Entre Oratorianos y Jesuitas Edad Media

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Entre oratorianos y jesuitas:

el redescubrimiento de las catacumbas


romanas a inicios de la Edad Moderna*
Among Oratorians and Jesuits: the Rediscovery of Roman
Catacombs in the Early Modern Period

Massimiliano Ghilardi
Istituto Nazionale di Studi Romani
Italia

Abstract
The sensational discovery of a perfectly preserved catacomb took place at
Rome, outside the Porta Salaria, on 31 May 1578. While the discovery
reinforced apologetic, anti-Reformation propaganda, it nevertheless also pro-
vided a powerful stimulus to further research for many pioneers of Christian
archaeology. Inspired as they were by the spiritual reflections of Saint Philip
Neri and by the historical insights of Cesare Baronio, the Oratorians played
a pre-eminent role in promoting research on the catacombs. Owing to the
patronage of Cardinal Francesco Barberini and to the premature death of
Antonio Bosio, the Oratory undertook the publication of the latter’s Roma
sotterranea which he was unable to complete. At the same time, Giovanni
Severano, Paolo Aringhi, Antonio Gallonio and other erudite Oratorians
actively encouraged ancient Christian studies, while also ensuring that his-
toriographical literature, beginning with the Muratori, conveyed the view

* Una versión italiana de este texto, mucho más amplia, aunque menos actua-
lizada, se encuentra en Archivio italiano per la storia della pietà, xxii, 2009, pp.
183-231. Agradezco a Perla Chinchilla y a Pierre-Antoine Fabre por haber mo-
tivado nuevas reflexiones sobre el tema del descubrimiento de las catacumbas
cristianas de Roma a principios de la Edad Moderna por los oratorianos y los
jesuitas. De la misma manera, quiero dar las gracias a la joven colega Carla Milli
por haberme ayudado en la elaboración del texto.

Historia y Grafía, Universidad Iberoamericana, año 26, núm. 51, julio-diciembre 2018, pp. 215-240
that the Congregation of the Oratory was the only institute of religious life
in the early modern period involved in research on the remains of ancient
Christianity. This essay proposes to examine unpublished documentation
and to review lesser known events of the period in order to shed light on the
fundamental role that the Society of Jesus, alongside the Oratorians, played
in conducting research on the catacombs and in distributing ex ossibus
relics of the first Christian martyrs.
Key words: Oratorians, Jesuits, Rome, catacombs, relics.

Resumen
Si el sensacional descubrimiento de una catacumba conservada a la
perfección afuera de Porta Salaria en Roma, ocurrido el 31 de mayo
de 1578, benefició a la propaganda apologética contrarreformista, para
muchos pioneros de la arqueología cristiana representó un gran impulso
para la investigación. El ámbito filipense tuvo un papel destacado en
la promoción de la investigación sobre las catacumbas, impulsada por
las reflexiones espirituales de san Felipe Neri y por el reconocimiento
histórico de César Baronio. Gracias al mecenazgo del cardenal Frances-
co Barberini y a la muerte prematura de Antonio Bosio, el Oratorio se
convirtió en el promotor de la publicación de su monumental Roma so-
tterranea que había permanecido incompleta. Giovanni Severano, Paolo
Aringhi, Antonio Gallonio y otros eruditos oratorianos promovieron
arduamente los estudios de la antigüedad cristiana, inclusive extendien-
do en la literatura historiográfica –desde Muratori en adelante– la con-
vicción de que la congregación del Oratorio fue la única institución
religiosa que, a inicios de la Edad Moderna, realizó investigaciones sobre
el cristianismo primitivo. A la luz de documentos inéditos y relecturas
de episodios menos conocidos, este artículo pretender resaltar, junto con
las indagaciones oratorianas, el papel fundamental de los religiosos de la
Compañía de Jesús en la investigación sobre las catacumbas y la difusión
de las reliquias ex ossibus de los primeros mártires cristianos.
Palabras clave: oratorianos, jesuitas, Roma, catacumbas, reliquias.

Artículo recibido: 16-10-2017


Artículo aceptado: 22-2-2018

216 / Massimiliano Ghilardi


i

E n la lviii disertación De Christianorum veneratione erga sanctos


post declinationem Imperii Romani de las Antiquitates Italicae
Medii Ævi, al trazar la historia de la erudición cristiana, Ludo-
vico Antonio Muratori menciona a Antonio Bosio,1 el célebre
arqueólogo maltés de nacimiento, como presbítero oratoriano.2
El error se debe a la cercanía que tenía Bosio con los padres orato-
rianos Giovanni Severano3 y Paolo Aringhi,4 quienes, como se ha
dicho, fueron los continuadores de su obra. Muchos estudiosos
posteriores a Muratori, inclusive hasta nuestros días, han conside-
rado al arqueólogo barroco como padre oratoriano, hasta llegar a
describirlo como uno de los más estrechos colaboradores de san
Felipe Neri, con quien además habría dirigido las investigaciones
en las catacumbas.5 Si, en cualquier caso, la formación cultural
y el crecimiento espiritual de Bosio no pueden remontarse con
certeza a los lazos establecidos con el santo florentino,6 quien,
como es sabido, fue asiduo visitante de las catacumbas romanas,7

1
Sobre Bosio, vid., entre la abundante bibliografía, el retrato de Stefan Heid y
Giuseppe Grande, “Antonio Bosio”, pp. 215-219.
2
Cfr. Ludovico Antonio Muratori, Antiquitates Italicae Medi Ævi, sive Disser-
tationes De Moribus, Ritibus, Religione, Regimine, Magistratibus, Legibus, Studiis
Literarum, Artibus, Lingua, Militia, Nummis, Principibus, Servitute, Foederibus,
aliisqua faciem & mores Italici Populi referentibus post declinationem Rom. Imp. ad
Annum usque md, v (1741), col. 33.
3
Vid. todo aquello reunido por Stefan Heid, “Giovanni Severano”, pp. 1162-
1163.
4
Para conocer mejor su persona vid. Giuseppe Antonio Guazzelli, “Paolo Arin-
ghi”, pp. 91-92.
5
Cfr. por ejemplo Francesco Fabi Montani, Della coltura scientifica di San Fi-
lippo Neri e dell’impulso da lui dato agli studi ecclesiastici. Ragionamento, p. 32.
6
Vincenzo Fiocchi Nicolai, “San Filippo Neri, le catacombe di San Sebastiano e
le origini dell’archeologia cristiana”, p. 128.
7
Entre 1533 y 1537 el santo florentino frecuentó asiduamente las catacumbas
de san Sebastián sobre la via Appia. La documentación al respecto es antigua y
fiable: cfr. Antonio Gallonio, Vita Beati P. Philippi Nerii Florentini Congrega-
tionis Oratorii Fundatoris in annos digesta, pp. 9-10; también los testimonios
reunidos para su proceso de canonización: Giovanni Incisa della Rocchetta y

Entre oratorianos y jesuitas / 217


es indudable que, incluso habiendo sido alumno de los jesuitas,8
Bosio haya tomado del cenáculo filipense los ideales más profun-
dos de su actividad, así como los estrechos vínculos de amistad
con algunos exponentes de aquella comunidad religiosa. De
todas maneras, más allá de los evidentes lazos afectivos y cultu-
rales de Bosio con el ámbito filipense, así como de las innegables
disposiciones que los oratorianos pudieron hacer de las antiguas
funerarias paleocristianas, a decir de la compilación y reconstruc-
ción analística en curso en aquel momento,9 fue sólo después de
la muerte de Bosio cuando la congregación del Oratorio irrumpió
con ímpetu en la Roma subterránea. Al fallecer Bosio el 6 de sep-
tiembre de 1629 tras una breve enfermedad, Carlo Aldobrandini,
embajador en Roma de la orden jerosolomitana, fue nombrado
ejecutor de su testamento, por lo cual transfirió la documentación
de su obra monumental aún incompleta sobre los cementerios
subterráneos romanos, al cardenal Francesco Barberini para su
rápida revisión y sucesiva publicación. A pesar de que la voluntad
del autor era que la revisión y conclusión del manuscrito estuviera
en manos de un religioso barnabita –el padre Cristoforo Giarda–,
ésta fue confiada al oratoriano procedente de la región de Las

Nello Vian (eds.), Il primo processo per san Filippo Neri nel Codice Vaticano Latino
3798 e in altri esemplari dell’archivio dell’Oratorio di Roma, i, p. 133; iii, p. 92;
iii, p. 178; iii, p. 257.
Precisamente fue durante una larga estancia en una catacumba cuando, en
1544, según el testimonio del padre Gallonio (cfr. Vita Beati P. Philippi Neri,
op. cit., p. 16), Felipe Neri recibió el milagro del Espíritu Santo quien, bajo la
forma de un globo de fuego, penetró por su boca de una forma tan violenta que
le rompió dos costillas y le provocó fuertes palpitaciones, las cuales resultaron
inexplicables para la medicina y la ciencia de aquella época.
8
Antonio Valeri, Cenni biografici di Antonio Bosio con documenti inediti, p. 17.
9
Sobre el nacimiento de la arqueología cristiana como ciencia y, sobre todo,
acerca del papel del Oratorio en este ámbito, son siempre válidas las observa-
ciones de Pietro Fremiotti, La Riforma Cattolica del secolo decimosesto e gli studi
di Archeologia cristiana y de Carlo Cecchelli, Il Cenacolo Filippino e l’archeologia
cristiana. El ensayo de Martine Gosselin, “The Congregation of the Oratorians
and the Origins of Christian Archeology: a Reappraisal”, pp. 471-493, ofrece
puntos de partida interesantes.

218 / Massimiliano Ghilardi


Marcas –Giovanni Severano–, erudito conocedor de la Roma sa-
cra y quien, poco antes de su muerte, había estado en contacto
con Bosio mismo.10
El frontispicio vio la luz en 1632 y la Roma sotterranea11 fue
publicada en los primeros meses de 1635 por el editor Gaspare
Facciotti, gracias al presbítero oratoriano, a pesar de que los anexos
y las revisiones del curador del manuscrito resienten notablemente
el clima apologético y propagandístico de la Contrarreforma. En
1651 el oratoriano Paolo Aringhi, autor de una inédita historia
de la congregación del Oratorio desde Felipe Neri hasta Tomás
Sacrato,12 publicó dos nuevos tomos de Roma sotterranea, debido
a que la primera edición estaba agotada y al poco éxito de la editio
minor propuesta por la imprenta de Ludovico Grignani en oca-
sión del año santo de 1650. Con el fin de satisfacer las exigencias
de un público internacional más vasto, los dos nuevos tomos se

10
Sobre la génesis de Roma sotterranea y sobre su articulada trayectoria tipográ-
fica, refiero a Massimiliano Ghilardi, “Le catacombe di Roma dal Medioevo alla
Roma sotterranea di Antonio Bosio”, pp. 27-56. Acerca de la relación entre Bo-
sio y Severano, a la luz de nueva documentación, vid. Ingo Herklotz, “Antonio
Bosio e Giovanni Severano. Precisazioni su una collaborazione”, pp. 233-248.
11
Antonio Bosio, Roma sotterranea. Opera postuma di Antonio Bosio Romano an-
tiquario ecclesiastico singolare de’ suoi tempi. Compita, disposta & accresciuta dal
M. R. P. Giovanni Severani da S. Severino sacerdote della Congregatione dell’Ora-
torio di Roma. Nella quale si tratta de’ sacri cimiteri di Roma. Del sito, forma, et vso
antico di essi. De’ cubicoli, oratorii, imagini, ieroglifici, iscrittioni, et epitaffi, che vi
sono. Nuovamente visitati, e riconosciuti dal Sig. Ottavio Pico dal Borgo S. Sepolcro,
Dottore dell’una, e l’altra Legge. Del significato delle dette imagini, e ieroglifici. Dei
riti funerali in sepellirvi i defonti. De’ martiri in essi riposti, ò martirizati nelle vie
circonvicine. Delle cose memorabili, sacre, e profane, ch’erano nelle medesime Vie:
e d’altre notabili, che rappresentano l’imagine della primitiva Chiesa. L’angustia,
che patì nel tempo delle persecvtioni. Il fervore de’ primi christiani. E li veri, et
inestimabili tesori, che Roma tiene rinchivsi sotto le sve campagne. Pubblicata dal
Commendatore Fr. Carlo Aldobrandino Ambasciatore residente nella corte di Roma
per la sacra religione, et ill.ma militia di S. Giovanni gierosolimitano, herede de-
ll’avtore, p. 5.
12
Dicha obra, titulada Le vite e detti de’ Padri e Fratelli della Congregazione de-
ll’Oratorio da S. Filippo Neri fondata nella chiesa di S. Maria in Vallicella, se
conserva en manuscrito en la Biblioteca Vallicelliana en los códices O. 58-0.

Entre oratorianos y jesuitas / 219


escribieron en latín.13 Sin embargo, éstos no se trataron de una
simple traducción sino que, de acuerdo con las tendencias apolo-
géticas contrarreformistas, el texto original se modificó y adaptó,
alterando en gran medida el valor y el fin documental con el cual
se había concebido.
No obstante, Severano y Aringhi no fueron los únicos dos ora-
torianos en mostrar interés por las reliquias paleocristianas y por
los antiguos cementerios a finales del siglo xvi y la primera mitad
de la centuria siguiente. De hecho, junto a ellos se recuerda al me-
nos a Antonio Gallonio, biógrafo de san Felipe y bibliotecario de
la Vallicelliana, quien dedicó su atención sobre todo al mundo
de los mártires,14 y sobre todo, a Gerolamo Bruni, Firmanus sa-
cerdos. Además de escribir, bajo el seudónimo de “Accademico
Naufragante”, cuatro composiciones poéticas para la Roma sot-
terranea, Bruni reconoció, junto con su coterráneo Severano,
las reliquias de santa Martina, por deseo del cardenal Francesco
Barberini. Aún más importante, para el cardenal Marzio Gi-
netti, vicario de Urbano VIII, compiló entre 1629 y 1635 una
relación que evidenciaba los criterios indiscutibles que pudieran
permitir el reconocimiento de un mártir por un fiel común en las
catacumbas.15

13
Paolo Aringhi, Roma subterranea novissima in qua post Antonium Bosium ante-
signanum, Io: Severanum Congreg. Oratorii Presbyterum, Et celebres alios Scripto-
res antiqua christianorum Et praecipue Martyrum Coemeteria, titvli, monimenta,
epitaphia, inscriptiones, ac nobiliora sanctorum sepulchra sex libris distincta illus-
trantur et quamplurimae res ecclesiasticae iconibus graphice describuntur, ac multi-
plici tum sacra, tum profana eruditione declarantur, opera et studio Pavli Aringhi
romani Congreg. eiusdem presbyteri.
14
En este ámbito es muy conocido su Trattato de gli instrumenti di martirio,
e delle varie maniere di martoriare usate da’ gentili contro christiani, descritte et
intagliate in rame, traducido al latín tres años más tarde bajo el título De Ss.
Martyrvm crvciatibvs Antonii Gallonii Rom. Congregationis Oratorii presbyteri
liber. Quo potissimum instrumenta, & modi, quibus ijdem Christi martyres olim
torquebantur, accuratissime tabellis expressa describuntur.
15
De acuerdo con criterios internos, la relación escrita por Bruni data del pe-
riodo comprendido entre la muerte de Bosio y la revisión de su texto por parte
de Severano. Ésta permanece sustancialmente inédita y se conserva tanto la re-

220 / Massimiliano Ghilardi


ii

Además de las ya citadas experiencias espirituales de Felipe Neri


y las valoraciones históricas realizadas por Cesare Baronio para
la compilación de sus Annales, si se compara el interés de la
congregación del Oratorio por los testimonios funerarios del cris-
tianismo primitivo romano con aquel de la Compañía de Jesús,
éste parece tardío. Asimismo, está ligado en lo esencial a Antonio
Bosio y en particular a la trayectoria tipográfica de Roma sotterra-
nea, seguido de la falta de interés por el tema. Contrariamente
a lo que la historiografía sostiene, antes de que se retomara el
interés generalizado por el mundo de las catacumbas romanas –se
menciona que el 31 de mayo de 1578 tuvo lugar un formidable y
en apariencia casual descubrimiento en ese sentido–,16 los jesuitas
ya se habían dirigido a los cementerios cristianos. En éstos veían
depósitos privilegiados de las reliquias más sagradas de tiempos
heroicos de la Iglesia durante las persecuciones, como lo prueba
un interesante manuscrito conservado en el Archivium Roma-
num Societatis Iesu. En el manuscrito de 1575, Giovanni Nicolò
de Notarii, prepósito provincial de la Compañía de Jesús en la
provincia de Roma y Tuscia, devotionis zelo accensus, dirigió al

dacción autógrafa, como el manuscrito Vat. Lat. 9498, ff. 1-23. Sin embargo,
una parte considerable del tratado de Bruni fue publicada por Antonio Ferrua
en Sulla questione del vaso di sangue. Memoria inedita di Giovanni Battista de
Rossi, pp. 63-98.
16
Aquel día, quienes excavaban puzolana descubrieron, a lo largo de la vía Sala-
ria, un antiguo cementerio cristiano subterráneo –entonces reconocido como el
de Priscilla, aunque hoy se considera un cementerio anónimo– perfectamente
bien conservado desde la Antigüedad tardía. En cuanto a la presunta casualidad
del descubrimiento, que en mi opinión debe contextualizarse en las dinámicas
de la política apologética de la Iglesia desde una óptica contrarreformista, refiero
a la “Premessa” del libro Massimiliano Ghilardi, “Subterranea civitas”. Quattro
studi sulle catacombe romane dal medioevo all’età moderna, pp. 7-11. Vid. tam-
bién Id., Gli arsenali della Fede. Tre saggi su apologia e propaganda delle catacombe
romane (da Gregorio XIII a Pio XI), pp. 13-19; e Id., “Sub terris Roma sacra latet.
Le catacombe di Roma, ‘arsenali’ della fede, tra promozione e apologia della
cattolicità (1578-1720)”, pp. 164-180.

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pontífice Gregorio XIII una ferviente súplica con el fin de obtener
un Indultum extrahendi reliquias.17
Para documentar la anticipación del interés hacia los cemen-
terios por parte de los jesuitas, y al mismo tiempo demostrar
la autoridad que ya habían ganado en tal ámbito entre la más
alta jerarquía eclesiástica, podemos dirigirnos al antes mencio-
nado descubrimiento de 1578. El hallazgo de un cementerio
paleocristiano conservado intacto desde la Antigüedad ofreció
documentación impugnable a las críticas que los protestantes
dirigían a la Iglesia de Roma, acusada de no ser más como aque-
lla de sus inicios heroicos. Así, el descubrimiento ocasionó un
entusiasmo indescriptible entre los fieles, quienes en multitudes
acudieron a las galerías apenas salieron a la luz, para verificar tan
excepcional revelación y rezar sobre las tumbas de los primeros
testigos de la fe. Gregorio XIII, quien de inmediato supo de la
importancia de aquel hallazgo, envió a algunos eruditos para que
verificaran la fiabilidad del descubrimiento, la antigüedad del lu-
gar y la autenticidad de las reliquias. Entre ellos se encontraban
Marc-Antoine de Muret, célebre literato francés de ese tiempo;
Giacomo Savelli, cardenal secretario de Estado; y el belga Everard
Lardinois,18 cuarto prepósito general de la Compañía de Jesús.19
La presencia de este último en aquella ocasión, hasta ahora infra-
valorada, es de gran importancia para delinear el nacimiento del
interés jesuítico en el mundo de los cementerios romanos.

17
Archivum Romanum Societatis Iesu (en adelante, arsi), Busta 152/1526,
doc. 3.
18
Vid. Carlos Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jésus, v, cols. 972-
973, y Mario Fois, s. v. “(Generales: 4) Mercuriano (Lardinois), Everardo [Eve-
rard]”, i, pp. 1611-1614.
19
“Roma el xxviii de Junio de 1578. En Porta Salaria se ha descubierto el ce-
menterio de santa Priscila matrona Romana, donde (mientras vivió) reunió
muchos cuerpos Santos entre ellos el de Leónidas Padre de Orígenes, y uno de
los Apóstoles de Cristo, y reconocido el Lugar el Papa ha enviado al cardenal
Sauello, el general de los jesuitas, y mons. Marc’Ant. Mureto” (Vat. Lat. Urb.
1046, ff. 225-257: 256r).

222 / Massimiliano Ghilardi


Los permisos de excavación expedidos por los pontífices para
trasladar las reliquias de los antiguos cementerios romanos –las lla-
madas patentes o licentiae effodiendi– deben haber sido numerosas,
sobre todo durante el pontificado de Sixto V, así como debieron
concernir principalmente a algunos miembros de la Compañía
de Jesús.20 De la misma manera, los jesuitas debieron poseer un
permiso específico y, sobre todo, el acceso indiscriminado a las
galerías, pudiendo frecuentarlas y disfrutarlas con libertad sin un
aparente control, en un tiempo cuando los numerosos edictos
papales se promulgaban para prohibir también a los eclesiásticos
la circulación en los cementerios y la extracción ilícita de restos
óseos.21 Aunque para los ignacianos tal circunstancia se limitaba a
una porción del suburbio romano, debía asegurarse en verdad, y
se debió a un descubrimiento fortuito por parte de los padres de
la Compañía en tiempos de Gregorio XIII. Con la bula Quoniam
Collegium Germanicum del 20 noviembre de 1576, el pontífice
donó al colegio germánico de los jesuitas un viñedo sobre la via
Salaria vetus, al cual se añadió un pequeño terreno contiguo por
un total de cerca de seis hectáreas in loco Pesaioli nuncupato, pro
recreandis scholaribus, para ofrecer reposo y restablecer las energías
de los jóvenes jesuitas en formación.22 Al construir una casa de
campo en la viña –sobre parte de los restos emergentes de una
basílica funeraria semisubterránea paleocristina, en parte descu-
bierta y en parte destruida por ellos mismos– los jesuitas hallaron
por casualidad las galerías de las catacumbas olvidadas durante
siglos. Para ingresar, se ayudaron de una larga escalera de mano
para después seguir a gatas, precedidos por obreros que remo-

20
Gianvittorio Signorotto, “Cercatori di reliquie”, p. 407.
21
Sobre tales edictos refiero a Massimiliano Ghilardi, “‘Auertendo, che per l’os-
seruanza si caminarà con ogni rigore’. Editti seicenteschi contro l’estrazione de-
lle reliquie dalle catacombe romane”, pp. 121-137.
22
Cfr. Bullarum privilegiorum ac diplomatum Romanorum Pontificum amplis-
sima collectio. Cui accessere Pontificum omnium Vitae, Notae, & Indices opportuni.
Opera et Studio Caroli Cocquelines, Tomus iv, Pars iii, Ab anno tertio Pii V. usque
ad annum nonum Gregorii XIII., scilicet ab anno 1568. ad 1580, pp. 325-327.

Entre oratorianos y jesuitas / 223


vían la tierra del camino. Así, el cementerio de Hermes, verdadera
mina de santidad, se convirtió en el depósito infinito de reliquias,
en el lugar donde se podía excavar –con criterio y, sobre todo, con
el permiso del papa–23 los cuerpos de los mártires para enviarlos a
quien los hubiera solicitado alrededor del mundo.24
Sin embargo, el cementerio de la via Salaria vetus no fue el
único al cual se dirigieron los ignacianos para exhumar las reliquias
de los orígenes del cristianismo. Como testimonio encontramos la
Crono-historia de la Compañia de Jesus en la provincia de Toledo del
historiador jesuita Bartolomeo Alcázar.25 En ésta se narra la his-
toria de su hermano de orden originario de Medellín, Francisco
Portocarrero quien, dirigiéndose a Roma en el año 1589, obtuvo
la facultad de extraer “cabezas y huesos de muchos Martyres” del
cementerio de san Sebastián sobre la via Appia. Lo anterior gra-
cias a la autorización del padre Niccolò di Assisi, prior agustino
del monasterio anexo a la antigua catacumba, gracias a un indulto
especial concedido el año anterior por el papa Sixto V al padre
Francisco Rodriguez, secretario de la Asistencia de España. La
confirmación de tal circunstancia –es decir, que el cementerio de
la via Salaria no era la única reserva de reliquias para los padres

23
Sobre los permisos expedidos por el papa al general de los jesuitas para ex-
traer reliquias del cementerio de san Hermes, se habla claramente en una carta
enviada en 1612 por el jesuita Angelin Gazet a su hermano de orden, Louis de
Landres, rector del colegio jesuita de Arrás. Cfr. Marcel van Cutsem, “Une lettre
inédite du P. Gazet sur la catacombe de Saint-Hermès”, pp. 339-340.
24
Sobre la difusión de las reliquias provenientes de las catacumbas, vid. el com-
pleto cuadro preliminar reconstruido por Stéphane Baciocchi, Philippe Boutry,
Christophe Duhamelle, Pierre-Antoine Fabre y Dominique Julia, “La distri-
bution des corps saints des catacombes à l’époque moderne: de Rome aux na-
tions”, pp. 101-120. Para el traslado de las reliquias a México por medio de los
jesuitas, refiero en particular a los precisos estudios de Pierre-Antoine Fabre,
“Reliques romaines à Mexico (1575-1578): contextes de réception”, pp. 217-
228; e Id., “Reliques romaines à Mexico (1575-1578): histoire d’un migration”,
pp. 575-593.
25
Obra publicada en Madrid en 1710 por la imprenta de Juan Garcia Infançon.
La continuación manuscrita de la Crono-historia, hasta hoy inédita en su mayo-
ría, se conserva en la Biblioteca de San Isidoro en Madrid.

224 / Massimiliano Ghilardi


de la Compañía de Jesús– fue rastreada en los Archivos Capito-
linos por Rodolfo Lanciani en las actas de finales del siglo xvi
del notario Nicolò Iarlem. En un valioso documento fechado el
4 de marzo de 1589, se testimonia que le fue concedida a Michael
de Hernandez, presbiter Societatis Iesu Toletanae diocesis, la facul-
tad de sanctorum et sanctarum reliquias ex sancti Anastasii trium
Fontium et sancti Sebastiani ad Cathacumbas aliisque intra et extra
muros urbis monasteriis et ecclesiis extrahere.26
El número de “huesos de Martyres” que se alcanzó en aquellos
años en la Península ibérica debe haber sido realmente sobre-
saliente, en especial aquellos documentados por medio de los
permisos otorgados a los padres jesuitas Francisco Rodriguez,
Francisco Portocarrero y Michael de Hernández entre 1589 y
1590, como lo supuso hace más o menos un siglo Georges Cirot.
Éste menciona que el célebre exégeta y teólogo jesuita Juan de
Mariana de la Reina se manifestó indignado contra la práctica fre-
cuente del traslado de cuerpos santos de las catacumbas romanas a
España, así como contra la laxa meticulosidad del sistema de con-
trol para determinar su autenticidad. El 13 de diciembre de 1597,
por medio de una breve carta en latín acompañada de un largo
memorial, el padre Mariana decidió dirigir sin intermediación la
delicada cuestión de la autenticidad de las reliquias al papa Cle-
mente VIII, a quien comunicó que “Reliquiae incredibili numero
et mole his annis Roma in Hispaniam sunt aduecta, atque ad aras
templorum magno apparatu populo proposita”.27 Justo una se-
mana más tarde, el 20 de diciembre del mismo año, Mariana, aún
más alarmado por el hecho de que en la evangelización misionera
de las Indias los jesuitas habían utilizado numerosos restos óseos
llegados a Roma, decidió dirigir sus súplicas al devoto rey de Es-

26
El texto completo del documento se encuentra en Rodolfo Lanciani, Storia
degli scavi di Roma e notizie intorno le collezioni romane di antichità, iv, pp.
171-173
27
Vid. el texto completo de la carta en latín de Mariana en Georges Cirot, Ma-
riana historien, pp. 417-418.

Entre oratorianos y jesuitas / 225


paña, Felipe II.28 Sin temor reverencial, Mariana le explicó que
la piedad y la devoción podían ser útiles si se acompañaban de la
prudencia, la verdad y el juicio, ya que de otra manera se arriesga-
ban a transformarse en acciones altamente dañinas.29 No del todo
satisfecho de su actuación y en el desesperado intento de discipli-
nar el creciente fenómeno del tráfico de reliquias en la Península
ibérica, Mariana también se dirigió a García de Loaísa,30 su amigo
y consejero de confianza del rey, más tarde arzobispo de Toledo.
¿Cuál fue el resultado de las repetidas súplicas de Mariana? A
esta interrogante, en verdad difícil de responder, han tratado de
contestar en el pasado Georges Cirot,31 Antonio Ferrua,32 y a la
fecha Dominique Julia.33 En sentido contrario de quienes han
pensado que las palabras del jesuita español no fueron escuchadas
en la corte pontificia, considero que no es del todo improbable
una correspondencia, aunque sea indirecta, entre las cartas de
1597 y las sucesivas medidas restrictivas de Clemente VIII en re-
lación con las exploraciones en las catacumbas y la extracción de
reliquias.

28
Sobre la devoción de Felipe II a las reliquias de las catacumbas, vid. todo lo
reunido por Guy Lazure, “Posséder le sacré. Monarchie et identité dans la collec-
tion de reliques de Philippe II à l’Escorial”, pp. 371-404.
29
Mariana apud Cirot, Mariana historien, op. cit., p. 418: “El dia de oy reyna
en España un deseo estraordinario de hallar y aun con ligera occasion forjar
nueuos nombres de reliquias de santos. Las causas deste appetito son muchas.
Los daños que del podrias resultar muy grandes. La piedad y deuocion es buena
y necessaria si se acompaña con la prudencia uerdad y recato: que de otra suerte
es muy perjudicial. En particular esto años han uenido de Roma a España, y han
passado a las Indias increyble numero de reliquias sacadas de las Catacumbas de
S. Sebastian”.
30
Ibidem, pp. 422-423: “Un negocio muy graue me força a escriuir a V. S., esta,
y que ocho años ha me tiene en cuydado. Yo ueo en España mas que en otras
partes un deseo muy grande de hallar y auer con ligera ocasion inuentar nueuas
reliquias de sanctos”.
31
Ibidem, pp. 53-62.
32
Cfr. Ferrua, “Introduzione”, en Sulla questione, op. cit., pp. xii-xiv.
33
Cfr. Dominique Julia, “L’Église post-tridentine et les reliques. Tradition, con-
troverse et critique (xvie-xviie siècle)”, pp. 73-75.

226 / Massimiliano Ghilardi


iii

Según lo que se puede deducir de las escasas fuentes documen-


tales a nuestra disposición, el pontificado de Paulo V inició con
un nuevo impulso de defensa a favor de la tutela de los antiguos
cementerios.34 Sin embargo, se caracterizó por el fenómeno de la
migración o devolution de reliquias del centro del catolicismo a
la periferia. Este fenómeno –como han notado Giorgio Cracco
y Lellia Cracco Ruggini– “más que constituir una aventura ex-
temporánea e inclusive ‘curiosa’, revelaría una capacidad de
incidencia a largo plazo”,35 por lo cual merecería mayor atención
y profundización por parte de los estudiosos. Por ejemplo, en el
trienio 1609-1611 las fundaciones religiosas gestionadas por los
jesuitas cremoneses recibieron un altísimo número de restos óseos
provenientes de los cementerios romanos. Según lo reunido en
el Menologium sanctorum quorum reliquiae in Cremonensi pp. So-
cietatis Jesu, seu Marcellini et Petri ecclesia adservantur redactado
por el jesuita veneciano Francesco Antonio Zaccaria y publicado
adjunto a la Cremonensium Episcoporum series en 1749 gracias
al hermano de orden Ottaviano Navarola, a Cremona llegaron
de las catacumbas romanas una gran cantidad de “ossa minora,
capita, brachia, dentes y cinerum pulvinaria” de los mártires de
las primeras persecuciones. Al analizar con atención las múlti-
ples referencias a las reliquias provenientes de Roma contenidas
en la lista compilada por Zaccaria, podemos circunscribir al área
salario-nomentana del suburbio romano la zona en la cual Nava-
rola se dirigió por lo común para adquirir los restos óseos.36 Si en

34
El 15 de octubre de 1605 el pontífice promulgó un edicto, con firma del car-
denal vicario Girolamo Pamphili, con el cual se prohibía entrar a los cementerios
de la campiña romana.
35
Giorgio Cracco y Lellia Cracco Ruggini, “‘Cercatori di reliquie’ e parrocchia
nell’Italia del Seicento: un caso significativo”, pp. 158-159.
36
Cfr. Francesco Antonio Zaccaria, Menologium sanctorum quorum reliquiae in
Cremonensi pp. Societatis Jesu, seu Marcellini et Petri ecclesia adservantur, pp. 190-
191; 195-196; 201; 211; 214; 217; 218-222; 224-225; 231-232; 234; 236;

Entre oratorianos y jesuitas / 227


tiempos de Zaccaria se creía que todos los distintos cementerios
subterráneos de las vías Salaria nova et vetus formaban parte de
un único y enorme complejo funerario hipogeo perteneciente a
Priscilla, entonces podemos reconocer en el cementerio de Her-
mes o Bassilla el único complejo de catacumbas del cual Navarola
extrajo las reliquias que se enviaron a Cremona.
Durante aquellos años Claudio Acquaviva, originario de Atri
y general de la Compañía de Jesús, por seguro jugó un papel
fundamental en la gestión de la delicada relación con la alta jerar-
quía eclesiástica que concedía los permisos de excavación en los
antiguos cementerios; su nombre aparece por lo general en los
documentos de aquel tiempo relacionados con las exhumaciones
y los traslados de reliquias. Por citar un ejemplo, su dedicación
fue determinante en 1611 al recuperar del cementerio de Hermes
los cuerpos del mártir Víctor y de su compañero anónimo, así
como de su traslado a Lille, Insulis urbe Flandriae. Lo anterior,
como viene señalado por la Translatio sive triumphus Sanctorum
Martyrum, Victoris et socii compilada por el jesuita Joannes
Buzelinus para los Flandriae Gallicanae Annales, y publicada años
más tarde en el tercer tomo de las Acta Sanctorum de enero.37 De
la misma manera, en una epístola de 1612 –antes mencionada–
que Angelin Gazet envió a Louis de Landres, podemos encontrar
el compromiso del religioso de Atri en la distribución de las re-
liquias ex ossibus a las numerosas comunidades jesuíticas que las
solicitaban. En el documento se describe la visita a un cemente-
rio de la via Salaria –supuestamente de Priscilla, pero sin duda
aquel de Hermes– y con una claridad explícita se recuerda la exis-
tencia de un permiso otorgado por el pontífice reinante a Acqua-

243; 251.
37
Acta Sanctorum, Januarii Tomus iii, Parisiis, Apud Victor Palmé, Bibliopolam,
1863, pp. 167-174, y vid. también Marcantonio Boldetti, Osservazioni sopra i
Cimiterj de’ santi Martiri ed antichi cristiani di Roma, aggiuntavi la serie di tutti
quelli che fino al presente si sono scoperti, e di altri simili, che in varie parti del
mondo si trovano, con riflessioni pratiche sopra il culto delle sagre reliquie, p. 246.

228 / Massimiliano Ghilardi


viva para cavar reliquias del antiguo cementerio en cuestión y en-
viarlas a quien las hubiera solicitado y que fuera acreedor de éstas.
De nuevo gracias a Acquaviva, a finales de junio de 1612 llegó a
la Ecclesia Novitiatus Societatis Jesu de Tournai, proveniente del
cementerio de Hermes –descrito por Gazet como un laberinto
interminable– el cuerpo de la presunta mártir cristiana Deppa,
recibido con grandes celebraciones.38 Para identificarlo bastó el
simple elemento onomástico –muy singular y sobre todo desco-
nocido en el mundo antiguo–,39 lo cual deja pocas dudas sobre
la efectiva naturaleza del cuerpo santo y sobre los cuestionables
criterios adoptados por quienes extraían las reliquias en el siglo
xvii para el reconocimiento de indicios de martirio en las antiguas
sepulturas de las catacumbas.40
También el año siguiente en Flandes, cum facultate de Paulo V,
Claudio Acquaviva envió un gran número de reliquias Romae in
coemeterio Priscillae inventas, por lo tanto extraídas del cementerio
de Hermes. Fue de esta manera como, en el transcurso de 1613,
llegó el cuerpo de san Florentino a Arras,41 el de san Próspero a
Amberes,42 el santa Policronia eiusque Socii martyrum a Dinant,43

38
Cfr. Acta Sanctorum, Junii Tomus v, Venetiis, Apud Sebastianum Coleti et Jo.
Baptistam Albrizzi Hieron. Fil., 1744, p. 155.
39
Más que pensar en un hapax onomastico, considerarían el nombre de la santa
aún venerada en Bélgica como una mistificación del descubridor que, por se-
guro de manera voluntaria y dolosa, habría malinterpretado el texto epigráfico
presente sobre la losa de clausura del difunto. Por lo tanto, habría transformado
la estereotipada y frecuente fórmula augural funeraria paleocristiana depositus o
deposita in pace (comúnmente abreviada como d. p. o dep. pa.) en el elemento
nominal femenino del difunto anónimo sepultado en el nicho.
40
Sobre el argumento refiero a Massimiliano Ghilardi, “Quae signa erant illa,
quibus putabant esse significativa Martyrii? Note sul riconoscimento ed auten-
ticazione delle reliquie delle catacombe romane nella prima età moderna”, pp.
81-106.
41
Cfr. Acta Sanctorum, Julii Tomus iii, Venetiis, Apud Jo. Baptistam Albrizzi Hie-
ron. Fil. et Sebastianum Coleti, 1747, p. 474.
42
Idem.
43
Cfr. Acta Sanctorum, Octobris Tomus vi, Tongerloae, Typis Abbatiae, 1794, p.
166.

Entre oratorianos y jesuitas / 229


el de san Terenciano y su compañero anónimo a Douai,44 y a Mons
los restos más tarde bautizados con el nombre de san Enrico.45
Con el fin de comprender cómo pudieron obtenerse los per-
misos para encargar a los jesuitas efectuar la excavación de las
reliquias, son útiles algunos documentos conservados en el Ar-
chivo de la Compañía de Jesús.46 En mayo de 1662, como sabemos
por un documento escriturado en 1642, Ortensia Santacroce –es-
posa de Francesco Santacroce, general de las galeras pontificias y
general de la Iglesia, hermano del pontífice reinante Paulo V– en-
vió al papa/cuñado un escrito de súplica que solicitaba la facultad
de extraer reliquias del cementerio de Hermes con el auxilio de
los padres de la Compañía de Jesús.47 A pesar de la evidente y
privilegiada relación familiar, al no obtener una respuesta inme-
diata Ortensia imploró al influyente padre jesuita Domizio Piatti
(hermano menor del más célebre cardenal Flaminio) interceder
a su favor con el viterbense Scipione Cobelluzzi, secretarius do-
mesticus et familiaris del pontífice, para que le fuera otorgada la
anhelada licencia que le permitiera obtener las sacras reliquias.
Cobelluzzi, amigo de Bosio y compañero de aventuras en la bús-
queda de cementerios antiguos, expresó –como lo documenta la
copia de un manuscrito de Piatti–48 que el papa no consideraba
oportuno expedir un breve para ello, ya que para la concesión de
la licencia era suficiente su voluntad oral ya expresada con ante-

44
Cfr. Acta Sanctorum, Aprilis Tomus i, Venetiis, apud Sebastianum Coleti et Jo.
Baptistam Albrizzi Hieron. fil., 1737, p. 856. Traslado mencionado por Bolde-
tti, Osservazioni sopra i Cimiterj, op. cit., p. 805.
45
Cfr. Acta Sanctorum, Octobris Tomus ix, Bruxellis, typis Alphonsi Greuse,
1868, pp. 432-433. Sobre los traslados llevados a cabo por los jesuitas de reli-
quias provenientes de las catacumbas hacia los Países Bajos, vid. el documentado
ensayo de Annick Delfosse, “Les reliques des catacombs de Rome aux Pays-Bas:
acteurs, réseaux, flux”, pp. 263-286.
46
Para la transcripción íntegra y el comentario de los documentos que serán
citados, refiero a Massimiliano Ghilardi, “Baronio e la ‘Roma sotterranea’ tra
pietà oratoriana e interessi gesuitici”, pp. 473-487.
47
arsi, Chiesa del Gesù, Busta i, doc. 82 a-d.
48
arsi, Chiesa del Gesù, Busta i, doc. 85.

230 / Massimiliano Ghilardi


rioridad. En presencia del notario capitolino Giovanni Agostino
Tullio y una vez reconocidos los signos del martirio, los jesuitas
Domizio Piatti, Giovanni Paolo Taurino e Ignazio Rocchetti ex-
trajeron numerosos cuerpos de mártires, del todo desconocidos en
la antigua lista del martirologio, como evidencia la simple lectura
de los nombres: Essaniatore y su esposa Romana, Elino, Primo,
Quisquenzio, Felicita, Pelbonia, Fortunio, Leone, Messina, Va-
leriana, Sabina, Dizolo, Recesso, Silvio, Vergo, Nereo y Olivo.
Sin embargo, no todas las reliquias extraídas en aquella ocasión
llegaron a manos de Ortensia, quien debió contentarse con los
restos parciales de Essaniatore y Romana, Nereo, Pelbonia, Leone
y Valeriana. El resto de cuerpos –según lo que se puede inferir de
los documentos– se enviaron a diversos colegios de la Compañía,
pese a que hoy es casi imposible reconstruir con precisión la ubi-
cación de tales reliquias.
Un poco más tarde, el delicado papel que le fue otorgado a
Acquaviva por la Corte pontificia como general de la Compañía
fue heredado, con el mismo entusiasmo, por su sucesor Muzio
Vitelleschi. El nuevo general amplió los horizontes geográficos
de la difusión de los cuerpos santos extraídos de los cementerios
subterráneos en Roma; así dirigió su atención sobre algunos de los
territorios hasta el momento menos evangelizados o menos bene-
ficiados por las preciadas donaciones, y al mismo tiempo reveló
la estrecha relación entre reliquias y tierras de misión. En 1618
llegaron a Eichstätt en Baviera –pequeña ciudad sobre el Altmühl,
afluente del Danubio– los cuerpos de los santos mártires Venerio,
Leontia, Casto y Livonio, ex coemeterio Priscillae in via Salaria
cum facultate Sanctissimi D. N. Papae Pauli Quinti extracti, dona-
dos a Joannes Christophoro, Episcopo Eystadiensi, para el colegio
jesuita local fundado hacía pocos años.49

Cfr. Acta Sanctorum, Martii Tomus i, Parisiis et Romae, apud Victorem Palmé,
49

Bibliopolam, 1865, p. 32.

Entre oratorianos y jesuitas / 231


iv

Alrededor de aquellos mismos años Antonio Bosio, en medio de


su investigación merodeaba el suburbio romano en búsqueda de
antiguos cementerios cristianos. Comúnmente imaginamos la
actuación de Bosio como la de un explorador solitario, único in-
vestigador que, con fuentes antiguas en mano,50 osaba adentrase
en las oscuras galerías de los cementerios en busca de los testimo-
nios de la Iglesia primitiva. Sin embargo, con base en lo que hasta
ahora se ha observado, podemos delinear un cuadro de la inves-
tigación en alto grado diferente. Bajo el mismo criterio de Bosio
–pero con fines sin duda diversos–, los religiosos de la Compa-
ñía frecuentaban las catacumbas romanas, y en particular la de
Hermes o la de Bassilla, exhumando de éstas un gran número
de reliquias. El ritmo de extracción, comparable con la moderna
actividad industrial, creció de modo progresivo y condujo a la
jerarquía eclesiástica a tratar de comprender qué ocurría dentro
de las galerías. En 1628, un año antes de la muerte de Bosio,
y como sabemos por un valioso pasaje de la obra de Marcan-
tonio Boldetti sobre los cementerios romanos,51 el Tribunal del
cardenal Vicario interrogó a tres jesuitas en el intento de entender
sus procedimientos en los cementerios y verificar si los criterios
distintivos del martirio que empleaban en el reconocimiento de
las reliquias correspondían en realidad con lo que se consideraba
en la materia. La lectura de las preguntas dirigidas por el notario
Silvestro Spada y el examen de las respuestas de los tres hermanos
de Orden (los desconocidos Uberto de’ Fornari, Nicolò Bianchi y
Giorgio Brustonio) permiten comprender bien cuáles fueron los

50
Sobre la metodología de investigación de Bosio, véanse las observaciones de
Simon Ditchfield, “Text Before Trowel: Antonio Bosio’s ‘Roma Sotterranea’ Re-
visited”, pp. 343-360.
51
Cfr. Boldetti, Osservazioni sopra i Cimiterj, op. cit., pp. 242-245. Sobre Bolde-
tti y su obra vid. también el ensayo de Pierre-Antoine Fabre y Jean-Marc Ticchi,
“Marcantonio Boldetti ou l’apologétique souterraine”, pp. 131-146.

232 / Massimiliano Ghilardi


criterios adoptados en las catacumbas para reconocer los cuerpos
de los mártires, así como las dinámicas materiales que acom-
pañaban la exhumación y el traslado de las reliquias desde los
cementerios. Aquello que emerge de la investigación, es decir, lo
que se puede percibir de la viva voz de los jesuitas interrogados, es
el estado de las galerías y de los nichos antes de su llegada, el crite-
rio empleado en el reconocimiento de los cuerpos de los mártires;
esto es, cuáles fueron los signa quibus putabant esse significativa
Martyrii, y quién estaba físicamente presente –en calidad de ex-
perto y supervisor– al momento del reconocimiento del hipogeo
y la extracción. Las minuciosas respuestas de los ancianos jesuitas
que fueron interrogados el 23 de noviembre de 1628, nos per-
miten reconstruir una nítida imagen de la actividad subterránea,
gracias a su sustancial uniformidad. Así, se habría podido llegar a
las galerías del cementerio de Hermes, destruidas ya en parte, por
medio de una larga escalera de mano, tras lo cual se liberarían los
corredores subterráneos de la tierra que impedían la búsqueda;
una vez reconocidos los signos del martirio, se procedería a la
extracción de los cuerpos. El aparato epigráfico y, por lo tanto,
algunos símbolos tallados, pintados o grabados sobre las lápidas
de clausura de los nichos habrían permitido el reconocimiento de
los mártires, diferenciados de los demás difuntos por la presencia
de la palma, la paloma, el vaso de sangre52 y algunos inequívocos
instrumentos de martirio, a veces custodiados en las propias tum-
bas y en otras representados en las lápidas. Si reflexionamos un
instante sobre los nombres de los expertos que, según los tres reli-
giosos, prestaban sus servicios y autoridad para el reconocimiento
de los cuerpos santos dentro de las catacumbas, notamos que,
con mínimas excepciones, no se trata de personajes de importan-
cia secundaria –y aún más relevante para nuestros fines–, no son

52
Refiero para tal argumento, además del clásico estudio de Ferrua, Sulla ques-
tione del vaso, op. cit., a Massimiliano Ghilardi, “Sanguine tumulus madet”. De-
vozione al sangue dei martiri delle catacombe nella prima età moderna.

Entre oratorianos y jesuitas / 233


figuras del todo extrañas al mundo de la Roma subterránea. Es
particularmente significativa la presencia en las galerías del carde-
nal Cesare Baronio, quien, al momento de bajar a la catacumba
en calidad de experto epigrafista, se habría dispuesto a cambiar de
hábito para no dañar su vestimenta cardenalicia en los angostos y
polvosos espacios subterráneos.53
De manera extraña, los tres religiosos no mencionaron a Bo-
sio, o quizá Boldetti omitió en la copia del documento dañar su
reputacción. No obstante, sabemos por el propio Bosio que, al
menos una vez, en 1608, descendió al cementerio de Hermes
en compañía de los padres jesuitas, observando grandes daños,54
confirmación implícita de la labor de extracción llevada a cabo
por los jesuitas.
Cuando murió Bosio, mientras que los oratorianos asumieron
la herencia del trabajo editorial de la Roma sotterranea, primero
por Severano y después por Aringhi, los jesuitas monopolizaron
la actividad de excavación de las reliquias. Gracias a una política,
con respecto a los mártires, menos restrictiva que en el pasado con
Inocencio X, los padres de la Compañía de Jesús no sólo reco-
menzaron las excavaciones del cementerio de Hermes, sino que
emprendieron la excavación y devastación de otros cementerios.
Por ejemplo, según lo recuperado del commentarius historicus de
los mártires romanos Constanzo y Fausto, publicado en el primer
tomo de las Acta Sanctorum del mes de marzo, ya en el transcurso
del primer año de pontificado del papa Pamphili, las extracciones
de los cementerios romanos se intensificaron de manera notable.
El incremento fue tal, que nada más del cementerio de San Se-
bastián (hoy considerado como de Calixto) se sacaron plus quam
quinquaginta sanctorum corpora, enviados en un segundo mo-

53
Boldetti, Osservazioni sopra i Cimiterj, op. cit., p. 243: “Y en tiempos del papa
Clemente, me viene a la memoria el señor Card. Baronio, quien para entrar,
fue necesario que dejara el hábito largo de Cardenal, y se vistiera todo de tela
blanca”.
54
Cfr. Bosio, Roma sotterranea, op. cit., p. 564.

234 / Massimiliano Ghilardi


mento a distintas regiones de la cristiandad.55 Un año más tarde,
en mayo de 1645, el jesuita Baldassarre Baglioni, quien había ex-
traído más de cincuenta cuerpos de mártires el año precedente,
exhumó del mismo laberíntico sitio los cuerpos de san Constanzo
y san Fausto, que rápidamente envió a Renania, con certificación
notarial expedida por el notario del cardenal Vicario, a la venera-
ble Ecclesia Collegii Coloniensis Societatis Jesu.56
Para ese entonces, habían transcurrido poco más de quince
años desde la muerte de Antonio Bosio y cerca de diez desde la
publicación de su póstuma Roma sotterranea. Las catacumbas
romanas eran dimensiones de lo sagrado sustancialmente des-
conocidas hasta su investigación. Oratorianos y jesuitas, con
diferentes medios, modalidades y orientaciones participaron en
su descubrimiento y divulgación. Por un lado, los oratorianos,
siguiendo las reflexiones espirituales iniciadas por Felipe Neri, se
dedicaron a dar a conocer los antiguos hipogeos funerarios según
los resultados de la investigación de Antonio Bosio. Por el otro,
los jesuitas entendieron a tiempo las consecuencias económicas
derivadas del redescubrimiento de los cementerios, por lo cual los
frecuentaron para apoyar la reconstrucción hagiográfica impul-
sada por los bolandistas. Sin embargo, su motivo principal fue el
extraer reliquias y así enviarlas a los colegios recién fundados en
las tierras de misión o a quienes las habían solicitado. Dos modos
distintos de vivir y sentir el pasado de la Iglesia, que bien reflejan
–en nivel subterráneo, podría decirse– el espíritu diverso de dos
agrupaciones religiosas en la Roma de la Contrarreforma y de
inicios de la Edad Moderna.
Traducción: Marlene Lelo de Larrea

55
Cfr. Acta Sanctorum, Martii Tomus i, Parisiis et Romae, apud Victorem Palmé,
Bibliopolam, 1865, p. 30.
56
Idem.

Entre oratorianos y jesuitas / 235


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vie circonvicine. Delle cose memorabili, sacre, e profane, ch’erano nelle me-
desime Vie: e d’altre notabili, che rappresentano l’imagine della primitiva
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236 / Massimiliano Ghilardi


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Francisco Antonio Zacharia Soc. Jesu presbytero restituta, emendata, pluri-
busque ineditis Documentis locupletata, Milano, in Regia Curia, prostat
apud Josephum Bonacinam, 1749.

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