El Hombre, Ese Dios en Miniatura
El Hombre, Ese Dios en Miniatura
El Hombre, Ese Dios en Miniatura
GRASSÉ
ISBN: 84-7634-188-1
D.L.: B. 23774-1985
Printed in Spain
No hay nada más cierto que la
incertidumbre, ni nadie más miserable
y más orgulloso que el hombre.
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ORDEN Y FINALIDAD
Todo objeto, todo lo que posee una existencia material, toda forma
de energía, pertenecen a este Macrocosmos, en el cual la materia
crea el espacio y las leyes de la física y de la química reinan como
soberanas.
Este universo, el del astrónomo y el físico, contiene a los demás
que, en su seno, parecen minúsculos. La Tierra es, por su tamaño,
muy ínfima, pero reúne en ella propiedades muy raras, gracias a las
cuales pudo nacer y desarrollarse algo diferente a la materia
inorgánica amorfa o cristalina: el objeto vivo.
Nuestro conocimiento del Cosmos llega a una precisión tal que
navegamos sin cometer errores por los espacios interplanetarios, y
hemos visitado ya la luna. Sin embargo, este mismo Cosmos sigue
siendo a nuestros ojos incomprensible en su esencia y en su fin
último. No es ilimitado puesto que, según se dice, continúa su
expansión. Sin haber sido creado, parece no haber tenido principio ni
conocer un fin, lo que es bastante sorprendente para una materia que
se extiende y que ha tenido como matriz una esfera material
"hiperdensa".
No hay un mes en que no se descubran nuevos objetos no
estacionarios: supernovae que explotan, sistemas inestables que
existen en medio de las galaxias: la mayoría de los objetos
descubiertos por la radioastronomía son inestables. En el seno del
Macrocosmos no reinan ni la calma ni la serenidad que la leyenda le
atribuía. Este Universo cambia con relativa rapidez —a escala
astronómica, naturalmente— en su estado físico y en su composición
química, porque los astros no permanecen indefinidamente idénticos
a sí mismos y los astrónomos prevén el destino de algunos de ellos.
Para ser exactos, nuestro Universo evoluciona: estrellas,
agrupaciones estelares, galaxias, varían a lo largo del tiempo. Al
saberlo, los manes de SPENCER se estremecieron de gozo, si bien queda
por demostrar la exactitud del "principio de la inestabilidad de la
homogéneo".
El Macrocosmos, con sus cuatro dimensiones entre las que se
encuentra el tiempo, evoluciona: es verdad. Según nosotros,
únicamente hay duración para aquello que cambia. La medida del
tiempo es en el fondo la medida de la velocidad con que se realiza un
fenómeno, cualquiera que sea. Lo inmóvil, lo estable (imaginado
como absoluto) no dan lugar a la medida: están fuera del tiempo.
Pero en el Universo tal estado no existe: por todas partes la materia
cambia. Incluso en el cero absoluto los núcleos de los átomos no
están, en reposo: así, nada hay en este mundo que no sea temporal.
Recordemos que, a juzgar por las apariencias, el Universo está en
expansión, por lo que es un conjunto que cambia en todas sus partes.
El tiempo rige para lo inanimado inestable, como para todo aquello
que está vivo.
No afirmaremos como BERGSON que el tiempo es invención, sino que
el tiempo es variación, que es cambio, que es sucesión de
fenómenos. Todo fenómeno crea la duración, que aparece como la
consecuencia directa de la inestabilidad.
Si la inmovilidad y la estabilidad fuesen absolutas, entonces el
tiempo suspendería su vuelo. Pero el Universo es ese eterno columpio
del que habla MONTAIGNE; es una cadena indefinida de fenómenos, es
decir de cambios de estado o de mutaciones (emplearíamos este
término si no fuese utilizado en biología con una acepción muy
precisa).
Mientras que toda materia es inconcebible como "no dimensional",
se puede imaginar inmovilizada en sí misma y substraída a toda
causa perturbadora externa (condiciones ideales, desde luego) y, por
lo mismo, fuera del tiempo. El tiempo es una dimensión de lo
inestable, no de la materia inmóvil, pero entonces ¿no es
relativamente contingente?
La ley de la evolución, si es verdad que hay una, ¿consiste en
conducir inexorablemente al Macrocosmos hacia la inmovilidad, hacia
la inercia? Nadie lo sabe. Como quiera que sea, problemas
metafísicos que se creían sepultados en el olvido renacen de sus
cenizas y sin cesar dan pie a que se hable de ellos.
EL UNIVERSO DE LA VIDA O BIOCOSMOS
demostradas, tan admirables, con los rayos de luz; esta mecánica es tan divina que estoy
tentado de tomar por un delirio de fiebre la audacia que negase las causas finales de la
estructura de nuestros ojos." (Dictionnaire philosophique, artículo "Lágrimas".)
célula la finalización aparece más evidente que en cualquier otra
parte; sus relaciones con el mantenimiento de la vida son inmediatas.
De hecho, interpretación y lenguaje traducen en términos sencillos
y leales el evidente fin en sí mismo que es la vida, así como las
innumerables adaptaciones entre estructuras celulares, sustancias y
cadenas de reacciones químicas, cuyo efecto convergente es la
conservación, la protección y la propagación de la vida.
Nadie negará que todas las partes del ser vivo y de las células que
lo componen contribuyen con su disposición y sus propiedades a
conservar, a mantener y a propagar la vida. Si, como algunos
pretenden, esta aparente armonía es el resultado de un feliz azar, no
es menos cierto que estos productos aleatorios crean sistemas
antiazar, gracias a los cuales sobrevive el ser vivo. En consecuencia,
del azar resultaría lo determinado. ¡Tiene gracia!
Se echan pestes contra el finalismo; se rechaza con horror pero
sólo se investiga y se experimenta en función de él, empezando por
RÉAUMUR y terminando por CRICK y WATSON, descubridores de la molécula
en doble hélice del ADN. Sus peores adversarios lo toman como
hipótesis de trabajo. ¿Se investigaría si no se diese por supuesto que
toda parte, todo órgano del ser vivo tienen su función y su papel en la
economía del ser? Que hay órganos poco útiles o perjudiciales, de
acuerdo, también nosotros hemos contribuido a darlos a conocer;
pero estos deshechos de la evolución, estos vestigios de órganos que
sirvieron en el pasado no nos impiden observar la finalidad que
ocultan los seres vivos en su estructura y en sus actividades. Un paso
en falso retrasa al corredor, pero no lo detiene.
Comprobar en el mundo viviente la presencia de una finalidad
inmanente no conduce obligatoriamente a reconocer la existencia de
causas finales. La finalidad inmanente (finalidad de hecho, sería más
correcto) y la finalidad trascendente son distintas. La primera
pertenece a la biología, siendo una de sus características principales.
La segunda es de orden metafísico. Esta distinción no implica que el
problema de la finalidad trascendente no se plantee en biología, pero
en este libro no nos ocuparemos de él, porque interesa
fundamentalmente al metafísico.
Los antifinalistas más virulentos (RABAUD, MATISSE) trataron de
ridiculizar a los finalistas, atribuyéndoles infantilismos, o las
estupideces de un BERNARDIN DE SAINT-PIERRE o de un POULTON. Las opiniones
de estos detractores no cambian en nada la cuestión, no se trata ni
de simpleza ni de romanticismo, sino de una realidad, de la presencia
en todo ser vivo de dispositivos estructurales, de funciones, de
reacciones en cadena, con un efecto común de mantener la vida del
ser organizado confiriéndole los medios de reproducirse. La "eterna
ilusión" no es en absoluto la de los observadores atentos para
descubrir la realidad, sino la de los sectarios de doctrinas que se
niegan a verla; concierne con mayor razón a los antifinalistas que a
los biólogos quienes, objetivamente y sin prejuicios, confirman la
finalidad inmanente.
El huevo ofrece el tipo perfecto de un sistema impregnado de tal
finalidad. La observación revela que este sistema, una vez puesto en
marcha, conduce tras el desarrollo de fenómenos que se suceden en
cadena y según un orden constante a un producto invariable: el
embrión. Esta finalidad no implica la intervención ni de una
conciencia, ni aparentemente de trascendencia alguna.
Naturalmente, los procesos creadores, elaboradores,
diferenciadores, que presiden la ontogénesis exigen la puesta en
juego de una enorme información, residente en los ADN nuclear,
mitocondrial y citoplásmico, así como la intervención directa y activa
de la célula-germen total que actúa como transformador de energía y
sintetizador de protoplasma.
Entre la ontogénesis de un animal y la creación por parte del
hombre de una máquina existe una diferencia de naturaleza radical.
En la primera, la conciencia no interviene para nada. En el huevo la
topografía de los plasmas y la naturaleza de las partes constituyentes
son tales que determinan, una vez que el detonador (al
espermatozoide) ha dado la señal de partida, la secuencia de los
fenómenos o reacciones que trazan la ontogénesis sin que se
manifieste ninguna intervención "finalizante" extrínseca. El
mecanismo y los procesos que conducen a la formación del embrión
son intrínsecos. El biólogo, fuera de las reacciones químicas y de los
cambios de arquitectura subsiguientes, no observa nada, no registra
nada. Inspirado por el método analógico, se complace en comparar el
huevo con una máquina de concepción y construcción humanas, pero
su comparación no le enseña nada acerca de la enorme formación
que contiene el huevo, ni de la arquitectura maestra del dinamismo
del germen. Por esta razón empleamos los términos neutros de
finalidad de hecho; finalidad gracias a la cual se mantiene la vida, y
un ser reproduce a otro ser.
La naturaleza no dice: "Creo el huevo para perpetuar la especie",
como tampoco explica que "crea el ojo para ver", pero sin esta
declaración —que los antifinalistas exigen, sin decirlo explícitamente
— el huevo sigue asegurando la perpetuación de la especie, y los ojos
su visión. ¡Tápense los ojos y díganme si estos "productos del azar"
no sirven para nada!
Esta finalidad que consideramos no trascendente es en cierto
modo de uso interno: vale únicamente para el Universo biológico, al
que contribuye a separar del Macrocosmos, pero cuya finalidad propia
no queda excluida, como tampoco la de todo el Universo.
El Universo de la vida no escapa a las leyes que rigen los estados
materiales y las reacciones químicas, pero se le imponen nuevas
reglas. Al orden general se superpone el orden biológico. La
programación de las órdenes, o cibernética, contenida en el ser vivo
es tal que mantiene y desarrolla la vida5. No existe nada semejante
5 Las reacciones inmunitarias por las cuales el organismo se asegura la defensa contra los
parásitos y las sustancias que segregan son intensamente finalizadas. Los pequeños glóbulos
blancos, llamados linfocitos, "reconocen al enemigo" (los cuerpos proteicos o antígenos), en
busca de una información que, una vez adquirida, desencadenará las reacciones apropiadas
(fabricación de los anticuerpos, inhibidores y neutralizantes de los antígenos).
en el Macrocosmos de la materia inerte, y también esto lo separa del
Universo biológico.
Estructura celular, estructura de los órganos, estructura de los
organismos, fenómenos de desarrollo en cadena aparecen como
obedecedores de programas, de planes establecidos fijos e inscritos
en el patrimonio de la especie. En diferentes lugares de este libro
empleamos la palabra "arquitectura" para designar estructuras
organizadas, ordenadas, dispuestas según una regla fija. Quien dice
arquitectura piensa en plan. Noción ésta profundamente finalista, y
de ahí su descrédito entre los biólogos que, a pesar de ello, desde
ETIENNE GEOFFROY SAINT-HILAIRE, ¡hablan de unidad de composición de las
clases zoológicas y describen los planes de organización! Los
embriólogos han llegado a trazar mapas de supuestos esquemas de
la superficie de los huevos de cordados (vertebrados y precordados) y
de otros animales, y han obtenido Sus modificaciones al pasar de una
clase a otra.
El ser organizado únicamente manifiesta sus propiedades y vive
gracias a las relaciones que entabla con el medio ambiente. No es un
objeto simple, constituye un sistema complejo aunque unitario,
relacionado con el entorno y existiendo sólo en función de él.
Esta dependencia crea para el ser vivo una constante servidumbre
cuyo resultado más inmediato consiste en su acuerdo con las
condiciones externas. Este acuerdo recibe un nombre: adaptación, y
aparece tan pronto como una disposición anatómica, tan pronto como
una función ligada a la producción de un efecto, tan pronto como una
capacidad de regulación.
Su carácter teleológico es tan evidente que incluso los detractores
del finalismo lo reconocen. Pero niegan su cualidad, y la consideran
como una falsa apariencia. La adaptación, según su tesis, no sería
más que una imitación de la finalidad, el producto de un feliz y
frecuentísimo azar, de este azar que en su opinión combate al
finalismo como el agua bendita aleja a los demonios. Rechazan toda
idea de finalidad, con la energía del condenado que aparta de sus
labios la copa envenenada y mortal.
Para estos biólogos ni la evolución ni la adaptación surgidas de
mutaciones aleatorias pueden contener la menor huella de finalidad,
porque el azar no forma ningún designio y no alcanza ningún fin. Sus
hijas, las mutaciones, que de modo fortuito se manifiestan favorables
a los individuos y a la especie, son conservadas por la selección
natural y de la finalidad no tienen más que la apariencia.
Sería difícil presentar con más seguridad un razonamiento cuyas
premisas son fundamentalmente erróneas. Y esto es bien fácil de
demostrar.
La favorable al individuo —y en consecuencia a la especie— es lo
útil. Lo útil es lo que sirve, y aquél que pronuncia este término cae en
esa finalidad capciosa que tiende lazos que ni siquiera los espíritus
más sutiles llegan a evitar.
La tesis de la adaptación como fruto de la selección, tesis que se
pretende antifinalista, es en realidad finalista en grado sumo porque
postula que la evolución se opera para el máximo bien de los
individuos y de la especie. Si bien pretende demostrar que la
adaptación no es más que una manifestación vital seudoteleológica,
no deja de asignar un fin a la evolución y a todo lo vivo. Ya puede el
operador selectivo estar ciego, no por ello deja de alcanzar sus fines,
del mismo modo que la avispa trabaja para una progenie que no
conoce, que no verá nunca.
El término de "selección" disimula una finalidad real. "Se" selecciona
para obtener algo. Desde luego, cuando la naturaleza deja que muera
el mal adaptado lo hace en la mayor de las inconsciencias pero, a
pesar de ello, trabaja para el máximo bien de la especie. La doctrina
aleatoria cree que despoja a la naturaleza de su finalidad inmanente,
pero no advierte que le atribuye en forma implícita una finalidad
trascendente, al relacionar las causas últimas con la selección. De
hecho, lleva la finalidad a su extremo. En esta doctrina el principio de
la utilidad trasciende con mucho a todo el Universo biológico. ¡Se
revuelca en el caos de la metafísica pura! El supuesto antifinalista
llega lejos... Juguemos limpio y reconozcamos que la finalidad es la
mala hierba de la Ciencia: se extirpa de aquí, y nace allá con más
fuerza que nunca. Ya puede perder terreno en un campo, que lo
ganará en otro y con creces. Mejor que el Fénix y con mayor rapidez,
renace de sus cenizas.
Por los derroteros de la adaptación, por los de las regulaciones
estructurales o funcionales, vuelve sin cesar a la escena de las
discusiones biológicas.
La finalidad de hecho, tal como la comprobamos en todo ser vivo,
en todo sistema orgánico o bioquímico, no es una construcción del
espíritu; existe, y negarla es negar el propio hecho biológico.
El orden de la Naturaleza que nosotros descubrimos en pequeños
fragmentos y expresamos en leyes parciales es una realidad, como lo
es este mundo exterior sobre el que se afirma sin cesar el imperio del
hombre de Ciencia. Sin la existencia de un orden natural y de unas
leyes que lo expresen, sería imposible toda Ciencia. ¿Qué encontraría
el sabio en el caos del azar? Cualquier cosa, excepto leyes generales.
La dificultad última reside en el problema metafísico del significado
de este orden.
Cuando el arqueólogo descubre las ruinas de una ciudad hundida
bajo el mar o sepultada en la arena, cuando descifra grabados sobre
las paredes de una gruta, sabe qué grabados y ciudades son obra de
otros hombres. Cuando el sabio descubre las leyes y, en
consecuencia, el orden de la Naturaleza, se pregunta a veces qué
obrero ha concebido las primeras y trazado el segundo. Esta pregunta
es legítima en sí, pero pertenece al dominio de la metafísica y no al
de la ciencia. ¿Acaso no emana de una concepción antropomórfica del
mundo? ¿No será un falso problema, consecuencia de una
interpretación a través de nosotros mismos, de una realidad que
nuestro cerebro no es capaz de concebir? ¿No tocamos con ella los
límites de lo humano?
Ante esta incógnita el sabio se detiene, no por miedo, sino por
discreción. Consciente de su impotencia, abandonado como está a los
recursos de su razón únicamente, duda entonces de sí mismo.
Y sin embargo, el balance de sus trabajos no es en absoluto
despreciable, puesto que su investigación le lleva a pensar que el
universo de los seres vivos no es caótico y que la sumisión a leyes es
en él una regla a la que ningún ser organizado escapa.
***
***
8 En los sedimentos del cretácico superior y en el paleoceno inferior de Montana (EE. UU.) se
han encontrado algunos dientes con "caracteres de primates", para los cuales se creó el
género Purgatorius, que sería el más viejo de los primates. Pero ¿se trata realmente de un
primate? Conviene ser prudentes.
medio en América del Norte y en Europa vivían "promisios" con un
gran cerebro y ojos en posición frontal o casi frontal. Unos tienden
hacia el tipo társido (anaptomorfos, Necrolemur), otros hacia el tipo
lorisiforme. Los hay que no se parecen a ningún primate actual.
Un conjunto bastante importante de fósiles de estructura
compuesta, los adapideos, se clasifica entre los lemúridos de quienes,
innegablemente, poseen ciertos caracteres (región auditiva, ampolla
timpánica, posición de diversos orificios craneanos, dientes). Se les
atribuye el género Notharctus (norteamericano), del que se poseen
esqueletos enteros. El Notharctus osborni, del tamaño de una liebre,
se parecía en más de un rasgo a los lemúridos actuales. Sus molares
recuerdan por su relieve a los de los rumiantes, y denotan un régimen
vegetariano; la mano, por prolongación del cuarto dedo y diversas
particularidades del carpo, tiende hacia la estructura prensil aunque
los dedos y los metacarpianos siguen siendo cortos. El esqueleto de
los miembros hace suponer que el Notharctus era a la vez arborícola
y de marcha cuadrúpeda.
Los omomioideos, que se extienden por América, Europa y Asia,
poseen 36 dientes, fuertes incisivos, morales y premolares no
especializados. Su parentesco con los platirrinos fue admitido por
ciertos paleontólogos; pero apenas puede concederse crédito a esta
hipótesis, porque los pocos huesos de que se dispone no permiten
apoyarla sin ciertas reticencias9.
De la época siguiente, el Oligoceno, no se ha exhumado ningún
resto de lemúridos ni de társidos en América, Europa o Asia, por lo
que no se conoce ninguno de los descendientes de las seis familias
del Eoceno. Por otra parte, ¡no se encuentran huesos fósiles de tales
primates hasta el Cuaternario reciente de Madagascar! La laguna es
inmensa.
9 Indiquemos que los géneros Anagale y Anagalopsia, clasificados hace poco entre los
Tupaia, han sido después incluidos entre los demás insectívoros sin atribuirles una familia
precisa.
Los cinomorfos
***
13 El muy famoso Homo habilis, extraído del yacimiento de Olduvai y alrededor del cual se
creó una publicidad escandalosa, no es un hombre, sino un australopíteco, posiblemente un
Telanthropus. Va siendo ahora de no publicar en la prensa descubrimientos que no lo son y
que, al repetirse, desprestigian la paleontología. El género Telanthropus se creó para dos
fragmentos de mandíbulas y un fragmento de hocico encontrados en yacimientos de África
austral. Se trata de huesos bastante finos, y los dientes muy humanoides acentúan la
tendencia a la hominización. Lo que sí parece seguro es que se trata de un australopitécido.
14 Con el deseo inconfesado de atribuir al hombre mayor antigüedad y un origen de tipo
excepcional, ocurre que determinados biólogos (Ernest Mayr sobre todo) hacen del
pitecántropo un hombre que denominan Homo erectus. Tal forma de actuar es totalmente
injustificada. Si se aplicase a las aves, estudiadas por Mayr, todos los fringílidos, por ejemplo,
pertenecerían al mismo género Fringilla, lo que es absurdo. Ahora bien, los caracteres
anatómicos que diferencian a los diversos géneros de fringílidos tienen mucha menor
amplitud que los que separan al hombre de los australopitécidos y pitecantrópidos. Adiós
lógica y adiós ciencia cuando la pasión las domina.
seguro que estas nuevas atribuciones tengan una base en todos los
casos, pero los más recientes hallazgos son favorables a ellas.
La especie más antigua es el pitecántropo de Modjokerto (Java)
(Pithecanthropus modjokertensis), asociado a una fauna rica en
mamíferos hoy desaparecida. Parece ser que también vivió en África;
pero los huesos encontrados en Olduvai y que se le atribuyeron han
sido interpretados de modos tan diversos que no sabemos a qué
atenernos. En cambio, el Atlanthropus mauritanicus es seguramente
un verdadero pitecantrópido.
El pitecántropo erecto (Pithecanthropus erectus), primero en ser
descubierto, vivió en Java y China (Sinanthropus).
Los verdaderos pitecantrópidos (los de Java y Chu-Ku-Tien), de talla
media y posición vertical, vivieron en el Pleistoceno medio hace
aproximadamente 500.000 años, y su linaje duró 350.000 años.
El cráneo de los adultos, bajo, largo y estrecho, tiene una
capacidad que se sitúa entre 775 cc. y 1.200 cc. Esta gran variación
expresa probablemente la pertenencia a niveles evolutivos distintos.
La cara presenta un prognatismo acentuado. La mandíbula es
voluminosa, a menudo con un borde central engrosado; su sínfisis,
muy huidiza, no preludia ningún mentón. El arco dentario es
intermedio entre la U del simio y la V humana. Los caracteres
simiescos de los dientes son más acentuados que en los
australopitécidos: los caninos, muy robustos, sobresalen por encima
de la superficie oclusiva de los premolares. El encéfalo es de tipo
francamente humano.
A lo largo de su historia, los pitecantrópidos no cesaron de
evolucionar. Los sinántropos de Pekín poseen una capacidad
craneana que alcanza por término medio los 940 cc., mientras que la
de los pitecántropos de Java no sobrepasa los 850 cc. Esta diferencia,
aunque significativa, no tiene la importancia que se le atribuía antes.
La industria de los pitecantrópidos no evolucionó uniformemente
en el área de repartición de estos primates. En el yacimiento chino de
Chu-Ku-Tien no supera el estadio de los cantos rodados tallados; la
talla del sílex o de otras piedras aparece vacilante, y poco hábil,
aunque presenta útiles que recuerdan a raederas y lascas; se lleva a
cabo a golpes tanto pequeños como grandes. El hueso de Chu-Ku-
Tien fue utilizado y vagamente tallado tras haber sido quemado. En
África, la industria marcó una tendencia a fabricar "hachas de mano"
talladas por sus dos caras.
Nuestros conocimientos acerca del paso de los pitecantrópidos al
hombre son todavía muy vagos. Según la hipótesis clásica, el
pitecántropo se transformó en un Homo del tipo de neardental que, a
su vez, pasó a Homo sapiens. Parece ser que los hechos fueron más
complejos, sobre todo cuando se traza un paralelo entre las industrias
líticas y los huesos de los homínidos.
A juzgar por las apariencias, las "hachas de mano" y otras piedras
talladas encontradas junto a los huesos de los pitecantrópidos, en los
yacimientos chelenses y achelenses (sensu lato) de África y Asia, son
propiamente obra de estos primates. Nada se sabe acerca del autor
de las piezas extraídas de los yacimientos europeos pertenecientes a
las mismas épocas15 (la "mandíbula de Mauer", a 10 km. de
Heildelberg, atribuida a un pitecantrópido, no estaba acompañada de
ninguna piedra tallada)16.
La tercera ola de homínidos fósiles la constituyeron los
neandertalienses. Aparecieron hace aproximadamente 100.000 años
17 Entendemos por raza toda población dotada, en mayor o menor grado, de genes que le
son propios y que se han diferenciado por mutaciones. Los caracteres mutados se refieren a
la anatomía (color de la piel, cabellos, forma de la hendidura palpebral, color del iris y
cráneo...), la composición química (grupo sanguíneo, hemoglobina, proteínas diversas) y
probablemente a las funciones (hipersurrenalismo de las razas negras, por ejemplo).
con los negroides típicos parece indudable. Las estatuillas de
Lespugue, Brasempouy, Grimaldi y Moravia parecen representar
mujeres negroides, pero queda cierta duda porque la única cuyo
rostro está representado (Lespugue) tiene rasgos más mongoloides
que negroides.
La raza de Cro-Magnon pertenece al Auriñacense más reciente. Su
área geográfica ha sido grande; cubría Europa y África del norte. Se
componía de individuos robustos de gran tamaño (1,72 a 1,80 m.) con
un poderoso cráneo de sección pentagonal, con "moño" y de cara
ancha. Se estima que dejaron supervivientes en Europa y en Kabylia.
Los guanches, que poblaban las islas Canarias y a quienes la
colonización española hizo desaparecer, serían descendientes. La
raza de Cro-Magnon pertenecía al tipo europeo.
La raza de Chancelade data del Magdaleniense (edad del Renne);
estaba formada por hombres de pequeño tamaño (1,60 m.), con
cráneo dolicocéfalo, frente alta, cara alta y órbitas elevadas. Su
aspecto no se parecía en nada al de los Cro-Magnon. Sus analogías
con la gran raza mongoloide actual, según los antropólogos
contemporáneos, serían superficiales y sin relación con una
parentesco directo. Es algo que está por comprobar.
Los esqueletos humanos encontrados en las tierras amarillas de la
cueva superior de Chu-Ku-Tien, no lejos de Pekín, ofrecen una mezcla
de caracteres de Cro-Magnon, melanesios y esquimales.
Apenas anuncian la gran raza mongoloide que, sin embargo, en el
Neolítico se manifiesta con todos sus caracteres.
En África del norte vivió a finales del Pleistoceno un hombre de
gran tamaño, mesocéfalo, de fuertes arcos supraciliares, que muy
posiblemente pertenecía a la gran raza europea.
A pesar de su diversidad, los Homo sapiens fósiles poseen un fondo
tal de caracteres comunes que no es posible ni atribuirles orígenes
distintos ni considerarlos como especies diferentes.
No hay peligro de equivocarse concediendo un papel importante al
mestizaje en la formación de las subrazas. Siempre que las grandes
razas europea, negroide y mongoloide entraron en contacto, se
hibridaron; y la presencia entre los "blancos" de caracteres
mongoloides o negroides no es ni mucho menos un hecho fortuito,
sino la expresión de genes que permanecían recesivos en los
genotipos anteriores. ¿No acaban de encontrarse genes mongoloides
en negros que habitan en América del norte? La raza pura no es más
que una impresión subjetiva. En la actualidad ya no existe, si es que
alguna vez ha existido. Todos los hombres son híbridos de varias
razas, pero en diversos grados.
Se dice que el mestizaje es tan frecuente que la humanidad se va
uniformando, y dentro de pocos siglos la tierra estará poblada por un
solo tipo.
Nada permite afirmar que esta uniformización se producirá. Por
otra parte, puede haber reglamentos o leyes que se opongan a ella.
Es posible que grandes países como China y Rusia europea, si siguen
siendo totalitarios, prohíban a sus ciudadanos que se mesticen
libremente. Las grandes razas conservarán probablemente sus
características para mayor bien de la humanidad.
La uniformización de la especie humana no es deseable por
muchas razones. La "raciación" favorece la diversidad de
inteligencias, de costumbres, de formas de pensar: artes, ciencias,
técnicas, obtienen de ella un provecho cierto. La uniformidad
engendra la repugnancia y el aburrimiento, dos malos consejeros; es
un signo de pobreza.
La pureza racial, llevada lejos, pone al animal en estado de
inferioridad, porque los efectos de los genes desfavorables no están
contrarrestados por los de los buenos. Los estudios más recientes lo
confirman. Pero en el hombre, no es de temer tal peligro porque la
"raza pura" es en él muy relativa y rarísima.
Los caracteres raciales, al menos los visibles, parecen desprovistos
—o casi— de valor adaptativo. Según algunos genetistas, pueden
considerarse como neutros. La prueba está en que en ciertos países
como Brasil, Méjico y Estados Unidos de América, individuos blancos,
de color y mestizos viven bajo el mismo clima sin que haya una
eliminación o una reducción numérica notable de una de estas
categorías, debido a una acción selectiva del medio. En Australia y en
América del Sur, los "indígenas", a pesar de su "adaptación" al clima,
ceden en todas partes terreno a los recién llegados, psicológica y
materialmente mejor armados que ellos.
No obstante, en el caso de la raza negroide la fuerte densidad de
las glándulas sudoríparas y la pigmentación negra que detiene los
rayos luminosos y ultravioletas pueden considerarse favorecedores
de la vida en los climas tórridos.
Los nómadas del Sahara y de la Arabia pedregosa tienen
caracteres que, según se dice, traducen una adaptación al desierto.
La repartición más uniforme de sus glándulas sudoríparas permite
una evaporación más completa del agua, lo que no ocurre en los
blancos ni en los negros, cuyo abundante sudor chorrea. En cuanto a
la pretendida anatomía longilínea favorable a la pérdida del calor por
extensión de la superficie corporal, no depende sólo de la raza,
debiéndose sobre todo a la escasez de alimentos a que están
sometidos, en mayor o menor grado, los pueblos del desierto. Sin
embargo, es exacto que los hombres que viven en las llanuras
desérticas y en las sabanas son de mayor talla que los que viven en
las regiones de bosque o selva.
Se cita también como carácter racial útil la calidad de las
hemoglobinas, de la que depende la resistencia al paludismo
provocada por un Plasmodium que vive en los glóbulos rojos. Los
individuos portadores de una hemoglobina modificada a consecuencia
de una mutación (descrita con el nombre de hemoglobina S), cuya
naturaleza química se conoce, están localizados fundamentalmente
en África septentrional. Esta mutación se acompaña de una
deformación de los glóbulos rojos, que adquieren un aspecto
falciforme (drepanocitosis). Ahora bien, la presencia en un mismo
individuo (AS) de la hemoglobina normal A y de la hemoglobina
mutante S parece conferirle una fuerte resistencia al paludismo. Los
genotipos SS o AA (hemoglobina normal) resisten mal, o nada, los
ataques de los Plasmodium que utilizan la hemoglobina para
alimentarse.
Así, en determinadas circunstancias, caracteres incluso
desfavorables confieren a sus portadores una ventaja sobre los
demás miembros de la población. Pero la gran mayoría de las
mutaciones visibles se refiere a anomalías fuertemente letales. La
lista de las enfermedades hereditarias que provocan se alarga a
medida que nuestro conocimiento de la genética humana progresa.
Actualmente existen genéticos que mantienen que las mutaciones
neutras (ni buenas ni malas para el organismo que las sufre) son
numerosas, y que probablemente constituyen el origen de
innumerables caracteres raciales.
Como quiera que sea, las mutaciones creadoras de las grandes
razas no han aparecido en un orden determinado. De su estudio no se
desprende la impresión de que el hombre actual manifieste ninguna
tendencia evolutiva hacia un nuevo tipo de organización. Como
mucho, se observa que existe una débil correlación entre algunos de
los caracteres mutados, no porque sus genes —o cistrones— sean
portados a veces por los mismos cromosomas, sino porque estos
genes intervienen en un mismo tipo de adaptación: por ejemplo, en
los negroides la presencia simultánea en la piel de una protección de
pigmento negro, la melanina, y de innumerables glándulas
sudoríparas, favorece la termorregulación.
Los caracteres raciales, cualquiera que sea su importancia, no se
salen del marco de la especie, cuya unidad resalta por el estudio
tanto de los hombres actuales como de los hombres fósiles. El
monofiletismo del hombre es prácticamente una certeza: los hechos
conocidos hablan en su favor. Los hombres, a pesar de las razas, son
hermanos y no primos18.
La evolución del hombre, tanto orgánica como psicológica y social,
tal como se conoce hoy en día no puede concebirse con las
variaciones aleatorias como único material. Las secuencias de
variaciones armónicas no casan bien ni con el azar ni con una
probabilidad tan débil que equivale a una imposibilidad. Tenemos la
convicción de que la evolución del cerebro humano (que, si tomamos
como punto de partida el género Paraustralopithecus, tiempo muy
corto a escala geológica, se ha desarrollado en dos millones de años
abarcando poblaciones muy pequeñas) no es de ningún modo el
resultado de azares que se han sumado y armonizado,
manifestándose en el momento oportuno. La improbabilidad de tal
génesis es tan enorme que la tesis que explica el hombre por lo
fortuito resulta absurda.
Nuestras críticas acaban de recibir un gran apoyo; procede de
estudiosos interesados en la biología molecular que, aunque
defensores del neodarwinismo, demuestran con el estudio de las
variaciones intramoleculares del ADN y de sus modalidades que los
genes neutros determinantes de caracteres que no dan pie a la
selección natural son numerosos, y que el azar como único padre de
las mutaciones no puede servir de base al proceso evolutivo. Sus
investigaciones son demasiado técnicas como para ser expuestas
aquí; pero nos han parecido dignas de ser tomadas en cuenta.
La teoría aleatoria en su origen es la de la variación de lo
preexistente. No tiene en cuenta verdaderas innovaciones ligadas a
la creación de genes nuevos, la cual puede depender de mecanismos
moleculares muy otros que los de la mutación.
Recordemos también que la producción aleatoria de los mutantes
es un fenómeno continuo, mientras que la evolución es
eminentemente discontinua. Se trata aquí de un hecho y no de una
18 Sin embargo, sigue en pie la hipótesis de una doble filiación, una a partir del hombre de
Neandertal y la otra a partir del Homo sapiens fossilis; pero la conexión de un
"neandertaliense" con la raza australoide puede ser cualquier cosa menos cierta.
suposición. Y si las mutaciones poseen la virtud evolutiva que se les
otorga, ¿por qué entonces las bacterias que vienen mutando hace un
millar y medio de años siguen siendo bacterias en 1970?
A nivel de la célula (salvo para la distribución aleatoria de los
genes durante la meiosis, la fecundación y la génesis de las
mutaciones), la obediencia a leyes fisicoquímicas y el respeto de una
organización constante son reglas jamás transgredidas; de lo
contrario, el organismo muere. El orden reina en el seno de los
elementos que constituyen los seres vivos, tanto a nivel de la
macrocélula como del electrón. Las acciones diastásicas, el desarrollo
de los grandes ciclos vitales, deben ser constantes, porque de lo
contrario el mecanismo sufre desarreglos que significan la muerte.
La facultad que poseen los seres vivos para adaptarse a las
circunstancias no se ejerce como violación de la ley. Todo lo
contrario. La célula, el organismo, llevan en sí medios (enzimas,
sustancias de reserva, etc.) que entran en juego cuando el equilibrio
químico está comprometido. El seguro contra un siniestro no se
opone a la ley. Es un antiazar, una prevención contra los gajes de la
existencia.
***
Fue LINNEO el primero que clasificó al hombre entre los primates. Sus
razones eran buenas; hoy en día, bajo el peso de los conocimientos
adquiridos, parecen evidentes, irrefutables. El plan anatómico se
presenta igual en sus líneas generales en el hombre y en los
antropoides.
Si bien pertenecen a dos linajes distintos surgidos de un
antepasado común muy lejano, han seguido vías paralelas, pero de
distinta longitud. Así, la comparación de sus estructuras, sus
funciones y su comportamiento no carece de sentido y ayuda en
pequeña medida a comprender el pasado del hombre; pero no
conviene llevarla muy lejos, porque corre el riesgo de inducir a error,
sobre todo cuando se refiere a las facultades psíquicas que
seguramente no se desarrollaron de la misma forma cualitativa ni
cuantitativa en ambos linajes.
Se recordará que los antropoides eran ya en el Mioceno medio,
hace unos 10-12 millones de años, lo que son en la actualidad. Los
Dryopithecus, ampliamente extendidos en África y Eurasia,
anunciaban a los gorilas y chimpancés. La comparación más
instructiva debería hacerse entre los póngidos (Dryopithecus,
chimpancé y gorila) y los autralopitécidos, que corporalmente se
encuentran más o menos en el mismo estadio evolutivo pero son
mucho más jóvenes; el australopiteco más antiguo
(Paraustralopíthecus) no sobrepasa apenas los 2.000.000 años:
Repetimos que la hominización no ha sido un fenómeno brusco,
súbito; es el resultado de una evolución progresiva, de la que
conocemos fundamentalmente los últimos estadios y que
anatómicamente quizás haya terminado.
***
En lo que se refiere a su cuerpo, el hombre es un primate
indiscutible. Comparte numerosos caracteres con los simios. Su plan
anatómico difiere poco del de los simios, en líneas generales.
Nunca se repetirá demasiado que la anatomía y la fisiología
humanas han escapado a la especialización, y que los homínidos
jamás se fijaron a un hábitat determinado ni se plegaron a una línea
de conducta particular. Evitaron la selva, que impone una
especialización corporal ligada a la capacidad para trepar20. El caso
del oreopiteco demuestra según parece que el medio selvático no fue
favorable al hombre, conduciendo al pequeño linaje de homínidos
braquiadores a un completo fracaso.
La morfología y la biomecánica humanas están marcadas por la
posición vertical y la marcha bípeda. Al calificar al hombre de animal
vertical se pone de relieve su particularidad más evidente, pero no
obstante la bipedia no le es propia puesto que las aves la practican y
algunas de ellas, por ejemplo los pájaros bobos, se mantienen
constante y perfectamente verticales (corren e incluso incuban en
esta posición). Pero entre los mamíferos es el hombre el único en
mantenerse en pie durante el reposo, la marcha y la carrera.
Bípedo cuando está sentado, sus miembros anteriores tienen
entonces como función el ser prensores y no portadores; cuadrúpedo
cuando camina, cuadrúmano cuando trepa, así es el momo a lo largo
de sus actividades. Sentado, mantiene el torso vertical, pero su
columna vertebral describe una sola curvatura de convexidad
posterior, y reposa sobre sus nalgas; esta posición le es muy habitual
e implica un conjunto de disposiciones anatómicas que entran en
juego tanto en actitud erguida como en posición bípeda. Los monos
han llevado así la evolución hasta la posición sedente erguida, sin
20 La selva, medio cerrado, es hostil al hombre. Son raras las poblaciones que la habitan y
viven en ella; apenas se pueden citar más que los pigmeos africanos y algunos indios del
Amazonas. No es compatible ni con la ganadería ni con la agricultura; en ella el hombre sólo
puede alimentarse por medio de la caza y la recolección. Con frecuencia, las poblaciones que
se describen como selváticas no lo son en realidad. Viven en los límites de la selva, a la que
destruyen para practicar la agricultura y la domesticación de animales.
dejar de conservar la locomoción cuadrúpeda. En cuanto al hombre,
permanece bípedo en todas las circunstancias, y lo que es notable,
también al trepar, actitud ésta en la que los pies le proporcionan dos
puntos de apoyo realmente mediocres.
La bipedia constante es posible gracias a adaptaciones del
esqueleto y de la musculatura de los miembros, y a determinadas
órdenes nerviosas.
El desplazamiento hacia adelante y bajo el cráneo del foramen
occipital y de las dos caras articulares que lo flanquean sitúan el
centro de gravedad de la cabeza aproximadamente sobre el eje de
las vértebras cervicales. Así, en posición erguida la cabeza se
encuentra en equilibrio sobre el cuello; basta un débil esfuerzo
muscular para mantenerla, y su eje anteroposterior forma con la
columna vertebral un ángulo recto, mientras que tal ángulo es agudo
en los antropoides.
Todo ocurre como si, en el curso del desarrollo embrionario, el
huevo occipital girase alrededor del eje transversal uniendo los
centros de los dos canales semicirculares horizontales. De este modo,
de una posición casi vertical, el foramen occipital pasa a una posición
prácticamente horizontal. La "corteza" del hueso occipital aumenta
considerablemente, forma engranaje con los huesos parietales y
"empuja" la parte antigua del hueso hacia adelante, y de ahí la
migración del foramen occipital que, en resumen, efectúa una
rotación alrededor del mencionado eje.
La pelvis humana se ensancha enormemente por abajo, como
aplastada por el peso de las vísceras abdominales y como empujada
hacia afuera por los poderosos músculos glúteos que se insertan en
ella. La columna vertebral dibuja curvaturas, ausentes en los simios,
que oponen al peso una resistencia máxima con un mínimo de
materia ósea.
Los miembros posteriores son mucho más largos que los
anteriores, condición esta inversa a la de los antropoides. La
prolongación afecta al muslo y a la pierna. El pie se convierte
exclusivamente en un órgano de sustentación; el calcáneo (hueso del
talón, sustentaculum tali) sobresale en él más que en los demás
simios. En el hombre, la cara articular del astrágalo con la tibia se
vuelve francamente hacia arriba, mientras que es oblicua en los
simios. El pie humano se apoya en el suelo por el talón y los extremos
anteriores de los metatarsianos, y su planta forma una bóveda; el de
los antropomorfos póngidos se aplica sobre el soporte por su borde
externo y su palma, que es plana, forma un ángulo agudo con el
plano horizontal. Esta oblicuidad y el apoyo marginal están en
relación con la capacidad para trepar.
El pie del simio es casi tan prensil como la mano, el dedo gordo del
pie puede separarse de los demás dedos y oponerse a ellos, pero sin
girar en su articulación con el carpo; en reposo, es paralelo a ellos. El
pie humano es el de un ser que anda, y presenta sus particularidades
ya en el recién nacido.
La bipedia, aunque característica del hombre, no es
fundamentalmente innata. Sin duda nuestra conformación se presta a
ella, y extraordinariamente bien, pero todavía es preciso que se nos
enseñe a mantenernos en pie, a andar sobre nuestras dos piernas y
no a cuatro patas.
Cuando el niño tiene alrededor de doce meses intenta enderezarse,
mantenerse en pie aferrándose a un soporte; el borde de su cuna, la
reja del parque en que está encerrado, etc. Pero cuando desea
desplazarse anda a cuatro patas.
Una porción pequeña pero no despreciable de niños pequeños
andan durante mucho tiempo en posición cuadrúpeda; se apoyan
sobre la palma de las manos o sobre la cara externa de las
falanginas, con los dedos doblados. Mantienen la rodilla flexionada y a
ras de suelo; los pies, rígidos, únicamente se apoyan en el suelo por
los dedos y los extremos de los metatarsianos. Estos niños no sufren
taras físicas ni psíquicas; por otra parte, aprenden a andar en posición
bípeda sin especial dificultad. Algunos de ellos practican durante un
tiempo bastante largo la bipedia o la cuadrupedia, indistintamente. La
marcha cuadrúpeda es la de los niños encerrados y abandonados sin
educación. Los niños-lobos, cuyo estado normal niegan numerosos
psicólogos, andan a cuatro patas.
Desde luego, el hombre posee una anatomía que le facilita la
marcha bípeda: así, la extensión del muslo en sentido vertical
únicamente es completa en él; no en el mono. En los miembros
inferiores la musculatura, las articulaciones, las inserciones
tendíneas, sin ser profundamente distintas a las de los
antropomorfos, presentan disposición favorables a la marcha bípeda.
La musculatura glútea, que existe muy desarrollada desde el
nacimiento, juega un importante papel en el enderezamiento del
cuerpo, y supera en potencia a la de los monos.
La posición vertical y la marcha bípeda colocan al hombre en una
situación inestable en cuanto a la gravedad. En todo momento corre
el riesgo de perder el equilibrio, que únicamente mantiene gracias a
la constante intervención de su sistema nervioso y de sus músculos.
La posición vertical pone al sistema nervioso en continuo estado de
alerta. Este recibe mensajes que le transmiten el oído interno (órgano
del equilibrio) y los receptores cinestésicos (relativos a los músculos y
tendones) y, automáticamente, en función de las informaciones,
ordena los movimientos que aseguran o restablecen el equilibrio.
La adquisición de los receptores de equilibrio de las órdenes
nerviosas ha exigido una evolución compleja y armónica que incluyó
simultáneamente al esqueleto, los músculos, las articulaciones, los
órganos sensoriales (vista, laberinto, canales semicirculares) y al
sistema nervioso central.
Sin embargo, a un examen más profundo, la adaptación del
hombre a la marcha bípeda aparece imperfecta en muchos aspectos.
Prueba de ello son los desarreglos que provoca en los órganos.
Veamos algunos: frecuencia de las hernias de disco de la cuarta y
quinta vértebras lumbares y de la primera sacra, débil resistencia al
aplastamiento de la bóveda plantar (pies planos), debilidad de la
pared abdominal (hernias crurales e inguinales), fijación imperfecta
de los riñones y el útero (nefroptosis, prolapso uterino)...
Por último, la posición vertical del cuerpo se opone al equilibrio
hidrostático de los humores (linfa, sangre, orina, líquido intersticial,
contenido estomacal), y las disposiciones anatómicas compensan de
modo imperfecto el trastorno que aquella provoca. Las venas que
devuelven al corazón la sangre de los miembros inferiores están
provistas de paredes que resisten mal la presión sanguínea, y de ahí
la gran frecuencia de varices; la posición viciada de la próstata con
respecto a la vejiga urinaria favorece la formación de un callejón sin
salida vesical que no se vacía con la micción, en caso de hipertrofia
de la glándula...
Esta patología no se presenta prácticamente en los monos; es la
contrapartida de una posición propia del hombre.
Todo invita a pensar que la adaptación estructural a la marcha
bípeda en posición vertical es de adquisición muy reciente, estando
parcialmente inscrita en el código genético de la especie. Las
primeras señales de la marcha bípeda se revelaron sobre el esqueleto
de los miembros posteriores del Australopithecus boisei que vivía en
África, hace poco más de un millón de años, lo que no es mucho
teniendo en cuenta la duración de la evolución biológica; pero es
posible que el Paraustralopithecus, mucho más antiguo, fuese ya
bípedo. En cuanto al sistema nervioso, parece perfectamente
adecuado para regir la marcha bípeda. Su evolución llegó más lejos
que la del esqueleto y la de la musculatura.
Con la costumbre, la posición erecta y la marcha bípeda se
convierte rápidamente en las normas del hombre; mientras que la
marcha cuadrúpeda cae en el olvido.
Al no ser la posición bípeda innata en el hombre actual, es lógico
deducir que tampoco lo era en los australopitecos y pitecántropos,
quienes también tendrían que enseñarla a sus pequeños. Sólo pudo
desarrollarse en el seno de una sociedad, o como mucho en el seno
de familias que conservasen a sus crías largo tiempo entre ellas.
***
***
21 En el seno de la especie humana el aumento de tamaño del cerebro se debe más a los
crecimientos de volumen de las células nerviosas o neuronas, de sus terminaciones
dendríticas, de las células de sustitución o neurogliales, que al aumento del número de
neuronas. La densidad de las neuronas desciende a medida que aumenta el volumen del
cerebro: un hombre de gran encéfalo no tiene probablemente mayor número de células
Por otra parte, no hay que conceder demasiada importancia al
volumen del cerebro. Así, el capuchino (Cebus capucinus), mono de
América del Sur de regulares dimensiones, es un imitador muy
diestro: he observado uno que, con una habilidad consumada, rompía
nueces y avellanas con ayuda de un guijarro sujeto con la mano; Las
colocaba sobre una piedra plana que había calzado para que se
mantuviese horizontal, y partía las cáscaras dando un golpe seco. El
cerebro del Cebus es más pequeño que el de un babuino (Papio) o el
de un cercopiteco (Cercopithecus nictitans, por ejemplo). Hasta cierto
punto, la calidad y disposición de las neuronas prevalece sobre la
cantidad.
Por otra parte, ¿por qué un cerebro de pequeño tamaño pero
convenientemente estructurado no habría de dar a su poseedor
inteligencia y facultad de invención? Parece preciso un número
mínimo de neuronas para que se manifiesten determinadas
funciones; pero no es necesariamente muy elevado: recordemos que
los australopitecos, a pesar de su pequeño cerebro (505 cc. por
término medio de capacidad craneana), tallaron probablemente el
hueso y la piedra (industria del guijarro).
Esta interpretación, que tiene todas las posibilidades de ser exacta,
conduce a admitir que un primate cuyo cerebro era apenas más
grueso que el de un gorila e inferior a la mitad del cerebro humano
normal más pequeño, demostraba una inteligencia práctica al
fabricar utensilios.
Las cualidades psíquicas del hombre no son seguramente el
resultado de una brusca mutación orgánica, sino el término de una
lenta evolución, que se remonta lejos en el pasado y está marcada
por la adquisición de nuevas partes y por el perfeccionamiento de las
***
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***
22 Las observaciones sobre los gorilas, y más aún sobre los chimpancés, se han llevado a
cabo en animales que viven en reservas protegidas en las que con frecuencia ven al hombre,
con quien, de este modo, se familiarizan.
Para nuestro propósito es importante medir la porción de innato y
de adquirido en el comportamiento de los simios, sobre todo de los
antropoides.
En algunos casos estamos seguros de que interviene lo innato.
Hemos visto construir nidos en los árboles por jóvenes chimpancés de
3 a 5 años de edad que habían sido separados de sus madres, unos
cuando todavía mamaban y otros cuando acababan de ser
destetados. Un gorila en período de destete, comprado a africanos
que lo habían recogido sobre el cuerpo de su madre a quien
acababan de matar a tiros de fusil, fue llevado, al cumplir los 3 años y
medio, a un islote, donde vivió en compañía de chimpancés; este
animal trazó con nitidez un nido sobre el suelo, en un sotobosque
poco espeso con arbustos y hierbas; asimismo, anidó en un árbol.
El miedo, más propiamente el terror, que la vista de una serpiente
inspira al gorila nos pareció innato; lo manifestaron jóvenes de 2 a 6
años que habían sido separados de sus madres cuando todavía
mamaban o poco después de ser destetados y que, durante su
educación, no habían tenido ningún contacto con un reptil.
En cambio, el acto copulatorio posiblemente no sea igual de innato;
se ha observado que jóvenes chimpancés cautivos sin experiencia
sexual anterior no eran capaces de copular con éxito.
Desgraciadamente, su conducta no se sometió a un análisis preciso.
Nuestros jóvenes chimpancés, libres en una isla, se dirigían a la
orilla del río, se lavaban en él las manos, los pies y la cara y se
frotaban enérgicamente los dientes con sus dedos mojados. A
continuación se lamían para secarse. ¿Se trata de actividades
innatas? Es posible, pero no me atrevo a afirmarlo; unos obreros
solían lavarse en una fuente que, desde su recinto, podían ver los
jóvenes chimpancés. No debe excluirse la posibilidad de una
imitación basada en recuerdos.
Esta facultad, que ocupa un puesto tan importante en la vida de los
simios superiores, ha impresionado la imaginación del vulgo hasta el
punto de que se ha creado el verbo "monear" en el sentido de imitar,
remedar, con la inferioridad que tiene el mono al imitar al hombre.
Muy atentos, extremadamente curiosos23, los cinomorfos y
antropoides están siempre dispuestos a interesarse en todo aquello
que es nuevo en su campo de percepción, y a repetir los actos que
ven ejecutar.
La imitación se basa en el aprendizaje, pero no es impuesta por un
domador y se realiza sin motivación. Se basta a sí misma y con
frecuencia el animal se dedica a ella por placer; caracteriza la
conducta del mono. Aunque estudiada por diversos zoopsicólogos,
sigue siendo mal conocida. La mayoría de los libros dedicados al
estudio de los monos, y son muy numerosos, la mencionan de
pasada. Para demostrar su importancia relataré una observación
relativa a Arthur, un gorila de 5 años y medio de edad. Este animal se
mantenía en una cautividad a medias: lo soltaban todas las tardes en
el campus de la Misión biológica de Gabón. Un día, tan pronto como
me vio entrar en el comedor, vino hacia mí apresuradamente, entró
en la sala y me espió. Abrí delante de él el frigorífico, cogí una botella
de cerveza y vertí su contenido en un vaso, bebiéndolo después.
Como quería apoderarse del vaso, le obligué a salir de la habitación;
no se decidió a obedecer hasta que le presenté un tarro con una
serpiente en su interior, lo que le aterrorizó.
Al día siguiente, por casualidad, sorprendí a Arthur entrando en el
comedor. Con precaución, sin ser visto por él, me situé de modo que
podía seguir sus acciones y gestos. Se acercó al frigorífico, agarró
decididamente el tirador, abrió la puerta y se apoderó de una botella
de cerveza pero, al no poseer el utensilio que le permitiese abrirla,
trató de romper el cuello de la botella entre los dientes. Entonces
***
Hace menos de quince años los biólogos tenían por idénticos a los
ciclos sexuales de los cinomorfos y del hombre. Desde la pubertad a
la senilidad, el macho elabora constantemente esperma y se muestra
capaz de fecundar a las hembras en estado propicio. Estas pasan por
un ciclo que regulan las hormonas segregadas por el ovario, bajo el
control del hipotálamo y de la hipófisis, y que comprende tres fases:
una, el proestro (antes del celo) en el curso de la cual el óvulo o los
óvulos se desprenden del ovario bajo el impulso químico del
hipotálamo y de la hipófisis; la segunda, el estro (o celo); la tercera, el
metaestro (después del celo)26. Al final de esta tercera fase el
revestimiento interno del útero o matriz se desintegra; como
resultado se produce una hemorragia más o menos fuerte: las reglas.
El período de "calor" o celo, tiene una duración que varía según las
especies entre 2 y 9 días; corresponde al período de fecundidad. En
diversas hembras de mono, entre los cuales se sitúa el chimpancé,
durante el celo la piel que rodea la vulva y el ano se hincha y
adquiere un color intenso (piel sexual); una vez terminado el celo
recupera su aspecto vulgar. El ciclo sexual dura unos 30 días, con una
variación de 2 a 5 días según las especies; 28 días en la mujer y la
hembra del macaco japonés; 35 días en la del chimpancé.
Teóricamente, los ciclos estruales se repiten sin interrupción a lo
largo de todo el año. Algunos biólogos atribuirán a esta continuidad
26 Si el óvulo es fecundado varía el ciclo hormonal; el útero y los anejos fetales se disponen
para suministrar al embrión o al feto la protección y los alimentos que le son indispensables.
El ovario adquiere una glándula endocrina temporal, el cuerpo amarillo de gestación, cuya
hormona asegura el mantenimiento de la gestión.
de la actividad sexual, tanto masculina como femenina, la formación
de sociedades permanentes, confundiendo fenómenos sexuales y
fenómenos sociales, que se deben a determinismos diferentes. Es
una gran equivocación.
Las hembras de los monos en celo aceptan a los machos y, con
mucha frecuencia, los provocan con actitudes o carantoñas.
En la mujer, las influencias psicológicas del ciclo sexual son poco
importantes aunque reales, y normalmente pasan desapercibidas. La
sexualidad del hombre y de la mujer está sujeta a acciones
hormonales aparte de otras; este tema se trata en otro lugar.
La sexualidad de los monos que viven en libertad en su medio
natural difiere enormemente de la de los animales cautivos. Aparece
el carácter estacionario de la reproducción. Así, los nacimientos en el
macaco japonés (Macaca fuscata) se producen de marzo a agosto,
porque las copulaciones completas solamente tienen lugar en el
período que se extiende de octubre a abril. La actividad sexual
alcanza un máximo entre enero y febrero. Fenómenos del mismo tipo,
con desfases estacionarios más o menos fuertes y duraciones
variables de inactividad sexual, se observan en el Macaca radiata, el
mono rhesus (Macaca mullata), el langur (Presbytis entellus), y el
Miopithecus talapoin. A grosso modo, parece que el ciclo reproductor
está ligado a la alternancia estación seca-estación húmeda. Las
alteraciones de los ciclos estruales durante las fases de continencia
sólo se conocen aproximadamente, tanto en el macho como en la
hembra.
Entre los hechos recientemente descubiertos, resaltaremos que
cuando los monos no sufren los efectos perniciosos de la cautividad
manifiestan una sexualidad temporal y moderada, sin los excesos
eróticos a los que se entregan los residentes en los zoos.
Los gibones no practican el coito con frecuencia; la sexualidad
juega un débil papel en su comportamiento. Los chimpancés no se
aparean a menudo, pero parece que lo hacen diariamente en
determinadas estaciones (en septiembre, en Tanganika). Los gorilas
son castos, tanto en estado libre como cautivo. En las poblaciones de
gorilas de montaña, los coitos se observan en raras o muy raras
ocasiones.
Estamos lejos del erotismo exaltado, de las desviaciones sexuales
(homosexualidad, masturbación, pseudocoito) que dominan a
babuinos y macacos encerrados en recintos exiguos, donde sufren
una forzada inanición al no tener que buscar alimento (que
normalmente es su tarea continua) y padecen un aburrimiento
incurable. Los encuentros individuales demasiado frecuentes, los
choques corporales, una promiscuidad constante, sobreexcitan a los
animales, trastornan la jerarquía social, alteran los comportamientos
individuales, enloquecen la sexualidad y, en conjunto, los convierten
en seres psicológicamente anormales. El desorden social ejerce una
influencia perjudicial en todas las formas de la actividad de los monos
miembros del grupo.
***
***
LO INNATO Y LO ADQUIRIDO
***
31 Ubu rey, como todo el mundo sabe, es una auténtica obra de niños, obra colectiva de los
colegiales de una clase del liceo de Rennes. El pre-Ubu rey fue redactado por dos brillantes
alumnos, los hermanos Charles y Henri M. antes de que Alfred Jarry fuese alumno del
mencionado Liceo. Alfred Jarry se limitó a modificar ligeramente la forma y a añadir la
palabra mágica "mierda". La elaboración y la estructura de esta obra infantil es
enormemente instructiva acerca del trabajo creador y del mundo interior de los niños (véase
CHARLES CHASSE: Les Sources d'Ubu roi, 1921). Un profesor abucheado, el "Padre Heb", fue el
modelo de Ubu rey; había llegado a ser en la mente de los hermanos M. y de sus compañeros
un personaje mítico en quien se mezclaban algunos caracteres reales con vicios imaginarios.
es cierto que éramos niños absolutamente normales, y en
consecuencia carentes de interés para los psicólogos. Lo poco que
sabíamos de sexualidad lo habíamos aprendido en la escuela
comunal; nos parecía un tema para personas mayores, que no nos
concernía. Cada cosa a su tiempo.
LA EVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD
***
o en soldado.
En los insectos la vida en sociedad creó el trabajo colectivo y su regulación, estando regidas
las actividades sociales por los efectos de naturaleza psicosomática, las semánticas gestual y
sonora, la elaboración de sustancias (las feromonas), etc.
nidoriano) que desprenden un olor elaborado, característico del
individuo. Cuando un perro olfatea a un congénere por detrás, está
comprobando su carnet de identidad. Las relaciones sociales de los
cánidos, los roedores, o los rumiantes se basan casi constantemente
en la percepción de olores, que informan al individuo y orientan su
actividad.
En los primates infrahumanos los estímulos visuales (imagen del
congénere y modificaciones de éste mediante el gesto y la mímica),
auditivos y olfativos juegan un papel fundamental, pero esto nada nos
enseña sobre la interatracción que se supone existe en estos
mamíferos.
Tal interpretación sólo es evidente en el joven que está siendo
amamantado, y en este caso es de origen hereditario; ya hemos
hablado de ella y proporcionado ejemplos.
La atracción del hombre no parece depender ni de una atracción
mutua ni de un impulso característico. Se presenta como la
continuación de una necesidad fisiológica, sin por otra parte ser
innata. Nace de imperativos funcionales, se mantiene por la vía de la
tradición y también de la efectividad.
En realidad, la naturaleza de nuestra sociabilidad es menos
conocida de lo que será dentro de algunas semanas la composición
química del suelo de la luna. La historia natural del hombre es
ciertamente la gran despreciada.
El hombre, al conservar un comportamiento individual
independiente y al actuar libremente, se integra al grupo —sería más
adecuado decir a los grupos— porque la sociedad del hombre
occidental se escinde en una multitud de subgrupos y un mismo
individuo pertenece a varios.
En su psicología mitad individual y mitad social el hombre realiza
un milagro de equilibrio. Gracias a esta dualidad es como mantiene su
libertad. Un exceso de individualismo, y la libertad se convierte en
egoísmo o licencia, ambas fuertemente antisociales; un exceso de
socialización, y la libertad disminuye o incluso desaparece.
Un gobierno perfecto poseería un conocimiento exacto de la
naturaleza del hombre y mantendría constante el justo equilibrio
individuo-sociedad.
Estas opiniones, que se inspiran ante todo en datos biológicos,
demuestran que la sociedad humana difiere profundamente de las
sociedades animales, incluidas las de los primates infrahumanos.
***
33 Todo gen está presente en cada célula como ejemplar doble: los dos ejemplares son
idénticos en el homocigoto, distintos en el heterocigoto.
34 No se trata de una suposición; las experiencias de injertos nucleares sobre huevos
privados de su propio núcleo demuestran que el organismo obtiene sus caracteres de sus
cromosomas y, en definitiva, de su ADN.
biológica que reina entre nosotros es una realidad conforme con el
orden natural y cuya utilidad para la especie parece evidente. Lo que
existe en las plantas y animales vuelve a encontrase en la especie
humana. Eso es todo. Puede disgustarnos, pero así es.
El estado heterocigoto de las poblaciones humanas es enorme. El
mestizaje, que el hombre practica desde siempre, pasa por fases de
paroxismo durante las guerras e inmediatamente después. No
siempre es afortunado; los vendedores, que no son necesariamente
los mejores, se apoderan de las mujeres de los vencidos y se hibridan
con ellas ampliamente, creando una mezcla que puede resultar
nefasta. La caída del Imperio romano y la historia de las invasiones
bárbaras constituyen ejemplos convincentes. El mestizaje, en este
caso, provocó la disolución y después la desaparición de las élites.
Los genotipos (patrimonio genético, totalidad del ADN) humanos
son tan heterogéneos que, en el estado actual de las sociedades, es
imposible encontrar y conseguir individuos homocigotos; lo cual
restringe fuertemente las ambiciones de la eugenesia mediante
elección de los progenitores.
Por otra parte, la condición de homocigoto no regularía del mejor
modo la constitución biológica del hombre. Somos los descendientes
de "razas "mestizadas unas con otras; para obtener el Homo
perfectus, la eugenesia se las vería mal para tomar los mejores genes
de los grupos humanos, de las etnias. Y ¿qué areópago internacional
juzgaría el valor de los genes? Tarea delirante, y en definitiva es
probable que el producto de la eugenesia no fuese favorable al
mantenimiento de la especie.
6. El cerebro humano y lo incognoscible
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Después de los innumerables juicios emitidos sobre el valor de la
Ciencia por filósofos de primer orden como RENÁN, HENRI POINCARÉ, BERGSON,
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MENDEL en 1865.
Macromoléculas: Moléculas cuyo peso molecular está comprendido
entre 10.000 y 1 millar. Las sustancias orgánicas en estado de
polímeros se presentan casi siempre en forma macromolecular.
Mecanismo regulador: Mecanismo cuya acción tiene como efecto
restablecer y mantener el estado normal del ser vivo cuando éste
se modifica: la regulación puede ser de orden morfológico, químico
o psíquico. Concierne a todas las actividades del ser vivo, incluido
el comportamiento.
Mesoglea: Sustancia de consistencia gelatinosa inserta entre las hojas
(ectodermo, endodermo) que forman las paredes del cuerpo de los
cnidarios (hidra, corales y medusas).
Metazoos: Animales cuyo cuerpo está compuesto de varias células.
Mixosporidios: Animales parásitos de los peces y de los gusanos
anélidos, cuyo cuerpo es una masa citoplásmica en la que están
dispersos numerosos núcleos vegetativos y células reproductoras.
Monohibridismo: Mestizaje entre individuos que difieren en una pareja
de caracteres, por ejemplo ojos castaños —ojos azules, ratones
grises— ratones blancos.
Monos catarrinos: Monos del Antiguo continente, cuyas fosas nasales
se encuentran separadas por un delgado tabique nasal; no
presentan nunca cola prensil.
Monos platirrinos: Monos del Nuevo continente, cuyas fosas nasales
están separadas por un grueso tabique nasal, y algunos de los
cuales presentan cola prensil.
Nucleótido: Unidad que compone los ácidos nucleicos, combinación
equimolecular de un ácido fosfórico PO4H3 con una base orgánica y
un azúcar.
Ontogénesis: Desarrollo del ser vivo a partir del huevo.
Orgánulo: Formación contenida en una célula animal o vegetal, en la
que juega un papel equiparable al de un órgano.
Ortogénesis: Evolución directa y orientada de un linaje. Término
creado por EIMER en 1888.
Panmixia: Participación en la reproducción de todos los individuos que
pertenecen a una misma población según el más completo azar y
en ausencia de toda selección.
Phylum: Linaje evolutivo cuyos miembros descienden todos de un
mismo antepasado común.
Placenta: Órgano a medias fetal y a medias materno que en los
mamíferos pone al embrión en íntima relación con la pared del
útero. Su estructura varía de un orden a otro. En la placenta
endoteliocorial, los tejidos de origen embrionario se adosan contra
la pared de los vasos uterinos (es decir, maternos).
Proteínas: Sustancias constituidas por una cadena de aminoácidos
asociados a un grupo químico de naturaleza diversa. Son los
constituyentes más importantes de los seres vivos.
Protozoos: Animales compuestos de una sola célula; casi todos son de
tamaño microscópico.
Reactógeno: Adjetivo que significa provocador de una reacción.
Ribosoma: Corpúsculo (200-300 angström) situado en el citoplasma
de la célula y compuesto de ARN y de proteínas (véanse ambos
términos).
Ritmo circadiano: Ritmo de actividad (supuesto de origen interno) de
un organismo a lo largo de las veinticuatro horas. El ritmo
nyctohemeral se refiere a la alternancia del día y la noche.
Sensación anestésica: Sensación que se refiere al movimiento, y
registrada por unos receptores sensoriales llamados
proprioceptivos, contenidos en los tendones, los músculos y las
articulaciones.
Supernova: Estrella que ha hecho explosión desprendiendo su energía
nuclear, notable por su gran resplandor.
Trías: Primer período de la era Secundaria.
Tripoblásticos: Se designan con este nombre los animales cuyos
embriones poseen 3 hojas celulares: ectodermo, endodermo y
mesodermo, de las cuales derivan todos sus órganos.
Villafránquiense: Estadio inferior de la era Cuaternaria que se refiere
a depósitos situados en el Piamonte (Villafranca de Asti) y se
caracteriza por la presencia de restos fósiles de un caballo (Equus
stenonis), de un rinoceronte (Rhinoceros etruscus) y de los
primeros elefantes (Elephas meridionalis).
Virus: Agentes infecciosos necesariamente intracelulares, de tamaño
muy pequeño, muy inferior al de una bacteria; su material genético
se compone de un solo ácido nucleico (ADN o ARN) y de una
proteína. Son ejemplos el virus del mosaico del tabaco, de la
poliomielitis, etc.
ÍNDICE
PROLOGO
I. El orden de la Naturaleza
II. El hombre y los tres Universos
III. El problema de los orígenes
IV. El hombre y el mono
V. La evolución del hombre "en" y "por" la sociedad
VI. El cerebro humano y lo incognoscible
VII El pequeño dios está enfermo
VIII. El pequeño dios ante su futuro
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