El Llamado A La Sanidad
El Llamado A La Sanidad
El Llamado A La Sanidad
Introducción:
En esta noche queremos hablar sobre el tema de cómo parecernos
más a Dios, y eso es por medio de la SANTIFICACIÓN. Trataremos de
hablar sobre los siguientes puntos:
Bosquejo
a. El primero es que como hemos dicho ya, es Dios quien hace la
obra en nosotros.
i. «¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra? Viviendo conforme
a tu palabra.10 Yo te busco con todo el corazón; no dejes que me
desvíe de tus mandamientos.11 En mi corazón atesoro tus dichos
para no pecar contra ti.» (Salmo 119:9-11)
i. «Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y
conserve todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— irreprochable para la
venida de nuestro Señor Jesucristo.»
Conclusión:
Oremos.
El reto de la santidad N° 2
Levítico: 19:
Como pueblo escogido por DIOS debemos ser santos, puros y sin
manchas. Una manera de honrar ese llamado de DIOS es viviendo en
santidad. En su palabra el SEÑOR nos dice Levíticos 7:6 “Porque tú
eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido
para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están
sobre la tierra”.
Romanos 12:14-21
v.14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis. v.15
Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. v.16 Unánimes
entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis
sabios en vuestra propia opinión. v.17 No paguéis a nadie mal por mal;
procurad lo bueno delante de todos los hombres. v.18 Si es posible, en
cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. v.19
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la
ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el
Señor. v.20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si
tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego
amontonarás sobre su cabeza. v.21 No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal.
Romanos 8:14 “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios, éstos son hijos de Dios”.
Vivir en santidad es un mandato del SEÑOR, es el requisito que él nos
pide para verlo cara a cara. Vivir en santidad es también esforzarnos
cada día en agradarle al SEÑOR, y solo a Él. Vivir en santidad es
igualmente ser agradecidos con el sacrificio que JESUS hizo en la cruz
por nuestros pecados.
Amen
Cinco aclaraciones
Pero ser santo como Dios es santo es otro tema. Ya no está hablando
de nuestra posición en Cristo, sino de nuestra calidad de vida. Uno
puede ser hijo de Dios, pero, aun así, puede estar siguiendo un estilo
de vida que está lejos de ser santo. Seguramente todos conocemos a
muchos hermanos que son capaces, inteligentes y cono-cedores de la
Palabra. Pero también, seguramente, hemos de conocer a pocos
santos.
Quinto, la santificación nada tiene que ver con aislarse del mundo. Tal
como el pecado tiene sus raíces profundas dentro de nosotros (Mr
7.20-23), así también la santidad se genera desde muy adentro. Afecta
nuestras actitudes y conducta, pero trasciende a ellas. En términos
bíblicos, tiene que ver con el «corazón», con ese núcleo muy interno
que controla todo lo que somos.
La santidad nada tiene que ver con las circunstancias que nos rodean.
Una persona puede ser santa en el negocio, aula o cocina. Pero a la
vez puede ser un diablo en el monasterio.
El movimiento monástico nació, en parte, a raíz de esa búsqueda. «Si
uno se aparta de la ciudad, busca la soledad de las montañas o del
desierto, allí puede encontrarse con Dios, allí puede encontrar la
santificación.» Pero no es así, porque llevamos el mal en nosotros
dondequiera que vayamos.
Pero normalmente la respuesta tiene que ser «no», porque como bien
sabemos, muy pocos de nuestros jóvenes pueden recibir la calificación
de «santo». No podrían ir sin absor-ver el ambiente, y en alguna
medida, sin hacerse daño.
Ser y no ser
Ser santo es «sencillamente» ser más parecido a Dios. Nada tiene que
ver con conocimiento, capacidad, dones, carismas, etcétera. Todos
estos aspectos son importantes, pero ningu-no es necesariamente
evidencia de la santidad. Porque la santidad nada tiene que ver con
presencia, sino con esencia. No tiene que ver con aparien-cia o
características personales, sino con lo más profundo del ser humano.
Así era el Señor Jesús. Isaías 53.2 sugiere que no tenía un aspecto
atrayente. Era un barbudo entre muchos barbudos. Aun sus propios
discípulos se confundieron y se preguntaron «¿quién es este hombre?»
Creían, pero no lo entendían, porque Jesús era realmente un hombre,
pero a la vez, más que un hombre.
Sí, ser santo es «sencillamente» ser cada vez más parecido a Dios. Es
una transformación y renovación de nuestra personalidad,
cosmovisión, emociones, de todas esas dimensiones profundas de
nuestro ser.
Pero por otro lado, otros comienzan como el joven rico (Mr 10.20),
relativamente sanos y sin mayores distorsiones morales. Ellos también
tienen sus luchas en el camino de la santidad, pero para el observador
externo, sus grandes logros son apenas perceptibles.
Es la actitud que tira esa revista a la basura porque sabe que le hace
daño. Es esa actitud que apaga la televisión porque dicho programa
inunda la casa y la mente con actitudes dañinas, o que sale de la sala
cinematográfica antes de que termine la película, porque esta lo
corrompe.
La regla es sencilla: si alimentamos nuestra mente con basura, se hace
imposible tener una mente pura. No pensemos que podemos
surmergirnos en la cultura mundana y salir sin mancha.
Pero, ¿qué alternativa tenemos? «Pues sin la santidad, nadie podrá ver
al Señor».
En el temor de Dios
Entiendo a los hermanos que oran al «papito Dios», pero veo en las
Escrituras que las personas que tuvieron un encuentro cercano con
Dios reaccionaron de una manera muy diferente. Juan, por ejem-plo,
era el discípulo más íntimo de Jesús, es del único que se dice
específicamente que Jesús lo amaba (Jn 19.26, 21.20). Sin embargo,
cuando vio a Jesús glorificado, cayó a sus pies como muerto (Ap 1.17).
Por tener un concepto pobre de Dios, no sabemos qué es «temer» a
Dios.
Perfeccionando la santidad
Una buena ilustración es la parábola del Señor acerca de las dos casas
(Lc 6.46-49). Siempre la utilizamos en la evangelización, pero también
es una certera ilustración de este tema.