Digital Signal and Image Processing Using MATLAB Gérard Blanchet download
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Digital image processing for medical applications
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Digital Signal and Image Processing Using MATLAB
Gérard Blanchet Digital Instant Download
Author(s): Gérard Blanchet, Maurice Charbit
ISBN(s): 9781905209132, 1905209134
Edition: illustrated edition
File Details: PDF, 4.95 MB
Year: 2006
Language: english
Digital Signal and Image Processing using MATLAB®
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Digital Signal and Image
Processing using MATLAB®
Gérard Blanchet
Maurice Charbit
Part of this book adapted from “Signaux et images sous Matlab : méthodes, applications et
exercices corrigés” published in France by Hermès Science Publications in 2001
First published in Great Britain and the United States in 2006 by ISTE Ltd
Translated by Antoine Hervier
Apart from any fair dealing for the purposes of research or private study, or criticism or
review, as permitted under the Copyright, Designs and Patents Act 1988, this publication may
only be reproduced, stored or transmitted, in any form or by any means, with the prior
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6 Fitzroy Square 4308 Patrice Road
London W1T 5DX Newport Beach, CA 92663
UK USA
www.iste.co.uk
The rights of Gérard Blanchet and Maurice Charbit to be identified as the authors of this work
have been asserted by them in accordance with the Copyright, Designs and Patents Act 1988.
Blanchet, Gérard.
[Signaux et images sous Matlab. English]
Digital signal and image processing using Matlab / Gérard Blanchet, Maurice Charbit.
p. cm.
Translation of: Signaux et images sous Matlab.
Includes index.
ISBN-13: 978-1-905209-13-2
ISBN-10: 1-905209-13-4
1. Signal processing--Digital techniques--Data processing. 2. MATLAB. I.Charbit, Maurice.
II. Title.
TK5102.9.B545 2006
621.382'2--dc22
2006012690
Printed and bound in Great Britain by Antony Rowe Ltd, Chippenham, Wiltshire.
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por gran dicha, una divina reina, muy más linda y agradable de lo
que supieron pensar, dejando muy atrás su adelantada imaginación.
Que, si dondequiera y siempre pareció bien, ¿qué sería en su sazón
y su centro? Hacía á todos buena cara, aun á sus Hermosura
mayores enemigos. Miraba con buenos ojos y aun perfecta.
divinos. Oía bien y hablaba mejor. Y aunque siempre
con boca de risa, jamás mostraba dientes; hablaba por labios de
grana palabras de seda. Nunca se le oyó echar mala voz. Tenía
lindas manos y aun de reina en lo liberal y en cuanto las ponía salía
todo perfecto. Dispuesto talle y muy derecho y todo su aspecto
divinamente humano y humanamente divino. Era su gala conforme á
su belleza y ella era la gala de todo. Vestía armiños, que es su color
la candidez. Enlazaba en sus cabellos otros tantos rayos de la aurora
con cinta de estrellas. Al fin, ella era todo un cielo de beldades,
retrato al vivo de la hermosura de su celestial Padre, copiándole sus
muchas perfecciones.
Estaba actualmente dando audiencia á los muchos, Pretendientes
que frecuentaban sus sitiales, después de prohibida. de virtud.
Llegó entre otros un padre á pretenderla para su hijo,
siendo él muy vicioso, y respondióle que comenzase por sí mismo, y
le fuese ejemplar idea.
Venía otra madre en busca de la honestidad para una hija y
contóla lo que la sucedió á la culebra madre con la culebrilla su hija:
que viéndola andar torcida la riñó mucho y mandó que caminase
derecha.
Madre mía, respondió ella, enseñadme vos á proceder, veamos
cómo camináis.
Probóse y, viendo que andaba muy más torcida:
En verdad, madre, la dijo, que si las mías son vueltas, que las
vuestras son revueltas.
Pidió un eclesiástico la virtud del valor y á la par un virrey la
devoción con muchas ganas de rezar. Repondióles á entrambos que
procurase cada uno la virtud competente á su estado.
Préciese el juez de justiciero y el eclesiástico de rezador, el
príncipe del gobierno, el labrador del trabajo, el padre de familias del
cuidado de su casa, el prelado de la limosna y desvelo. Cada uno se
adelante en la virtud que le compete.
Según eso, dijo una casada, á mí bástame la honestidad
conyugal; no tengo que cuidar de otras virtudes.
Eso no, dijo Virtelia; no basta ésa sola, que os haréis insufrible de
soberbia, y más ahora. Poco importa que el otro sea limosnero, si no
es casto; que éste sea sabio, si á todos desprecia; que aquél sea
gran letrado, si da lugar á los cohechos; que el otro sea gran
soldado, si es un impío. Son muy hermanas las virtudes y es
menester que vayan encadenadas.
Llegó una gentil dama galanteando melindres y dijo que ella
también quería ir al cielo; pero que había de ser por el camino de las
damas. Hízoseles muy de nuevo á los circunstantes y preguntóla
Virtelia:
¿Qué camino es ése, que hasta hoy no he tenido Camino
noticia dél? de las Damas.
¿Pues no está claro?, replicó ella. Que una mujer
delicada como yo ha de ir por el del regalo, entre martas y entre
felpas, no ayunando ni haciendo penitencia.
Bueno, por cierto, exclamó la reina de la entereza: así se os
concederá, reina mía, lo que pedís, como á aquel príncipe que allí
entra.
Era un poderoso, que muy á lo grave tomando asiento, dijo que él
quería las virtudes; pero no las ordinarias de la gente común y
plebeya, sino muy á lo señor, una virtud allá exquisita. Hasta los
nombres de los santos conocidos no los quería por comunes, como
el de Juan y Pedro; sino tan extravagantes, que no se hallen en
ningún calendario. ¡Gran cosa, decía, el de Gastón!, ¡qué bien suena
el Perafán! Pues un Claquín, Nuño, Sancho y Suero pedía una
teología extravagante.
Preguntóle Virtelia si quería ir al cielo de los demás.
Pensólo y respondió que, si no había otro, que sí.
Pues, señor mío, no hay otra escalera para allá, sino la de los diez
Mandamientos. Por ésos habéis de subir; que yo no he hallado hasta
hoy un camino para los ricos y otro para los pobres, uno para las
señoras y otro para las criadas. Una es la ley y un mismo Dios de
todos.
Replicó un moderno Epicuro, gran hombre de su comodidad,
diciendo:
De diciplina abajo, cualquier cosa; de oración yo no me entiendo,
para ayunos no tengo salud. Ved cómo ha de ser, que yo he de
entrar en el cielo.
Paréceme, respondió Virtelia, que vos queréis entrar Virtud
calzado y vestido y no puede ser. acomodada.
Porfiaba que sí y que ya se usa una virtud muy
acomodada y llevadera y aun le parecía la más ajustada á la ley de
Dios.
Preguntóle Virtelia en qué lo fundaba, y él:
Porque desa suerte se cumple á la letra aquello de así en la tierra
como en el cielo: porque allá no se ayuna, no hay diciplina ni silicio,
no se trata de penitencia, y así yo querría vivir como un
bienaventurado.
Enojóse mucho Virtelia oyendo esto y díjole con escandecencia:
¡Oh casi hereje! ¡oh malentendedor! ¿Dos cielos Infierno
queríais? No es cosa que se usa; mirad por vos, que á pares.
todos estos, que pretenden dos cielos, suelen tener
dos infiernos.
Yo vengo, dijo uno, en busca del silencio bueno.
Riéronlo todos, diciendo:
¿Qué callar hay malo?
¡Oh, sí, respondió Virtelia, y muy perjudicial: calla el juez la
justicia, calla el padre y no corrige al hijo travieso, calla el predicador
y no reprehende los vicios, calla el confesor y no pondera la
gravedad de la culpa, calla el malo y no se confiesa ni se enmienda,
calla el deudor y niega el crédito, calla el testigo y no se averigua el
delito, callan unos y otros y encúbrense los males: de suerte que, si
al buencallar llaman santo, al malcallar llámenle diablo!
Estoy admirado, dijo Critilo, que ninguno viene en busca de la
limosna. ¿Qué será de la liberalidad?
Es que todos se escusan de hacerla: el oficial porque no le pagan,
el labrador porque no coge, el caballero que está empeñado, el
príncipe que no hay mayor pobre que él, el eclesiástico que buenos
pobres son los parientes.
¡Oh, engañosa escusa!, ponderaba Virtelia. Dad al pobre, siquiera
el desecho, lo que ya no os puede servir.
Tampoco, que la codicia ha dado en arbitrista y el sombrero
traído, que se había de dar al pobre, persuade se guarde para
brahones, la capa raída para contraaforros, el manto deslucido para
la criada: de modo que nada dejan para el pobre.
Llegaron unos rematadamente malos y pidieron un extremo de
virtud. Tuviéronles todos por necios, diciendo que comenzasen por lo
fácil y fuesen subiendo de virtud en virtud.
Mas ella:
He, dejadlos que asesten ahora muchos puntos más alto, que
ellos bajarán harto después y sabed que de mis mayores enemigos
suelo yo hacer mis mayores apasionados.
Venía una mujer con más años que cabellos, menos dientes y
más arrugas, en busca de la Virtud.
¡Tan tarde, exclamó Andrenio! Éstas yo juraría que vienen más
porque las echa el mundo, que por buscar el cielo.
Déjala, dijo Virtelia, y estímesele el no haber abierto escuela de
maldad con cátreda de pestilencia. Yo aseguro que, por viejos que
sean, que no vengan el tahur ni el ambicioso ni el avaro ni el
bebedor: son bestias alquiladas del vicio, que todas caen muertas en
el camino de su ruindad.
Al contrario le sucedió á uno, que llegó en busca de Deshonestos
la Castidad, ahito de la torpeza, gran gentilhombre de incurables.
Venus, idólatra de su hijuelo. Pidió ser admitido en la
cofadría de la continencia; pero no fué escuchado, por más que él
abominaba de la lujuria, escupiendo y asqueando su inmundicia. Y
aunque muchos de los presentes rogaron por él,
No haré tal, decía la Honestidad: no hay que fiar en éstos, bien se
ayuna después de harto. Creedme que estos torpes son como los
gatos de algalia, que, en volviéndoseles á llenar el senillo, se
revuelcan.
Venían unos, al parecer, muy puestos en el cielo, pues miraban á
él.
Éstos sí, dijo Andrenio, que con el cuerpo están en la tierra y con
el espíritu en el cielo.
¡Oh, cómo te engañas!, dijo la Sagacidad, gran ministra de
Virtelia. Advierte que hay algunos que, cuando más miran al cielo,
entonces están más puestos en la tierra. Aquel primero es un
mercader, que tiene gran cantidad de trigo para vender y anda
conjurando las nubes á los ojos de sus enemigos. Al contrario, aquel
otro es un labrador hidrópico de la lluvia, que jamás se vió harto de
agua y anda conciliando nublados. Éste de aquí es un blasfemo, que
nunca se acuerda del cielo, sino para jurarle. Aquél pide venganza y
el otro es un rondante, lechuzo de las tinieblas, que desea la noche
más escura, para capa de sus ruindades.
Pidió uno si le querían alquilar algunas virtudes, Virtud
suspiros, torcimiento de cuello, arquear las cejas y afectada.
otros modillos de modestia. Enojóse mucho Virtelia,
diciendo:
¿Pues qué, es mi palacio casa de negociación?
Escusábase él diciendo que ya muchos y muchas con la virtud
ganan la comida y á título de eso la señora las introduce en el
estrado, la otra las asienta á su mesa, el enfermo las llama, el
pretendiente se les encomienda, el ministro las consulta, ándanse de
casa en casa comiendo y bebiendo y regalándose de modo, que ya
la virtud es arbitrio del regalo.
Quitaos de ahí, dijo Virtelia, que esas tales tienen tan poca virtud,
como los que las llaman mucha simplicidad.
¿Quién es aquel gran personaje, héroe de la virtud, que en toda
ocasión de lucimiento le encontramos? Si en casa de la Sabiduría, allí
está; si en la del Valor, allí asiste; en todas partes le vemos y
admiramos.
¿No conocéis, dijo Lucindo, al santísimo padre de todos?
Veneradle y deprecadle siglos de vida tan heroica.
Estaban aguardando los circunstantes que tratase de coronar
algunos la gran reina de la Equidad y que premiase sus hazañas;
mas fuéles respondido que no hay mayor premio, que ella misma,
que sus brazos son la corona de los buenos.
Y así á nuestros dos peregrinos, que estaban encogidos,
venerando tan majestuosa belleza, los animó Lucindo Premio
á que se llegasen cerca y se abrazasen con ella, de la Virtud.
logrando una ocasión de tanta dicha. Y así fué, que
coronándolos con sus reales brazos, los transformó de hombres en
ángeles, candidatos de la eterna felicidad. Quisieran muchos hacer
allí mansión, mas ella les dijo:
Siempre se ha de pasar adelante en la virtud; que el parar es
volver atrás.
Suplicáronla, pues, los dos coronados peregrinos les mandase
encaminar á su deseada Felisinda. Ella entonces, llamando cuatro de
sus mayores ministras y teniéndolas delante, dijo señalando la
primera:
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Ésta, que es la Justicia, os dirá dónde y cómo la habéis de
buscar; esta segunda, que es la Prudencia, os la descubrirá; con la
tercera, que es la Fortaleza, la habéis de conseguir; y con la cuarta,
que es la Templanza, la habéis de lograr.
Resonaron en esto armoniosos clarines, folla acorde de
instrumentos, alborozando los ánimos y realzando sus nobles
espíritus. Despertóse un céfiro fragante y bañóse todo aquel
vistosísimo teatro de lucimiento. Sintiéronse tirar de las estrellas, con
fuertes y suaves influjos. Fué reforzando el viento y levantándolos á
lo alto, tirándoles para sí el cielo, á ser coronados de estrellas.
Subieron muy altos, tanto que se perdieron de vista. Quien quisiere
saber dónde pararon, adelante los ha de buscar.
CRISI XI
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