Texto publicado en el libro Cultura, Política y Globalización. Claves para el debate
contemporáneo.1
Televisión e Internet: ¿Convergencia con un sólo sentido?
André Dorcé
Universidad Autónoma Metropolitana
[email protected]
Abstract: Los relatos contemporáneos sobre el avance y progreso humano articulados por y en torno al
complejo industrial tecno-científico global ocupan posiciones hegemónicas en la caracterización de la
sociedad de la información. En estos relatos todo aquello que le daba especificidad a los medios de
comunicación convencionales, y a sus públicos, se colapsa en lo que se ha venido caracterizando como
el “gran giro paradigmático” de las mediaciones comunicacionales: la convergencia digital. Así, la
prensa, radio, televisión y cine, tal y como los conocemos –dice esta narrativa- están destinados a
desaparecer dando paso a algo totalmente nuevo y radicalmente democratizante. Igualmente, el
conocimiento que se ha venido acumulando y se sigue generando sobre estos medios y sus audiencias,
más allá de ciertas instrumentalizaciones mercadotécnicas, pareciera ir perdiendo legitimidad frente al
fatídico destino ya anunciado de los “viejos” medios. Pero ¿es realmente la convergencia
multimediática, representada por el hipertexto, un fenómeno emergente? ¿De ser así, cómo
caracterizarlo? ¿Han perdido utilidad heurística las categorías de televidente o lector frente al ascenso
del internauta? ¿La jerarquías verticales clásicas productor/consumidor han sido superadas por la
horizontalidad política que promete la convergencia multimediática? En este texto se exploran
alternativas epistemológicas que permitan caracterizar la especificidad relativa de los consumos
culturales mediados por la televisión en relación a las potencialidades multimediáticas de Internet y los
modos de producción/participación que la Red permite.
¿Cuál es el papel de los medios “tradicionales” de comunicación en la formación de esferas públicas y
de ciudadanía? ¿Cuál es el papel del Internet en la formación de espacios alternos para la sociedad civil
mediados por las tecnologías emergentes de comunicación? Estos dos interrogantes habitualmente se
plantean y son atendidas desde dos subcampos disciplinarios relativamente separados en el ámbito de
los estudios académicos sobre medios y comunicación.
Por un lado, los estudios más consolidados sobre medios de comunicación “tradicionales” se
preguntan por la especificidad que caracteriza a la prensa, radio, televisión y cine como medios
peculiares y diferentes entre sí. Ya sea (1) por el desarrollo histórico de la naturaleza material de las
configuraciones tecnológicas que les dan identidad técnica; (2) por los esquemas de propiedad de los
medios de producción mediática y la relación que estos guardan con los estados nacionales y las
formaciones económicas transnacionales, en virtud de una oferta de contenidos dinámica que tiende a
legitimar y/o fortalecer ciertas posiciones de poder; ó bien, (3) por los procesos y mecanismos
1
Dorcé.A. (2009) en M. A. Aguilar, E. Nivón, M. A. Porta & R. Winocur (Eds.), Pensar lo contemporáneo: de la
cultura situada a la convergencia tecnológica (pp. 297-310). Barcelona: Anthropos.
1
sociohistóricos que producen formatos, géneros y modalidades peculiares de construcción de sentido en
la circulación y consumo de bienes simbólicos mediáticos. Desde este conjunto de perspectivas se ha
prestado poca atención en caracterizar y explicar las complejas relaciones intermediales existentes en la
mediósfera, los usos y sentidos que se producen en las interacciones sociales propias del consumo
cultural intermedial, en favor de una creciente especialización – valiosísima también- en los estudios
de medios específicos: estudios sobre televisión, radio, prensa, cine, sus respectivas audiencias y sus
repercusiones en la constitución de identidades y subjetividades, étnicas, de clase, género u orientación
sexual.
Por el otro lado, el reciente éxito económico/cultural globalizante de los procesos de
informacionalización2 y digitalización mediática, así como la consecuente reconfiguración de los
procesos y tecnologías de producción y organización humana, han otorgado prominencia ontológica y
visibilidad estratégica al Internet como un fenómeno que ha de ser estudiado y desarrollado en su
especificidad sociotecnológica.3 Se tiende en esta línea de investigación a hacer énfasis en las
discontinuidades histórico-tecnológicas, en las propiedades emergentes del medio en relación con las
interacciones que facilita y las peculiaridades informáticas que le dan forma, o bien, en las
desigualdades sociales que el disparejo acceso a Internet pueden perpetuar o profundizar4 (Castells,
2001; Lee, 2005). De manera análoga a la perspectiva antes comentada, poca atención se presta en esta
vertiente a estudiar la fuerza constitutiva de las continuidades, de lo residual-arcaico y las múltiples
hibridaciones que resultan de la coexistencia de diversas temporalidades y estructuras de sentimiento
heredadas de regímenes mediáticos anteriores o contemporáneos5.
2
Éste término lo tomo de Scott Lash: “Como sostiene Manuel Castells, la sociedad de la información en una ‘sociedad red’
[…] el argumento básico […] es que al convertirse en informacionales, las formas de vida se desprenden de sus cualidades
‘orgánicas’ y se conforman como redes. Esto es: en la sociedad red, las formas de vida están de algún modo en el aire,
desarraigadas. El ser-en-el-mundo se transforma, por decirlo así en ‘ser-en-el-planeta’. Sin lugar a duda opera en ello la
lógica de la mercantilización. Pero la difusión y ubicuidad de las redes de información y comunicación no pueden reducirse
a ella. En un sentido muy importante, tanto las formas orgánicas de vida como la mercancía están subsumidas en la
informacionalización general de las redes”. (Lash, 2002:13)
3
“Internet no es sólo una tecnología: es el instrumento tecnológico y la forma organizativa que distribuye el poder de la
información, la generación de conocimientos y la capacidad de conectarse en red en cualquier ámbito de la actividad
humana.” (Castells, 2001:337)
4
“La crisis no está provocada por Internet sino por la divisoria [brecha] digital. En otras palabras por la divisoria abierta
entre aquellos individuos, empresas, instituciones, regiones y sociedades que poseen las condiciones materiales y culturales
para operar en el mundo digital y los que no pueden o no quieren adaptarse a la velocidad del cambio. En estas condiciones,
la lógica reticular del sistema global basado en Internet rastrea el planeta en busca de oportunidades y conecta con lo que
necesita, y sólo con lo que necesita, para cumplir sus objetivos programados” (Castells, 2001: 338-339).
5
Por supuesto, existen también múltiples obras esclarecedoras que ofrecen una amplia perspectiva sistémica sobre el
desarrollo histórico de los medios de comunicación, las lógicas económicas y sociotecnológicas que las determinan, así
como lúcidas explicaciones sobre las continuidades y transformaciones en los hábitos de uso y consumo de los mismos
(Castells, Briggs y Burke, 2002 ). Sin embargo, al combinar y sintetizar diversas fuentes y estudios de caso (la mayoría de
veces realizados en Europa o Estados Unidos) se tiende a perder profundidad en la especificidad de los casos, en favor de
teorizaciones y generalizaciones epistemológicas sobre la (Post)modernidad/globalización -en relación con los medios y
2
En ambas modalidades de investigación académica mediática comentadas, existe la creciente
preocupación por el papel que juegan tanto medios “tradicionales”, como los emergentes en los
procesos interculturales de inclusión y exclusión propios de las dinámicas de construcción de identidad
y ciudadanía en un orden global en el que las relaciones sociales de interdependencia se están
exacerbando (Dahlgren, 1995; Beck, 1998; Morley, 2000 y 2007; Winocur, 2005; Castells et al, 2008;
Tubella et al, 2008). En este sentido la convergencia intermedial informacionalizada se ha venido
identificando como el epicentro de la reorganización sociocultural contemporánea y como una de las
grades oportunidades históricas para la recomposición de la política, la economía y la cultura en
términos más abiertos para la participación ciudadana en la conformación de redes sociales
cooperativas (Jenkins, 2006; Deuze, 2007). Sin embargo, frente a este panorama de recomposición
tecno-cultural contemporáneo, todavía no queda muy claro de qué formas tales desarrollos afectan la
pertinencia de los enfoques teórico-metodológicos que hemos venido usando para entender a los
medios y sus audiencias, y cómo podemos adaptarlos y actualizarlos para que nos ayuden a dar cuenta
de la complejidad de dichos procesos emergentes de cambio.
En ese sentido, así como lo televisivo ha sido comprendido históricamente desde el campo
académico como un proceso multidimensional y dinámico (Allen, 2004; Spigel y Ollson, 2004), la
convergencia digital está siendo estudiada actualmente desde ópticas que enfatizan alguna de las
distintas fases del proceso. Ya sea la económica, la tecnológica, la normativa o la sociocultural
(Piedras, 2006; Jenkins, 2001; Cabrera Paz, 2004). En este artículo me concentraré en una de las aristas
de la discusión referente a las implicaciones socioculturales de la convergencia televisión e Internet,
explorando brevemente algunos de los problemas teóricos emergentes resultantes de la concatenación
de la categoría analítica de televidente con la de internauta, en tanto tal cruce resulta emblemático y
crucial en la caracterización de la convergencia digital mediática como fenómeno contemporáneo. Para
tal fin resulta productivo como punto de partida revisar cómo Henry Jenkins -uno de los más citados
investigadores sobre convergencia socio-tecnológica- define a la convergencia cultural en tanto:
“La explosión de nuevas formas de creatividad en las intersecciones de varias tecnologías
mediáticas, industrias y consumidores. La convergencia mediática acoge una nueva cultura
folklórica participativa al dar a la gente promedio las herramientas para archivar, comentar,
apropiar y recircular contenido. Compañías astutas explotan esta cultura para generar lealtad en
sus consumidores y generar contenidos de bajos costos. La convergencia mediática también
estimula la narración transmedial, el desarrollo de contenido a lo largo de múltiples canales.[…]
Los consumidores están aprendiendo a usar las TIC para incrementar su control sobre el flujo
mediático y para interactuar con otros usuarios” (Jenkins, 2001:93 y Jenkins en Deuze 2007:246)
tecnologías de la comunicación- poco sensibles a las diferencias socioculturales características de las diversas regiones
globales (Morley, 2007:136).
3
Esta definición es útil como referencia, pero su potencial heurístico se ve reducido significativamente si
analizamos cuidadosamente algunas de las premisas que la fundamentan. Sobre todo al considerar la
forma aparentemente no problematizada (a la luz de la discusión teórica sobre la dicotomía sujeto
consumidor
activo/pasivo)
en
la
que
se
caracteriza
el
“empoderamiento”
de
los
consumidores/internautas, sin tomar en cuenta otras posibles variables (históricas y socioculturales) que
pueden condicionar lo que se señala como “el control de los sujetos sobre los medios de
comunicación”. Esta omisión no es accidental pues las investigaciones de Jenkins están adscritas a un
cuerpo de trabajo académico, que como veremos más adelante, han hecho grandes esfuerzos por probar
empíricamente los potenciales positivos de Internet para el cambio social. Sin embargo, este loable
ejercicio en su esfuerzo por resaltar tales potenciales en relación a la emergencia de nuevos fenómenos
tecno-culturales, pareciera restarle complejidad al proceso estudiado y negar la validez de otras
investigaciones que han documentado aspectos que circunscriben el alcance emancipatorio adjudicado
a las nuevas TIC.
Esta observación nos lleva a considerar que un segundo paso para entender la convergencia
intermedial sería procurar observar y describir aquello que aún persiste de las formas y prácticas
comunicativas/culturales no digitalizadas en el escenario tecnológico emergente y cómo éstas entran en
una tensión dinámica de cambio contingente. Para lo cual resulta útil poder cuestionar y superar lo que
James Carey y John Quirk han denominado como “el mythos de la revolución electrónica” y que tiñe
parcialmente las premisas que sustentan la definición de Jenkins. Es decir, la estrategia epistemológica
que tiende a convertir a las tecnologías en fetiche al abstraerlas de sus contextos sociales, políticos e
industriales, exaltando en su lugar “los maravillosos futuros que estas tecnologías anticipan” (Carey y
Quirk, en Spigel, 2004:12)
En este sentido Manuel Castells en su libro La Galaxia Internet, se pregunta prudentemente en
el 2001, cuando todavía la integración digital multimediática (de texto, audio y video) en red mostraba
signos muy incipientes, “si [efectivamente] la visión de un sistema de comunicaciones interactivo e
interreferencial era simplemente un sueño tecnológico”. A lo que responde con una reflexión muy
elocuente:
Quizá la transformación cultural sea más compleja de lo que nos pensamos. Quizá el hipertexto
no exista fuera de nosotros, sino más bien dentro de nosotros. Es posible que nos hayamos creado
una imagen excesivamente material del hipertexto electrónico. O sea, una imagen del hipertexto
como un verdadero sistema interactivo, digitalmente comunicado y electrónicamente controlado,
dentro del cual todas las piezas sueltas de la expresión cultural pasada, presente y futura en todas
sus manifestaciones, podrían coexistir y recombinarse.”
4
Frente esta idealización del hipertexto y de Internet, a la que increpa Castells, claramente teñida por un
determinismo tecnológico muy elemental (que supone que las configuraciones tecno-materiales son las
que en última instancia serían las causales de la interconexión, la interactividad y la hiperreferencialidad cultural, propias de la convergencia multimediática6), el autor señala:
“Son nuestras mentes – y no nuestras máquinas- las que procesan la cultura, sobre la base de
nuestra propia existencia. La cultura humana sólo existe en y por las mentes humanas,
generalmente conectadas a los cuerpos humanos. Por tanto, si nuestras mentes tienen la capacidad
material de acceder al ámbito global de las expresiones culturales, seleccionarlas y
recombinarlas, entonces sí podemos decir que existe el hipertexto: el hipertexto está dentro de
nosotros mismos. O, más bien, está en nuestra habilidad interna para recombinar y asimilar en
nuestras mentes todos los componentes del hipertexto, que están distribuidos en diversos ámbitos
de la expresión cultural. Internet nos permite hacer exactamente eso. No los multimedia, sino la
interoperatividad7 basada en Internet, que nos permite el acceso y la recombinación de toda clase
de textos, imágenes, sonidos, silencios y vacíos, incluido todo el ámbito de la expresión
simbólica contenido en el sistema multimedia. Así pues, el hipertexto no es producido por el
sistema multimedia [convergente], utilizando Internet como medio de llegar a todos nosotros;
más bien es algo que nosotros mismos producimos al utilizar Internet para absorber la expresión
cultural en mundo multimedia y más allá” (Castells, 2001:258-9)
Es decir, quienes en última instancia producimos sentido – y sin sentidos también- somos nosotros, los
seres humanos inmersos en el ámbito cultural y no las máquinas, ni sus configuraciones interoperativas. El cambio tecnológico no es exclusivamente sintomático de transformaciones culturales,
también lo es de procesos económicos y sociopolíticos interdependientes. Pero el sentido atribuido a
este cambio y los usos (tanto de facto, como potenciales) de las tecnologías, es resultado de
operaciones simbólicas que dotan de significación al desarrollo tecnológico.
Las reflexiones de Castells apuntan igualmente a un asunto más sutil, y si bien él no lo plantea
en estos términos me parece que es igualmente central para comprender las modalidades de
intersección de la televisión e Internet: a saber, la naturaleza sistémica y comunicativa de lo cultural
como condición indispensable para la conexión e interacción de las redes sociales mediadas por las
TIC. Es decir que la cultura entendida “como el conjunto de procesos sociales de producción,
circulación y consumo de la significación en la vida social” (García Canclini, 2005:34), produce y
posibilita simbólicamente la interconectividad material/tecnológica (y por lo tanto la interactividad)
6
Un ejemplo del excesivo determinismo tecnológico que concibe a la interactividad como una propiedad de la relación
humano/computadora, lo ofrece el tecnólogo de medios Derrik de Kerckhove: “En algunos aspectos, la gente de las
sociedades postindustriales ha sido interactiva desde que aprendió a sacar dinero de los cajeros automáticos en lugar de
delegarlo a los agentes de banco. En Francia el Minitel ha ensañado a una generación entera el abc de la interactividad.
Aunque la sociedad interactiva no sea una realidad del todo palpable, está acercándose sigilosamente desde la periferia
hacia el centro, desde la base popular, de abajo a arriba.” (de Kerckhove, 1997:42).
7
Las cursivas son mías. Nótese la prominencia del prefijo “inter” en los neologismos propios de la jerga de la “era de la
información/globalización”.
5
que el Internet cristaliza. Los productos culturales y las diversas significaciones sociales, dependen de
una retroalimentación social constitutiva (es decir, comunicativa, interactiva y dialógica) mediada
siempre por el lenguaje: los textos son resultado de interpretaciones de otros textos, o bien de
simbolizaciones plasmadas en diversos soportes materiales. Por lo mismo, cómo señala Martín Barbero
“el lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediación tecnológica de la comunicación deja
de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estructural: hoy la
tecnología no remite a unos aparatos sino a nuevos modos de percepción y de leguaje, a nuevas
sensibilidades y escrituras” (Martín Barbero, 2007:73). La insistencia en el rol que juega lo cultural en
la conformación simbólica del Internet, como el mismo Jenkins lo apunta, no busca establecer una
prioridad ontológica de la cultura sobre lo tecnológico, lo económico o lo político. Mas bien se trata de
entender el mecanismo constitutivo mediante el cual lo off-line se moldea simbólicamente en relación
con lo on-line y viceversa, en las distintas dimensiones de lo social, incluyendo la complejidad de los
conflictos y contradicciones que el proceso conlleva (Slater, 2004)8. Queda claro que Internet puede
facilitar interacciones sociales inusitadas, procesos colaborativos contrahegemónicos catalizados y
moldeados por la lógica de la sociedad en red como el trabajo de Jenkins y otros documentan (Deuze,
2007; Costello y Moore, 2007). Sin embargo, como señalábamos anteriormente, tales estudios tienden
a obviar en sus observaciones el hecho de que cuando nos conectamos e interactuamos en red, también
ponemos en juego un bagaje sociocultural circunscrito y moldeado por procesos jerarquizantes de
poder susceptible a reproducirse, transformase o incluso acentuarse en el ciberespacio9. Como veremos
más adelante ser un televidente cibernauta no implica per se que seamos sujetos más “activos”.
El hecho de que las TIC articuladas a Internet faciliten y dinamicen los procesos de circulación
de insumos simbólicos, así como los mecanismos comunicativos para la producción audiovisual, puede
generar nuevas oportunidades para el desarrollo progresista. Ciertamente éste es un fenómeno que
necesita ser indagado y puede ser en sí algo novedoso. No obstante, la cuestión central es cómo tal
novedad socio-tecnológica posibilita en los hechos un reacomodo sustantivo de las jerarquías y
mecanismos hegemónicos que estructuran los procesos de comunicación social y quiénes, y en qué
términos (sentidos), efectivamente realizan tal potencial. En ese sentido, la caracterización, ya
normalizada por “el mythos de la revolución electrónica”, que concibe a la innovación tecnológica
8
Slater señala distintos problemas epistemológicos y metodológicos que se derivan de la división reificadora y tajante de
los mundos sociales on-line de aquellos off-line (en línea y fuera de línea). Tal operación tiende al reduccionismo en tanto
construye dos entidades fenomenológicamente discretas que dificultan el reconocimiento de la relación constitutiva entre
fenómeno y contexto, es decir entre lo on-line y lo off-line (Slater 2004:610).
9
“De hecho, lejos de ser inclusivas, estas nuevas tecnologías regularmente funcionan intensificando patrones de
comunicación entre comunidades ya establecidas que refuerzan la exclusión de los que ya están marginalizados”.
(Morley,2007:239)
6
como motor primigenio de la transformación sociocultural tiende a ser truculenta. Ésta parte muchas
veces de supuestos falaces que dan por hecha la superación (progreso) de un estadio sociocultural
anterior (retrogrado), que por virtud de la diferencia radical que las tecnologías introducen y catalizan,
se relegaría a los márgenes sociales de lo arcaico, si no es que de lo inexistente.
No estoy sugiriendo que no haya nada “nuevo” o emergente en las configuraciones tecnológicas
como las computadoras personales e Internet que posibilitan el acceso a una inmensa gama de
productos audiovisuales digitalizados. Más bien intento ilustrar cómo en el procedimiento de
construcción hegemónica de las TIC como paradigmáticamente “nuevas” e inherentemente “benignas”,
se le resta atención a los revestimientos simbólicos implicados en ese mismo proceso, es decir a la
constitución sociocultural de “lo nuevo”. En una sección de su último libro titulada de manera
sugerente “The new, the shiny and the symbolic”10, David Morley desarrolla una lectura socioantropológica de la tecnofilia, que aporta elementos para una caracterización más compleja y
reveladora sobre los modos en que nos organizamos y generamos sentidos más bien “tradicionales” en
relación a lo “novedoso” en la era de la información y obsolescencia veloz:
“Se podría argumentar que el interminable proceso de upgrading o actualización al que muchos
usuarios de las últimas tecnologías de comunicación en el mundo afluente se someten, es tan
mágico [y tradicional] como los rituales que le dan sentido a muchas de las artesanías africanas
contemporáneas producidas para el turismo, en las que los signos de la tecnología moderna
funcionan como una forma de simulación de riqueza, progreso y maestría […] Aquellos
obsesionados en estar siempre actualizados con la última tecnología, difícilmente usan todas las
funciones y especificaciones de su teléfono celular o laptop. Probablemente su deseo por la
última versión actualizada se pueda entender mejor como el deseo de poseer las cualidades
mágicas asociadas con lo “novedoso”. (Morley, 2007:295)11
La convergencia digital intermediática como discurso sobre la teleología de la innovación tecnológica
es repositorio de una fuerte inversión afectiva y utópica. ¿Se emancipan mágicamente los televidentes
cuando se convierten en internautas?
¿Nuevos medios, nuevas audiencias?: televidentes pasivos e internautas activos
Uno de los aspectos que han sido movilizados con mayor fuerza por varias investigaciones de las
nuevas TIC en relación a la convergencia digital intermediática, se refiere a la dominancia de las
cualidades tecnológicas positivas del Internet (interactividad, horizontalidad, co-operatividad) sobre
aquellas negativas de la televisión (unidireccionalidad), y por lo tanto cómo estas determinan las
prácticas de consumo audiovisual del internauta (inter-actividad) como televidente (pasividad). En esta
10
11
En español: Lo nuevo, lo brillante y lo simbólico.
Mi traducción y paráfrasis.
7
perspectiva se parte de varias premisas problemáticas en relación a las modalidades sociales de
comunicación implicadas en el proceso. La primera tiene que ver en cómo se concibe la unidireccionalidad vertical de los medios “tradicionales” en tanto característica inherente de estos y cómo,
ésta es colapsada por una supuesta horizontalidad multi-direccional propia de las nuevas tecnologías
digitales de gestión de contenidos audiovisuales (DVR, consolas de videojuegos, agentes adaptativos
que gestionan metadata, VOD), o bien de Internet. Así:
“Los nuevos instrumentos del consumidor ya otorgan a los espectadores el poder de cortar y
pegar partes de programas para adecuarlos a sus preferencias personales. Este desplazamiento
continuo de los tiempos estándar de los huecos en la programación se acelerará a medida que las
audiencias de los medios de comunicación provistas de nuevas tecnologías produzcan sus
contenidos. Al mismo tiempo que los telespectadores están creando sus propios contenidos,
también exigen acceder a programas ‘a petición’ antes que al horario establecido por los medios
de comunicación. En palabras de William Randolph Hearst III ‘la televisión basada en el
proveedor está muerta’” (Toffler A. y Toffler H. en Islas 2008:35)
Si a las posibilidades reales de reorganización individualizada del consumo audiovisual que éstas
tecnologías facilitan (por ejemplo, ver uno o varios episodios televisivos sin interrupciones comerciales
a la hora que queramos), sumamos las posibilidades creativas que la Web 2.0 abre al ser construida con
aplicaciones (software) que permiten la constitución de sitios dinámicos alterados por los internautas y
sus interacciones colaborativas, la síntesis lógica apunta entonces a considerar a tal cambio tecnológico
como:
“[…] parteaguas histórico en la evolución de Internet, pues impuso importantes transformaciones
en el comportamiento y los hábitos de consumo de los internautas. En ese ambiente
comunicativo, resulta indispensable reconocer un nuevo actor comunicativo: el prosumidor cuyo
comportamiento es radicalmente opuesto a la pasividad dirigida que, de acuerdo con Noam
Chomsky, los medios masivos promueven en sus audiencias”. (Octavio Islas, 2008:35).
Así pues se tiende a caracterizar de forma muy reduccionista las formas de operación y jerarquías
sociales implicadas tanto en las dinámicas comunicativas de lo televisivo como de las TIC e Internet.
Esto implica tanto a la operación de las tecnologías comunicacionales, como a las modalidades en que
los sujetos las usan. Por un lado, se tiende a reforzar uno de los peores estereotipos históricos utilizados
para describir a lo televisivo (y en general a los medios masivos tradicionales) que consiste en suponer
que la unidireccionalidad12 es propiedad socio-tecnológica intrínseca de la televisión. Efectivamente la
señal televisiva no puede ser replicada o contestada por los televidentes utilizando el mismo espectro
radio eléctrico, como si se tratara de una conversación cara a cara, o como se puede hacer
telefónicamente, en un chat o en un blog en Internet. Reconocer esta característica técnica no supone
12
O sea, el flujo de información producido por uno o unos cuantos, que va dirigido a los muchos y que no busca la
retroalimentación comunicativa por la misma vía o soprte por la cual el flujo es enviado.
8
equiparar los medios con los usos que se hacen de estos. El hecho de que históricamente las
instituciones y empresas televisivas hegemónicas impliquen sólo de manera parcial y convenenciera a
los televidentes en sus procesos de producción y programación, es sintomático de formas de
organización sociopolíticas que tienden a dar usos altamente jerarquizados (no pluralistas y autoritarios
por vocación) a los procesos de gestión económica y política de la tecnología audiovisual televisiva
(gestión discrecional del ancho de banda, de concesiones y permisos, regulaciones normativas que
perpetúan la oligocracia, el opacamiento de la diversidad y creatividad cultural en favor de
procedimientos estandarizados de producción televisiva para la obtención de rating, etc). Actualmente
existen en el mundo diversos modelos de integración democrática de la participación ciudadana en la
constitución de medios alternativos –incluyendo a la televisión- que poco tienen que ver con la
unidireccionalidad que se le adjudica como característica limitante de los medios tradicionales para el
dialogo social. Las organizaciones, instituciones y corporaciones que confluyen en la gestión de lo
televisivo pueden ser unidireccionales, verticales e incluso autoritarias, pero no la televisión como
medio socio-tecnológico de comunicación social.
Lo mismo es cierto para la operación mediática en Internet. El acceso a la Web por medio del
uso de computadoras permite ciertas interacciones comunicativas donde la retroalimentación entre dos
o más usuarios es posible, pero tiene sus límites. Tal modalidad y tecnología de comunicación no
implica horizontalidad, al menos no en el sentido sociopolítico, aunque si pueda ser instrumental en su
implementación. Las jerarquías sociales habituales pueden ser desestabilizadas momentáneamente con
travestismos identitarios (como ocurre en muchos video juegos on-line o chat rooms) que permiten
exploraciones gratificantes e incluso formativas en las puestas en escena de identidades. Pero las
jerarquías no desaparecen tal como ha sido ilustrado en estudios de caso por investigaciones sobre la
llamada cultura de los fans (fan culture) y sus interacciones en línea (Chin, 2003; Andrejevic, 2008).
Por el otro lado, en la caracterización reduccionista de la convergencia entre lo televisivo e
Internet subyacen –como señalábamos anteriormente- una serie de supuestos imprecisos con respecto al
funcionamiento del poder, el cambio sociocultural y el rol del sujeto como televidente e internauta. En
primer lugar, cuando se hace referencia a la televisión y por lo tanto a los televidentes en el binomio
TV/Internet, se retoman de manera muy simplista modelos explicativos del consumo cultural que se
restringen a explicar el proceso con la dicotomía pasivo/activo (pasividad cómplice vs. participación
subversiva). Así, el flujo unidireccional de las tecnologías televisivas (producción de uno o unos pocos
dirigida hacia muchos) es recibido por los telespectadores de manera pasiva (cuando están off-line).
Pero cuando el televidente se convierte en internauta, navega en la Web, se comunica con su red de
contactos y socializa sus puntos de vista, o bien un video casero que hace parodia de un programa
9
televisivo, éste se convierte en un consumidor activo de televisión. Lo que más arriba ha sido llamado
un prosumidor.
El desarrollo histórico de los estudios críticos sobre comunicación y cultura en su vertiente de
estudios de recepción, han probado persuasivamente que el consumo cultural mediático: (1) no es
pasivo en ningún momento, (2) que los sentidos, significaciones e interpretaciones se producen en el
encuentro lector/texto dentro de contextos culturales y situaciones sociopolíticas concretos (el hogar, el
barrio u otros espacios públicos); (3) que la actividad del consumidor no se reduce a presentar lecturas
oposicionales, negociadas o dominantes de los textos mediáticos, en la medida en que éstas (junto con
su nivel de coherencia y potencial contradicción) son determinadas y alteradas parcialmente por
categorías identitarias complejas definidas por el género, la edad, la raza/etnia y la clase; y, (4) que
tales lecturas potenciales son a su vez producidas por los lectores/consumidores y socializadas
(negociadas, impuestas o pugnadas) dentro o fuera de sus comunidades interpretativas utilizando
distintos soportes tecnológicos. Ya sea vía oral, escrita o, cuando se tienen los recursos, por medios
audiovisuales. O sea, se caracteriza a los televidentes como productores de significaciones que de
manera contingente generan cambio social. Todo esto implica, entre otras cosas, reconocer que la
producción cultural del “prosumidor” resultante de los procesos de consumo simbólico de los medios
tradicionales y emergentes es también dinámico y complejo, y que por lo tanto, reducirlo a la expresión
de actividad o pasividad como cualidades morales resulta simplista (Costello y Moore, 2007).
¿Producir un reality show de mala calidad implica mayor actividad simbólica para los productores que
el proceso gustoso de decodificación desarrollado por los televidentes? ¿De ser así, tal cantidad de
actividad es indicativa de un cambio moralmente positivo o deseable generado con la mediación de la
tecnología televisiva, por ejemplo, la construcción de un espacio público fértil para el diálogo
intercultural complejo (Benhabib, 2002)? Evidentemente el problema, dentro del marco delineado en
este artículo, no reside en si el proceso implica mayor o menor actividad. Más bien se trata de
identificar qué clase de actividad posibilitan las distintas tecnologías comunicacionales entre sí y cómo
ésta es condicionada por el desigual acceso a recursos materiales y simbólicos que eventualmente
orientan los sentidos productivos de tal actividad.
En el contexto de una discusión más amplia sobre la desigualdad social el antropólogo Luis
Reygadas señala que en las discusiones contemporáneas sobre las formas de superar las desigualdades
socioeconómicas más persistentes, se piensa que la brecha digital se disminuirá en la medida en que
haya mayor acceso a las TIC y a la conexión a Internet, sin embargo:
“[…] la desigualdad informática más profunda va más allá de la conexión física, tiene que ver
con las capacidades para transformar la información disponible en conocimientos, riquezas en
10
bienestar: poder estar o no frente al monitor es sólo la primera desigualdad. Aunque todo el
mundo tuviera esa oportunidad, las posibilidades de aprovechamiento de la oportunidad
dependen de los conocimientos previos, de los idiomas que se hablen, de las posibilidades para
aprovechar las redes, del capital económico y simbólico. Habría que pensar entonces no sólo en
la desigualdad de «capital informático objetivado» (computadoras, modems, servidores,
conexiones), sino también en las desigualdades de «capital informático incorporado» (manejo de
software, lenguajes, niveles de lecto-escritura, conocimientos, capacidades de búsqueda y
procesamiento de la observación, etc.). En particular importarán aquellas capacidades que no se
pueden transmitir mediante un curso rápido de computación, sino que se adquieren en el
transcurso de muchos años de formación. Ambos tipos de capital informático pueden estar
relacionados: la presencia de libros y computadoras en la primera infancia (en la casa, en el
barrio, en la escuela primaria) incide sobre las capacidades posteriores en el manejo de
información.” (Reygadas, 2008: 211-212)
Transponiendo este argumento al campo del consumo y producción cultural mediado por Internet,
podemos preguntarnos en qué medida pueden ser aprovechadas las oportunidades derivadas de las
tecnológicas de las TIC e Internet para la construcción de realidades sociales más justas con una
participación ciudadana más rica y plural, cuando el “capital informático incorporado”, el capital
cultural y los recursos económicos de los “prosumidores” es tan desigual. Y cuando, además, la
organización de la oferta audiovisual de las redes mediáticas transnacionales -ya ampliadas por la
digitalización- muestra fuertes tendencias a la homogeneización en los formatos, géneros y estéticas,
así como un posicionamiento privilegiado de los productos estadounidenses -sobre cualquier otra
nacionalidad- en las secciones de importación de las barras televisivas a las que tienen acceso los
internautas cuando ven la televisión en Europa y América Latina (Prado, 2008).
Reconocer el potencial creativo y productivo de las audiencias mediáticas para participar en
intervenciones comunicativas facilitadas por Internet no debe de confundirse con la disolución absoluta
de las jerarquías convencionales entre productor y consumidor en las industrias culturales (como lo
sugiere Deuze), o las categorías que operan en la distinción de diversas tipologías de “prosumidores”.
Las capacidades profesionales y el acceso a recursos (dinero, equipo, tiempo, capital humano, etc.) para
la producción audiovisual con las que cuentan la gran mayoría de televidentes/internautas para generar
contenidos y subirlos a YouTube (o sitios análogos), son sin duda mucho menores que aquellos con los
que cuentan las majors, y razonablemente menores a los recursos de las compañías independientes. De
lado de la recepción social de estos contenidos no hay razones, por ahora, para suponer que la
diversificación en la oferta audiovisual existente en Internet logre, por sí misma, desestabilizar
sustantivamente los prácticas de vinculación intercultural que los millones de internautas/televidentes
ejercen desde el consumo audiovisual, si en el visionado de medios tradicionales off-line (cine y TV)
no existe la tendencia generalizada a buscar productos audiovisuales de calidad culturalmente diversos.
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Todavía desconocemos cifras e indicadores sobre los intercambios audiovisuales gestionados
por las redes informáticas par-a-par (peer-to-peer) que revelen, por ejemplo, correlaciones entre el
perfil sociodemográfico de los internautas, el nivel y forma de diversidad cultural de las colecciones
audiovisuales digitalizadas que se comparten, y las formas en que las películas, programas televisivos,
videoclips, juegos y canciones son intercambiados, consumidos, interpretados y comentados on-line.
Pero podemos imaginar verosímilmente que la eficacia del manejo tecnológico para acceder a estas
redes, las preferencias movilizadas en la constitución de las colecciones y los sentidos de estas
prácticas verbalizados tanto en interacciones cibernéticas, como cara a cara, estarán significativamente
determinados por las formas de capital cultural señaladas por Reygadas y por renovadas dinámicas de
inclusión/exclusión social.
El papel de los “prosumidores” en la construcción de la convergencia intermedial con las TIC es
clave y sin duda sus prácticas pueden ser ejemplos muy concretos de ejercicio ciudadano dentro de
esferas públicas específicas mediadas por las TIC. Sin embargo, es igualmente central no confundir las
tácticas desplegadas por los individuos que menos recursos tienen en esta ecuación, con las estrategias
de los grupos e instituciones más favorecidas, como señala David Morley al comentar el trabajo de
Michel de Certeau en relación al potencial creativo del consumo:
“Los usos creativos (tácticas) de las tecnologías de la comunicación han de observarse como
operando en el ámbito establecido por las imágenes dominantes de estas tecnologías, al ser
presentadas por medio de los discursos (estrategias) de poderosas instituciones del diseño,
mercadotecnia y publicidad”. (Morley, 1992:217)
Los estudios empíricos (todavía incipientes) más recientes sobre las interacciones comunicativas
internáuticas entre diversos grupos de televidentes (en su mayoría jóvenes en el mundo anglosajón),
corroboran que la capacidad para producir blogs, sitios Web, participar en foros o ARGs13 que generen
discusiones que produzcan significaciones diferentes y creativas vinculadas con el consumo televisivo,
dependen en gran medida de los recursos socioculturales con los que estos televidentes/internautas
participan en dichas interacciones, así como de su ubicación en las escalas sociales. También apuntan
que las estrategias mercadotécnicas intermediales diseñadas por las majors para promocionar sus
productos audiovisuales y derivados (como los walled gardens), son particularmente sofisticadas y
eficaces en ampliar las experiencias sensoriales y cognitivo-emocionales de los televidentes/internautas
cautivos, quienes movilizan distintos y contrastantes niveles de reflexividad y participación on-line
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Alternative Reality Games (ARGs o juegos de realidad alterna), son juegos competitivos de trivias sobre programas
televisivos, juegos electrónicos o películas que buscan involucrar a sus públicos de manera más inmersiva con los
personajes y la trama de tales ficciones. En estos juegos se hace uso del internet y de distintas estrategias de colaboración y
competencia grupal entre cientos o miles de jugadores que invierten varias horas durante días, semanas o meses para
resolver el misterio planteado por el juego. Programas televisivos como Alias, Lost, Heroes, Regenesis, Fat Cow Motel o
juegos como Halo han sido promovidos con juegos ARGs.
12
(Brooker, 2004; Costello y Moore, 2007; Andrejevic, 2008). Pero crucialmente, nos dicen que aquellos
televidentes/Internautas que participan en sitios Web para criticar o hacer sugerencias a programas
televisivos específicos – como en el sitio televisionwithoutpity.com -, son también productores de valor
(por medio de su participación en los foros) cuya fuerza de trabajo está siendo usufructuada -por las
compañías productoras multimediáticas-, precisamente a expensas de su actividad crítica como
televidentes participativos en “comunidades” cibernéticas (Andrejevic, 2008). Lo qué es más, una parte
significativa de las gratificaciones que estos televidentes dicen obtener de su participación en foros en
línea, reside en exponer a la comunidad de televidentes implicados en el sitio, su elevada capacidad de
discernimiento crítico (comparada con los otros participantes) con respecto a los estándares deseables
de calidad técnica y artística en la producción televisiva en general. Lo primero confirma parcialmente,
para este caso, lo señalado por Jenkins en su definición de la convergencia en lo referente al
oportunismo de las empresas mediáticas para capitalizar la participación de los consumidores en red.
Pero también lo matiza pues la mercantilización del proceso de participación e intercambio simbólico
no es un “daño colateral” posterior a la dinámica interactiva. Sino un componente constitutivo del
proceso participativo de los televidentes, que además está articulado con mecanismos de distinción
social que pone en un balance precario la pretendida autonomía de el ciberespacio para la constitución
de ámbitos públicos con vocación progresista. Por eso Andrejevic insiste en no confundir la
participación activa de los televidentes mediada por Internet con activismo:
“Actividad e interactividad necesitan ser claramente distinguidas del activismo. Esta es una
distinción particularmente importante, en un momento en que la simple ecuación de participación
con empoderamiento sirve para reforzar las estrategias mercadotécnicas de la cultura corporativa.
Es precisamente el carácter creativo de la actividad de los televidentes lo que lo hace más valioso
para los productores: mientras mejores sean las contribuciones [al sitio web] más probable es que
otros televidentes sintonicen un programa particular; mientras más trabajo invierten los
televidentes en investigar un programa resulta más probable que establezcan un apego afectivo al
mismo.” (Andrejevic, 2008: 43).
La constatación de que la convergencia digital intermediática en su dimensión simbólica está siendo
constituida de diversas y discordantes formas, con diferentes sentidos en las prácticas comunicativas de
televidentes e internautas en contextos socioculturales distintos, no tendría que derivar en una
perspectiva fatalista sobre el impacto social del cambio tecnológico. Sino en un encuadre
epistemológico que sea sensible a observar las contradicciones resultantes de las modalidades y usos
sociales complejos no unívocos de las tecnologías de la información y comunicación, que a su vez, sea
capaz de inteligir cómo el zapping televisivo cuando deviene en navegación internáutica puede o no ser
13
útil para la constitución de espacios públicos para la deliberación de problemáticas comunes en un
mundo crecientemente interdependiente.
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