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Managerial Decision Modeling With Spreadsheets 3rd Edition Balakrishnan Test Bank 1

The document discusses the historical composition of estates or chambers in the Spanish Cortes system. It notes there was no fixed rule and debates the difficulties in reviving the traditional estates or forming a new second chamber from nobility and clergy given changes over time.
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The document discusses the historical composition of estates or chambers in the Spanish Cortes system. It notes there was no fixed rule and debates the difficulties in reviving the traditional estates or forming a new second chamber from nobility and clergy given changes over time.
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Managerial Decision Modeling with

Spreadsheets 3rd Edition Balakrishnan Test


Bank
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Test Bank: https://testbankpack.com/p/test-bank-for-managerial-decision-


modeling-with-spreadsheets-3rd-edition-balakrishnan-render-stair-
0136115837-9780136115830/

Solution Manual: https://testbankpack.com/p/solution-manual-for-


managerial-decision-modeling-with-spreadsheets-3rd-edition-balakrishnan-
render-stair-0136115837-9780136115830/

Managerial Decision Modeling w/ Spreadsheets, 3e (Balakrishnan/Render/Stair)


Chapter 5 Transportation, Assignment, and Network Models

5.1 Chapter Questions

1) Which of the following is NOT a network flow model?


A) Transportation model
B) Assignment model
C) Product mix model
D) Shortest-path model
E) Minimal-spanning tree model
Answer: C
Page Ref: 162
Topic: Introduction
Difficulty: Easy

2) Which of the following models determines the path through the network that connects all the points?
A) Transportation model
B) Assignment model
C) Product mix model
D) Shortest-path model
E) Minimal-spanning tree model
Answer: E
1
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Page Ref: 163
Topic: Introduction
Difficulty: Easy

2
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Use the information below to answer the following questions.

Consider the following maximal flow problem where node 1 is the source and node 6 is the destination.

3) Refer to the figure. What is the objective function?


A) Max X16
B) Min X16
C) Max X61
D) Min X61
E) Max X26 + X56
Answer: C
Page Ref: 209
Topic: Maximal Flow Problem
Difficulty: Easy

4) Refer to the figure. What is the constraint associated with node 6?


A) X46 + X56 = 0
B) X46 + X56 = 1
C) X46 + X56 - X61 = 1
D) X46 + X56 - X61 = -1
E) X46 + X56 - X61 = 0
Answer: E
Page Ref: 185
Topic: Maximal Flow Problem
Difficulty: Moderate

5) Refer to the figure. What is the maximum capacity associated with arc X61?
A) +1
B) -1
C) 0
D) +∞
E) -∞
Answer: D
Page Ref: 184
Topic: Maximal Flow Model
Difficulty: Moderate

3
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6) Refer to the figure. What is the constraint associated with node 1?
A) -X12 - X13 = 1
B) X61 - X12 - X13 = -1
C) X61 - X12 - X13 = 1
D) X61 - X12 - X13 = 0
E) X61 - X12 - X13 = ∞
Answer: D
Page Ref: 184
Topic: Maximal Flow Model
Difficulty: Moderate

7) Refer to the figure. What is the constraint associated with node 2?


A) X12 - X24 = 0
B) X12 - X32 - X24 = 0
C) X12 + X32 - X24 = 1
D) X12 - X32 + X24 = 0
E) X12 + X32 - X24 = 0
Answer: E
Page Ref: 184
Topic: Maximal Flow Model
Difficulty: Moderate

8) Which of the following statements concerning the transshipment model are FALSE?
A) A supply node is one where the total flow into the node is less than the total flow out of the node.
B) A transshipment node is one where the total flow into the node equals the total flow of the node.
C) The flow balance for a demand node should show a positive RHS value.
D) The flow balance for a transshipment node should show a negative RHS value.
E) The flow balance for a supply node should show a negative RHS value.
Answer: D
Page Ref: 174
Topic: Transshipment Model
Difficulty: Moderate

4
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Use the information below to answer the following questions.

Consider the following shortest path problem where node 1 is the starting node and node 6 is the
destination node.

9) Refer to the figure. What is the constraint associated with node 1?


A) X21+ X31 - X12 - X13 = -1
B) X21 + X31 - X12 - X13 = +1
C) + X31- X12 - X13 = 0
D) X12 + X13 = 0
E) -X12 + X13 = -1
Answer: A
Page Ref: 188
Topic: Shortest-Path Model
Difficulty: Moderate

10) Refer to the figure. What is the constraint associated with node 6?
A) X64 + X65 - X46 - X56 = +1
B) X64 + X65 - X46 - X56 = 0
C) X46 + X56 - X64 - X65 = +1
D) -X64 - X65 = -1
E) -X46 + X56 = 0
Answer: C
Page Ref: 188
Topic: Shortest-Path Model
Difficulty: Moderate

11) Refer to the figure. Excluding the non-negativity constraint, this model has:
A) 6 decision variables
B) 7 decision variables
C) 8 decision variables including the dummy arc
D) 5 decision variables
E) none of the above
Answer: E
Page Ref: 188
Topic: Shortest-Path Model
Difficulty: Challenging

5
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antiguos, en los inconvenientes de estos, y en la diferencia también que
mediaba entre ellos y las dos cámaras o cuerpos establecidos en Inglaterra y
otros países.
Muy varias habían sido en la materia las costumbres y usos de España
no siendo unos mismos en los diversos siglos, ni tampoco en los diferentes
reinos. Se conocieron por lo común tres estamentos en Cataluña y Valencia
Cuatro en Aragón, en donde no asistió el clero hasta el siglo XIII, y en
donde, además, estaba tan poco determinado los que de aquel brazo y de
de la nobleza debían concurrir a cortes que dice Jerónimo Blancas:[*] «De
los eclesiásticos, de los nobles, caballeros e hijosdalgo no se (* Ap. n. 18-2.)
puede dar regla cierta de cuáles han de ser necesariamente
llamados, porque no hallo fuero ni acto de corte que la dé. Mas parece que
no deberían dejar de ser llamados los señores titulados, y los otros señores
de vasallos del reino.» En Castilla y León celebráronse cortes, aun de las
más señaladas, en que no hubo brazos; y en las congregadas en Toledo, los
años 1538 y 1539, no concurrieron otros individuos de la nobleza sino los
que expresamente convocó el rey, diciendo el conde de la Coruña en su
relación manuscrita:[*] «y no se acaba la grandeza de estos (* Ap. n. 18-3.)
reinos en estos señores nombrados, pues, aunque no fueron
llamados por S. M., hay en ellos muchos señores de vasallos, caballeros
hijosdalgo de dos cuentos de renta y de uno, que tienen deudo con los
nombrados.»
En adelante, ni aun así asistieron en Castilla los estamentos, y en la
corona le Aragón hubo variedad en los siglos XVI y XVII. En el XVII
sábese que, luego que se afianzó en el solio español la estirpe de Borbón, o
no hubo cortes, o en las que se reunieron los reinos de Aragón y Castilla
nunca se mezclaron en las discusiones los brazos, ni se convocaron en la
forma ni con la solemnidad antiguas.
De consiguiente, no habiendo regla fija por donde guiarse, necesario era
resolver cómo y de quiénes se habían de formar dichos brazos; y aqu
entraba la dificultad. Decían los que los rehusaban:

«¿Se compondrá el de la nobleza de solos los grandes? Pero esta


clase, como ahora se halla constituida, no lleva su origen más allá de
siglo XVI, cuando justamente cesaron los brazos en Castilla y acabó
en todas partes el gran poder de las cortes; siendo de notar que en
Navarra, donde todavía subsisten, entran en el estamento noble casas
sí, antiguas, mas no todas condecoradas con la grandeza. ¿Asistirán
todos los nobles? Su muchedumbre lo impide. ¿Harase entre sus
individuos una elección proporcionada? Mas, ¿cómo verificarla con
igualdad, cuando se cuentan provincias como las del norte en que e
número de ellos no tiene límite, y otras, como algunas del mediodía y
centro, en que es muy escaso? Aumenta las dificultades [añadían] la
América, en donde no se conocen sino dos o tres grandes, y se halla
multiplicada y mal repartida la demás nobleza. No menores
[proseguían] aparecen los embarazos respecto de los eclesiásticos. S
en una cámara o estamento separado han de concurrir los obispos y
primeras dignidades, además de los daños que resultarán en cuanto a
los de América en abandonar sus sillas e iglesias, no será justo
queden entonces clérigos en el estamento popular a menos de
convertir las cortes en concilio; y desposeer a los últimos de un
derecho ya adquirido, ofrécese como cosa ardua y de dificultosa
ejecución. Por otra parte [decían los mismos señores], los bienes que
trae la separación del cuerpo legislativo en dos cámaras no se
consiguen por medio de los estamentos. En Inglaterra júntanse
aquellas, y deliberan separadamente con arreglo a trámites fijos, y
con independencia una de otra. En España sentábanse los brazos en
diversos lados de una sala, no en salas distintas; y si alguna vez, para
conferencias preparatorias y examen de materias, se segregaban, n
eso era general ni frecuente; y luego, por medio de sus tratadores
deliberaban unidos y votaban juntos. De lo que nacía haber en
realidad una cámara sola, excepto que se hallaba compuesta de
personas a quienes autorizaban privilegios o derechos distintos.»

En medio de tan encontrados dictámenes, hablando con la imparcialidad


que nos es propia y con la experiencia ahora adquirida, parécenos que hubo
error en ambos extremos. En el de los que apoyaban los estamentos
antiguos, porque además de la forma varia e incierta de estos, agregábanse
en su composición, a los males de una sola cámara, los que suelen traer
consigo las de privilegiados. En el opuesto, porque si bien los que sostenían
aquella opinión trazaron las dificultades e inconvenientes de los
estamentos, y aun los de una segunda cámara de nobles y eclesiásticos, no
satisficieron competentemente a todas las razones que se descubren contra
el establecimiento de una sola y única, ni probaron la imposibilidad de
formar otra segunda tomando para ello por base la edad, los bienes, la
antigua ilustración, los servicios eminentes o cualesquiera otras prendas
acomodadas a la situación de España.
Pues ya que una nación, al establecer sus leyes fundamentales o al reve
las añejas y desusadas, tenga que congregarse en una sola asamblea, como
medio de superar los muchos e inveterados obstáculos con que entonces
tropieza, llano es que varía el caso, una vez constituida y echados los
cimientos del buen orden y felicidad pública, debiendo los gobiernos libres
para lograr aquel fin adoptar una conveniente balanza entre el movimiento
rápido de intereses nuevos y meramente populares, y la permanente
estabilidad de otros más antiguos, por cuya conservación suspiran las clases
ricas y poderosas.
Atestiguan la verdad de esta máxima los pueblos que más largo tiempo
han gozado de la libertad, y varones prestantísimos de las edades pasadas y
modernas. Tal era la opinión de Cicerón, que en su tratado De Republica[*
afirma que óptimamente se halla constituido un estado en (* Ap. n. 18-4.)
donde «ex tribus generibus illis regali, et optimati et
populari confusa modicè.» Y Polibio piensa que lo que más contribuyó a la
destrucción de Cartago fue hallarse entonces todo el poder en manos de
pueblo, cuando en Roma había un senado. Lo mismo sentía el profundo
Maquiavelo, lo mismo Montesquieu y hasta el célebre conde de Mirabeau
señalándose entre todos Mr. Adams, si bien republicano, y que ejerció en
los Estados Unidos de América las primeras magistraturas, quien escribía
[*] «Si no se adoptan en cada constitución americana las (* Ap. n. 18-5.)
tres órdenes [el presidente, senado y cámara de
representantes] que mutuamente se contrapesen, es menester experimente e
gobierno frecuentes e inevitables revoluciones, que aunque tarden algunos
años en estallar, estallarán con el tiempo.»
Las cortes, no obstante, aprobaron por una gran mayoría de votos e
dictamen de la comisión que proponía una sola cámara, escasas todavía
aquellas de experiencia, y arrastradas quizá de cierta igualdad no popular
sino, digámoslo así, nobiliaria, difundida en casi todas las provincias y
ángulos de la Monarquía.
Tomaron las cortes por base de las elecciones la población, debiendo ser
nombrado un diputado por cada 70.000 almas, y no exigiéndose ahora otro
requisito que la edad de 25 años, ser ciudadano y haber nacido en la
provincia o hallarse avecindado en ella con residencia a lo menos de siete
años. Indicábase en otro artículo que más adelante, para ser diputado, sería
preciso disfrutar de una renta anual procedente de bienes propios, y que las
cortes sucesivas declararían cuándo era llegado el tiempo de que tuviese
efecto aquella disposición. Y, ¡cosa extraordinaria!, diputados como e
señor Borrull, prontos siempre a tirar de la rienda a cuanto fuese
democrático, contradijeron dicho artículo, temiendo que con él se privase a
muchos dignos españoles de ser diputados. Cierto que, estancada todavía
casi toda la propiedad entre mayorazgos y manos muertas, no era fáci
admitir de seguida y absolutamente aquella base; pues los estudiosos, los
hombres de carrera y muchos ilustrados pertenecían más bien a la clase
desprovista de renta territorial, como los segundos de las casas, que a los
primogénitos; y exigir desde luego para la diputación la calidad de
propietario como única, antes que nuevas leyes de sucesión y otras
distribuyesen con mayor regularidad los bienes raíces, hubiera sido
exponerse a defraudar a la nación de representantes muy recomendables.
Pasaba la elección por los tres grados de juntas de parroquia, de partido
y de provincia: lo mismo, con leve diferencia, que se exigió para las cortes
generales y extraordinarias, según referimos en el libro XII; y con la
novedad de no deber ya ser admitidos los diputados de las villas y ciudades
antiguas de voto en cortes, ni los de las juntas que se hallaron al frente de
levantamiento en 1808. También se igualaban con los europeos los
americanos, cuyas elecciones quedaban a cargo de los pueblos, en lugar que
las últimas las verificaron los ayuntamientos. Superfluo parecía que esta ley
reglamentaria formase parte de la constitución, mas el señor Muñoz Torrero
insistió en ello, queriendo precaver mudanzas prontas e intempestivas
Podían ser nombrados diputados individuos del estado seglar o de
eclesiástico secular. Más de una vez provocaron ciertos señores la cuestión
de que se admitiesen también los regulares; pero las cortes desecharon
constantemente semejantes proposiciones.
Se excluían de la elección los secretarios del despacho, los consejeros de
estado, y los que sirviesen empleos de la casa real. Pasó el artículo sin
oposición: tan arraigado estaba el concepto de separar en todo la potestad
legislativa de la ejecutiva; como si la última no fuese un establecimiento
necesario e indispensable de la mecánica social, y como si en este caso no
valiera más que sus individuos permaneciesen unidos con las cortes y
afectos a ellas, que no que estuviesen despegados o fuesen amigos tibios
Tocante a la exclusiva dada a los empleados en la casa real, era uso antiguo
de nuestros cuerpos representativos, particularmente de los de Aragón
según nos cuentan sus escritores, y entre ellos el secretario Antonio Pérez.
Todos los años debían celebrarse las cortes, no pudiendo mantenerse
reunidas sino tres meses, y uno más en caso de que el rey lo pidiese, o lo
resolviesen así las dos terceras partes de los diputados. Adoptose aquella
limitación para enfrenar el demasiado poder que se temía de un cuerpo
único y de elección popular, y para no conceder al rey la facultad de
disolver las cortes o prorrogarlas. Providencia de la que pudiera haberse
resentido el despacho de los negocios, causando mayores males que los que
se querían evitar.
Proponía la comisión en su dictamen que se nombrasen los diputados
cada dos años, y que fuese lícito el reelegirlos. Aprobaron las cortes la
primera parte y desecharon la última, adoptando en su lugar que no podría
recaer la elección en los mismos individuos, sino después de haber mediado
una diputación, o sea legislatura. Desacuerdo notable, y con el que, según
oportunamente dijo en aquella ocasión el señor Oliveros, se echaba abajo e
edificio constitucional. Porque, en efecto, al que ya le faltaba el fundamento
sólido de una segunda y más duradera cámara, ¿qué apoyo de estabilidad le
restaba, variándose cada dos años y completamente los individuos que
componían la única y sola a que estaba encargada la potestad legislativa?
Dificultoso se hace que haya, por decirlo así, de remuda cada dos años en
un país 300 individuos capaces de desempeñar cargo tan arduo; sobre todo
en un país que se estrena en el gobierno representativo. Mas, aunque los
hubiera, una cosa es la aptitud y otra la costumbre en el manejo de los
negocios: una el saber y otra hallarse enterado de los motivos que hubo
para tomar tal o cual determinación. Eso sin contar con las pasiones y e
prurito de señalarse que casi siempre acompaña a cuerpos recién instalados
Además, no hay profesión, no hay arte, no hay magistratura que no requiera
ejercicio y conocimientos prácticos: no todos los años se relevan los
militares, ni se mudan los jueces ni los otros empleados; ¿y se podrá cada
dos cambiar y no reelegir los legisladores? Verdaderamente encomendábase
así el estado a una suerte precaria y ciega. Y todo por aquel mal aconsejado
desprendimiento, admitido desde un principio, y tan ajeno de repúblicos
experimentados. Rayaba ahora en frenesí, teniendo que dejar a unas cortes
nuevas el afirmamiento de una constitución todavía en mantillas, y en
cuyos debates no habían tomado parte.
Siguiendo la misma regla, y la adoptada en el año anterior, se decretó
por artículo constitucional, que no pudieran los diputados admitir para sí, n
solicitar para otro, empleo alguno de provisión real ni ascenso sino los de
escala durante el tiempo de su diputación, ni tampoco pensión n
condecoración hasta un año después. La prolongación del término, en e
último caso, estribaba en la razón de no haber en él sino utilidad propia
cuando en el primero podría tal vez ser perjudicial al estado privarle por
más tiempo de la asistencia de un hombre entendido y capaz.
Se extendían las facultades de las cortes a todo lo que corresponde a la
potestad legislativa, habiéndose también reservado la ratificación de los
tratados de alianza ofensiva, los de subsidios, y los especiales de comercio
dar ordenanzas al ejército, armada y milicia nacional, y estatuir el plan de
enseñanza pública y el que hubiera de adoptarse para el príncipe de
Asturias.
En la formación de las leyes se dejaba la iniciativa a todos los diputados
sin restricción alguna, y se introdujeron ciertos trámites para la discusión y
votación, con el objeto de evitar resoluciones precipitadas. Hubo pocos
debates sobre estos puntos. Promoviéronse, sí, acerca de la sanción real. La
comisión la concedía al monarca restricta, no absoluta, pudiendo dar la
negativa o veto hasta la tercera vez a cualquiera ley que las cortes le
presentasen; pero llegado este caso, si el rey insistía en su propósito, pasaba
aquella y se entendía haber recibido la sanción. Ya los señores Castelló y
conde de Toreno se habían opuesto al dictamen de la comisión en e
segundo título, en que se establecía que la facultad de hacer las leyes
correspondía a las cortes con el rey. Renovaron ahora la cuestión los
señores Terreros, Polo y otros, queriendo algunos que no interviniese e
monarca en la formación de las leyes, y muchos que se disminuyese e
término de la negativa o veto suspensivo. Los diputados que impugnaban e
artículo apoyábanse en ideas teóricas, plausibles en la apariencia, pero en e
uso engañosas. Había dicho el conde de Toreno, entre otras cosas:

«¿Cómo una voluntad individual se ha de oponer a la suma de


voluntades representantes de la nación? ¿No es un absurdo que solo
uno detenga y haga nula la voluntad de todos? Se dirá que no se
opone a la voluntad de la nación, porque esta de antemano la ha
expresado en la constitución, concediendo al rey este veto por
juzgarlo así conveniente a su bien y conservación. Esta razón, que a
parecer es fuerte, para mí es especiosa: ¿cómo la nación, en favor de
un individuo, ha de desprenderse de una autoridad tal, que solo por s
pueda oponerse a su voluntad representada? Esto sería enajenar su
libertad, lo que no es posible ni pensarlo por un momento, porque es
contrario al objeto que el hombre se propone en la sociedad, lo que
nunca se ha de perder de vista. Sobre todo debemos procurar a la
constitución la mayor duración posible; y ¿se conseguirá si se deja a
rey esa facultad? ¿No nos exponemos a que la negativa dada a una
ley traiga consigo el deseo de variar la constitución, y variarla de
manera que acarree grandes convulsiones y grandes males? No se
cite a la Inglaterra: allí hay un espíritu público formado hace siglos
espíritu público que es la grande y principal barrera que existe entre
la nación y el rey, y asegura la constitución que fue formada en
diferentes épocas y en diversas circunstancias que las nuestras
Nosotros ni estamos en el mismo caso, ni podemos lisonjearnos de
nuestro espíritu público. La negativa dada a dos leyes en Francia, fue
una de las causas que precipitaron el trono...»

Varias de estas razones y otras que, inexpertos entonces, dimos, más


bien tenían fuerza contra el veto suspensivo de la comisión que contra e
absoluto; pues aquel no esquivaba el conflicto que era de temer naciese
entre las dos primeras autoridades del estado, ni el mal de encomendar a la
potestad ejecutiva el cumplimiento de una ley que repugnaba a su dictamen
Fundadamente decía ahora el señor Pérez de Castro:

«No veo qué abusos puedan nacer de este sistema, ni por qué
cuando se trata de refrenar los abusos, se ha de prescindir de
poderoso influjo de la opinión pública, a la que se abre entre nosotros
un campo nuevo. La opinión pública apoyada de la libertad de la
imprenta, que es su fiel barómetro, ilustra, advierte y contiene, y es e
mayor freno de la arbitrariedad. Porque ¿qué sería en la opinión
pública de los que aconsejasen al rey la negativa de la sanción de una
ley justa y necesaria? Ni ¿cómo puede prudentemente suponerse que
un proyecto de ley, conocidamente justo y conveniente, sea
desechado por el rey con su consejo en una nación donde haya
espíritu público, que es una de las primeras cosas que ha de criar
entre nosotros la constitución, o nada habremos adelantado, ni esta
podrá existir? El resultado de una obstinación tan inconcebible sería
quedar expuesto el monarca al desaire de una nación forzada, y a
perder de tal modo el crédito o la opinión sus ministros, que vendrían
al suelo irremisiblemente. Y supongamos [caso raro en verdad] que
alguna vez estas precauciones impidan la formación de alguna ley; no
nos engañemos, esto no puede suceder cuando el proyecto de ley es
evidente, y tal vez urgentemente útil y necesario; pero hablando de
los casos comunes estoy firmemente persuadido que el dejar de hacer
una ley buena es menor mal que la funestísima facilidad de hacer y
deshacer leyes cada día, plaga la más terrible para un estado.»
«Juzgo [continuaba] que la experiencia y sus sabias lecciones no
deben ser perdidas para nosotros, y que el derecho público en esta
parte de otras naciones modernas que tienen representación naciona
no debe mirarse con desdén por los legisladores de España. No
hablaré de esa Francia que quiso al principio de sus novedades darse
un rey constitucional, y donde, a pesar del infernal espíritu
desorganizador de demagogia y democracia revolucionaria que
fermentó desde los primeros pasos, se concedió al monarca la
sanción con estas mismas pausas. Tampoco hablaré de lo que practica
una nación vecina y aliada, cuya prosperidad, hija de su constitución
sabia, es la envidia de todos, porque todos saben la inmensa
extensión que por ella tiene en este y otros puntos la prerrogativa
real. Solo haré mención de la ley fundamental de un estado moderno
más lejano, de los Estados Unidos del norte de América, cuyo
gobierno es democrático, y donde propuesto y aprobado un proyecto
en una de las dos cámaras, esto es, en la cámara de los representantes
o en el senado, tiene que pasar a la otra para su aprobación; si es all
también aprobado, tiene que recibir todavía la sanción del presidente
de los Estados Unidos; si este la niega, vuelve el proyecto a la cámara
donde tuvo su origen; es allí de nuevo discutido, y para ser aprobado
necesita la concurrencia de las dos terceras partes de votos: entonces
recibe fuerza, y queda hecho ley del estado... Pues si esto sucede en
un estado democrático, cuyo jefe es un particular revestido
temporalmente por la constitución de tan eminente dignidad, tomado
de los ciudadanos indistintamente, y falto por consecuencia de aque
aparato respetuoso que arranca la consideración de los pueblos; s
esto sucede en estados donde la ley se filtra, por decirlo así, por dos
cámaras, invención sublime dirigida a hacer en favor de las leyes que
el proyecto propuesto en una cámara no sea decretado sino en otra
distinta, y aun después ha menester la sanción del jefe del gobierno
¿qué deberá suceder en una monarquía como la nuestra, y en la que
no existen esas dos cámaras?...»

Prevaleció el dictamen de la comisión, y es de advertir que, entre los


señores que le impugnaban, y repelían la sanción real con veto absoluto o
suspensivo, habíalos de opiniones las más encontradas. Sucedía esto con
frecuencia en las materias políticas: y diputados, como el señor Terreros
muy aferrados en las eclesiásticas, eran de los primeros a escatimar las
facultades del rey, y a contrastar a los intentos de la potestad ejecutiva.
En este artículo 3.º establecíase la diputación permanente de cortes, y se
especificaba el modo y la ocasión de convocar a cortes extraordinarias. Se
componía ahora la primera de siete individuos escogidos por las mismas
cortes, a cuyo cargo quedaba durante la separación de las últimas velar
sobre la observancia de las leyes, y en especial de las fundamentales, sin
que eso le diera ninguna otra autoridad en la materia. Antiguamente se
conocía un cuerpo parecido en los reinos de Aragón, y en la actualidad en
Navarra y juntas de las provincias vascongadas y Asturias. Nunca en
Castilla hasta que se unieron las coronas y se confundieron las cortes
principales de la monarquía en unas solas. Entonces apareció una sombra
vana a que se dio nombre de diputación, compuesta también de siete
individuos que se nombraban y sorteaban por las ciudades de voto en
cortes. Pudo ser útil semejante institución en reinos pequeños, cuando la
representación de los pueblos no se juntaba por lo común todos los años, y
cuando no había imprenta o se desconocía la libertad de ella, en cuyo caso
era la diputación, según expresó oportunamente el señor Capmany, «e
censor público del supremo poder.» Pero ahora, si se ceñía este cuerpo a las
facultades que le daba la constitución, era nula e inútil su censura al lado de
la pública; si las traspasaba, además de excederse, no servía su presencia
sino para entorpecer y molestar al gobierno. Tuvieron por conveniente las
cortes respetar reliquia tan antigua de nuestras libertades, confiándole
también la policía interior del cuerpo, y la facultad de llamar en
determinados casos a cortes extraordinarias.
Dábase esta denominación no a cortes que fuesen superiores a las
ordinarias en poder y constituyentes como las actuales, sino a las mismas
ordinarias congregadas extraordinariamente y fuera de los meses que
permitía la constitución. Su llamamiento verificábase en caso de vacar la
corona, de imposibilidad o abdicación del rey, y cuando este las quisiese
juntar para un determinado negocio, no siéndoles lícito desviarse a tratar de
otro alguno. Con esto se cerraba el título tercero.
En el cuarto entrábase a hablar del rey, y se Título cuarto
circunstanciaban su inviolabilidad y autoridad, la sucesión a Del Rey
la corona, las minoridades y regencia, la dotación de la
familia real o sea lista civil, y el número de secretarios de estado y de
despacho con lo concerniente a su responsabilidad.
El rey ejercía con plenitud la potestad ejecutiva, pero siempre de manera
que podía reconocer, como dice Don Diego de Saavedra,[*]
(* Ap. n. 18-6.)
«que no era tan suprema que no hubiese quedado alguna en
el pueblo.» Concediósele la facultad de «declarar la guerra y hacer y
ratificar la paz», aunque después de una larga y luminosa discusión
deseando muchos señores que en ello interviniesen las cortes, a imitación
de lo ordenado en el fuero antiquísimo de Sobrarbe.[*] Las
(* Ap. n. 18-7.)
restricciones más notables que se le pusieron consistían en
no permitirle ausentarse del reino ni casarse sin consentimiento de las
cortes. Provocó ambas la memoria muy reciente de Bayona, y los temores
de algún enlace con la familia de Napoleón. Autorizábanlas ejemplos de
naciones extrañas, y otros sacados de nuestra antigua historia.
Se reservó para tratar en secreto el punto de la sucesión a la corona
Decidieron las cortes, cuando llegó el caso, que aquella se verificaría por e
orden regular de primogenitura y representación entre los descendientes
legítimos varones y hembras de la dinastía de Borbón reinante. Tal había
sido casi siempre la antigua costumbre en los diversos reinos de España. En
León y Castilla autorizola la ley de partida; y antes nunca había padecido
semejante práctica alteración alguna, empuñando por eso ambos cetros
Fernando I, y luego Fernando III el Santo: tampoco en Navarra, en donde
se contaron multiplicados casos de reinas propietarias, y a la misma
costumbre se debió la unión de Aragón y Cataluña en tiempo de Doña
Petronila, hija de Don Ramiro el Monje. Bien es verdad que allí hubo
algunas variaciones, especialmente en los reinados de Don Jaime e
Conquistador y de Don Pedro IV, el Ceremonioso, no ciñendo en su
consecuencia la corona las hijas de Don Juan el I, sucesor de este; la cua
pasó a las sienes de Don Martín, su hermano. Pero recobró fuerza en
tiempo de los reyes católicos, ya al reconocer por heredero al malogrado
Don Miguel, su nieto, príncipe destinado a colocarse en los solios de toda la
península, incluso Portugal, ya al suceder en los de España Doña Juana la
Loca y su hijo Don Carlos. Por la misma regla ocupó también el trono
Felipe V de Borbón, quien sin necesidad trató de alterar la antigua ley y
costumbre, y las disposiciones de los reyes D. Fernando y Doña Isabel, y de
introducir la ley sálica de Francia. Hízolo así hasta cierto punto, pero
bastante a las calladas y con mucha informalidad y oposición, según refiere
el marqués de San Felipe. En las cortes de 1789 ventilose también e
negocio, y se revocó la anterior decisión, mas muy en secreto. Las cortes
poniendo ahora en vigor la primitiva ley y costumbre, en nada chocaban
con la opinión nacional, y así fue que en el seno de ellas obraron en e
asunto de acuerdo los diversos partidos que las componían, mostrando
mayor ardor el opuesto a reformas.
Esto, en parte, pendía del ansia por colocar al frente de la regencia y
aproximar a los escalones del trono a la infanta Doña María Carlota
Joaquina, casada con Don Juan, príncipe heredero de Portugal, e hija mayor
de los reyes Don Carlos IV y Doña María Luisa, en quien debía recaer la
corona a falta de sus hermanos, ausentes ahora, cautivos y sin esperanza de
volver a pisar el territorio español. Había en ello también el aliciente de que
se reuniera bajo una misma familia la península entera; blanco en que
siempre pondrán los ojos todos los buenos patricios. Tenía el partido
antirreformador empeño tan grande en llamar a aquella señora a suceder en
el reino, que, para facilitar su advenimiento, promovió y consiguió que por
decreto particular se alejase de la sucesión a la corona al hermano menor de
Fernando VII, el infante Don Francisco de Paula y a sus descendientes
siendo así que este, por su corta edad, no había tenido parte en los
escándalos y flaquezas de Bayona, y que tampoco consentían las leyes ni la
política, y menos autorizaban justificados hechos tocar a la legitimidad de
mencionado infante. En el propio decreto eran igualmente excluidas de la
sucesión la infanta Doña María Luisa, reina viuda de Etruria, y la
archiduquesa de Austria del mismo nombre, junto con la descendencia de
ambas; la última señora por su enlace con Napoleón, y la primera por su
imprudente y poco mesurada conducta en los acontecimientos de Aranjuez
y Madrid de 1808. En el decreto sin embargo nada se especificaba
alegando solo para la exclusiva de todos «ser su sucesión incompatible con
el bien y seguridad del estado.» Palabras vagas, que hubiera valido más
suprimir, ya que no se querían publicar las verdaderas razones en que se
fundaba aquella determinación.
Las cortes retuvieron para sí en las minoridades el nombramiento de
regencia. Conformábanse en esto con usos y decisiones antiguas. Y en
cuanto a la dotación de la familia real, se acordó que las cortes la señalarían
al principio de cada reinado. Muy celosas anduvieron a veces las antiguas
en esta parte, usando en ocasiones hasta de términos impropios aunque
significativos, como aconteció en las cortes celebradas en (* Ap. n. 18-8.)
Valladolid el año 1518,[*] en las que se dijo a Carlos V
«que el rey era mercenario de sus vasallos.»
Instrumentos los ministros o secretarios del despacho de la autoridad de
rey, jefe visible del estado, son realmente en los gobiernos representativos
la potestad ejecutiva puesta en obra y conveniente acción. Se fijó que
hubiese siete: de estado o relaciones exteriores; dos de la gobernación, uno
para la península y otro para ultramar; de gracia y justicia; de guerra; de
hacienda y de marina. La novedad consistía en los dos ministerios de la
gobernación, o sea de lo interior, que tropezó con obstáculos por cuanto ya
indicaba que se querían arrancar a los tribunales lo económico y
gubernativo en que habían entendido hasta entonces.
Debían los secretarios del despacho ser responsables de sus providencias
a las cortes, sin que les sirviese de disculpa haber obrado por mandato de
rey. Responsabilidad esta por lo común más bien moral que efectiva; pero
oportuno anunciarla y pensar en ella, porque, como decía (* Ap. n. 18-9.)
bellamente el ya citado Don Diego de Saavedra:[*] «dejar
correr libremente a los ministros, es soltar las riendas al gobierno.»
También en este título se creaba un Consejo de estado. Bajo el mismo
nombre hallábase establecido otro en España desde tiempos remotos, al que
dio Carlos V particulares y determinadas atribuciones. Elevaba ahora la
comisión el suyo, dándole aire de segunda cámara. Debían componerle
cuarenta individuos: de ellos cuatro grandes de España, y cuatro
eclesiásticos; dos, obispos. Inamovibles todos, los nombraba el rey
tomándolos de una lista triple presentada por las cortes. Eran sus más
principales facultades aconsejar al monarca en los asuntos arduos
especialmente para dar o negar la sanción de las leyes, y para declarar la
guerra o hacer tratados; perteneciéndole asimismo la propuesta por ternas
para la presentación de todos los beneficios eclesiásticos y para la provisión
de las plazas de judicatura. Prerrogativa de que habían gozado las antiguas
cámaras de Castilla y de Indias; porción, como se sabe, integrante y
suprema de aquellos dos Consejos. Aplaudieron hasta los más enemigos de
novedades la formación de este cuerpo, a pesar de que con él se ponían
trabas mal entendidas a la potestad ejecutiva, y menguaban sus facultades
Pero agradábales porque renacía la antigua práctica de proponer ternas para
los destinos y dignidades más importantes.
Comprendía el título 5.º el punto de tribunales, punto Título 5.
bastante bien entendido y desempeñado, y que se dividía en De los tribunales
tres esenciales partes: 1.ª, reglas generales; 2.ª,
administración de justicia en lo civil; 3.ª, administración de justicia en lo
criminal. Por de pronto, apartábase de la incumbencia de los tribunales lo
gubernativo y económico, en que antes tenían concurso muy principal, y se
les dejaba solo la potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y
criminales. Prohibíase que ningún español pudiese ser juzgado por
comisión alguna especial, y se destruían los muchos y varios fueros
privilegiados que antes había, excepto el de los eclesiásticos y el de los
militares. No faltaron diputados, como los señores Calatrava y García
Herreros, que con mucha fuerza y poderosas razones atacaron tan injusta y
perjudicial exención; mas nada por entonces consiguieron.
Centro era de todos los tribunales uno supremo, llamado de Justicia, a
que se encargaba el cuidado de decidir las competencias de los tribunales
inferiores; juzgar a los secretarios del despacho, a los consejeros de estado
y a los demás magistrados en caso de que se les exigiese la responsabilidad
por el desempeño de sus funciones públicas; conocer de los asuntos
contenciosos pertenecientes al real patronato; de los recursos de fuerza de
los tribunales superiores de la corte, y en fin de los recursos de nulidad que
se interpusiesen contra las sentencias dadas en última instancia.
Después poníanse en las provincias tribunales que conservaban e
nombre antiguo de audiencias, y a las cuales se encomendaban las causas
civiles y criminales. En esta parte adoptábase la mejora importante de que
todos los asuntos feneciesen en el respectivo territorio; cuando antes tenían
que acudir a grandes distancias y a la capital del reino, a costa de muchas
demoras y sacrificios. Mal grave en la península, y de incalculables
perjuicios en ultramar. En el territorio de las audiencias, cuyos términos se
debían fijar al trazarse la nueva división del reino, se formaban partidos, y
en cada uno de ellos se establecía un juez de letras con facultades limitadas
a lo contencioso. Hubieran algunos querido que en lugar de un solo juez se
pusiese un cuerpo colegiado compuesto a lo menos de tres, como medio de
asegurar mejor la administración de justicia y de precaver los excesos que
solían cometer los jueces letrados y los corregidores; pero la costumbre, y
el temor de que se aumentasen los gastos públicos, inclinó a aprobar sin
obstáculos el dictamen de la comisión.
Hasta aquí todos estos magistrados, desde los del Tribunal supremo de
justicia hasta los más inferiores, eran inamovibles y de nombramiento real a
propuesta del Consejo de estado. Venían después en cada pueblo los
alcaldes, a los que, según en breve veremos, elegíanlos los vecinos, y a su
cargo se dejaban litigios de poca cuantía, ejerciendo el oficio de
conciliadores asistidos de dos hombres buenos, en asuntos civiles o de
injurias, sin que fuese lícito entablar pleito alguno antes de intentar e
medio de la conciliación. Cortáronse al nacer muchas desavenencias
mientras se practicó esta ley, y por eso la odiaron y trataron de desacreditar
ciertos hombres de garnacha.
En la parte criminal se impedía prender a nadie sin que procediese
información sumaria del hecho por el que el acusado mereciese castigo
corporal; y se permitía que en muchos casos, dando fiador, no fuese aque
llevado a la cárcel; a semejanza del habeas corpus de Inglaterra, o de
privilegio hasta cierto punto parecido de la antigua manifestación de
Aragón. Abolíase la confiscación, se prohibía que se allanasen las casas
sino en determinados casos, y adoptábase mayor publicidad en el proceso
con otras disposiciones no menos acertadas que justas. La opinión había
dado ya en España pasos tan agigantados acerca de estos puntos que no se
suscitó al tratarlos discusión grave.
Mas no pareció oportuno llevar la reforma hasta el extremo de institui
inmediatamente el jurado. Anunciose, sí, por un artículo expreso que las
cortes, en lo sucesivo, cuando lo tuviesen por conveniente introducirían la
distinción entre los jueces del hecho y del derecho. Solo el Señor Golfín
pidió que se concibiese dicho artículo en tono más imperativo.
El título 6.º fijaba el gobierno interior de las provincias y
Título 6.
de los pueblos. Se confiaba el de estos a los ayuntamientos, Del gobierno
y el de aquellas a las diputaciones, con los jefes políticos y interio
los intendentes. En España, sobre todo en Castilla, había de las provincia
y de los pueblos
sido muy democrático el gobierno de los pueblos, siendo los
vecinos los que nombraban sus ayuntamientos. Fuese alterando este método
en el siglo XV, y del todo se vició durante la dinastía austriaca
convirtiéndose por lo general aquellos oficios en una propiedad de familia
y vendiéndolos y enajenándolos con profusión la corona. En tiempo de
Carlos III, reinado muy favorable al bien de los pueblos, dispúsose en 1766
que estos nombrasen diputados y síndicos, con objeto en particular de evitar
la mala administración de los abastos; teniendo voto, entrada y asiento en
los ayuntamientos, y dándoles en años posteriores mayor extensión de
facultades. Mas no habiéndose arrancado la raíz del mal, trató la
constitución de descuajarla; decidiendo que habría en los pueblos para su
gobierno interior un ayuntamiento de uno o mas alcaldes, cierto número de
regidores, y uno o dos procuradores síndicos, elegidos todos por los vecinos
y amovibles por mitad todos los años. Pareció a muchos que faltaba a esta
última rueda de la autoridad pública un agente directo de la potestad
ejecutiva, porque los ayuntamientos no son representantes de los pueblos
sino meros administradores de sus intereses; y así como es justo por una
parte asegurar de este modo el bien y felicidad de las localidades, as
también lo es por la otra poner un freno a sus desmanes y peculiares
preocupaciones con la presencia de un alcalde u otro empleado escogido
por el gobierno supremo y central.
No quedaba a dicha semejante hueco en el gobierno de las provincias
Había en ellas un jefe superior, llamado jefe político, de provisión real, a
quien estaba encargado todo lo gubernativo, y un intendente que dirigía la
hacienda. Presidía el primero la diputación compuesta de siete individuos
nombrados por los electores de partido, y que se renovaban cuatro una vez
y tres otra cada dos años. Tenía este cuerpo latamente y en toda la provincia
las mismas facultades que los ayuntamientos en sus respectivos distritos
ensanchando su círculo hasta en la política general y mas allá de lo que
ordena una buena administración. Las sesiones de cada diputación se
limitaban al término de noventa días para estorbar se erigiesen dichas
corporaciones en pequeños congresos, y se ladeasen al federalismo: grave
perjuicio, irreparable ruina, por lo que hubiera convenido restringirlas aún
más. Podía el rey, siempre que se excediesen, suspenderlas, dando cuenta a
las cortes.
Se formaron estas diputaciones a ejemplo de las de Navarra, Vizcaya y
Asturias, las cuales, si bien con facultades a veces muy mermadas
conservaban todavía bastante manejo en su gobierno interior, especialmente
las dos primeras. Todas las otras provincias del reino habían perdido sus
fueros y franquezas desde el advenimiento al trono de las casas de Austria y
de Borbón: por lo que incurren en gravísimo error los extranjeros cuando se
figuran que eran árbitras aquellas de dirigir y administrar sus negocios
interiores; siendo así que en ninguna parte estaba el poder tan
reconcentrado como en España, en donde no era lícito desde el último
rincón de Cataluña o Galicia hasta el mas apartado de Sevilla o Granada
construir una fuente, ni establecer siquiera una escuela de primeras letras
sin el beneplácito del gobierno supremo o del consejo real, en cuyas
oficinas se empozaban frecuentemente las demandas, o se eternizaban los
expedientes con gran menoscabo de los pueblos y muchos dispendios.
El 7.º título era el de las contribuciones. Pasó todo él sin Título 7.
discusión alguna. Tan evidente y claro se mostró a los ojos De la
contribuciones
de la mayoría. En su contexto se ordenaba que las cortes
eran las que habían de establecer o confirmar las contribuciones directas e
indirectas. Preveníase también que fuesen todas ellas repartidas con
proporción a las facultades de los individuos sin excepción ni privilegio
alguno. Ratificábase el establecimiento de una tesorería mayor, única y
central con subalternos en cada provincia; en cuyas arcas debían entrar
todos los caudales que se recaudasen para el erario: modo conveniente de
que este no desmedrase. Tomábanse además otras medidas oportunas, sin
olvidar la contaduría mayor de cuentas para el examen de las de los
caudales públicos: cuerpo bastante bien organizado ya en lo antiguo, y que
tenía que mejorarse por una ley especial. Se declaraba el reconocimiento de
la deuda pública, y se la consideraba como una de las primeras atenciones
de las cortes; recomendándose su progresiva extinción, y el pago de los
réditos que se devengasen.
Importante era el título 8.º; pues concernía a la fuerza
Título 8.
militar nacional, y abrazaba dos partes. 1.ª Las tropas de De la fuerza
continuo servicio, o sea ejército y armada. 2.ª Las milicias. militar nacional
Respecto de aquellas se adoptaba la regla fundamental de
que las cortes fijasen anualmente el número de tropas que fuesen
necesarias, y el de buques de la marina que hubieran de armarse o
conservarse armados; como también el que ningún español podría
excusarse del servicio militar cuando y en la forma que fuere llamado por la
ley. Quitábanse así constitucionalmente los privilegios que eximían a
ciertas clases del servicio militar; privilegios destruidos o en parte
modificados, por disposiciones anteriores, y abolidos de hecho desde e
principio de la actual guerra.
Al cuidado de una ley particular se dejaba el modo de formar y
establecer las milicias, base de un buen sistema social, y verdadero apoyo
de toda constitución, siempre que las compongan los hombres acomodados
y de arraigo de los pueblos. Tan solo se indicaba aquí que su servicio no
sería continuo; previniéndose que el rey, si bien podía usar de aquella
fuerza dentro de la respectiva provincia, no así sacarla fuera antes de
obtener el otorgamiento de las cortes. Hubo quien quería se determinase
desde luego que los oficiales de las milicias fueran nombrados y ascendidos
por los mismos cuerpos, confirmando la elección las diputaciones o las
mismas cortes; pues opinaba quizá algo teóricamente que siendo dicha
fuerza valladar contra las usurpaciones de la potestad ejecutiva, debían
mantenerse sus individuos independientes de aquel influjo. Nada se
resolvió en la materia dejándose la decisión de los diversos puntos para
cuando se formase la ley enunciada.
Había también un título especial sobre la instrucción Título 9.
pública que era el 9.º Instituía este escuelas de primeras De la instrucción
letras en todos los pueblos de la monarquía, y ordenaba se pública
hiciese un nuevo arreglo de universidades, coronando la
obra con el establecimiento de una dirección general de estudios
compuesta de personas de conocida instrucción, a cuyo cargo se dejaba
bajo la inspección del gobierno, celar y dirigir la enseñanza pública de toda
la monarquía. Todo se necesitaba para introducir y extender el buen gusto y
el estudio de las útiles y verdaderas ciencias, por cuya propagación tanto, y
casi siempre en vano, clamaron y escribieron los Campomanes, los
Jovellanos, y muchos otros ilustres y doctos varones. Se elevaba en este
título a ley constitucional la libertad de la imprenta, declarando que los
españoles podían escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas, sin
necesidad de licencia, revisión o aprobación anterior a la publicación
propio lugar este de renovar y estampar de un modo indeleble ley tan
importante y sagrada; pues ella bien concebida, y enfrenado el abuso con
competentes penas, es el fanal de la instrucción, sin cuya luz navegaríase
por un piélago de tinieblas, incompatible con las libertades
constitucionales.
El décimo y último título hablaba de la observancia de la Título 10
ley fundamental y del modo de proceder en sus mudanzas o y último
alteraciones. Las cortes al instalarse debían ejercer una De la observancia
de la
especie de censura, y examinar las infracciones de constitución
constitución que hubieran podido hacerse durante su y modo
ausencia. Se declaraba también con el propio motivo el de procede
para hace
derecho de petición de que gozaba todo español. No se variacione
presentaron óbices ni reparos especiales a esta parte del en ella
título. Por el contrario a la en que se trataba del modo de
hacer modificaciones en la constitución. Decíase en el proyecto que
aquellas no podrían ni siquiera proponerse hasta pasados ocho años después
de planteada la ley en todas sus partes, y aun entonces se requerían
expresos poderes de las provincias; precediendo además otros trámites y
formalidades. Contradecían esta determinación los desafectos a las nuevas
reformas, y algunos de sus partidarios los mas ardientes; sobre todo los
americanos. Los primeros, porque querían que se deshiciese en breve la
obra reciente; los otros, por desearla aún mas liberal, y los últimos con la
esperanza de que acudiendo mayor número de los suyos a las próximas
cortes ordinarias, podrían legalmente, ya que no decretar la separación de
las provincias de ultramar, ir por lo menos preparando cada vez más la
independencia de ellas.
Consecuencia era inmediata de todo el artificio de la constitución poner
particulares trabas a su fácil reforma. Porque no habiendo sino una cámara
y no correspondiendo al rey mas veto que el suspensivo, claro era que
siempre que se hubiese autorizado a las cortes ordinarias para alterar las
leyes fundamentales, lo mismo que lo estaban para las otras, de su arbitrio
pendía destruir legalmente el gobierno monárquico, o hacer en é
alteraciones sustanciales. Verdad es que en Inglaterra no se conoce
diferencia entre la formación de las leyes constitucionales y las que no lo
son; pero esto procede de que allí no pasa acta alguna del parlamento sin la
concurrencia de las dos cámaras y el asenso del rey, cuyo veto absoluto es
salvaguardia contra las innovaciones que tirasen a alterar la esencia de la
monarquía. Esforzaron los argumentos en favor del dictamen los señores
Argüelles, Oliveros, Muñoz Torrero y otros; quedando al fin aprobado.
Termináronse aquí los mas importantes debates de esta constitución, que
se llamó del año doce porque en él se promulgó, circuló y empezó a
plantear. Constitución que fue en la España moderna el primer esbozo de la
libertad, y que graduándola unos de sobreexcelente, la han deprimido otros
y aun menospreciado con demasiada pasión.
Hemos tocado algunas de sus faltas en el curso de la Reflexione
anterior narración y examen; advirtiendo que pecaba generale
principalmente en la forma y composición de la potestad acerca de la
constitución
legislativa, como también en lo que tenía de especulativa y
minuciosa. Aparecía igualmente a primera vista gran desvarío haber
adoptado para los países remotos de ultramar las mismas reglas y
constitución que para la península; pero desde el punto que la junta centra
había declarado ser iguales en derechos los habitantes de ambos
hemisferios, y que diputados americanos se sentaron en las cortes, o no
habían de aprobarse reformas para Europa, o menester era extenderlas a
aquellos países. Sobrados indicios y pruebas de desunión había ya para que
las cortes añadiesen pábulo al fuego; y en donde no existían medios
coactivos de reprimir ocultas o manifiestas rebeliones, necesario se hacía
atraer los ánimos, de manera que ya que no se impidiese la independencia
en lo venidero, se alejase por lo menos el instante de un rompimiento hosti
y total.
En lo demás, la constitución, pregonando un gobierno representativo y
asegurando la libertad civil y la de la imprenta, con muchas mejoras en la
potestad judicial y en el gobierno de los pueblos, daba un gran paso hacia e
bien y prosperidad de la nación y de sus individuos. El tiempo y las luces
cada día en aumento hubieran acabado por perfeccionar la obra todavía
muy incompleta.
Y en verdad, ¿cómo podría esperarse que los españoles hubieran de un
golpe formado una constitución exenta de errores, y sin tocar en escollos
que no evitaron en sus revoluciones Inglaterra y Francia? Cuando se pasa
del despotismo a la libertad, sobreviene las más veces un rebosamiento y
crecida de ideas teóricas que solo mengua con la experiencia y los
desengaños. Fortuna si no se derrama y rompe aún más allá, acompañando
a la mudanza atropellamientos y persecuciones. Las cortes de España se
mantuvieron inocentes y puras de excesos y malos hechos. ¡Ojalá pudiera
ostentar lo mismo el gobierno absoluto que acudió en pos de ellas y las
destruyó!
No ha faltado quien piense que si hubieran las cortes admitido dos
cámaras y dado mayores ensanches a la potestad real, se hubiera
conservado su obra estable y firme. Dudámoslo. El equilibrio más bien
entendido de una constitución nueva cede a los empujes de la ignorancia, y
de alborotadas y antiguas pasiones. Los enemigos de la libertad tanto más
la temen, la aborrecen y la acosan, cuanto más bella y ataviada se presenta
Camino sembrado de abrojos es siempre el suyo. Emprendímosle entonces
en España; más para llegar a su término, aguantar debíamos caídas y
muchos destrozos.
Puso grima a los contrarios de las cortes fuera de su seno Descontento
el partido que estas ganaron, y los elogios que merecieron fuera
ya en el mero hecho de presentarse a sus deliberaciones el de las cortes
proyecto de la constitución. Despechados manifestaron más
a las claras su enemistad, y a punto de comprometerse ciertas personas
conspicuas y cuerpos notables en el estado.
Dio la señal desde un principio un escrito publicado en Asunto
Alicante, en el mes de septiembre de 1811, y qué llevaba de Lardizábal
por título «Manifiesto que presenta a la nación el consejero
de estado Don Miguel de Lardizábal y Uribe, uno de los cinco que
compusieron el supremo consejo de regencia de España e Indias, sobre su
política en la noche del 24 de septiembre de 1810.» Comenzó en octubre a
circular el papel en Cádiz, y como salía de la pluma no de un escritor
desconocido y cualquiera, sino de un hombre elevado en dignidad y de un
exregente, metió gran ruido y causó impresión muy señalada, mayormente
cuando no se trataba solo en él de opiniones que tuviera el autor, mas
también de los pensamientos e intenciones aviesas que al instalarse las
cortes había abrigado la regencia de que Lardizábal era individuo.
Excitados los diputados por el clamor público, llamaron algunos, en 14
de octubre, acerca del asunto la atención del congreso; siendo el primero
Don Agustín de Argüelles, apoyado por el conde de Toreno. Presentó e
impreso el señor García Herreros, que se mandó leer inmediatamente. Era
su contenido un ataque violento contra las cortes, dirigido «a persuadir la
ilegitimidad de estas; y asentando que si el consejo de regencia las
reconoció y juró en la noche del 24 de septiembre, fue obligado de las
circunstancias, por hallarse el pueblo y el ejército decididos en favor de las
cortes.» El señor Argüelles, calificando este impreso de libelo, dijo que
contenía dos partes. «La primera [añadió] abraza las opiniones de un
español, que, como ciudadano y estando en el goce de sus derechos, ha
podido y ha debido manifestarlas, y está bien que diga lo que quiera, y
sostenga su opinión hasta cierto punto. Pero a otra parte no es opinión, son
hechos que atacan a las cortes, a la nación y a la causa pública... ¿Qué
quiere decir que si el consejo antiguo de regencia hubiera podido disponer
del pueblo o de la fuerza en la noche del 24 de septiembre, la cosa no
hubiera pasado así?... Si ese autor se reconoce tan impertérrito, ¿por qué no
tuvo valor... en Bayona?» [Había el Don Miguel de Lardizábal sido
individuo de la junta que allí reunió Napoleón en 1808]. «La grandeza de
los hombres [concluía el señor Argüelles] se descubre en las grandes
ocasiones. En los peligros está la heroicidad.» Fue de la misma opinión e
señor Mejía, y propuso que pasase el papel a la junta de censura de la
libertad de la imprenta. Arrojose más allá el conde de Toreno, pidiendo con
vehemencia que se tomasen providencias severas y ejecutivas. Al cabo, y
después de largos y vivos debates, se resolvió, según propuesta del señor
Morales Gallego, ampliada y modificada por otros diputados, que «se
arrestase y condujese a Cádiz desde Alicante, donde residía, a Don Migue
de Lardizábal, siempre que fuese autor del referido manifiesto, como
también que se recogiesen los ejemplares de este y se ocupasen los demás
papeles de dicho Lardizábal; todo bajo la más estricta responsabilidad de
secretario del despacho a quien correspondiese.»
Al día siguiente continuose tratando del mismo asunto, y Del consejo
Don Antonio de Escaño, compañero de regencia con
Lardizábal, hizo una exposición desmintiendo cuanto había publicado e
último acerca de las ideas e intenciones de aquel cuerpo. Igual o parecido
paso dieron más adelante los señores Saavedra y Castaños. La discusión
pues, siguió el 15 muy animada, porque sonrugíase que el consejo de
Castilla obraba de acuerdo con Lardizábal, y que en secreto había extendido
recientemente una consulta comprensiva de varios particulares relativos a
lo mismo, y contra la autoridad de las cortes. También paró la
consideración de estas una protesta remitida por el obispo de Orense, de
que hablaba Lardizábal en su manifiesto; e impelido el señor Calatrava de
ambos motivos, pidió: 1.º «Que se nombrase una comisión de dos diputados
para que inmediatamente pasase al consejo real y recogiese dichas protesta
y consulta. 2.º Que otra comisión de igual número pasase a recoger la
exposición o protesta del mismo reverendo obispo, que se decía archivada
en la secretaría de gracia y justicia. 3.º Que se nombrase una comisión de
cinco diputados que juzgase al autor del manifiesto, y entendiese en la
causa que debía formarse desde luego para descubrir todas sus
ramificaciones...» Aprobáronse las dos primeras propuestas, y se
nombraron para desempeñar la comisión del consejo al mismo señor
Calatrava y al señor Giraldo, y para la de la secretaría de gracia y justicia a
los señores García Herreros y Zumalacárregui. Se opuso el señor del Monte
a la tercera proposición, y se desechó que fuesen diputados los que
juzgasen a Don Miguel de Lardizábal, aprobándose en su lugar «que una
comisión del congreso propusiese en el día siguiente doce sujetos que
actualmente no ejerciesen la magistratura, para que entre ellos eligiesen las
cortes cinco jueces y un fiscal que juzgasen al autor del manifiesto y
entendiesen en la causa que debía formarse desde luego para descubrir
todas sus ramificaciones, procediendo breve y sumariamente con amplias
facultades, y con la actividad que exigía la gravedad del asunto.»
Tal vez parecerá que hubo demasía en injerirse las cortes directamente
en este asunto, y en nombrar un tribunal especial, separándose de los
trámites regulares y ordinarios. Pero el acontecimiento en sí era grave
tratábase de personas de categoría, de las que constantemente se habían
opuesto a las reformas y actuales mudanzas, y de un cuerpo como e
consejo, enemigo por lo común de cuanto le hiciese sombra y no se
acomodase a sus prerrogativas y extraordinarias pretensiones. Además
íbase a juzgar a Lardizábal como a regente, y a los consejeros, si había
lugar a ello, como a magistrados. Era caso de responsabilidad; las leyes
antiguas estaban silenciosas en la materia, o confusas y poco terminantes, y
la constitución no se había acabado de discutir. Necesario, pues, era llena
por ahora el vacío. En Inglaterra acusa la cámara de los comunes en causas
iguales o parecidas; juzga la de los lores; y en ofensas particulares y que les
son propias, ellas mismas, cada una en su sala, examinan y absuelven o
condenan. Y, ¡qué diferencia!, allí existe una constitución antigua bien
afianzada, árbol revejecido y de siglos que contrasta a violentos huracanes
mas aquí todo era tierno y nuevo, y cañaveral que se doblaba aun con los
vientos más suaves.
En la misma sesión del 15 dieron cuenta los diputados de las comisiones
nombradas de haber cumplido con su encargo. Los que fueron a la
secretaría de gracia y justicia encontraron la exposición del obispo de
Orense, altanera en verdad y ofensiva; pero que no era otra sino la que
presentó aquel prelado a las cortes en 3 de octubre de 1810, de la cua
hicimos mención en el libro 13. Los que se encaminaron al consejo no
descubrieron la consulta de que se trataba, y solo sí tres votos contra ella de
los señores que habían disentido, y eran Don José Navarro y Vidal, Don
Pascual Quílez y Talón y Don Justo Ibar Navarro. Estaba encargado de
extender la consulta el conde del Pinar, quien dijo haberla destruido de
enojo, porque cuando la presentó al consejo le habían puesto reparos
algunos de sus compañeros hasta en las más mínimas expresiones. Irritó la
disculpa, y pocos dieron a ella asenso, creyendo los más que dicho
documento se había inutilizado ahora y después del suceso. Con su
desaparecimiento y lo que resultaba de los votos de los tres consejeros que
discordaron, encrespose el asunto y se agravó la suerte de los de la
consulta, habiéndose aprobado dos proposiciones del conde de Toreno
concebidas en estos términos: «1.ª Que se suspendiesen los individuos de
consejo real que habían acordado la consulta de que hacían mérito los votos
particulares de los ministros Ibar Navarro, Quílez Talón y Navarro Vidal
remitiendo estos votos y todos los papeles y documentos que tuviesen
relación con este asunto al tribunal que iba a nombrar el congreso para la
causa de Don Miguel de Lardizábal. 2.ª Que, mientras tanto, entendiesen en
los negocios propios de las atribuciones del consejo los tres individuos que
se habían opuesto a la consulta, y los ausentes que hubiesen venido después
y se hallasen en el ejercicio de sus funciones.»
Golpe fue este que chocó a los enemigos de las reformas, viendo caído a
un cuerpo gran sustentáculo a veces de preocupaciones y malos usos. En
todos tiempos, a pesar de la censura que tapaba los labios, han clamado los
españoles, siempre que han podido, contra las excesivas facultades de los
togados y sus usurpaciones. «Amigos [decía de ellos [*] (* Ap. n. 18-10.)
Don Diego Hurtado de Mendoza] de traer por todo, como
superiores, su autoridad.» Y después, más cercano a nuestros días, [en los
de Felipe V] Fr. Benito de la Soledad,[*] que ya tuvimos (* Ap. n. 18-11.)
ocasión de citar, afirmaba que... «todos los daños de la
monarquía española habían nacido de los togados... Ellos [continúa dicho
escritor] han malbaratado los millones y nuevos impuestos... Ellos han
quitado la autoridad a todos los reinos de la monarquía, y desvanecídoles
las cortes...» Y más adelante; «los togados deben limitarse a mantener y
ejercitar la justicia sin embarazarse en tales dependencias... Sala de
gobierno [añade] en los togados es buena para que nunca le haya con
utilidad ni decencia; pues esto pertenece a estadistas...» Omitimos otras
expresiones harto duras, y quizá algo apasionadas. Por lo demás, admira
que en principios del siglo XVIII se tuviesen ideas tan claras sobre varios
de los males administrativos que agobiaban a España, y sobre la necesidad
de separar la parte gubernativa de la judicial. Ahora el descrédito de
consejo y la oposición a sus providencias se habían aumentado con la
conducta equívoca e incierta que había seguido aquel cuerpo al momento
de levantarse las provincias del reino, y su conato en atacar a estas y
contrariar casi todas las reformas que emanaban de aquella fuente.
No paró aquí negocio tan importante, si bien enfadoso. Pape
Imprimíase entonces en Cádiz, en la oficina de Bosch, un de la España
papelito intitulado: «España vindicada en sus clases y vindicada
jerarquías», el cual se presumía tener enlace con lo que en la
actualidad se trataba; por lo que en el mismo día 15 extendió una
proposición el señor García Herreros, de cuyas resultas se remitieron a las
cortes dos ejemplares impresos de dicho escrito con el original. Era esta
producción una larga censura de todos los procedimientos del congreso, en
la que el autor, aunque a cada paso y en tono suave afirmaba ser hombre
sumiso y obediente a las cortes, excitaba contra ellas a los clérigos y a los
nobles que decía injuriados por no haberse admitido los estamentos
añadiendo que no podían las mismas entender sino en negocios de guerra y
hacienda para rechazar al enemigo. Sonaba y se decía autor del papel Don
Gregorio Vicente Gil, oficial de la secretaría del consejo y cámara; pero
asegurábase, y luego se probó, que el verdadero autor era Don José Colón
decano del consejo real. Por eso, mirando el asunto como conexo con el de
esta corporación y con el de Lardizábal, se pasó el 21 del propio octubre un
ejemplar impreso con el original manuscrito al tribunal especial que iba a
entender en las otras dos causas.
Había sido aquel nombrado el 17, escogiendo las cortes Tribunal especia
de entre los 12 sujetos propuestos por la comisión, cinco para entende
jueces y un fiscal. Fueron los primeros Don Toribio Sánchez en estos negocios
Monasterio, Don Juan Pedro Morales, Don Pascual Bolaños
de Novoa, Don Antonio Vizmanos y Don Juan Nicolás Undabeitia, y e
último Don Manuel María Arce. Prestaron todos juramento ante las cortes
y considerose dicho tribunal como supremo dispensándole el tratamiento de
alteza.
Tuvo el negocio incidentes muy desagradables, siendo el
Exposición
campo de lides del partido reformador y del del decano
antirreformador. Dio lugar a varias discusiones una del consejo
representación del mencionado decano del consejo Don José
Colón, en la que «sometiéndose como individuo a comparecer ante e
tribunal especial, pedía como persona pública la venia más atenta, para que
el juicio y cuanto se obrase en él, fuese y se entendiese con la reserva de
exponer [por sí, si vivía, o por el que le sucediese] a las cortes presentes y
futuras cuanto conviniese a su alto cargo y a su tribunal.» Algunos
diputados miraron dicha exposición como ambigua y como una protesta
anticipada de las reformas judiciales de la constitución. Pidiéronse al Don
José explicaciones acerca del sentido; diolas, y no satisfaciendo con ellas
dijo el señor García Herreros: «Todo individuo de la sociedad tiene derecho
para representar al soberano cuanto le parezca. En sustancia esa venia que
Don José Colón pide ¿no es para representar lo que le convenga, ya sea
antes o después de la sentencia? Pues, ¿a quién ha negado la ley ni las
cortes el que acuda a hacer presente lo que juzgue útil y preciso a su
derecho?... Así que [concluyó manifestando el señor García Herreros] yo no
comprendo a que es pedir esa venia, y me parece inútil concederla. M
dictamen pues es que se diga que use de su derecho y nada más.» A esto
respondió el señor Gutiérrez de la Huerta: «que, según el derecho español
era necesario para instaurar un recurso extraordinario al soberano, pedir
antes la venia, y que siendo extraordinario el tribunal creado, podían ocurri
casos en que los acusados tuviesen que usar de este medio, por lo que
justamente el decano del consejo pedía dicho permiso para ocurrir a las
cortes siempre que él o sus compañeros se sintiesen agraviados.» Práctica
forense esta no aplicable al caso, ni tampoco muy usada y clara; por lo que
con razón expresó Don Juan Nicasio Gallego «que no era fáci
desenmarañarla, sobre todo cuando los señores jurisperitos que, además de
estudio, tenían la práctica del foro y estrados, hablaban con tanta variedad
en el negocio.»
Fuese este enredando cada vez más y, enardeciéndose las pasiones, se
llegó al extremo de que las galerías, hasta entonces tranquilas, y que
escuchaban con respetuoso silencio las demás discusiones, tomaron parte y
se excedieron.
Creció el desasosiego el 26 de octubre, en cuyo día Desagradabl
continuó el debate, dando ocasión a ello un discurso ocurrencia
pronunciado por Don José Pablo Valiente. Tenía el pueblo con el diputado
Valiente
de Cádiz contra este diputado antigua ojeriza, que había
empezado ya en 1800, por atribuírsele la introducción allí de la fiebre
amarilla volviendo de ser intendente de la Habana. La acusación era
infundada; y en todo caso, culpa hubiera sido más bien que suya de las
autoridades de la ciudad. Odiábanle también porque patrocinaba e
comercio libre con América, a causa de sus relaciones y amistades en la isla
de Cuba; pues aquel diputado, enemigo constante de las reformas, sostenía
esta con fuerza, al paso que los vecinos de Cádiz, muy adictos a todas las
otras, era la sola a que se oponían como interesados en el comercio
exclusivo. Tanto influjo tienen en nuestras determinaciones las miras
privadas. Valiente, además, asistía poco a las cortes, y sabíase que era e
único individuo de la comisión de constitución que había rehusado firmar e
proyecto. Motivos todos que aumentaban la aversión hacia su persona, y
por lo que debiera haber procedido con mucha mesura. Mas no fue así; y
acudiendo inopinadamente a las cortes, púsose luego a hablar, usando de
expresiones tales que presumieron los más ser su intento excitar a
desorden, y convertir por este medio, según prevenía el reglamento, la
sesión pública en secreta. Confirmose la sospecha cuando se vio que
Valiente al primer leve murmullo de las galerías reclamó el cumplimiento
de aquel artículo reglamentario; con lo cual indispuso aún más los ánimos
y a poco los irritó del todo añadiendo que entre los circunstantes había
intriga; y también, según oyeron algunos, gente pagada. Palabras que
apenas las pronunció, causaron bulla y desorden en términos que e
presidente alzó la sesión pública a pesar de vivas reclamaciones del señor
Golfín y conde de Toreno.
Permanecieron sin embargo los espectadores en las galerías, y aunque
después las evacuaron, mantuviéronse en la calle y puertas del edificio
Cundió en breve el tumulto a toda la ciudad, y se embraveció al divulgarse
que era Valiente la causa primera de aquel disgusto. De resultas cesaron las
cortes en la deliberación pública y secreta del asunto pendiente, y solo
pensaron en tomar precauciones que preservasen de todo mal la persona de
diputado amenazado. A este fin vino a la barandilla el gobernador de la
plaza Don Juan María Villavicencio, quien respondió de la seguridad
individual del Don José Pablo; mas, atemorizado este, no quiso volver a su
casa y pidió que se le llevase al navío de guerra Asia fondeado en bahía
Hubo de condescenderse con sus deseos, y puesto a bordo, mantúvose allí y
después en Tánger muchos meses por voluntad propia, pues era medroso y
de condición indolente; aunque, según más adelante veremos, no
permaneció en su retiro desocupado, procurando sostener y fomentar sus
conocidas máximas y principios. Por lo demás, el lance ocurrido, doloroso
y de perjudicial ejemplo, si bien fue provocado por la indiscreción y
temeridad de Valiente, dio armas a los que después quisieron quejarse de
falta de libertad.
Pero de pronto amilanáronse los enemigos de las Curso
reformas, y Don José Colón mismo desistió de sus y final término
peticiones, las que sin embargo pasaron al tribunal especial. de estos negocios
Siguieron en este todos sus trámites las causas
encomendadas a su examen y resolución. Lardizábal llegó de Alicante a
principiar noviembre y, arrestado en Cádiz en el cuartel de San Fernando
hizo a las cortes varias representaciones procurando sincerar su conducta y
escritos. Duraron meses estos negocios. El de la España vindicada
empantanose con una calificación que en su favor dio la junta suprema de
censura, en oposición a otra de la de provincia, excediéndose aquella de sus
facultades. A los consejeros procesados, 14 en número, absolviolos de toda
culpa en 29 de mayo de 1812 el tribunal especial. Menos dichoso el señor
Lardizábal, pidió contra él el fiscal la pena de muerte, y el tribunal, si bien
no se conformó con dicho parecer, condenó al acusado en 14 de agosto de
propio año «a que saliese expulso de todos los pueblos y dominios de
España en el continente, islas adyacentes y provincias de ultramar, y a
pago de las costas del proceso, mandando que los ejemplares del manifiesto
se quemasen públicamente por mano del verdugo.» Apeló Lardizábal de
fallo al tribunal supremo de justicia, ya entonces establecido; el que en sala
2.ª revocó y anuló la anterior sentencia, que confirmó después en todas sus
partes la sala 1.ª en virtud de apelación que hizo el fiscal del tribuna
especial. Finalizaron así tan ruidosos asuntos, en los que si hubo calor y
quizá algún desvío de autoridad, dejáronse por lo menos a los acusados
todos los medios de defensa; formando en esto contraste con los inauditos
atropellamientos que ocurrieron después al restaurarse el gobierno absoluto
Volviendo poco a poco del asombro el partido antiliberal, Manejo
causó a su contrario nuevas turbaciones, naciendo la para pone
primera de querer poner al frente de la regencia a una al frent
de la regencia a
persona real. Hemos visto en el curso de esta historia los la infanta Doña
príncipes que en diversas ocasiones reclamaron sus María Carlota
derechos a la corona de España, o solicitaron tomar parte en
los actuales acontecimientos. No disminuyeron después los pretendientes a
pesar de la situación mísera y atribulada de la península, teniendo abogados
hasta la antigua casa de Saboya, cuyo príncipe reinante moraba en la isla de
Cerdeña, viviendo en mucho retiro, y habiéndole casi olvidado el mundo
Mas sobre todos reunía poderoso número de parciales la infanta Doña
María Carlota, de la que poco hace hablamos. Queríanla los
antirreformadores como apoyo de sus pensamientos. Queríanla los antiguos
palaciegos y participaban también del mismo deseo muchos liberales
ansiosos de incorporar el reino de Portugal a España. Pero de los últimos
los más eran opuestos a la medida; pues aunque partidarios como los otros
de la unión de la península, no estimaban prudente por un bien lejano e
incierto aventurar ahora el inmediato y más seguro de las libertades
públicas, persuadidos de que el bando contrario a ellas adquiriría notable
fuerza con la ayuda y prestigio de una persona real. Sostenía la idea Don
Pedro de Sousa, ahora marqués de Palmela, ministro entonces del reino de
Portugal y de la corte del Brasil en Cádiz, hombre diestro y muy solícito en
el asunto, si bien le oponía resistencia su compañero el ministro británico
Sir Henry Wellesley.
Tampoco se descuidó la infanta procurando por sí misma Carta a las corte
lisonjear a las cortes, y hacer bajo de mano ofrecimientos de esta señora
muy halagüeños. Con todo, a veces no anduvo atinada; y
entre otros casos, acordámonos de uno en que por lo menos probó
imprudencia extraña y suma. Había por este tiempo entre España y la corte
del Brasil motivos de desavenencia y quejas que nacían de antiguas
usurpaciones de aquel gobierno en la orilla oriental del río de la Plata, y
también de reciente y desleal conducta en Montevideo. La infanta, para
desvanecer ciertas dudas que había sobre la parte que S. A. había tomado
en el último procedimiento, escribió una carta a las cortes como para
satisfacerlas y desahogar con ellas su pecho, informándolas acerca de aque
punto y de otros; y terminaba por rogar que no se descubriese a su esposo
aquella correspondencia. Singular confianza y encargo, como si pudiera
guardarse sigilo en una corporación compuesta de 200 individuos, de
dictámenes y condiciones diversas. Diose cuenta del asunto en secreto, y
sobre él resolvieron las cortes se hiciese saber a la infanta que en materias
tales tuviese a bien S. A. dirigirse a la regencia, a cuyas facultades
correspondía el despacho. Más adelante repitió sin embargo sus cartas la
misma princesa, aunque alguna de ellas, según veremos, con motivo
plausible.
En tanto, los manejos ocultos para colocar a dicha señora Proposicione
al frente del gobierno de España tomaron mayor para ponerla
incremento; y el diputado Laguna, de poco nombre e al frent
de la regencia
influjo, testa de ferro en este lance, hizo el 8 de diciembre
de este año de 1811 entre otras proposiciones la de que «se
Del seño
eligiese nueva regencia compuesta de cinco personas, de las Laguna
que una fuese la persona real a quien tocase.» Resultaba
claro que esta, aunque no se nombraba, era la infanta Doña María Carlota
pues destruida la ley sálica, y ausentes y cautivos sus hermanos, a ella
pertenecía por su inmediación a la corona presidir en aquel caso la
regencia. La proposición, a pesar de lo mucho que se había Se desecha
maquinado, no fue ni siquiera admitida a discusión.
Pocos días después promovió en secreto la misma Del seño
cuestión Don Alonso Vera y Pantoja, pero habiéndose Vera y Pantoja
decidido que no era asunto que debiera tratarse a las
calladas, renovola dicho diputado en la sesión pública del 29 del propio
diciembre. Era Don Alonso diputado por la ciudad de Mérida, anciano
buen caballero, pero pazguato, y más para poco que el ya mencionado
Laguna. Presentó pues aquel una exposición poco medida en sus términos
de agria censura contra las cortes, y que por ahí descubría ser no solo de
ajena mano, mas también de forastera y no amiga de aquella corporación
Concluía el escrito con varias proposiciones, de las cuales las más
esenciales eran:

«1.ª Que se nombrase una regencia, y presidente de ella a una


persona real, concediéndole el ejercicio pleno de las facultades
asignadas al rey en la constitución. 2.ª Que en el término perentorio
de un mes después de elegir dicha regencia, se finalizasen las
discusiones de la constitución, y se disolviesen las cortes. 3.ª Que no
se convocasen otras nuevas hasta el año 1813.»

Conjura poco disfrazada y demasiadamente grosera. El señor Calatrava


pidiendo que conforme al reglamento explayase el autor sus proposiciones
puso al D. Alonso en grande aprieto estando este ya muy confuso, y
próximo a nombrar la persona que se las había apuntado. Pero después
tomando el mismo señor Calatrava tono más grave, dijo:

«Una porción de protervos se valen de hombres buenos, como lo


es el señor Vera, que acaso no tendrá las luces necesarias. Es ya
tiempo de quitarles la máscara. Hombres malvados se valen de estos
instrumentos para desacreditar a las cortes y encender la tea de la
discordia entre nosotros... ¿Qué ha hecho el autor de las
proposiciones en los 15 meses que están instaladas las cortes? ¿Qué
proposiciones ha hecho para ayudar a estas? ¿Qué planes ha
presentado para salvar la patria? Regístrense las actas, bájense los
expedientes de la secretaría. Allí se verá lo que cada uno ha hecho
¿Qué ha dicho y hecho el señor Vera para acusar a las cortes ahora?
Dice que estas se han ocupado en expedientes particulares: pregunto
¿quién los ha promovido más?... ¿De qué se trata en ese papel? De
culpar a las cortes como la causa de los defectos del gobierno. ¿Y
esto lo dice un diputado?... ¿A qué se dirigen estas proposiciones? A
desacreditar a las cortes y al gobierno. Esto no puede tener origen
sino en personas descontentas por las reformas que se han intentado.»

Siguió la discusión, y el señor Argüelles hizo otras Apruébanse otra


proposiciones en sentido inverso a las del diputado Vera, en contrario de
terminándose por aprobar el 1.º de enero tres de las de dicho Señor Argüelles
señor Argüelles: dos de las cuales eran importantes y se
dirigían la una a que «en la regencia que ahora se nombrase para gobernar
el reino con arreglo a la constitución, no se pusiese ninguna persona real»
y la otra «a que se eligiese una comisión de las mismas cortes para que
propusiera las medidas que conviniese tomar entre tanto que se organizaba
el gobierno, a fin de asegurar mejor la decisión de tan importante negocio.»
No tuvieron de consiguiente resulta las del señor Vera que de suyo cayeron
en el olvido.
Por lo demás urgía nombrar regencia: era en eso unánime la opinión de
los diputados. La antigua estaba ya usada y como manca. Lo primero
acontecía fácilmente en tiempos desasosegados y de tanto apuro como los
que corrían; pendía lo segundo de la ausencia casi continua de Don Joaquín
Blake, y de haber ahora este acabado de perderse quedando prisionero en la
toma de la ciudad de Valencia.
Pasaron pues las cortes a ocuparse en la elección de la Nueva regencia
regencia nueva, y se pusieron con este motivo todos los compuesta
partidos muy sobre aviso. Precedió para ello una lista de de 5 individuos
candidatos y un examen de condiciones presentadas por la
comisión elegida a propuesta del señor Argüelles. Hubo en la materia
discusiones secretas, largas y reñidas. Al cabo fueron el 21 de enero
nombrados regentes «el teniente general, duque del Infantado; Don Joaquín
Mosquera y Figueroa, consejero en el supremo de Indias; el teniente
general de la armada Don Juan María Villavicencio; Don Ignacio
Rodríguez de Rivas, del consejo de S. M., y el teniente general conde de
Abisbal»; entre los cuales debía turnar la presidencia cada seis meses por e
orden en que fueron elegidos, que era el que va indicado.
Estos señores, excepto el duque del Infantado, ausente en Londres como
embajador extraordinario, juraron en las cortes el 22, y el mismo día
tomaron posesión de sus plazas. Habían hecho en gran parte la elección los
antirreformadores, por habérseles unido, en especial para la del duque de
Infantado, los americanos, confiados estos en que así serían mejor
sostenidas sus pretensiones y sus candidatos, en lo cual se engañaron
Recibiose mal en Cádiz el nombramiento, vislumbrando ya el público e
lado adonde se inclinarían los nuevos regentes.
Los que acababan, ya que no fuesen los más adecuados La anterio
para aquel puesto, distinguiéronse por su patriotismo y regencia. Juicio
sanas intenciones, y las cortes en atención a ello, nombraron acerca de ella
a todos tres, a saber: a los señores Blake, Agar y Císcar del
consejo de estado que iba a formarse, sin excluir al primero aunque ya
camino de Francia.
Junto a unas cortes de tanto poder como las actuales Su
aminorábase la importancia del gobierno, y no parecía su administración
autoridad tan principal como lo había sido la de los y alguno
acontecimiento
anteriores. Así el examen de su administración no puede de su tiempo
ahora detenernos igual tiempo que nos detuvo la de la junta
central y 1.ª regencia; habiendo ya hablado de muchos asuntos en que se
ocuparon las cortes, y se rozaban con los otros de la potestad ejecutiva. En
la parte diplomática los dos más graves que ocurrieron fue el de la
mediación inglesa para América, y el comienzo de la alianza con Rusia, de
los que ya hicimos mención, y estaban todavía ahora pendientes.
No hubo tratado de subsidios ni algún otro posterior al de 1809 con la
Inglaterra, que menguaba sus socorros directos particularmente en metálico
al gobierno supremo, reduciéndose por lo común los que aprontaba a
anticipaciones sobre entradas de América o sobre libranzas dadas contra
aquellas cajas. Sin embargo las cortes habían dado varias providencias en
cuanto a algodones, muy útiles a las manufacturas británicas. Fue la
primera en mayo de 1811, por la cual se permitió [*] «que (* Ap. n. 18-12.)
los géneros finos de aquella clase a la sazón existentes en
las provincias de España, pudieran embarcarse y conducirse a América en
el preciso término de seis meses, con la circunstancia de que a su salida de
la península satisficiesen los derechos que debían adeudar a su entrada en
Ultramar, con la rebaja de un dos por 100 en los expresados derechos.»
Luego en noviembre del mismo año se dieron mayores ensanches a la
concesión, extendiéndola a los algodones ordinarios, y prorrogándose por
más tiempo el término de los seis meses. Véase cuánta no sería la
introducción en América de aquella y otras mercadurías al abrigo de tales
permisos, y cuántas las ganancias de los súbditos ingleses.
La marina se mantuvo con corta diferencia en el mismo ser y estado que
antes, y también los ejércitos, pues si por una parte se aumentaron de estos
el 4.º, 5.º y 6.º, empezando a formarse el 7.º, las pérdidas experimentadas
por la otra en las plazas de Cataluña, y la última y sensibilísima de Valencia
disminuyeron el 1.º, 2.º y 3.º y hasta el mismo 4.º ejército. Recibieron las
partidas bastante incremento, y cada vez mejor organización.
Continuaba siendo varia e incierta la entrada de caudales en las
provincias, pero crecieron sus recursos en especie con una providencia que
dieron las cortes en 25 de enero de 1811, mandando que para la
manutención de los ejércitos y formación de almacenes de víveres, además
de los frutos que pertenecían al erario por excusado, noveno y demás
ramos, se aplicase la parte de diezmos, aunque con calidad de reintegro
que no fuese necesaria para la subsistencia de los diversos partícipes
habiéndose después prevenido que fuesen las juntas de provincia las que
determinasen la cuota de dicha subsistencia. Aquellas corporaciones se
habían propagado más y más, formándose hasta en los territorios de Toledo
y Ávila, y en otros nuevos de los ocupados. Su orden y gobierno interior
había continuado también perfeccionándose con el último reglamento que
se dio para las juntas; las cuales permanecieron al frente de las provincias
hasta que más adelante se fueron nombrando las diputaciones que creaba la
constitución.
En Cádiz subsistía el ramo de hacienda administrado directamente por e
gobierno supremo, después que en 31 de octubre de 1810 se rescindió e
contrato con la junta de aquella ciudad. Las entradas en los dos restantes y
últimos meses del mismo año ascendieron a 56.740.380 reales vellón, en
que se comprenden 30.588.672 idem reales conducidos de ultramar por e
navío Baluarte: y las de 1811 desde 1.º de enero hasta 31 de diciembre
inclusive a 201.678.121 reales vellón: de ellos 70.975.592 de la misma
moneda, procedentes también de América: suma esta y la anterior todavía
considerables en medio de las revueltas que agitaban a aquellos países. E
ministro británico anticipó en el último año 15.758.200 reales vellón; se le
reintegraron luego 10.000.000 en letras a la vista contra las cajas de Lima
que pasó a recoger el capitán inglés Fleming en el navío de guerra E
Estandarte. Antes, en diciembre de 1810, igualmente se entregaron a
cónsul de la propia nación en Cádiz 6.000.000 en pago de cantidades
prestadas.
Por tanto si el estado de los negocios públicos no se había mejorado
desde la instalación de la regencia cesante, y antes bien se habían padecido
dolorosos descalabros en la parte militar, vese con todo que la causa de la
nación no estaba aún perdida, ni falta de esperanzas, mayormente si se
atiende, según insinuamos ya, a los acontecimientos ocurridos en Portugal y
a otros que se columbraban; a la perseverancia de nuestros ejércitos; a
revuelo y muchedumbre de las partidas; y, en fin, al impulso que dieron y
aliento que infundían las cortes con sus providencias, las muchas reformas
útiles y la nueva constitución.
En tales circunstancias, favorecida por algunas ventajas y Reglamento
rodeada en verdad de muchos obstáculos, comenzó a dado a la
gobernar la regencia de los cinco, recién nombrada. nueva regencia
Modificaron las cortes el reglamento interior de esta, según
proposición que había ya formalizado en 21 de octubre Don Andrés Ánge
de la Vega Infanzón, diputado por Asturias, y el mismo que vio el lector en
Londres en 1808, hombre de vasta capacidad y de muchos y profundos
conocimientos. Se hacía ahora más precisa la alteración del anterio

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