La Evolución de Cultura y Sociedad y Sus Consecuencias en Las Relaciones de Pareja - MARISOL ZIMBRÓN FLORES
La Evolución de Cultura y Sociedad y Sus Consecuencias en Las Relaciones de Pareja - MARISOL ZIMBRÓN FLORES
La Evolución de Cultura y Sociedad y Sus Consecuencias en Las Relaciones de Pareja - MARISOL ZIMBRÓN FLORES
:
La evolución de cultura y sociedad y sus consecuencias en
las relaciones de pareja.
o
La decadencia de las relaciones de pareja en una sociedad altamente narcisista.
Desde tiempos inmemorables el amor y las relaciones de pareja han sido temas de
interés para la raza humana. Tanto como inspiración para obras literarias, como para
estudios profundos acerca de su dinámica, “cupido y psique”, en sus distintas
representaciones, han estado en el centro de nuestras culturas.
Los roles han ido cambiando, esto es indudable. Pero más allá de la influencia del
contexto, los medios y la cultura, estos cambios generan, irremediablemente, cambios
en la psicodinamia de hombres y mujeres y en la dinámica de su interacción y
relaciones, que a su vez influyen en la sociedad.
Esta confusión, en la que ambos géneros invadimos y peleamos el terreno del otro, ha
desembocado en una sensación individual de absoluta, aunque falsa, autosuficiencia
que se asemeja a la ilusión de omnipotencia infantil y que lleva al adulto a centrarse
cada vez más en sí mismo y darle menos importancia al vínculo profundo y
comprometido con el otro, pues cree que no lo necesita, que él y sus posesiones, sus
éxitos y reconocimientos serán suficientes. Más aún, considera toda conducta que le
parezca dependiente, como signo de debilidad.
Pero es evidente, por la incidencia de depresión y otros padecimientos, que este estilo
de vida no es realmente satisfactorio, resulta por demás confuso y más bien parece
ser, a la larga, altamente frustrante, tanto que produce incomodidad y sufrimiento,
mismos que, equivocadamente, tratamos de sanar con productos y objetos con los que
nos relacionamos más que con las personas. Pareciera incluso que creemos que
somos a través del objeto, somos nuestro deseo por el objeto, en detrimento de ser a
través del otro y en relación con el otro, que incluso llega a ser visto como un obstáculo
para la “plena satisfacción” de nuestros deseos pues nos regimos por una mal
entendida libertad a través de la cual cada vez queremos más a cambio de menos.
Y mientras todo esto sucede, algunos autores de “literatura de sanborns” nos ofrecen
infinidad de manuales de estrategias para relacionarnos, “conquistar”, “atrapar”, etc. al
hombre o mujer de nuestros “sueños”, nuevamente, como si de un objeto-cosa más se
tratara. Pero estos manuales se venden, lo cual nos habla de que hay una “necesidad”
(real o creada) de obtener cierta seguridad en una situación que antes era lo normal, lo
cotidiano aunque hoy parezca que hemos olvidado cómo convivir y comunicarnos entre
hombres y mujeres en el ámbito de la pareja.
El cambio es evidente, y para poder dar cause productivo y sano a éste, es necesario
comprender el fenómeno y encontrar maneras más sanas de convivencia y para esto
es preciso conocer qué modificaciones psicodinámicas subyacen a este fenómeno.
Para este fin, podemos partir de la consideración de que nuestra cultura fomenta, en
términos freudianos, una sociedad de “melancólicos”.
Esta necesidad interminable de llenar el vacío con lo que sea, no sólo provoca
conductas excesivas de consumo, tanto de cosas como de sustancias, si no que
establece un patrón anaclítico de relación con el otro, pues se le pide que ocupe el
lugar de la falta, volviéndose así más objeto-cosa que persona y se le “utiliza” en tanto
haga sentir que el malestar y la angustia disminuyen, pero sin establecer un vínculo
perdurable y, por tanto, tarde o temprano, cuando el vacío o la falta se hacen notar
nuevamente, el sujeto busca otro objeto-persona que le satisfaga mientras la
idealización perdure.
Buscan entonces personas que solamente los admiren, objetos parciales que
únicamente les reflejen su grandiosidad, y nunca sus defectos.
Cuando se topan con personas integradas y comienzan a ver reflejados también sus
defectos, la idealización sucumbe y se torna en devaluación, y actúan de forma
agresiva y violenta hacia aquel que ya no les sirve para ésta finalidad que persiguen.
El amor correspondido es, para ellos, algo imposible pues no ven al otro, sino el reflejo
de cómo el otro los ve.
Evidentemente este tipo de relación, cada vez más difícil de establecer, requiere de dos
personas integradas, cuya identidad esté bien definida y sea estable de modo que su
imagen propia no dependa por completo del reflejo devuelto por el otro.
Pero el modelo de relacionarse que se está dando actualmente puede no sólo tomar el
camino anteriormente explicado que, en lenguaje coloquial, se traduce en un rechazo y
evasión de compromiso. También subyace tras las relaciones de dependencia en tanto
que al precisar de la mirada del otro para sentirse bien consigo mismo, el temor a
perder dicho objeto, que lo mira, lo refleja y lo reconoce, se torna muy intenso y en un
intento de evitar el temido abandono, se desarrollan conductas posesivas y celotípicas2.
Este aumento de la depresión, la violencia, la debilitación del vínculo familiar, etc. nos
muestran una sociedad en franco proceso de deterioro y decadencia. Hay mucho por
hacer y, como psicoterapeutas debemos poner especial atención en comprender al
individuo actual, sus contextos y dinámicas para fomentar personas y sociedades más
sanas que respondan más a la pulsión de vida (creación, deseos y motivaciones por
trascender, actividad, etc.) y menos a la pulsión de muerte (destrucción, ausencia de
deseos y motivaciones, pasividad, etc.). Nuevos abordajes y estudios acerca de la
melancolía y la depresión, centrados en sus manifestaciones y etiología de acuerdo al
contexto socio-cultural actual, parecen ser necesarios como punto de partida en la
búsqueda de soluciones.
BIBLIOGRAFÍA:
Balint, M. (1993). La Falta Básica. Aspectos terapéuticos de la regresión.
México: Paidós.
2
Esta segunda reacción, abiertamente dependiente, posesivo y celotípico, implica un carácter distinto, quizá el que
Bergeret denominó “Abandónico”.