Brava Nati Mistral
Referencia de nuestro teatro, fue una mujer hecha a sí misma que triunfó en todos los géneros, desde el drama hasta la revista
Un personaje dentro y fuera de la escena. Seria y grave cuando interpretaba a Lorca o Galdós o «La Celestina»; imprevisible y divertida cuando estaba en ese otro gran papel que fue su vida, la actriz desapareció ayer a los 88 años.
Aunque en su familia, de condición humilde, no había antecedentes relacionados con la farándula, cualquiera diría por su precocidad que en el mapa genético de Nati Mistral ya tenía que estar impreso su inclinación al arte. Y, en cierto modo, algo debía de haber, porque incluso en su ficticio apellido, ese sonoro «Mistral» que ella pronunciaba con su característica y espléndida dicción, estaba el poso de su ascendencia: fue concebido como un homenaje a la escritora chilena Gabriela Mistral, por la que la madre de la actriz sentía verdadera devoción. Sea como fuere, lo que es incontestable es que Natividad Macho Álvarez –ese era su nombre verdadero– logró dominar tanto el arte dramático como el musical haciendo gala de una técnica envidiable, lo cual le permitió manejarse como antes muy pocos habían hecho –por no decir ninguno– en un género que parecía casi ideado para ella: el musical.
Había nacido en 1928 en Madrid. En esta ciudad cursó estudios de música, canto y declamación, dando así un conveniente marco formativo a su innata vena artística, que le había permitido ganar ya, con solo 15 años, un premio de 1.500 pesetas en Radio Madrid por su interpretación de un fado. Pero no lo tuvo fácil la actriz, en aquellos primeros años en los que aprendía el oficio como meritoria del Teatro Español, para hacerse un nombre en la cartelera con un buen papel en algún montaje importante. No obstante, ella misma declaró en alguna ocasión que siempre había sabido ser paciente. En 1941, con 21 años, conoció a Tony Leblanc en el rodaje de «Currito de la Cruz»; se enamoró perdidamente de él e iniciaron una relación profesional (juntos protagonizaron y produjeron la obra «¡Viva el folklore!») y sentimental (aunque sin «nada de cama –recuerda ella–, porque entonces las mujeres éramos muy decentes») que no prosperó, a pesar de que ya estaba programado el matrimonio.
Su ex Tony Leblanc
Para olvidar el desengaño –ella aseguraba que Tony Leblanc simplemente desapareció, sin dale jamás una explicación–, y mucho antes de casarse definitivamente con el industrial Joaquín Vila Puig, decidió marcharse a Alemania aprovechando el ofrecimiento de Gustavo Re, Franz Johan y Herta Frankel para colaborar con su compañía «Los vieneses». Y allí permaneció cinco años trabajando, hasta que el inefable Luis Escobar la convenció para volver a Madrid y protagonizar en 1957 un musical, con libreto y dirección escénica del propio Escobar, que se titulaba «Te espero en el Eslava» y en cuyo reparto también estaban Pastora Imperio, una jovencísima María Luisa Merlo y, curiosamente, Tony Leblanc, reconvertido ya en «ex» oficial.
El espectáculo se convirtió, verdaderamente, en el primer gran éxito de Nati Mistral, colocándola en el disparadero de la fama, de la cual no se apearía ya durante más de 30 años. Luis Escobar aprovechó bien aquel filón y estrenó la continuación, bajo el título de «¡Ven y ven!... al Eslava», un año después, en 1958. Si bien el reparto era muy similar en ambas revistas, este nuevo montaje supuso el debut sobre las tablas de la actriz Concha Velasco, que ayer mismo lamentaba la pérdida de quien había sido «un referente para mí durante toda mi vida».
En la década de los 60, Nati Mistral se consagró como el icono del musical en España, protagonizando títulos como «La perrichola», de Juan Ignacio Luca de Tena; «La bella de Texas», con libreto de la propia actriz; «El hombre de La Mancha», de Dale Wasserman –que se estrenaba por primera vez en nuestro país, en una adaptación de José López Rubio–; o «Madrid galante», en el que de nuevo formaba tándem creativo con Luis Escobar.
Pero, al mismo tiempo, la fulgurante estrella demostraba su asombrosa versatilidad, y esto es quizá lo que le ha permitido pasar por derecho propio a la historia del teatro, alternando estos trabajos con otros de carácter netamente dramático en grandes títulos de nuestra literatura, para los que mostró idéntica solvencia y en los cuales obtuvo parecido éxito. Algunos de estos fueron «Yerma» –se dice que ha sido la actriz que más veces ha interpretado a García Lorca–, «Divinas palabras» o «Fortunata y Jacinta». Por si todo esto fuera poco, desde 1944 no había dejado de pasar por los estudios de grabación para registrar sus versiones, algunas muy aclamadas, de conocidos cuplés y canciones: «Monísima», «Luna de España», «Flor de té», «Agua que no has de beber»...
En los años 70 continuaron las ofertas a la actriz y los aplausos en los escenarios, y aun en los 80; pero después de aquello, consolidada ya la democracia, los gustos del público empezaban a cambiar; por otra parte, en el mundillo cultural –entonces ya muy vinculado a la izquierda– no cuadraba demasiado bien una actriz que no tenía pelos en la lengua y que no vacilaba en declarar su admiración por alguien tan controvertido como José Antonio Primo de Rivera y que aseguraba orgullosa que creía «en Dios, en la patria y en la bandera». Una imagen que subrayó con sus sorprendentes apariciones en programas televisivos, como «La marimorena», donde vertía toda clase de opiniones y que redondearon su imagen de anciana que aún se mantenía lúcida, con ganas de pelearse con el mundo y, como ella misma decía, «más facha que nadie», informa Efe. De hecho, Mistral no se andó con rodeos frente a Pablo Iglesias, al que llegó a denominar «eso» o «el chico de las fotocopias». Políticamente incorrecta incluso al referirse a su oficio, dijo que Penélope Cruz «no era buena actriz», pero apuntó que Javier Bardem sí basándose en un solo razonamiento: «Lo había mamado».
Injusto olvido
Poco le afectaron esta serie de controversias, aunque fue cayendo en un injusto olvido. Una mujer cuya vida estaba ya marcada por su áspero pesimismo con respecto al ser humano, del que solía esperar casi siempre lo peor. En cualquier caso, sí parecía necesario institucionalmente saldar una deuda artística con ella, que se materializó en forma de premios, algunos tan importantes como el Nacional de Teatro (1997), el Mayte de Honor (2006) o la Medalla de Oro de las Bellas Artes (2007).
Detrás quedaba ya un tiempo en el que los horizontes artísticos de Nati Mistral eran tan anchos como el propio mundo; una época en la que, después de visitar Argentina en 1965 y protagonizar allí una revista, se asoció con Alberto Closas para tomar las riendas del histórico Teatro Avenida de Buenos Aires, una ciudad muy querida para ella y en la que puso punto y final a su carrera profesional en 2008 con el espectáculo «Cantares, poemas y bailes de España». Hoy, definitivamente, ha bajado el telón.