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El papel del agua en zonas con clima mediterráneo
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El papel del agua en zonas con clima mediterráneo

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Los procesos hidrológicos que ocurren en zonas de clima mediterráneo despliegan gran parte de su actividad en la capa superior del suelo, la más sensible a los factores y modificaciones externas. Los cambios climáticos predichos para los próximos años en regiones mediterráneas afectarán a la distribución espacio-temporal de la lluvia y a las variaciones térmicas del aire. Estos cambios podrían aumentar la intensidad y duración de los periodos de déficit hídrico del suelo y de las sequías, así como realzar la demanda evaporativa y permitir una mayor capacidad de interceptación de las cubiertas vegetales durante periodos más prolongados. Estas circunstancias afectarán a la cantidad de agua que alcanza el suelo y, consecuentemente, a los procesos ecohidrológicos. El estudio presentado en este libro pone de manifiesto la situación actual de dichos procesos en los ecosistemas limitados por la disponibilidad hídrica y pretende ser un recurso que fomente el conocimiento y facilite la gestión de estos espacios, considerando el posible impacto de las variaciones climáticas sobre el agua y la dinámica vegetal.
LanguageEnglish
PublisherEdiciones UC
Release dateDec 2, 2019
ISBN9789561425200
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    El papel del agua en zonas con clima mediterráneo - Javier Lozano Parra

    UC

    CAPÍTULO 1

    ENFOQUE DEL ESTUDIO

    La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación estimó que alrededor del 41% de la superficie global está compuesta por tierras áridas, semiáridas o subhúmedas secas [Reynolds et al., 2007]. Entre ellas se encuentran varios tipos de ecosistemas con estructura forestal de arbolado disperso, como los sistemas agrosilvopastoriles de dehesa, tradicionalmente considerados como explotaciones ejemplares debido al equilibrio mantenido entre la conservación y el aprovechamiento de sus recursos. Dichos sistemas se constituyen como los más extensos de Europa y están considerados dentro de la directiva Hábitat de la UE como zonas que han de preservarse, ya que soportan altos niveles de biodiversidad dentro de una amplia variedad de ambientes, tales como tierras de cultivo, espacios de pastoreo, zonas de matorral, o áreas de pastizal [Campos-Palacín, 2004; Costa Tenorio et al., 2005; Marañón et al., 2009; Moreno y Pulido, 2009]. Sin embargo, su equilibrio y mantenimiento es delicado debido a que los factores que determinan su configuración, las condiciones físico-ambientales y la gestión humana, ejercen un importante control sobre uno de sus componentes clave: el agua.

    Las condiciones físico-ambientales que definen estos sistemas se caracterizan, a grandes rasgos, por la amplia variabilidad de las precipitaciones y las altas temperaturas estivales, lo cual origina una elevada evapotranspiración potencial que a su vez determina un gran déficit hídrico. Los suelos, además de ser pobres en nutrientes, se caracterizan por ser poco profundos y por desarrollarse sobre un sustrato casi impermeable, lo que reduce su capacidad de almacenamiento de agua. Estos factores limitan los recursos hídricos disponibles para la vegetación, por lo que una alteración de los mismos podría suponer una modificación en la dinámica natural de la biomasa [Rodríguez-Iturbe, 2000].

    Bajo este enfoque, el efecto de un posible cambio climático, cuyas últimas estimaciones en 2013 [IPCC, 2013] pronostican unos aumentos de las temperaturas y disminución de las precipitaciones más acusados que los predichos en 2007 [IPCC, 2007], tendría consecuencias directas sobre los recursos hídricos y por consiguiente en el ecosistema. Como resultado, una gran variedad de fenómenos podría acentuarse, como ya se vio en 2012, año con uno de los inviernos más secos desde que se tiene constancia y con el peor registro de la década en cuanto a superficie forestal quemada [MAGRAMA, 2013; Trigo et al., 2013]. Consecuentemente los efectos derivados, como los procesos de erosión, degradación y desertificación, podrían intensificarse.

    La gestión humana es otro de los factores que influye en el estado ecológico de los espacios, ya que determina tanto el uso del suelo como la intensidad con que se utiliza. En este sentido, aunque la dehesa tiene una gran variedad de usos ha estado sujeta a grandes cambios desde mediados del siglo pasado, que en su mayoría han ido direccionados hacia una mayor presión sobre los recursos o hacia un abandono de las explotaciones [Campos-Palacín, 1993]. Debido a esto, el funcionamiento de uno de los ciclos más vulnerables, el del agua, puede verse alterado, lo cual incide directamente sobre uno de sus más importantes componentes, la vegetación.

    Según lo expuesto, un cambio significativo de cualquiera de los factores incidentes en la dinámica ambiental podría alterar el ecosistema, de modo que evolucionaría hacia estados ecológicos más complejos o, por el contrario, hacia su degradación, modificando en cualquier caso su identidad y su valor económico, ambiental y cultural.

    El agua o humedad del suelo es un componente clave del balance hídrico y del sistema climático global, representa una de las variables hidrológicas más importantes, constituye un elemento fundamental para el desarrollo y mantenimiento de la biomasa, interviene directamente en los procesos geomorfológicos, juega un papel crítico en el desarrollo edáfico, posibilita el lavado de contaminantes en los suelos y es un recurso vital para todo tipo de animales, además de ser indispensable para las actividades humanas. Se trata de un elemento que solo se encuentra en la zona vadosa o no saturada del suelo, representa una ínfima proporción con respecto al agua mundial (Figura 1-1), circula de forma natural por todo el planeta y, dada su importancia, su dinámica debería ser uno de los principales objetivos en los estudios hidrológicos [Oki y Kanae, 2006].

    Figura 1-1. Proporción de agua del suelo (porción verde) con respecto a la distribución de agua mundial, según estimaciones de Shilomanov [1993].

    En el caso de ciertos sistemas agrosilvopastoriles mediterráneos, clasificados según el Índice de Aridez determinado por la UNEP [1992] como subhúmedos secos y semiáridos, la irregularidad climática condiciona la disponibilidad hídrica del suelo, que representa el principal limitante del ecosistema [Valladares et al., 2004]. Conscientes de esta importancia, numerosos autores han realizado durante los últimos años destacados avances en el campo de la hidrología aplicada a dichos sistemas [Ceballos-Barbancho, 1999; Cubera, 2006; Maneta, 2006; van Schaik, 2010], intentando cubrir con ellos la falta de conocimiento existente y que ya subrayó Campos-Palacín [2004].

    Pese a esto, los estudios desarrollados en ambientes limitados por el agua que abordan los procesos desde una perspectiva ecohidrológica, además de ser todavía escasos, no cubren ciertas escalas espacio-temporales debido a sus limitaciones metodológicas. El hándicap se encuentra en que no combinan con precisión la resolución temporal junto con la espacial ya que, o bien monitorizan el contenido hídrico del suelo a escalas temporales normalmente superiores a la semanal, o bien eluden medir con precisión la zona más superficial del suelo.

    Desde el punto de vista de la resolución temporal, Llorens et al. [2011] o Molina et al. [2014] demostraron que una medida superior a la semanal puede ser poco representativa de la humedad media que se observa durante el mismo periodo temporal. Según estos autores, la frecuencia a la cual se realizan las mediciones es un factor clave para la estimación precisa de la dinámica del agua del suelo, y si dichas mediciones presentan variaciones no estructuradas, el proceso estudiado no estará suficientemente muestreado. Por otro lado, estudios con resoluciones inferiores a la semanal, como el desarrollado por David et al. [2006] o por Gerrits et al. [2013], ya destacaron la ausencia de trabajos a escalas de tiempo cortas y, por consiguiente, la falta de conocimiento sobre los procesos asociados a su temporalidad.

    Conforme a lo expuesto, podría decirse que en ambientes con arbolado disperso y limitados por el agua, como pueden ser las dehesas, existe una carencia de estudios que aborden la dinámica del agua edáfica con una resolución temporal precisa, analizando tanto los cortos como los extensos periodos temporales. La resolución temporal utilizada en este estudio cubre dichas carencias y posibilita el análisis de los procesos hidrológicos a intervalos de tiempo muy reducidos, permitiendo conocer la hidrodinámica edáfica durante el transcurso de un evento de lluvia, así como los factores influyentes (Figura 1-2). Además, escalas con mayor intervalo temporal también son obtenidas calculando los valores deseados a partir de los registros base.

    Desde el punto de vista espacial, los trabajos que versan sobre la hidrodinámica edáfica suelen desarrollarse en perfiles que alcanzan potencias superiores a un metro, los cuales son normalmente menos frecuentes en las áreas estudiadas que los suelos someros, y eluden una monitorización exhaustiva de la zona más superficial del perfil y la más expuesta a los factores externos. Además, como ya observaron Moreno et al. [2005] o Cubera [2006], el sistema radicular de los pastos se concentra en la zona más superficial del perfil disminuyendo exponencialmente con la profundidad, lo que podría dotar a los pastos de una extrema sensibilidad y dependencia ante los cambios producidos en los horizontes superficiales. Asimismo, los trabajos frecuentemente se enfocan en la competición/facilitación entre estratos vegetales, en la producción de pasto frente a diferentes tratamientos, o considerando su posición bajo copa de arbolado o fuera de ella, restando importancia al funcionamiento ecológico e hidrológico de la zona superficial del suelo. Pese a esto, es destacable el consenso general existente, que establece a los pastos como uno de los recursos más importantes de los sistemas agrosilvopastoriles, como elemento imprescindible contra la degradación y erosión del suelo, y como la principal fuente de alimentación para el ganado [Schnabel, 1997].

    Figura 1-2. Rango de escalas espaciales y temporales más comúnmente utilizadas en los estudios de los procesos hidrológicos y ecológicos. El área gris indica la escala espacio-temporal de este estudio. Adaptado de Dingman [2008] y Teuling [2007].

    En función de lo anteriormente mencionado, podría afirmarse que actualmente existe una escasez de trabajos desarrollados en ambientes condicionados por la disponibilidad hídrica y con una cobertura de arbolado dispersa, como las dehesas, que monitoricen con una alta resolución espacio-temporal las interacciones ecohidrológicas de la zona más superficial del perfil edáfico. Este factor, unido a la poca potencia que generalmente muestran los suelos, fueron los argumentos que motivaron la monitorización exhaustiva de dicha zona.

    La principal novedad que aporta esta investigación es el estudio de la hidrodinámica edáfica y su relación con la cubierta vegetal y las variaciones climáticas a distintas escalas temporales y espaciales, lo que conlleva la posibilidad de abarcar varios procesos (Figura 1-2). Las escalas temporales varían desde el minuto al año hidrológico, considerando series climáticas más prolongadas; las escalas espaciales varían desde el pedón a escala de cuenca hidrográfica. Además, los trabajos con escalas temporales superiores a décadas, como el que aquí se incluye, son inexistentes en este tipo de ambientes.

    Atendiendo a lo anteriormente mencionado, los principales objetivos de este trabajo son:

    a)Determinar las propiedades físicas e hidrológicas de los suelos y los condicionantes meteorológicos que afectan a la hidrodinámica edáfica.

    b)Establecer la profundidad del perfil del suelo más representativa para la instalación de sensores de humedad.

    c)Determinar las variaciones espacio-temporales del contenido de agua del suelo a escala anual, estacional y diaria, bajo diferentes estratos vegetales, en función de las variaciones climáticas, e identificando los factores que las causan.

    d)Analizar la dinámica del agua edáfica en alta resolución temporal (minutos):

    •considerando la influencia de las distintas coberturas vegetales, y estableciendo los factores que influyen en los procesos,

    •identificando y definiendo todos los procesos de humectación que ocurren en los perfiles, además de contabilizar la frecuencia de ocurrencia de cada tipo de proceso así como la cantidad de agua que interviene. Establecer los factores que influyen en los tipos de flujo a dicha escala temporal.

    e)Definir la influencia de la cobertura vegetal sobre las variaciones térmicas de la capa superficial del suelo y establecer la influencia de estas últimas sobre los descensos hídricos del perfil a distintas profundidades.

    f)Determinar la longitud e intensidad de los periodos de déficits hídricos del suelo y analizar la respuesta de la biomasa herbácea a las variaciones espacio-temporales de dichos periodos.

    g)Arrojar luz sobre la dinámica de la biomasa herbácea a escala de cuenca hidrológica y durante intervalos temporales prolongados. Determinar los factores que controlan la producción y el peso que tiene cada uno según las variaciones climáticas y los factores geográficos y, por otro lado, determinar el balance hídrico a escala de cuenca hidrológica.

    CAPÍTULO 2

    ESTADO DEL ARTE

    2.1. Espacios analizados

    Las dehesas, o montados en Portugal, son sistemas seminaturales modificados por el hombre y caracterizados por poseer un estrato arbóreo disperso dominado por especies del género Quercus, un estrato herbáceo y, en algunas ocasiones, un estrato arbustivo. Se definen por su multiplicidad de usos, como el agrícola, el ganadero o el forestal, de ahí su denominación como sistemas agrosilvopastoriles. Están localizadas principalmente en el suroeste de la Península Ibérica, donde ocupan una extensión aproximada de 5 millones de ha [Eichhorn et al., 2006; Joffre et al., 1999], mientras que en la región de Extremadura ocupan alrededor de una tercera parte de su territorio (Figura 2-1). Las dehesas soportan una amplia variedad de ambientes, motivo por el cual tienen una gran importancia económica, ambiental y cultural [Martín-Vicente y Fernández Alés, 2006; Moreno y Pulido, 2009].

    2.2. El agua en la naturaleza

    El ciclo hidrológico es un concepto central en hidrología que describe la forma en que el agua terrestre y oceánica es calentada por el calor del sol, evaporada, y devuelta a las superficies marinas y continentales a través de la circulación atmosférica, como forma de vapor de agua, y en un circuito sin principio ni final. Se trata de un sistema complejo debido a que los procesos que operan son interdependientes, por lo que suele representarse en un modelo conceptual (Figura 2-2).

    La principal unidad espacial en los estudios hidrológicos es la cuenca de drenaje o cuenca hidrológica, formada por el área geográfica que drena hacia un mismo río o reservorio. El balance hídrico constituye la principal ecuación para estos estudios y se aplica, fundamentalmente, a escala de cuenca. Se trata de una descripción matemática de los procesos hidrológicos que operan en un marco espacial y temporal determinado, e incorpora los principios de continuidad de masa y energía [Davie, 2002; Dunne y Leopold, 1978]. La ecuación puede expresarse de forma simplificada como sigue:

    donde, P es la precipitación, Q es el agua descargada por escorrentía, ET es la evapotranspiración, G es el flujo de agua subterránea, y DHS son las variaciones en la humedad del suelo.

    Si se considera un espacio con una litología impermeable, con unas entradas de agua equivalentes a las salidas y una reserva hídrica igual al principio y final del año hidrológico, como ocurre en buena parte de los sistemas agrosilvopastoriles del suroeste peninsular, el balance hídrico puede presentarse como sigue [Dunne y Leopold, 1978]:

    Los balances hídricos han sido tema central en hidrología y, aunque la cuenca hidrológica es la unidad espacial básica, su cálculo ha sido aplicado a distintas unidades de paisaje, desde la escala pedón a la mundial, pasando por escalas intermedias, como continental o ladera [Bosch y Hewlett, 1982; Brown et al., 2005; Gallart et al., 2002; Kirkby et al., 2011; Lewis et al., 2000; Liang et al., 2011; Oki y Kanae, 2006; Robinson et al., 2008; Zehe et al., 2010]. El objetivo de estos estudios ha consistido básicamente en cuantificar las entradas y salidas de agua del sistema y determinar las cantidades que se mueven entre los distintos componentes del ciclo hidrológico. Las técnicas utilizadas para el cálculo de balances normalmente se basan en observaciones directas o en la modelización de los procesos previamente observados, aunque frecuentemente se utiliza un enfoque mixto con el fin de simular diferentes escenarios [Ceballos-Barbancho y Schnabel, 1998; Gallart et al., 1997; Maneta et al., 2008a; Wu et al., 2013].

    A pesar de que los avances en el conocimiento de los procesos ecohidrológicos de ambientes semiáridos y subhúmedos son cada vez más numerosos, abundan menos que los desarrollados en otro tipo de ambientes [D’Odorico y Porporato, 2006a; Eamus et al., 2006]. De este modo, tal y como destacan Asbjornsen et al. [2011] y Fatichi et al. [2012b], aún no se ha llegado a entender plenamente los procesos que gobiernan estos ecosistemas. Esta carencia se debe a que hasta la década de los 90 no se comenzaron a desarrollar de forma generalizada estudios científicos en dichos ambientes, por lo que se trata de una literatura reciente que carece de datos históricos [El-Hames y Richards, 1994; Viville y Littlewood, 1996]. A pesar de esto, los estudios ya realizados muestran a la humedad del suelo como una de las variables más importantes del balance hídrico, jugando un papel crítico en la dinámica del ecosistema [Cubera, 2006; Lewis et al., 2000; Rodríguez-Iturbe, 2000; Vanderlinden, 2001].

    Los componentes del balance hídrico son normalmente estimados sobre una base anual, aunque cualquier periodo puede ser tenido en cuenta indistintamente. Las unidades suelen expresarse en volumen por unidad de tiempo, por ejemplo m³ año-1 ó m³ s-1, o longitud por tiempo, por ejemplo mm dia-1.

    Precipitación

    Las precipitaciones constituyen las entradas de agua del sistema y en ambientes semiáridos y subhúmedos secos normalmente se producen en forma de lluvia. Además, constituyen una de las principales variables que determinan las variaciones de humedad del suelo, que a su vez influirán en el crecimiento de las plantas.

    En tales sistemas las precipitaciones se caracterizan por su irregularidad y variabilidad espacio-temporal, oscilando normalmente entre los 300 y 800 mm año-1 [Douguedroit, 1987; Lázaro et al., 2001; Schnabel, 1997]. Los valores anuales generalmente muestran un sesgo positivo, lo que significa que los años que presentan valores inferiores a la media son más frecuentes que los que muestran valores superiores. Durante la época estival son frecuentes largos periodos sin lluvias, que pueden alcanzar los 120 días seguidos, tal como observaron Joffre y Rambal [1993] en el suroeste de la Península Ibérica, mientras que como promedio anual es factible alcanzar los 48 días sin ningún tipo de precipitación, tal y como determinaron Martínez-Fernández et al. [2001] para un área de clima mediterráneo de interior.

    Figura 2-1. Distribución y extensión superficial de los sistemas agropastoriles y agrosilvopastoriles en Extremadura. El mapa superior izquierda fue obtenido de Gea-Izquierdo [2008], y presenta la extensión aproximada de dichos sistemas en la Península Ibérica.

    Figura 2-2. Esquema simplificado del ciclo hidrológico. Fuente: www.climantica.org.

    La mayor parte de los eventos de lluvia en ambientes semiáridos y subhúmedos secos suelen ser cortos y concentrados, frecuentemente con bajas cantidades y débiles intensidades. En este sentido, Schnabel [1998] observó, en un estudio llevado a cabo en medio semiárido seco, que el 80% de los eventos eran inferiores a 10 mm, y más del 90% presentaba intensidades en 10 minutos inferiores a 20 mm h-1. Sin embargo, los eventos pueden ser altamente variables dependiendo de la pluviometría anual, tal como observó Dunkerley [2013] en clima mediterráneo semiárido de Australia.

    A pesar de lo expuesto, estudios como el realizado por Ceballos-Barbancho et al. [2004] con bases de datos superiores a 30 años sobre un gradiente climático representativo del clima mediterráneo, muestran que la variabilidad intra-anual tiende a incrementarse en ecosistemas de dehesa mientras que la cantidad anual de precipitación tiende a decrecer con respecto a los patrones actuales, así como la concentración de las lluvias, lo cual puede afectar a la disponibilidad de los recursos hídricos y consecuentemente a los procesos ecohidrológicos [Schöter et al., 2005].

    Evapotranspiración

    Una importante proporción de agua que llega a la superficie es devuelta a la atmósfera en forma de vapor de agua, procedente de la evaporación física desde diferentes medios (interceptación y evaporación desde superficies o masas de agua) o de la evaporación biológica (transpiración). Medir ambos procesos por separado es bastante complicado por lo que normalmente se procede a estimar su valor conjunto, obteniendo así la Evapotranspiración (ET). Dependiendo de si el proceso se encuentra o no limitado por el suministro de agua se distinguen, respectivamente, dos tipos de ET, la Evapotranspiración Real (ETR) y la Evapotranspiración Potencial (ETP). Para su estimación se han desarrollado una gran variedad de métodos, diferenciándose entre directos y empíricos. Sin embargo, tal abundancia evidencia la dificultad para medir este proceso.

    Aunque el método FAO Penman-Monteith [Allen et al., 1998] es el más preciso para calcular la ET de referencia también es el que más variables meteorológicas requiere, como la radiación solar, la humedad relativa, o la velocidad del viento, que suelen ser de difícil adquisición. Como alternativas al cálculo de la ETP mediante Penman-Monteith existen diversos métodos empíricos estandarizados, como el de Blaney y Criddle [1950], bastante útil en aplicaciones de riego, o el de Thornthwaite [1944], bastante generalizado pero que subestima los valores en zonas de clima árido y semiárido. Sin embargo, el método de Turc [1961] ofrece valores más elevados que el anterior y suele ser el más utilizado para calcular la ETP en áreas de clima mediterráneo árido o semiárido [De Azagra Martínez y Navarro Hevia, 2007].

    Tras analizar más de 200 cuencas por todo el mundo, Turc estableció dos métodos para calcular la ET. En 1954 propone un método para calcular la evapotranspiración real basado en la precipitación (mm a-1) y la temperatura media anual (°C), que se expresa como sigue [Turc, 1954]:

    donde, ETR es la evapotranspiración real media (o déficit de escorrentía) en mm a-1, P es la precipitación anual observada en el área de estudio (mm a-1), y L es un coeficiente que está en función de la temperatura media anual (T) en °C, y se expresa como sigue:

    En 1961, Turc emplea un método basado en la temperatura del aire, la radiación solar incidente y la humedad relativa del aire para calcular la evapotranspiración potencial. Aunque la ETP se calcula en periodos mensuales también puede ser calculada para periodos decenales (10 días), distinguiéndose dos situaciones:

    1.Cuando la humedad relativa (HR) es superior al 50%, se utiliza:

    donde, ETP es la evapotranspiración potencial, Ri es la radiación solar incidente que alcanza la superficie de la tierra (cal cm-2 día), y T es la temperatura del aire. El primer coeficiente (0.13) se sustituye por 0.4 cuando se pretende hallar la ETP mensual, y por 0.37 cuando se trata del mes de febrero.

    2.Cuando la humedad relativa (HR) es inferior al 50%, la expresión es:

    Por otro lado, los valores de radiación solar incidente (Ri)pueden estimarse con el método de Glover y McCulloch [1958], que establece:

    donde, Ri es la radiación solar incidente, Rg es la radiación global extra-terrestre (también conocida como valor o radiación de Angot) sobre una superficie horizontal (cal cm-2 día), φ es la latitud del área de estudio (0° ≤ φ ≤ 60°), n son las horas de insolación efectiva (obtenidas con un heliógrafo), y N son las horas de insolación máxima.

    Estudios como el de Castañeda y Prasada [2005], realizados en un ambiente mediterráneo semiárido californiano, demuestran que el método de Turc es el que mejor se aproxima al de FAO Penman-Monteith para este tipo de clima, mostrando valores mucho más próximos que métodos como el de Blaney-Criddle, que los sobreestimó, o el de Thornthwaite, que los subestimó. Por ello, ante la ausencia de registros en ciertas variables de interés, este método se muestra como una alternativa más que aceptable al método FAO Penman-Monteith.

    En ambientes húmedos donde el agua no es un factor limitante la demanda evapotranspirativa estará principalmente controlada por las condiciones atmosféricas y vegetales. Sin embargo, en ambientes subhúmedos y semiáridos las entradas de agua son inferiores a la demanda evapotranspirativa, por lo que la ETP será mayor que la ETR, que está controlada por la humedad del suelo. En estos ambientes, la ET constituye el flujo de salida más elevado del balance hídrico a escala estacional y anual [Maneta et al., 2008b]. En este sentido, varios autores estiman que en los años húmedos las salidas de agua por ET en cuencas semiáridas pueden suponer más del 85% del balance hídrico, mientras que en años secos suponen más del 95% [Ceballos-Barbancho y Schnabel, 1998; Piñol et al., 1991; Yaseef et al., 2010]. Debido a que la demanda evapotranspirativa excede a la cantidad precipitada durante gran parte del año, la mayoría de los procesos ecohidrológicos de estos ecosistemas están conducidos por el estrés hídrico [Valladares et al., 2004].

    Escorrentía

    La escorrentía es el volumen o flujo de agua que atraviesa una sección en un intervalo de tiempo particular, y puede expresarse por ejemplo en m³ s-1. Una de las características que mejor describe los flujos superficiales de las zonas semiáridas y subhúmedas es su carácter efímero, definidos por corrientes intermitentes que suelen ser espacio-temporalmente discontinuas debido a la variabilidad de los factores que los controlan [Castillo et al., 2000]. Estos factores difieren desde zonas húmedas a zonas semiáridas, en las que las condiciones de humedad antecedentes juegan un papel predominante, así como la irregularidad de las precipitaciones, la topografía, las propiedades edáficas, y la vegetación [Ceballos-Barbancho y Schnabel, 1998; Gómez-Plaza et al., 2001; Schnabel y Gómez-Gutiérrez, 2013]. Los mecanismos de generación de escorrentía tradicionalmente suelen describirse a partir del modelo hortoniano [Horton, 1933], que se produce cuando la cantidad de agua excede la capacidad de infiltración del suelo, y el establecido por Hewlett [Hewlett, 1961], que describe la aparición de escorrentía cuando el suelo está saturado y no puede producirse más infiltración. En zonas semiáridas es frecuente que la escorrentía siga un modelo de flujo tipo hortoniano, dándose en mayor medida en zonas con menor protección vegetal y con procesos de encostramiento [Abrahams et al., 1994].

    Aunque los estudios destinados a conocer los mecanismos generadores de escorrentía comenzaron a realizarse en zonas subhúmedas y húmedas [Castillo et al., 2000; Gallart et al., 1997], a finales del siglo pasado también comenzaron a suscitar gran interés en zonas semiáridas [Castillo et al., 2003; Yair y Lavee, 1985]. Sin embargo, a diferencia de los primeros, normalmente más centrados en la producción hídrica y sus procesos de control, en ambientes semiáridos y subhúmedos la atención también se ha enfocado hacia la erosión y degradación del suelo [Gallart et al., 2002; García-Estringana et al., 2010b; Gómez-Gutiérrez, 2009; Martínez-Mena et al., 1998; Schnabel, 1997]. En este sentido Schnabel et al. [2013a], en un estudio que compendia el estado edáfico e hídrico de sistemas agrosilvopastoriles ibéricos y californianos, reportan valores de caudal que oscilan entre 10 y 190 mm dependiendo de la precipitación anual, y tasas de pérdida de suelo que varían entre 1 y 12 t ha-1 año-1, dependiendo de las precipitaciones o de la proporción de cobertura vegetal en superficie.

    2.3. La humedad edáfica

    Debido a que los suelos son espacios heterogéneos con propiedades físico-químicas que pueden variar en el espacio y en el tiempo, la hidrodinámica edáfica muestra un comportamiento complejo e igualmente variable, desempeñando un papel que puede ser considerado significativamente más importante, en términos ambientales, que la precipitación en sí misma [Strahler, 1989].

    2.3.1. Efecto de las propiedades del suelo sobre el agua edáfica

    Propiedades físicas

    La profundidad del suelo es un factor que determinará la capacidad de almacenamiento hídrico del propio suelo, mientras que la profundidad efectiva hace referencia a la profundidad que puede ser explorada por las raíces de las plantas, por lo que constituyen conceptos de importante valor agronómico [Villar y Ferrer, 2005]. En este sentido, Pulido-Fernández et al. [2013] determinaron, tras muestrear varios sistemas agrosilvopastoriles semiáridos y subhúmedos mediterráneos, que el 85% de los suelos tenía una profundidad inferior a 50 cm y una profundidad efectiva promedio de 22.5 cm. Esto se corresponde con los estudios previamente realizados en la misma zona pero a distinta escala por García Navarro [1995], quien observó que el 40% de la superficie regional tenía suelos con un espesor inferior a 30 cm. No obstante, deben distinguirse zonas topográficamente diferenciadas, como laderas y vaguadas, donde la profundidad del suelo puede mostrar variaciones.

    La textura expresa la cantidad relativa de las fracciones arcilla, limo y arena inferiores a 2 mm, es decir, representa la composición granulométrica de las partículas minerales del suelo [Cobertera, 1993]. Para su clasificación se utilizan distintas clasificaciones, siendo la del USDA [2004] una de las más utilizadas. Es considerada como una de las variables más importantes que explican los patrones de distribución espacio-temporal de la humedad del suelo, e influye en propiedades como la porosidad, la capacidad de retención hídrica, o la conductividad hidráulica. Su importancia sobre la hidrodinámica edáfica ha sido uno de los temas centrales en hidrología desde hace varias décadas, como ya destacaron los trabajos desarrollados por Reynolds [1970], Gupta y Larson [1979] o Saxton et al. [1986]. La fracción arena favorece altas tasas de infiltración, un drenaje efectivo del suelo y baja capacidad de retención hídrica, tal y como observaron Ceballos-Barbancho et al. [2002] bajo condiciones semiáridas de clima mediterráneo; mientras que las fracciones limosas y arcillosas aumentan la capacidad de retención hídrica y favorecen una mayor permanencia del agua durante los periodos secos, como ya fue apuntado por Famiglietti et al. [1998] en un estudio desarrollado en suelos arcillosos y limosos de Texas. Sin embargo, esta última clase textural también puede dificultar el drenaje y favorecer el encharcamiento. De este modo, se deduce que la fracción textural tiene influencia directa en la variabilidad espacio-temporal de la humedad del suelo, siendo su conocimiento imprescindible en los estudios hidrológicos.

    La estructura es una propiedad morfológica edáfica que define el estado de agregación de las partículas del suelo y su relación con el espacio poroso localizado entre ellas [Marshall y Holmes, 1988]. Afecta

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