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LITERATURA

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1.1 ¿QUÉ ES Y PARA QUÉ SIRVE LA LITERATURA?

Adriana de Teresa

1.1.1 Un concepto cambiante

Hasta el siglo XVIII, la palabra literatura —del latín litterae, que significa "letras"—
se usaba para designar, de manera general, los "escritos" e, incluso, "el saber
libresco". La idea moderna del término data del siglo XIX, a partir de la cual se
engloban los textos poéticos, narrativos y dramáticos de una nación o del mundo.
A pesar de que por experiencia se sabe que existe un conjunto de textos orales
y escritos que son leídos y valorados como literatura (de la que hablan profesores,
críticos, editores, académicos y escritores), se trata de una categoría inestable,
imposible de definir con precisión, ya que los criterios que sirven para denominar
de tal manera a ciertos textos cambian de acuerdo con la cultura o el momento
histórico desde los cuales son leídos e interpretados. Y es que lo literario no se
refiere a ninguna esencia o característica particular de los textos, sino que es el
resultado de una compleja red de relaciones entre una estructura textual, las
distintas concepciones del mundo y de la literatura, así como las expectativas, los
valores y las creencias del público lector.
El crítico Meyer Howard Abrams se basó en los cuatro elementos que
intervienen en el proceso literario: autor, lector, obra y universo para formular
una tipología de las principales definiciones del arte o la literatura en la cultura
occidental. En ese sentido, afirma la existencia de cuatro concepciones básicas: la
mimética, la pragmática, la expresiva y la objetiva.

La concepción mimética es la más antigua de la que se tiene conocimiento y se


refiere a la idea de que el arte (o la poesía) es imitación. Según la época y la
corriente estética de la que se trate, la imitación puede ser de las acciones
humanas (Aristóteles), de la naturaleza (Lessing), o bien de la realidad (realismo).
En la Poética de Aristóteles (383-322 a. C) —filósofo griego que tuvo una
influencia determinante desde la Antigüedad hasta el siglo XVIII europeo—, la
epopeya, la tragedia, la comedia y la poesía ditirámbica son definidas como
"reproducciones por imitación". No obstante, la poesía no imita las cosas reales,
tal como sucedieron, pues éste sería el propósito de la historia, sino lo que "podría
ser y debiera ser". En ese sentido, el objeto de la poesía sería lo falso, es decir, lo
ficticio, con la condición de ser verosímil, ya que —afirma Aristóteles— es
preferible "imposibilidad verosímil a posibilidad increíble". Con base en esta
concepción, en el siglo XVIII se definió la literatura como mentira, engaño, y se le
restó validez como fuente de conocimiento y verdad.
En la actualidad, se considera que el carácter ficticio no constituye,
propiamente, una definición de la literatura, se trata más bien de una de sus
características que, por lo demás, no puede aplicarse a cualquier texto. Por
ejemplo, la poesía no es ni imitación ni ficción. Tampoco todo texto ficticio es
literario, como sería el caso de las historietas o las telenovelas.
La concepción pragmática plantea como fundamental la relación entre la obra
y el lector, ya que supone que la obra es un vehículo para producir un efecto
didáctico, moral o placentero sobre su auditorio. La Poética de Aristóteles
indicaba que el poeta imita no "lo que es, ha sido o será", sino sólo "lo que podría
y debiera ser", de manera que desde entonces se sugería que el poema debía
ofrecer al auditorio modelos de conducta apegados a la virtud y a los más altos
valores de la época.
El mayor representante de la concepción pragmática de la poesía en la
Antigüedad es Horacio (65-08 a. C.), el gran poeta lírico y satírico romano, en
cuya Ars poética afirmaba que "el propósito del poeta es o ser provechoso o gustar
o fundir en uno lo deleitoso y lo útil". La huella de Horacio en la literatura
occidental fue profunda, ya que estos dos términos, enseñar y deleitar, unidos al
de conmover, sirvieron por siglos para definir los efectos estéticos que el poeta
trataría de producir sobre el lector.
La idea de que la literatura es un instrumento para conseguir una finalidad
moral, de que la obra debe disfrazar una doctrina o una enseñanza, así como
buscar una determinada respuesta en el público y obtener el máximo placer, son
algunas de las características que dominaron la producción literaria hasta el
siglo XVIII y, junto con la concepción mimética, constituye la principal actitud
estética del mundo occidental.
A fines del siglo XVIII se percibe que "agradar" se vuelve más importante que
"instruir", por lo que el arte empezó a concebirse como "lo bello", categoría
relacionada con el gusto, la cual pasa a ocupar el centro de la concepción
pragmática.
En la orientación expresiva se observa un desplazamiento del interés hacia el
genio natural, la imaginación creadora y la espontaneidad del autor. En esta
concepción —característica del romanticismo (principios del siglo XIX)— la
subjetividad y las necesidades emotivas del poeta son, simultáneamente, la causa
y la finalidad del arte. De esta manera, la contemplación interior se afirma como
prioritaria, y junto con ella se valora toda experiencia íntima, emocional y fuera
del control consciente y racional, como sería el caso del sueño, el éxtasis o el
entusiasmo. El poeta del romanticismo alemán, Novalis, se refirió con toda
claridad a ese "camino interior" que debía seguir la poesía:
Soñamos con viajes por el universo; pero ¿no se encuentra acaso el
universo en nosotros? No conocemos las profundidades de nuestro
espíritu. Hacia dentro de nosotros mismos nos lleva un misterioso
sendero. Dentro de nosotros, o en ninguna otra parte, se encuentra la
eternidad con todos sus mundos, el pasado y el futuro.
En esta concepción se asume también que la obra de arte es producto de la
imaginación y no de la razón del poeta, de suerte que su funcionamiento
responde a una lógica y una coherencia propias que no son racionales, y se
expresa, fundamentalmente, mediante un lenguaje simbólico cuyo significado
rebasa lo aparente y se concibe como única fuente de conocimiento verdadero.
Por último, y a consecuencia de la valoración de "lo bello" como núcleo de la
obra de arte, a fines del siglo XIX se empezó a concebir la literatura
como lenguaje con valor en sí mismo, considerándose superfluo el mundo
exterior al poema, su recepción por parte de los lectores, y la intención o la
subjetividad del autor. De esta manera, a partir del simbolismo se planteó la
existencia de una "poesía pura", de un arte que sólo respondiera al arte mismo,
en lo que M. H. Abrams define como una concepción objetiva. Como ejemplo
radical de la orientación del texto hacia sí mismo y su consiguiente indiferencia
hacia los otros elementos de la comunicación literaria, Salvador Elizondo, escritor
mexicano contemporáneo, escribió un texto llamado El grafógrafo, un fragmento
del cual se transcribe a continuación:

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y


también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y
también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir
y me recuerdo viéndome recordar que escribía y que escribo viéndome
escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir […]
Así, queda claro que no hay una sola forma de concebir la literatura, sino que
ella es un concepto dinámico y flexible que se adapta a distintas circunstancias y
necesidades tanto de creación como de lectura e interpretación.

1.1.2 En busca de la especificidad literaria

El surgimiento institucional de la crítica y de los estudios literarios en la Europa


de fines del siglo XIX planteó la necesidad de reflexionar sobre la especificidad
de la literatura e intentar establecer su carácter distintivo. Es decir, se buscó
definir los elementos que hacen que un texto pueda reconocerse como literario
frente a otros textos que no podrían ser considerados de esa manera.
Las primeras tentativas de la teoría moderna (siglo XX) asumieron que el
rasgo distintivo de la literatura se encontraba en un determinado uso y
organización del lenguaje. Para el formalismo ruso —que planteó algunas de las
grandes líneas de debate sobre el tema—, la característica principal de los textos
literarios es su alejamiento y su distorsión del lenguaje práctico; esto obliga al
lector u oyente a prestar atención a las palabras y a la construcción artística de la
obra, lo que transforma su percepción habitual del mundo y del lenguaje mismo.
Algunas características del lenguaje literario se establecieron por contraste
con el lenguaje habitual en los siguientes aspectos:
Al describir los factores que forman parte del circuito de la comunicación,
Roman Jakobson postuló la existencia de una función poética en la que el lenguaje
aparece orientado hacia sí mismo. En virtud de esta función, la obra llama la
atención sobre sus propios procedimientos de composición, así como sobre el
lenguaje empleado, lo cual permite situarla en un contexto de textos y de
procedimientos literarios, esto es, en la tradición literaria. Y es que todo texto
literario se crea en referencia o en oposición a algún modelo específico que
proporcionan otras obras de la tradición. En ese sentido, las obras literarias se
conforman a partir de estructuras convencionales, que son las formas literarias
preexistentes, de manera que el significado de una obra está determinado, en gran
medida, por ese contexto literario en el que se inscribe.
Para ejemplificar la distorsión del lenguaje práctico y el oscurecimiento de la
forma que algunos textos poéticos expresan y a la que se refieren los autores
formalistas, puede citarse la segunda estrofa de la "Fábula de Polifemo y Galatea",
del poeta barroco Luis de Góngora:

Guarnición tosca de este escollo duro


troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro,
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno oscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
Para que esta estrofa compleja, densa y extraña resulte inteligible, el lector
tiene que releer el texto y considerar todos los factores formales que,
interrelacionados, producen efectos de sentido e inciden en la significación total
del poema.
En este fragmento es fácil observar que el poeta introduce tanto desviaciones
fónicas, propias del género poético, como lo son el ritmo y la métrica, como
sintácticas, por medio del hipérbaton, figura que supone la alteración del orden
habitual que seguirían los elementos de un enunciado en una lengua dada. Así,
el poema dice "Guarnición tosca de este escollo duro/ troncos robustos son […]",
cuando el orden sintáctico convencional supondría una estructura más apegada
a la siguiente: troncos robustos son guarnición tosca de este escollo.
Tras los esfuerzos correspondientes, el lector podrá descubrir que en esta
estrofa se describe una caverna que tiene una gran peña frente a su entrada,
delante de la cual hay unos árboles cuyas ramas enmarañadas impiden el paso
de la luz y del aire. Se debe tener presente que en este texto lo que menos importa
es si la gruta descrita tiene una existencia más allá del poema, ya que lo relevante
es la selección de las palabras, su combinación y su disposición en una estructura
determinada. Esa construcción, compleja y oscura, obliga al lector a poner
atención tanto al lenguaje empleado como a los procedimientos de composición
que se utilizan, lo cual le brinda una experiencia que rebasa, con mucho, la mera
información que aparentemente el texto expresa.
Como indica el crítico Dámaso Alonso, en la descripción del paisaje lóbrego
de este fragmento de Góngora, por medio de la cual se revela una naturaleza
áspera, deforme y amenazante, el poeta logró que los elementos expresivos
cobraran un valor extraordinario. Los últimos cuatro versos del fragmento
ofrecen una imagen que transmite una densa atmósfera en la que el concepto de
oscuridad se vincula a la tristeza, lo lóbrego y el mal augurio. La reiteración del
concepto de oscuridad mediante el uso de cuatro adjetivos que forman parte de
un mismo campo semántico: "oscuro", "negra", "nocturnos" y "caliginoso"
(cultismo latinizante que significa "nebuloso") despliega múltiples connotaciones
que despiertan en el lector una amplia gama de sensaciones y emociones
asociadas a lo monstruoso e inquietante.
1.1.3 ¿Qué son los géneros literarios?

Busto de Aristóteles, copia romana de un original griego de Lisipo, circa


330 a. C.

El problema de la definición de los géneros literarios ha sido motivo de reflexión


y discusiones desde la Antigüedad grecolatina hasta nuestros días y está
vinculado con otros problemas fundamentales: la relación entre los textos
particulares y un modelo general, entre la visión del mundo y la forma artística,
así como con la existencia o inexistencia de reglas que los textos deben respetar.
La Poética de Aristóteles plantea la primera reflexión sobre las variedades de
la poesía y sus distinciones posibles a partir de rasgos tanto formales como de
contenido. Así, aunque se concentra en la tragedia, el filósofo establece las
particularidades de dicho género, pero también las semejanzas y diferencias con
relación a la comedia y la epopeya.
Aristóteles concibió los géneros poéticos como distintas maneras de llevar a
cabo la mímesis —hay que recordar que para él la poesía era "imitación"—, que
puede diferenciarsepor el medio, el objeto o el modo de imitación. Así se expresa en
la Poética:
La epopeya, y aun esotra obra poética que es la tragedia, la comedia lo
mismo que la poesía ditirámbica y las más de las obras para flauta y
cítara, da la casualidad de que todas ellas son —todas y todo en cada
una— reproducciones por imitación, que se diferencian unas de otras de
tres maneras: 1. o por imitar con medios genéricamente diversos, 2. o por
imitar objetos diversos, 3. o por imitar objetos, no de igual manera sino
de diversa de la que son.

Los medios de que dispone la poesía (que engloba la música también) para
imitar son el ritmo, la armonía o el lenguaje; en cuanto al objeto de imitación, éste
se refiere a las acciones humanas, que pueden ser mejores, peores o iguales que
las de las personas comunes. Además, indica la necesaria adecuación entre el tipo
de imitación que se lleva a cabo y el metro empleado para hacerlo.
La clasificación aristotélica de los géneros poéticos es la siguiente:

 Poesía épica (la epopeya): en ella se narran las acciones nobles de


personajes de la nobleza. El modo de enunciación alterna entre la narración
en nombre propio y la narración en nombre de otro (narración mixta).
 Poesía trágica: al igual que la epopeya, imita acciones nobles de gente
noble, pero en ella el modo de presentar las acciones es dramático, esto es,
que los mismos personajes representan ante los espectadores sus acciones y
diálogos. Además, la tragedia incorpora versos y cantos.
 La comedia: imita acciones risibles, comúnmente consideradas como
defectos o vicios, de personajes pertenecientes a una escala social inferior. Al
igual que la tragedia, su modo de presentación es dramático.
Aunque Aristóteles menciona la poesía ditirámbica (modalidad de la lírica
coral griega), así como obras para flauta y cítara, no hay ninguna referencia a la
poesía lírica por no tener un carácter mimético.
Aristóteles, como después también Horacio, consideró los géneros como
entidades perfectamente definidas que debían permanecer separadas, sin
mezclarse.
En el siglo XVI se debatió ampliamente la cuestión de los géneros y se
aceptaron los preceptos de Aristóteles y Horacio, aunque se sustituyó la
clasificación aristotélica por la siguiente:

 Poesía dramática: representa la acción sin intervención de la persona del


poeta.
 Poesía lírica (que Aristóteles no menciona): el poeta narra y considera
los acontecimientos. En ella sólo se expresan las reflexiones del poeta.
 Poesía épica: especie mixta en la que unas veces habla el poeta y otras,
los personajes.
Hasta aquí se han subrayado algunos de los rasgos generales de la
clasificación más antigua de los géneros literarios. Sin embargo, con el paso de
los siglos los géneros se han transformado, de la misma manera que lo han hecho
todas las formas culturales. Francisco Abad alude a este aspecto de la siguiente
manera:
El análisis de un género, propiamente dicho, supone el establecimiento
de los rasgos constructivos que lo constituyen. No hay teoría de ellos que
no sea historia, pues su propia naturaleza lo determina así. Por inducción
de textos diacrónicamente sucesivos describimos la arquitectura común
conforme a la que están construidos. […] Los géneros se manifiestan en
un periodo histórico concreto, pero se constituyen a lo largo de la
Historia. Su teoría es, pues, historia.
Así, cada uno de los géneros descritos anteriormente ha presentado diversos
cambios y transformaciones a lo largo de la historia, de acuerdo con la visión del
mundo y los modelos de pensamiento vigentes en las diferentes etapas de nuestra
cultura.
La poesía dramática fue concebida para ser representada por actores en un
escenario, mediante el diálogo y la acción frente a los espectadores; éstos pueden
sentir una fuerte conexión empática ante lo representado. Los grandes poemas
dramáticos de la Antigüedad pretendían conmover a los espectadores con la
presentación de situaciones dignas de ser imitadas (en el caso de la tragedia), o
simplemente divertirlos o realizar críticas mediante la representación de acciones
cómicas de personajes comunes y corrientes (en el caso de la comedia).
Actualmente sigue existiendo la tradicional división entre tragedia y comedia; sin
embargo, el verso dejó de ser la única forma de expresión de los textos dramáticos
y, sobre todo a partir del periodo realista de la segunda mitad del siglo XIX, la
prosa —forma de organización textual que pretende reproducir la estructura
sintáctica y semántica del habla cotidiana o de los procesos de pensamiento— se
ha convertido en la forma predominante de los textos dramáticos, los cuales se
conocen con el nombre genérico de teatro.
La poesía lírica es quizá el género que menos transformaciones ha sufrido a lo
largo de la historia, ya que sigue considerándose como la expresión del mundo
interior del poeta (sus pensamientos, sus emociones, sus sentimientos, sus
anhelos, sus aflicciones, sus penas, sus dudas o sus creencias) y de sus reflexiones
existenciales sobre diversos temas, como la vida, la muerte, lo sagrado y el amor,
entre otros. Además, la poesía continúa pensándose como una forma de
expresión armoniosa, en la que es fundamental la creación de efectos sonoros y
de imágenes sorprendentes; la principal diferencia con la poesía lírica antigua
reside en el hecho de que ya no se crea para ser acompañada por instrumentos
musicales.
En la poesía épica los autores representaron de manera narrativa sucesos
reales o imaginarios de la historia de un pueblo, generalmente de carácter bélico;
en estas historias el poeta atiende sobre todo a la realidad que describe, no a sus
emociones propias, por lo que predomina el tono objetivo en la narración. En los
poemas épicos los personajes principales representan los más altos valores de la
comunidad (el valor, la solidaridad, la templanza, etc.), es decir, son personajes
ejemplares que reciben el nombre de héroes. Aunque el tono heroico de las
antiguas epopeyas prácticamente ha desaparecido, así como su carácter ejemplar
y la necesidad de sintetizar los valores y aspiraciones de la colectividad, se han
desarrollado una gran cantidad de textos narrativos, o relatos, que cuentan el
curso "histórico" de un acontecimiento, es decir, en ellos la lógica de las acciones
está subordinada a su duración. Las formas narrativas más frecuentes han sido el
cuento y la novela.

La moderna teoría de los géneros


En el siglo XVII y principios del XVIII se desarrolló en Francia e Inglaterra la
famosa "Querella entre antiguos y modernos", que opuso dos concepciones de los
géneros literarios. En esta polémica, los "antiguos" afirmaban que las obras
grecolatinas debían ser consideradas como únicos modelos, ideales e inmutables,
sin posibilidad de nuevos desarrollos o transformaciones de ningún tipo. En
contraste, los "modernos" sostenían que las normas clásicas no eran universales y
defendieron la legitimidad de nuevas formas literarias, como resultado de su
momento histórico.
El romanticismo se rebeló contra la imposición de cualquier modelo e insistió
en la espontaneidad y la libertad suprema de los autores. Asimismo, defendió el
derecho y la necesidad de mezclar los distintos géneros para poder expresar la
vida en toda su complejidad, incluyendo sus contradicciones y paradojas.
En 1952, Emil Staiger reformuló la tradicional distinción entre lírica, épica y
drama, asumiendo que cada uno de estos géneros expresaba un concepto
estilístico que corresponde a las esferas de lo emocional, lo lógico y lo intuitivo,
respectivamente:
Lírico = recuerdo = emocional
Épico (Narrativo) = observación = lógico
Dramático = expectación = intuitivo
Por su parte, Roman Jakobson relacionó las particularidades de los géneros
literarios con la participación de las diferentes funciones de la lengua, junto con
la poética, que es la dominante:
Lírica = función emotiva (1ª persona: yo)
Épica (Narrativa) = función referencial (3ª persona: él)
Dramática = función apelativa (2ª persona: tú)
Los teóricos contemporáneos rechazan la existencia de los géneros literarios
en términos de esencias independientes y absolutas, y han llamado la atención
hacia su carácter convencional. Así, en la actualidad el género se asume como un
conjunto de normas —histórica y socialmente construidas— que orientan tanto la
producción de los textos como las formas de leerlos e interpretarlos. De esta
manera, al hablar de novela, por ejemplo, implícitamente se invoca la convención
de que este género crea un mundo ficticio en el que actúan personajes, que la
historia tiene que ser contada por un narrador que de ninguna manera puede ser
confundido con el autor.
El novelista, pues, se ajusta a algunas de las convenciones vigentes (aunque
también puede violarlas), mientras que el lector reacciona frente al texto de
acuerdo con su conocimiento de dichas convenciones y las expectativas que éstas
le generan, brindándole además criterios de valoración. Es decir que si un lector
que quisiera leer una novela se encontrara con un texto clasificado como tal y
resultara que está escrito en verso y careciera de personajes, tal vez juzgaría que
ese texto no puede ser considerado una novela, y lo rechazaría en consecuencia.
En síntesis, los géneros aluden a modos que permiten agrupar los textos
literarios, ofreciéndonos modelos tanto de lectura como de escritura, los cuales
son siempre dinámicos, flexibles y admiten distintas combinaciones, como en el
caso de la tragicomedia o la prosa poética, por ejemplo. La historia de los géneros
literarios forma parte de la historia de la cultura y es indisociable de la evolución
del concepto de literariedad.

1.1.4 Un diálogo plural

Hombre leyendo a la luz de la lámpara, de Georg Friedrich Kersting, 1814.

Es preciso tener en cuenta que el concepto de originalidad no puede aplicarse en


estricto sentido a ningún texto literario, pues todos mantienen relaciones
explícitas o implícitas con otros textos y lo que ocurre con frecuencia es que se
reelaboren temas, personajes, mitos, recursos formales u otros aspectos de textos
anteriores. En ese sentido, Julia Kristeva afirma que "todos los textos toman forma
a la manera de un mosaico de citas, todos los textos son absorción y
transformación de otros textos".
Debido a que los textos literarios siempre retoman temas, estructuras y
motivos precedentes, se ha pensado en la literatura en términos de una larga
cadena de intercambio y diálogo, en la que el presente reelabora y reinterpreta el
pasado, al mismo tiempo que los textos presentes se ofrecen como punto de
partida para desarrollos futuros. Pero el diálogo literario, entendido como
encuentro con un "otro" —en sentido amplio—, puede expresarse de muy
distintas formas. Además del que se entabla por medio del texto entre el pasado
y el presente, también se dialoga con otros textos u otras concepciones del mundo,
otras convenciones y procedimientos de composición, sin olvidar el diálogo
fundamental entre el texto y el lector, entre otras posibilidades.
Como elemento constitutivo de una cultura determinada, toda obra literaria
puede ser considerada parte de la experiencia histórica de una colectividad. Por
medio de ella es posible acceder al pasado, interpretarlo y —como ocurre con el
sentido del texto— transformarlo a través de la lectura. De esta manera, cada
lectura se convierte, en potencia, en un acto creativo que permite reconfigurar el
orden existente, es decir, la tradición, ya que, en palabras de T. S. Eliot, "se
reajustan las relaciones, proporciones y valores de cada obra en relación con el
todo". Así, el fenómeno complejo que constituye la literatura rebasa, con mucho,
su actualidad, pues las obras literarias tienen una vida póstuma que rompe los
límites de su tiempo y las enriquece con significados nuevos.
Un ejemplo del diálogo entre pasado y presente, entre lector y texto, se
plantea en la lectura de los considerados "clásicos", es decir, esos textos que, a
pesar de los años y siglos de haber sido creados, siguen encontrando lectores en
las generaciones subsiguientes. El ensayista español Azorín describió así la
paradoja esencial que implica todo clásico:
¿Qué es un autor clásico? Un autor clásico es un reflejo de nuestra
sensibilidad moderna. La paradoja tiene su explicación: Un autor clásico no será
nada, es decir, no será clásico, si no refleja nuestra sensibilidad. Nos vemos en los
clásicos a nosotros mismos. Por eso los clásicos evolucionan: evolucionan según
cambia y evoluciona la sensibilidad de las generaciones. Complemento de la
anterior definición: un autor clásico es un autor que siempre se está formando.
No han escrito las obras clásicas sus autores; las va escribiendo la posteridad. No
ha escrito Cervantes el Quijote, ni Garcilaso las Églogas, los Sueños los han ido
escribiendo los diversos hombres que, a lo largo del tiempo, han ido viendo
reflejada en esas obras su sensibilidad. Cuanto más se presta al cambio, tanto más
vital es la obra clásica.
Cabe destacar que la lectura de textos literarios constituye una actividad
intelectual y emocional en la que texto y lector se transforman mutuamente. Por
una parte, el lector aporta su horizonte histórico y cultural, así como su
experiencia vital, íntima y subjetiva, para actualizar el texto y construir sentidos.
Y es que el texto literario es una forma significativa que, ciertamente, es producto
de su tiempo y de su cultura, pero no constituye una unidad cerrada y concluida,
sino que permanece abierta a múltiples lecturas que lo transforman.
La literatura es, pues, un fenómeno complejo y multifacético en el que los
textos se ofrecen al lector como formas que entrañan distintos modos de
comprensión, de representación y de explicación del mundo en sus diversos
aspectos.

1.1.5 La pluralidad de significados

Retrato de Edmond Duranty , de Edgar Degas, 1879.


El significado de los textos literarios no es una forma ni una esencia que queda
definida en el momento de su producción y que constituye una "verdad" oculta
que el lector tiene que descubrir y recuperar, sino el resultado de la interacción
entre el texto y el lector, de manera que el significado literario está constituido
por un conjunto de posibilidades a las que el texto da origen, en un proceso
siempre dinámico.
Para entender la complejidad de la producción de significados en los textos
literarios es necesario hacer referencia a dos conceptos básicos en todo acto de
comunicación: denotación y connotación. Mientras la denotación se refiere al
significado literal o referencial de una palabra, un enunciado o un texto
determinado, la connotación remite al significado figurado, indirecto o complejo
que se construye sobre el significado denotativo de las palabras; así, sus efectos
complementan, modifican o, incluso, contradicen lo expresado literalmente. La
connotación es la fuente de la pluralidad de sentidos o polisemia del lenguaje
literario, ya que al desplegar una amplia gama de significados asociados
contribuye a la construcción de un significado indirecto y complejo.
El significado explícito de los textos literarios es una delgada superficie bajo
la que se mueve una realidad de significación más compleja y rica, que se produce
por connotación. El significado indirecto o metafórico de la literatura es resultado
de la confluencia entre múltiples elementos que pertenecen tanto al discurso
artístico como al de otros códigos culturales, permitiendo así al lector relacionarlos
con diversos textos, valores e ideas, además de la evocación de sentimientos y
emociones.
Se puede ejemplificar la interacción entre denotación y connotación en la
literatura, así como el predominio del significado connotativo, con la poesía
mística de san Juan de la Cruz. En poemas como "Cántico espiritual" y "Noche
oscura", que a nivel denotativo se refieren a la relación amorosa y sensual entre
dos amantes, se descubre, por connotación, la dimensión simbólica de dicha
relación: la experiencia del alma en su unión con Dios.
En el siguiente fragmento, es posible observar que la alusión de san Juan a la
"noche oscura" no se agota en su carácter referencial:
¡Oh noche que guiaste,
oh noche, amable más que la alborada;
oh noche que juntaste
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada.
La noche a la que hace referencia este poema es, evidentemente, una noche
metafórica que expresa una experiencia personal, íntima e inefable. De acuerdo
con Luce López Baralt, quien ha puesto en relación la poesía de san Juan con la
tradición mística musulmana, entre los posibles significados que sugiere, por
connotación, el término "noche" están los siguientes: 1) El tránsito del alma hacia
Dios, 2) La privación del gusto en el apetito de las cosas, 3) Aprietos o penas, 4) La
fe, 5) La desolación espiritual.
El carácter ambiguo o polisémico de los textos literarios es una de las
principales convenciones de la literatura, resultado de una forma de leer que pone
en relación el texto con diversos códigos y contextos, permitiendo varias
interpretaciones de una misma obra. De esta manera, la participación del lector
en el proceso de significación de los textos literarios es fundamental, ya que es él
quien percibe las diferentes relaciones entre los elementos de la obra y los
contextos, y construye su interpretación particular.
1.1.6 ¿Por qué leer literatura?

Mujer leyendo, de Iván Kramskói, 1863.

El lector que sólo cuenta con su propia experiencia —siempre limitada— puede
ampliar sus horizontes y enriquecer sus perspectivas al leer textos literarios, ya
que la lectura lo pone en contacto con la invención de una realidad ficcional
(basada en conceptos e intuiciones del autor) que le permite confrontar el mundo
conocido, sus creencias, sus valores o lo que considera como verdadero o posible.
En ese sentido, la lectura literaria se ofrece como fuente insustituible de
experiencia, reflexión y conocimiento sobre el mundo, la sociedad y el individuo
mismo.
Mediante la lectura de textos literarios se adquieren conocimientos y se
desarrollan habilidades de razonamiento que favorecen la comprensión de los
fenómenos que constituyen la experiencia de vida de cualquier individuo. Una
persona que dispone de un marco cultural amplio y herramientas para la
comprensión de textos, particularmente literarios, incrementa su posibilidad de
reelaborar los significados, de comprenderse a sí mismo y de explicarse su
realidad.
El contacto con los textos literarios no sólo desarrolla en los lectores la
imaginación, la intuición y la vitalidad sentimental, sino también una
"sensibilidad narrativa". Ésta consiste en la capacidad para pensar en lo que sería
estar en el lugar del otro —en sentido amplio— y así facilitar el encuentro
empático y la identificación con él, propiciando una actitud de apertura hacia
otros valores, códigos y concepciones del mundo que permiten que el lector se
interrogue a sí mismo y a la propia cultura.
Entre los efectos que esta actividad conlleva se puede mencionar que la
lectura interroga y transforma los criterios implícitos desde los que el lector
aborda el texto, rompiendo así su rutina de recepción y proporcionándole nuevos
códigos de significación. De ahí que el contacto con la literatura no sólo lleve al
lector a una reflexión crítica de sus marcos y expectativas habituales, sino que
además, al ampliar sus horizontes y enriquecer sus perspectivas, incide en sus
capacidades cognitivas y afectivas. En ese sentido, la lectura de textos literarios
puede ser, como ha señalado Michèle Petit, "un camino privilegiado para
construirse uno mismo, para pensarse, para darle un sentido a la propia
experiencia y un sentido a la propia vida".
Por medio de la literatura los individuos pueden adquirir plena conciencia
tanto de sí mismos y de sus semejantes, como de su pertenencia a una cultura y
una tradición basadas en una lengua, una historia, algunos valores y creencias
compartidos. Por otra parte, habría que destacar el contacto con tradiciones
distintas a la propia. En una sociedad globalizada, pluricultural y multiétnica, la
lectura —gracias a que representa la apertura hacia una diversidad de puntos de
vista— puede contribuir a establecer un distanciamiento crítico e impedir que
una religión, una etnia o un territorio se convierta en una identidad dogmática.
Asimismo, permite el desarrollo de valores como la tolerancia y el respeto a la
pluralidad y la diferencia.

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