Un solo ejemplo bastaba para demostrar el grado de degeneración de la juventud romana: costaba más pagar los favores de un puto que comprarse un terreno labrantío, y si el jornal de un campesino era de treinta dracmas, costaba trescientas un jarro de pescado marinadoCarlos Fuentes. El naranjo. Página 137. Editorial: Alfaguara. Madrid, 1993.
El calor había actuado desde un primer momento como un inmejorable combustible y las parcelas de centeno y cebada, los cercados de maizales y garbanzales, empezaron a arder con provechosa velocidad. Pero el fuego iniciado en las colinas sólo llegó a arrasar unas manchas de pinos y almendros, languideciendo gradualmente por el labrantío abajo con el viento en contraJosé Manuel Caballero Bonald. Toda la noche oyeron pasar pájaros. Páginas 222-223. Editorial: Planeta. Barcelona, 1988.