Desde Barcelona

UNO Rodríguez silba "The Suburbs" del álbum homónimo de Arcade Fire. Silba y suena con los pulmones en la boca y canta con el corazón en el cerebro aquello de "Tú siempre parecías tan seguro / De que un día pelearíamos en una guerra suburbana / Tu parte del pueblo contra la mía / Te vi de pie en la orilla opuesta / Pero para cuando llegó la hora en que cayeron las bombas / Estábamos ya tan aburridos". Y aquello otro de " Y todas las paredes que levantaron durante los '70s finalmente cayeron". Y también lo de "A veces no puedo creerlo / Me estoy alejando de ese sentimiento / Todavía gritamos". Y, sí, las canciones de los texano/canadienses Arcade Fire --como las de Funeral-- trataban de eso: de estar fuera de lugar y de querer salir para dejar atrás el mundo construido por padres. De cortar túneles y excavar cables y adiós a todo eso. Y Rodríguez se acuerda que The Suburbs le gustó tanto cuando salió --en el 2010-- que no dudó en re-comprárselo en deluxe edition: con DVD de formidable cortometraje con adolescentes salvajes dirigido por Spike Jonze + trío de temas extras (uno con David Byrne, quien con Talking Heads ya había explorado/rimado ese espacio alien y suburbano). Y hace ya tanto de todo eso y lo cierto es que Arcade Fire ya no le interesa tanto a Rodríguez, pero no puede dejar de emocionarse cada vez que oye "Deep Blue" y eso de "Contemplamos el final del siglo / Comprimido en una pequeña pantalla / Una estrella muerta colapsando y pudimos ver / Que algo estaba acabando / Has dejado ya de simular / Que vimos sus señales en los suburbios... Hey / Deja tu celular un momento / Hay algo salvaje en la noche /¿Puedes oírlo respirar? / Y hey / Cierra tu laptop por un rato / El show terminó, haz una reverencia / Vivimos en las sombras". Y silbacantado eso Rodríguez entra al CCCB y a la exposición titulada Suburbia: La Construcción del Sueño Americano.

DOS Y ese es un sueño inmenso. Y la exposición es muy grande y está muy bien montada. Un largo y sinuoso camino atravesando varias alas. Producción propia dirigida por Jordi Costa y comisariada por el periodista y crítico de cine Philipp Engel. Mudando e instalando obras de Thomas Doyle, Matthias Müller, Blanca Munt, Jessica Chou, Gerard Freixes, Benjamin Grant, Alberto Ortega, Bill Owens, Amy Stein y Angela Strassheim entre otros. Todos juntos ahí, incluyendo transcripciones de chats de vecinos paranoides o el que la suburbia fuera de USA suele tener sentido opuesto: ya no acomodados huyendo a un supuesto paraíso dejando atrás el infierno de la gran ciudad, sino incómodos en sus provincias que no pueden llegar al centro celestial de la metrópoli y se quedan en sus bordes purgando sus condenas por malas calles. Todo esto sostenido y contenido por el diseño por ese exoesqueleto/andamiaje de madera de todas esas casas que crecieron en las afueras más insomnes de la siempre pionera América The Beautiful. Ese boom que comienza a explotar a finales del siglo XIX y cuya onda expansiva no cesa. Calles y jardines y piscinas a ser habitadas por toda esa ordinary people (R.I.P. Donald Sutherland, quien debió ganar el Oscar allí y en tantas otras partes). Patria de swimmers y country husbands de John Cheever y revolucionadas parejas listas para auto-guillotinarse de Richard Yates y musicales corazones incendiados de A. M. Homes y matrimonios a florecer y podar de John Updike y amas de casa de Stepford en los chalets embrujados de Shirley Jackson y los casi eufóricamente infelices personajes del cine de Todd Solondz y escenográfica video-inconsciencia de Truman Burbank y su show; mientras desde la otra orilla canta Springsteen y Gatsby invita a su fiesta inolvidable y casi amorosamente desesperada por repetir el pasado. Y, por supuesto, todos mostrando los dientes a cámara y armados hasta los dientes.

TRES Y, entre todos ellos, el desarmado y siempre por la paz pero no dando tregua Frank Bascombe by Richard Ford. Y en su tan breve como iluminador prólogo para la Everyman's Library de The Bascombe Novels (de 2009, y conteniendo lo que se suponía como trilogía cerrada publicada entre 1986 y 2006: El periodista deportivo, El día de la Independencia y Acción de Gracias) Ford explicaba que, cuando le preguntaban si su proyecto fue el de crear arquetípico/paradigmático del suburbano everyman Made in USA, él se sentía muy halagado; pero que esa jamás había sido su idea original. En principio Ford nunca pensó eso porque no se creía capaz de algo así, y se decía que nada podía resultarle menos interesante que seguir durante décadas a un mismo personaje. Pero ahí mismo, Ford citaba lo de E. M. Forster en cuanto a "lo incalculable de la vida". Y cabía suponer que lo mismo primero pensaron y les ocurrió después al ya mencionado John Updike con su Harry "Conejo" Armstrong y a Philip Roth con su Nathan Zuckerman. Eso de un protagonista de su propia vida y, además, testigo de sus tiempos. En cualquier caso, por entonces, adiós de Ford a Bascombe.

Pero Bascombe regresó en Francamente, Frank (2014) sólo para volver a despedirse. Pero, de nuevo, no. Y --Ford fue uno de los números vivos de Suburbia, vino a presentarlo y representarlo-- en la recién publicada Sé mía. Novela que, insiste Ford, esta es la última vez que leeremos de su puño y letra y, sobre todo, oiremos con voz y fraseo de Bascombe. Porque los libros de este ahora septuagenario padre y doble exesposo y alguna vez con ambiciones literarias pero finalmente agente de bienes raíces con sede en New Jersey, son primero y principalmente novelas-de-voz. Ese gran género norteamericano que posiblemente se inicie con Twain y se continúe con Bellow y Salinger y Heller y llega hasta Ellis: la personal singularidad de un modo de mirar monologando. La dicción como estilo y lo que se dice como trama, sí. Frank es --como aquel otro Frank suburbano y cantarín y también de NJ-- La Voz.

¿Y cómo suena Frank ahora? Nunca cansino pero, inevitablemente, más cansado. Y, de algún modo, Sé mía --esta vez con San Valentín de fondo-- es como el reflejo tardío de aquel viaje junto a pequeño y perturbado hijo en El día de la Independencia. Sólo que ahora ese hijo tiene la edad que el padre entonces y, además, tiene ELA. Y Frank se enfrenta a un crepúsculo boomer en el que, sin embargo, no admite como imposible la llegada de un nuevo amor. Así, otra peripecia para hacer cuentas, insultarse cordialmente como comediantes decadentes, cerrar heridas que nunca serán cicatriz (Paul tiene mucho para reprochar) y (Frank al habla, siempre entre el one-liner zen y el koan occidental) decirse casi todo aquello que nunca se dijo con el patriótico y cabezón Mount Rushmore como última escala. Y Bascombe más que consciente de que en los últimos tiempos piensa mucho en la composición de la felicidad y que "No todas las historias acaban bien" pero que, aun así, "En la penumbra se pueden encontrar algunas luces encendidas"; porque "creo que hay mucho que decir a favor de rechazar enérgicamente muchas cosas, y la muerte ocupa un lugar destacado en la lista".

Así, suerte de género propio al que John Banville --admirado-- definió como "existencialismo relajado". Algo que lleva a este hombre con ojos de rayos x a ser más persona que personaje e indiscutible clásico americano: algo tan marca registrada como el apellido de su creador y el paisaje que habita. El de suburbia, el de disturbia: allí, viviendo y todavía silbando y gritando y soñando americanamente en las más luminosas de las sombras.