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La nueva guerra fría

La guerra económica y tecnológica entre Occidente y China seguirá escalando, y lo que se teme es que el gigante asiático aplique represalias.

25 de junio de 2024
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  • La nueva guerra fría

Si algo quedó muy claro tras la reunión del Grupo de los 7 (G7) que se celebró en Apulia, Italia, es que la relación con China está pasando por sus horas más bajas, pues la potencia asiática representa un riesgo que Occidente debe minimizar. Si hasta hace poco era considerado como un socio, ahora ha quedado relegado a poco más que una amenaza contra la que todos, estadounidenses y europeos, deben luchar.

En cumbres anteriores, el exclusivo grupo de las democracias más ricas del mundo, conformado por Canadá, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Japón y Estados Unidos, definía a Pekín como un proveedor clave y sobre todo como un gigantesco cliente de todo tipo de productos que iban desde carros hasta alta costura. Se pensaba que era posible y recomendable formalizar alianzas con China para combatir el cambio climático, el terrorismo y la proliferación nuclear. Ahora en cambio, se le ve como un país que vive al acecho: colabora para que la maquinaria bélica rusa siga aceitada, crece como amenaza real en el mar de la China Meridional y parece que estuviera lista para invadir Taiwan, además de haberse convertido en una fuerza económica invasiva que llena el mercado occidental de automóviles eléctricos –aumentó sus exportaciones en un 700% desde 2019–, amenaza con retener minerales críticos necesarios para las industrias de alta tecnología, y ahora ha empezado a competir con Boeing y Airbus fabricando sus propios aviones comerciales

De manera que si hasta hace poco Europa miraba con distancia el eterno enfrentamiento entre Estados Unidos y China, esta vez ha quedado muy claro en el comunicado final que están dispuestos a unir fuerzas para contrarrestarlo. Y pasan de las palabras a las obras. Los esfuerzos occidentales de contención van a ir acompañados por una política de acercamiento al sur global mediante grandes inversiones en la transición energética. Con eso buscan evitar que países clave graviten hacia la esfera de influencia china. Japón además ha comenzado a imponer restricciones a las exportaciones de semiconductores a China, y la administración Biden está presionando a Taiwán y Corea del Sur para que hagan lo mismo. Todo esto unido a la decisión de la Unión Europea de imponer aranceles adicionales (de hasta el 38 %) a los carros eléctricos importados de China a partir de julio.

Pero se sabe que los chinos no se van a quedar quietos y más bien van a continuar con más ahínco por el camino que vienen siguiendo. La guerra económica y tecnológica entre Occidente y China seguirá escalando, y lo que se teme es que el gigante asiático aplique represalias. Una de ellas es que aproveche su papel dominante en la producción y el refinamiento de tierras raras (cruciales para la transición verde) y tome medidas contra las sanciones y restricciones comerciales estadounidenses. En su afán por cerrar la brecha tecnológica que lo separa de Occidente, ya prohibió los chips de la estadounidense Micron y es muy probable que aplique nuevas restricciones a Nvidia, el fabricante de chips para aplicaciones de inteligencia artificial que se ha convertido en el fenómeno de la industria y la Bolsa.

Pese a que en el documento final de la cumbre los líderes aseguraron que su objetivo no es un enfrentamiento con Pekín, ni tampoco “perjudicar a China u obstaculizar su desarrollo económico”, ha sido llamativo que en las 36 páginas que lo componen se haya mencionado 29 veces el nombre de ese país. Es claro que los países europeos le temen a iniciar una verdadera guerra comercial con Pekín, pero las relaciones se vuelven más y más tirantes, cargando el ambiente.

Aunque Occidente ve a China como una potencia capitalista de Estado autoritario que cada vez tiene más proyección de poder en el mundo, entiende que necesita mantener una relación de equilibrio con ese país. Tal cual lo mencionó Henry Kissinger en una entrevista al cumplir 100 años de vida. El arquitecto de la “apertura” estadounidense a China en 1972 advirtió que los dos países deben encontrar un nuevo espacio de comprensión estratégica, para que esa ruta de colisión por la que van no genere el riesgo de una fractura violenta cuyas consecuencias podrían ser imprevisibles. La recomendación aplica para todos.

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