Jovellanos Fiestas Pudientes

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Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y

sobre su origen en España (1796)


Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811)

5 Deseoso el Supremo Consejo de Castilla de arreglar la policía de los espectáculos,


mandó a la Real Academia de la Historia, por orden de primero de junio de 1786, le
informase lo que la constase acerca de los juegos, espectáculos y diversiones públicas
usados en lo antiguo en las respectivas provincias de España; y la Academia, para
desempeñar este trabajo, cometió a mi cuidado su preparación. Desde entonces me
10 dediqué a recoger con la posible diligencia los hechos y noticias que acerca de la
materia encargada andan dispersos en varias crónicas, historias particulares y otras
obras de erudición, y esperaba una temporada libre de ocupaciones para reunirlos y
ordenarlos cual convenía. Pero las funciones ordinarias de mi empleo y algunas
extraordinarias tareas derivadas de ellas, prolongaron esta esperanza de un día en otro,
15 hasta que en 1789 las vi desaparecer casi del todo.
En consecuencia, he dividido mi trabajo en dos partes, destinando la primera a
descubrir el origen de las diversiones públicas en España y su progreso hasta nuestros
días, y la segunda a indicar el influjo que ellas pueden tener en el bien general y los
medios que me parecen más convenientes para conducirlas a tan saludable fin. De este
20 modo la Real Academia, que reúne en su seno tanta erudición histórica y tanta doctrina
política, mejorando la imperfección de este escrito, sabrá llenar los deseos del Consejo
de un modo digno de su nombre y de la pública expectación. […]
Para exponer mis ideas con mayor claridad y exactitud, dividiré el pueblo en dos
clases: una que trabaja y otra que huelga; comprenderé en la primera todas las
25 profesiones que subsisten del producto de su trabajo diario y en la segunda las que
viven de sus rentas o fondos seguros. ¿Quién no ve la diferente situación de una y otra
con respecto a las diversiones públicas? Es verdad que habrá todavía muchas personas
en una situación media, pero siempre pertenecerán a esta o aquella clase según que su
situación incline más o menos a la aplicación o a la ociosidad. También resultará
30 alguna diferencia de la residencia en aldeas o ciudades y en poblaciones más o menos
numerosas, pero es imposible definirlo todo. No obstante, nuestros principios serán
fácilmente aplicables a todas clases y situaciones. Hablemos primero del pueblo que
trabaja. […]
II. Diversiones ciudadanas
35 Mas las clases pudientes, que viven de lo suyo, que huelgan todos los días o que al
menos destinan alguna parte de ellos a la recreación y al ocio, difícilmente podrán
pasar sin espectáculos, singularmente en grandes poblaciones. En las pequeñas,
compuestas por la mayor parte de agricultores, podrá haber poca diferencia en las
costumbres de sus clases. Cada una tiene sus cuidados y pensiones diarias. Los
40 propietarios y colonos, granjeros y asalariados, todos trabajan de un modo o de otro,
y si en los ricos son menos necesarias las tareas de fatiga, también el destino de mayor
parte de tiempo al sueño, a la comida y al descanso, o cuando no a la caza, la
conversación, el juego y la lectura llenan los espacios del día e igualan muy
exactamente la condición de unos y otros.

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45 Esta última reflexión es tanto más exacta cuanto el exceso de fortuna, que suele hacer
apetecibles otras diversiones más artificiosas, saca frecuentemente a los ricos de los
pueblos pequeños y los acerca a las grandes ciudades donde, confundidos en la clase
que les pertenece, siguen las costumbres, los usos y las distribuciones de los demás
individuos de ella, y desde entonces están colocados en la segunda parte de nuestra
50 división, de que hablaremos ahora.
La influencia de la riqueza, del lujo, del ejemplo y de la costumbre en las ideas de las
personas de esta clase, las fuerza, por decirlo así, a una diferente distribución de su
tiempo y las arrastra a un género de vida blanda y regalada cuyo principal objeto es
pasar alegremente una buena parte del día. La ociosidad, y el fastidio que viene en
55 pos de ella, hace necesarias las diversiones, y ésta es la verdadera explicación del
ansia con que se corre a ellas en los lugares populosos. Es verdad que una buena
educación sería capaz de sugerir muchos medios de emplear útil y agradablemente el
tiempo sin necesidad de espectáculos. Pero suponiendo que ni todos recibirán esta
educación, ni aprovechará a todos los que la reciban, ni cuando aproveche será un
60 preservativo suficiente para aquellos en quienes el ejemplo y la corrupción destruyan
lo que la enseñanza hubiere adelantado, ello es que siempre quedará un gran número
de personas para las cuales las diversiones sean absolutamente necesarias. Conviene
pues que el gobierno se las proporcione inocentes y públicas, para separarlas de los
placeres oscuros y perniciosos.
65 Cuando esta razón no bastase para establecer la necesidad de los espectáculos, otra
urgente y poderosa aconsejaría su establecimiento, cual es la importancia de retener a
los nobles en sus provincias y evitar esta funesta tendencia que llama continuamente
al centro la población y la riqueza de los extremos. Las recientes providencias dadas
para alejar de Madrid a los forasteros prueban concluyentemente esta necesidad, pues
70 ciertamente los que se hallaban en la corte sin destino no vinieron en busca de otra
cosa que de la libertad y la diversión que no hay en sus domicilios. La tristeza que
reina en la mayor parte de las ciudades echa de sí a todos aquellos vecinos que,
poseyendo bastante fortuna para vivir en otras más populosas y alegres, se trasladan
a ellas usando de su natural libertad, la cual, lejos de circunscribir, debe ampliar y
75 proteger toda buena legislación. Tras ellos van sus familias y su riqueza, causando,
entre otros muchos, dos males igualmente funestos: el de despoblar y empobrecer las
provincias y el de acumular y sepultar en pocos puntos la población y la opulencia del
Estado, con ruina de su agricultura, industria, tráfico interior y aun de sus costumbres.
Veamos, pues, cuáles son los remedios que se pueden aplicar a estos males. […]
80 Academias dramáticas
La corte de Parma ha dado en estos últimos tiempos el ejemplo de otra institución
digna de ser imitada entre nosotros. Autorizó una academia dramática y la dotó con
proporción a los objetos de su instituto, que se dirige a cultivar todos los
conocimientos relativos a este importante ramo de la poesía. Esta academia propone
85 asuntos para la composición de buenos dramas, los juzga rigurosa e imparcialmente,
premia a los ingenios que más sobresalen y finalmente perfecciona prácticamente y
por principios científicos el arte de la declamación, ejercitándola los académicos por
sí mismos en teatros privados.
¿Por qué no pudiera verificarse igual institución en muchas de nuestras ciudades, y
90 principalmente en la corte? Fuera de la utilidad que produciría en cuanto a la reforma

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del teatro, de que hablaremos después, ¡cuán útil y honestamente no ocuparía a
nuestros nobles! ¡Cuánto no mejoraría su educación en lo que pertenece a policía, esto
es, en aquella parte en que suelen ser tan insuficientes, si no ya enteramente inútiles,
las fórmulas de los pedagogos y preceptores! Estos ejercicios enseñarían a presentarse
95 con despejo, a andar y moverse con compostura, a hablar y gesticular con decoro, a
pronunciar con claridad y buena modulación y a dar a la expresión aquel tono de
sentimientos y de verdad que es alma de la conversación, y tan necesario para agradar
y persuadir como raro entre nosotros. Desde él pasarían naturalmente nuestros nobles
a cultivar por sí mismos la buena poesía y, para ello, las Humanidades, y no sería
100 imposible que andando el tiempo se convirtiesen estos cuerpos en unas verdaderas
academias de buenas letras. ¡Qué ocupación más útil, más agradable, pudiera
presentarse entonces a las personas nobles y ricas!
Saraos públicos
Aunque los saraos o bailes nobles y públicos no sean acomodables a pequeñas
105 poblaciones, rara ciudad habrá en que no puedan celebrarse algunos con lucimiento y
decoro. Dirigidos por personas distinguidas, costeados por los concurrentes, arreglado
el precio de los boletines de entrada con respecto a su número y a la exigencia del
objeto, y bien establecida su policía, ¡cuán fácil no fuera disponer esta diversión, y
repetirla en las temporadas de Navidad y Carnaval, en que la costumbre pide algún
110 regocijo extraordinario! Donde hubiere teatro o casa de comedias, el magistrado
público pudiera franquearle a este fin. Donde no, tampoco faltaría otro edificio,
público o privado, conveniente para el objeto. El magistrado, lejos de desdeñar esta
intervención, debiera prestarse voluntariamente a ella, sin tomar en la diversión más
parte que la necesaria para fomentarla y proteger el decoro y el sosiego del acto, y aun
115 esto sin forma de jurisdicción o autoridad, que se avienen muy mal con el inocente
desahogo.
Máscaras
Tal vez de aquí se podría pasar sin inconveniente al restablecimiento de las máscaras,
que así como fueron recibidas con gusto general, tampoco fueron abolidas sin general
120 sentimiento. Aun parece que la opinión pública lucha por restaurarlas, pues que se
repiten y toleran en algunas partes, y que fuera menos arriesgado arreglarlas, puesto
que la autoridad puede hacer más cuando dispone que cuando disimula. Una docena
de estos bailes, dados entre Navidad y Carnaval, rendirían un buen producto para
sostener los espectáculos permanentes en las capitales, así como sucede en algunas de
125 Italia y, señaladamente, en Turín. No se diga que las máscaras están prohibidas por
nuestras antiguas leyes. Las máscaras y disfraces de que habla una de
la Recopilación son de otra especie, y por tales lo están y estarán en todos tiempos y
países. Puede haber ciertamente en esta diversión, como en todas, algunos excesos y
peligros, pero ninguno inaccesible al desvelo de una prudente policía. Si aún se
130 temieren, permítanse los honestos disfraces y prohíbase sólo cubrir el rostro. Cuando
haya vigilancia y amor público en los que autorizan estas fiestas, todo irá bien. La
licencia y el desorden sólo pueden ser alentados por el descuido.
Casas de conversación
Hace también gran falta en nuestras ciudades el establecimiento de cafés o casas
135 públicas de conversación y diversión cotidiana, que arreglados con buena policía son
un refugio para aquella porción de gente ociosa que, como suele decirse, busca a todas

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horas dónde matar el tiempo. Los juegos sedentarios y lícitos de naipes, ajedrez,
damas y chaquete, los de útil ejercicio como trucos y billar, la lectura de papeles
públicos y periódicos, las conversaciones instructivas y de interés general, no sólo
140 ofrecen un honesto entretenimiento a muchas personas de juicio y probidad en horas
que son perdidas para el trabajo, sino que instruyen también a aquella porción de
jóvenes que, descuidados en sus familias, reciben su educación fuera de casa o, como
se dice vulgarmente, en el mundo.
Juegos de pelota
145 Los juegos públicos de pelota, bolos, bochas, tejuelo y otros. Las corridas de
caballos, gansos y gallos, las soldadescas, y comparsas de moros y cristianos son
asimismo de grande utilidad, pues sobre ofrecer una honesta recreación a los que
juegan y a los que miran, hacen en gran manera ágiles y robustos a los que los ejercitan
y mejoran, por tanto, la educación física de los jóvenes. Puede decirse lo mismo de
150 los juegos de y otras diversiones generales son tanto más dignas de protección cuanto
más fáciles y menos exclusivas, y por lo mismo merecen ser arregladas y
multiplicadas. Se clama continuamente contra los inconvenientes de semejantes usos,
pero ¿qué objeto puede ser más digno del desvelo de una buena policía? ¡Rara
desgracia, por cierto, la de no hallar medio en cosa alguna! ¿No le habrá entre destruir
155 las diversiones a fuerza de autoridad y restricciones, o abandonarlas a una ciega y
desenfrenada licencia?
Acaso cuanto he dicho será oído con escándalo por los que miran estos objetos como
frívolos e indignos de la atención de la magistratura. ¿Puede nacer este desdén de otra
causa que de inhumanidad o de ignorancia, de no ver la relación que hay entre las
160 diversiones y la felicidad pública o de creer mal empleada la autoridad cuando labra
el contento de los ciudadanos? Llena nuestra vida de tantas amarguras, ¿qué hombre
sensible no se complacerá en endulzar algunos de sus momentos?
Teatros
Esta reflexión me conduce a hablar de la reforma del teatro, el primero y más
165 recomendado de todos los espectáculos, el que ofrece una diversión más general, más
racional, más provechosa, y por lo mismo el más digno de la atención y desvelos del
gobierno. Los demás espectáculos divierten hiriendo fuertemente la imaginación con
lo maravilloso o regalando blandamente los sentidos con lo agradable de los objetos
que presentan. El teatro, a estas mismas ventajas que reúne en supremo grado junta la
170 de introducir el placer en lo más íntimo del alma, excitando por medio de la imitación
todas las ideas que puede abrazar el espíritu y todos los sentimientos que pueden
mover el corazón humano.
De este carácter peculiar de las representaciones dramáticas se deduce que el gobierno
no debe considerar el teatro solamente como una diversión pública, sino como un
175 espectáculo capaz de instruir o extraviar el espíritu y de perfeccionar o corromper el
corazón de los ciudadanos. Se deduce también que un teatro que aleje los ánimos del
conocimiento de la verdad fomentando doctrinas y preocupaciones erróneas, o que
desvíe los corazones de la práctica de la virtud excitando pasiones y sentimientos
viciosos, lejos de merecer la protección merecerá el odio y la censura de la pública
180 autoridad. Se deduce finalmente que aquella será la más santa y sabia policía de un
gobierno aquella que sepa reunir en un teatro estos dos grandes objetos: la instrucción
y la diversión pública.

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No se diga que esta reunión será imposible. Si ningún pueblo de la tierra, antiguo ni
moderno, la ha conseguido hasta ahora, es porque en ninguno ha sido el teatro el
185 objeto de la legislación, por lo menos en este sentido; es porque ninguno se ha
propuesto reunir en él estos dos grandes fines; es porque la escena en los estados
modernos ha seguido naturalmente el casual progreso de su ilustración y debídose al
ingenio de algunos pocos literatos, sin que la autoridad pública haya concurrido a ella
más que ocasionalmente. Entre nosotros, un objeto tan importante ha estado casi
190 siempre abandonado a la codicia de los empresarios o a la ignorancia de miserables
poetastros y comediantes, y acaso el gobierno no se hubiera mezclado jamás a
intervenir en él si no lo hubiese mirado desde el principio como un objeto de
contribución.
Pero ya es tiempo de pensar de otro modo, ya es tiempo de ceder a una convicción
195 que reside en todos los espíritus, y de cumplir un deseo que se abriga en el corazón de
todos los buenos patricios. Ya es tiempo de preferir el bien moral a la utilidad
pecuniaria, de desterrar de nuestra escena la ignorancia, los errores y los vicios que
han establecido en ella su imperio, y de lavar las inmundicias que la han manchado
hasta aquí con desdoro de la autoridad y ruina de las costumbres públicas.
200 Propuestas para debatir
1) ¿Cómo define Jovellanos a las clases más acomodadas?
2) ¿Qué líneas de actuación propone para sus diversiones? ¿Qué debe buscarse y
qué evitarse?
3) ¿Qué papel concede al teatro?
205 4) ¿En qué modelos se inspira?
5) ¿Qué visión tiene Jovellanos de la España de su tiempo? ¿Qué vicios deben
desterrarse?

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