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Revista de Antropología Iberoamericana


ISSN: 1695-9752
[email protected]
Asociación de Antropólogos Iberoamericanos
en Red
Organismo Internacional

Tirado, Francisco
Reseña de "Reassembling the Social: An introduction to Actor-Network-Theory" de Bruno Latour
AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana, núm. Esp, noviembre-diciembre, 2005, p. 0
Asociación de Antropólogos Iberoamericanos en Red
Madrid, Organismo Internacional

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Recensión Crítica

Bruno Latour
Reassembling the Social: An introduction to Actor-Network-
Theory
Oxford: Oxford University Press
Año: 2005
325 páginas.
ISBN: 0-19-925604-7

LA TEORÍA DEL ACTOR-RED Y LA REINVENCIÓN DE LO SOCIAL

Francisco Tirado, Profesor Titular. Departament de Psicologia Social. Universitat Autònoma de


Barcelona. Dirección: Departament de Psicologia Social. Facultat de Psicologia. Universitat
Autònoma de Barcelona. Bellatera 08193 (Barcelona), España. E-mail: [email protected]

Hace bastantes años asistí a un pequeño encuentro internacional titulado Actor Network and
After. 1 Comenzaba mi trayectoria como investigador y estaba especialmente interesado en
nuevas maneras de conceptualizar lo social y en nociones que trasgredían la tensión
naturaleza-sociedad. Llevaba varios años revisando los trabajos que un grupo de autores
denominaban Actor Network Theory 2 y los consideraba la propuesta más acabada y con mayor
futuro de todas las que denunciaban el carácter obsoleto del pensamiento moderno. El
encuentro encerraba un inmenso interés puesto que reunía a los principales responsables de la
mencionada propuesta y a un buen puñado de investigadores que utilizaban sus herramientas
y nociones. Asistí con un inmenso interés a los seminarios, dispuesto a aprender todo lo que
me permitiese el tiempo de que disponía, pero recuerdo vívidamente la sorpresa mayúscula
que me llevé. Me encontré, de repente, con que se defendía la siguiente tesis: la teoría del
actor-red había dejado de existir. O para ser más precisos: se había traducido, en su
implementación y uso, de tantas formas diversas, había generado tantos nuevos conceptos y
aplicaciones, que se había difractado en una miríada de expresiones diferenciadas. Y, además,
muy al contrario de lo que pudiera parecer, tal cosa no representaba ningún problema, estaba
en perfecta consonancia con su espíritu original. Curiosamente, la historia que sigue a este
encuentro es la de la expansión y el éxito de una teoría periclitada. En los años que siguieron a
estos seminarios, la teoría del actor-red se convirtió en una herramienta de trabajo muy popular
en el ámbito de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, llega a la psicología social,
se comienza a utilizar en la historia de la ciencia, se coquetea con ella en la filosofía de la
ciencia y la tecnología, se la denomina nuevo horizonte explicativo en la geografía, aparece

1
Existe una obra que recoge las principales aportaciones de este encuentro: Law y Hassard (1999).
2
A partir de ahora “teoría del actor-red”. También es posible encontrar en castellano la traducción “teoría de las redes
de actores”. Para una completa exposición de las razones que hacen preferible la primera traducción consúltese
Doménech y Tirado (1998).
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con fuerza en el mundo de las organizaciones y se asoma con descaro a la antropología. No


resisto la tentación de exclamar: ¡vaya cadáver más animado!

Casi una década después del mencionado encuentro se publica la amplia introducción a la
teoría del actor-red que nos ocupa. Viene de la mano de uno de sus fundadores y cubre una
demanda que parece extemporánea: ¿no debería haberse redactado este libro hace ya un par
de décadas? Todo esto conduce a pensar que el nuevo libro de Bruno Latour es oportunista, y
está intentando capitalizar el éxito de una propuesta que hace muchos años dejó de estar
exclusivamente en sus manos. Mas la respuesta a esta línea de reflexión es un ¡No! rotundo.
Como afirman Deleuze y Guattari en su gran libro de vejez 3 , algunas obras sólo adquieren su
sentido tras muchos años de maduración, cuando el tiempo pasado se convierte en una suerte
de exterioridad al universo conceptual que se ha habitado hasta ese momento. Y esto,
precisamente, es lo que ocurre con el libro de Latour: es una obra de madurez, imposible de
redactar hace una o dos décadas, o en el momento de gestación de la teoría del actor-red. Ha
tenido que correr el tiempo, advenir críticas y rechazos, acaecer debates, realizarse multitud de
investigaciones, escribirse libros y centenares de artículos para que la teoría del actor-red
reconozca una tradición de reflexión, pueda ser presentada como un corpus conceptual, una
herramienta de trabajo y una mirada o sensibilidad ante ciertos problemas de investigación. Así
debe leerse esta obra, como una pregunta que se plantea cuando la vejez

otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se
goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la
máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas… 4

Ese mensaje plantea sobriamente una tesis y se articula a partir de dos grandes interrogantes.
La primera sostiene que las preguntas de las ciencias sociales, sus intuiciones, son correctas,
pero sus respuestas no. El “quid” de la cuestión reside en que la definición de lo social que se
ha propuesto ha bloqueado el interés e impulso investigador que caracterizó a estas ciencias
en su inicio. Transformar esta situación y renovar la comprensión de lo social supone, en
primer lugar, responder a la cuestión ¿qué se puede hacer con las controversias que pueblan
el pensamiento social? y, a continuación, enfrentarse al interrogante ¿con qué otra mirada
trazaremos los contornos de lo social?

Las respuestas que ofrece Latour detentan el mismo grado de sobriedad con que se formulan
las preguntas. La teoría del actor-red no pretende, ni debe, clausurar o detener las
controversias sobre lo social. Todo lo contrario, las deja expresarse y fluir, las mantiene
abiertas, como incertidumbres, como un terreno movedizo que amenaza constantemente con
tragarse cualquier certidumbre que el analista crea que ha alcanzado. La teoría del actor-red se
enfrenta al desafío de operar desde esas arenas y nunca desde suelos más firmes o seguros.
Cinco incertidumbres delimitan esta operación.
3
Deleuze y Guattari (1993).
4
Deleuze y Guattari (1993: 7).
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1) La primera muestra que no existe nada parecido al grupo, siempre nos enfrentamos con
formaciones grupales. Nuestra experiencia más cotidiana es la de pertenecer a grupos
diferentes y contradictorios. Continuamente somos enrolados en asociaciones que no guardan
entre ellas ningún tipo de coherencia o continuidad. Las ciencias sociales han operado
reduciendo esta complejidad, buscando un principio único de asociación: la clase, el estatus, la
distinción… El analista que trabaja desde la teoría del actor-red opera desde esta absoluta
incertidumbre: no hay un grupo relevante o especialmente significativo que permita ser utilizado
como punto de partida incontrovertible en la reflexión social. Y así debemos vivir la experiencia
intelectual. El autor, además, deduce de este supuesto un principio metodológico. Las
controversias dotan al analista de un recurso esencial para cartografiar las conexiones
sociales. Las formaciones de grupo dejan más rastros en su debilidad, en el momento de su
formación o disgregación que cuando son estables, en este caso sus conexiones se tornan
invisibles y mudas. La polémica muestra el andamiaje de lo social. La controversia es el medio
de las ciencias sociales, clausurarlas es morir.

2) La segunda incertidumbre tiene que ver con la acción. Muy al contrario de lo que se
desprende de muchas teorías sociales, la acción nunca es transparente. Pero tampoco es algo
complejo, sencillamente: la acción está siempre desbordada, continuamente es interceptada
por algún actor inesperado. La acción es un nodo, un nudo en el que se encuentran diversas
agencias. Es decir, la acción siempre está tomada, es traducida por otro. Por todo esto, la
teoría del actor-red no considera que el actor sea la fuente de la acción. Más bien es la diana
móvil de otras muchas entidades que se desplazan hacia él. La noción de actor-red habla de
un actor que representa, sobre todo, una fuente de incertidumbre sobre y para la acción. La
regla metodológica que opera desde tal incertidumbre tiene que ver con preguntarse siempre:
¿Qué agencias hay implicadas en un curso de acción? y, especialmente: ¿con qué modo de
acción se comprometen? El científico social debe trabajar permanentemente con el fenómeno
de la traducción y no puede permitirse el lujo de reducirla a una mera relación causa-efecto.

3) En la acción no se implican exclusivamente actores humanos, los objetos, lo material


también se compromete. De aquí proviene la tercera incertidumbre: los objetos ejercen algún
tipo de agencia en las asociaciones que caracterizan nuestra vida cotidiana. La teoría del actor-
red asume un principio semiótico según el cual cualquier cosa que modifica un estado de cosas
introduciendo alguna diferencia es un actor, o si no dispone de figuración concreta: un actante 5 .
Aparentemente, los modos de acción de los objetos son inconmensurables con los de los seres
humanos. Pero, precisamente, esta diferencia es importante para que se generen asociaciones
duraderas en las que se implican seres humanos y objetos. La regla metodológica que se
desprende de esta aseveración es inmediata: del mismo modo que debemos prestar atención a

5
El concepto proviene de la tradición semiótica francesa. Para una definición precisa consúltese: Greimas y Courtès
(1982).
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las controversias en la formación de grupos, hay que analizar las innovaciones tecnológicas,
los accidentes técnicos, la historia de los objetos y las ficciones en las que se habla de lo
material. Es decir, todos aquellos ámbitos en los que cobra vida y relevancia lo no humano.

4) La cuarta incertidumbre versa sobre los hechos fácticos. La teoría del actor-red se hace eco
de toda una tradición académica (Estudios sociales de la ciencia y la tecnología) que ha tenido
como uno de sus principales objetivos mostrar que no existe nada parecido a un hecho fáctico,
dado o definido per se. Cualquier hecho, incluidos los científicos, que parecen los más
incontrovertibles, es un artefacto, ha sido construido en un complejo juego de prácticas y
relaciones culturales y materiales. Por esta razón, las cuestiones de hecho no ayudan a
entender qué agencias pueblan el mundo y qué conexiones trazan. Todo lo contrario, ocultan
esos trazos porque en tanto se ofrecen como evidencia incuestionables, no permiten pregunta
alguna sobre su esencia u origen. La teoría del actor-red huye de las cuestiones de hecho,
pero sin renunciar al empirismo. Es más, esta teoría supone un redescubrimiento del
empirismo. Eso sí, se sostiene que éste no se asienta en hechos o definiciones fácticas, sino
que trabaja con asambleas y colecciones, con reuniones de relaciones, con actores-red. Del
mismo modo, se asume que las cosas son múltiples, no que existan diversos puntos de vista
sobre ellas, tal cosa resulta una obviedad, sino que se despliegan como algo múltiple per se
que permite una comprensión diversa. La regla metodológica que ofrece esta incertidumbre
tiene que ver con el punto de partida del analista. Nunca será una cuestión de hecho, sino, más
bien, una colección o congregación de objetos, sentencias, agencias, etc., que exhiben algún
tipo de interés para el analista. Es lo que Latour denomina “cuestiones de interés.”

5) Por último, el analista que trabaja desde la perspectiva de la teoría del actor-red se enfrenta
a la incertidumbre que provoca la misma escritura. Los textos que se ofrecen no renuncian al
anhelo de una explicación objetiva, pero se entiende que ésta es un relato en el que existen
multitud de agencias que trabajan como objetores o resistencias al punto de vista del analista.
O dicho de otra manera, como “cuestiones de interés”. Además, se asume el riesgo de apostar
por un texto que aspira a ser verdadero y completo sobre un tema concreto. A tal tipo de
explicación se la denomina “explicación textual”. Finalmente, Latour sostiene que la diferencia
entre un buen texto realizado desde la óptica de la teoría del actor-red y uno malo reside en
que el primero acierta a trazar una red, a desplegar actores como redes de mediadores. En
este punto conviene realizar una aclaración sobre la propia noción de “red”. La idea de red que
aparece en la expresión “teoría del actor-red” no hace alusión a un objeto que está ahí afuera y
debe representarse. Menciona, en su lugar, un indicador de la calidad de un texto sobre un
tópico. Cualifica su objetividad, es decir, su capacidad de mostrar cómo cada actor hace hacer
cosas inesperadas a otros actores. Por tanto, “red” recoge el hecho de que el analista ha
acertado a trazar series de acciones en las que cada participante es tratado como un
acontecimiento, una bifurcación, el origen de un nuevo curso de acción. En suma, estamos
ante una herramienta, ante lo que ayuda a elaborar un texto que muestra conjuntos de actores
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afectándose unos a otros. El principio metodológico que se propone desde esta última
incertidumbre es sencillo: el texto debe ser tratado, casi literalmente, como si fuese un
laboratorio. En él se plantea un interrogante, se recurre a agentes y materiales que permiten
resolverlo, y se traza el movimiento de asociación y relación que se teje entre estos elementos
con tal finalidad. El resultado final es un relato desde la teoría del actor-red, una explicación
sobre lo social que asume que este adjetivo no es exactamente lo que hasta ahora
pensábamos que era.

Efectivamente, el corolario de la asunción y conexión de todas estas incertidumbres es una


nueva definición de lo social. El adjetivo “social” designa dos fenómenos diferentes. Por un
lado, una sustancia, un tipo de cosa, un algo, y, por otro, un movimiento entre elementos no-
sociales. Las ciencias sociales han mezclado ambas definiciones porque han intentado, al
mismo tiempo, realizar tres tareas: a) documentar las maneras en que construyen lo social sus
integrantes; b) limitar las controversias sobre lo social restringiendo el número de entidades
que se supone que habitan el mundo social; y c) resolver la cuestión de lo social ofreciendo
prótesis para la acción política. La teoría del actor-red entiende que el segundo significado es
algo que ha sido soslayado sistemáticamente por las ciencias sociales y se ha disuelto en el
excesivo valor que recibía el primero cuando se intentaban realizar las mencionadas tareas.
Así, se defiende que lo social es una asociación momentánea caracterizada por la manera en
que agrupa actores con nuevas formas. Y, por tanto, lo social no explica nada, debe ser
explicado. En rigor, Latour recoge la etimología más antigua del vocablo “social”, ésa que alude
a un socius, a alguien que sigue a algún otro, un asociado, porque lo social no es más que un
conjunto de asociaciones heterogéneas, algo sin una especificidad determinada. La segunda
parte del libro ofrece un mapa de ruta para enfrentarnos al problema de trazar los contornos de
tales asociaciones. Y para ello hay que realizar tres tareas: relocalizar lo global, redistribuir lo
local y conectar localidades. Revisemos brevemente en qué consiste cada una.

1) Las interacciones locales, después de asumidas las anteriores incertidumbres, son


situaciones que siempre nos conducen a otras interacciones locales, otros sitios, espacios y
agencias. Hay que seguir ese movimiento. El proceso tiene la forma de una red si cada
transporte habla de transformaciones, de actores que hacen hacer cosas a otros actores. Así,
progresivamente se hace visible una cadena, un pliegue de actores. Un relato elaborado desde
la teoría del actor-red cartografía estas series de actores, sin tomar a priori una decisión sobre
la medida, tamaño o escala de tales actores. La escala, eso que denominamos lo global, es un
logro precario de los propios actores, a veces se alcanza, otras no.

2) Ni lo global tiene una existencia concreta y objetiva ni, tampoco, lo local. La sensación que
tenemos, muchas veces, de que una situación concreta contiene ingredientes que ya están ahí,
al margen de nuestra intervención, y provienen de otros lugares y tiempos, se debe a cambios
radicales o sutiles en las formas en que nuevos tipos de agencias no sociales son movilizadas.
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La interacción local no es más que un ensamblaje de todas las otras interacciones locales que
se distribuyen en otros tiempos y espacios y que se traen a una situación particular a través de
series concretas de actores no-humanos. Así, por ejemplo, la interacción cara-a-cara, en
realidad, no es el principio de interacciones más complejas o situaciones más globales, sino el
punto final de un gran número de actores y agencias que intercambian y se transmiten ciertas
propiedades. En definitiva, lo local también es un artefacto, un compuesto generado por la
intervención de actores humanos y no humanos.

3) Por último, resta la tarea de conectar los lugares y sitios definidos de la manera anterior.
Para esto, la teoría del actor-red despliega todo un arsenal de conceptos como son los de
“traducción”, “localizadores”, “attachment”, “plasma”… que permiten entender y aprehender
este ejercicio en toda su intensidad.

El libro finaliza con una conclusión que es más bien una apertura. Se define un nuevo
interrogante sobre la acción política. La teoría del actor-red, a pesar de haber sido tachada de
inmoralista y apolítica, coloca en el centro de su interés, precisamente, esta cuestión. Lo que
sucede es que, como hace con otros conceptos del pensamiento moderno, la idea de política
es redefinida y redimensionada. De este modo, en las últimas páginas del libro observamos
como político es el ejercicio de componer un mundo común. La teoría del actor-red registra la
novedad que provocan las asociaciones heterogéneas y explora cómo se ensamblan de
manera poco o muy satisfactoria, permitiendo vivir al mayor número de entidades o excluyendo
a un alto porcentaje, trazando límites férreos o permeables… Y semejante interés y ejercicio
es, precisamente, político tout court.

Como decía al principio, Reassembling the Social es, al mismo tiempo, una introducción y un
libro de madurez. En tanto que introducción estamos ante una buena sistematización del
universo conceptual y de las problemáticas que supone un experimento como la teoría del
actor-red. En ese sentido, presenta, tanto para legos como expertos en la teoría del actor-red,
dos curiosas novedades. En primer lugar, se reconoce la obra de Gabriel Tarde como uno de
los clásicos en los que esta teoría hunde sus raíces. Y, en segundo lugar, se reconoce que
este experimento se activa cuando los estudios sociales de la ciencia y la tecnología se
enfrentan a un clamoroso fracaso: el que supone analizar, entender y explicar una institución
como la ciencia con las herramientas clásicas de las ciencias sociales. Mas, en tanto que obra
de experiencia acumulada, el lector no debe pensar que tendrá en sus manos un libro fácil de
leer. Lo cierto es que exige un conocimiento previo, aunque sea mínimo y rudimentario, sobre
las propuestas de la teoría del actor-red para poder apreciar en toda su dimensión el esfuerzo
de sistematización y esclarecimiento que ha realizado su autor.

No obstante, no puedo finalizar estas líneas sin señalar dos pequeñas carencias del texto. La
primera tal vez no es demasiado relevante, juzgue el lector, simplemente diré que tiene que ver
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con los ejemplos que se manejan. Existen, son múltiples y variados, pero de pequeño alcance.
La lectura de la obra resultaría mucho más fácil y esclarecedora si se manejasen ejemplos
amplios y tratados con cierto detalle. La segunda si que la considero de mayor enjundia. El
análisis de los elementos o dimensiones que permiten a los actores interpretar el escenario en
el que están localizados en un momento dado, la propia conceptualización de nociones como la
de significado o subjetividad, son tratadas en un par de páginas que destacan por su oscuridad
y hermetismo. Latour sostiene, de manera interesante, que las habilidades cognitivas no son
dimensiones contenidas en las cabezas de los actores, sino que están distribuidas en
escenarios y situaciones, y se vehiculan y operan a través de pequeñas tecnologías
intelectuales. Hasta aquí todo perfecto. Pero su explicación se torna oscura cuando se afirma
que un actor no es más que una cadena de attachments que le hacen actuar, o que lo que
convierte una situación en un escenario interpretable son conjuntos de plug-ins que circulan, se
suscriben o no, y tornan a un actor competente o inútil en un escenario concreto. Como
observará el lector, estamos ante un conjunto sugerente de intuiciones, pero poco clarificadora.
El interrogante que plantea el significado es una de las asignaturas pendientes de la teoría del
actor-red. De todas formas, no estamos ante nada nuevo ni sorprendente: ¿acaso el significado
no supone el gran desafío dentro de la tradición del pensamiento social?

Bibliografía

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1993) [1991]. ¿Qué es la filosofía?. Traducción de Thomas Kauf. Barcelona:
Anagrama.

Doménech, Miquel y Tirado, Francisco, Comps. (1998). Sociología simétrica. Ensayos de ciencia, tecnología y
sociedad. Barcelona: Gedisa

Greimas, Algirdas L. y Courtès, Joseph. (1982). Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Traducción
de Enrique Ballón Aguirre. Madrid: Gredos.

Law, John y Hassard, John, Eds. (1999). Actor Network and After. Oxford: Blackwell.

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