Jews in Ancient and Medieval Armenia First Century Bce Fourteenth Century Ce Michael E Stone 2 Full Chapter
Jews in Ancient and Medieval Armenia First Century Bce Fourteenth Century Ce Michael E Stone 2 Full Chapter
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Preface
Acknowledgments
Introduction
Abbreviations
Notes
Bibliography
Index of Personal, Ethnic, and Geographical Names
Preface
Uel propinquam sororem fas esse non alienam sicut fili noe post transactum
cataclysmum respexerunt / 290 / sibi loca in qua aedificarent sibi civitates,
nuncupantes eas in nomine uxorum suarum, quorum similitudinem et isti
iugati consumant.
Now, it is not lawful for a closely related sister to be estranged: just as the
sons of Noah, after the passing of the flood, sought out places for themselves
in which they could build cities for themselves, naming them in the name of
their wives, so that those married to their sister also use the sameness of the
places’ [names].52
2. In an Armenian apocryphal retelling of the early history of humankind, we
read that Masis was the mountain upon which the Ark rested. “55 And Noah,
after receiving God’s blessing, descended the mountain and dwelt in Akoṙi.
56 When his seed multiplied, they went down to Iǰewan and 57 they filled the
first dwelling [nax iǰewan], and in such a way they filled the earth. 58 And the
name of the place was called Naxiǰewan, and that is Noah’s tomb. 58 Such it
is until today.”53 Here, biblical events are connected with Armenian
geography; Armenian names are used and distinct onomastic etiologies are
invoked. Thus, the name Իջեւան Iǰewan is connected with the Armenian
word իջանեմ “to descend” combined with avan “village” or even with
ōt‘ewan “lodgings,” meaning “dwelling of descent,” while Naxiǰewan, a
different place, is understood to embody նախ “first,” and so “dwelling of the
first descent.”54 Moreover, the place of their initial descent is identified as a
site in Armenia called Akoṙi, at the foot of Mount Ararat. According to the
Armenian tradition, thence they moved to Naxiǰewan, which city actually still
exists. So, though the immediate building of a city is not mentioned explicitly,
a well-known city is said to be the first place in which Noah’s family dwelled
permanently upon leaving the Ark, which idea is buttressed by a popular
etymology.55
Por cierto que esta moral debe de ser muy antigua y corriente entre
la gente del rebusco, porque recuerdo haber leído, con referencia á
Barthélemy, que habiéndosele preguntado una vez cómo había
podido reunir la rica colección de medallas que poseía, respondió
con el candor de un niño:
—Me han regalado algunas; he comprado otras, y las demás las he
robado.
Dicho esto, lector (que, cuando menos, tendrás la manía de ser
buen mozo, por ruin y encanijado que seas), hago punto aquí,
apostándote las dos orejas á que siendo, como te juzgo, hombre de
bien, después de meter la mano en tu pecho no te atreves á tirar
una chinita á mi pecado.
1880.
LA INTOLERANCIA
Bien saben los que á usted y á mí nos conocen, que de este pecado
no tenemos, gracias á Dios, que arrepentirnos.
No van, pues, conmigo ni con usted los presentes rasguños,
aunque mi pluma los trace y á usted se los dedique; ni van tampoco
con los que tengan, en el particular, la conciencia menos tranquila
que la nuestra, porque los pecadores de este jaez ni se arrepienten
ni se enmiendan; además de que á mí no me da el naipe para
convertir infieles. Son, por tanto, las presentes líneas, un inofensivo
desahogo entre usted y yo, en el seno de la intimidad y bajo la
mayor reserva. Vamos, como quien dice, á echar un párrafo, en
confianza, en este rinconcito del libro, como pudiéramos echarle
dando un paseo por las soledades de Puerto Chico á las altas horas
de la noche. El asunto no es de transcendencia; pero sí de perenne
actualidad, como ahora se dice, y se presta, como ningún otro, á la
salsa de una murmuración lícita, sin ofensa para nadie, como las
que á usted le gustan, y de cuya raya no pasa aunque le desuellen
vivo.
Ya sabe usted, por lo que nos cuentan los que de allá vienen, lo que
se llama en la Isla de Cuba un ¡ataja! Un quídam toma de una tienda
un pañuelo... ó una oblea; le sorprende el tendero, huye el
delincuente, sale aquél tras éste, plántase en la acera, y grita ¡ataja!
y de la tienda inmediata, y de todas las demás, por cuyos frentes va
pasando á escape el fugitivo, le salen al encuentro banquetas,
palos, pesas, ladrillos y cuanto Dios ó el arte formaron de más duro
y contundente. El atajado así, según su estrella, muere, unas veces
en el acto, y otras al día siguiente, ó sale con vida del apuro; pero,
por bien que le vaya en él, no se libra de una tunda que le balda.
Como se deja comprender, para que al hombre más honrado del
mundo le toque allí la lotería, basta la casualidad de que al correr
por una calle, porque sus negocios así lo requieran, le dé á un
chusco la gana de gritar ¡ataja! Porque allí no se pregunta jamás por
qué, después que se oye el grito: se ve quién corre, y, sin otras
averiguaciones, se le tira con lo primero que se halla á mano.
Pues bien: á un procedimiento semejante se ajusta, por lo común,
entre los hombres cultos de ambos hemisferios, la formación de los
caracteres. No diré que sea la fama quien los hace; pero sí quien los
califica, los define... y los ataja.
Me explicaré mejor con algunos ejemplos.
Un hombre, porque tiene la cara así y el talle del otro modo, es
cordialmente antipático á cuantos no le conocen sino de vista, que
son los más.
—¡Qué cara! ¡qué talle! ¡qué levita! ¡qué aire!—dice con ira cada
uno de ellos, al verle pasar. Y si averiguan que se ha descalabrado,
por resbalarse en la acera,
—¡Me alegro!—exclaman con fruición,—porque ¡cuidado si es
cargante ese mozo!
Y si se habla de un ahogado en el baño, ó de un infeliz cosido á
puñaladas en una callejuela, ó de un desgraciado mordido por un
perro rabioso, dícense, con cierta delectación, pensando en el
antipático:
—¡Él es!
Pero llega un día en que se le ve del brazo de quien más le
despellejaba; pregúntase á éste cómo puede soportar la compañía
de un hombre tan insufrible, y responde con el corazón en la mano:
—Amigo, estábamos en un grandísimo error: ese sujeto es lo más
fino, lo más discreto, lo más bondadoso... lo más simpático que
darse puede.
Así es, en efecto, el fondo de aquel carácter que en el concepto
público, según la fama, es todo lo contrario, por lo cual se le niega la
sal y el fuego.
Ilustraré este caso con otro dato, que si no es enteramente
irrecusable, es, cuando menos, de una ingenuidad meritoria. No sé,
ni me importa saber, la opinión de que goza mi propio carácter entre
la gente; pero es lo cierto que hombres que hoy son íntimos y bien
probados amigos míos, me han dicho alguna vez:
—¡Caray, qué insoportable me eras cuando no te conocía tan á
fondo como ahora!
Jamás me he cansado en preguntarles el por qué de su antipatía.
Cabalmente la sentía yo hacia ellos en igual grado de fuerza.
—¡Qué hombre tan célebre es Diego!—dice la fama.—Es un costal
de gracias y donaires.
Y es porque Diego hace reir á cuantas personas le escuchan, y sus
burlas son celebradas en todas partes, y sus bromazos corren de
boca en boca y de tertulia en tertulia, y hasta las anécdotas más
antiguas y resobadas se le atribuyen á él por sus admiradores.
Ocúrresele á usted un día estudiar un poco á fondo al célebre
Diego, y hállale hombre vulgarísimo, ignorante y sin pizca de ingenio
ni de cultura; capaz de desollar la honra de su madre, á trueque de
hacerse aplaudir de aquellos mismos que le han colocado con sus
palmoteos en la imprescindible necesidad de ser gracioso.
Al revés de Diego, Juan es ingenioso y prudente, seco y punzante
en sus sátiras, oportuno y justo al servirse de ellas; y, sin embargo,
Juan, según dicen, es una vulgaridad antipática.
Una dama espléndida y de buen humor, reúne en su casa, muy á
menudo, una escogida sociedad. La tal señora no tiene, en buena
justicia, prenda que digna de notar sea en su persona. En terreno
neutral, sería una completa vulgaridad. Pero hay lujo en sus salones
y gabinetes, variedad en sus fiestas, abundancia en sus buffets,
novedad en sus trajes, y siempre una sonrisa en su cara. Los
asiduos tertulianos se saturan de este conjunto; siéntense repletitos
de estómago en el elegante comedor, bien divertidos en el estrado
suntuoso, hartos de música y de danza, y todo de balde y cada día.
¿Cómo, á la luz de tantas satisfacciones, no ha de parecerles
encantadora, ó por lo menos distinguidísima, la persona que se las
procura, con celo y desinterés verdaderamente maternales?
Así nace la fama de esa distinción: pregónanla las bocas de los
tertulianos donde quiera que se baila y se cena de balde, y luego en
corrillos y cafés, y cátala proverbial en todo el pueblo, y á la dama,
autorizada para enmendar la plana á la moda reinante y acreditar
caprichosos aditamentos de su invención, como prendas de gusto
superfino.
Enséñansela en la calle á usted, que no baila, y dícenle los que la
saludan:
—¡Qué señora tan elegante, tan chic... y qué talento tiene!
Ni usted la halla elegante, ni eso que los elegantes llaman chic, no
sé por qué; ni ha visto usted una muestra del ensalzado talento;
pero tanto se lo aseguran, que antes duda usted de la claridad de su
vista y de la solidez de su juicio, que de la razón de la fama.
Al mismo tiempo pasa otra señora, bella á todas luces, elegante sin
trapos raros, y discreta á carta cabal; y usted, que es sincero, dice al
punto á los otros:
—¡Esto es lo que se llama un tipo elegante y distinguido!...
—Cierto que no es enteramente vulgo—le contestan con desdén;—
no es fea, no es tonta... pero le falta, le falta... vamos, le falta...
—¡Qué canario!—digo yo:—lo que le falta es dar un baile cada tres
días y una cena en cada baile, como la otra; pues la mayor parte de
los juicios que hacemos de las cosas, dependen, según afirmó muy
cuerdamente el poeta,