Valiente o La Rebeldía Amordazada
Valiente o La Rebeldía Amordazada
Valiente o La Rebeldía Amordazada
° 36 (Primavera 2012)
Los procesos por los cuales las estructuras sociales se transforman son de larga duración,
advierte Braudel (1968/1986). Y así lo testimonia el cine: poco parecen haber cambiado las
princesas y heroínas de Disney, aun cuando enfrentemos una ruptura en ciernes sobre el lugar
social de la mujer en los discursos sociales. Prisioneros de su lealtad con el sentido común, el
cine mainstream intenta dar cuenta de que “algo pasa” y “algo está cambiando”. Pero “eso”
innombrable debe ser domesticado: por la necesaria simbolización que implica el código
cinematográfico, la “síntesis” guarda mucho de la tesis y poco de su antítesis: como resultante,
otro largometraje animado de Disney, edición 2012, honra las tradiciones, incluso la propia, la
del conservadurismo moral. Bajo una interpretación psicoanalítica, podría pensarse que el
título nombre la falta: Valiente, desarrollada por Pixar Animation Studios. Brave, en su título
original o Indomable, como se tradujo en España, revela que un cambio social requiere largos
tiempos y buenas relaciones con las industrias culturales para consolidarse.
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En las estructuras de superficie de los relatos, cobra importancia la figura del personaje. Según
el autor, las definiciones de cada sujeto se presentan a partir de nominaciones y atribuciones
sobre sí mismo, en comparación con un otro tipificado que, según el caso, se acerca o se aleja
de un modelo típico “de referencia”, reproducido históricamente. Denomina personaje
referencial a una construcción compartida; “todos remiten a un sentido pleno y fijo, inmovilizado
por una cultura, a roles, programas y empleos estereotipados, y su legibilidad depende
directamente del grado de participación del lector en esa cultura” (Hamon, 1991: 6). Según
Hamon (1977), los personajes referenciales son históricos, mitológicos, alegóricos, sociales, y
son de fácil reconocimiento dada su amplia difusión en la cultura.
Para ser reconocidos (y apropiados) por el receptor, los personajes de un relato deben poder
ser identificados e interpretados de acuerdo con pautas vigentes en la cultura y el uso de un
conjunto de representaciones compartidas (Metz, 1970; 1981). La utilización de modelos de
sujetos estereotipados es muy habitual en descripciones en las que se ponen en tensión
categorías históricamente reproducidas socialmente; es el caso de los personajes héroe
(bondad) —opuesto a— antihéroe (maldad). El personaje referencial surge en las
representaciones a partir de un deber ser que se corresponde con ciertas cualidades, espacios
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Henry Giroux sostiene que las producciones de la compañía Disney muestran a las audiencias
una perspectiva de los Estados Unidos que se basa en una reescritura de la historia “que
elimina sistemáticamente sus episodios más escabrosos y una utilización de la memoria que
excluye cualquier elemento subversivo” (Deleyto, 2003: 303).
Deleyto sostiene que los protagonistas tienen siempre ese rasgo en común: “Aladino, Belle,
Pocahontas, Hércules, Quasimodo, Mulan o Tarzán, provenientes todos ellos de lugares y
momentos históricos muy distantes de los Estados Unidos actuales, se expresan a través de
gestos corporales y faciales típicamente estadounidenses” (2003: 323). Esta centralidad
depositada en el estilo de vida norteamericano se pone en evidencia también en las
producciones animadas de compañías que se presentan ante el público en situación de
ruptura con el modelo Disney, tales como Dreamworks SKG, Blue Sky y Animal Logic. Aun
esforzándose por tomar distancia de las estructuras clásicas de los cuentos de hadas
“Disneyficados”, estos estudios emergentes continúan reproduciendo la lógica del héroe, la
princesa y el final feliz (Martínez, 2009) (2). Muchas de sus más recientes películas infantiles
han sido presentadas (por la prensa y los publicistas) como diferentes a la propuesta Disney y
los modelos tradicionales, pero, a nuestro juicio, no hacen más que reproducir las historias
clásicas, con apenas algunas modificaciones en aspectos superficiales. No debe resultar
sencillo para los estudios emergentes resignarse a abandonar exitosísima fórmula comercial
propuesta por la compañía Disney.
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naturalizar el discurso, disimular lo cultural bajo lo evidente” (2005: 241). Por eso, determinados
rasgos de los personajes se repiten en los relatos hasta en los detalles más insignificantes:
entornos, vestuario, modismos. Esto tiende a favorecer la comprensión del niño receptor, pero
a su vez coadyuva a la cristalización de un conjunto de elementos que se consideran propios
de un grupo. La utilización de estereotipos “en la producción icónica de serie” produce, según
Christian Metz “la presentación de una imagen deliberadamente falseada de la realidad […]
destinada a adormecer la reivindicación del espectador” (1981: 211).
Los estereotipos son útiles para definir, a partir de la exageración, rasgos atinentes a etnias,
nacionalidades, clases sociales, ocupaciones y diferencias de género y, a la vez, tienen el
potencial de convertirse en el germen de la discriminación racial y de género a partir de la
síntesis extrema y la generalización (Solbes et al., 2011). Aún más cuando sus receptores son
niños y niñas de corta edad y recuperan en sus hábitos de consumo cultural representaciones
que proponen unos contenidos mediáticos que consideran válidos.
En Valiente, la masculinidad escocesa estereotípica que despliegan los personajes varones en
su dimensión pura de ejercicio de la fuerza bruta no es digna de admiración ni surge como
muestra de habilidades excepcionales. Los actores se encuentran ridiculizados y contrastan
notablemente con la fría decisión de la princesa Mérida, la protagonista del filme, y la serena
disciplina de su madre, la reina. Las dos mujeres son los únicos personajes de la película que
no actúan como “escoceses típicos”, modelos culturales cristalizados, sino como lo harían
cualquier madre e hija estadounidense de la época actual.
El personaje de la reina, civilizado y racional, encierra las virtudes del orden y de la previsión,
en tanto que los varones del relato (incluido el rey), las características de desorden y de
inmadurez. Dorfman & Mattelart (1972/2002) y Deleyto (2003) señalarían, respecto de esta
construcción simbólica, que en el orden y el desorden representados en personajes
contrastantes se asientan, a la vez, valores nacionales: el orden, la racionalidad, la calma y la
civilización (norteamericanas) contrastan con la brutalidad, el desorden, el caos y la inmadurez
(escocesas).
En el marco de la violencia masculina y las prácticas tradicionales, de combates violentos y
enfrentamientos armados entre clanes que presenta Valiente, se destaca la figura de la
protagonista, Mérida. Como lo haría cualquier adolescente norteamericana, ella se rebela
contra las férreas reglas de su madre para escapar del destino que le deparan sus propias
condiciones objetivas de existencia: ser mujer, ser joven y casadera, ser doncella, y, sobre
todo, ser la hija del rey. El destino que pretende cambiar es el de convertirse en el premio
“matrimonial” en un concurso de habilidades combativas en el que participan los hijos mayores
de los jefes de los distintos clanes.
V- La “domesticación” de la heroína
Mérida es descripta en el nivel gráfico a partir de rasgos típicamente femeninos, entre los que
se destaca una generosa cabellera color del fuego (índice indiscutible de su potencial rebelde),
y una silueta esbelta y proporcionada. Sin embargo, en sus escapadas al exterior del castillo la
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heroína del relato perfecciona habilidades tradicionalmente asociadas con el género masculino
(cabalgar a gran velocidad, tirar con arco o escalar); adquisición de habilidades que ha sido
estimulada por su padre y apenas tolerada por la madre. En este aspecto, la película cumple
con las normas de género tradicionales: el adentro del castillo es el espacio de la femineidad y
la dependencia, y el afuera, el de la masculinidad y la independencia. Mérida se mueve entre
dos polos que son apoyados por cada uno de sus padres, siendo, a la vez, princesa y primer
hijo (varón). Esta ambigüedad del personaje le permite más adelante rechazar su trayectoria
probable, como esposa y madre, para asumir el papel de ganadora del concurso de
habilidades masculinas en detrimento de sus pretendientes.
Dichos pretendientes son mostrados en el filme como sujetos poco dignos para aspirar a la
mano de Mérida, fundamentalmente porque no son capaces de vencerla a ella misma en
cuestiones característicamente varoniles. En la competencia de arquería, la princesa gana su
propia mano superando ampliamente a los primogénitos del reino en destreza y habilidad con
el arco.
Dado que la masculinidad es un “área vacante” frente a estos desafortunados pretendientes,
Mérida se propone a sí misma para ocupar exitosamente ese lugar, mostrando “lo que un
hombre debe ser”. Así, su estrategia, que se apoya en el derecho consuetudinario del
primogénito, resulta a la vez legal y legítima, y su deseo de no casarse se justifica frente a los
modelos malogrados de hombría que se le ofrecen.
La incapacidad de los personajes varones, pretendientes de la mano de la princesa, autoriza
en la estructura narrativa la negativa de Mérida de casarse con alguno de ellos: si ninguno
califica para ganar el premio-mujer-objeto de intercambio entonces se justifica, en la diégesis
argumental, que la heroína se salga con la suya al evitar la tradición del matrimonio.
¿Qué hubiera ocurrido si alguno de los pretendientes hubiera resultado del gusto de la
princesa? ¿Si, al estilo de John Smith (Pocahontas, 1995), Hércules (1997) o el Capitán Febo
(El jorobado de Notre Dame, 1995) el pretendiente hubiera reunido las características
necesarias (apostura, valentía, fortaleza y vigor) para convertirse en un varón deseable para la
protagonista? ¿Hubiera entonces Mérida rechazado la tradición o se hubiera sometido a la
voluntad paterna y social? Por supuesto, no es posible saberlo (quizás haya que esperar el
lanzamiento de Valiente 2). Pero es posible señalar que la propia ineptitud de los pretendientes
presentados en el filme explica la negativa de la princesa, y la habilita para romper la dinámica
tradicional de entregarse a aquel que la rescata, o, en este caso, que da muestras suficientes
para merecerla.
La rebeldía de Mérida, justificada o no, altera la vida entera de su familia (y la de su
comunidad), poniendo en riesgo la vida de la propia reina-madre y la continuidad de la paz
social. En este punto, no hay diferencias notables entre Mérida y Ariel (La Sirenita, 1989) o
Pocahontas (1995).
En este sentido Disney deja algo muy en claro: si una mujer joven pone en cuestión las
normas sociales pretendiendo desarrollar prácticas subversivas (en términos de Bourdieu) algo
terrible le sucederá a sus seres más queridos. Toda transgresión afecta el orden y genera un
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desequilibrio que debe ser exorcizado, tanto por un “regreso” al estado anterior —recomponer,
suturar, en la metáfora del tapiz dañado— como por una superación de la situación-problema.
La “crisis” está basada en el cuestionamiento de las normas, encarnadas por Elinor, cuyo
fundamento es oscuro para Mérida. Pero aun cuando no se comprendan los fundamentos, las
reglas están allí por algo, y deben ser cumplidas, parece decir la película.
En este caso, además, no debería dudarse de quien las promulga, pues la relación madre-hija,
aunque pueda tener rispideces, es de amor. Sus recuerdos de infancia le confirman que su
madre es quien la protege, que esas normas son al mismo tiempo su refugio, que ese orden es
seguridad. La “razón superior” está en manos de de un estado-madre, que vela por el
conjunto, que ama y protege y es portador de la madurez, mientras que el hombre “natural”-
padre es tan infantil como sus hijos.
La oposición que plantea la voluntad de Mérida de permanecer soltera es definida como
“orgullo”: el beneficio (¿el capricho?) personal se desentiende del bien colectivo. Pero no es
posible que esta acción individualista e individualizante, que singulariza a Mérida como una
princesa “a-normal”, pueda tener resultados positivos, ni siquiera para uno solo. Al desordenar
y desafiar el mundo estable y feliz en el que vivía, consecuencias catastróficas se abaten
sobre Mérida. Peor aún, la demanda de independencia de Mérida no es tomada como un
gesto de madurez y necesidad de evolución social, lo que tendría connotaciones nobles, sino
que es atribuida a un carácter jactancioso, reprobado socialmente, que lleva al desastre a toda
la comunidad.
Una vez roto el orden, es imposible regresar al estado anterior. Un nuevo equilibrio debe
establecerse, un equilibrio superador, donde la reina comprende las razones de su hija y su
negativa a unirse a un inepto representante de lo masculino (los verdaderamente sabios saben
escuchar y comprender, parece decir Disney), y Mérida comprende que antes que su deseo
personal está el beneficio de la comunidad. Que la “naturaleza”, la “animalidad” y la “violencia”
encarnadas en el oso, y reflejada en esta versión de masculinidad, no se combaten con el arco,
sino con la “civilización” representada por la reina, lo prueba el hecho de que, sin sus “formas
culturales” —vestido, cubiertos, muebles, mantas, maneras en la mesa— la reina es un oso.
Femineidad es civilización, es norma, es tradición, ser una mujer, en esta historia, supone la
transmisión del legado y la cohesión de lo social.
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cinematográfica que ningún horizonte utópico, como subversión del mundo existente, puede
emerger.
La película manipula viejos y conocidos miedos infantiles, y desalienta a las niñas que sientan
el deseo de tomar la vida en sus propias manos para hacer con ella algo más próximo a su
deseo que a las convenciones. Como explica Freud en “El malestar en la cultura” (1979/2007),
la cultura opone felicidad a seguridad, porque para constituirse en comunidades los sujetos
deben renunciar a sus pulsiones:
Dado que una parte de nuestras pulsiones son agresivas, la regulación lleva un nombre:
represión. La represión es la opción asumida frente a aquellos actos considerados socialmente
como “malos”, y “lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la
pérdida del amor” (Freud, 1979/2007: 120). La norma es interiorizada en la infancia,
instaurando el superyó. La represión de las pulsiones se logra merced a una amenaza
aterradora: la cesión del deseo acontece inmediatamente frente a la potencial pérdida del amor
paterno. “No te voy a querer más” es una traicionera forma de garantizar la doble dependencia
filial al amor parental y a la Ley que los padres encarnan. Valiente intimida.
Frente a este crudo manejo, cabe preguntarse los porqués. Sabemos que la resistencia al
cambio, consustancial a la lógica de las industrias culturales, puede impedir la radicalidad que
exigiría el compromiso con el discurso emergente del feminismo. Pero esta película avanza un
paso más allá. Está en la línea de una contrarrevolución conservadora.
Una revolución, enseña la historia, requiere nuevos símbolos, gestos fundacionales que
marquen la distancia con el pasado. Así como la Revolución francesa estableció un nuevo
calendario, una iconografía propia, representaciones e imágenes que hablaran del nuevo
tiempo, son necesarios símbolos para nombrar lo nuevo, para señalar un giro, para ofrecer
nuevos matrices a través de las cuales pensarse, establecer identificaciones, inspirar otras
trayectorias. Si, como propone Butler, el género es “el resultado de un proceso mediante el
cual las personas recibimos significados culturales, pero también los innovamos” (Lamas,
1999: 90), es necesario actuar para que estas innovaciones se produzcan. Las industrias
culturales proporcionan y amplifican la distribución de un conjunto de representaciones y
modelos con los cuales dar forma a nuestros deseos informes y dar contenido a la bruma del
futuro. ¿Es posible desentenderse de esta avanzada patriarcal, relativizando, como se dijo del
Pato Donald, que estas son “cosas de chicos”?
Notas
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(1) El consumo de películas animadas por parte del público infantil ha crecido significativamente en los últimos tiempos.
En la Argentina, en un solo fin de semana, la película La era del hielo 4 (Blue Sky, 2012) convocó 422.689
espectadores. Para establecer una comparación, la muy promocionada Sombras tenebrosas, dirigida por Tim Burton,
convocó 36.966 espectadores durante el mismo lapso. Fuente: Suplemento Espectáculos del Diario Clarín, del 16/07/
2012
(http://www.clarin.com/espectaculos/cine/exito-hielo-quedarse-helados_0_738526157.html)
(2) Tal es el caso de Mulan, cuya historia se desarrolla en la antigua China, o Aladdin, quien habita en el desierto de
Arabia.
(3) En trabajos anteriores hemos analizado películas que se presentan al público como en ruptura con los viejos
modelos, pero que no hacen más que reproducir el esquema narrativo habitual, con apenas algunas modificaciones en
niveles superficiales. Un ejemplo es el largometraje animado Shrek (Dreamworks, 2001) (Martinez, 2009).
(4) Se introduce un guiño intertextual al incluir personajes pintados con tintes de color celeste, que se utilizan en
Corazón valiente, la película protagonizada en 1995 por Mel Gibson.
(5) En Aladdin, el personaje (árabe) que presenta la película advierte a la audiencia que en Arabia mutilan a quienes
les caen mal “Y si allí les caes mal te van a mutilar, ¡que barbarie! pero es mi hogar” (Canción Arabian Nights, Aladdin,
1992).
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Filmografía
Valiente (Disney-Pixar, 2012)
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