Sebastián Rubiano - La Independencia de La Corte Constitucional

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Capítulo 2

La Corte Constitucional:
entre la independencia judicial
y la captura política

Sebastián Rubiano Galvis


Los tribunales constitucionales son uno de los pila- 85

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


res fundamentales de toda democracia constitucional. La exis-
tencia de esos órganos judiciales —encargados de defender la
supremacía de la Constitución y de garantizar la sujeción de go-
bernantes y gobernados al imperio de la ley— es una condición
básica para el funcionamiento del Estado de derecho. La fun-
ción de estos tribunales en un Estado constitucional es de vital
importancia, pues éstos no solo constituyen una vía contrama-
yoritaria para la defensa de los derechos individuales —sobre
todo de los grupos minoritarios de la sociedad—, sino que son
un contrapeso que se encarga de limitar al poder político.
Una condición indispensable para que las cortes —y en
general, los jueces— puedan cumplir con estas funciones es
que actúen de manera autónoma y sin ningún tipo de presión
o injerencia indebida por parte del Ejecutivo, del Legislativo
o de cualquier actor social. Ese presupuesto se conoce como
independencia judicial (Burgos 2003: 13). La separación de los
jueces de las fluctuaciones políticas coyunturales y de los inte-
reses de las mayorías justifica la defensa de la independencia
de la justicia, pues si las decisiones judiciales dependieran del
calor de las discusiones políticas del momento, y respondieran
a lealtades, presiones o injerencias indebidas, la sujeción al im-
perio de la ley —fundamento del Estado de derecho o rule of
law— no sería más que letra muerta.
El diseño institucional tiene mucho que ver con la garantía
de la independencia judicial. Decía Hamilton en El Federalista
que la rama judicial es el poder más débil del Estado, pues a
diferencia del Ejecutivo y el Legislativo, no cuenta con poder
político, económico, ni militar, y depende de la administración
para ejecutar sus fallos (Hamilton, Madison y Jay 1982: 331).
En la misma obra, Madison, en su clásico ensayo “El Federa-
lista 49”, decía que la independencia de los jueces se garantiza
por la forma en que éstos son nombrados, por un lado, y por la
naturaleza de sus funciones, por el otro. Es por eso que en las
democracias constitucionales, la relación entre los gobiernos y
el poder judicial suele ser de tensión. Aunque los jueces tienen
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en su contra la debilidad y la desventaja de poder a la que
Sebastián Rubiano Galvis

aludía Hamilton, y aunque la ejecución de sus decisiones no


dependa de ellos mismos, los gobiernos, por su parte, deben
aceptar el hecho de que el poder judicial tenga la facultad de
limitar y controlar sus intereses políticos (Gargarella 1996). De
ahí la importancia de que las normas y el arreglo institucional
garanticen la independencia judicial, pues de lo contrario, esa
limitación mutua entre el poder ejecutivo y el judicial no sería
posible. Pero adicionalmente, la práctica política también pue-
de ser un riesgo para la independencia judicial. Por más que
el andamiaje institucional intente garantizar la independencia
de los jueces, esto puede quedarse en el papel si los órganos a
quienes controla el poder judicial no respetan sus decisiones y
se entrometen en sus labores (Burgos 2003).
Estos dos elementos —diseño institucional y práctica políti-
ca— son fundamentales para evaluar la relación entre el poder
ejecutivo y el poder judicial. La independencia judicial puede
esfumarse si la arquitectura institucional favorece la influen-
cia del gobierno en el poder judicial, y si al mismo tiempo el
gobierno insiste en cuestionar y en interferir en las decisiones
de los jueces. En este caso, la justicia deja de ser un contrapeso
del poder político y pasa a ser un poder subordinado a los
intereses del gobierno.
La discusión sobre la independencia judicial y las relacio-
nes entre el gobierno y la justicia está más vigente que nunca
en Colombia. El propósito de este texto es hacer un panorama
general de las relaciones entre el gobierno y la Corte Consti-
tucional, y ver si la reforma de la reelección presidencial las
afectó. Para ello me concentro en dos aspectos: el primero es la
influencia del gobierno en la conformación de la Corte, dada
la facultad constitucional que tiene el presidente de participar
en las elecciones de los magistrados; y el segundo es la rela-
ción de poder que hay entre los propósitos del gobierno y las
decisiones de la Corte.
En este texto sostendré que si bien la Corte no ha sido coop-
tada políticamente por el gobierno Uribe, hoy en día su inde-
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pendencia es menor debido a la reelección presidencial.1 Para

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


ello divido el texto en cuatro partes. En la primera hago algunas
anotaciones sobre el mecanismo de elección de los magistrados
de la Corte. En la segunda hago un recuento histórico de la re-
lación entre la Corte y el gobierno, concentrándome en los dos
aspectos descritos, influencia en la elección y relaciones. En la
tercera me concentro en el gobierno de Álvaro Uribe y en la
Corte a partir de la reelección presidencial. Y en la cuarta plan-
teo algunas conclusiones y hago unos comentarios finales.

El mecanismo de elección de magistrados


La forma como se elige a los magistrados es importante para
evaluar la influencia de un gobierno en un tribunal constitu-
cional. En este apartado trato el tema de los mecanismos de
elección, y sus ventajas y debilidades.

Formas de elección de magistrados


Pueden distinguirse tres formas generales para elegir a magis-
trados de las altas cortes y tribunales. La primera es la elección
política. En esta prima la afinidad política del candidato con
su elector. En esta forma de elección suele haber de por medio

1 Este capítulo fue elaborado con información obtenida de la pá-


gina web de la Corte Constitucional, sentencias, material bibliográfico
referente al tema, notas de prensa del archivo del diario El Tiempo
(http://www.eltiempo.com), la Revista Semana (http://www.semana.
com) y del diario El Espectador (http://www.elespectador.com), y de
entrevistas a expertos, magistrados y dirigentes políticos. Algunos
entrevistados solicitaron reserva de su identidad.
lealtades, acuerdos y estrategias políticas. Dos ejemplos claros
de esta forma de elección son la nominación directa y la elec-
ción popular de jueces. En el primer caso, dependiendo del
sistema político del país, son el presidente o el Senado los que
nombran directamente al magistrado. Y en el segundo caso, se
abren elecciones populares para elegir a los magistrados; este
segundo mecanismo solo fue adoptado por Suiza hace varias
décadas, y solo para jueces y tribunales de jerarquía interme-
dia (Pereira 1957). Ningún país del mundo ha adoptado este
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mecanismo para su tribunal constitucional.2
Sebastián Rubiano Galvis

Esta forma política de elección implica altos riesgos en tér-


minos de autonomía e independencia judicial, pues si un ór-
gano político puede nombrar directamente a un magistrado
es muy probable que el tribunal se politice. De ahí que este
mecanismo usualmente haya sido empleado en dictaduras y
regímenes totalitarios. Igualmente ocurre con la elección po-
pular: dejar al arbitrio de la voluntad popular la elección de
los magistrados imprime una alta dosis de politización en la
justicia, y puede degenerar en populismo judicial.
La segunda forma de elección es la técnica o meritocrática, y
es aquella en la que no hay participación de órganos políticos
en la elección de los magistrados, y en cambio son órganos
administrativos, o los propios órganos judiciales, los encarga-
dos de elegirlos. Esta forma de elección privilegia como cri-
terios principales los méritos académicos y profesionales y el
conocimiento técnico del derecho. Un ejemplo de esta forma
de elección es la cooptación, en virtud de la cual los propios
magistrados o jueces del tribunal eligen a sus sucesores. Este
es un mecanismo común en varias cortes del mundo, y en Co-
lombia es empleado para elegir a los magistrados de la Corte
Suprema y del Consejo de Estado. No obstante, los críticos de
este mecanismo sostienen que impide la renovación de postu-

2 Este mecanismo fue propuesto para el tribunal constitucional


por el gobierno de Evo Morales en la reciente Asamblea Constituyen-
te en Bolivia. La propuesta no prosperó para el tribunal, pero sí para
jueces de menor jerarquía.
ras en los tribunales, y que en vez de promover la meritocracia
fomenta el nepotismo y el clientelismo judicial (Kugler y Ro-
senthal 2000: 14). Otro ejemplo de elección técnica es el con-
curso de méritos, en el que los candidatos presentan un exa-
men, y quienes obtienen los mayores puntajes son elegidos.
Este mecanismo tiene la ventaja de garantizar la idoneidad
profesional de los candidatos, pero tiene el riesgo de conducir
a Cortes excesivamente tecnócratas y alejadas de la realidad
política del país.
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Y por último, la tercera forma es la de los mecanismos in-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


termedios o mixtos, en la que se combinan tanto el criterio po-
lítico como el meritocrático. En el proceso de elección no solo
participan órganos técnicos o judiciales —como consejos de
la judicatura—, sino también los órganos políticos. Ahora
bien, los mecanismos intermedios pueden ser o más políticos
o más técnicos. Con algunos matices y particularidades que
dependen de cada país, el sistema más común ha sido el de
las elecciones interinstitucionales. En México por ejemplo, el
presidente de la República conforma ternas y las envía al Se-
nado para que éste elija a los magistrados de la Suprema Cor-
te de Justicia. En Estados Unidos, cuando un magistrado de
la Suprema Corte fallece o renuncia y debe ser reemplazado,
el presidente puede designar un candidato afín a sus posturas
ideológicas, el cual es posteriormente ratificado o vetado por
el Senado.

La elección de magistrados en Colombia


El mecanismo de elección de los magistrados de la Corte
Constitucional colombiana se inscribe dentro de la forma de
elección mixta o intermedia. De acuerdo con el artículo 239
de la Constitución, el artículo 44 de la Ley Estatutaria de la
Administración de Justicia (270 de 1996), y el artículo 317 de la
Ley 5 de 1992, los nueve magistrados de la Corte son elegidos
por el Senado de ternas que conforman el presidente de la Re-
pública, el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia.
Cada órgano envía tres ternas al Senado.
Este mecanismo tiene varias bondades. En primer lugar, la
conformación de las ternas no es exclusiva de un órgano o fun-
cionario eminentemente político, pues las altas cortes —Corte
Suprema y Consejo de Estado— también conforman ternas. Si
se parte de la premisa de que las altas cortes son autónomas e
independientes, esto puede ser positivo en la medida en que
la influencia del presidente en la Corte es sólo parcial. Y en
segundo lugar, en este mecanismo participan las tres ramas del
poder, lo cual le da un carácter democrático a la elección, y ade-
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más procura que la Corte no esté aislada de la realidad política
Sebastián Rubiano Galvis

y social del país. Según Cepeda, este sistema asegura la inde-


pendencia de los magistrados y, al mismo tiempo, busca dotar
a la Corte de una legitimidad política indirecta (2007: 212).
Con el transcurrir de los años han surgido varias críticas
sobre su funcionamiento. Una de ellas es su fuerte inclinación
política. Aunque es un sistema mixto, la práctica del régimen
político colombiano lo inclina hacia una forma de elección más
política que meritocrática. Esto puede verse de dos maneras.
Por un lado, a través de la politización de las ternas de las altas
cortes. Es un secreto a voces que en la rama judicial, y en par-
ticular en las altas cortes, han existido cuotas de los partidos
políticos desde los años del Frente Nacional.3 Es por eso que
las ternas del Consejo de Estado y de la Corte Suprema con co-
múnmente conocidas como “ternas liberales”, “ternas conser-
vadoras” o “ternas mixtas”. Así, las ternas de las que se espera
un grado mínimo de politización y un mayor grado de aptitud
profesional y técnica, terminan siendo también ternas abier-
tamente políticas.4 Por otro lado, la composición del Senado
a favor o en contra del gobierno es un elemento que puede
inclinar o no la balanza de la elección hacia la politización. Si

3 Sin embargo, esa politización de las ternas no obedece tanto a


criterios abiertamente partidistas, sino más a bien a afinidades ideo-
lógicas. Aún así, no han sido pocas las “nominaciones militantes”.
4 Entrevista a Rodrigo Uprimny, Bogotá, febrero 6 de 2009, a Danilo
Rojas, Bogotá, enero 30 de 2009 y a Martha Sáchica, Bogotá, octubre 6
de 2008.
el gobierno cuenta con una bancada mayoritaria en el Senado,
el presidente tiene la posibilidad de influir en la elección de
magistrados de las ternas de las altas cortes, expresándoles a
sus senadores afines su preferencia por uno u otro candidato.
O aun si el presidente no hace eso, las bancadas del Senado
pueden alinearse según la inclinación política de las ternas que
envíen el Consejo y la Corte Suprema, lo que supone un riesgo
de excesiva influencia política en la conformación de la Corte.
Ese riesgo no sería tan alto si existiera una disposición legal
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o constitucional que obligara a los órganos nominadores a te-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


ner en cuenta un criterio en particular para incluir candidatos
en las ternas. El artículo 232 constitucional exige algunos re-
quisitos para ser magistrado, como ser nacional colombiano,
no tener condenas judiciales, ser abogado y haber ejercido la
profesión durante diez años, ya sea como litigante, funcionario
de la rama judicial o catedrático. El problema es que estos re-
quisitos son puramente formales y son tan mínimos que prác-
ticamente cualquier abogado de cierta edad podría cumplirlos.
La Constitución no le impone a los órganos nominadores nin-
gún criterio sustancial para incluir candidatos en las ternas. El
único criterio que existe es meramente indicativo, y consiste en
que los candidatos pertenezcan a diversas especialidades del
derecho (Constitución Política 1991, art. 239). La Carta Política
ni siquiera menciona la preparación académica como un punto
que se deba tener en cuenta por parte de los órganos nomina-
dores, y cuando habla de la experiencia profesional, es poco
menos que vaga (“haber ejercido la profesión con buen crédi-
to”). De ahí que las ternas del Consejo de Estado y de la Corte
Suprema sean proclives a estar politizadas, pues en principio
no hay obstáculos para que primero se filtre a los aspirantes
según la afiliación política, y luego se justifiquen sus calidades
profesionales.5

5 Una de las primeras preguntas que hacen los magistrados de la


Corte Suprema y los consejeros de Estado cuando están preseleccio-
nando a los candidatos es: “¿con qué partido político se siente más
identificado?” De la respuesta del candidato depende si sigue siendo
Otra crítica es que tampoco hay ninguna participación de la
sociedad civil en los procesos de elección. La conformación de
las ternas es por lo general reservada, y la opinión pública solo
conoce a los candidatos una vez ternados. La Corte Suprema y
el Consejo de Estado hacen deliberaciones y votaciones inter-
nas para conformar sus ternas, pero a puerta cerrada.6 La Pre-
sidencia de la República ha sido aún más hermética: lo que ha
pasado en varias ocasiones es que el presidente ha encargado
a su secretario jurídico para que haga una lista preliminar de
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candidatos y, a última hora, el presidente conforma las ternas
Sebastián Rubiano Galvis

con base en esa lista. Esa selección, así como la conformación


de la lista misma, son procesos totalmente reservados.
Adicionalmente, tampoco existe ninguna posibilidad legal
de objetar o de censurar a un candidato. No hay canales de
participación ciudadana para debatir qué cualidades deben
tener los aspirantes a ser los garantes de la Constitución, por
lo que una vez un candidato es incluido en una terna, queda
prácticamente blindado ante cualquier cuestionamiento de la
opinión pública.7 Una última crítica, además del déficit parti-
cipativo, tiene que ver con la falta de transparencia. Última-

tenido en cuenta para ser incluido en una terna. Entrevista a Danilo


Rojas, Bogotá, enero 30 de 2009.
6 Vale la pena mencionar que con el transcurrir de los años, tanto
la Corte como el Consejo han venido afinando e institucionalizando el
procedimiento para conformar las ternas. Un avance ha sido la aper-
tura de una convocatoria pública preliminar: desde hace unos años,
cuando se debe conformar una terna, cualquier abogado puede ins-
cribirse ante la Corte o el Consejo y posteriormente puede ser tenido
en cuenta por los magistrados nominadores. Sin embargo, algunas
decisiones siguen siendo ocultas y aún subsisten prácticas como la
pregunta por la filiación partidista (ver supra nota 4). Entrevista a Ro-
drigo Uprimny, Bogotá, febrero 6 de 2009, y a Danilo Rojas, Bogotá,
enero 30 de 2009.
7 En las últimas elecciones de magistrados hubo un hecho que
representa un avance para superar esta debilidad. Un grupo de or-
ganizaciones ciudadanas se asoció para realizar un proceso de segui-
miento y de transparencia en las elecciones. Este proceso se denominó
“Elección visible”, y consistió en pedir a los órganos nominadores las
hojas de vida de los candidatos incluidos en las ternas para que la
ciudadanía los conociera y discutiera sobre sus cualidades. Aunque
la eficacia de la iniciativa fue bastante limitada, emprenderla fue un
paso importante.
mente, antes de las elecciones, el Senado convoca audiencias
públicas en las que los candidatos de las ternas exponen a los
senadores y a la opinión pública sus posturas y las razones por
las que deberían ser elegidos. La razón de ser de esas sesiones
es dar visibilidad y transparencia al proceso, de manera que
senadores y ciudadanos conozcan a los candidatos.
No obstante, antes de esas audiencias existe una oscura eta-
pa de lobby desregulado en la que cada candidato literalmente
golpea a la puerta de la oficina de los senadores para tratar de
asegurarse sus votos. Entrevistas, desayunos, almuerzos y coc- 93

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


teles con los senadores son algunas de las estrategias a las que
recurren los candidatos para obtener los votos necesarios. En
épocas previas a las elecciones, en ocasiones se ha visto cómo
las oficinas de los senadores se llenan de regalos como bote-
llas de whisky, corbatas, mancornas, tabacos cubanos, etc. (El
Tiempo 2000, 20 de febrero). Es por eso que cuando llega el día
de las audiencias públicas, éstas terminan siendo una simple
formalidad, pues en la mayoría de las ocasiones las elecciones
están decididas desde el proceso de lobby y son escasos los se-
nadores que definen su voto con base en las audiencias.8

Los periodos como contrapeso al poder


y como garantía de independencia
Un aspecto que hasta ahora había logrado, en cierta medida,
atenuar el efecto nocivo de por lo menos las dos primeras debi-
lidades descritas son los periodos. La Asamblea Constituyente
quiso un grado de influencia política en el proceso, pero limi-
tó esa politización fijando periodos escalonados para los ma-
gistrados y para quienes los nominan. Concentrémonos para
este punto en la incidencia del presidente de la República. De
acuerdo con la Constitución, el periodo de los magistrados es
de ocho años y el de los presidentes es de cuatro. Así, desde la
expedición de la Carta Política, el sistema de periodos sería el
el que aparece en el cuadro 1.

8 Entrevistas a Rodrigo Uprimny, Bogotá, febrero 6 de 2009 y a


Danilo Rojas, Bogotá, enero 30 de 2009.
CUADRO 1. Poder de nominación presidencial sin reelección

Corte 1: 1993-2001 Presidente 1: 1990-1994 Conforma 3 ternas


Presidente 2: 1994-1998 No conforma terna
Corte 2: 2001-2009 Presidente 3: 1998-2002 Conforma 3 ternas
Presidente 4: 2002-2006 No conforma terna
Corte 3: 2009-2017 Presidente 5: 2006-2010 Conforma 3 ternas
Presidente 6: 2010-2014 No conforma terna

Como los periodos de los magistrados son de ocho años y los


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de los presidentes de cuatro, solo algunos presidentes pueden
Sebastián Rubiano Galvis

enviar ternas para suplir vacantes. Además, deben hacerlo en


el tercer año de su mandato, de manera que los magistrados
elegidos solo sean un contrapeso del gobierno que los eligió
durante menos de dos años, y en cambio, ejerzan también su
cargo durante el gobierno del presidente siguiente. 9 Este esca-
lonamiento de periodos es una expresión concreta del sistema
de frenos y contrapesos (checks and balances) propio de toda de-
mocracia constitucional, en virtud del cual los poderes públi-
cos del Estado se controlan mutuamente y limitan sus posibles
excesos de poder (Giraldo 1997: 20, Gargarella 1996). En este
caso, es también una garantía para preservar la independencia
judicial de la Corte y liberarla de estar sometida a los intereses
políticos del gobierno de turno.

La relación entre el gobierno


y la Corte Constitucional (1992-2006)
En este apartado hago un recuento de las relaciones entre el
poder ejecutivo y la Corte Constitucional, en los quince años
que transcurrieron desde la expedición de la Constitución has-
ta la aprobación de la reelección. Este recorrido histórico es fun-
damental en la medida en que permite hacer un balance de la
situación antes y después de la reelección.10 El análisis histórico

9 Este era el modelo ideal de la Constitución. Pero en la realidad,


algunas renuncias de magistrados han modificado levemente esa
correspondencia.
10 En ciencia política y en sociología de la decisión judicial exis-
se concentra en dos aspectos. El primero es la facultad del pre-
sidente de enviar ternas al Senado para elegir magistrados de la
Corte. Para ello intento evaluar en qué medida el gobierno in-
tentó hacer elegir magistrados afines a sus políticas. El segundo
es la relación general de la Corte como conjunto con el gobier-
no de turno. Para ello me baso principalmente en las decisiones
de la Corte que generaron choques y tensiones con el gobierno,
y en los pronunciamientos de éste sobre ellas y sus intentos de
reformarla. Este análisis tiene tres partes que corresponden a
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cada una de las Cortes que han existido entre 1992 y 2009.11

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


La primera Corte (1993-2001)
Con la expedición de la Ley 5 de 1992 se llenaron algunos va-
cíos que había dejado la Constitución. Entre ellos, se reguló

ten corrientes dedicadas a estudiar el carácter político de las cortes


y de las decisiones de sus integrantes (decision-making behavior). Se-
gún esas visiones, las instituciones judiciales son el resultado del
comportamiento estratégico de sus integrantes: las cortes serían, en
esencia, una especie de arena de batalla en la que las preferencias
políticas de sus integrantes definen sus sentencias (Sunstein et ál.
2006). Aunque hay desacuerdos entre los voceros de esas visiones,
existen también perspectivas más institucionalistas que resaltan el
hecho de que la tradición de una corte puede limitar y moldear la
ideología de sus integrantes (Gillman 2001). Rodrigo Uprimny, por
ejemplo, señala que algo particular de la Corte Constitucional co-
lombiana es que desde sus primeros años rápidamente adquirió una
especie de “autoconciencia institucional” en el sentido de captar su
importancia como factor de poder dotado de legitimidad. De algu-
na manera —dice Uprimny— el significado de los primeros años
de la Corte fue suficiente para construir una historia y un rol de la
institución que ha permeado a sus miembros y ha hecho que estos
adquieran una conciencia relativamente homogénea de la importan-
cia de la independencia y de la labor de la Corte. Esto explicaría en
parte por qué algunos magistrados conservadores han terminado
defendiendo tesis progresistas en la Corte. Aunque no todas las co-
rrientes comportamentalistas desconocen lo anterior, este análisis se
acerca más a una perspectiva institucionalista. Entrevista a Rodrigo
Uprimny, Bogotá, febrero 6 de 2009.
11 Una aclaración metodológica: la separación que hago entre las
dos Cortes es meramente cronológica e indicativa. No creo posible
hacer una caracterización política o ideológica de cada Corte, pues
como señalaba anteriormente, sin perjuicio de las variaciones juris-
prudenciales en temas concretos, la “autoconciencia” de la Corte
como institución independiente se ha mantenido desde su creación.
Por razones de espacio, no tengo en cuenta la Corte transitoria que
funcionó entre 1991 y 1992.
finalmente la elección de los magistrados de la Corte Consti-
tucional —entre 1992 y 1993 sesionó una Corte transitoria de
siete magistrados—. El artículo 317 de dicha ley señaló que el
número de magistrados de la Corte sería nueve, y dispuso que
su periodo fuera de ochos años. La primera Corte Constitucio-
nal estuvo conformada así:

CUADRO 2. Votaciones y perfil de los magistrados


de la Corte Constitucional (1993-2001)
96
Sebastián Rubiano Galvis

Eduardo Cifuentes Muñoz (1993-2000) (87), Gustavo Zafra


Roldán (17) y Jesús Pérez González-Rubio (0). Abogado de la
Universidad de los Andes. Fue director de posgrados de la Facultad
de Derecho de esa misma institución y director de investigaciones
del Banco de Colombia. Tenía experiencia en el sector privado y
además tenía un perfil académico, pues también era profesor e
investigador en los Andes y había publicado varios libros y artículos.
Tenía un perfil liberal. Formó parte de la Corte transitoria (1991-
1992) y el Senado lo ratificó en 1992 para la primera Corte.
Presidente de la República

Hernando Herrera Vergara* (1993-1999) (67), Ciro Angarita


Barón (23) y Jesús Vallejo Mejía (5). Abogado de la Universidad
Nacional y experto en derecho constitucional, administrativo y
laboral. Fue magistrado del Consejo Superior de la Judicatura
y viceministro de Comunicaciones. Miembro de la Academia
Colombiana de Jurisprudencia y del Instituto Colombiano de
Derecho Administrativo. Era considerado liberal moderado.
Alejandro Martínez Caballero (1993-2001) (49), Simón
Rodríguez Rodríguez (48) y Guillermo Salah Zuleta (0). Abogado de
la Universidad del Rosario, de donde era profesor. Había trabajado en
la Contraloría y había sido representante a la Cámara por la Anapo
en 1966. Fue asesor de la Alianza Democrática M-19 en la Asamblea
Constituyente. Por su pasado político era de tendencia liberal y
progresista. Martínez fue incluido en la terna presidencial tras haber
hecho parte de la primera corte. Era el candidato de la AD M-19.
Formó parte de la Corte transitoria (1991-1992), y el Senado lo
ratificó en 1992 para la primera Corte.
Jorge Arango Mejía (1993-1998) (60), Carlos Upegui Zapata
(18) y José Alejandro Bonivento (12). Abogado de la Universidad
C. Suprema

Externado. Fue juez civil en La Dorada, alcalde de Armenia,


gobernador del Quindío y embajador en Checoeslovaquia.Venía
de ser director jurídico de la Federación Nacional de Cafeteros.
Especialista en derecho privado, fue asesor de varios bancos. En su
elección fue apoyado por el Partido Liberal. Era considerado liberal,
pero defendió posturas moderadas, y a veces conservadoras. u
u
José Gregorio Hernández (1993-2001) (82), Carlos Augusto
Gálvez (10) y Nilson Pinilla (2). Abogado de la Universidad Javeriana
y miembro del Partido Conservador. Su padrino político fue Gabriel
Melo Guevara, con quien trabajó en el sector público en los años
ochenta ocupando cargos en la Gobernación de Cundinamarca y en
Corte Suprema de Justicia

los ministerios de Hacienda y de Comunicaciones. Ha sido profesor


de derecho constitucional en su alma máter. Formó parte de la
Corte transitoria (1991-1992), y el Senado lo ratificó en 1992 para la
primera Corte. Aunque era un conservador declarado, en su segundo
periodo en la Corte algunas de sus posturas se flexibilizaron.
Fabio Morón Díaz (1993-2001) (63), Pedro Angulo Charria (17)
y Jairo Escobar Padrón (15). Abogado de la Universidad Nacional. 97
Fue editor del periódico El Universal durante doce años, y decano

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


de derecho de la Universidad de Cartagena. Antes de su elección era
magistrado de la Corte Suprema de Justicia, donde fue ponente de
los dos fallos que posibilitaron la convocatoria de la Constituyente.
Aunque se le consideraba cercano al Partido Liberal, sus posiciones
eran conservadoras. Formó parte de la Corte transitoria (1991-
1992), y el Senado lo ratificó en 1992 para la primera Corte.
Carlos Gaviria Díaz (1993-2001) (68), Hernán Guillermo Aldana
(22) y Jaime Bernal Cuéllar (4). Abogado antioqueño. Fue profesor,
decano de derecho y rector de la Universidad de Antioquia, de
donde es egresado. Realizó estudios en la Universidad de Harvard.
Fue juez municipal en Rionegro. De tendencia liberal y progresista,
su elección fue promovida por el senador Álvaro Uribe del Partido
Liberal.
Consejo de Estado

Vladimiro Naranjo Mesa** (1993-2000) (75), Jesús Ramírez


Suárez (13) y Susana de Montes Echeverri (7).
Reconocido constitucionalista de la Universidad del Rosario, nacido
en Medellín. Realizó estudios en las universidades de Princeton y de
París. Fue profesor de teoría constitucional e instituciones políticas
en varias universidades y publicó varios libros sobre esta área. De
orientación conservadora.
Antonio Barrera Carbonell (1993-2000) (64), Ariel Hernández
(18) y Javier Díaz Bueno (12). Abogado cartagenero, egresado de
la Universidad Libre y especializado en derecho laboral. Litigante y
catedrático de varias universidades. Fue abogado asesor del Instituto
Colombiano de la Reforma Agraria (Incora) y conjuez del Tribunal
Administrativo de Cundinamarca y del Consejo de Estado. Era de
posturas moderadas.

* Renunció al cargo en 1999.


** Renunció antes de terminar su periodo para dedicarse a la academia.
El gobierno Gaviria y las elecciones
Entre 1992 y 1993 sesionó una Corte Constitucional transitoria
de siete magistrados. Aunque el presidente Gaviria nombró
directamente a dos de ellos (Ciro Angarita y Alejandro Mar-
tínez), y conformó dos ternas para nombrar a otros dos (José
Gregorio Hernández y Fabio Morón), esa Corte no fue afín a
su gobierno. De hecho, algunas sentencias causaron gran po-
lémica y tensión, como aquella que declaró inconstitucional el
Concordato y las dos sentencias de estados de excepción. En
98
las dos últimas, si bien la Corte transitoria aceptó la constitu-
Sebastián Rubiano Galvis

cionalidad de las dos declaratorias,12 fijó la llamada doctrina


del control material de los estados de excepción, lo cual causó
tensiones con el gobierno, pues eso fue visto como una usurpa-
ción de competencias y una intromisión en el poder ejecutivo.13
Aún así, en últimas, los fallos de esa Corte transitoria no fue-
ron del todo desfavorables al gobierno. Prácticamente ninguna
política importante y trascendental para el gobierno había sido
“tumbada” por la Corte. Además, sus primeras sentencias en
materia de tutela habían sido vistas con buenos ojos.
Por eso Gaviria ratificó su confianza en los abogados que
había nombrado en la Corte transitoria y los incluyó en las
ternas para elegir a la primera Corte. De los siete magistrados
de la Corte transitoria, seis fueron incluidos en las ternas para
la primera. De esos seis, el gobierno ternó a cuatro: Cifuentes,
Angarita, Martínez y Rodríguez.14 Aunque solo los tres prime-

12 Corte Constitucional, sentencias C-556 de 1992, M. P. Simón Ro-


dríguez y C-031 de 1993, M. P. Eduardo Cifuentes.
13 Según esta doctrina, la Corte Constitucional puede revisar de
fondo las razones que el gobierno esgrime para declarar un estado de
excepción. Esta postura causó una gran polémica, pues hasta antes
de la Constitución de 1991, el control de constitucionalidad de los de-
cretos de excepción era puramente formal. No obstante, según Ariza
y Barreto (2001: 161), ese control material de la Corte transitoria fue
retórico y contradictorio: la doctrina fijada fue sólida a favor de limi-
tar el poder presidencial, pero su aplicación a los hechos concretos fue
tímida y restringida.
14 Los otros dos, Fabio Morón y José Gregorio Hernández, fueron ter-
nados por la Corte Suprema de Justicia. Ambos ya habían pasado por esa
Corte, uno como magistrado titular y el otro como magistrado auxiliar.
ros eran liberales, el resto de los cupos en las tres ternas fue
asignado también a personas abiertamente afines al gobierno.
Así, de los nueve candidatos de las ternas del presidente, ocho
eran reconocidos liberales o al menos cercanos al partido li-
beral. Esto puede leerse como una intención del gobierno de
asegurarse en la Corte una cuota significativa mayor que en la
Corte anterior.15 Sin embargo, para cuando la nueva Corte se
posesionara, Gaviria ya estaría en la fase final de su gobierno,
pues sólo le quedada un poco más de un año.
99
De las ternas del Consejo de Estado y de la Corte Suprema

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


resultaron elegidos magistrados como Carlos Gaviria, liberal
progresista, y Jorge Arango y Antonio Barrera, de posturas
moderadas. Su elección hizo que el bloque de avanzada —ya
compuesto por Martínez y Cifuentes— tomara más fuerza. Por
ello, la composición de la primera Corte fue mayoritariamente
liberal, tanto en términos de apoyo político como de interpre-
tación constitucional.16 Esto fue un hecho muy significativo y
marcó un punto de partida para lo que en adelante sería la
Corte Constitucional.

La primera Corte y la transición de gobiernos


Con algunos relevos parciales, la primera Corte funcionó en-
tre 1993 y 2001. Este fue tal vez el periodo más tenso entre la
Corte y el Ejecutivo. En ese lapso hubo tres gobiernos: el de
César Gaviria, el de Ernesto Samper y el de Andrés Pastrana.
César Gaviria (1993-1994)
El gobierno, que en la Asamblea Constituyente había sido
un convencido defensor de la Corte, ahora esperaba cada sen-
tencia con expectativa y temor de que se interpusiera en sus
planes de gobierno. Aun así, el gobierno de Gaviria nunca

15 Ya que la Constitución había prohibido la reelección de magis-


trados, algunos denunciaron al gobierno por incluir en las ternas a
magistrados de la Corte transitoria. Sin embargo, la tesis del gobierno
fue que esos magistrados habían cumplido un periodo transitorio y
no uno ordinario, por lo cual podían ser incluidos en las ternas. (El
Tiempo 1992, 3 de noviembre).
16 Tras las elecciones de los magistrados, los senadores conserva-
dores se sintieron derrotados (El Tiempo 1992, 12 de febrero).
cuestionó la existencia de la Corte ni sus funciones. Pero para
la Corte, los cuestionamientos del gobierno eran un ataque a
su legitimidad y a la independencia judicial. Tres decisiones de
esta Corte desataron fuertes tensiones con el gobierno Gaviria.
La primera fue en relación con la conmoción interior. La
Corte transitoria ya había despertado preocupaciones con la
doctrina del control material de los estados de excepción, pero
cuando el presidente Gaviria decretó una vez más el estado
de conmoción interior en mayo de 1994, y la Corte lo declaró
100 inexequible,17 la polémica sobre el balance de poderes se de-
Sebastián Rubiano Galvis

sató. Aunque el caso concreto preocupó mucho al gobierno,18


en el fondo se debatía el alcance de la revisión judicial de los
decretos de excepción. Desde 1991, era la primera vez que la
Corte se oponía a la decisión del Ejecutivo de declarar un es-
tado de excepción.
La segunda fue la sentencia que declaró inconstitucional
la Ley Antisecuestro.19 Esta ley se había aprobado a raíz del
secuestro de Francisco Santos y de otros periodistas y per-
sonalidades, quienes después de ser liberados, lanzaron una
campaña para endurecer la legislación penal contra este de-
lito. La Ley penalizaba el pago de rescate de secuestros por
parte de los familiares de los plagiados. La Corte decidió que
esa y otras disposiciones de la Ley eran inconstitucionales. El
Congreso, el gobierno, los medios de comunicación y los gre-
mios de ganaderos e industriales arremetieron contra la Corte
(Bermúdez 1996: 43-47).
Otra fue la sentencia que despenalizó la dosis personal de
sustancias, que no solo significó una disputa con el gobier-

17 Corte Constitucional, sentencia C-300 de 1994, M. P. Eduardo


Cifuentes.
18 El gobierno había decretado la excepción debido a que alrede-
dor de 900 sindicados por delitos de rebelión, sedición, terrorismo y
narcotráfico iban a quedar en libertad pues sus procesos no habían
podido ser calificados por la Fiscalía. La Corte consideró que el go-
bierno no había justificado por qué la liberación de estas personas
(aún no condenadas) era un grave peligro para el orden público.
19 Corte Constitucional, sentencia C-542 de 1993, M. P. Jorge Arango.
no sino con una parte significativa de la opinión pública.20 En
esta sentencia, la Corte declaró inexequible la penalización del
consumo personal de drogas por considerarla violatoria del
derecho al libre desarrollo de la personalidad. Al conocer el
fallo, el gobierno acusó a la Corte de legislar, de obstaculizar
las políticas del Ejecutivo, y de proferir un fallo irresponsable y
dañino para los ciudadanos. El presidente Gaviria anunció que
para dar reversa a la decisión y penalizar de nuevo la dosis per-
sonal, convocaría a un referendo. La Corte respondió diciendo
101
que la convocatoria a un referendo llevaba implícita una sen-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


sación de desacato a la sentencia por parte del gobierno.21
Ernesto Samper (1994-1998)
El gobierno de Samper fue uno de los más turbulentos po-
líticamente en los últimos años, en buena parte debido al es-
cándalo del ingreso de dinero del narcotráfico a su campaña.
Por eso, la oposición a su gobierno fue férrea e incansable. Esa
crisis de gobernabilidad influyó en su relación con la Corte
Constitucional, la cual fue un tanto distante: Samper fue el
presidente que más choques tuvo con la Corte. Además, no
conformó ternas para elegir magistrados.
La disputa entre la Corte y el Ejecutivo pasó nuevamente
por el control a los estados de excepción. El gobierno de Sam-
per declaró el estado de conmoción interior en dos ocasiones.
La primera fue en agosto de 1995 argumentando un recrude-
cimiento de la situación de violencia y un aumento de ataques
de la guerrilla. La Corte declaró la inconstitucionalidad de la
declaratoria de excepción, pues las razones del gobierno no
pasaron el test del control material.22 El gobierno manifestó su

20 Corte Constitucional, sentencia C-221 de 1994, M. P. Carlos Ga-


viria.
21 Al final del mandato de Gaviria esta polémica no había termina-
do: el recién posesionado presidente Samper compartió la posición de
su antecesor y siguió promoviendo la iniciativa del referendo. Poco
tiempo después terminó desistiendo de ella pues los costos políticos
y económicos eran muy altos.
22 Corte Constitucional, sentencia C-466 de 1995, M. P. Carlos Ga-
viria.
desacuerdo con el fallo por medio de sus ministros del Inte-
rior y de Justicia, Horacio Serpa y Néstor Humberto Martínez,
quienes criticaron duramente a la Corte y dijeron que la sen-
tencia iba a tener graves efectos en el orden público. Incluso,
el gobierno cuestionó la validez de la sentencia: el secretario
jurídico de la presidencia, Carlos Medellín, declaró que la Cor-
te no había registrado el fallo en la Secretaría el día que co-
rrespondía, y que por ende la declaratoria de inexequibilidad
de la conmoción interior carecía de validez. La secretaria ge-
102
neral de la Corte respondió recordando que el plazo de hacer
Sebastián Rubiano Galvis

el registro no se había vencido cuando el secretario visitó la


Corte, y por eso no se había registrado (El Tiempo 1995, 25 de
octubre).23
A finales del mismo año, Samper volvió a declarar la con-
moción interior. Esta vez justificó la medida porque los eventos
violentos en el país habían aumentado, y por el homicidio del
histórico líder conservador Álvaro Gómez Hurtado. La Corte
aceptó la constitucionalidad de la excepción en una particular
decisión,24 pues los hechos que motivaron la primera conmo-
ción de Samper parecían ser más graves que un magnicidio,
y en ocasiones anteriores la Corte se había negado a declarar
la constitucionalidad de hechos más graves. Así, la doctrina
de la Corte frente a la excepcionalidad pareció ablandarse en
esta ocasión. Según Iturralde, esto tuvo mucho que ver con el
contexto político del momento. El fallo estaba llamado a tener
una gran resonancia pública, pues el magnicidio de Gómez
Hurtado había sacudido al país. La Corte prefirió entonces

23 Poco después, la banca samperista del Congreso convocó un de-


bate para discutir la sentencia. En él, el senador Luis Guillermo Giral-
do acusó a la Corte de querer cogobernar en materia de orden público
y de proferir un fallo, según él, dirigido a perjudicar al presidente
Samper. En su intervención, el senador citó también varios fallos de
tutela para demostrar el supuesto exceso de competencias de la Corte,
y comparó sus sentencias con el régimen nazi, pues según él, la Corte
estaba haciendo lo que le correspondía al Congreso (El Tiempo 1995, 2
de noviembre).
24 Corte Constitucional, sentencia C-027 de 1996, M. P. Hernando
Herrera.
mantener un perfil bajo y dejar al gobierno manejar la situa-
ción (Iturralde 2005: 131).
Otra sentencia que suscitó tensión fue aquella en la que la
Corte declaró inexequible una ley que permitía a los militares
activos ser parte de consejos verbales de guerra.25 La reacción
de un amplio sector de la clase política fue severa con la Corte
y se pidió su abolición o reforma. El Ministro de Defensa envió
una carta a la Corte pidiéndole “reconsiderar su decisión”. El
presidente de la Corte, José Gregorio Hernández, respondió:
103
“no somos una Corte servil ni de bolsillo” (Gómez 1996: 82).

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Hernández advirtió al gobierno y al Congreso que la Corte no
iba a ceder ante ninguna presión política, y que era absoluta-
mente inconveniente pensar en una reforma a la Constitución
(El Tiempo 1995, 16 de abril). Finalmente los ánimos se calma-
ron, el gobierno aceptó el fallo y terminó defendiendo la labor
de la Corte.
El tema de reformar las facultades de la Corte siempre salía
a la luz cada vez que Samper se enfrentaba con ella. A diferen-
cia de Gaviria, Samper no sólo buscaba contrarreformas para
anular los efectos de las sentencias, sino que también buscaba
anular a la Corte misma. Cuando se presentó el proyecto de
Ley Estatuaria de la Administración de Justicia en 1996, los
detractores de la Corte vieron en este debate la oportunidad
de eliminarla. Algunos senadores propusieron un recorte de
sus funciones, entre ellas, la del control material de los esta-
dos de excepción. Otros dijeron que ésta era una institución
sin controles por lo cual había que suprimirla y devolver las
funciones de control de constitucionalidad a la Corte Supre-
ma (lo que debía hacerse por una reforma constitucional). Esta
vez, a diferencia de ocasiones anteriores, la Corte no sólo veía
amenazadas sus funciones sino que, por primera vez, veía en
peligro su propia existencia (Gómez 1996: 80). Sin embargo, la
Corte ya contaba para entonces con una amplia legitimidad y

25 Corte Constitucional, sentencia C-141 de 1995, M. P. Antonio Ba-


rrera Carbonell.
con gran respaldo social. En medio de los debates, varios aca-
démicos, activistas, estudiantes y ONG salieron en su defensa.
Finalmente la Ley Estatutaria dejó a la Corte intacta.
El año siguiente hubo una nueva polémica con el gobierno.
Debido a la difícil situación económica y financiera del país,
Samper decretó el estado de emergencia económica. Las me-
didas de excepción consistieron, entre otras cosas, en crear im-
puestos y en eliminar exenciones tributarias (El Tiempo 1998,
14 de noviembre). La Corte decidió que la excepción era in-
104
constitucional.26 Samper arremetió de nuevo y amenazó con
Sebastián Rubiano Galvis

presentar un proyecto para recortar sus facultades. Antonio


Barrera, presidente de la Corte, criticó la actitud reformista del
gobierno, y el magistrado Hernández dijo que al oír a Samper
le parecía “estar oyendo a un dictador” (El Tiempo 1997, 16
de marzo). En esta ocasión, tanto el Partido Liberal como el
Conservador apoyaron a la Corte y cuestionaron la actitud de
Samper. Igualmente, 23 organizaciones sociales se declararon
dispuestas a convocar a un referendo para enfrentar la pro-
puesta de Samper.
Tras esta reacción del gobierno, los magistrados afirmaron
que no era la primera vez que un presidente se enfadaba con
ellos por una decisión, pero coincidieron en que Samper sí era
el primer presidente que cuestionaba la legitimidad de la Cor-
te, que la acusaba de proferir sentencias políticas y amenazaba
con recortarle sus facultades (El Tiempo 1997, 16 de marzo).
La impopularidad de Samper propició que en su gobierno la
Corte escapara siempre de las críticas a sus fallos y de las ame-
nazas de reforma.
Andrés Pastrana (1998-2001)
En 1998 fue elegido presidente Andrés Pastrana, un políti-
co conservador apoyado por varios sectores ante sus promesas
de una paz con las guerrillas. En 1999 Pastrana debió enviar
una terna al Senado para suplir la vacante que dejó el magis-

26 Corte Constitucional, sentencia C-122 de 1997, MM. PP. Antonio


Barrera Carbonell y Eduardo Cifuentes.
trado Hernando Herrera tras su renuncia. Esta terna tuvo una
inclinación conservadora: Álvaro Tafur, Jaime Arrubla y Jesús
Vallejo. Tafur era un abogado conservador que había pasado
por la Corte Suprema, y Arrubla, también conservador, era el
secretario jurídico de la Presidencia de la República y un reco-
nocido doctrinante en derecho civil. Finalmente, Vallejo, quien
era considerado liberal, venía de la tradición ortodoxa de la
Corte Suprema, de la cual había sido magistrado, y había sido
un opositor del gobierno Samper. Arrubla y Tafur eran los
105
más fuertes candidatos. El gobierno impulsó la candidatura

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


de Arrubla y pidió su apoyo a la bancada oficialista del Sena-
do; sin embargo, el Senado eligió a Tafur con el respaldo de la
bancada liberal serpista y el de los senadores independientes
(El Tiempo 1999, 7 de abril).27
Así, aunque de todos modos Tafur era un jurista muy con-
servador, la ficha del gobierno —Arrubla— no logró ser puesta
en la Corte.28 La prensa interpretó la derrota de Arrubla como
una derrota del gobierno y una victoria de la oposición (El
Tiempo 1999, 9 de junio). Con la elección de Tafur, y la de Al-
fredo Beltrán en 1998 —que reemplazó a Jorge Arango quien
también renunció—, Pastrana gobernó la primera mitad de su
periodo con casi la misma Corte que Gaviria y Samper.
En términos generales, la relación de Pastrana con la Corte
fue mucho más pacífica que la de sus antecesores. De hecho,
en un proyecto de reforma política que presentó el gobierno
al Congreso en 1999, se contemplaba un aumento de las facul-
tades de la Corte para controlar las facultades especiales del
gobierno en el proceso de paz con las FARC (El Tiempo 1998,
16 de octubre). Desde 1991, Pastrana era el único que proponía
aumentar las facultades de la Corte en vez de recortarlas; pa-

27 Vallejo ya había estado en una terna que envió el presidente Ga-


viria al Senado en 1992, y de la que resultó elegido Hernando Herrera.
Por eso se le consideraba como liberal.
28 Algo totalmente diferente sucedió con la nominación del Secre-
tario Jurídico del presidente Uribe (Mauricio González) unos años
después. En esta oportunidad, el Senado eligió al candidato del presi-
dente. Más adelante volveré sobre esto.
recía entonces que la actitud de Pastrana frente a ésta iba a ser
mucho más prudente que la de los presidentes anteriores. Sin
embargo, su mandato no estuvo exento de tensiones con esta
institución. Lo particular de su periodo es que las tensiones no
estuvieron relacionados con el tema del orden público (Pastra-
na había iniciado un proceso de paz con las FARC y por eso
nunca acudió al estado de conmoción interior, sino que debido
a la difícil situación económica del país, tuvieron que ver más
con asuntos económicos y fiscales).
106
A finales de 1998, la crisis económica por la que Samper
Sebastián Rubiano Galvis

había invocado la emergencia económica no solo no había ce-


sado, sino que se había extendido al sistema bancario y finan-
ciero. Unos meses después de asumir la Presidencia, Pastrana
acudió también a la emergencia económica, por medio de la
cual estableció el impuesto bancario del dos por mil. Al lle-
gar a la revisión de constitucionalidad, la Corte consideró que
la crisis no era excepcional, y, por tanto, no merecía medidas
excepcionales: la declaró inexequible.29 Con la misma suerte
corrieron en la Corte el Plan Nacional de Desarrollo (1999)30 y
la Unidad de Poder Adquisitivo Constante (UPAC).31
Frente a estas decisiones, el gobierno no tuvo más reparo
que resignarse y buscar otras fórmulas para sacar adelante sus
proyectos. De cualquier manera, en cada ocasión el gobierno
expresó su inconformidad con la decisión y criticó la interven-
ción de la Corte en la economía (El Tiempo 1999, 14 de julio).
Sin embargo, las críticas más duras no provenían del gobierno
sino de varios industriales y economistas, por su intervención
en la economía.32

29 Corte Constitucional, sentencia C-122 de 1999, M. P. Fabio Mo-


rón Díaz.
30 Corte Constitucional, sentencia C-557 de 2000, M. P. Vladimiro
Naranjo.
31 Corte Constitucional, sentencia C-383 de 1999, M. P. Alfredo Bel-
trán Sierra y C-700 de 1999, M. P. José Gregorio Hernández.
32 Esto suscitó todo un debate académico sobre la conveniencia de
la intervención judicial en la economía. La bibliografía sobre el tema
es extensa. Véanse Clavijo (2001) y Uprimny (2006).
CUADRO 3. Votaciones y perfil de los magistrados
de la Corte Constitucional (2001-2009)

Manuel José Cepeda (2001-2009) (51), Álvaro Tirado Mejía (42)


y Cristina Pardo Schlesinger (6). Abogado de la Universidad de los
Andes con maestría en derecho de la Universidad Harvard. Fue
asesor en asuntos constitucionales del presidente Gaviria, y uno de
los mayores promotores y defensores de la Constitución de 1991.
Es autor de varios libros sobre derecho constitucional. Fue profesor
y decano de derecho de los Andes. De posturas moderadas y
pragmáticas, influenciado por el common law norteamericano.
Álvaro Tafur Galvis (1999-2007) (n.d.), Jaime Arrubla Paucar
Presidente de la República

107
(n.d.), y Jesús Vallejo Mejía (n.d). Abogado de la Universidad del

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Rosario. Ha sido conjuez de la Corte Suprema de Justicia (de la
que también fue magistrado), del Consejo de Estado y del Consejo
Superior de la Judicatura. Fue rector de la Universidad del Rosario
y decano de su Facultad de Jurisprudencia. Aunque es considerado
como conservador, en algunas ocasiones defendió tesis más
progresistas.
Marco Gerardo Monroy Cabra (2001-2009) (63), Susana
Montes de Echeverri (22) y Hernando Yepes Arcila (13). Abogado de
la Universidad del Rosario, en donde fue decano de la Facultad de
Jurisprudencia. Reconocido profesor, tratadista y experto en derecho
internacional. Fue juez civil, magistrado del Tribunal Superior de
Bogotá y de la Corte Suprema de Justicia. Miembro y ex presidente
de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, y miembro de
diversas organizaciones de derecho internacional. Fue presidente y
miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. De
orientación conservadora.
Alfredo Beltrán Sierra (1998-2006) (50), Juan Hernández Sáenz
(4) y Jaime Vidal Perdomo (2). Egresado de la Universidad Libre
(en donde ha sido docente y directivo), ha sido profesor en varias
universidades en áreas de derecho procesal y constitucional. Fue
magistrado del Tribunal Superior de Bogotá y magistrado auxiliar
Corte Suprema de Justicia

y encargado de la Corte Suprema de Justicia. Es miembro activo


del Instituto Colombiano de Derecho Procesal. Su elección fue
promovida por el senador José Name Terán. Es considerado como un
liberal moderado.
Clara Inés Vargas (2001-2009) (49), Alberto Rojas Ríos (31)
y Camilo Eduardo Velásquez (20). La primera mujer que llegó a la
Corte es abogada de la Universidad Nacional y tiene diplomados
derecho civil, comercial, marítimo y de seguros. Fue jueza civil y
magistrada del Tribunal Superior de Bogotá, así como Procuradora
delegada ante la Corte Suprema de Justicia. Hace parte de la
Asociación Mundial de Mujeres Juezas. Es considerada como liberal
—fue apoyada por el Partido Liberal en su elección—, pero en
general ha sido muy moderada. u
u
Jaime Córdoba Triviño (2001-2009) (89), Enrique Arboleda
Perdomo (5) y Hernán Velázquez Gómez (5). Abogado, especialista en
C. Suprema derecho penal de la Universidad Nacional, con estudios de posgrado
en la Universidad de Salamanca. Profesor invitado de diversas
universidades latinoamericanas. Ha sido juez penal de Bogotá,
procurador delegado ante la Corte Suprema, defensor del pueblo,
vicefiscal general de la Nación y asesor de organismos internacional
(CICR y ACNUR). Ha defendido posiciones liberales moderadas.
Eduardo Montealegre Lynett (2001-2004)* (79), Héctor
Romero Díaz (20) y Ligia Galvis Ortiz (1). Abogado y especialista en
derecho penal de la Universidad Externado. Reconocido abogado
108 litigante, consultor, profesor e investigador. Fue juez penal de Bogotá
y viceprocurador general de la Nación. Fue asesor de la Asamblea
Sebastián Rubiano Galvis

Constituyente, y ha sido asesor de varios gobiernos en temas


penales, políticos y de reforma a la justicia. Se le asociaba al Partido
Liberal. En la Corte defendió posiciones liberales moderadas.
Rodrigo Escobar Gil (2001-2009) (71), Jorge Enrique Ibáñez
Consejo de Estado

Najar (16) e Ilva Myriam Hoyos (13). Abogado de la Universidad


Javeriana y doctor en derecho de la Universidad Complutense de
Madrid. Autor de varios libros sobre derecho administrativo. Fue
director del Fondo Rotatorio de Justicia del antiguo Ministerio
de Justicia. Ha sido abogado consultor en temas de derecho
constitucional y administrativo. Es de orientación conservadora. Es
miembro del Partido Conservador, dentro del cual hace parte de la
facción heredera de las ideas de Álvaro Gómez Hurtado.
Jaime Araújo Rentería (2001-2009) (84), Jaime Buenahora
Febres (12) y Dolly Pedraza de Arenas (4). Abogado de la Universidad
Externado, nacido en la Costa Atlántica. Especializado en derecho
penal, administrativo, constitucional e internacional humanitario
en varias universidades extranjeras. Fue embajador de Colombia
ante la Santa Sede y magistrado del Consejo Nacional Electoral. Es
considerado como un liberal de izquierda.

* Renunció en 2004 aduciendo razones personales. Lo reemplazó


Humberto Sierra Porto (ver cuadro 5).

La segunda Corte (2001-2009)


A finales de 2000 y a comienzos de 2001 se vencieron los pe-
riodos de los magistrados elegidos en 1993. Los nominadores
enviaron sus respectivas ternas para reemplazar a los siete
magistrados salientes y elegir a los nuevos, quienes acompa-
ñarían a Alfredo Beltrán (elegido en 1998) y a Álvaro Tafur
(elegido en 1999). Tras las elecciones, la segunda Corte Consti-
tucional quedó conformada como se observa en el cuadro 3.
Las dos ternas de Pastrana
Pastrana ya había enviado una terna en 1999 de la que re-
sultó elegido Álvaro Tafur. A finales de 2000, Pastrana debió
conformar dos ternas más. Las elecciones de esta época es-
tuvieron marcadas porque había un gobierno conservador, y
un Congreso mayoritariamente liberal.33 Así, a diferencia de
lo que ocurrió en el gobierno de Gaviria, esta vez hubo un
mayor pulso entre el gobierno y el Senado para elegir a los
magistrados. Eso fue particularmente claro en las ternas que
109
no fueron enviadas por el presidente. Clara Inés Vargas, por

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


ejemplo, ternada por la Corte Suprema, fue elegida por un es-
trecho margen frente a su contendedor, Alberto Rojas, quien
era apoyado por la bancada del gobierno. Vargas fue apoyada
por la bancada liberal.
De la terna para reemplazar a Eduardo Cifuentes resultó
elegido Manuel José Cepeda, profesor y decano de derecho de
la Universidad de los Andes. Cepeda fue ternado por Pastrana
por haber sido uno de los inspiradores de la Constitución y de
la creación de la Corte, y por haber sido uno de los asesores
del referendo fallido que Pastrana nunca pudo convocar. Ál-
varo Tirado, un prestigioso académico, y Cristina Pardo, una
abogada que trabajaba ya en la Corte, completaban la terna.
Gracias a su experiencia, y en parte al respaldo del ex presi-
dente Gaviria, la bancada liberal dio su apoyo a Cepeda por
encima de Tirado en una elección muy apretada (El Tiempo
2000, 14 de diciembre). De la otra terna, conservadora en su
totalidad, resultó elegido Marco Gerardo Monroy, quien en-
tonces era decano de la Facultad de Jurisprudencia de la Uni-
versidad del Rosario. La amplísima trayectoria académica de
Monroy en el Rosario, así como su gran dominio del derecho
internacional, se impusieron sobre la militancia conservadora
de Hernando Yepes —quien había sido constituyente y ma-

33 Entre 1936 y 2006 el Partido Liberal siempre tuvo las mayorías


en el Congreso.
gistrado del Consejo Superior de la Judicatura—, y de Susana
Montes, una abogada litigante de perfil conservador.
La conformación de la nueva Corte se mantuvo cercana
al lado liberal del espectro político y de interpretación cons-
titucional. Aunque con algunos matices particulares, Jaime
Córdoba, Clara Vargas, Eduardo Montealegre, Jaime Araújo
y Manuel José Cepeda eran abogados con una visión innova-
dora y no ortodoxa del derecho, y entraban a acompañar a
Alfredo Beltrán, otro magistrado liberal.
110
Sebastián Rubiano Galvis

La Corte y el gobierno Pastrana


En este tiempo, la Corte declaró inexequible una ley que es-
tablecía la conciliación en los procesos laborales. La decisión
fue rechazada por un ministro y varios dirigentes gremiales
y políticos. La Corte fue acusada de legislar y se reavivó el
debate sobre el recorte de sus facultades. Sin embargo, con el
relevo de casi todos los magistrados, el infortunio de los dos
primeros años del gobierno de Pastrana con la Corte comenzó
a cambiar. Algunas leyes de gran importancia para el gobier-
no, como el Código Penal, el Código de Procedimiento Penal,
la ley de racionalización del gasto público, la ley de la reforma
tributaria, entre otras, pasaron el examen de constitucionali-
dad (El Tiempo 2001, 6 de agosto).34
Durante el gobierno Pastrana no hubo ningún choque
por el tema de los estados de excepción, a excepción del
de la emergencia económica en 1999. Sin embargo, sí hubo
una gran polémica cuando la Corte declaró inexequible la
llamada Ley de Defensa y Seguridad.35 Esta ley había sido
de iniciativa del Congreso pero había recibido el respaldo
incondicional del gobierno, pues ante el inminente fracaso
del proceso de paz con las FARC, y el constante deterioro de

34 Corte Constitucional, sentencia C-646 de 2001, M. P. Manuel José


Cepeda y C-540 de 2001, M. P. Jaime Córdoba.
35 Corte Constitucional, sentencia C-251 de 2002, MM. PP. Eduar-
do Montealegre y Clara Inés Vargas.
la situación de orden público, el Ejecutivo reclamaba dientes
para extender el control del Estado sobre el territorio nacio-
nal. La ley contemplaba, entre otros asuntos, un generoso
repertorio de facultades para la fuerza pública. La Corte con-
sideró la norma como violatoria de derechos fundamentales,
y por eso la declaró inconstitucional (El Tiempo 2002, 12 de
abril). Aunque muchos sectores volvieron a criticar a la Cor-
te por atacar al gobierno, el Ejecutivo se limitó a lamentar la
decisión. El ministro de Defensa, Gustavo Bell, lamentó la
111
sentencia y dijo que aunque el Estado se había quedado sin

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


elementos para combatir el crimen, seguiría trabajando para
restablecer la seguridad y el orden público (El Tiempo 2002,
13 de abril).
El gobierno Pastrana terminaría entonces en medio de una
profunda crisis política debido al fracaso del proceso de paz,
al recrudecimiento de los problemas de orden público, y a la
aún complicada situación económica. La Corte, con un poco
más de un año de haber sido renovada, esperaba ahora la lle-
gada de un nuevo gobierno.

Uribe y la Corte Constitucional


Álvaro Uribe llegó a la Presidencia en 2002 y en 2006, gracias
a una polémica reforma constitucional, se presentó de nuevo a
las elecciones y fue reelegido. Las particularidades de sus siete
años de gobierno, así como su reelección, han modificado las
relaciones entre el Ejecutivo y la Corte. A continuación reseño
cómo ha sido esta relación. En términos generales, ha pasado
por tres momentos. El primero es un periodo en el que el go-
bierno se va lanza en ristre contra la contra la Corte, e incluso
emprende iniciativas de profunda contrarreforma constitucio-
nal. El segundo es un periodo de transición en el que la actitud
del gobierno con la Corte cambia. El tercero es un periodo en
el que el gobierno toma definitivamente partido por la Corte
y tiene la posibilidad de incidir ampliamente en la renovación
de la misma, cosa que no hubiera sido posible si el presidente
Uribe no hubiera sido reelegido.
Hacia el desmonte de la Corte
La elección de Álvaro Uribe alertó a todos los defensores no
solo de la Corte, sino de la Constitución en general. Su llegada
al poder parecía coincidir con el comienzo de un proceso de
desmonte de la Constitución que poco a poco se revelaba. Al
poco tiempo de ser elegido presidente, en un reportaje Uribe
dijo a la prensa que “con la Constitución actual no era posible
gobernar” (El Tiempo 2002, 22 de agosto), y reveló que en su
gobierno tenía pensado hacer una reforma estructural de la
112
rama judicial. Cuando Uribe sugirió suprimir el Consejo de la
Sebastián Rubiano Galvis

Judicatura (El Tiempo 2002, 10 de junio) se pensó que el siguien-


te afectado sería la Corte Constitucional. Ello vislumbraba el
comienzo de un proceso de contrarreforma de la Constitución
en el que una de las principales víctimas sería la justicia, e hizo
recordar las épocas en las que Samper atacaba la legitimidad
de la Corte y amenazaba con eliminarla.
La distancia de Uribe con la Corte se marcó desde antes de
su posesión. El entonces futuro ministro del Interior, Fernan-
do Londoño, venía criticando a la Corte Constitucional. Según
Londoño, ésta se había convertido en un órgano político que
había usurpado facultades propias del presidente y del Con-
greso. Además, acusó a los magistrados de hacer proselitismo
con sus fallos, y dijo que “La Constitución del 91 hizo cosas
graves, pero la Corte Constitucional las ha hecho mucho peo-
res” (El Tiempo 2002, 9 de julio). La Sala Plena de la Corte emi-
tió un comunicado en el que respondía a las críticas de Londo-
ño y denunció una campaña de desprestigio en su contra (El
Tiempo 2002, 10 de julio). Pese a esta respuesta, Uribe señaló
que las afirmaciones de Londoño sobre la politización de la
Corte “enriquecían la democracia y el ordenamiento jurídico”
(El Tiempo 2002, 13 de julio).
En ese ambiente de desconcierto llegó lo que se preveía iba
a ser el primer pulso entre Uribe y la Corte. El día de su pose-
sión hubo varios ataques terroristas en Bogotá —algunos pe-
tardos cayeron en el Palacio de Nariño—, los cuales fueron di-
rectamente atribuidos a las FARC. Apenas unos días después,
el nuevo presidente declaró el estado de conmoción interior.
La Corte consideró que la declaratoria era constitucional, a ex-
cepción de algunos apartes del decreto.36 Dados los anteceden-
tes y la actitud de Uribe y su ministro frente a la Constitución,
esto fue interpretado por algunos como un paso prudente de
la Corte. Sin embargo, cuando el gobierno expidió un decreto
intentando prolongar el estado de excepción, la Corte dijo que
dicha prórroga era inconstitucional. Esta decisión despertó
malestar en el gobierno. Uribe tenía muy presentes los reveses
113
de los presidentes Gaviria y Samper en el tema de la excep-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


cionalidad por orden público, por lo cual la Corte no era una
institución de sus afectos. Eso ya estaba claro desde antes que
asumiera el poder.
La sentencia entonces revivió el eterno debate sobre las
facultades de esta institución al revisar las declaratorias de
estados de excepción. Para el gobierno, la Corte estaba ejer-
ciendo un control político que no le correspondía y que debía
ser facultad del Congreso. De hecho, incluso antes de la sen-
tencia, la discusión se había encendido a raíz de un polémico
episodio: cuando el gobierno expidió el decreto de la declara-
toria no lo envió a la Corte para su revisión. Cuando la Corte
advirtió esta situación y solicitó el decreto, el ministro Lon-
doño dijo que no lo enviaba porque ésta no era competente
para revisarlo. El ministro finalmente envío el decreto, pero
dijo que lo hacía simplemente “por cortesía” (El Tiempo 2003,
14 de agosto). Según Martha Sáchica, este episodio dejó en el
ambiente una sensación de que la relación de la Corte con el
gobierno Uribe no sería pacífica.37
Meses más tarde la tensión se avivó de nuevo. El gobierno
presentó al Congreso un borrador de proyecto de reforma a la
justicia que incluía un recorte de las facultades de la Corte. El
borrador no fue bien en recibido ni en la rama judicial ni en

36 Corte Constitucional, sentencia C-802 de 2002, M. P. Jaime Cór-


doba.
37 Entrevista a Martha Sáchica, Bogotá, octubre 6 de 2008.
el Congreso (El Tiempo 2003, 1 de agosto), sobre todo por su
intención tácita de suprimir la Corte Constitucional. El único
punto que recibió respaldo tanto en el Congreso como en la
rama judicial fue el de la regulación de la tutela contra sen-
tencias.38 La Corte rechazó el proyecto en su totalidad. La Sala
Plena, a través de su presidente Eduardo Montealegre, reac-
cionó diciendo que el proyecto buscaba acabar con la Corte
Constitucional —un artículo de la reforma otorgaba a la Corte
Suprema de Justicia la facultad de control de constitucionali-
114
dad, y acababa también con la tutela contra sentencias— (El
Sebastián Rubiano Galvis

Tiempo 2003, 3 de agosto). Tras el malestar, finalmente el pro-


yecto no fue tramitado, pero quedó en el ambiente la idea de
que el gobierno estaba empeñado en acabar con la Corte.
Pocos meses después se vivió una nueva tensión a propó-
sito del referendo que el gobierno estaba promoviendo. Uribe
estaba empeñado en reducir el tamaño del Estado y en ase-
gurar más presupuesto para las fuerzas militares. Para ello
decidió acudir al pueblo vía referendo a fin de refrendar sus
propuestas, que abarcaban desde la penalización de la dosis
personal, pasando por la reducción del tamaño del Congre-
so, hasta el endurecimiento de las sanciones para los actos de
corrupción.39 Por mandato constitucional, un paso obligatorio
en todo referendo es la revisión de la Corte Constitucional. La
tensión comenzó cuando el procurador general de la Nación
dio su concepto desfavorable sobre las preguntas de la convo-
catoria. Ante esto, Uribe dijo que si el texto resultante no era
de su agrado, recurriría a las firmas ciudadanas para hacerlo
otra vez (El Tiempo 2003, 19 de mayo). El referendo y las refor-
mas se harían con o sin el permiso de la Corte.

38 Desde 1992 ha existido un choque entre la Corte Constitucional


y las demás altas cortes por este tema (Botero y Jaramillo 2006). Este
“choque de trenes” entre las altas cortes, como se conoce comúnmen-
te, ha sido uno de los principales puntos de tensión dentro de la rama
judicial. Más adelante volveré sobre este punto.
39 El “referendo contra la corrupción y la politiquería” fue aproba-
do por la Ley 796 de 2003 y convocado por el Decreto 2000 del mismo
año.
No obstante, la Corte declaró la constitucionalidad del refe-
rendo, pero con algunas reservas: dejó quince de las diecinue-
ve preguntas, y declaró inconstitucionales los encabezados de
todas las preguntas por contener enunciados sugestivos que
manipulaban indebidamente la opinión del votante.40 A pesar
de ello, el gobierno continuó emitiendo propaganda oficial
con los mismos enunciados, y el ministro de Hacienda anun-
ció que si no se aprobaba el referendo, habría de todos modos
una nueva reforma tributaria. El presidente, a su turno, advir-
tió a los alcaldes y gobernadores que se quedarían sin recursos 115

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


si no apoyaban el referendo (El Tiempo 2003, 22 de septiembre).
La Corte también había prohibido que el referendo coincidiera
con cualquier otro acto electoral pero aún así, el gobierno fijó
la fecha de votación dos días antes de las elecciones de alcal-
des y gobernadores.
Poco después la Corte profirió otro fallo que causó polémi-
ca: declaró inexequible la extensión de un Impuesto al Valor
Agregado (IVA) del 2% a servicios básicos y productos de la
canasta familiar (los recursos iban a ser destinados a las fuer-
zas militares).41 Ante esta decisión, el entonces director de la
Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) lanzó
duras críticas a la Corte por los efectos de la sentencia. La Cor-
te, al igual que en el caso del ministro Londoño, rechazó en un
comunicado unánime los cuestionamientos y exigió respeto
por sus decisiones. La Corte señaló también que el cuestiona-
miento a sus decisiones, cuando no favorecían al gobierno, se
estaba volviendo una práctica reiterada y pidió al presidente
“tomar los correctivos necesarios”. Sin embargo, sorpresiva-
mente Uribe terció en el debate y llamó la atención al director
de la DIAN pidiendo respeto por la Corte (El Tiempo 2003, 25
de septiembre).

40 Algunas de las preguntas excluidas eran las de la penalización


de la dosis personal y la extensión de periodos de alcaldes y gober-
nadores. Véase Corte Constitucional, sentencia C-551 de 2003, M. P.
Eduardo Montealegre.
41 Corte Constitucional, sentencia C-776 de 2003, M. P. Manuel José
Cepeda.
Esas declaraciones parecían bajar el tono a la relación de
Uribe con la Corte. Pero cuando a comienzos de 2004, el nuevo
ministro del Interior y de Justicia, Sabas Pretelt, anunció que el
gobierno intentaría de nuevo presentar una reforma a la jus-
ticia (similar a la de 2003), el ambiente se recrudeció. Las pro-
puestas, al igual que en la ocasión anterior, pretendían entre
otras disposiciones recortar las facultades de la Corte Cons-
titucional (El Tiempo 2004, 4 de enero). Pero tal como ocurrió
meses atrás, el proyecto fue rechazado tanto en el Congreso
116
como en la rama judicial, y tampoco se tramitó.
Sebastián Rubiano Galvis

Además de la prórroga al estado de excepción y del refe-


rendo, tal vez el revés más importante del gobierno en sus pri-
meros años fue la inexequibilidad del Estatuto Antiterrorista,
una reforma constitucional que otorgaba a las fuerzas militares
de facultades de policía judicial, y les abría la posibilidad de
realizar algunos procedimientos como intervenciones de co-
municaciones, allanamientos sin orden judicial y detenciones
preventivas. Según el gobierno la reforma era fundamental
pues era una herramienta para luchar contra el terrorismo. Sin
embargo, la Corte la declaró inexequible debido a que el Con-
greso había incurrido en una serie vicios de trámite en la Cá-
mara de Representantes.42 El gobierno respondió presentando
un incidente de nulidad para atacar la validez de la decisión,
pues consideró que la Corte se había equivocado. El presiden-
te Uribe expresó su “preocupación por el fallo” y pidió “el
apoyo de todas las instituciones del Estado para el desarrollo
de la política de seguridad democrática” (El Tiempo 2004, 4 de
septiembre). Finalmente, el fallo quedó en firme y fue acepta-
do por el gobierno con un sabor de impotencia. Pero de nuevo,
poco después de la sentencia, el gobierno volvió a anunciar un
proyecto de reforma a la justicia. Éste buscaba regular el tema
de la tutela contra sentencias, y también pretendía recortar las
facultades de la Corte tanto en ese tema como en otros como

42 Corte Constitucional, sentencia C-816 de 2004, MM. PP. Jaime


Córdoba y Rodrigo Uprimny.
el control material de estados de excepción y la protección de
derechos sociales vía tutela (El Tiempo 2004, 5 de septiembre).
El proyecto fue discutido con las altas cortes pero fue rechaza-
do y archivado.

El cambio de estrategia (2004-2006)


La sensación que dejaban los primeros años del gobierno Uri-
be era de desconcierto. Los intentos de reforma a la justicia, las
salidas en falso del ministro Londoño, así como las declaracio-
nes de algunos congresistas afines al gobierno en contra de la 117

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Corte, mostraban que para el gobierno esta institución era una
piedra en el zapato.43
Sin embargo, desde 2004, la actitud del gobierno frente a la
Corte comenzó a dar un viraje. La relación fue pasando pro-
gresivamente de la tensión a una situación de aparente tran-
quilidad. Una señal importante fue el cambio de ministro del
Interior y de Justicia. Fernando Londoño, quien había prota-
gonizado más de una pelea con la Corte, fue reemplazado por
Sabas Pretelt, un empresario cercano a Uribe. A diferencia de
Londoño, Pretelt era mucho más diplomático y estratégico: vi-
sitaba a la Corte y saludaba a los magistrados. Londoño, en
cambio, cuando visitaba el Palacio de Justicia iba a todas las
cortes excepto a la Constitucional en clara señal de desprecio.44
Este relevo de ministro fue visto por algunos como un gesto
del gobierno para mejorar su relación con la Corte. Pero, ¿por
qué estaba el gobierno interesado en apaciguar esa relación?
¿No eran las sentencias de la Corte un obstáculo para la Segu-
ridad Democrática? Las razones que explican este cambio de
postura no son muy claras. No obstante, pueden plantearse
algunas hipótesis para explicar esta “bajada de tono”.45

43 Igualmente, los diferentes intentos de reforma constitucional


que emprendió el gobierno —a la justicia, referendo, estatuto anti-
terrorista, etc.— dan cuenta de que la Carta del 91 era vista como un
obstáculo para los intereses del gobierno, y que si era necesario, ésta
se desmontaría poco a poco.
44 Entrevista a Martha Sáchica, Bogotá, octubre 6 de 2008.
45 Agradezco a Rodrigo Uprimny por sus valiosos comentarios
El camino a la reelección
Una primera hipótesis es que el gobierno probablemente
consideró inconveniente seguir con los roces con la Corte.
Dado que esta institución contaba con una gran legitimidad,
era políticamente desgastante continuar cuestionándola. Sin
embargo, los índices de popularidad de Uribe también eran
muy altos, y hasta ese momento ningún choque con la Corte
los había afectado. Esta hipótesis toma fuerza si se tiene en
cuenta la reforma constitucional de la reelección. Es probable
118
que el gobierno haya hecho un cálculo inicial de no pelear con
Sebastián Rubiano Galvis

la Corte, pues esta institución tendría a su cargo la revisión


de la reforma. No era políticamente conveniente promover la
reelección y mantener una relación tensa con el órgano que
podía aprobarla o rechazarla.
Los meses posteriores al trámite legislativo de la reforma pa-
recen confirmar esta posibilidad. Tras la aprobación faltaba un
paso definitivo: la revisión de la constitucionalidad en la Corte
Constitucional. Antes de que la Corte profiriera la sentencia,
el gobierno estaba preocupado por la posibilidad de un fallo
adverso, por eso su actitud fue prudente. No obstante, hubo
algunos momentos de tensión cuando los entonces senadores
Ciro Ramírez y Mario Uribe afirmaron que si la sentencia era
adversa, era necesario desconocerla y acudir a la desobedien-
cia civil (Caja de Herramientas 2005). Los partidos y algunos
dirigentes gremiales coincidieron en el exceso de las declara-
ciones de los senadores y salieron en defensa de la autonomía
de la Corte. Cuando el ministro del Interior Sabas Pretelt hizo
unas declaraciones similares, los magistrados reaccionaron ai-
radamente. Pretelt dijo que había actores terroristas detrás de
la Corte para que tumbara la reelección, y dijo que si el fallo
era adverso, “el gobierno no se iba a quedar quieto” (El Tiempo
2005, 29 de diciembre). La Corte respondió descalificando a
Pretelt como un interlocutor válido con el gobierno y exigió a
Uribe decir públicamente si coincidía con su ministro. Uribe

para comprender este punto.


respondió con una controvertida y hábil maniobra: defendió
a la Corte, y al mismo tiempo respaldó a su ministro diciendo
que no siempre los ministros decían lo que el presidente pen-
saba (El Tiempo 2005, 29 de diciembre). Lo anterior, sumado al
nombramiento del padre del magistrado Manuel José Cepeda
como embajador en Francia —quien fue uno de los ponentes
de la reforma—, llevó a algunos a denunciar que el gobierno
estaba presionando a la Corte (Caja de Herramientas 2005).
No obstante, antes y después de la sentencia, los magistrados
119
siempre negaron cualquier tipo de injerencia o de presión por

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


parte del Ejecutivo.
El gobierno no descartaba una decisión adversa, pero al
mismo tiempo sabía que el silencio y la impresión de respeto
por la institucionalidad no sólo eran argumentos en contra de
los detractores de la reelección, sino también una forma de de-
fender la independencia de la Corte y de no levantar polémica
en las instancias y organizaciones internacionales que seguían
de cerca el proceso. Tan minuciosa fue la estrategia, que inclu-
so antes de la sentencia, y a raíz de las polémicas declaraciones
del ministro Pretelt, todos los funcionarios de Palacio tenían
rotundamente prohibido hablar ante los medios sobre el tema
(El Tiempo 2005, 31 de junio). Para el gobierno, cualquier crítica
o presión, por ligera o sutil que fuera, podría arriesgar una de-
cisión favorable de la Corte. Por eso, el gobierno frecuentemen-
te expresó que fuere cual fuere el sentido del fallo, lo acataría.
Pero por otro lado, la Corte también actuó con mesura y
prudencia política. No solo tenía que tomar una de las decisio-
nes más importantes desde su historia, sino que además tenía
que hacerlo frente a un presidente poderoso, popular y con
mayorías en el Congreso. Parte de la legitimidad y fortaleza
de la Corte se podría explicar porque los gobiernos anteriores
a Uribe habían sido débiles y habían tenido que enfrentar pro-
fundas crisis. Cada vez que un presidente intentó cuestionar
a la Corte o proponer reformas para recortar sus facultades,
ésta siempre salió victoriosa y contó con el apoyo de la socie-
dad civil. Pero en esa ocasión el asunto era diferente pues la
popularidad estaba del lado del presidente. Ahora bien, esto
no quiere decir que la Corte base sus decisiones en criterios
populistas o de opinión. Pero más allá de los argumentos ju-
rídicos que la llevaron a declarar la constitucionalidad de la
reelección, no es descabellado decir que, dado el contexto, la
decisión de la Corte estuvo mediada, hasta cierto punto, por
un cálculo político. Si la Corte hubiera declarado la inconsti-
tucionalidad de la reforma de la reelección, probablemente la
decisión habría sido percibida en la opinión pública como anti-
120
democrática, el gobierno habría podido emplear su capital po-
Sebastián Rubiano Galvis

lítico para volcar la opinión pública en contra de la institución,


y habría un terreno político más fértil para recortar o limitar
sus facultades.46 No declaró inconstitucional la reforma, pero
su decisión tampoco fue del todo “gobiernista”, pues limitó la
posibilidad de reelección a un solo periodo, y fortaleció aún
más las limitaciones electorales al candidato-presidente, para
así equilibrar la contienda electoral.47
Tras conocer la sentencia, el presidente Uribe exaltó la labor
de la Corte: “El Congreso de Colombia, la Corte Constitucio-
nal con sus decisiones autónomas, han desarrollado el punto
tan importante de la Constitución del 91 de radicar la sobera-
nía en el pueblo, han ejercido sus competencias al reconocer
derechos democráticos al pueblo” (Colombia nos une 2005).
Comenzaba así una nueva etapa en la relación del Ejecutivo
con ese órgano.

46 Y más teniendo en cuenta la abrumadora mayoría de la bancada


gobiernista en el Congreso.
47 Esto no fue suficiente para los miembros de la oposición. Para
el senador Héctor Helí Rojas, la Corte fue demasiado amable con el
gobierno Uribe y es incomprensible que haya aprobado la reelección.
Para Rojas, ese fue el fin de la Corte independiente y garantista que
conocíamos. Esta sentencia también ha sido criticada por tomar con
ligereza el tema de la concentración del poder del presidente, y por
haber eludido el tema de su poder nominador en las demás institu-
ciones del Estado. Entrevista a Héctor Helí Rojas, Bogotá, febrero 14
de 2009. Al respecto véase Corte Constitucional, sentencia C-1040 de
2005, MM. PP. Manuel José Cepeda, Rodrigo Escobar, Marco Gerardo
Monroy, Humberto Sierra, Álvaro Tafur y Clara Inés Vargas.
El conflicto con la Corte Suprema de Justicia
La segunda hipótesis tiene que ver con el surgimiento de las
tensiones con la Corte Suprema de Justicia. En los primeros
años de gobierno la Corte Suprema fue su “consentida”, tal
como consta en los borradores de los proyectos de reforma a la
justicia que el gobierno había presentado hasta 2004.48 Pero a
raíz del cambio de postura del gobierno frente a la tutela con-
tra sentencias y las labores que la Corte Suprema inició para
investigar y sancionar a los congresistas cercanos a los grupos
121
paramilitares, la relación con la Corte Suprema se deterioró.

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Desde 1992 había entre las altas cortes una polémica frente
a la posibilidad de la Corte Constitucional para revisar vía tu-
tela las sentencias de las otras cortes.49 Una de las principales
opositoras de la tutela contra sentencias era la Corte Suprema
de Justicia, lo cual había desatado constantes enfrentamientos
de ese órgano con la Corte Constitucional. La primera se nega-
ba a aceptar que la segunda revisara sus fallos, y en ocasiones
se negó a cumplir con las órdenes de ésta. La Sala Disciplinaria
del Consejo Superior de la Judicatura respaldaba la postura de
la Corte Constitucional, mientras que el Consejo de Estado co-
incidía con la Corte Suprema (Botero y Jaramillo 2006: 29).
Como consecuencia de esta tensión, el tema de la tutela
contra sentencias fue incluido en todas las reformas a la justi-
cia que el gobierno promovió entre 2003 y 2005. En todos esos
proyectos la intención del gobierno era limitar a la Corte Cons-
titucional y fortalecer a la Corte Suprema. El 4 de julio de 2006,
una semana después de su reelección, el presidente Uribe,

48 Esos proyectos tenían en común el recorte de las facultades de


la Corte Constitucional y el aumento de las de la Corte Suprema de
Justicia (El Tiempo 2006, 26 de septiembre).
49 Para la Corte ese era un proceder legítimo, pues cualquier juez o
tribunal —incluso los de mayor jerarquía— podía proferir sentencias
apartadas del ordenamiento jurídico y violatorias de derechos fun-
damentales, y ella como guardiana de la Constitución, podía revisar-
los y tumbarlos si era procedente. Pero para las otras altas cortes, esa
doctrina de las “vías de hecho” destruía los principios de seguridad
jurídica y de cosa juzgada, y dotaba a la Corte Constitucional de fa-
cultades que la Constitución no le daba (Botero y Jaramillo 2006).
antes opositor de la tutela contra sentencias, sorpresivamen-
te moderó su posición e invitó a las altas cortes al consenso
frente al tema a través de una nueva reforma a la justicia: “te-
nemos […] que resolver ese choque de jurisdicciones entre las
altas Cortes y por eso el gobierno más que comprometerse con
uno u otro […] más que venir a tomar partido, creo que aporta
más […] invitando a los magistrados que integran nuestras
altas cortes a que busquemos el consenso para poder tramitar
esta reforma” (El Tiempo 2006, 26 de septiembre). Esto produjo
122
en la rama judicial un estado de calma temporal. No obstante,
Sebastián Rubiano Galvis

en la práctica seguía habiendo “choques” y entre las mismas


cortes no hubo ningún acercamiento. Pocas semanas después,
en su discurso de instalación del Congreso, Uribe confirmó
el viraje de su postura frente al tema: “[…] la Corte Constitu-
cional, como guardián específico de la Carta, debe tener com-
petencia para conocer las acciones de tutela contra sentencias
judiciales” (El Tiempo 2006, 26 de septiembre).
El proyecto que presentó el gobierno plasmaba la posi-
bilidad de que la Corte Constitucional revisara los fallos de
tutela de jueces inferiores, y establecía que si bien las altas
cortes serían las encargadas de revisar sus propias sentencias
vía tutela, sus decisiones estarían sujetas a la revisión de la
Corte Constitucional. Yesid Ramírez, el presidente de la Cor-
te Suprema, reaccionó diciendo que Uribe había faltado a
su palabra al presentar un proyecto que favorecía a la Corte
Constitucional, cuando semanas atrás había asumido una po-
sición neutral y había dicho que buscaría el consenso entre las
altas cortes.50 Además, sugirió que Uribe le estaría pagando

50 Aunque el proyecto “favorecía” a la Corte Constitucional en


el tema de la tutela contra sentencias, tenía también otros ajustes
no tan favorables. El proyecto incluía la penalización de la dosis
personal de drogas —despenalizada por la Corte en 1994—, bus-
caba limitar la revisión constitucional de los Actos Legislativos a
aspectos exclusivamente formales, y además, incluía una peculiar
cláusula que decía que el Congreso no tendría límites para reformar
la Constitución (El Tiempo 2006, 28 de septiembre). Aunque hubo al-
gunas reacciones frente a los temas que tocaban a la Corte Constitu-
cional, no hubo mayor polémica pues el proyecto fue rápidamente
favores a la Corte Constitucional por la sentencia que apro-
bó su reelección con el nombramiento de Fernando Cepeda
—padre del magistrado de la Corte Constitucional Manuel
José Cepeda— como embajador en Francia (El Tiempo 2006, 26
de septiembre). Ramírez también dijo a la Revista Semana que
la Corte Constitucional estaba desbordada y que el gobierno
estaba intentando politizarla para convertirla en una Corte de
bolsillo (El Tiempo 2006, 25 de septiembre). Estas declaraciones
desataron la ira del presidente Uribe, quien le hizo un airado
123
reclamo a Ramírez, negando las acusaciones y culpándolo de

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


querer deslegitimar la democracia (El Tiempo 2006, 26 de sep-
tiembre).
A partir de ahí nació una grave y tensa relación entre la Cor-
te Suprema y el presidente. Meses después, en julio de 2007,
la Corte profirió una sentencia en la que sostenía, contrario al
gobierno, que los crímenes de los paramilitares desmovilizados
no encajaban en el tipo penal de sedición —considerado como
delito político—, sino que lo que habían hecho correspondía a
un delito común, en este caso, el concierto para delinquir.51 El
presidente Uribe reaccionó enérgicamente a la sentencia dicien-
do que los magistrados tenían un “sesgo ideológico” por dife-
renciar entre los crímenes de los paras y de la guerrilla, y que su
independencia como tribunal era “relativa” (El Tiempo 2007, 28
de julio). Además, en referencia a la sentencia de la Corte Cons-
titucional sobre la Ley de Justicia y Paz Uribe también atacó a la
Corte Suprema diciendo que había hecho “una interpretación
de la Constitución que no hizo la Corte Constitucional y que le
hace daño al proceso” (El Tiempo 2007, 28 de julio).
Las tensiones se agudizaron cuando con motivo del avance
de los procesos de la para-política, la Corte Suprema comenzó
a proferir órdenes de captura para los congresistas sindicados.

derrotado en el primer debate en el Congreso.


51 Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Penal, sentencia de
segunda instancia 26945 de 2007, MM. PP. Yesid Ramírez y Julio Enri-
que Socha.
El gobierno cuestionó el hecho de que la Corte investigara y a
la vez juzgara a los congresistas, y criticó su supuesta suavi-
dad al abrir procesos, evaluar pruebas y proferir órdenes de
captura. La Corte ha rechazado los señalamientos. En los años
siguientes hubo nuevos roces entre este órgano y el gobierno.
Pero más allá del conflicto mismo, lo cierto es que esta serie
de choques con la Corte Suprema no sólo han contribuido a
invisibilizar cualquier disputa con la Corte Constitucional,
sino que también han sido motivo para que el presidente tome
124
partido por esta última.52 Así que, en síntesis, tanto el interés
Sebastián Rubiano Galvis

en la aprobación de la reelección como el surgimiento de un


conflicto con la justicia ordinaria, ayudan a explicar al apaci-
guamiento de la relación del gobierno con la Corte.

El aumento del poder presidencial en la Corte


La aprobación de la reelección fue un factor decisivo para la
transformación de la relación entre el gobierno y la Corte. El
gobierno pasó de querer recortar las facultades de ésta, a de-
fender y exaltar su independencia. Aunque el presidente aún
tenía algunas reservas frente a la labor de la Corte —como el
control material de los estados de excepción y la revisión de
fondo de las reformas constitucionales— su percepción de la
misma era mucho más amable y ya no veía en ella un obstáculo
para su gobierno. Bajo esa óptica, la acusación del magistrado
de la Corte Suprema Yesid Ramírez según la cual el presidente
estaba pagando favores a la Corte Constitucional por la sen-
tencia de la reelección no parecía tan descabellada. Lo cierto es
que con Uribe como presidente por un periodo más, su poder
sobre la Corte se vería notablemente aumentado gracias a su
poder nominador.
El presidente Uribe tenía ahora la facultad de conformar
tres ternas para elegir magistrados a la Corte, cosa que no ha-

52 Tras la reelección, solo la sentencia de la Corte Constitucional


que revisó la Ley de Justicia y Paz suscitó reacciones por parte del
gobierno, pero éstas no pasaron a mayores.
CUADRO 4. Poder de nominación presidencial con reelección

Corte 1: 1993-2001 Presidente 1: 1990-1994 Conforma 3 ternas


Presidente 2: 1994-1998 No conforma ternas
Corte 2: 2001-2009 Presidente 3: 1998-2002 Conforma 3 ternas
Presidente 4: 2002-2006 No conforma ternas
Corte 3: 2009-2017 Presidente 4: 2006-2010 Conforma 3 ternas
Presidente 5: 2010-2014 No conforma ternas

bría podido hacer de no haber sido reelegido. Esto abría una


125
posibilidad que iba mucho más allá de lo que denunció el ma-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


gistrado Ramírez. Más que devolver favores a la Corte, Uribe
podría extender su poder político a la misma. Cooptar la Corte
desde adentro no solo evitaría futuros choques, sino que ga-
rantizaría que las iniciativas del gobierno prácticamente pasa-
ran de forma automática el control de constitucionalidad.
A primera vista, la reelección no parece tener un impacto
significativo con respecto al esquema anterior. Por un lado,
aun con la reelección aprobada y con Uribe reelecto, éste había
pasado la totalidad de su primer periodo siendo controlado
por una Corte que él no ayudó a elegir —al igual que ocurrió
con Samper por ejemplo—, y aún si en 2008 y 2009 lograra
hacer elegir a magistrados de sus afectos, éstos no serían ma-
yoría en la Corte pues serían sólo tres, y esa nueva Corte solo
perduraría durante el último año de su mandato, como había
ocurrido con Gaviria y Pastrana. Según ese panorama, el su-
puesto desequilibrio de poder se acabaría en 2010 (si no hay
una segunda reelección) cuando fuera elegido un nuevo presi-
dente de la República, pues éste tendría que gobernar con una
Corte elegida en su totalidad durante el periodo del gobierno
anterior, y así se restablecería el sistema que dispuso la Cons-
titución. Ese fue el razonamiento que hizo la Corte Constitu-
cional en la sentencia que decidió la constitucionalidad de la
reelección.53

53 Esta es también la opinión de algunos como Gloria Borrero,


directora de la Corporación Excelencia en la Justicia, para quien la
Sin embargo, esta es una mirada puramente normativa y
demasiado optimista del régimen político colombiano. Como
se ha señalado a lo largo de este texto, la relación del gobierno
con la Corte no está mediada exclusivamente por el poder no-
minador del presidente en sí mismo, sino también por la for-
ma en la que lo ejerce. Además, otros factores como la actitud
del gobierno hacia la Corte, su percepción sobre las funciones
de la misma, y el contexto político del momento también son
importantes. A continuación explico cómo el presidente ha in-
126
fluido en ternas conformadas por las altas cortes, y cómo sus
Sebastián Rubiano Galvis

ternas han sido “de uno”. A partir de eso caracterizo la tercera


Corte Constitucional.

Influencia en ternas no presidenciales


Durante los dos gobiernos de Uribe han cambiado los nueve
magistrados de la Corte. En el 2004, el Consejo de Estado ternó
a Humberto Sierra, a Consuelo Caldas y a Libardo Rodríguez
para escoger el reemplazo de Eduardo Montealegre (quien
había renunciado). Tras una apretada votación, Sierra resultó
elegido, aunque Caldas era la candidata más afín al gobierno.
De hecho, en 2005 el presidente Uribe también la incluyó en la
terna para la elección del Fiscal General.
En 2006 hubo un segundo relevo. Apenas unos días des-
pués de la instalación del recién electo Congreso, se llevó a
cabo la elección para reemplazar al magistrado Alfredo Bel-
trán, quien había sido elegido de una terna de la Corte Su-
prema, y quien se caracterizó por votar desfavorablemente
las normas de interés del gobierno. La terna conformada por
la Corte para reemplazar a Beltrán —quien era liberal— estu-
vo conformada sólo por conservadores: Nilson Pinilla, Rafael
Méndez y Jorge Iván Palacio. En un comunicado firmado por
todos los presidentes de los partidos de la coalición de go-

reelección presidencial no afectó el balance de poder entre la Corte


y el Ejecutivo, y si lo hizo, éste se reequilibraría en 2010. Entrevista a
Gloria Borrero, Bogotá, febrero 4 de 2009.
bierno se expresó el apoyo incondicional al candidato Pinilla,
quien finalmente fue elegido (El Tiempo 2006, 31 de mayo).
Pinilla, un conservador ex magistrado de la Corte Suprema,
se autoproclamó como “el caballo de Troya” de la Corte, pues
anunció que llegaría a ese órgano a intentar frenar su desbor-
dado activismo. Desde esa ocasión, con o sin el visto explícito
del presidente, la coalición, identificada plenamente con el
proyecto político del presidente Uribe, ha estado dispuesta
a secundarlo en su estrategia de no elegir magistrados que
127
puedan ser un contrapeso del gobierno.54 Además, la elección

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


de Pinilla coincidió con el periodo en el que el gobierno aún
tenía muchas reservas con la Corte.
Esta influencia del gobierno en ternas de las altas cortes se
repitió en las elecciones de magistrados a finales de 2008. En
esta ocasión, la Corte Suprema y el Consejo de Estado debían
conformar dos ternas más cada una para hacer cuatro rele-
vos. Para reemplazar a Escobar y a Araújo, el Consejo, fiel a su
tradición, hizo una terna de orientación conservadora (Danilo
Rojas, Ilva Hoyos y Gabriel Mendoza) y una liberal (Rodrigo
Uprimny, Juan Carlos Henao y Adriana Zapata).
En la terna conservadora, la influencia fue directa. La
elección del candidato Danilo Rojas —ternado junto con Ilva
Hoyos y Gabriel Mendoza— estaba siendo promovida por el
senador liberal Héctor Helí Rojas. Aunque Danilo Rojas tenía
el voto de algunos senadores conservadores, Mendoza era ofi-
cialmente apoyado por el Partido Conservador con el impulso
del senador Efraín Cepeda. Dada su cercanía con el conser-

54 Eso ha sido posible, en parte, gracias a que el Congreso está to-


talmente alineado con el Ejecutivo. Antes y después de la reelección,
el presidente ha logrado mantener unida a su coalición de congresis-
tas mediante el reparto burocrático en instituciones del Estado a nivel
nacional, regional y local. El propio vicepresidente de la República
fue capaz de ofrecer su cargo a alguno de los partidos de la coalición
para que aprobaran la reelección, y es bien sabido que la Defensoría
del Pueblo es una cuota del Partido Conservador. Esto ha hecho que el
Congreso prácticamente se funda en el Ejecutivo, y que en el ejercicio
de las facultades constitucionales del primero influya considerable-
mente el segundo.
vatismo, Mendoza tenía el guiño del gobierno. No obstante,
para el día de la elección, Rojas tenía los votos necesarios para
ganar y en el Senado se daba por hecha su elección. Sin em-
bargo, a última hora la sesión de la elección fue aplazada. En
esos días, parece ser que el entonces procurador general de
la Nación, Edgardo Maya Villazón, le habría pedido a varios
senadores no dar su voto a Rojas sino más bien a Mendoza, al
parecer por razones de afinidad política y de origen regional
(Maya y Mendoza son de la Costa Atlántica). Además, el go-
128
bierno también habría expresado su preferencia por Mendoza.
Sebastián Rubiano Galvis

Al final, las llamadas del procurador y del gobierno parecie-


ron cumplir con su propósito, pues Mendoza derrotó a Rojas
por escasos cuatro votos, el mismo número de senadores que
fueron llamados por el procurador.
Los integrantes de la terna liberal (Uprimny, Henao y Za-
pata) habían acordado no hacer lobby y competir solo con su
presentación en el Senado, pero dado que Zapata no era muy
reconocida, al final no aceptó. Si bien en esta terna no hubo
un guiño explícito a favor de un candidato, la coalición de go-
bierno en el Congreso sí emprendió una campaña de rechazo
contra el candidato Uprimny, quien es un reconocido consti-
tucionalista, experto en derechos humanos y defensor de la
Constitución del 91. En varios temas, con el fin de defender la
Constitución, ha asumido posturas en contra del gobierno. Eso
fue aprovechado por los senadores uribistas, quienes durante
el proceso de lobby circularon un paquete con todas las publi-
caciones y columnas de opinión escritas por él y en las que se
distanciaba del gobierno. Fue así tachado como “enemigo del
gobierno y del presidente”, y se afirmó que elegirlo era como
volver a poner a Carlos Gaviria —quien es considerado por
la coalición como un enemigo político del presidente— en la
Corte. En esta terna el gobierno no sugirió un candidato pero
sí excluyó a uno de la competencia.
En una de las ternas de la Corte Suprema ocurrió algo simi-
lar a la de orientación conservadora del Consejo de Estado. En
los primeros días, la candidata Ana Giacomette —ternada con
Jorge Iván Palacio y Jorge Eliécer Mosquera para reemplazar a
Clara Inés Vargas— tenía una gran ventaja. Giacomette estaba
siendo apoyada por los congresistas liberales de la oposición,
pues éstos consideraban apropiado elegir por lo menos a una
mujer para la Corte. Cuando parecía que esta candidata esta-
ba tomando fuerza, desde el gobierno se expresó rechazo y se
dio un guiño a Palacio, quien sería elegido magistrado de esa
terna.55 De otro lado, Luis Ernesto Vargas —ternado con Dora
Benítez y Javier Tamayo para reemplazar a Jaime Córdoba—,
129
quien fue elegido como magistrado de la otra terna de la Corte

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Suprema con una arrolladora votación, también fue amplia-
mente apoyado por la coalición de gobierno. Sin embargo,
aunque es conservador, no hay suficientes indicios para saber
si fue promovido o no por el gobierno.
Con todo lo anterior no pretendo decir que el gobierno
controló a su antojo las elecciones de las ternas de la Corte
Suprema y el Consejo de Estado, pero creo que sí hay elemen-
tos suficientes para afirmar que bien sea directamente o por
medio de sus mayorías en el Congreso, influyó en ellas. Ade-
más de las particularidades de cada elección, hubo dos hechos
adicionales que refuerzan esa idea. El primero ocurrió durante
el proceso de lobby, cuando en las elecciones de Mendoza, Var-
gas, Palacio y Henao los senadores de la coalición estaban más
preocupados por saber si los candidatos tenían posiciones que
pudieran representar un obstáculo para el proyecto político
del gobierno, que en sus calidades profesionales y méritos
académicos. En particular, llama la atención que varios sena-
dores de la coalición constantemente preguntaran a los candi-
datos su posición sobre el tema de la tutela contra sentencias.
Según dicen los candidatos entrevistados, varios senadores de
la coalición de gobierno mostraron que ese interés no era ex-
clusivo de ellos sino que también venía de parte del gobierno.

55 Entrevista a senador Héctor Helí Rojas, Bogotá, febrero 14 de


2009. No obstante, también hay que tener en cuenta que la presenta-
ción de Giacomette en la audiencia pública no fue recibida como la
mejor de su terna, por lo cual su aspiración se terminó de hundir.
El segundo es que según relatan algunos participantes de esas
mismas elecciones, durante los días de las audiencias y de las
elecciones rondaba en el Senado un misterioso personaje lla-
mado Luis Murillo, que había sido enviado por la Presidencia
de la República y que pertenecía a la curia papal. Este sujeto se
dedicó a indagar sobre las posturas morales y políticas de los
candidatos —en temas como aborto o derechos para parejas
del mismo sexo—, e incluso promovió campañas desfavora-
bles contra aquellos que no eran de su agrado.
130
En síntesis, el gobierno Uribe influyó, en mayor o menor
Sebastián Rubiano Galvis

medida, en la elección de los magistrados Pinilla, Mendoza


y Palacio. La coalición de gobierno respaldó ampliamente al
magistrado Palacio, pero no es claro si en su caso el gobier-
no intervino. En las elecciones de Sierra y Vargas tampoco es
claro si hubo influencia, y en la elección de Henao el gobierno
influyó descalificando a un candidato.

Las tres ternas de Uribe: ¿tres fichas seguras?


Veamos en detalle las tres ternas que Uribe ha conformado
en su segundo mandato. La primera fue la terna de Mauricio
González, Ilva Myriam Hoyos y Cristina Pardo, conformada
a finales de 2007 para reemplazar al saliente magistrado Ta-
fur. González era el secretario jurídico de Presidencia, Hoyos
un académica conservadora, y Pardo una magistrada auxiliar
de la Corte. Cuando Hoyos y Pardo buscaron a los senadores
para entregarles sus hojas de vida, éstos les respondieron que
no era necesario, pues su voto estaba comprometido. Ante es-
tas respuestas, las candidatas decidieron renunciar (El Tiempo
2007, 14 de agosto). El presidente tuvo que conformar enton-
ces una nueva terna en la que volvió a incluir a González junto
con otros dos abogados poco conocidos. La votación en el Se-
nado a favor del secretario jurídico de Presidencia fue arrolla-
dora: fue una “terna de uno”. Las declaraciones de González
tras ser elegido son una perfecta síntesis de la situación y del
punto: “El presidente me puso en la terna para que fuese un
juez imparcial y tengo que cumplirle”.
La segunda y la tercera ternas se conformaron a comienzos
de 2009. Desde antes del vencimiento de los periodos de los
magistrados Cepeda y Monroy, varias organizaciones sociales
(ver supra nota 6) solicitaron al presidente que hiciera públicas
las hojas de vida de los candidatos y que explicitara los crite-
rios para seleccionarlos. En el mes de marzo, Uribe anunció
que María Victoria Calle, Zayda Barrero y José Fernando To-
rres competirían por reemplazar a Cepeda, y que Jorge Pre-
telt, Lida Beatriz Salazar y José Rafael Escandón competirían
131
por reemplazar a Monroy. Estas dos ternas fueron duramente

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


criticadas por la opinión pública, pues varios ternados eran
abogados con experiencia en el sector privado y no tenían ex-
periencia en la rama judicial. Además, no tenían credenciales
académicas comparables a las de los magistrados que reem-
plazarían, y su perfil conservador sugería su cercanía irrestric-
ta con el gobierno.56
La competencia y el debate de méritos nunca existió, pues
días antes de las elecciones ya había acuerdos sobre quiénes
serían los elegidos.57 Apenas unos días después de la publica-
ción de las hojas de vida, las organizaciones sociales denuncia-
ron que se rumoraba que los candidatos Pretelt y Calle no sólo
eran los favoritos, sino que ya existían acuerdos secretos que
tenían asegurada su elección (Revista Semana 2009, 25 de mar-
zo). Además, denunció que veinte senadores uribistas, al día
siguiente de las audiencias públicas de los candidatos, habían
promovido que se acelerara la fecha de elección.
Si sólo eran sospechas, es bastante diciente lo que pasó el
día de las elecciones: en el recinto del Senado sólo estuvie-
ron presentes Pretelt y Calle, los futuros ganadores, los otros

56 Todos eran conservadores y eran cercanos al gobierno, a sena-


dores de la coalición o al propio Partido Conservador. Cinco de ellos
estaban o habían estado vinculados con la Universidad Sergio Arbo-
leda, reconocida por su orientación ortodoxa en derecho y su cercanía
con el gobierno.
57 Dos días antes de la elección, Pretelt fue visto en un restaurante
del parque de la 93 con al menos cuarenta senadores (El Espectador
2009, 24 de marzo).
CUADRO 5. Votaciones y perfil de los magistrados
de la Corte Constitucional (2009-2017)

María Victoria Calle (2009-2016) (74), Zayda del Carmen


Barrero (1) y José Fernando Torres (0). Abogada de la Universidad de
Medellín, especialista en derecho laboral y relaciones internacionales,
y máster en derecho administrativo de la Universidad Santo Tomás.
Ha sido vicepresidente jurídica de una compañía de seguros y ha
sido consultora y representante judicial del municipio de Pereira
y del departamento de Risaralda. Es cercana a dirigentes del
sector industrial y a varios senadores de la coalición de gobierno.
Su elección fue promovida por el partido Cambio Radical. Es
132 conservadora y cercana al gobierno.
Presidente de la República
Sebastián Rubiano Galvis

Mauricio González Cuervo (2008-2015) (67), Beatriz María


Arango (7) y Mauricio Velásquez (3). Abogado de la Universidad del
Rosario y especialista en economía de los Andes. Ha sido director
de la Corporación Excelencia en la Justicia, viceministro del Interior,
viceministro de Justicia y secretario Jurídico de la Presidencia de la
República. Ha sido profesor de la Universidad del Rosario y de La
Gran Colombia. A pesar de ser cercano al gobierno, su orientación
en interpretación constitucional aún no es muy clara, pues a lo largo
de su primer año en la Corte ha tenido que declararse impedido
en cuatro de cada diez procesos, debido a su cargo inmediatamente
anterior en el gobierno. En su elección fue apoyado por todos los
partidos de la coalición de gobierno.
Jorge Pretelt (2009-2016) (67), Lida Beatriz Salazar (7) y José
Rafael Escandón (0). Abogado de la Universidad del Rosario con
posgrado en derecho administrativo. Fue magistrado del Consejo
Nacional Electoral y conjuez del Consejo Superior de la Judicatura.
Fue profesor y vicerrector de la Universidad Sergio Arboleda. Es
conservador y en su elección fue apoyado por los partidos de la
coalición de gobierno.
Nilson Pinilla Pinilla (2006-2014) (57), Rafael Méndez Arango
(31) y Jorge Iván Palacio (1). Egresado de la Universidad Javeriana,
donde ha sido profesor de derecho penal. Ha sido juez penal
Corte Suprema de Justicia

municipal y magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Fue asesor


jurídico del Banco de la República. Hizo parte de la Comisión de la
Verdad establecida para esclarecer los hechos de la toma del Palacio
de Justicia. Es considerado conservador. En su elección fue apoyado
por los partidos de la coalición de gobierno.
Jorge Iván Palacio (2008-2016) (57), Ana Giacomette Ferrer
(17) y Jorge Eliécer Mosquera (2). Abogado de la Universidad
Autónoma Latinoamericana de Medellín. Fue juez civil en varios
municipios de su región (Antioquia) hasta llegar a ser magistrado de
la Corte Suprema de Justicia, de la que era conjuez hasta su elección.
Ha sido litigante y consultor privado. Es cofundador del Colegio
Antioqueño de Abogados. Es considerado como conservador.
u
u
Luis Ernesto Vargas (2008-2016) (65), Dora Consuelo Benítez
(9) y Javier Tamayo Jaramillo (3). Nacido en Cajamarca, es abogado de
C. Suprema

la Universidad Libre, especializado en derecho de familia y candidato


a doctorado en derecho privado de la Universidad de Zaragoza.
Fue juez civil y magistrado del Tribunal Superior de Cundinamarca.
Es miembro de los Institutos Colombiano e Iberoamericano de
Derecho Procesal, y tiene una experiencia de casi treinta años como
catedrático en diferentes universidades.
Humberto Sierra Porto (2004-2012) (51), Consuelo Caldas
(40) y Libardo Rodríguez (0). Nacido en Cartagena, es abogado de
la Universidad Externado y es doctor en derecho público, ciencia
política y filosofía jurídica en la Universidad Autónoma de Madrid. 133
Investigador del Instituto de Estudios Constitucionales Carlos

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


Restrepo Piedrahíta. Ha sido litigante, asesor de la Cámara de
Representantes y procurador delegado para la Función Pública.
Sus posturas son consideradas como moderadas e independientes.
Fue apoyado por el Partido Liberal y por un sector disidente de la
coalición uribista que no apoyó a la candidata del gobierno (Caldas).
Gabriel Eduardo Mendoza (2008-2016) (43), Danilo
Consejo de Estado

Rojas Betancourth (39) e Ilva Myriam Hoyos (3). Abogado de la


Universidad del Atlántico especializado en derecho laboral y en
administración pública. Ha tenido una larga carrera en la rama
judicial: ha sido juez penal municipal y laboral, magistrado del Tribunal
Administrativo del Atlántico, magistrado del Consejo de Estado y
procurador delegado ante el Consejo de Estado. Ha sido profesor de
derecho laboral y administrativo en varias universidades. Es militante
conservador y su elección fue promovida por el senador Efraín
Cepeda, actual presidente del Partido Conservador.
Juan Carlos Henao (2008-2016) (60), Adriana Zapata Arbeláez
(16) y Rodrigo Uprimny Yepes (12). Abogado de la Universidad
Externado con doctorado en derecho de la Universidad de París
II. Experto y catedrático en temas de derecho administrativo. Ha
publicado varios libros sobre responsabilidad del Estado. Ha sido
conjuez y magistrado auxiliar del Consejo de Estado, y también tiene
amplia experiencia como litigante. Es considerado como liberal; el
Partido Liberal, en alianza con Cambio Radical, cerró filas apoyando
su elección.

candidatos no estaban. De hecho, junto a las urnas para que


los senadores votaran y eligieran a los magistrados, sólo había
papeletas con los nombres de esos dos candidatos. El senador
Alfonso Valdivieso denunció ese hecho y lo calificó como una
falta de seriedad, pero la mesa directiva del Senado ignoró sus
denuncias y prosiguió con las elecciones (Revista Semana 2009,
25 de marzo). Los resultados de las votaciones hablan por sí
mismos. En una terna la ganadora —Calle— obtuvo 74 votos;
los otros dos candidatos obtuvieron 1 y 0 votos respectivamen-
te. Y en la otra, el ganador —Pretelt— obtuvo 67 votos. Los
otros dos candidatos obtuvieron 7 y 0 votos respectivamente.
Estos arrolladores resultados confirman que las tres ternas del
presidente (2007 y 2009) fueron “ternas de uno”.58

La tercera Corte (2009-2017)


134 Tras estas últimas elecciones, la tercera Corte Constitucional
quedó conformada así:
Sebastián Rubiano Galvis

El presidente Uribe utilizó su poder nominador para hacer


elegir como magistrados a abogados de bajo perfil y cercanos
a sus intereses. En las elecciones de las tres ternas presidencia-
les no hubo competencia ni meritocracia. Así las cosas, con sus
ternas, el presidente parecería haberse asegurado al menos
tres magistrados afines políticamente. Mauricio González se
acostó un día como secretario jurídico del presidente, y al día
siguiente se levantó como magistrado de la Corte. Por eso, ha
tenido que declarase impedido para votar en cuatro de cada
diez procesos (de revisión constitucional) que ha conocido la
Corte desde su llegada a esa institución (LaSillaVacía.com 2009,
1 de abril). Jorge Pretelt tiene un perfil conservador y es cer-
cano al gobierno. En 2005 había sido incluido en la terna para
fiscal general, y en 2003 publicó un libro promoviendo el re-
ferendo de Uribe. Y María Victoria Calle es cercana a dirigen-
tes del sector industrial y a varios senadores de la coalición
uribista (principalmente de Cambio Radical), lo cual también
sugiere su cercanía o afinidad con el gobierno.59

58 Un columnista de El Tiempo dijo que en el proceso de elección


hubo un candidato que no hizo campaña y que ni siquiera entregó su
hoja de vida a los senadores, y que cuando un senador le pidió su hoja
de vida, éste le respondió que por favor no votara por él, pues él no
era el candidato para elegir (El Tiempo 2009, 30 de marzo).
59 La dependencia o independencia de Calle está por verse, pues
ha afirmado que no es una ficha del gobierno y conservó a una buena
parte del equipo de trabajo de Manuel José Cepeda, el magistrado al
que reemplazó.
Pero adicionalmente, en mayor o menor medida, el gobierno
también influyó en la elección de magistrados elegidos de ternas
no elaboradas por el presidente. En concreto, el gobierno ejerció
influencia en la elección de los magistrados Pinilla, Mendoza
y Palacio.60 La coalición de gobierno en el Congreso también
respaldó ampliamente al magistrado Palacio, pero no es claro
si en su caso el gobierno intervino. Y en las elecciones de Sierra
y Vargas parece ser que no hubo influencia. Aún así, Mendoza
y Palacio son conservadores, y el apoyo oficial que recibieron
135
sugiere que pueden ser cercanos al gobierno. Esto significa

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


que los magistrados elegidos y apoyados por el gobierno en su
elección, o que son cercanos a éste —González, Pretelt, Calle,
Mendoza, Pinilla y Palacio—, serían suficientes para configu-
rar una mayoría simple en la Corte, particularmente en los ca-
sos más sensibles y de mayor interés para el gobierno.
Lo anterior sugiere que, en términos generales, esta tercera
Corte será menos activista, menos técnica, más conservadora
y más cercana al gobierno. El perfil de sus integrantes mues-
tra que, a diferencia de sus antecesores, la mayoría carece de
una amplia experiencia en temas constitucionales, y varios de
ellos, también a diferencia de sus antecesores, no tienen una
preparación académica de alto nivel. En cambio, son especia-
listas en temas jurídicos diferentes al constitucional, cercanos
al derecho privado, lo cual podría sugerir que difícilmente la
tercera Corte será innovadora en técnicas jurisprudenciales, y
que poco harán para que intervenga de manera activa en te-
mas sensibles. Adicionalmente, varios de los elegidos tienen o

60 Vale la pena aclarar que si bien el gobierno influyó en la elección


del magistrado Nilson Pinilla, en los últimos meses éste ha dado se-
ñales de independencia. El gobierno decretó el estado de conmoción
interior a finales de 2008 para conjurar una crisis causada por un paro
general de la rama judicial. La Corte Constitucional declaró la inexe-
quibilidad de la declaratoria, contando con el voto favorable de Pi-
nilla. En cambio, los magistrados González y Mendoza, como era de
esperarse, votaron a favor de la exequibilidad. Corte Constitucional,
sentencia C-070 de 2009, M. P. Humberto Sierra. Aunque cualquier
análisis profundo de las decisiones de la nueva Corte aún es prema-
turo, esta decisión daría algunas luces sobre lo que se puede esperar.
han tenido cercanía con el gobierno, lo cual podría verse refle-
jado en sus actuaciones como magistrados.

Conclusiones
En las democracias constitucionales modernas las tensiones
entre los gobiernos y los tribunales constitucionales son in-
evitables. Las cortes constitucionales, de entrada, han choca-
do con el presidencialismo latinoamericano. En Colombia, los
disgustos de los gobiernos con la Cortes han sido reiterados, y
136
en sus puntos más críticos se han manifestado de manera ries-
Sebastián Rubiano Galvis

gosa: cuando a los gobiernos no les gustan las decisiones de la


Corte, buscan contrarrestarlas presentando proyectos de ley y
de reforma a la Constitución para dejar sin piso la jurispruden-
cia constitucional. Esta práctica ha desatado aún más choques
entre la Corte y el gobierno, pues denota la incomodidad para
respetar los límites que impone la Corte al poder político.61
No obstante, esas tensiones entre la Corte y los gobiernos
son una señal del buen funcionamiento del sistema de pesos
y contrapesos. Pero éstas dejan de ser sanas y deseables cuan-
do traspasan un límite. Los gobiernos están en su derecho di-
sentir de los fallos de los jueces. Lo que no es sano para la
democracia es que la validez y la legitimidad de los mismos
sean cuestionadas, se promuevan reformas para desacatar sus
decisiones, y que la existencia de la Corte esté en juego cada
vez que el gobierno ve truncados sus intereses. Es ahí cuando
ese límite se traspasa.
Aún así, es perfectamente normal que los tribunales cons-
titucionales se muevan en el espectro político. Las cortes no
deben ser órganos aislados de la realidad, pues al ser los intér-

61 Las confrontaciones no siempre tienen la misma magnitud. En


los choques entre el Ejecutivo y la Corte hay que prestar atención a la
forma en la que el gobierno acciona y reacciona. Es diferente que el
presidente hable, a que lo haga a través de sus ministros, sus funcio-
narios, asesores, o incluso, a través de su bancada en el Congreso. El
tamaño de la polémica, así como el nivel de desgaste político que esta
genera, suele ser proporcional al nivel jerárquico del funcionario de
gobierno que reaccione.
pretes máximos de las constituciones, deben procurar porque
éstas reflejen la realidad social y política. No obstante, cuando
esos giros políticos son el resultado de presiones y maniobras
por parte del gobierno, la independencia del tribunal se ve se-
riamente amenazada.
Con Álvaro Uribe y con la reelección este juego de poder
entre la Corte y el gobierno parece estar empezando a mati-
zarse. Si bien hubo una fuerte tensión inicial, la relación del
gobierno Uribe con la Corte se transformó por completo. Atrás
137
quedaron los intentos de reformas estructurales o las amena-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


zas de supresión o eliminación de los inicios de su gobierno. El
gobierno poco se molesta ya en criticar a la Corte o en cuestio-
nar sus fallos. Si bien la nueva no es una Corte de bolsillo del
Ejecutivo, tampoco es independiente. El gobierno ha logrado
cooptarla parcialmente. Ese desequilibrio de poderes y esa in-
fluencia del gobierno en la Corte se explican más como una
estrategia política, que como un efecto de la reforma per se.
Tanto la reforma de la reelección presidencial como las prác-
ticas y estrategias políticas del gobierno Uribe han mutado la
relación entre los poderes ejecutivo y judicial, y han propicia-
do un nuevo ambiente institucional que amenaza la autono-
mía e independencia de la Corte Constitucional. Esto se puede
evidenciar de tres formas.
En primer lugar, el presidente ha logrado obtener una cuo-
ta política mayor en la Corte a la que la Constitución previó.
El gobierno ha logrado influir en las ternas que han conforma-
do la Corte Suprema y el Consejo de Estado. Cuando decidió
sobre la constitucionalidad de la reelección, la Corte dijo en la
sentencia que ésta no suponía un desequilibrio de poder de
la Corte con respecto al Ejecutivo, pues si bien el presidente
debe conformar tres ternas, no era el único que las hacía, y
además, a la larga, era un órgano autónomo —el Senado— el
que llevaba a cabo la elección. Pero en la práctica esto ha sido
muy diferente. La oscuridad y falta de transparencia del proce-
so de lobby, así como el control casi absoluto del Congreso por
parte del Ejecutivo, han facilitado la influencia del gobierno en
la elección de los magistrados. Además, en la coalición de go-
bierno en el Senado ha habido una clara intención de llevar a la
Corte abogados que no sean un obstáculo para sus intereses.
En efecto, la Corte es ahora más susceptible de ser política-
mente cooptada por el gobierno. El uso estratégico de las vías
institucionales que ya existían ha facilitado esa situación: los
puntos débiles del mecanismo de elección de los magistrados
han sido convertidos en armas a favor de la influencia política
del gobierno en la Corte. Por ejemplo, la ausencia legal y cons-
138
titucional de criterios definidos y meritocráticos para ternar
Sebastián Rubiano Galvis

candidatos facilita la inclusión no de juristas preparados y de


larga trayectoria, sino de funcionarios afectos al presidente.
Jurídicamente no hay ningún reparo en que el presidente in-
cluya en sus ternas a empleados suyos. Pero políticamente es
muy grave, pues da a entender que para el gobierno la Corte
no es un organismo al que deben llegar los mejores, sino más
bien sus amigos, y que la reelección le dio una oportunidad
que no podía desaprovechar.62
Esto desfigura una de las principales funciones de la Corte:
controlar al poder político. El análisis histórico de la relación
entre la Corte y los gobiernos muestra que en diversas oca-
siones, cuando los choques con el Ejecutivo eran de grandes
proporciones, la Corte actuó con prudencia política para au-
torizar una grave ruptura institucional. Pero el otro extremo
—del que estamos más cerca hoy— también es nocivo para la
institucionalidad: como la relación entre las cortes y los go-
biernos es esencialmente de contrapeso, la ausencia de tensio-
nes no es saludable para una democracia constitucional. Que
el órgano contramayoritario por excelencia pase a ser parte de
la mayoría, desnaturaliza y desfigura sus funciones esenciales.
La Corte no tiene la independencia y autonomía que tuvo con
Gaviria, Samper o Pastrana. Uribe ha querido tener una Corte

62 Años antes, Pastrana intentó, sin éxito, hacer elegir a su secreta-


rio jurídico, Jaime Arrubla, en la Corte. Aunque Arrubla era cercano
al gobierno, era un reconocido y destacado jurista.
más dependiente de su gobierno. Para ello primero recurrió a
la tensión y después a la cooptación política. Sin embargo, ese
propósito no ha prosperado, pues aunque hoy la Corte es me-
nos independiente, aún no ha sido cooptada: hoy por hoy se
encuentra a mitad de camino entre la independencia judicial
y la captura política.
En segundo lugar, y en estrecha relación con lo anterior,
se ha abierto la posibilidad de que temas de vital importancia
sean decididos por una Corte más cercana al gobierno: la revi-
139
sión última de las tutelas contra las sentencias de la Corte Su-

La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política


prema contra los congresistas condenados por la parapolítica,
y la revisión de constitucionalidad del referendo que propone
una segunda reelección del presidente Uribe. Habrá que ver
en qué medida la “autoconciencia institucional” de autonomía
e independencia histórica de la Corte logrará permear el crite-
rio de los nuevos magistrados.
Finalmente, si bien esta Corte sólo sesionará durante el últi-
mo año y medio del segundo gobierno Uribe (si es que no hay
un tercero), tener un Congreso mayoritariamente gobiernista
facilita el trámite de reformas legales y constitucionales en pe-
riodos relativamente rápidos. Puede decirse que el gobierno
interesado en reformar en profundidad la Constitución, ahora
podría contar con un potencial aliado: la Corte Constitucional.

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Gaviria Díaz.

Corte Constitucional, sentencia C-300 de 1994, M. P. Eduardo


Cifuentes.

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Corte Constitucional, sentencia C-466 de 1995, M. P. Carlos


Gaviria Díaz.

Corte Constitucional, sentencia C-027 de 1996, M. P. Hernando


Herrera Vergara.

Corte Constitucional, sentencia C-122 de 1997, MM. PP.


Antonio Barrera Carbonell y Eduardo Cifuentes.
Corte Constitucional, sentencia C-122 de 1999, M. P. Fabio
Morón Díaz.

Corte Constitucional, sentencia C-383 de 1999, M. P. Alfredo


Beltrán Sierra.

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Gregorio Hernández Galindo.

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Naranjo Mesa.

Corte Constitucional, sentencia C-646 de 2001, M. P. Manuel


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Sebastián Rubiano Galvis

Corte Constitucional, sentencia C-540 de 2001, M. P. Jaime


Córdoba Triviño.

Corte Constitucional, sentencia C-251 de 2002, MM. PP.


Eduardo Montealegre Lynett y Clara Inés Vargas.

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Córdoba Triviño.

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Montealegre Lynett.

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Córdoba Triviño y Rodrigo Uprimny Yepes.

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Corte Suprema de Justicia – Sala Penal, sentencia de segunda


instancia 26945 de 2007, MM. PP. Yesid Ramírez Bastidas y
Julio Enrique Socha Salamanca.

Entrevistas
Martha Sáchica, secretaria general de la Corte Constitucional
desde 1992, octubre 6 de 2008.

Danilo Rojas, profesor de la Universidad Nacional y socio


fundador de Dejusticia, enero 30 de 2009.
Gloria Borrero, directora de la Corporación Excelencia en la
Justicia, febrero 4 de 2009.

Rodrigo Uprimny, profesor de la Universidad Nacional y


director de Dejusticia, febrero 6 de 2009.

Juan Fernando Cristo, senador de la República por el Partido


Liberal, febrero 9 de 2009.

Hector Helí Rojas, senador de la República por el Partido


Liberal, febrero 14 de 2009.

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La Corte Constitucional: entre la independencia judicial y la captura política

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