01 - El Mundo de Las Emociones
01 - El Mundo de Las Emociones
01 - El Mundo de Las Emociones
Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción; cada una de ellas nos
señala una dirección que, en el pasado, permitió resolver adecuadamente los
innumerables desafíos a que se ha visto sometida la existencia humana.
Daniel Goleman2
Es ese el nivel de poder que el mundo emocional tiene y es una gran lección para
nosotros como seres humanos: nuestro aprendizaje emocional tiene que ver con la
posibilidad de adecuarnos a los cambios que se producen en el entorno. Y sin
embargo nosotros, como seres humanos, estamos perdiendo capacidad de identificar
y de expresar emociones. Un ejemplo de ello son las redes sociales. Los niños y
adolescentes de hoy crecen en un mundo en que whatsapp y facebook, reemplazan las
conversaciones presenciales.
Acá podemos preguntarnos ¿de qué se están perdiendo emocionalmente por no
mantener personalmente esas conversaciones que tienen en las redes? Desde nuestro
punto de vista, estamos perdiendo el mirarnos a los ojos, el entender la relación con el
otro. No podemos olvidar que en nuestras conversaciones es el mundo emocional el
que provee de contexto, sentido, y significado al texto (lenguaje) y permite la
comprensión de lo hablado. El mundo emocional le otorga contexto al texto hablado,
contribuyendo de manera decisiva con la correcta interpretación de lo dicho.
Los seres humanos decimos que queremos vivir una vida feliz. Al hablar de felicidad ya
estamos apuntando a un espacio emocional. No hay forma de que nosotros podamos
concebir una buena vida si no estamos hablando del privilegio de un cierto espacio
emocional.
Cuando me muevo en mi vida solamente desde la lógica pero mi ser emocional se
mueve en otra dirección, tengo un grave conflicto que se traduce en la infelicidad.
Cuando una empresa dice “nosotros vamos en esta dirección”, y la gente que trabaja
allí vive en la desconfianza, en la desesperanza, ese conflicto se llama sufrimiento.
1. APRENDIZAJE EMOCIONAL
2. Nuestra cultura ha excluido las emociones el aprendizaje formal
¿De dónde viene ese discurso? En los siglos XVI y XVII el empuje
del racionalismo derivó en una pugna entre la Iglesia y los nuevos científicos, que llevó
a una división entre el mundo exterior del individuo y su mundo interior. Con el éxito
creciente de la ciencia, impulsada por los racionalistas, se privilegió el mundo exterior
(el de los inventos, el de la acumulación de conocimiento), mientras el mundo interior
—donde quedaron las emociones— se convirtió en una especie de conocimiento ‘de
segunda clase’. Desde el racionalismo promulgado por Descartes (siglo XVII), el mundo
emotivo ha sido despreciado como parte del pensamiento. Hemos entendido el
En esa visión, las emociones son consideradas como una influencia negativa en el área
del razonamiento. Esta mirada sostiene que debemos permanecer emocionalmente
neutrales para pensar con claridad. Para un racionalista mantener una actividad
cognitiva completamente libre de emociones es un ideal al cual todos deberíamos
aspirar para mantener la objetividad y un razonamiento impecable.
Como consecuencia, el ser occidental de hoy es lingüístico-racional. Vivimos en un
mundo donde todo es explicado y medido. Esta realidad muestra una desvinculación
con las emociones y con el espacio que éstas tienen en nuestras vidas. Se ha negado
por años la importancia de las emociones, lo que ha desarrollado en el ser de hoy una
especie de ostracismo emocional.
Desde nuestro punto de vista, esta es una idea profundamente equivocada. Somos
innegablemente seres emocionales y el pretender dejar de lado las emociones es una
ilusión que no se puede sostener desde nuestro vivir como seres humanos.
Hemos prestado tanta atención a nuestra área conceptual que nos hemos olvidado de
que cada concepto, cada parte del conocimiento y cada comprensión racional también
viven en un estado de ánimo particular, y si cambiamos el estado de ánimo en que
sostenemos lo que sabemos, también estamos cambiando lo que sabemos.
Fíjense que cuando una persona se ríe o está celebrando la alentamos a continuar y
esperamos que nos contagie de esa alegría. Pero al ver a una persona triste,
posiblemente vamos a trata de sacarla lo más rápidamente posible de allí.
Otra emoción que nuestra sociedad suele vivir de una manera poco natural es el
erotismo. La represión del erotismo —en Estados Unidos particularmente (y la conozco
porque he vivido allí desde hace treinta años) — se ha transformado en la explosión de
la pornografía, que ha generado una de la industrias más poderosas de ese país.
Cuando se reprime el erotismo aparece el encuentro sexual pero desprendido de toda
su belleza, de todo su encanto, de toda su hermosura.
Ese es un tema importante en nuestro tiempo y ojalá nosotros podamos empezar a
mirar el aspecto místico del erotismo que, como digo, se ha perdido. Por otra parte, el
confundir el erotismo con la ternura ha terminado reprimiendo esta última con un
costo relacional enorme, pues la ternura es una emoción fundamental en la
generación de la seguridad entre los seres humanos.
El miedo también se asocia habitualmente a cobardía, siendo la emoción que nos cuida
y nos señala lo que queremos preservar. El miedo es —desde esta perspectiva— una
emoción clave para la supervivencia.
Y sin embargo a los niños les enseñamos todo el tiempo a decir “no tengo miedo”. He
escuchado hablar en varias ocasiones del “liderazgo sin miedo”. Y sobre esto yo digo
“no, gracias”, porque no escuchar el miedo puede generar consecuencias.
Pasa igual con la rabia, emoción que nuestra cultura en muchos casos juzga como
negativa, pues considera que daña los vínculos con otros, nos daña a nosotros mismos
o puede llevar a la violencia. Sin embargo esa emoción es la que nos da la fuerza y el
coraje para frenar los abusos.
Lo que digo es que debemos escuchar nuestras emociones, no negarnos a ellas.
Vemos el miedo como un consejero que nos dice que algo en nuestra vida tiene valor y
debemos cuidarlo. Ese miedo se presenta porque nuestra seguridad se puede ver
afectada y por lo tanto nuestra integridad está en peligro. Estamos frente a algo
incierto, que nos expone a situaciones que no queremos para nosotros.
Algunas veces rechazamos el miedo, por considerarlo una emoción negativa. Sin
embargo ese mismo miedo que no nos gusta sentir, nos quiere decir algo precioso: que
debemos cuidarnos. Sin miedo cruzaríamos la calle sin mirar a los costados, o
conduciríamos de forma temeraria. Y si no lo hacemos, es porque el miedo nos alerta,
nos cuida y nos protege.
Acá hablo del miedo como emoción y no como estado anímico. Si yo vivo en el estado
de ánimo del miedo, entonces no hay un peligro determinado, vivo temiendo. No sé a
qué le tengo miedo pero tengo miedo. Vivo en el temor, bajo el juicio de que el mundo
es peligroso y eso puede cerrarme posibilidades en la vida.
En este proceso, ustedes inevitablemente van a pasar por momentos tristes. Cuando
nos damos cuenta de lo que hemos perdido por no haber visto algo antes, por no
haber conocido algo antes, puede ser que aparezca la tristeza. Ahí les diría: recíbanla y
La tristeza tiene ese tremendo rol en el aprender, en el saber. Hay algo misterioso en la
tristeza que tiene que ver con esto: ¿Han tenido esos días en que viene la tristeza y no
saben cuál es la pérdida? Les voy a decir una cosa: si se dan un ratito y escuchan, va a
aparecer por ahí el mensajito que la vida tiene para ustedes.
Cuando tengo el privilegio de trabajar con mis estudiantes, uno de los primeros pasos
que damos consiste en legitimar la tristeza, en aceptarla como un regalo. Solo
entonces ella tiene lugar para realizar su trabajo y una vez que lo ha hecho,
graciosamente se retira dejando el terreno para que la alegría haga el suyo.
El erotismo es la más mística de todas las emociones porque apunta a ser uno con el
mundo.
Este es un concepto más amplio del que habitualmente nuestra sociedad utiliza para
el erotismo, que tiene ver con la disposición a hacer el amor y a la relación sexual. El
lenguaje de la sabiduría y del universo es la belleza, y en ese sentido es profundamente
erótico.
Si bien es cierto que el erotismo nos predispone al contacto sexual, no es a lo único
que nos predispone. Los grandes poetas, los grandes músicos, los grandes místicos de
la Tierra se conectan con el erotismo. El erotismo es fundirnos con lo que amamos: con
la Tierra, con Dios, con la belleza. Si leen a Santa Teresa de Jesús, se podrán dar cuenta
de lo extraordinario del erotismo en ese contacto con lo divino.
Nosotros como sociedad hemos ido dejando de lado ese erotismo. Es un prejuicio
cultural milenario y por eso miramos con desconfianza la sabiduría del mundo místico,
y entonces lo místico lo asociamos a prácticas elevadas solo para elegidos y nos
perdemos la posibilidad del misticismo en lo cotidiano, perdemos la posibilidad de ver
lo sagrado en lo cotidiano.
Una sociedad que le tiene miedo al erotismo acaba muchas veces reprimiendo todo
acto de ternura.
Hemos dicho que el Observador que somos se constituye de tres dominios: el lenguaje,
las emociones y el cuerpo, y que entre estos tres espacios se produce una coherencia.
Vamos a mostrar una distinción que tiene que ver con una cierta coherencia corporal
que se desarrolla a partir de las emociones.
Y lo vamos a hacer a partir de un modelo creado por la psicóloga y psicofisióloga
chilena Susana Bloch, una mujer muy sabia que ha desarrollado una teoría a partir de
las emociones básicas y que recoge en su libro Al Alba de las Emociones6.
Dice ella frente a las emociones que “la observación nos llevó a descubrir que había
dos pares de comportamientos posturales que daban la clave para analizar el rol
expresivo de la postura corporal: la relajación/tensión muscular y el balance del cuerpo
hacia adelante o atrás”.
Lo importante, y quiero destacarlo acá, es que ella las pone de una manera que ayuda
a entender que hay emociones básicas que generan un espacio de mayor tensión,
mientras otras generan un espacio de expansión o relajación. Ella también distingue
emociones que nos acercan a otros físicamente y otras emociones que nos alejan. Les
proponemos este cuadro, que muestra las emociones desde la relajación y la tensión y
desde la disposición a acercarme o a alejarme.
Si alguien nos dice que tendrá que remediar algo de lo que no nos hicimos cargo, nos
podemos sentir violando un principio básico nuestro y en consecuencia, aparece la
culpa. La culpa tiene una presencia histórica. Se puede asociar a los discursos
históricos o a la religión, por ejemplo, o incluso transformarse en un estado anímico.
2. Estados de ánimo
Hemos señalado que el estado de ánimo no es gatillado por un evento, como en el
caso de una emoción, sino más bien es cuando nos instalamos en una emoción que
puede acompañarnos por largo periodos de tiempo (a veces semanas o meses), en los
cuales los nuevos acontecimientos que ocurren en nuestra vida tendemos a vivirlos
teñidos por ese estado de ánimo.
Normalmente estamos en un estado de ánimo que no controlamos ni elegimos,
simplemente nos encontramos en él. Y una vez que estamos en él nos comportamos
dentro de los parámetros que el estado de ánimo especifica en nosotros. De alguna
manera no tenemos estados de ánimo sino que los estados de ánimo nos tienen a
nosotros: los estados de ánimo se adelantan a nosotros, pues una vez que los
observamos ya estamos sumergidos en ellos.
Muchas veces aprendemos ese estado de ánimo muy temprano en la vida, y perdemos
la flexibilidad de responder a los eventos de la vida con distintas acciones. Con
frecuencia esto tiene que ver con los discursos culturales o familiares en que estamos
inmersos. Hay personas que viven en la tristeza, en la resignación, en el resentimiento
o en el miedo, y se viven la vida desde ese estado de ánimo: Quien vive en el miedo
como estado anímico juzga el mundo lleno de peligros; quien vive en el entusiasmo lo
ve lleno de posibilidades; quien vive en la desconfianza pierde la posibilidad de
coordinar con otras personas; quien vive en la codicia, vive para acumular dinero.
Cualquier amante del deporte sabe que algunos equipos logran derrotar a otros a
priori más fuertes gracias a una motivación adecuada (mayor deseo de ganar o más
entusiasmo, por ejemplo).
Lo que finalmente nos lleva a actuar es el mundo emocional en que vivimos. Lo que
importa finalmente, es lo que nos lleva a actuar. Eso es lo fundamental: yo no actúo
meramente por un cálculo. Es cierto que si alguna persona actúa desde una emoción
de precaución y de control, se podría decir que actúa calculando. Pero lo que la lleva a
actuar —o no actuar— no es el cálculo mismo, sino la disposición emocional que ese
cálculo alimenta.
Una de las tareas más difíciles que se puede plantear en la vida, es cuando desde la
lógica o las instrucciones se nos invita a funcionar de una manera, y todo nuestro ser
emocional está apuntando en el lado opuesto. Sabemos el sufrimiento que esto puede
generar.
También existe lo que llamamos facticidad histórica o cultural. Acá nos referimos a
aquello que juzgamos imposible para nosotros de cambiar dada la historia o la cultura
en que vivimos. Por ejemplo, ahora mismo para cualquier ser humano es imposible
visitar Marte, como lo era hace un siglo para visitar la Luna.
En algún momento de la historia las mujeres no podían votar. Visto desde ahora puede
sonar como una locura pero en algún momento fue así y las mujeres debieron pelear
para poder acceder a un derecho que los hombres se reservaban para sí mismos.
En el caso de esta facticidad, podemos reconocer que si ciertas condiciones históricas
o culturales cambian, se crean posibilidades de modificar lo que antes parecía como
inmodificable.
La facticidad es siempre un juicio efectuado por un observador sobre el acontecer.
Como tal, siempre puede ser modificado. Este es un punto importante pues la historia
nos muestra que muchos juicios sustentados como juicios de facticidad ontológica, con
el tiempo demostraron que apuntaba a facticidades históricas, como vivir hasta los 100
años o derrotar determinada enfermedad.
En la medida que reconocemos que la facticidad es un juicio, reconocemos también
que lo que alguien podría considerar como una facticidad histórica (y por tanto
inmodificable, desde su punto de vista) bien puede ser considerado por otro como un
ámbito de transformaciones posibles. En esta diferencia reside uno de los rasgos más
importantes del fenómeno del liderazgo. Los líderes son personas que normalmente
declaran como posibles cosas que el resto de la gente considera imposibles. Esto es
precisamente lo que los convierte en líderes.
Todo esto no quita que una buena reflexión ayude a ese proceso, lo facilite, lo acelere;
no quiere decir que para aprender emocionalmente sea innecesario reflexionar;
solamente que es insuficiente la mera reflexión.
Incluso cuando nosotros meditamos, lo que empieza a ocurrir es que buscamos estar
en un centro a partir del cual los mundos emocionales son equidistantes. Salimos de
estar pegados a un espacio emocional en particular y entramos a un espacio central
que nos permite movernos con más facilidad a otro mundo emocional.
¿Saben lo que pasa en las conferencias de nuestro programa? Que nosotros al estar
presentes en un espacio diseñado para la ternura y la franqueza, vamos aprendiendo
los mundos emocionales que van manifestándose a través de los distintos
participantes.
Porque nuestras mentes buscan resonancia límbica entre ellas, porque nuestros ritmos
fisiológicos responden al llamado de la regulación límbica, porque nos cambiamos el
uno al otro a través de la revisión límbica, aquello que hacemos dentro de nuestras
relaciones importa más que cualquier otro aspecto de la vida humana.
A General Theory of Love7
3. Emociones enraizadas
Si los estados de ánimo tienen que ver con espacios emocionales en los que me quedo
anclado a raíz de un cierto hacer o andar en la vida por tiempos más o menos largos, la
distinción de emociones enraizadas tiene que ver con emociones relacionadas con
eventos en la vida en que los seres humanos nos quedamos atrapados tempranamente
(con frecuencia debido a golpes emocionales muy fuertes) y nos dejan sin recursos
propios para poder salir de allí. En esos casos, esas emociones se van al corazón de la
coherencia emocional.
Una persona puede experimentar una emoción y luego avanzar, pero en el caso de las
emociones enraizadas, la energía de la emoción quedó de alguna manera “atrapada”
dentro del cuerpo físico. Entonces, en vez de atravesar el momento de enojo, un
período temporal de tristeza o incluso depresión, esta energía emocional puede
permanecer dentro del cuerpo causando un significativo estrés físico y emocional.
Es cuando, sin importar lo que se haga o diga, o el entorno en el que se encuentre, ese
estado anímico permanece; pareciera que atora, intoxica; se siente la necesidad de
expulsarlo para liberarse de esa sensación.
A veces una persona con una emoción enraizada puede sentir que está peleando
contra el peso de algo pero no se consigue identificar concretamente qué es, y tal vez
la vida no transcurra según lo esperado. Tal vez ocurra que los intentos por formar
relaciones duraderas nunca parecen funcionar y puede desear que algunos
acontecimientos del pasado nunca hubiesen ocurrido. Incluso puede haber un
sentimiento inquietante de que el presente está siendo tomado de rehén por el
pasado de una manera vaga e indefinible.
La gran mayoría de personas han tenido momentos de ansiedad, angustia, ira,
frustración y miedo. Para muchas de ellas es posible que esas emociones que han
experimentado —aunque sea hace mucho tiempo— pueden aún estar presentes de
una manera que a lo mejor es sutil, generando un sufrimiento. De alguna manera
siguen atrapadas dentro de ellas.
Una emoción enraizada tiene que ver con un conflicto traumático, que no ha sido
resuelto, y sobre todo que sucedió en un momento en que no teníamos defensas
emocionales. Por ejemplo un asalto, una situación de maltrato familiar, bullying en la
escuela, un accidente o la muerte de alguno de los padres. Entonces ese miedo
permanente tras ese asalto o esa sensación de maltrato se quedan incrustados en
nuestra alma, en nuestro cuerpo y define en gran medida la coherencia en que
vivimos.
“¿Dónde estarías sin tus emociones? Nuestras emociones realmente dan color a
nuestras vidas. Trata de imaginar por un momento un mundo donde no ocurren
emociones. Ninguna dicha sería posible. Ningún sentimiento de felicidad, gozo, caridad
o generosidad. Ningún amor sería sentido, ninguna emoción positiva de ninguna clase.
En este planeta imaginario sin emociones, tampoco habría emociones negativas.
Ninguna tristeza, ninguna angustia, tampoco sentimientos de depresión y tampoco
dolor. Vivir en un planeta así sería meramente existir. Sin ninguna posibilidad de sentir
emociones de ninguna naturaleza, la vida sería reducida a un ritual gris y mecánico de
la cuna a la tumba. ¡Agradece que tienes emociones!”. Bradley Nelson8, un médico
estadounidense, lanza esta pregunta en su libro The Emotion Code.
Parte de nuestra tarea, con esta ontología emocional que proponemos, es recuperar
las emociones como un espacio grande de aprendizaje. Y que comprendamos que el
concepto de buena vida pasa por tener un espacio emocional rico y pleno.
Los invitamos, desde nuestro entusiasmo, a ver estos temas y a atreverse a este
aprendizaje desde un lugar distinto.
Uno de los problemas actuales de la Humanidad es esta idea del aprender objetivo, sin
el emocionar. ¿Cuál es el problema de saber queriendo, de saber cuidando, de saber
amando? ¿Por qué nos dificulta la vida eso? ¿Cuál es la emoción del que dice que el
emocionar es un problema? A mí me sorprende ese deseo de un emocionar frío y
distante. Ese emocionar frío y distante es enemigo de la felicidad y muestra la
arrogancia de nuestra especie.
[i] Según Daniel Goleman, “la inteligencia emocional es una forma de interactuar con
el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales
como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la
perseverancia, la empatía, la agilidad mental. Ellas configuran rasgos de carácter
como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para
una buena y creativa adaptación social”.