Religiosidad Popular
Religiosidad Popular
Religiosidad Popular
SUMARIO
I. EL HECHO
1. Dificultad de la definición
2. Religiosidad institucional y religiosidad popular
3. La fuente de la religiosidad popular
a) Precristianos
b) Cristianos
c) Culturales
II. EL CONCEPTO
1. Sencillez teológica
2. Rechazo de intermediarios
3. Rentabilidad
4. Prevalencia del símbolo y de la imagen
5. Emotividad
6. Carácter celebrativo y dimensión estética
7. Carácter festivo y folclórico
8. Importancia de lugares, objetos y tiempos
9. Integración de la cultura
10. Expansión
III.ACTITUDES
1. Caridad pastoral
2. Respeto
3. Espíritu crítico
4. Recto posicionamiento metodológico
CONCLUSIÓN
EL HECHO
1. Dificultad de la definición
Es una distinción lógica, habida cuenta del contexto en que se habla – el decreto
sobre la libertad religiosa -, y esclarecedora, si la aplicamos al tema que nos ocupa,
porque significa que, en asuntos de religión, una cosa es lo oculto – que es interno,
voluntario y libre – y obra, lo manifiesto, que es externo, social i comunitario -.Son dos,
por tanto, los polos que sostienen la religiosidad. Uno es interno y – como todo lo
interno – está configurado por sentimientos, pensamientos y actitudes. Gracias a ello
tenemos un pensamiento religiosos, una emoción religiosa y una conducta inspirada por
ese pensamiento y por esos sentimientos. El otro polo es externo y está configurado por
la expresión – ritual, artística, etc. – por el carácter social y por el sentido comunitario.
La estabilidad depende del equilibrio entre estos dos polos, cosa no frecuente.
Lo habitual es que nos inclinemos a uno u otro. Cuando la religiosidad se centra en la
interioridad, el protagonismo lo tiene el elemento dogmático – la verdad – y da lugar a
una religiosidad de corte intelectualista en la que el magisterio de los jerarcas y la
reflexión de los teólogos poseen una autoridad suprema e indiscutible. La ortodoxia –
en el pensamiento, en la expresión y en la conducta – se convierte en el criterio
determinante del discernimiento. Si, por el contrario, la religiosidad se centra en lo
exterior, en la manifestación, entonces el rito, la costumbre y lo social adquieren ese
protagonismo y el criterio de discernimiento es la tradición particular de un grupo o de
un lugar. Yo diría que la religión institucional está anclada en el polo primero, mientras
que la popular lo está en el segundo.
Creo que el análisis que conviene hacer debe ahondar más bien en la génesis de
las formas religiosas que el pueblo ha asumido como propias frente a las formas
religiosas oficiales o institucionales. Es evidente que la Iglesia oficial- la iglesia
jerárquica y clerical – se preocupa i se ocupa de modo casi obsesivo por la ortodoxia del
mensaje, de su expresión y de la vivencia del mismo, es decir, por la ortodoxia del
dogma, de la liturgia y de la moral. Esto ha dado lugar a una comprensión de la fe que
ha ganado en profundidad y en amplitud. Pero el pueblo de Dios sólo parcialmente se ha
beneficiado de ello porque les pastores no hemos sabido transmitirle el avance logrado.
Debido a ello se ha producido un distanciamiento creciente entre la religiosidad de los
pastores y la del rebaño a ellos confiado.
Creo que tenemos que hacer un serio examen de conciencia de dos errores
cometidos: uno el haber impuesto al pueblo los cambios derivados de los nuevos
planteamientos sin haberlo antes formado para hacerle comprender esos cambios,
olvidando algo tan elemental como que el cambio de la mente – una nueva comprensión
de la realidad – da lugar al cambio de las actitudes – una nueva vivencia de la misma -,
y éste, a su vez, se manifiesta en un cambio de costumbres – una nueva forma de vivir -.
El cambio sólo es firme cuando incluye los tres niveles. El proceso lógico va de la
mente al corazón u de éste a la conducta. También cabe empezar el proceso por la
conducta si se continúa en el corazón y se completa en la mente. Pero – y este puede
haber sido nuestro error -, cuando se impone el cambio en el tercer nivel sin haberlo
propiciado en les dos primeros, sólo se consigue un cambio superficial y, por tanto,
temporal. La parábola del mal espíritu que vuelve con siete compañeros a ocupar la casa
de la que había sido expulsado (Mt 12, 43-45) ilustra atinadamente este punto. Cuando
un mal espíritu es expulsado, si el corazón no es ocupado por un espíritu bueno, las
cosas vuelven a ser como al principio y aun peores.
Llegados a este punto nos preguntamos dónde se inspira el pueblo cuando crea
su religiosidad, cuáles son sus fuentes. Creo que la respuesta es apuntada por Juan
Pablo II en el discurso a los Obispos de Lombardía (L’Osservatore Romano,
14.02.1982). En dicho discurso el Papa define la cultura popular como el conjunto de
principios y valores que constituyen el ethos de un pueblo.
Una vez que hemos visto dónde se inspira el pueblo, pasamos a preguntarnos
con qué construye su propia religiosidad. Se trata de hacer presentes los elementos que
configuran la religiosidad popular y que la diferencian de la institucional o, si se
prefiere, de determinar la naturaleza de los mismos. Son de tres tipos.
a)Precristianos
Los obispos del Sur, en el documento antes citado, afirman que, junto a
elementos genuinamente católicos, se dan en el catolicismo popular ciertos modos de
interpretarlos y de vivirlos que revelan rasgos heredados de les religiones que han
existido en esa tierra (cfr n.5). Hay, por tanto, elementos precristianos, es decir,
elementos tomados de una religiosidad ancestral que ha sobrevivido a todo intento de
cristianización utilizando como mecanismo el camuflaje. La forma es cristiana, pero el
fondo y el contenido son precristianos. Pensemos en las fiestas relacionadas con los
ciclos de la naturaleza en las que lo dionisíaco está muy presente. Una cruz de flores en
mayo tal vez sólo sea la cristianización de les fiestas de primavera en que se celebra el
despertar de la naturaleza. La figura de María, en este mismo contexto, puede evocar la
relación con la madre primordial.
b)Cristianos
4. Culturales
II. EL CONCEPTO
búsqueda de Dios y de la fe que, bien ordenadas, pueden ser para las masas populares
un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo (EN 48); o la de Puebla 1979 que la
describe como el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes
básicas que de esas convicciones se derivan y las expresiones que las manifiestan, así
como la forma cultural que la religión adopta en un pueblo determinado (n 444); o la
definición de la Comisión Episcopal de Liturgia como el modo peculiar que tiene el
pueblo, es decir, la gente sencilla, de vivir y expresar su relación con Dios, con la Sma.
Virgen y con los santos, que se encuadra en el ámbito privado e íntimo y que comporta
además una dimensión comunitaria y eclesial (Evangelización y piedad popular 1987).
He decir, con toda sinceridad, que no creo posible hacer una definición que
satisfaga a todos, o, al menos, yo no me siento capaz. Creo más útil describir los rasgos
que la configuran entre nosotros. No me refiero a la religiosidad popular tal como se
vive y entiende en América Latina, sino a la religiosidad popular tal como la viven
nuestras gentes. Esta propuesta de rasgos no pretende – evidentemente – ser ni perfecta
ni exhaustiva; sólo quiere ser un punto de partida.
1. Sencillez teológica
2. Rechazo de intermediarios
3. Rentabilidad
5. Emotividad
Lugar, objeto y tiempo (santuario, imagen y fiesta) sólo son los elementos a
través de los cuales se expresa algo más profundo: la pertenencia a un determinado
grupo. Es la satisfacción de la necesidad de pertenencia que Maslow considera una de
las necesidades fundamentales del hombre. Son medios a través de los cuales el pueblo
expresa su sentido comunitario, su identidad colectiva. Esto explica el esfuerzo por
defender la tradición, el embellecimiento del lugar yu el enriquecimiento de la imagen..
9. Integración de la cultura
10. Expansión
Las actitudes con las que debemos afrontar el hecho han de inspirarse en el
principio formulado por Pablo VI en la Evangelii nuntiandi cuando dice: “Queremos
confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres
constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios
y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye,
en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la
gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo...” (EN
14). Este principio ha de ser completado con otro de san Pablo que ahonda en el espíritu
de todo apóstol: “Anunciar la buena noticia no es para mí motivo de orgullo, sino
obligación que me incumbe. ¡Ay de mí si no la anuncio!... Me hice débil con los débiles
para ganar a los débiles. Me hice todo a todos para salvar como se a algunos” (1 Co 9,
16.22).
1. Caridad pastoral
La primera actitud que se deriva de estos presupuestos está indicada por Pablo
VI en el documento antes citado. Dice el Papa en el número dedicado a la piedad
popular: “La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes
de la comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la
vez tan rica y tan amenazada”. (EN 48), La conducta de los pastores debe estar guidada
en todo momento por la caridad pastoral, que es tanto como decir por el deseo de buscar
siempre y de la mejor manera posible el bien del pueblo.
El Papa no se limita a indicar una actitud, sino que explica cómo la entiende:
“Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus
valores innegables, estar dispuesto ayudarla a superar sus riesgos de desviación”. Lo
primero es sensibilidad: no ser impermeable a la experiencia en sí, dejarse impactar por
ella; luego ser capaz de ver en profundidad, más allá de la apariencia y de las formas, lo
que se esconde como valor permanente; y, finalmente, celo pastoral para ayudar al
pueblo a superar sus desviaciones. Una fina sensibilidad, una mirada profunda y un
amor auténtico a aquellos que el Señor nos ha encomendado. Los pastores no pueden
ignorar el modo como el pueblo expresa sus sentimientos religiosos más profundos,
aunque no esté en consonancia con lo que consideramos el espíritu genuinamente
cristiano.
2. Respeto
Creo que este párrafo es muy iluminador: Hay, antes que nada, una invitación al
realismo y la objetividad: las expresiones de la religiosidad popular necesitan ser
purificadas y evangelizadas. No se puede perder el norte y caer en una defensa a
ultranza de la religiosidad popular o en un ataque sin concesiones a la misma. Los
forofos tienen que ser más críticos y los críticos, más realistas. Por otra parte no
sorprende esta postura porque la pérdida del sentido crítico se da en otras realidades
eclesiales. Hay una tendencia a absolutizar las propias opciones y planteamientos,
olvidando que en la Iglesia todo es revisable menos las Escrituras.
Tras esta primera observación, los Obispos exponen el criterio con que se ha de
ser presentada la fe de la Iglesia ha de hacerse de un modo vivo y humano. No se
puede evangelizar al pueblo cristiano presentando un mensaje teológicamente correcto
pero frío, distante y desencarnado. Con relación a esto conviene recordar o que indica el
DCG sobre el modo de presentar al hombre de hoy el mensaje cristiano. Citando el
Directorio de 1971 afirma que debe orientar la atención de los hombres hacia sus
experiencias más importantes y significativas (Cf. n 117).
Finalmente indica cuál debe ser la intención, el objetivo que en todo momento
debe tenerse presente: asumir, colmar y trascender los sentimientos religiosos del
pueblo en lugar de asfixiarlos bajo formas artificiales o inadecuadas. La responsabilidad
pastoral implica un profundo respeto y amor al pueblo de Dios y no están justificadas
actitudes de prepotencia que llevan a menospreciar los sentimientos más hondos de las
persones y que reflejan un verdadero caciquismo eclesial. El objetivo no es ganar una
batalla, sino lograr que “los símbolos y las expresiones de la experiencia religiosa
popular no vengan determinadas por su exclusiva iniciativa humana, sino que
respondan lo má fielmente posible al modo de presencia del Misterio Cristiano en sus
signos y a la iniciativa del Espíritu de Cristo y de la Iglesia”.
3. Espíritu crítico
Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de
evangelización, contiene muchos valores: Refleja una sed de Dios que solamente los
pobres y sencillos pueden conocer; hace capaz de generosidad y sacrificio, cuando se
trata de manifestar la fe; comporta un hondo sentido de los atributos profundos de
Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante; engendra
actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no
poseen esa religiosidad como la paciencia, el sentido de la cruz en la vida cotidiana, el
desapego, la aceptación de los demás, la devoción” (EN 45).
Aún admitiendo que, aquí, el Papa Montini peca de optimista, sí es cierto que
ninguna realidad – dentro y fuera de la Iglesia – es totalmente buena ni totalmente
mala. El sentido crítico es lo que nos lleva a distinguir el trigo de la cizaña, No caben –
como ya hemos visto anteriormente – actitudes dualistas que llevan a defenderla por
encima de todo – como si en ella no hubiera nada corregible – o a rechazarla totalmente
– como si no hubiera en ella elementos positivos-. En el clero son frecuentes estas
posturas: quienes la defienden contra todo ataque o crítica y quienes la rechazan de
plano. La caridad pastoral y el realismo nos obliga a discernir. En la Iglesia necesitamos
– en muchos campos y temas – discutir menos y dialogar más.
Ante todo hay que reconocer y aceptar el hecho de la religiosidad popular como
una realidad de importancia fundamental para el pueblo de Dios. Al margen de que uno
sea defensor o detractor, es un hecho incuestionable que constituye el ambiente en el
que la inmensa mayoría de los fieles vive su experiencia religiosa. Más aún, es la única
experiencia religiosa de los alejados. No podemos negar la evidencia: el pueblo acoge,
comprende y expresa su fe, no con las categorías de la experiencia religiosa normativa,
sino con códigos propios y particulares cuyo contenido es rico en símbolos y
experiencias vitales. No es extraño, por ello, que caiga fácilmente o bien en
expresiones cada vez más paganas y alejadas del Evangelio –suele ocurrir cuando el
sentido eclesial es demasiado débil -; o bien en el formulismo y el ritualismo – cuando
se ata excesivamente a los aspectos institucionales-. Tarea nuestra es buscar el
equilibrio justo y la fidelidad necesaria (cf. Obispos del Sur, El Catolicismo popular
1975.6.5b).
Dado que la religiosidad popular es globalizadora y afecta, por tanto, a todas las
esferas de la vida – ideas, conductas morales y expresiones culturales -, desde el punto
de vista de la evangelización nos plantea un problema de método. El principio
catequético formulado por san Pablo en Rm 10,17 - “la fe entra por el oído” – en la
religiosidad popular se invierte porque, en ella, la fe entra por los ojos. El proceso de la
fe no es, por tanto, anuncio/aceptación/expresión, sino expresión/aceptación/anuncio/.
El itinerario clásico de la conversión kerigma/catecumenado/celebración se invierte en
la religiosidad popular y pasa a ser celebración / profundización / kerigma. Se trata de
partir de lo que el pueblo expresa y celebra, ayudarle a descubrir su sentido y, desde ahí,
anunciar la Buena noticia de la Salvación en Cristo.
Para hacer frente a estos riesgos es necesaria una seria labor de formación
religiosa del pueblo; esto, a su vez, llevará a la revisión de las creencias,
comportamientos y expresiones; y esto conducirá a una purificación no traumática de su
religiosidad. El proceso inverso: primero purificar, luego revisar i finalmente formar –
que es lo que hemos hecho – conduce a enfrentamientos y radicaliza las posturas. No
podemos dejar al pueblo solo con sus vivencias y abandonado a su creatividad y luego
lamentar que sus símbolos, metáforas y ritos no son los adecuados. El rechazo de la
religiosidad popular refleja – no pocas veces – u profundo distanciamiento del pueblo
de Dios. No hemos caminado con el rebaño, sino que hemos permanecido en el redil y
cuando el rebaño se ha descarriado, nos limitamos a lamentarlo. La parábola del buen
pastor nos urge a dejar a los cercanos para salir en busca de los lejanos. Sólo viviendo
con el pueblo de Dios podremos clarificar sus creencias, dar sentido cristiano a sus
vivencias y purificar sus expresiones.
Pero tampoco vale lamentarse o ignorar este hecho. Cristo es, evidentemente, el
centro del cristianismo. María es la segunda figura en importancia. El realismo pastoral
exige aceptar que, en la religión del pueblo, las cosas son de otra manera y obligan a
actuar en consecuencia. El camino mejor – como siempre – es el que discurre entre la
realidad y el deseo. La catequesis que el pueblo necesita para purificar su religiosidad
tiene que partir de la Madre si quiere llegar al Hijo. Ignorar a la Virgen para compensar
la desviación no es garantía de una mayor eficacia, sino todo lo contrario: puede inútil la
tarea.
La Madre del Señor y los santos sólo pueden ser presentados y explicados al
pueblo desde su relación con Cristo. Es necesario que los predicadores y los
evangelizadores se ajusten en todo a lo que el Evangelio y la Iglesia anuncian, sin caer
en fantasías teológicas desprovistas de todo fundamento.
5. Recuperar la narración
CONCLUSIÓN