Ensayo - Constitucional David Abraham Salazar

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 30

Ensayo ¿Qué es Constitución?

Presentado por:
David Abraham Salazar Aristizábal

Profesor:
Santiago Trespalacios Carrasquilla

Asignatura:
Derecho constitucional general

UNAULA
Facultad de derecho
Medellín
2022
Concepto de Constitución

Para poder hablar de Constitución, tenemos que decir que este término, según
algunos, aparecido sólo después de la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, no es nuevo; Duverger refiere que

en la antigüedad se lo empleaba corrientemente casi en el mismo sentido que hoy es


utilizado. En la Edad Media se lo utilizaba así mismo en la terminología eclesiástica
para designar las reglas monacales. Luego de un largo eclipse, vuelve a aparecer en
el siglo XVIII en la terminología política, bajo la influencia de los filósofos, quienes
designaban como Constitución al conjunto de leyes que organizan un país. Para
ellos, la idea de Constitución recubre, ante todo, la de organización, en el sentido de
estructuración racional, coherente. Cuando Turgot dice a Luis XVI: “Sire, vuestro
reino carece de Constitución”, no quiere decir que la Francia de entonces careciera
de instituciones políticas, sino que tales instituciones no estaban coordinadas,
ligadas las unas con las otras, organizadas: concepción unida íntimamente con el
racionalismo de la época.

Según Gaspar Caballero y Marcela Anzola,

en el lenguaje jurídico romano se usaba el término Constitución para distinguir las


fuentes del derecho dotadas de un valor particular; por ejemplo, la expresión
constitutionis principis hacía referencia a los actos normativos del Emperador,
dotados de eficacia superior respecto de los demás actos. Análogo uso se encuentra
en el ordenamiento canónico a propósito de las constitutioni pontifice e sinodali,
revestidas también de importancia superior al de las otras normas. Cicerón habla de
constitutioni populi para indicar la estructura política de un pueblo. Ese mismo
término se encuentra en el medioevo, por ejemplo, en Marsilio de Padova y otros
autores que emplean la expresión constitutio republicae, en el sentido de estructura
política fundamental. Finalmente, el término “Constitución” en sentido de “acto
solemne determinador de la estructura fundamental y del poder organizado en el
ámbito de una sociedad estatal”, se usa por primera vez para designar la Carta
Política Norteamericana de 1786.
La Corte Constitucional ha asumido como propia la definición de Aristóteles4 según
la cual, la Constitución5 es un conjunto organizado de disposiciones que “configura y
ordena los poderes del Estado por ella construidos, y que, por otra parte, establece los
límites del ejercicio del poder y el ámbito de libertades y derechos fundamentales, así como
los objetivos positivos y las prestaciones que el poder debe cumplir en beneficio de la
comunidad”. También puede entenderse como el instrumento normativo fundamental de
plasmación objetiva de la regulación del ejercicio del poder político, que contiene las reglas
básicas para el equilibrio entre gobernantes y gobernados, fijando límites y controles al
poder de los primeros, y derechos y obligaciones para los segundos, según lo refiere el
profesor Ernesto Jorge Blume Fortini. Pero si de acepciones se trata, a pesar de que el
vocablo “Constitución” es un término cargado de indudable trascendencia, tiene varios
significados según el aspecto que se tome en consideración, por ejemplo:

Para Olano Valderrama y el suscrito, hay tres acepciones de Constitución: • En


sentido propio, se debe entender por constitución todo el complejo de normas jurídicas
fundamentales, escritas o no escritas, idóneas para trazar las líneas maestras del
ordenamiento mismo.

• En sentido formal, o sea aquel complejo de normas superiores distintas de las


ordinarias, expedidas en virtud de un procedimiento más complejo y solemne de formación
y votación, pues en vez de emanar de órganos legislativos normales y mediante el método
común de trabajo, provienen, ya sea de un órgano legislativo especial (Asamblea Nacional
Constituyente), o bien de órganos legislativos normales (Congreso), pero con
procedimientos diversos de los acostumbrados para votar las leyes ordinarias, o también,
con la intervención directa de cuerpo electoral (plebiscito o referendo).

• En sentido material (precisando el conjunto de los elementos organizativos


necesarios para dar vida a un Estado), como el complejo de instituciones jurídicas,
positivamente válidas y operantes, que realizan un ideal nacional de bien común, teniendo
en cuenta los objetivos que alientan la lucha de las distintas fuerzas políticas actuantes en el
país de que se trate y en un momento dado de su discurrir histórico. Ignacio de Otto dice
que “la—Constitución en sentido material, autor, al conjunto de normas cuyo objeto es la
organización del Estado, los poderes de sus órganos, las relaciones de éstos entre sí y sus
relaciones con los ciudadanos; en pocas palabras: las normas que regulan la creación de
normas por los órganos superiores del Estado, no es el sentido indicado antes, sino en el de
que la tienen por objeto”. Pietro Virgta define la constitución en términos generales, “como
la ley suprema de organización jurídica de un país, relacionada con la estructura y
funcionamiento del Estado, así como relativa al régimen político de éste, la cual condiciona
la validez de todas las demás leyes”. Ferdinand Lassalle, en su obra ¿Qué es una
Constitución?, dice que la constitución es “un pacto jurado entre el monarca y el pueblo,
mediante el cual se fijan los principios fundamentales de las leyes y del gobierno dentro de
los límites de un país”, o en términos generales para sistemas republicanos, “La
Constitución es la ley fundamental proclamada en un país, en la que se echan los cimientos
para la organización del derecho público de esa nación”.

Carl Schmitt, imagina la Constitución como “una organización de los supremos


poderes del Estado, es decir, como un trozo de la realidad estatal”; además, la imagina
como “(…) un conjunto de normas con un determinado contenido y, quizá también con
ciertas garantías formales, es decir, como parte integrante de un ordenamiento jurídico
(…)”. También imagina cuatro conceptos de constitución: absoluto, relativo, positivo e
ideal. Constitución en sentido absoluto, puede significar una regulación legal fundamental,
es decir, un sistema de normas supremas y últimas (…) Sigue un sistema relativo de
Constitución, como pluralidad de leyes particulares (…) El concepto positivo de
Constitución, (…) surge mediante un acto del poder constituyente. Pero se distingue de una
simple “ley constitucional” porque “la esencia de la Constitución no está contenida en una
ley o en una norma. En el fondo de toda normación reside una decisión política del titular
del poder constituyente, es decir, del pueblo en la democracia y del monarca en la
monarquía auténtica (…)” Y el concepto ideal de constitución se concreta a través de la
siguiente afirmación: “Cuando los contrastes de los principios políticos y sociales son muy
fuertes, puede llegarse con facilidad a que un partido niegue el nombre de Constitución a
toda Constitución que no satisfaga sus aspiraciones.”

Para Kart Loewenstein, “la Constitución se convirtió en el dispositivo fundamental


para el control del proceso del poder”. A lo cual más adelante agregaba “cada sociedad
estatal, cualquiera que sea su estructura social, posee ciertas convicciones comúnmente
compartidas y ciertas formas de conducta reconocidas que constituyen su Constitución, en
el sentido aristotélico de politeia”. Maurice Duverger diferenciaba los dos sentidos que
tiene la palabra “constitución”. El concepto material de constitución se aplica al conjunto
de las instituciones políticas de un país, y es sobre este significado que reposa la noción de
derecho constitucional. El concepto formal, por el contrario, alude al documento que define
y regla dichas instituciones. Duverger llama constitución escrita o ley constitucional a un
texto elaborado de acuerdo con los procedimientos jurídicos determinados, que reglan las
instituciones políticas de un país. Hermann Finer, en su Teoría y práctica del gobierno
moderno, afirmaba que “el Estado es una agrupación humana en la que gobierna un cierto
poder de relación entre sus individuos y entidades organizadas. Este poder de relación está
inmerso en las instituciones políticas. El sistema fundamental de las instituciones políticas
es la Constitución, la cual es la autobiografía de un poder de relación”.

Hermann Héller, en la primera mitad del siglo XX, distinguía cinco conceptos de
constitución; dos conceptos sociológicos, dos conceptos jurídicos y un concepto de
constitución formal, que en resumidas cuentas se expresaban así: El concepto sociológico
de Constitución de contenido más amplio se refiere a la estructura característica del poder,
la forma concreta de existencia y la actividad del Estado.

El segundo concepto sociológico, científico-real de Constitución se obtiene al


señalar, desde un determinado punto de vista histórico-político, a una estructura básica del
Estado como fundamental en la totalidad estatal, y al destacarla como estructura
relativamente de la unidad estatal. El concepto jurídico más amplio abarcaría la situación
jurídica total del Estado o, por lo menos, todas las normas jurídicas contenidas en el texto
constitucional, junto con todos los demás preceptos jurídicos de la ordenación estatal
conformes con la Constitución. Más usual es el concepto de la Constitución material en
sentido estricto, que extrae de la ordenación jurídica total del Estado un contenido parcial
valorado como ordenación fundamental, y no sólo como norma fundamental hipotética y
lógica.

El concepto de constitución formal, significa la totalidad de los preceptos jurídicos


fijados por escrito en el texto constitucional. Únicamente el constituyente decide cuáles
preceptos jurídicos deben estimarse como bastante importantes cumplen con el requisito de
funda mentalidad]para ser incluidos en el texto constitucional y, en su caso, gozar de la
garantía de la permanencia. Hans Kelsen dice que “la Constitución es una realidad jurídico-
formal: una norma especial y suprema que preside la vida jurídica y política de un país,
pero que se conforma con organizarlo en sus trazos básicos”. Pero también agrega que, “la
Constitución en sentido formal es cierto documento solemne, un conjunto de normas
jurídicas que sólo pueden ser modificadas mediante la observancia de prescripciones
especiales, cuyo objeto es dificultar la reforma de dichas normas.

La Constitución en sentido material está constituida por los preceptos que regulan la
creación de normas jurídicas generales y especialmente la creación de leyes”. Georg
Jellinek enseñaba que “La Constitución de los Estados abarca, los principios jurídicos que
designan los órganos supremos del Estado, los modos de su creación, sus relaciones
mutuas, fijan el círculo de su acción y, por último, la situación de cada uno de ellos
respecto del poder del Estado”. Para Maurice Hauriou20 es simplemente “el conjunto de
reglas que ordenan la vida de la comunidad y su gobierno, entendiéndolas desde el punto de
vista de la existencia fundamental de la comunidad”.

Dicho conjunto de reglas comprende: a) las relativas a la organización social


esencial, es decir, al orden individualista y a las libertades individuales; y b) las relativas a
la organización política y al funcionamiento del gobierno. Carlos Sánchez Viamonte,
eminente constitucionalista argentino, dijo en 1927, “alguna vez hemos definido la
Constitución como un orden jurídico integral, estable y concreto, que, sin entrar en
minucias reglamentarias, organiza un sistema y establece las condiciones primarias,
generales y permanentes sobre las cuales debe asentarse la vida social, y hemos afirmado
que la principal característica de ese orden consiste en imponerse por igual a gobernados y
gobernantes”.

Por su parte, George Jellinek, justificando su afirmación de que todo Estado


requiere una Constitución, so pena de caer en la anarquía, expresa su creencia de que “toda
asociación permanente necesita de un principio de ordenación conforme al cual se
constituya y desenvuelva su voluntad. Este principio de ordenación será el que limite la
situación de sus miembros dentro de la asociación y en relación con ella. Una ordenación o
estatuto de esta naturaleza, es lo que se llama Constitución”. El juspublicista hispano
Adolfo Posada, hacia 1930, expresó que “la Constitución de un Estado alude a la unidad
orgánica real del mismo, en cuanto el Estado está constituido –concepto estático–, pero
además alude al modo o ley según el cual el Estado constituido funciona –concepto
dinámico–”. Otro español, Antonio Carro Martínez, dice que el nombre de constitución “es
uno de los más típicos de la ciencia política contemporánea. Así mismo es una
denominación expresiva, por cuanto indica la idea de estructura de la acción del poder y, al
mismo tiempo, el orden a que en su actuación continuada se somete”. El doctrinante Rafael
Bielsa afirma que “la—constitución es una carta de contenido jurídico-político, que
establece y reconoce derechos y garantías, sobre todo los derechos fundamentales
concernientes a la libertad individual y, además de ello, es un instrumento de gobierno,
porque ella establece los poderes, determina las atribuciones y limitaciones de ellos y regla
los modos de su formación”.

Para W. Kägi “la constitución es el orden jurídico fundamental del Estado”. Jorge
Xifra Heras, dividió la acepción constitución en dos grandes categorías. En primer lugar,
creó un “concepto ideal, que supone el reconocimiento de la facultad del hombre para
modelar a su gusto una determinada comunidad política, de conformidad con un plan
racionalmente estructurado a priori”. Y, en segundo lugar, presenta un “concepto real de
Constitución”, que es, ante todo, “la organización fundamental de las relaciones de poder
del Estado”. Manuel García Pelayo dijo que: la pluralidad de formulaciones del concepto de
Constitución, común a todos los conceptos fundamentales de las ciencias del espíritu, se
encuentra acrecida en este caso por dos motivos.

En primer término, porque si la mayoría de los conceptos jurídico-políticos son de


un modo mediato o inmediato conceptos polémicos, éste, por referirse a la substancia de la
existencia política de un pueblo, está particularmente abocado a convertirse en uno de esos
conceptos simbólicos y combativos que hallan su ratio no en la voluntad de conocimiento,
sino en su adecuación instrumental para la controversia con el adversario (…). Por
consiguiente, se hace preciso ordenar los conceptos de Constitución en unos cuantos tipos.
Supone tres tipos básicos: racional-normativo, histórico-tradicional y sociológico. El
concepto tipo racional-normativo concibe la Constitución como un complejo normativo
establecido de una sola vez y en el que de una manera total, exhaustiva y sistemática se
establecen las funciones fundamentales del Estado y se regulan los órganos, en el ámbito de
sus competencias y las relaciones entre ellos.

El concepto de Constitución histórico-tradicional, surge en su formulación


consciente como actitud polémica frente al concepto racional; o dicho de un modo más
preciso, como ideología del conservatismo frente al liberalismo; el revolucionario mira al
futuro y cree en la posibilidad de conformarlo; el conservador mira al pasado y se inclina
como un orden inmutable. El concepto sociológico denota su origen en el hombre mismo.
Se basa en cuatro postulados fundamentales: (i) la Constitución es primordialmente una
forma de ser y no de deber ser; (ii) la Constitución no es resultado del pasado, sino
inmanencia de las situaciones y estructuras sociales del presente; (iii) la Constitución no se
sustenta en una norma trascendente, sino que la sociedad tiene su propia legalidad, rebelde
a la pura normatividad e imposible de ser domeñada por ella; (iv) la concepción sociológica
gira sobre el momento de vigencia; en cambio, lo racional lo hace sobre el de validez y la
histórica sobre el de legitimidad

Para K. Sternm “es la expresión normativa de máximo rango sobre los principios
fundamentales del ordenamiento de la dominación y de los valores en el Estado”. Sismondi
define la constitución como “la manera de existir de una sociedad, de un pueblo o de una
nación”. Carlos Marx, la definió como “la organización del Estado como modo de
existencia y actividad de las cualidades sociales de los hombres y no de su naturaleza
abstracta o cualidad particular”. Paolo Biscaretti di Ruffia acogió para el término
constitución un concepto basado en las ciencias naturales, según el cual significa estatus,
orden, conformación, estructura esencial de un ente o de un organismo en general. “(…) Y
Constitución se llamará entonces, al ordenamiento supremo de la iglesia, de un municipio y
del Estado (…)”.

En un segundo sentido, Biscaretti entiende por constitución, “en sentido sustancial,


todo aquel complejo de normas jurídicas fundamentales, escritas o no escritas, capaz de
trazar las líneas maestras del mismo ordenamiento”. Carl J. Friedrich, por su parte, indicó
que “el término constitución tiene para la ciencia política moderna un significado muy claro
y preciso: el proceso mediante el cual se limita efectivamente la acción gubernativa”. Ese
reducido significado como limitante de la acción estatal lo lleva a considerar la constitución
como un “proceso político”. En otras acepciones interviene Santi Romano,34 para quien
Constitución en realidad [sentido material], significa, como se ha dicho, orden u
ordenamiento que determina la posición, en sí y por sí y las recíprocas relaciones que
derivan, de los distintos elementos del Estado y, por consiguiente, su funcionamiento, la
actividad, la línea de conducta para el mismo Estado y para quienes hacen parte o dependen
del mismo. Constitución, en sentido formal o instrumental es el documento, la carta, el
estatuto o también la ley, que establece o de la cual resulta la Constitución en sentido
material. En un tercer significado, Romano señala que se “entiende por Constitución la
actividad dirigida a fundar un Estado, a darle un nuevo régimen político, a instaurarle el
gobierno, en otros términos, a darle una Constitución en sentido material que le determina
la existencia o un orden distinto”.

Para el español Germán Gómez Orfanel, “la Constitución es la real y concreta


configuración de un país, como resultado de su historia o del juego de los factores reales de
poder que en él existen”. El colombiano José María Samperexpresa que “la Constitución es
una ley suprema que tiene por objeto constituir el Estado, esto es, echar las bases
fundamentales de la vida política, de esta entidad compleja”.

Por su parte, H. Schneider propone una fórmula integradora y funcional, pues, para
él, la constitución “es el estatuto jurídico fundamental para la formación de la unidad
política, la asignación del poder estatal y la configuración social de la vida”. Para Smend la
constitución es, “en sí misma, una realidad integradora e integración, es tanto como un
constante proceso de renovación, un permanente revivir, y de aquí que la Constitución no
se agote en el acto constituyente, sino que, en cierto modo, éste se renueva en cada
momento”. Emilio Crosa, doctrinante italiano, además de un concepto general que indica el
“ordenamiento jurídico de un Estado cualquiera, debe considerarse un concepto técnico de
constitución, que designa un tipo particular de ordenamiento históricamente desarrollado en
una laboriosa evolución desde el medioevo hasta las Revoluciones Norteamericana y
Francesa”. También considera la Constitución como “el acto fundamental que comprueba
la existencia del Estado y que determina los principios fundamentales de la estructura y la
organización de éste”.
Por otra parte, Luis Sánchez Agesta complementa este listado alfabético, al expresar
que “la Constitución tiene por objeto la organización de las magistraturas, la distribución y
atribuciones del poder y la determinación del fin especial de cada asociación política; las
leyes, por el contrario, distintas de los principios esenciales y característicos de la
Constitución, son la regla a que ha de atenerse el magistrado en el ejercicio del poder y en
la represión de los delitos que se cometan atentando a estas leyes”. Gaspar Caballero y
Marcela Anzola dicen que: la Constitución como acto jurídico puede ser definido desde el
punto de vista formal y desde el punto de vista material. Desde el punto de vista material la
Constitución es el conjunto de reglas fundamentales que se aplican al ejercicio del poder
estatal. Desde el punto de vista formal la Constitución se define a partir de los órganos y
procedimientos que intervienen en su adopción, de ahí se genera una de sus características
principales: su supremacía sobre cualquier otra norma del ordenamiento jurídico.

El término Constitución, en sentido jurídico, hace referencia al conjunto de normas


jurídicas, escritas y no escritas, que determinan el ordenamiento jurídico de un Estado,
especialmente, la organización de los poderes públicos y sus competencias, los
fundamentos de la vida económica y social, y los deberes y derechos de los nacionales.
Segundo Linares Quintana estima que: en definitiva, todos los conceptos de constitución
pueden reducirse, en último análisis, a dos tipos principales (…) el concepto genérico o
formal que designa simplemente el ordenamiento u organización de un Estado: así como
todo ente, animado o inanimado, posee una Constitución, todo Estado tiene también una
Constitución, cualquiera que sea el contenido de esta o los principios que la informen (…)
Y el concepto específico o material, que única y exclusivamente expresa la idea de un
ordenamiento jurídico estatal orientado a la consecución de un fin supremo y último: la
garantía de la dignidad y la dignidad del hombre en la sociedad.

Finalmente, Vladimiro Naranjo Mesa nos define así la Constitución: “Conjunto de


normas fundamentales para la organización del Estado, que regulan el funcionamiento de
los órganos del poder público, y que establecen los principios básicos para el ejercicio de
los derechos y la garantía de las libertades dentro del Estado”.

En suma, el concepto de constitución es la fuente primaria de la cual se derivan todo


el arte y toda la sabiduría constitucionales, así como todas las demás reglas que rigen y
organizan la vida en sociedad (criterio de validez formal kelseniano), y, como estatuto
supremo y necesario de la organización estatal, corresponde ante todo a un acto de carácter
político, en cuanto se deriva del ejercicio soberano del poder del que es titular el pueblo, y,
a partir de la decisión fundamental que su promulgación implica, se erige en la norma
básica en la que se funda y sostiene todo el orden jurídico del Estado. El primer derecho de
todo nacional es el que tiene a la vigencia efectiva y cierta de la Constitución Política. Y el
mecanismo de control de constitucionalidad, que en Colombia tiene una de sus expresiones
en los procesos que ante la jurisdicción constitucional se surten a partir del ejercicio de la
acción pública, busca hacer efectiva la supralegalidad de la Constitución y posibilita el libre
ejercicio de ese derecho ciudadano.

El maestro Segundo V. Linares Quintana dice que el hecho de que la Constitución


revista carácter de derecho fundamental –vale decir, que sea base del ordenamiento
jurídico, indudablemente condiciona su estilo y su contenido. 1.1 Sus reformas Hablemos
del “boterismo constitucional”, después de expedida la Constitución de 1991; la siguiente
estadística nos presenta el activismo legislativo reformatorio de la Carta a partir del
gobierno de Gaviria:

• César Gaviria (1990-1994): 3

• Ernesto Samper (1994-1998): 4

• Andrés Pastrana (1998-2002):

7 • Álvaro Uribe (2002-2006): 8

Dice Jaime Castro que:

Todas nuestras Constituciones nacionales, desde la de Cúcuta de 1821, han confiado


a las Cámaras Legislativas el ejercicio de la función constituyente, es decir la autorización
y competencia suficientes para reformar el ordenamiento constitucional vigente, previo
cumplimiento de requisitos mayores que los exigidos para la expedición de una ley, por
ejemplo, en cuanto al número de debates y votos necesarios para su aprobación.

En términos generales, el Congreso, hasta hace relativamente poco, hizo uso


razonable y aceptable de esa importante función. No vale la pena tener en cuenta para estos
efectos lo que ocurrió durante el siglo XIX que se caracterizó por los cambios políticos
propios de las convulsiones a que dio lugar la formación y consolidación de la naciente
República.

En el siglo XX las Cámaras expidieron las importantes reformas constitucionales de


1936, 1945 y 1968 que todavía se citan como ejemplo de lo que fueron procesos de cambio
institucional que supieron interpretar y expresar la realidad política y económica que en
esas épocas vivía la sociedad y le trazaron derroteros claros al futuro inmediato de la
Nación. Ese buen trabajo del Congreso explica por qué durante el siglo XX sólo tuvimos
que reunir asambleas constituyentes. Lo hicimos en momentos de verdadero colapso
institucional –los periodos de 1905 a 1910 y principios de los años 50 que coinciden,
precisamente, con el cierre de las Cámaras decretado por los generales Reyes y Rojas,
cuyos términos presidenciales fueron ampliados y prorrogados por dichas asambleas.

A partir de los años 80, sin embargo, el Congreso empezó a fallar como cuerpo
constituyente. Por razones de distinto orden, que no es del caso analizar ahora, las Cámaras
se “enredaron” en el trámite y expedición de la gran reforma que repetidamente se había
ofrecido al país y que desde fines de los setenta se intentó en varias ocasiones. De esa
década, en la que el sistema político se bloqueó, sólo es rescatable el acto legislativo 01 de
1986 que ordenó la elección popular de alcaldes. Como se mencionó supra, 51 artículos han
merecido su enmienda y creación por Acto Legislativo y uno de ellos por medio de un
referendo, luego adoptado por Acto Legislativo, para un total de 52 artículos enmendados
en un promedio de 3,5 artículos por año en 1,5 enmiendas por año.

Señala Castro –y compartimos opinión al respecto–, que, de los actos legislativos


hasta ahora expedidos, “ninguno refleja un pensamiento rector ni entre ellos hay un hilo
conductor o un enfoque particular que permitan sostener que sus normas buscaron
estructurar un nuevo sistema político o una nueva forma de Estado”.

De estas reformas, algunas han sido declaradas inexequibles por la Corte


Constitucional, sin embargo, la Carta de 1991, a este paso, ha tenido más reformas en sus
primeros quince años que las que tuvo la Constitución de 1886, entre ellas, las siguientes
que reseña Jaime Castro:
• 01 de 1997, artículo 1 (eliminó “la ley reglamentaria la materia” en el texto
sobre extradición).
• 03 de 2002, artículo 2 (limitaba las funciones de los jueces de garantías). • 01 de
2003 (elección del secretario general de Senado y Cámara).
• 01 de 2003, artículo 10 (inhabilitaba a los miembros de corporaciones públicas,
aunque renunciaran a la investidura).
• 01 de 2003, artículo 16 (integración de las asambleas departamentales de las
antiguas Comisarías).
• 01 de 2003, artículo 17 (creaba región de planificación entre Bogotá y
departamentos contiguos). • 2 de 2003 (estatuto antiterrorista).
• 2 de 2004, artículo 4 (permitía al Consejo de Estado dictar la ley de garantías
para la reelección). A este listado deben agregarse las inexequibilidades que
decretó la Corte en relación con textos de la Ley 796 de 2003 que convocó un
referendo constitucional.

Las normas eliminadas de la convocatoria fueron:

• Las notas introductorias que orientaban el voto. • La expresión “seguridad


democrática”.
• Supresión de las personerías.
• Penalización de la dosis personal.
• Prórroga de periodos de alcaldes y gobernadores.
• Voto integral del referendo y no artículo por artículo.

• Circunscripciones de paz en el Congreso, las asambleas y los concejos


municipales. Aunque la Constitución realiza unas funciones que tipifica Luis Sánchez
Agesta, podríamos decir que en sus primeros quince años éstas han devenido es del espíritu
del legislador no del constituyente primario y de la interpretación dada por la Corte
Constitucional.

• Define, explícita o implícitamente, los principios en que se asienta la unidad


espiritual y política de una comunidad y señala los límites de lo lícito e ilícito, o al menos
los procedimientos lícitos de acción (criterios del orden.
• Institucionaliza y legitima como poderes políticos los poderes sociales
incorporados a la participación del poder político; regla el procedimiento de participación
de los restantes poderes sociales y de los individuos y los absorbe en la organización de un
poder político preeminente, impersonal y estable. La definición de una estructura jerárquica
de poderes y la sucesión normal en el poder político, son los signos característicos de esta
función (primacía y continuidad de un poder impersonal).

• Define la unidad del orden como una unidad de paz y una unidad de acción,
reglando el proceso por el que se absorben y equilibran en el poder político los diversos
poderes sociales. Asegura así la unidad estática y dinámica del orden, definiendo las reglas
mediante las cuales deben resolverse los conflictos en un acuerdo de paz, y distribuirse y
coordinarse las esferas de poder, de influencia y de acción en una comunidad política, como
libertades personales o institucionales.

Como agrega Jaime Castro: Si las Cámaras no cambian la forma como han hecho
uso del poder constituyente que les corresponde, en poco tiempo habrán creado situación de
atraso político institucional comparable a la que el país vivió a fines de los años ochenta y
que le abrió las puertas a la Asamblea Constituyente del 91. En manos del Congreso
mismo, y de nadie más, está, entonces, que las Cámaras sigan siendo titulares del poder
constituyente ordinario que siempre han tenido, pero el que no han ejercido en debida
forma últimamente. Por esa razón, cerramos con el siguiente cuestionamiento: ¿qué ha
quedado del querer del Constituyente primario luego de expedidas estas reformas?

La vida de las sociedades democráticas contemporáneas trascurre bajo la regulación


de un entramado de leyes de distinta jerarquía, que pretende dar orden y estabilidad a la
vida social. Ese conjunto de leyes, como enseñó Kelsen hace más de cien años, está
organizado jerárquicamente, de modo tal que en su instancia más alta se encuentra la
Constitución. Así, ésta se presenta como una ley fundamental, es decir como una ley que
otorga fundamento a todo el conjunto de leyes de una determinada comunidad y, por tanto,
debe ser estable y propender por su preservación, pero, ¿en qué momento esa comunidad
determina que el documento constitucional tiene la facultad de irradiar con suficiente
autoridad el resto de las leyes? dicho de otra forma, ¿qué le otorga a la Constitución esa
condición de “fundamentalidad”? Otro pensador decimonónico, Ferdinand Lassalle, se
planteó la misma pregunta en una conocida e influyente conferencia en la que se pregunta
por aquello que constituye, en los niveles más esenciales, una Constitución, a lo que
responde que la fuerza activa e informadora de las leyes reside en los factores reales de
poder que rigen esa sociedad. (Lassalle, 1931, p. 58); así pues, es inútil pensar que
cualquier proclamación de un texto Constitucional, por muy bien intencionado que sea, esté
en capacidad de otorgarle legitimidad a un orden social, si no se ajusta a los factores reales
y efectivos del poder.

Por lo anterior, las consideraciones teóricas acerca de las condiciones de


emergencia de una Constitución, no solamente pueden cifrarse en términos jurídicos, sino
también deben ponderar el análisis de la dimensión política. Lasalle (1931) dice “los
problemas constitucionales no son, primariamente, problemas de derecho, sino problemas
de poder” (1931, p. 95).

En ese sentido, es acertado plantear la categoría del poder constituyente como una
facultad posible en cualquier comunidad soberana, la cual está por fuera de lo jurídico en el
sentido en que desborda las reglas del mismo, y cuya principal fortaleza es la relevancia
política que llega a tener en un momento determinado de la historia social. No es ventura
entonces, desde este punto de vista, que los cambios constitucionales estén
convencionalmente precedidos por cambios en la distribución del poder en la sociedad.

Esta consideración es perfectamente verificable en la historia constitucional


colombiana, tal y como hace Hernando Valencia Villa en Cartas de batalla, una crítica del
constitucionalismo colombiano, donde critica las presentaciones tradicionales de la
historiografía a propósito de la historia republicana de Colombia, como la consecución de
momentos constitucionales estables. Historia a la que opone una lectura belicista del
derecho y las constituciones, es decir, que las constituciones en Colombia fueron parte de
una retórica estratégica utilizada por los vencedores de una contienda política determinada
y, por tanto, especies de “Cartas de batalla”, que son el testimonio de una “batalla
interminable entre élites y partidos, cartas y enmiendas” (Villa, 1997, p. 170).

Precisamente Villa siente entusiasmo hacía la Constitución política de 1991, pues en


ella cree ver que la transición de poder en términos partidistas, común denominador de las
constituciones precedentes, no es razón suficiente para explicar su formación, por el
contrario, la Asamblea Constituyente se formó gracias a la suma de minorías, condición
que favoreció que ninguno de los grupos políticos, ni los partidos tradicionales, ni los
partidos de oposición, contara con una mayoría suficiente para imponerse sobre los demás y
controlar las deliberaciones y decisiones del organismo. Como comenta Rodrigo Uprimny:
En el desarrollo de la Constitución progresivamente, aunque en forma muy accidentada,
distintas fuerzas políticas y sociales, muy diversas y que en décadas anteriores habían
estado enfrentadas, lograron un consenso sobre la posibilidad de convocar una Asamblea
Constituyente como pacto político de ampliación democrática, que permitiera una salida a
la difícil crisis que se estaba viviendo (Uprimny, 1991, p. 40).

Así pues, el texto constitucional de 1991 es recordado como un escenario que


intentó vincular la mayor parte de sectores políticos en respuesta a una demanda de la
sociedad civil, y de esta interlocución es que deriva su principal legitimidad. ¿Quiere decir
esto que la Constitución logró neutralizar los factores de poder que según Lasalle alimentan
la creación de toda Constitución? Difícilmente. Si bien las partes involucradas en la
Constituyente representaron buena parte de las facciones existentes en la sociedad de
entonces, su participación estuvo garantizada porque cada una de estas contaba con un
reconocimiento y una legitimidad como agente capaz de formular demandas políticas. La
reluctancia de grupos insurgentes como el ELN y las FARC a participar del proceso
constituyente da cuenta de un inconformismo por parte de dichos grupos frente a las
garantías que tendrían de que se les reconocieran sus demandas en el seno constituyente.

El poder real de dichos grupos entraba en contradicción con el poder que se les
reconocería en el texto constitucional; esta deserción anticipaba la continuidad de
coyunturas conflictivas y bélicas. Ayuda a la explicación precedente sobre los factores de
poder, otro componente que no apela a la hipótesis del desplazamiento de los poderes
constituidos, sino a la aparición de fuerzas de movilización simbólica que hicieron de la
aparición del texto constitucional una necesidad social. Concretamente, ese componente es
la narración mítico-política que da origen a la constitución. Julieta Lemaitre Ripoll,
especialmente, en El Derecho como conjuro: fetichismo legal, violencia y movimientos
sociales, secunda este camino al argumentar que para estudiar la relación entre los
movimientos sociales y el derecho “no basta con estudiar el derecho institucional, la
distribución de poder y los recursos, las oportunidades creadas para el acceso a recursos, y
la presencia o ausencia del aparato estatal. Adicionalmente, es necesario estudiar el papel
generador de sentidos sociales y las emociones involucradas en la reforma legal” (2009a, p.
28). La colectividad estudiantil llamada por la prensa como el “Movimiento de la Séptima
Papeleta” ayuda a entender en qué consistieron estas emociones involucradas en la reforma
constitucional del 91.

En el periodo que transcurre entre 1985 y 1989, se crea una atmosfera de zozobra y
vacío de sentido político y social, ante el cual la Constitución es la respuesta simbólica más
importante. Acontecimientos como la toma del Palacio de Justicia el 6 de noviembre de
1985 por parte de un comando del M-19, que aducía la razón de juzgar al presidente de la
República por su traición en los diálogos de paz, pero que muchos interpretan como una
retaliación contra los jueces colombianos por la persecución del narcotráfico y la
aprobación del tratado de extradición, son seguidos por un incremento de las masacres, los
desplazamientos, los secuestros y el pánico en la población. Los ataques contra el edificio
del DAS y contra la prensa escrita (El Espectador y Vanguardia Liberal), y la violencia
contra líderes políticos, como el secuestro en 1988 de Álvaro Gómez y el asesinato en el
mismo año del líder de la UP Jaime Pardo Leal dan cuenta de esto.

Al final de la década de los ochenta, la turbulencia política es insoportable, y buena


noticia de ello dan algunos de los títulos de los libros más vendidos en la década: Al borde
del abismo, Al filo del caos y hasta En qué momento se jodió Colombia. Ante dicho
escenario, era difícil imaginar que los jóvenes pudieran avizorar una solución política a la
violencia. “De muchas formas el país resultaba entonces incomprensible, y ya no había un
futuro claro al cual apostarle. En lugar de soñadores, a finales de los años ochenta los
estudiantes en su mayoría eran espectadores impotentes de un panorama nacional
protagonizado por la desesperanza” (Lemaitre Ripoll, 2010, [en línea])

Este clima de desamparo llega a su cenit cuando el 18 de agosto de 1989, en medio


de la campaña electoral para la presidencia, es asesinado en un acto político en Soacha,
Cundinamarca, el líder liberal Luis Carlos Galán Sarmiento. Galán era considerado como la
figura de mayor credibilidad cuando se pensaba en renovación política. Su discurso era
radical contra el clientelismo, la violencia, el narcotráfico y la corrupción. Su muerte,
profundamente lamentada desde los sectores estudiantiles que le apoyaban ampliamente,
como dice César Augusto Torres en uno de los testimonios más completos sobre el
movimiento estudiantil que impulsó la Constituyente, “podría decirse como el “florero de
Llorente” que desencadenó los hechos que culminarían en la convocatoria a una Asamblea
Constituyente” (Torres, 2007, p. 27). Como respuesta a la muerte de Galán, un grupo de
estudiantes bogotanos, reunidos entorno a debates y discusiones que se efectuaron
principalmente en las universidades privadas, salieron de sus situaciones académicas
regulares y lideraron una marcha estudiantil de luto, que les condujo hasta el Cementerio
Central en el que era enterrado el líder liberal, lugar en el cual se pronunció un mensaje que
contenía un apoyo a las instituciones democráticas en su lucha contra las fuerzas que
pretendían desestabilizar la sociedad, como el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y
otros. Al mensaje se adjuntó la solicitud al pueblo para reformar “las instituciones que
impiden que se conjure la crisis actual” (Torres, 2007, p. 32). De esta marcha surgiría el
movimiento “Todavía podemos salvar a Colombia”, cuyo sugerente nombre indica muy
bien el tipo de pretensiones del grupo. En torno al proyecto de apelar a una consulta
popular para que el pueblo decidiera si quería convocar a una Asamblea Constituyente para
las elecciones presidenciales del 11 de marzo de 1990, objetivo que pretendía lograrse
incluyendo una papeleta que consultara a los votantes sobre este asunto, los jóvenes estaban
articulando una narración simbólica con al menos dos componentes: en un primer
momento, se trataba de expresar la crisis del orden social; la suma de hechos de violencia,
cuyo momento más álgido fue la muerte de Galán, dio motivo a que en sus honras fúnebres
los estudiantes lanzaran el llamado a la renovación nacional.

De ahí, en un segundo momento, parte la lectura de la necesidad de la Constitución


como la vía para vencer la inestabilidad social y política. Se trataba, como dice Lemaitre,
de “la idea de que con una reforma constitucional sí “habría futuro” como prometía
Gaviria, o que la constituyente era “el camino” que nos sacaría de la desesperanza”
(Lemaitre Ripoll, 2010).

En estos términos, la narrativa de los jóvenes tiene una dimensión mítica tal y como
fue definida por Eliade anteriormente, es decir, como una historia que relata un
acontecimiento de inicio del mundo; como el momento de una “creación”. Por supuesto, no
hablamos literalmente de la fundación de un cosmos, sino una narrativa con significatividad
que cuenta el inicio de un orden social distinto, en el que la narración que articularon
permitió que los miembros de varios grupos sociales asignaran significatividad a sus
acciones políticas. La defensa por una nueva Constitución que estos grupos abanderaron
descansa sobre esa narrativa de un orden social malsano necesitado de una renovación, y
sobre la esperanza de que con el proceso constituyente “se iban a resolver los conflictos, se
iba a afianzar la unión, con toda la fuerza mitológica de un nuevo contrato social que
lograría la paz entre los colombianos” (Lemaitre Ripoll, 2009).

La narrativa mítica de la Constitución como documento salvífico por la paz social


tuvo una gran acogida en distintos sectores dentro de la sociedad colombiana, y es gracias a
esa promesa que tuvo tan rápido éxito, transitando de sectores más o menos organizados de
la sociedad civil como el “Movimiento Todavía podemos salvar a Colombia”, hasta los
grupos insurgentes y la misma constituyente. Los jóvenes, fuertemente apoyados por los
medios de comunicación y con una gran astucia organizativa, lograron avanzar con su
propuesta, convirtiéndola en una causa de toda la nación. Así es como lo refleja un aviso
pagado por los mismos en el diario El Tiempo, el domingo 22 de octubre de 1989:
Ciudadano colombiano, todavía podemos salvar a Colombia. Frente a la crisis generalizada
que atraviesa la Nación y ante la incompetencia de la clase política para dar respuesta a los
graves problemas del país, se hace necesario que la ciudadanía asuma su responsabilidad en
la búsqueda de las soluciones que las circunstancias exigen (Torres, p. 41).

En adelante, sirviéndose de la red de contactos existentes entre los estudiantes


promotores del movimiento y algunos aliados potenciales en la política y la prensa, el
movimiento llegó a las instancias más altas del poder público fuertemente respaldado por la
sociedad civil informada. Así, la propuesta de convocar una Asamblea Nacional
Constituyente condujo a que el presidente Virgilio Barco aceptara contabilizar los votos a
favor de la convocatoria mediante un decreto legislativo en el que ordenaba a las
autoridades electorales a efectuar el conteo. Esta decisión fue reconocida como exequible
por la Corte Suprema de Justicia, aduciendo que “no abrir los caminos para registrar esa
voluntad (…) conduciría a impedir tomar medidas que fortalezcan el orden institucional
para enfrentar con eficacia los hechos perturbadores de la paz pública”.
De este modo, la convocatoria a la Asamblea fue aprobada en una elección en la que
participaron más de cinco millones de votantes. Por problemas de técnica jurídica, debió ser
el nuevo presidente −César Gaviria− quien convocara mediante un nuevo decreto
legislativo a la manifestación popular sobre la convocatoria a la Asamblea; en dicha
convocatoria se definieron las calidades de los miembros y su agenda, que se desarrolló
plenamente entre el 4 de febrero y 4 de julio de 1991.

Los hechos relatados dan una explicación mucho más certera sobre la defensa que
se hizo desde la sociedad civil de la Constitución de 1991 y muestran cómo esa defensa
puede leerse en términos de mitología política, pues intentó fundar sobre una narrativa del
pasado y futuro de la nación, la significatividad que le otorgó justificación a los actos
políticos de esos movimientos civiles organizados. Al respecto dice Lemaitre, haciendo
hincapié en la permanencia de esos símbolos en la defensa actual de la Constitución, que:

Aún hoy, 20 años después, muchos de los estudiantes de entonces defienden


apasionadamente la Constitución de 1991, y el discurso que la funda, a pesar de todo. Y
comparten una fe en ella que se funda en un postulado imposible de probar: que sin la
Constitución del 91 todo hubiera sido peor. Es una fe que se fundamenta no en una
apreciación pragmática de los logros concretos de la Constitución −logros que sin duda
existen−, sino en un rechazo visceral que aún comparten al dolor de aquellos años, a la
desesperanza y, sobre todo, a la necesidad profunda de darle sentido personal a la vida
colectiva, que permita creer en la búsqueda de los ideales de la Constitución de 1991: la
paz, la justicia social, la participación popular, las libertades y los derechos (Lemaitre
Ripoll, 2013).

Entendido como la narrativa acerca de un orden social decadente, necesitado de una


solución “salvífica” cifrada en un texto constitucional capaz de devolver la credibilidad en
las autoridades y resolver la violencia imperante, el mito en torno a la formación de la
Constitución de 1991 no solo se quedó en las pretensiones del colectivo universitario, sino
que abarcó buena parte de la sociedad de su tiempo, incluyendo los mismos miembros de la
Asamblea Nacional Constituyente, quienes a lo largo de las sesiones en las que
desarrollaron el articulado de la Constitución, dejaron entrever la pervivencia del mito en la
percepción que tenían de su propio rol al haber sido convocados para participar de la
redacción. Por ejemplo, en palabras de Aida Abella, presidenta de la junta preparatoria de
la Asamblea por parte de la Unión Patriótica, quedan claramente expresados los anhelos a
los que respondía la Constitución:

Coronamos así una legítima aspiración de nuestro pueblo que anhela abrir de par en
par las puertas del progreso, la paz y las libertades, reformando a fondo la Constitución de
1886 y poniendo a tono del próximo siglo a nuestra patria, digamos que la más palpitante
expectativa que nos reúne aquí es la paz, una paz entre el Estado y todas las fuerzas que
hoy permanecen marginadas, la paz entre el gobierno y la insurgencia (Presidencia de la
República, 1991, p. 2). En su intervención se ve claro cómo la Constitución cumple con el
rol simbólico de modernizar y pacificar la nación, palabras que se asemejan a las
pronunciadas por Carlos Daniel Abello, presidente de la junta preparatoria por el partido
conservador cuando dice que “El país quería, sin atinar cómo lograrlo, unas reformas que le
devolvieran la paz, la moralidad y la justicia, y que se las retornaran a través de un
organismo novedoso, distinto al justa o injustamente desacreditado ante la opinión pública”
(Presidencia de la República, 1991, p. 4).

El hincapié presentado en la importancia de la paz es reiterado a lo largo de los


cuatro meses de debates. Un asambleísta recuerda el 6 de febrero que el primero de los
deberes de sus pares con Colombia es el de la paz, y otro, el 7 de mayo, entono mucho más
grandilocuente: “la Asamblea Nacional Constituyente, la que bien se ha dicho que es un
acto de paz y cuyo mandato principal es devolverle a Colombia la plena reconciliación que
proyecte a nuestra patria, hacia una nueva era de concordia basada en el progreso y la
justicia” (Presidencia de la República, 1991, p. 29).

En el acto de procurar la anhelada paz, los asambleístas se proyectan como


pertenecientes a un momento histórico determinante. Creen que sus actos están llamados,
como dice Aida Abella, a no desaparecer de la memoria de los colombianos, sino a quedar
en ella por su trascendencia; su función es auténticamente redentora. “La Asamblea
Constitucional está llamada entonces a cumplir una tarea de rescate y salvación, sin romper
desde luego, la estructura democrática de la república” (Presidencia de la República, 1991,
p. 4). Y ello lo reitera hasta el presidente de la república, que le recuerda a los miembros en
su discurso que da apertura a la Asamblea, cómo sobre ellos recae el mayor de los desafíos
de la historia contemporánea de Colombia, pues sus actos proyectan una responsabilidad
hacía el futuro que inicia con el nuevo siglo, futuro que les recordará por haberse tomado
en serio la decisión de consolidar la paz: Ha recaído sobre sus hombros el mayor de los
desafíos de la historia contemporánea de nuestra república, no se trata solamente de atender
las expectativas de millones de colombianos, que hoy los contemplan con la esperanza de
que sus anhelos de renovación y de cambio institucional, sabrán ser interpretados
cabalmente, su responsabilidad es también con el futuro de Colombia, con los hijos de
nuestros hijos, con todos nuestros conciudadanos; avanzado el siglo XXI, ellos querrán
recordar con gratitud aquella Asamblea Constituyente de la cual surgió una Constitución
que contribuyó a consolidar la paz, a cimentar un orden justo y a fortalecer una democracia
abierta a la participación de todos los colombianos (Presidencia de la República, 1991, p.
6).

Frente a las definiciones del mito político en el siglo XX, el caso de la génesis de la
Constitución de 1991 muestra cómo no fueron aquí los sentimientos de un colectivo
proletario que buscaba la lucha política los que fueron movilizados, sino las emociones de
distintos sectores a lo largo del espectro político. Múltiples sectores que crean de manera
polivalente y desde muchas coordenadas el mito.

Al hacerlo, por supuesto, distancian el fenómeno de la versión de Cassirer, que ve


como rasgo característico del mito político moderno, el que pueda ser implementado por el
Estado como una técnica aprendida y consciente casi unilateralmente. En cuanto a las
clasificaciones de Reszler sobre los trazos decisivos de los mitos políticos modernos, el
mito de la Constitución Política de 1991no otorga predominancia a un mito revolucionario,
sino que se asemeja más a un mito de fundación, que otorga fundamento al poder haciendo
participar a toda una colectividad de esa legitimidad, en vez de cifrarla en la imagen de un
héroe triunfante.

Así pues, la idea de una “participación democrática” de distintos sectores antes


ignorados o excluidos, le confiere fundamento a la legitimidad de la Constitución y hace
que “el pueblo” encarne la figura de héroe en la fundación del nuevo orden. Frente a la
propuesta de Ricketson de analizar el mito político desde las dimensiones de la memoria
colectiva, la tradición y la conmemoración, se evidencia que en el caso del mito de la
Constitución Política de 1991 no hay una intención tan expresa de construir una imagen
determinada del pasado basándose en el uso que hace de los referentes del tiempo y el
espacio social. Sin embargo, en tanto que mito, no puede dejar de reconstituir los hechos
del pasado, y a lo largo de las intervenciones de los actores que participan en la formación
de la Constitución de 1991, se ve cómo se interpretó popularmente el periodo que va desde
1985 hasta 1989 como una época decadente y de crisis.

Los hechos que capturaron la atención nacional, como la toma del palacio o los
asesinatos de candidatos presidenciales, pero también unos sin intervención humana, como
la tragedia de Armero, acendraron una opinión generalizada: el país estaba en crisis y
demandaba una renovación. Igualmente sugerente para los efectos de pensar en la memoria,
es el hecho de que el movimiento Todavía Podemos Salvar a Colombia encontrara su eje
fundacional desde el momento en que acompaña en una marcha del silencio (que recuerda
el último y más significativo acto político de otro candidato con profundo afecto popular, y
asesinado antes de llegar a la presidencia) al cortejo fúnebre en dirección al Cementerio
Central en Bogotá, lugar donde Galán sería enterrado, y en el cual el país daría despedida a
su “héroe” político. No es casual que con la muerte del hombre en quien recaía la promesa
de una salida de la crisis, emergiera la necesidad de seguir conjurándola en términos
institucionales y con la participación de la sociedad civil. El mito de la Constitución inicia
en un acto de conmemoración, que intentará en adelante organizar un proceso de memoria
colectiva capaz de crear un consenso político en torno a la paz.

Lo anterior no implica que el ámbito de la narrativa mítica agote la explicación


sobre el proceso que originó la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente de
1991; muy por el contrario, un análisis completo demanda que se tomen en consideración
las otras variables que explican el éxito de los colectivos al tramitar la idea de la
Constitución. Al respecto, el análisis de John Dugas sobre el origen, impacto y caída del
movimiento de la “Séptima Papeleta”, basándose en la teoría contemporánea de los
movimientos sociales, le permite derivar que factores como la estructura de oportunidades
políticas, y en especial, la disponibilidad de aliados en las élites influyentes, como antiguos
presidentes colombianos, candidatos a la política, los medios de comunicación y la
administración Barco, fueron determinantes para que las reivindicaciones del movimiento
tuvieran un ingreso importante en las discusiones de la política nacional (Dugas, 2001).

Así pues, una lectura más comprensiva del nacimiento de la Asamblea Nacional
Constituyente debe contar con una consideración de los factores organizacionales y de
oportunidades en el sistema político, así como de las dimensiones simbólicas subyacentes a
los discursos e intereses de los actores implicados. Quedarse con una de las dos lecturas es
entender solo parcialmente la doble condición de comprensión de lo público que
propugnaba García-Pelayo, la cual pasa por la razón y la emoción, el discurso y el símbolo.
El mito y la palabra.

El término “Constitución” es definido por la Real Academia de la Lengua Española


(RAE) como la “Ley fundamental de un Estado que define el régimen básico de los
derechos y libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización
política En la misma dirección, el Congreso Colombiano plantea que:

La Constitución Política es nuestra máxima ley. Como ella misma lo dice es la


norma de normas. En otras palabras, es un conjunto de reglas que establece la forma en que
debemos comportarnos todos los que vivimos en Colombia para que exista bienestar y
podamos vivir en paz. Estas normas establecen los derechos y garantías que tenemos los
colombianos para poder construir un país mejor… Ahora bien, tenemos que decir que de la
misma forma como la Constitución brinda estos derechos, también establece ciertos deberes
y obligaciones que debemos cumplir (…) La Constitución Política además de los derechos
y deberes establece la organización del Estado, cuántas y cuáles son las ramas del poder
público y qué tareas hace cada una de ellas para poder cumplir con sus fines

. En las dos definiciones salen a relucir conceptos como: Ley Fundamental, norma
de normas, libertad, derechos, deberes, organización del Estado, límites del Estado y
funciones del Estado, los cuales permiten comprender lo que significa la Constitución y lo
que debe significar para cada ciudadano y ciudadana, puesto que son su soporte.

Cuando se dice que la Constitución es la Ley Fundamental o la norma de normas, se


está indicando que cada decisión que el individuo, la sociedad o el Estado tomen, debe estar
justificada y amparada por los límites que la Carta estime. De la misma manera, esta
descripción saca a la luz que cualquier ley o norma que rija a los colombianos no puede
violar lo estipulado en la Constitución. Todo ello para garantizar lo que los otros conceptos
mencionados anteriormente expresan, es decir, para garantizar que los colombianos y las
colombianas puedan gozar de los mismos derechos y libertades, condiciones necesarias
para la vida en sociedad y el desarrollo humano.

Para ello, la Ley Fundamental (Constitución) también establece la organización del


Estado, es decir, cómo se constituye, así como los fines a los que debe dirigirse, los límites
que debe respetar para no caer en abusos de poder y las funciones que debe llevar a cabo;
todo ello con el fin de proteger la libertad y la dignidad humanas y de proveer las
condiciones óptimas para la construcción y conservación de la paz. Finalmente, es
importante resaltar las nueve funciones que la Constitución cumple. De esta manera,
encontramos:

1. Garantía de las Libertades Fundamentales. Las Constituciones garantizan,


mediante los derechos fundamentales que ellas visibilizan, los mecanismos de
resistencia contra posibles abusos del poder político y los obstáculos que este
puede presentar al desarrollo de los ciudadanos, así como a su libertad y
dignidad.
2. Función Constitutiva del Estado. Las constituciones permiten que los Estados
sean reconocidos por la comunidad internacional, lo cual implica que se les
reconoce libres y autónomos. La importancia de la Constitución para cada
nación es fundamental, porque ella es símbolo de autonomía, identidad y
estabilidad.
3. Estabilización. Las constituciones son construidas sobre la base de la
estabilidad, es decir, que sus preceptos no se reducen a responder a una situación
concreta y específica en el tiempo o en un contexto determinado, sino que
apuntan a presentar los principios, las leyes y los derechos, entre otros, que
guiarán el camino de los países, los cuales a su vez “otorgan estabilidad al poder
político que se apoya en ellas”.
4. Racionalización. La racionalización y la legalidad del poder son elementos
esenciales de un buen gobierno. Ellas se logran, en un primer momento, con
“normas que determinan las competencias de las autoridades, sujetando por
consiguiente el ejercicio del poder a unas normas previas”. En un segundo
momento, aplicando el principio de separación de funciones del Estado y su
respectiva distribución en las ramas Legislativa, Ejecutiva y Judicial; de lo
contrario, el poder público estará condensado en un único órgano de poder con
los riesgos y límites que esa unilateralidad traería. En un tercer lugar, se puede
afirmar que la legalidad de un Estado Democrático también depende de que la
voluntad del pueblo sea verdaderamente representada en cada una de las
decisiones y acciones del Estado. Finalmente, en esta función se habla de norma
jurídica y ley, por lo cual es necesario aclarar la diferencia entre una y otra: la
norma jurídica es una regla de conducta que obligatoriamente debe ser
obedecida por todos en una sociedad, mientras que la ley es una norma jurídica
que ha sido discutida con anterioridad en el Congreso de la República y
aprobada por este.
5. Legitimación del Poder Político. Las constituciones legitiman el poder político
al incorporar “principios políticos democráticos y liberales”, dado que estos tres
elementos son el fundamento de dicho poder y debe guiarse por ellos.
6. Propaganda y Educación Política. La constitución de un país también propende
por orientar las acciones de los ciudadanos y las ciudadanas, a partir de unos
principios claros y firmes que regulen su actuación y que sean accesibles a
todos.
7. Cohesión social. Se dijo anteriormente (en la segunda función) que la
constitución permite a un país ser reconocido por la comunidad internacional y
que este reconocimiento giraba en torno a su identidad y autonomía; pues bien,
esta función resalta el papel de la Carta Magna como agente de cohesión social,
de identidad y de unidad del Estado. “La constitución es el principal instrumento
que posee el Estado moderno para mostrarse como un Estado nacional, esto es
portador de la identidad del cuerpo social. De esta manera, la Constitución
Política cumple una función simbólica”
8. Es por esto que en ella deben estar representados todos los individuos de una
sociedad, sin importar su condición social, económica, etc. Solo así ellos se
sentirán uno con la Constitución y se podrá hablar verdaderamente de una
Nación unida, autónoma y libre.
9. Unificación del Ordenamiento Jurídico. La Carta Fundamental permite que en
medio de las diferencias en los campos de regulación del Derecho se dé un
orden y una coherencia que garantizan la unidad y estabilidad de los mismos:
“El orden jurídico que se sustenta en la constitución por ejemplo protege
simultáneamente el derecho a la propiedad privada y el derecho a la igualdad
material”.

El término “base” es contundente y más aún cuando se trata de la Constitución,


porque lo que indica es que ella es la norma de normas y, por lo tanto, la norma básica del
ordenamiento jurídico; lo cual, a su vez, significa que la Carta Fundamental es la columna
vertebral de toda la normatividad colombiana, fundamentándola y validándola.

Estructura y análisis de la constitución política de Colombia

Para acercarse a la comprensión de la Constitución, primero que todo es necesario


conocer cómo está estructurada, esto ayudará a que la información que ella ofrece sea
relevante para el lector. La Carta Fundamental consta de un Preámbulo, de XIII Títulos y
de las Disposiciones Transitorias. Ahora bien, cada una de ellas forma parte, a su vez, de
tres partes fundamentales: la parte dogmática, la orgánica y la de la reforma.

2.1. Parte dogmática

Esta parte, como su nombre lo indica, está constituida por aquellos principios y
fines del Estado, por los valores supremos de la sociedad y por la proclamación de las
libertades que el orden jurídico debe proteger y garantizar. Todos ellos son inviolables e
inalterables puesto que otorgan estabilidad a las constituciones y a los países. Dentro de
esta parte, se encuentran, en un primer momento, el Preámbulo; el Título I. De los
Principios Fundamentales; y el Título II. De los Derechos, las Garantías y los Deberes.
2.1.1.

El Preámbulo El preámbulo de la constitución política de Colombia es más que una


simple aclaración e introducción a un discurso. Sin embargo, en el caso del Preámbulo de la
Constitución Política de Colombia, aquello que se dice no es simplemente algo que se
aclara antes de un discurso, o antes de una petición o de un mandato; el Preámbulo hace
referencia a las bases morales y políticas sobre las cuales se edifican la Constitución y el
país. Lo expresado en él es la guía para cualquier decisión respecto al camino que debe
tomar la Nación; él es el punto de referencia y el límite para el ejercicio del poder y la
organización de la sociedad: El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano,
representado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la
protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus
integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la
libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un
orden político, económico y social justo, y comprometido a impulsar la integración de la
comunidad latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguiente.

Referencias

Bielsa, Rafael, Derecho constitucional, 3 edición, Buenos Aires, Editorial De Palma, 1959.

Blume Fortini, Ernesto, La defensa de la constitución a través de la ordenanza municipal,


Lima, Grijley, 1998.

Caballero Sierra, Gaspar y Anzola Gil, Marcela, Teoría constitucional, Bogotá, Temis,
1995.

Congreso para niños y niñas. Recuperado en junio del 2016, de:


http://www.senado.gov.co/participacion-ciudadana/congreso-para-ninos

De Otto, Ignacio, Derecho constitucional. Sistema de fuentes, Barcelona, Ariel Derecho,


1998.

Gómez Orfanel, Germán,‘“El contenido normativo del derecho constitucional”, artículo s.


f.

Kelsen, Hans, Teoría general del derecho y del Estado, México, D.F., Universidad Nacional
Autónoma de México, 1988.
Lassalle, Ferdinand, ¿Qué es una Constitución?, Bogotá, Panamericana, 1995.

Melo Guevara, Gabriel, El Estado y la Constitución, Bogotá, Editorial Temis, 1967.

Naranjo Mesa, Vladimiro, Elementos de teoría constitucional e instituciones políticas,


Bogotá, Andigraf, 1984.

Olano Valderrama, Carlos Alberto y Olano García, Hernán Alejandro, Derecho

constitucional general e instituciones políticas-Estado social de derecho, 3 edición, Bogotá,


Ediciones Librería del Profesional, 2000.

Sánchez Agesta, Luis, Principios de teoría política, Madrid, Editorial Nacional, 1966.

Schneider, H., “La Constitución: función y estructura”, en Democracia y Constitución,


Revista del Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991.

Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. (2003). Formación Ciudadana y


Constitucional. Recuperado en junio del 2016, de:
http://docencia.udea.edu.co/derecho/constitucion/funciones.html

Ministerio de Educación Nacional. (s. f.). Estándares Básicos de Competencias Ciudadanas.


Recuperado en junio del 2016, de: http://www.mineducacion.gov.co/1621/articles-
116042_archivo_pdf4.pdf

Presidencia de la República de Colombia. (s. f.). Constitución Política de Colombia.


Recuperado en junio del 2016, de:
http://es.presidencia.gov.co/normativa/normativa/Constitucion-Politica-
Colombia.pdf

Real Academia Española. (2006). Diccionario esencial de la lengua española. Disponible


en: http://lema.rae.es/desen

Secretaría de Gobernación de México (s. f.). Glosario del Sistema de Información


Legislativa. Recuperado en junio del 2016, de:
http://sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=226
Senado de la República de Colombia (s. f.). Congreso para niños y niñas. Recuperado en
junio del 2016, de: http://www.senado.gov.co/participacion-ciudadana/congreso-
para-ninos

Sistema Político. Glosario del Sistema de Información Legislativa de la Secretaría de


Gobernación de México. Consultado en junio del 2016, en:
http://sil.gobernacion.gob.mx/Glosario/definicionpop.php?ID=226

También podría gustarte