alude a la "omnipotencia" divina ni a la "dependencia" humana, sino
sólo, y de forma explícita, a la "comunión"? Comunión, como el mismo nombre indica,
es todo aquello que libera sin hacer violencia. La comunión es apertura del uno al otro,
comunicación recíproca de todo cuanto uno es o tiene... ¿Qué sentido tiene todo esto
cuando se aplica a la comunión vivificante del Espíritu Santo con nosotros, y a través de
nosotros, a la comunión trinitaria del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo?
Brevemente: La soberanía divina no puede ser ejercida más que por un sujeto. Por tanto,
frente a la soberanía del único Dios, sólo cabe una actitud; la obediencia. El Hijo debe
someterse al Dios único y el Espíritu al Hijo. Pero el Dios trino es en Sí mismo una
comunión, única en su género, en virtud de la cual el Espíritu "recibe con el Padre y el
Hijo una misma adoración y gloría". Evidentemente, aquel que con los otros recibe una
misma adoración no puede ser subordinado.
¿Cómo ha de entenderse esta "comunión" trinitaria del Espíritu con el Padre y el Hijo?
JÜRGEN MOLTMANN
Hay diversas maneras de determinar la unid ad del Dios trino. Tertuliano partía de la
unidad del Ser divino, uno y homogéneo: una substantia - tres personae. La prioridad
del Ser divino respecto a la trinidad de las personas se ha hecho evidente en la tradición
de la iglesia occidental. Cuando a principios de la era moderna, en Europa, la metafísica
de la subjetividad vino a sustituir la de la sustancia, Dios no será ya pensado cómo
sustancia primera sino como sujeto absoluto (Fichte, Hegel). La unidad del Ser divino
no residirá, pues, en la sola ho mogeneidad de la sustancia, sino también en la identidad
del único sujeto divino, lo que dará lugar a la fórmula trinitaria de la modernidad: "un
sujeto divino - tres diversos modos de ser. (Hegel, Dorner, Barth, Itahner). En esta
fórmula, la unidad de Dios sigue precediendo a la tríada de las Personas. Podríamos ir
más allá y decir: que la unidad de Dios no está constituida solamente por la única
sustancia divina, ni por el único sujeto divino, sino principalmente por la comunión que
vincula las tres personas. En otras palabras, las personas trinitarias poseen el Ser divino
y ejercen la soberanía divina en comunión, la una con la otra. Obviamente, la. comunión
trinitaria precede a su interna unidad sustancial y a su unidad subjetiva externa. El
término Tri-(u) nidad significa: tres personas en comunión única.
La teología griega prefirió servirse, para expresar la realidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu, del vocablo hipóstasis, que remite al ser concreto y único. La incorporación de
esta acepción por parte de la teología latina modificó profundamente el concepto de
persona. "Persona" ya no alude a la máscara, que uno puede ponerse o quitarse, sino al
ser singular e individual: "rationalis naturae individua substantia" (Boecio).
b) Pero las Personas divinas no existen cada una por Si mismas, sino la una por la otra:
son personas en relación. El Padre sólo puede ser Padre en relación al Hijo. El Hijo
sólo puede serlo con respecto al Padre. El Espíritu -el soplo del que habla- procede del
Padre en el instante eterno en que pronuncia aquella Palabra, que conocemos también
como Hijo. Las tres Personas divinas, pues, existen cada una como ser personal
particular; sin confusión, pero en relación. Esta comprensión relación el de la persona
ha sido estudiada por san Agustín. Ricardo de San Víctor profundizó la reflexión sobre
el concepto de relación, analizando el sentido del "ex-sistere". "Existir" significa: estar
siendo fuera de sí mismo; encontrarse, gracias a la fuerza del amor, en el otro; y
comprenderse desde el otro. Así, pues, por su amor, el Padre existe en el Hijo, y
viceversa. Hegel ha llevado más allá estas consideraciones. Para él, ser persona significa
enajenarse en el otro hasta reencontrar en éste su propia identidad.
Ser divino? ¿O acaso en el poder único? Pero estas representaciones de la unidad son
tomadas desde fuera y no desde el centro. Puesto que las tres Personas, en virtud de sus
relaciones, existen cada una en la otra y por la otra, sin duda son esas mismas relaciones
las que constituyen la unidad trinitaria de las Personas.
Para explicar esta unidad, San Juan Damasceno formuló la teoría de la eterna perijóresis
(circuminsesion). Dicha noción intenta expresar la singularidad de la unidad en que
viven las tres personas en sus respectivas relaciones.
Para expresar el misterio del hombre en comunión con Dios, la teología cristiana, en el
curso de la historia, se ha servido de dos analogías: la del alma que señorea al cuerpo y
la de la comunión entre el hombre y la mujer. Esto es, una analogía de tipo individual y
otra de índole social. La primera, en occidente, ha llevado, desde san Agustín, a
elaborar una doctrina psicológica de la Trinidad; la segunda, en oriente, ha
desembocado en una doctrina trinitaria social.
Según San Gregorio Nacianceno, la imagen del Dios trino se corresponde en la tierra,
con la célula familiar originaria, formada por Adán, Eva y Set. De hecho, estas tres
personas son una misma carne y una misma sangre y constituyen una única familia. San
Agustín ponderó y rechazó esta analogía. Si fuese correcta, el hombre no sería imagen
de Dios hasta el momento en que encuentra una mujer y ambos engendran un hijo.
Además, cuando la Escritura habla de la imago Dei, se refiere a personas singulares.
Finalmente, Set no aparece ni siquiera en el relato de la creación... En apoyo de su tesis,
san Agustín aduce el testimonio de san Pablo (1Co 11,7), según el cual el varón es
"imagen y gloria de Dios", la mujer sólo es "gloria del hombre". De todo ello deduce: 1.
que el hecho de ser imagen de Dios es una cualidad del alma y no del sexo; 2. que la
mujer no puede ser considerada imagen de Dios más que sometida al varón, su cabeza.
Miguel Schmaus observa que se trata de una solución "profunda y astuta". Sin embargo,
en ella la "comunión del Espíritu Santo" está ausente. Eso no quiere decir que sea una
posición individualista. En realidad, toda existencia humana está determinada por el
triángulo antropológico. El hombre, todo hombre, es varón o mujer, y cada uno es hijo
de sus padres. La relación entre varón y mujer remite a la sociabilidad inherente al ser
humano; la relación entre padres e hijos, remite a su fecundidad. La primera funda la
comunidad en el espacio y la segunda la prolonga en el tiempo. Si es cierto que el ser
humano, en su totalidad, está llamado a ser imagen de Dios, eso debe referirse a la
comunidad -aquí llamada comunidad de los sexos y comunidad de las generaciones-,
donde el varón y la mujer llegan a ser, del todo y realmente, hombres. Sin embargo, san
Agustín limitaba la condición de imago Dei al alma solamente, mientras que el cuerpo,
que le está sometido, sólo trasluce algunos trazos de Dios (vestigia Dei). Por lo demás,
esta analogía de la imagen de Dios no se refiere al ser íntimo de Dios, sino a su relación
JÜRGEN MOLTMANN
externa con el mundo: como Dios es soberano frente al mundo, así el alma lo es frente
al cuerpo. Aquí surge una cuestión crítica que se plantea en los siguientes términos: si el
cuerpo humano no es imago Dei, ¿por qué san Pablo (1Co 6) lo llama "templo del
Espíritu"? En tiempos de la reforma, Andreas Osiander respondía que también el cuerpo
participa de la imago Dei, puesto que el hombre fue creado a imagen de Dios en cuanto
totalidad, homo totus. Contra esta opinión argüía Calvino, primero de modo negativo: la
imago Dei es espiritual, porque Dios es Espíritu; por tanto, sólo el alma puede ser
"sede" de la imago Dei. En esto, Calvino no hace más que seguir la tradición
agustiniana medieval. Pero después, sobre la base de la tradición bíblica, introduce una
distinción importante. Según él, el hombre ha sido creado a imagen de "Dios invisible",
pero ha sido rescatado a imagen de "Dios encarnado". En comunión con Cristo, el
cristiano se hace imagen de Cristo. Y así es como su cuerpo viene a ser "templo del
Espíritu Santo". Por consiguiente, por la redención y la santificación, el hombre es
imagen de Dios en Cristo, tam incorpore quam in anima. Ahora bien, si el ser humano
es imagen de Dios en su existencia corpórea lo es en su diversidad sexual, como varón y
hembra. Según el relato sacerdotal, Dios al crear al hombre a su imagen lo hizo "macho
y hembra". Esto significa que la diferencia y la comunidad originarias del hombre son
conformes a la imagen de Dios. La dignidad de ser imagen de Dios y de participar en su
Ser eterno no recae en un alma asexuada, ni en un individuo aislado, sino en la
comunidad de las personas humanas.
Con ello volvemos a la idea de los Padres griegos referente a la imagen social de Dios.
Si entendemos al ser humano en su totalidad -varón, mujer, hijo- como imagen de Dios,
reconoceremos en la auténtica comunidad humana la imagen de Dios trino, no sólo en
su soberanía ad extra, sino en su Ser ad intra. En la "comunión del Espíritu Santo" la
comunidad de los hombres se asimila a la comunión única e incomparable del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
En la comunión del Espíritu Santo se forja una comunidad humana que no conoce ni
superiores ni súbditos; comunidad de hombres y de mujeres liberados por el amor. Para
comprender mejor esta comunión, puede ser útil recurrir a una antigua imagen
pneumatológica, hoy casi olvidada, referente a la maternidad del Espíritu Santo.
2. Sólo los que "nacen de nuevo" pueden entrar" en el reino de Dios". Algunos nacen de
nuevo por el Espíritu (Jn 3.3-6). Por tanto, los que han nacido del Espíritu tienen al
Espíritu por "madre".
Esta frase figura en los escritos de Nicolai Fedorov, teólogo ortodoxo del siglo XIX, y,
en forma parecida, aparece también en el teólogo anglicano Frederic Denison Maurice y
en el luterano danés Nikolai Grundvitg. Todos ellos han individualizado en la singular
unidad del Dios trino el arquetipo de la auténtica comunidad humana; la Iglesia, ante
todo; pero también la sociedad. En conexión con esta tradición, vamos ahora a comentar
la tesis.
Pero, ¿por qué no se ha puesto el mismo vigor y rigor en la elaboración del concepto de
relación social, cuando sabemos que ella está en condiciones de frenar el proceso de
degradación del personalismo hacia el individualismo? Sin duda, porque la doctrina
cristiana de la Trinidad, a comienzos de la era moderna, se fue transformando en un
monoteísmo del Dios único y omnipotente. El hombre siempre se ha dejado avasallar
por el poder o por la voluntad de poder (F. Nietsche), al tratar de ser igual a Dios.
El socialismo del mundo oriental, a su vez y también desde el punto de vista religioso,
es manteísta; por eso tiende a degenerar en colectivismo.
Sólo una comunidad cristiana unida y portadora de unión, sin poder de clase ni opresión
despótica, puede reflejar la imagen del Dios trino. En dicha comunidad, los hombres se
definen por su relación interpersonal y no por su poder o por su "haber". En ella, todo se
da en común, todo se comparte...; excepto, claro está, las cualidades personales.
En este orden monárquico, la obra del Espíritu consiste en no hacer nada por Sí; en
llevar a término la obra del Padre y del Hijo. Podemos decir que en esta doctrina la
personalidad del Espíritu Santo resulta apenas reconocible y es casi anónima. Hasta el
punto que sólo puede ser pensada en términos de "fuerza".
representantes del mundo ante Dios, al cual glorificamos y damos gracias en nombre de
la creación.
Las dos figuras de la Trinidad son entre sí irreductibles. Por lo que respecta al Espíritu,
en la figura monárquica aparece subordinado al Padre y al Hijo, de cuya acción es como
una resultante. En la figura eucarística, por el contrario, el Espíritu aparece como el
auténtico sujeto de la glorificación divina. Por lo demás, las dos figuras están
expresadas en la doxología trinitaria que el símbolo de Nicea formula así: "con el Padre
y el Hijo (el Espíritu) es adorado y glorificado". Esta doxología alude a la visión
beatífica, que es la visión de Dios, cara a cara. Por esto no se menciona en ella ni las
obras de Dios ni el reconocimiento que por ellas Le es debido. Es una doxología
dirigida al Ser eterno de la Trinidad, en la cual el Espíritu no aparece, como en el orden
temporal, puesto después o debajo del Hijo y del Padre, sino en comunión eterna con el
Padre y el Hijo. La doxología trinitaria muestra la Trinidad en su perfección eterna.
"Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos".