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Tratado de Bucarest, una paz efímera antes de la I G M

Este acuerdo, firmado el 10 de agosto de 1913, puso fin a la Segunda Guerra de los Balcanes y modificó el reparto territorial alcanzado tras la Primera.

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La Primera Guerra de los Balcanes tuvo lugar entre 1912 y 1913 y enfrentó a las naciones reunidas en la Liga Balcánica (Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro) con el Imperio otomano. El objetivo de la Liga era expulsar de Europa a los turcos y repartirse sus territorios balcánicos. La contienda comenzó el 8 de octubre de 1912 y acabó el 30 de mayo de 1913 con el Tratado de Londres tras la derrota del Imperio otomano, inferior militarmente a los coligados, pero las desavenencias entre estos desencadenaron a continuación un nuevo choque militar, que se conoce como Segunda Guerra de los Balcanes. Esta fue un breve conflicto que, en el verano de 1913, enfrentó a Bulgaria con sus anteriores aliados de la Liga, a los que se sumaron Rumanía y, de nuevo, el Imperio otomano.

Los combates duraron treinta y tres días y comenzaron con una ofensiva búlgara, que pronto dio paso a contraofensivas serbias y griegas. La intransigencia territorial de Bulgaria, que no se avino a aceptar la posesión griega de Salónica ni a ceder la Dobruja meridional a los rumanos para evitar su ataque –que decidió el resultado–, facilitó su derrota. Aunque los búlgaros lograron contener casi todos los avances serbo-griegos, la entrada en el conflicto de Rumanía primero y del Imperio otomano más tarde desequilibraron la balanza. Esta segunda guerra trajo consigo un nuevo acuerdo de paz, el Tratado de Bucarest, que modificó el reparto territorial acordado en el de Londres.

El Tratado de Bucarest fue firmado el 10 de agosto de 1913 en dicha ciudad por los representantes diplomáticos de los países intervinientes en el conflicto (excepto los turcos): los reinos de Bulgaria, Grecia, Montenegro, Rumanía y Serbia. Bulgaria, la derrotada en la guerra, perdió la mayor parte de los territorios que había conquistado al Imperio otomano durante la Primera Guerra de los Balcanes. Así, Serbia recibió el norte de Macedonia y se dividió con Montenegro el antiguo Sanjacado turco de Novi Pazar; Grecia se hizo con el sur de Macedonia y con Salónica y, finalmente, Rumanía obtuvo la región de la Dobruja meridional. Siguiendo la estela de este tratado, se firmó el 29 de septiembre del mismo año el Tratado de Constantinopla entre otomanos y búlgaros, que fijó los límites territoriales entre ambos: la línea Enos-Midia seguía siendo el punto de referencia, pero una rectificación menor en su trazado permitía al Imperio otomano recuperar las ciudades de Edirne (Adrianópolis), Kirk-Kilisse y Demótica.

No obstante, estos tratados no lograron satisfacer las aspiraciones de ninguna de las partes ni del resto de las potencias con intereses en la zona, lo que contribuyó al agravamiento de la tensión en los Balcanes que a la larga desembocaría en el atentado de Sarajevo (28 de junio de 1914), detonante de la Primera Guerra Mundial. Así, el Imperio otomano, inmerso en un proceso de reconstrucción nacionalista tras la llegada al poder de los Jóvenes Turcos y deseoso de recuperar el dominio sobre una parte mayor de los Balcanes, se alinearía con las Potencias Centrales –los imperios alemán y austrohúngaro– durante la Guerra del 14. Y lo mismo haría Bulgaria, la gran perdedora de estos acuerdos.

La Primera Guerra de los Balcanes tuvo lugar entre 1912 y 1913 y enfrentó a las naciones reunidas en la Liga Balcánica (Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro) con el Imperio otomano. El objetivo de la Liga era expulsar de Europa a los turcos y repartirse sus territorios balcánicos. La contienda comenzó el 8 de octubre de 1912 y acabó el 30 de mayo de 1913 con el Tratado de Londres tras la derrota del Imperio otomano, inferior militarmente a los coligados, pero las desavenencias entre estos desencadenaron a continuación un nuevo choque militar, que se conoce como Segunda Guerra de los Balcanes. Esta fue un breve conflicto que, en el verano de 1913, enfrentó a Bulgaria con sus anteriores aliados de la Liga, a los que se sumaron Rumanía y, de nuevo, el Imperio otomano.

Los combates duraron treinta y tres días y comenzaron con una ofensiva búlgara, que pronto dio paso a contraofensivas serbias y griegas. La intransigencia territorial de Bulgaria, que no se avino a aceptar la posesión griega de Salónica ni a ceder la Dobruja meridional a los rumanos para evitar su ataque –que decidió el resultado–, facilitó su derrota. Aunque los búlgaros lograron contener casi todos los avances serbo-griegos, la entrada en el conflicto de Rumanía primero y del Imperio otomano más tarde desequilibraron la balanza. Esta segunda guerra trajo consigo un nuevo acuerdo de paz, el Tratado de Bucarest, que modificó el reparto territorial acordado en el de Londres.

El Tratado de Bucarest fue firmado el 10 de agosto de 1913 en dicha ciudad por los representantes diplomáticos de los países intervinientes en el conflicto (excepto los turcos): los reinos de Bulgaria, Grecia, Montenegro, Rumanía y Serbia. Bulgaria, la derrotada en la guerra, perdió la mayor parte de los territorios que había conquistado al Imperio otomano durante la Primera Guerra de los Balcanes. Así, Serbia recibió el norte de Macedonia y se dividió con Montenegro el antiguo Sanjacado turco de Novi Pazar; Grecia se hizo con el sur de Macedonia y con Salónica y, finalmente, Rumanía obtuvo la región de la Dobruja meridional. Siguiendo la estela de este tratado, se firmó el 29 de septiembre del mismo año el Tratado de Constantinopla entre otomanos y búlgaros, que fijó los límites territoriales entre ambos: la línea Enos-Midia seguía siendo el punto de referencia, pero una rectificación menor en su trazado permitía al Imperio otomano recuperar las ciudades de Edirne (Adrianópolis), Kirk-Kilisse y Demótica.

No obstante, estos tratados no lograron satisfacer las aspiraciones de ninguna de las partes ni del resto de las potencias con intereses en la zona, lo que contribuyó al agravamiento de la tensión en los Balcanes que a la larga desembocaría en el atentado de Sarajevo (28 de junio de 1914), detonante de la Primera Guerra Mundial. Así, el Imperio otomano, inmerso en un proceso de reconstrucción nacionalista tras la llegada al poder de los Jóvenes Turcos y deseoso de recuperar el dominio sobre una parte mayor de los Balcanes, se alinearía con las Potencias Centrales –los imperios alemán y austrohúngaro– durante la Guerra del 14. Y lo mismo haría Bulgaria, la gran perdedora de estos acuerdos.

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