Amor Al Projimo

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El Amor

“MÁS EL FRUTO DEL ESPIRITU ES AMOR, GOZO, PAZ, PACIENCIA, BENIGNIDAD, BONDAD, FE,
MANSEDUMBRE, TEMPLANZA...”.

Veamos cada una de las características del fruto del Espíritu Santo:

El amor es la dimensión unificadora del fruto.

¿Cómo definimos el amor?

DIOS, es la respuesta, porque Dios es amor. El mundo sufre por la falta de amor, esa falta de
amor que sólo Jesús puede dar.

Hay tres tipos de amor:

Amor ágape: Es la clase de amor que Dios tiene. Es un amor incondicional.

Es el amor que nos sana y echa afuera el temor. Si no tenemos amor somos metal que retiñe o
címbalos resonantes.

El amor ágape nos lleva a amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, que es

el primer mandamiento. El amor de Dios es ese tipo de amor que se entrega para darlo todo y
recibirlo todo, así como lo hizo Jesús. Es ese amor fiel, que nunca se agota, que fue capaz de ir a
la cruz y que nunca nos abandonará.

Debemos buscar que nuestro amor a Dios se mantenga y crezca a medida que le conocemos y
amamos más (Apocalipsis 2:4; Efesios 3:17-19; Mateo 22:37-39)..

SI AMO A DIOS: AMARÉ A MI HERMANO (2 Pedro 1:7).

ME AMARÉ Y ACEPTARÉ A MI MISMO (Mateo 22:39).

AMARÉ A MIS ENEMIGOS (Mateo 5:44).

GUARDARÉ SUS MANDAMIENTOS (Juan 14:15).

LE SERVIRÉ CON FERVOR (Filipenses 1:29).

Amor filial: (2 Pedro 1:7); es el amor fraternal.

Dios nos insta a tener esa clase de amor que busca la oportunidad para dar, no piensa en hacer
mal a su hermano, sino sólo el bien.

Es la amistad que debemos buscar entre nosotros. Es la Voluntad de Dios que amemos aún a
los que no son tan amables o corteses como quisiéramos, o los que no piensan como nosotros
(1 Juan 4:12).
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El amor eros: (o físico): Es el que tiene que ver con nuestros sentidos y pasiones.

Dentro del matrimonio este amor es puro, pero siempre tiene que ser un desprendimiento del
amor ágape, porque sin Cristo, como el mundo lo ve llega a ser egoísta, temporal y aún
lujurioso.

De manera que en el amor vemos tres direcciones:

Amor a Dios, amor al prójimo, amor a mí mismo. Amor a Dios: ES EL PRIMER MANDAMIENTO.
Es el amor que nos hace rendir ante Él.

Amamos a Dios porque Él nos amó primero (1 Juan 4:10).

Amor a mi prójimo: es el segundo gran mandamiento (Levítico 19:18).

Lea Lucas 10:30-37.

¿Qué le dice este pasaje?

Es el amor que edifica y no destruye. Es el amor de 1 Pedro 4:8 y Lucas 6:27-36.

Amor a mi mismo: dice el segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Debo creer, pues la Palabra de Dios me dice, que somos amados por Él: (Jeremías 31:3);
perdonados por Él: (Efesios 1:7); aceptados: (Efesios 1:6); victoriosos: (Romanos 8:37).

Si tengo de mí el concepto que Dios quiere que tenga, podré entonces amar a los demás
aceptándolos como Dios hace conmigo.

No hablamos aquí del orgullo, sino de aquellos que tienen baja estima de sí mismos.

En conclusión: Si amo a Dios amaré a mi prójimo: “Si alguno dice: yo amo a Dios y aborrece a
su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, cómo puede
amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).

Si no puedo amarme a mí mismo, no podré amar a mi prójimo.

Debe haber un equilibrio entre el fruto y los dones.

El fruto nos da el carácter de Jesús y los dones nos dan el poder de Jesús. Debemos procurar
ambas cosas.

Algunos están muy dotados, pero no están quebrantados y la vida de Cristo no puede fluir de
ellos. Cuando hablamos del fruto del Espíritu, hablamos de algo que nos ocurre en nuestro
interior, es para adentro, lleva tiempo, tiene que ver con nuestra conducta.

Cuando hablamos de los dones del Espíritu, hablamos de lo que tiene que ver en cuanto al
servicio cristiano, es hacia fuera, es para el ministerio y se transfieren inmediatamente.
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1 Corintios 13:Es el capítulo del Amor. Está expresado entre los capítulos 12 y 13 que nos dan
instrucciones de cómo es la operación de los dones en nuestra propia vida y en la vida de la
iglesia.

¿Por qué esto es así? PORQUE SIN AMOR NADA DE LO QUE HAGAMOS PERDURARÁ

“No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a
ti mismo”. (Levítico 19,18), o como lo expresa el Evangelio de Mateo: “Habéis oído que se dijo:
Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persigan” (Mateo 5,43-44) o “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. (Mt 22,39), e incluso a veces el amor al hermano se fundamenta en
el amor a Dios, por lo que este segundo mandamiento es considerado como semejante al
primero sobre el amor al Señor (Mt 22,39).

A este propósito, Juan se expresa así en su primera carta: " Si alguno dice: Amo a Dios, y
aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios a quien no ve. 21 Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a
Dios, ame también a su hermano." (1Jn 4,20-21). Más aún, el amor auténtico al prójimo
depende del amor a Dios: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a
Dios y cumplimos sus mandamientos” (1Jn 5,2).

Romanos 13:8-10

“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha
cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no
codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.”

Sólo 2 Tim. 3:2 hace aparecer el concepto del auto-amor, y es un vicio (ver abajo). Claramente,
la Biblia no presenta la autoestima como el problema del hombre. De hecho, lo opuesto a la
autoestima, el orgullo, es ciertamente indicado como un problema.

Efesios 5:28,29 es otro pasaje usado por los maestros de la filosofía de la imagen propia para
promover la autoestima. Se nos dice que primero debemos aprender a amarnos nosotros
mismos antes de que podamos amar a nuestro cónyuge, pero el pasaje claramente manifiesta
que nunca ha existido una persona que no se ame a sí misma. Nuestro problema nunca ha sido
la falta de autoestima, sino la mucha preocupación por el ego.

el envío del Hijo de Dios no es una comprobación de nuestro valor, sino la máxima
comprobación del amor, la gracia, la misericordia y la bondad de nuestro Dios. La verdad es que
Dios no nos salva porque él vea alguna cosa de valor en nosotros, sino que a pesar de que no
hay nada en nosotros digno de salvar (Rom. 5:6-10; Tito 3:4-7; Efes. 2:4-9). Tal declaración hiere
nuestro orgullo, pero no obstante es cierto.
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El cristiano que cree en la Biblia, sabe que es un pecador, que en él no hay nada bueno;
también sabe que como un ser creado por Dios, creado a Su imagen y redimido por Su gracia,
tiene valor y un propósito en la vida.

Entonces, ¿cómo obtener un equilibrio? ¿Cómo evitar el estar centrados en uno mismo y
enfocados en el mundo y al mismo tiempo tener un concepto bíblico de uno mismo, un punto
de vista apropiado de nuestro propio valor y propósitos que nos impide servir al Dios vivo, que
nos libera de aquellos pensamientos y sentimientos que nos atan y arruinan nuestra
personalidad, que crean falsas motivaciones y que nos incapacitan para el ministerio?

Es importante pensar de nosotros mismos en forma apropiada e incluso es un mandamiento de


las Escrituras. En Romanos 12:3, el apóstol escribió: “Digo, pues, por la gracia que me es dada,
a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe
tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada
uno”.

Las personas con una auto-imagen inadecuada, buscan la opinión de los demás, su aprobación
o sus críticas, como factores determinantes en cómo se sienten o piensan acerca de sí mismos
en un momento en particular. Las personas con un bajo sentido de ser útiles, se convierten
esclavos de la opinión que los demás tengan de ellas. No son libres para ser ellas mismas» .

Pero el problema es que la gente tiende a mirar a los demás y a sus dones, sus logros y
popularidad y medirse según lo que ven en ellos. Comparamos gente con gente. Esto no sólo
nos hacen fijar nuestros ojos en los hombres sacándolos de Dios, en Su gracia y en Su plan, sino
que crea sentimientos de inferioridad, celos, orgullo y formar bandos. Esto nos conduce a un
segúndo principio importante: pensar bíblicamente de nosotros mismos.

La vara de medición del hombre y la escala de valores. Esto siempre ha sido un problema
incluso en la iglesia, tal como lo podemos ver en 1ª Corintios 3 y 4 y también en 2ª Corintios
10:10-12; pero se ha convertido en un problema mucho más grave en nuestros días debido a
los medios de comunicación modernos y a la gran notoriedad que reciben los hombres con
tanta frecuencia. Nos enfrentamos al ‘síndrome de la superestrella’ y la gente comienza a
comparar a sus líderes y a sus iglesias con aquella superestrellas. La vara de medición que usan
no está ni cerca de la Palabra, sino que es la del mundo.

Naturalmente, esto a menudo origina: desánimo —No impresiono a nadie; no soy lo


suficientemente bueno o lo suficientemente inteligente, apatía —Para qué intentarlo; nunca
podría compararme con tal o cual, temor —Fracasaré; simplemente soy incapaz de satisfacer
las expectativas de la gente, orgullo de sí mismo o de otra persona – síndrome de club de
fanáticos —Pertenezco a tal o cual grupo (ver 1ª Corintios 1:12; 3:4) y divisiones (1ª Corintios
1:11s).

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