Lxs lesbianxs y bisexualas tienen un nuevo imperio romano en el que pensar y es la segunda película de la realizadora british Rose Glass: Love, Lies Bleeding. Este filme de la productora independiente A24, usina de la que salieron títulos icónicos como “Midsommer”, “Moonlight” y “LadyBird”, se traduce como “Amor, mentiras y sangre”. Pero en su versión en español se dobló como “Sangre en los labios”; un título mucho más sexy y dramático, acorde a una historia de venganza y lujuria de una chonga enamorada y su novia bisexual caótica.

“Sangre en los labios” transcurre en un gimnasio cutre de Nevada a finales de los 80’s donde Lou (Kristen Stewart), una clásica lesbiana de pueblo, vive una vida mundana y aburrida. Lo primero que vemos de ella es una escena donde está destapando un inodoro que parece salido de Trainspotting. Aún así, es tan hot (aunque tenga la frente manchada con salpicaduras de heces), que parece lista para protagonizar un shooting de Calvin Klein. En ese contexto rutinario, mediocre y carente de emoción, Lou conoce a Jackie (Katy O'Brian), una joven fisicoculturista de Oklahoma que anda yirando por las rutas de EEUU con el fin último de presentarse en el campeonato anual de esa disciplina, en Las Vegas.

Este encuentro inesperado las arrastra a un torbellino explosivo de lujuria, drogas, romance y violencia cuando las protagonistas quedan involucradas en una trama mafiosa, que involucra al papá de Lou, un perturbador y excéntrico Ed Harris. En esta escalada demencial de pasión y venganza, que explora dimensiones de la EEUU profunda, como la homofobia y la violencia de género, ambas desarrollan un vínculo magnético que también es guiño divertido al mundo lésbico. Lesbianas con un gato naranja que se mudan juntas a la primera de cambio, y una devoción arrasadora que las lleva a matar o morir. La química y el deseo entre ellas es tan potente, que le pasa el trapo a tensión sexual de la escena de Titanic Jack donde pinta a Rose enjoyada.

La película es un filme cross-en-la-boca, que aumenta la tensión de forma exponencial a medida que la trama se sumerge en un espiral de deseo, mafia, armas, sangre, sexo, lesbianas, FBI, fisicoculturismo, esteroides, jeringas, pushups, balas y cadáveres enrollados en alfombras. Con ecos de “Breaking Bad”, “Pánico y locura en Las Vegas” y “Thelma y Louis”, Rose Glass trasciende la clásica idea de ser una-historia-de-lesbianas donde el problema es el lesbianismo; sino que, en este caso, es el motor que mueve la trama.

Uno de los puntos más interesantes, a su vez, tiene que ver con cómo el filme, desde una mirada queer, aborda las masculinidades incómodas para el consumo masculino. Kristen Stewart, que hace un despliegue actoral que la define como una de las más aclamadas de su generación, encarna a la chongaza definitiva.

Literalmente es un sueño para sus fans: con el pelo grasiento, se pasa toda la película en musculosa y fumando puchos como una James Dean bajada del cielo del lesbianismo. Es la imagen apoteósica de la chonga perfecta que resuelve: te hace una instalación eléctrica, te pone los tarugos, te cocina con devoción, le gusta leer, te da vuelta como una media, se lleva el mundo por delante pero no tiene la petulancia de un chongo paki, es sensible y vulnerable, pero también tiene la mente fría para resolver bajo presión.

Una lesbiana entregada al amor, que te reza y te mira como si fueses la creación más divina sobre la tierra. Se nota que Kristen ya no necesita hacer plata y se está dedicado, desde hace un tiempo, a hacer películas que realmente le gustan.

Katy O’Brien está espectacular en su papel de Jackie: una Hulk absoluta, frenética, que aborda una masculinidad femenina transgresora y trabada, dispuesta a arrasar como un camión con acoplado con cualquier cosa que se interponga entre ella y su objetivo de triunfar en el mundo fitness femenino (un universo poco explorado en la pantalla grande). Con un pasado oscuro, Katy es una locomotora sensible con vocación de ajusticiar a puño limpio. Lou y Katy viven un ensueño lésbico, que Rose relata explotando la dimensión del realismo mágico de los amores queer, cuando el shock de dopamina estira la frontera de la realidad y la ficción.

Quien escribe tuvo la suerte de ver esta película en “La tribu mostra”, uno de los reductos lésbicos de preferencia de Buenos Aires, en una sala explotada de trolxs frenéticos que aplaudían a las heroínas en cada una de sus hazañas, celebraban sus momentos más hot y abucheaban a los malos malísimos. Por eso, recomiendo ver esta peli en un proyector con amigues que se suban a la locomotora del sabor de “Sangre en los labios”, para más placer.