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La última vez que le escuché fue en la desaparecida Sala Blonba, un espacio magnífico de teatro y música en directo ubicado en el popular barrio de Falandie, en Bamako. El concierto se realizó en compañía de la Symmetric Orchestra, una formación de músicos de toda África Subsahariana que buscaba mezclar diferentes tradiciones y ritmos de la región. Desde aquel concierto han pasado varios años, un golpe de Estado y un conflicto armado en el norte de Mali que aún sigue vigente. Esta vez, gracias a la invitación de un buen amigo, tengo la oportunidad de escucharle en mi ciudad.
El bar de un hotel en el barrio de Serrano recibe a este gran músico, aprovechando su paso por Madrid en el marco de su gira europea, en compañía de su hijo Sidiki. Una parada para encontrarse veintisiete años después con parte de los músicos flamencos del mítico disco Songhai I y Songhai II que grabó con Ketama.
Le saludo utilizando mis pequeñas nociones de bambara. Quizá gracias a eso me promete unos minutos después de la prueba de sonido. Me siento y escucho los primero acordes de su kora. Hacerlo en un otoño recién estrenado en la sala de un pequeño hotel, me hace pensar que esto será mi pequeño “grigri” (amuleto en el África Subsahariana) de comienzo de curso. Y es que ese pequeño señor dentro del enorme boubou, sentado en un señorial sillón de cuero, es Toumani Diabaté. El gran Toumani.
Toumani Diabaté viene de una familia de griots ligada a la kora durante setenta y una generaciones. Hijo de Sidiki Diabaté (1922-1996), virtuoso de este instrumento, ha sido un incansable impulsor de la fusión entre la tradición musical de su familia y los ritmos venidos de lejos. Prueba de ello son las colaboraciones que ha realizado con el guitarrista de blues Taj Mahal, el trombonista de free jazz Roswell Rudd, con la rumba flamenca de Ketama o la artista islandesa Björk. Sin olvidar su disco con Ali Farka Toure In The Heart Of The Moon, uno de los últimos álbumes del inolvidable bluesman maliense.
Al terminar la prueba de sonido con Josemi Carmona, Javier Colina y Bandolero, se pone en pie con la ayuda de unas muletas que le acompañan desde la niñez tras haber sufrido polio. Me mira y con gran serenidad me propone que le siga. Entre platos de chebuchen (plato típico senegalés de arroz con pescado), llamadas a la embajada de Alemania en Bamako por un problema con el visado -“y teniendo pasaporte diplomático, tú te crees” exclama furioso-, y con la nostalgia por su barrio en la víspera de la fiesta de “Tabaski” (fiesta de cordero), damos comienzo a la entrevista.
¿Cómo ha sido trabajar con su hijo Sidiki, que mezcla la música más tradicional con estilos como el hip hop?
Ha sido una experiencia fantástica. Un verdadero regalo, una bendición. Vengo de una larga tradición musical transmitida de padres a hijos. Que mis hijos puedan hacer música hoy en día para mí es una alegría, una tradición que continúa, desde hace años, desde hace siglos. La música de Sidiki es de la misma familia. Es como un árbol, cuando el árbol crece, tiene muchas ramas, muchas hojas, el tronco del árbol es la familia Diabaté, y en las ramas cada uno toma su camino, en el caso de Sidiki con la kora, pero también, como dices, con el hip-hop.
La gente debe saber que el mundo no termina en Madrid, sino que hay muchos mundos detrás de cada frontera.
¿Qué relación tiene el hip-hop con la música tradicional? ¿Puede ser el hip-hop una especie de griot, contador de historias moderno?
Mi hijo y sus amigos cuentan lo que ocurre en África, la vida y el día a día a través del hip-hop. No hacen rap como los americanos o los franceses, hablan de la historia de Mali, de las cosas que pasan actualmente en su país, de sus problemas como jóvenes. Es una música que dialoga e integra la tradición, al igual que hace con la kora. Por eso creo que funciona. Balla, su hermano pequeño, también está dentro de este movimiento, pero ya forma parte de otra generación, a la que se escucha actualmente en las calles de Bamako. La primera era la de Tata Pound y la segunda es la de Sidiki, Iba ouney Caspi.
Tras los episodios de Mali en 2012 hubo un fuerte movimiento de artistas contra la guerra en el norte del país, ¿qué papel cree que jugó la cultura en esta situación?
La cultura siempre tiene su lugar en la sociedad. Una sociedad sin cultura es una sociedad sin alma. Tras los episodios de 2012 los artistas malienses alzaron su voz contra la guerra, no se quedaron mudos. A través de sus conciertos hicieron visible la resistencia contra la barbarie y consiguieron fondos para las personas refugiadas del norte.
Una de las particularidades de su carrera es la necesidad de mezclarse con otras tradiciones musicales, ¿cómo nace esa inquietud?
El mundo siempre ha necesitado comunicarse. La comunicación es necesaria entre un hombre y una mujer, entre un país y otro, entre hermanos y hermanas… Mali siempre ha tenido un patrimonio cultural enorme, sin embargo, para seguir existiendo necesita salir fuera y encontrarse, por ejemplo, con la cultura flamenca.
De ahí nacen los discos que grabamos con Ketama, Songhai y Songhai 2. Unos discos que permanecen. Los escuchas y parece que los hubiéramos grabado ahora. Para mí eso es la comunicación, de eso trata la mezcla: del encuentro. Yo no puedo hablar con Ketama, no hablo español y ellos no hablan francés ni bambara, tampoco mandinga, pero hemos podido grabar juntos, escucharnos y comprender cada uno de nuestros universos.
Me gusta la música que viene del corazón, y no la que hace solo “bum bum”
¿Imaginan hacer un tercer álbum de Songhai?
Cuando lo grabamos éramos muy jóvenes. Lo más interesante es que creo que superó la propia etiqueta de World music. El tiempo ha pasado y hoy ya tenemos familia, hijos, hijas y muchas otras experiencias -gracias a Dios-, como giras, discos y encuentros durante el camino. Si nos decidiéramos a grabar un nuevo disco de Songhai, creo que sería un éxito.
Y entra tanta gira, viajes y encuentros, ¿qué música escuchas?
De todo, escucho con atención todo lo que llega a mis oídos. Si estoy en España, escucho su música, si estoy en Francia, lo mismo. Me gusta la música que viene del corazón, y no la que hace solo “bum bum”. Necesito escuchar a otros para poder inspirarme y comprender.
Con la música creo que pasa lo mismo que con el conocimiento, solo puedes entender dónde acaba todo lo que sabes porque es justo donde empieza el conocimiento de los otros. Cuando escuchas por ejemplo a un buen guitarrista de jazz o flamenco, sabes lo que puedes hacer, da igual que sea de otro país o hable otra lengua. Esto demuestra la grandeza de Dios y el carácter inmenso del conocimiento. Cuando compones crees que tu música es la mejor del mundo y te quedas con eso, pero cuando sales y escuchas otras melodías te das cuenta de que existen otras cosas. Siempre hay que estar abierto para comunicar y para aprender.
Aunque a veces sea difícil estar siempre de gira, me siento un mensajero de paz, de humanidad. La gente debe saber que el mundo no termina en Madrid, sino que hay muchos mundos detrás de cada frontera. Por eso creo que mi trabajo funciona en los dos sentidos: de África al mundo y del mundo a mi continente. Un espacio intermedio en el que me reconozco y por el que lucho.
Apenas llevamos veinte minutos hablando y el manager nos interrumpe -“El público espera”-. Antes de despedirnos señala mi anillo -“Eso es un grigri de Mali”- y le digo que sí, que me lo regaló mi amigo taxista del barrio de Badalabougou. “Te lo cambio por mi Kora”, sonríe. Nos miramos y decidimos que lo mejor será que cada uno continúe con su grigri respectivo, un amuleto que nos ha traído hasta donde estamos esta noche.
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*Susana Moliner se dedica a la producción y gestión cultural, con énfasis en artes digitales y prácticas ciudadanas en el continente africano. Entre sus proyectos destacan: Africa Light, Rose des Vents Numériques, la primera edición del Festival Pixelini en Bamako o la tercera edición del Festival Afropixel #3 en Dakar. Actualmente está trabajando en la cuarta edición del Festival Afropixel que tendrá lugar en mayo de 2014 en el marco de la Bienal de Dakar, y forma parte del colectivo de comisariado La Companyia.
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