“Seminario Misionero San José”
Trabajo investigación de:
Marvin Brando Ticona Caypa
Tema: Historia de Teología Moral
Curso: Teología Moral
Prof.: Efraín Huanca Cáceres
Tacna – Perú
Tabla de contenido
Tabla de contenido 2
Introducción 3
1. La moral en la Sagrada Escritura 4
2. La moral en la doctrina patrística 4
3. Del siglo v al xii 7
4. La moral en la alta Edad Media: Santo Tomás de Aquino 7
5. Siglos xiv al xvi 9
5.1. La revolución de la moral en Ockham 9
5.2. La teología moral como ciencia independiente 9
6. Siglos xvii—xviii 11
7. Siglo xix y comienzos del xx 11
7.1. Renovación de la Teología moral 11
7.2. Nuevas corrientes con ocasión de la renovación de la Teología moral: la “nueva moral” y la “ética de situación” 12
7.3. Otros intentos de renovación y fundamentación de la Teología moral 12
8. El Concilio Vaticano II 13
9. La Teología moral después del Concilio Vaticano: algunas tendencias y cuestiones en debate 14
9.1. La moral autónoma 14
9.2. La opción fundamental 14
9.3. El teleologismo 15
10. Últimas intervenciones del Magisterio de la Iglesia sobre temas de moral 16
Introducción
El ejemplo de la vida de Cristo y el mensaje moral predicado por Él ha originado no sólo la vida cristiana, sino también la reflexión científica sobre ese mensaje, que se desarrolla a lo largo de la historia de la Iglesia. Es importante conocer los momentos más significativos de ese proceso, las dificultades con las que se han enfrentado los teólogos para presentar fielmente la moral cristiana, las soluciones que han aportado, y cómo ha ejercido la Iglesia en las diversas épocas su función de enseñar la verdad moral sirviendo de guía para el pueblo cristiano.
Se ha de tener en cuenta que, si bien es cierto que en los principios morales proclamados por la Revelación “la moral no cambia”, sin embargo ha habido un proceso (en ocasiones lento) en la elaboración doctrinal de esos principios.
Además la historia es testigo del nacimiento de nuevos temas, de cómo se suscitan y que respuesta moral reciben, pues la Iglesia, en su conciencia social y publica, se hace eco de ciertos problemas y elabora la respuesta doctrinal adecuada, según la enseñanza de la Escritura y los datos de la Tradición.
Pero no se ha de caer en cuenta que ninguna de esas aportaciones de la historia es motivo para caer en una consideración relativista ni de la vida moral ni de la doctrina que la interpreta, sino que más bien se trata de una aportación positiva para comprender la teología moral católica en toda su riqueza y originalidad.
Sin descender a detalles, que excederían nuestro propósito, es muy útil hacer un breve recorrido para contemplar los momentos más significativos de la historia de la Teología moral. Porque para comprender la forma genuina del obrar cristiano, hemos de introducirnos en la tradición viva que es la vida de la Iglesia. Es en ella donde percibiremos en una historia los principios que definen el existir cristiano.
Historia de Teología Moral
1. La moral en la Sagrada Escritura
En los Evangelios no hay una exposición sistemática de la doctrina moral. Sin embargo, en él se encuentra una verdadera doctrina moral completa, unitaria, universal y original.
Las enseñanzas morales de Jesús están todas comprendidas en el anuncio de la Buena Nueva.
Cristo, el único maestro de la nueva alianza, fundada en la oblación de su propia sangre, establece una nueva ley, una ley de proporciones inauditas: la de vivir con Él, la de seguir sus huellas, servir por amor, cargar con la cruz, ser humilde y amar incluso a los enemigos.
El Evangelio contiene verdaderas normas precisas que abarcan todas las relaciones del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás y frente a las cosas. Son normas encauzadas hacia la unidad interior y propia del amor.
Dos características muy importantes de la moral de Jesucristo son las siguientes:
Es universal: está destinada a todos, no solamente a los elegidos; incluso a los pecadores.
El mismo Jesucristo se presenta como ejemplo y modelo de vida moral.
La exigencia moral de la vida cristiana está presente en toda la predicación apostólica. Algunas cartas contienen de manera especial la exposición de los más variados temas de moral: especialmente las cartas de San Pablo a los Romanos, la segunda a los Corintios, a los Efesios y a los Colosenses.
La doctrina moral de San Pablo se centra en Jesucristo y en la incorporación a Él, que el hombre recibe en el sacramento del Bautismo. De Él viene la novedad de vida en Cristo, cuya incorporación se realiza, se perfecciona y se consuma en y por medio de la Iglesia.
2. La moral en la doctrina patrística
No hay, en los inicios del cristianismo, una preocupación por estructurar de modo sistemático los misterios revelados.
Los escritos del nuevo testamento muestran como los apóstoles salieron al paso de las cuestiones éticas de su tiempo y aplicaron el mensaje moral de Jesús a las nuevas circunstancias en las que se encontraban las primeras comunidades cristianas en el mundo judío o pagano. Cabría destacar la denuncia de los problemas morales de la comunidad de Corinto y las soluciones que san Pablo aporta.
Así la Didaque, en catequesis a los que van a ser o han sido recientemente bautizados, expone la nueva vocación como la elección entre dos caminos: el de la iniquidad y el del bien (lo cual tiene fundamento bíblico en Dt. 30, 15-20 y en Mt. 7, 13-14). Pues bien el autor de este escrito la propone a quienes se han decidido por el camino del bien y les advierte sobre el riesgo de volver al camino del mal.
Además, este escrito articula sobre ambos caminos una lista de virtudes y vicios, lo cual permite conocer el catálogo de acciones que se consideraban pecado en esta primera etapa.
En los escritos de los Padres domina la predicación y la catequética sobre el trabajo más específico de construcción teológica, aunque evidentemente ésta no falta. En esa catequesis, la exposición de las verdades morales ocupa un lugar importante, y se pueden encontrar todos los temas centrales de la moral fundamental y especial.
Algunas características de la moral de los Padres:
La moral, en los padres, se halla íntimamente ligada a la Teología sistemática. No se presenta como una aplicación de principios racionales, sino como una dimensión más de la fe que en sí misma es una vida. El modo de plantear la moral está unida a una concepción de la vida feliz, que no consiste en una serie de normas morales, sino en una concepción de conformar una vida en su totalidad como un camino de salvación, en el que se destaca la centralidad de Cristo.
El influjo del neoplatonismo y del estoicismo es grande, pero los Padres asumen algunas de sus aportaciones desde los principios genuinamente cristianos. Por tanto la relación con estas corrientes de pensamiento no se puede considerar e ningún modo como traición a la pureza de la revelación, sino precisamente una muestra de fidelidad a la misma. Los Padres usan con gran naturalidad de la filosofía de su tiempo, pero siempre después de haberla contrastado y purificado desde el superior conocimiento de la fe
La riqueza y espontaneidad con que se nutre de la Escritura. Los Padres son particularmente conscientes del carácter inspirado de la Biblia, reconociendo a Dios como su autor principal: la fe con que leen el texto sagrado y procuran ponerlo por obra les lleva a extraer en abundancia su fuerza directiva para la conducta humana.
No separan la moral de la dogmática, ni de la espiritualidad.
Inculcan, como exigencia para todos los cristianos y no sólo para algunos, el deber de llevar una vida santa, en contraste con la decadencia moral que les circunda, y en medio de la cual dan un audaz testimonio.
Merecen destacarse por la especial abundancia y riqueza de sus consideraciones morales los escritos de:
Clemente de Alejandría (150-210) en su obra El pedagogo. En ella pone como maestro de moral al Verbo y desarrolla el modo propio de enseñanza en el libro primero donde analiza en el la vida según la razón que conduce a la vida feliz y divina.
Orígenes, también sistematiza las distintas doctrinas sobre la construcción del acto humano para poder compaginarlas con una libertad cuyo horizonte ya no es el solo cosmos, sino que está en una dinámica espiritual que acaba en Dios
Los Padres Capadocios presentan una teología de la libertad en la vida cristiana con una unidad profunda entre la vida espiritual, en el conocimiento divino y la vida moral.
San Basilio (329-379) tiene una preocupación practica y espiritual que se concreta en su Regula Pastolaris. Entiende la vida ascética desde los principios del amor que la guía internamente.
San Juan Crisóstomo (340-407), en una vertiente más exhortativa, muestra la importancia de la práctica de la fe. Insiste en las exigencias de la vida moral social frente a las desigualdades y lujos de la sociedad bizantina de su tiempo.
San Ambrosio (339-397) en su libro De officis ministroum, es un tratado de virtudes que sigue el esquema de virtudes cardinales de las cuales se desprenden los distintos deberes que corresponden a cada persona en su situación.
Pero la primera estructura científica de la Teología Moral se debe a San Agustín (354-430); no es que elabore una Teología Moral como ciencia autónoma, sino que analiza de modo orgánico, dentro de la Teología, las grandes cuestiones morales, de modo semejante a cómo habría de hacer más tarde Santo Tomás.
Algunas características de la moral de San Agustín:
Considera la moral cristiana como un vivir de las verdades profesadas por la fe, que dispone el alma para conocer y poseer plenamente a Aquél en quien ha comenzado a creer.
Las realidades temporales, aunque dotadas de un valor propio, sólo cobran su verdadero sentido como vías de acceso a Dios. Tampoco debe el hombre buscar su finalidad en sí mismo: fuera de Dios nada se debe amar como último fin. La actividad moral consiste en amar bien, conforme al orden que la fe nos da a conocer.
La moral cristiana no está centrada primordialmente en la idea de obligación y de ley, aunque las comprenda y valore en su importancia, sino sobre todo en el ideal de la perfección humana: más aún, de aquella perfección por la que el hombre alcanza la salvación, la felicidad temporal y eterna.
La novedad cristiana radica en ser capaz de liberar al hombre de la situación de esclavitud e impotencia moral en que se encontraba, mediante la verdad y la gracia de Jesucristo, según el panorama de las bienaventuranzas.
3. Del siglo v al xii
La época que va de finales del siglo v al x es poco activa en el campo de la construcción teológica. Las Etimologías de San Isidoro son una obra representativa de estos siglos.
Desde el punto de vista de la Teología moral, la novedad más importante es la aparición de los libri poenitentiales, cuya función es ayudar a los confesores a fijar las penitencias aplicables en el sacramento de la Confesión. Donde tratan de ofrecer un criterio y hasta la medida exacta de penitencia que se debe imponer por los distintos pecados. Estamos en un tiempo en el que se inicia la confesión frecuente, que coincide con una situación generalizada de la falta de cultura teológica en el clero y se precisa conocer una “penitencia tarifaria”. No se trata, pues, de la exposición moral inspirada en la Escritura, sino que más bien recoge el contenido de los cánones de diversos concilios provinciales.
Un momento de tensión intelectual fue la discusión entre San Bernardo y Abelardo acerca de la relación entre conciencia y norma. El santo de Claraval acentuaba la importancia de la norma, mientras que Abelardo salía en defensa de la conciencia. Pero el origen de la discusión y el contexto intelectual era diferente al que hoy despierta este mismo problema.
En el periodo más avanzado de la época clásica de la patrística, surge como género literario el comentario moral de la Sagrada Escritura. San Gregorio Magno consagra un modo propio de exegesis moral que será seguido en toda la Edad Media, que se va a denominar: sentido tropológico.
En esa situación, y en medio de las disputas monotelistas, se produce el estudio más pormenorizado del acto humano a partir de la influencia de Aristóteles que recoge Nemesio de Emesa y que luego consagrará san Máximo el confesor y llegará a la gran escolástica por la recopilación de san Juan Damasceno.
El siglo xi conoce un renacer de la tarea teológica con el inicio de la escolástica. El descubrimiento de la filosofía de Aristóteles ejerce su positiva influencia, aunque a veces provoque desviaciones, como en Berengario de Tours, pero en tantos otros permite un progreso en la Teología que redunda en la mejor comprensión de la fe.
El personaje de esta época más digno de destacar por su servicio a la teología es San Anselmo de Bec que, usando los recursos de la lógica dialéctica de su tiempo, intenta organizar de modo sistemático los distintos temas propios de la teología. En lo concerniente a la teología moral, hay que destacar su modo peculiar de concebir la relación existente entre libertad y la verdad como fundamento para comprender la acción del hombre pecador y redimido.
4. La moral en la alta Edad Media: Santo Tomás de Aquino
El carácter unitario de la ciencia sagrada sigue en la edad de oro de la Escolástica (siglos xii y xiii). Para los representantes de esta época, la Teología es un tratado de Dios, del hombre y del mundo en cuanto creados por Dios y redimidos por Cristo; no cabe entender quién es el hombre sin recurrir a Dios: la antropología cristiana es teocéntrica.
La gran figura del método dialectico, de la lógica de Aristóteles, es Pedro Abelardo, que presta una atención destacada a los temas morales por sí mismos. Al plantear la división general de la teología lo hacen según la triada: fe, caridad y sacramentos, con ello da una autonomía de la moral que adjudica la caridad. Su obra principal fue: Ethica seu liber dictus scito te ipsum. En este libro va a formular los temas principales que luego serán puntos de discusión para la escolástica posterior: la intención subjetiva de la acción, la conciencia y el pecado. Su objetivo fundamental es recuperar el aspecto personal de la acción frente al objetivismo craso de los penitenciales; aunque por su modo dialectico de reflexionar, valora la acción desde el exterior y llega a opiniones poco equilibradas.
Por eso Alejandro de Hales va a ser el inspirador y principal autor de la primera Summa Theologica denominada también Summa Fratis Alexandri. La estructura que sigue toma la configuración en cuatro libros propia de Pedro Lombardo: 1° la Trinidad, 2° la Creación, 3°Jesucristo, 4° los Sacramentos y la escatología. San Alejandro Magno aporta una mayor atención a la psicología del acto humano en la que, con una teoría del conocimiento más desarrollada, simplifica los complicados sistemas a los que había llegado la escuela franciscana con Juan de la Rochelle.
Santo Tomás de Aquino representa la cumbre de este período áureo de la ciencia teológica.
Dentro de su concepción teológica, la moral está armónicamente integrada con la dogmática. Los temas básicos de la moral, en la Summa Theologiae, forman la Secunda pars; esto ha llevado a identificar la moral de Santo Tomás con las cuestiones en ella tratadas; en realidad toda la Summa Theologiae es dogmática y moral.
En la Summa contra gentes los temas morales aparecen desde la primera página del libro I, pues Dios es el Creador del hombre, su último fin y causa ejemplar de todas sus perfecciones.
En toda la obra teológica del Doctor Angélico, dogmática y moral se ofrecen en su unidad; y son muchos los escritos que dedica en concreto a cuestiones morales. Puede afirmarse que sus comentarios bíblicos, tan ricos en un análisis de las verdades morales nutrido de la Sagrada Escritura, constituyen un verdadero modelo de uso de la Escritura en Teología moral tan aconsejado por el Concilio Vaticano II.
Entre los puntos más salientes de la síntesis moral de Santo Tomás, resaltaremos los siguientes:
La centralidad del último fin del hombre, que consiste en la eterna y sobrenatural bienaventuranza, incoada ya en la tierra por el conocimiento y amor de Dios, que debe inspirar todas sus obras.
La profundidad con que la libertad se muestra como capacidad de glorificar a Dios por el conocimiento y el amor.
Su análisis de la moralidad de las acciones humanas, con la distinción entre los dos momentos —acto interior y exterior—, que permite subrayar la primacía de la interioridad en la conducta moral, recalcando el papel esencial —junto al objeto— de la finalidad o intención.
Su modo de resaltar el carácter intrínseco de la ley divina, tanto natural como sobrenatural, aunque ésta sea además una ley exterior —la letra de la Sagrada Escritura—, y la consiguiente inseparabilidad entre perfección y felicidad humanas.
Su presentación de la conciencia como juicio de la inteligencia, que precede y acompaña a todo acto libre, y cuya rectitud exige, además de la ciencia moral, la posesión de una voluntad recta, por obra de las virtudes morales.
El modo en que las virtudes —adquiridas e infusas— se muestran como principios de la vida moral cristiana en su íntima unidad con los dones del Espíritu Santo.
5. Siglos xiv al xvi
5.1. La revolución de la moral en Ockham
Los siglos xiv y xv, junto a la continuación de la escolástica, contemplan la aparición de un nuevo modo de concebir la moral, en torno a la idea de obligación.
Guillermo de Ockham entiende la libertad como indiferencia de la voluntad; y la moralidad como la relación de la voluntad humana con la norma divina, dependiente del arbitrio absoluto del Creador, que podría haber determinado que fueran buenas las acciones que ahora son malas, o viceversa.
La relación entre el hombre y Dios se resume en el cumplimiento de la voluntad de Dios por el hombre. Y como la voluntad divina se expresa en la ley, que tiene fuerza de obligación, la ley y la obligación constituirán, para Ockham y sus seguidores, el núcleo de la moral.
La moral no se funda ya en el íntimo deseo de felicidad o bienaventuranza, en las inclinaciones interiores al bien y en el desarrollo de las virtudes, sino en la obligación marcada por una ley en algún modo extrínseca al hombre.
El influjo de Ockham sobre la evolución posterior de la moral ha sido muy poderoso. No sólo por haber dado origen a las morales de la obligación sino porque en su concepción de la libertad como indiferencia de la voluntad, se encuentra en germen la reivindicación de su total autonomía, y, por tanto, de las varias y sucesivas morales autónomas, que proclaman la conciencia como juez supremo de la moralidad.
5.2. La teología moral como ciencia independiente
A comienzos del siglo xvi tiene lugar un renacimiento del trabajo teológico, que busca inspirarse en Santo Tomás y del que puede considerarse especialmente representativa la Escuela de Salamanca. Los temas morales ocupan un lugar importante, siendo de destacar los comentarios a la Secunda pars de Konrad Koellin, Francisco de Victoria y el Cardenal Cayetano. Merecen también señalarse las obras de Gabriel Vázquez y Francisco Suárez.
Esta teología, que se desarrolla sobre todo en las Universidades, se caracteriza por un uso creciente de los procedimientos racionales de la escolástica: se multiplican las cuestiones, las divisiones, los argumentos y se difunde un vocabulario técnico especializado, con una creciente abstracción y complejidad de los problemas y las soluciones.
Semejante producción teológica, fuertemente especulativa y de escuela, se separa poco a poco de lo que se llamará teología mística y de las grandes corrientes de espiritualidad de la época.
Merece, por eso, una particular mención, en cuanto supera esta división y retorna a la unidad tradicional, San Francisco de Sales: en su obra aparecen ligados el saber teológico y la experiencia espiritual, mostrando que todo cristiano debe y puede adquirir sólida vida interior. Destacan su Introducción a la vida devota y su Tratado del amor de Dios.
En la mayoría de los autores de la época, sin embargo, bajo el influjo del nominalismo y la creciente difusión del modelo de Ockham, la moral tiende a ocuparse «esencialmente de los preceptos, que fijan las obligaciones en los distintos sectores del obrar humano y se imponen indistintamente a todos. Los consejos describirán un nivel suplementario, de actos supererogatorios, dejados a la libre iniciativa de cada uno, y de hecho reservados a una elite que busca la perfección: será el terreno de la ascética y de la mística»
S. PINCKAERS, Las fuentes de la moral cristiana, Eunsa, Pamplona 1998, p. 334..
Al mismo tiempo, la teología moral se separa de la pastoral, más al alcance de todos los sacerdotes: se diversifican así el teólogo y el pastor de almas.
En este ambiente tuvo lugar el nacimiento de la Teología moral como disciplina independiente. Entre los sucesos que condicionaron su aparición, puede considerarse la nueva organización de estudios de la Compañía de Jesús. Ésta establecía que los principios morales —Teología moral especulativa— se expusieran conforme al plan de la Summa Theologiae, y a la vez disponía la creación de una nueva disciplina —la Teología moral práctica—, explicada por profesores distintos y destinada a la solución de casos de conciencia, con la que abordaba la necesidad de formar a los confesores.
Poco a poco el pensamiento moral se desgaja de la espiritualidad, perdiendo su dimensión más propia y positiva: ser guía para la unión con Dios, estimulando al crecimiento en las virtudes. Los nuevos tratados de moral dejan así de considerar parte de los elementos necesarios para formar y dirigir las conciencias; y la nueva moral práctica recorta sus miras y aspiraciones.
Por otra parte, al presentar la ley divina al modo de las leyes humanas, resaltando de la enseñanza moral bíblica sobre todo y casi sólo los preceptos, se tiende a oscurecer su función intrínseca y dinámica: el orden moral objetivo aparece casi como un mandato extrínseco que coarta la libertad; la visión cristiana de la ley, principio vital y guía divina hacia la unión con Dios y la práctica del amor de caridad, tiende a desdibujarse.
6. Siglos xvii—xviii
Durante estos siglos la investigación teológica, en el terreno moral, se desgasta en buena parte en la famosa controversia sobre los sistemas morales (tuciorismo, probabiliorismo, probabilismo, equiprobabilismo, laxismo): una tarea salpicada de duras polémicas, poco fructuosa, que los Papas (Alejandro VII, Inocencio XI y Alejandro VIII) se vieron obligados a zanjar.
Como ejemplo de moralista que da una gran importancia a una intensa vida cristiana para el quehacer teológico, y que pone sus riquezas al servicio de la formación de los fieles, cabe recordar a San Alfonso María de Ligorio (1696-1787).
Aunque su Theología moralis, aparecida en 1775, permanece ligada a los esquemas de la época y en parte a su metodología, alienta en ella una viva experiencia apostólica y un profundo conocimiento sapiencial. La exposición y solución de los casos, y la guía sapiente de las almas —muchas veces en ambientes difíciles y entre personas desprovistas de formación—, nunca se cierran en esquemas racionalistas y abstractos, sino que apoyan sus bases en la experiencia de almas, discernida a la luz de la Sagrada Escritura, los Santos Padres y el Magisterio. Marca un paso de renovación positiva de la Teología moral.
7. Siglo xix y comienzos del xx
7.1. Renovación de la Teología moral
El impulso que León XIII dio al tomismo con la Encíclica Aeterni Patris (1879), el deseo de superar la casuística de los manuales mediante una más profunda reflexión teológica, etc., producen un nuevo movimiento renovador a finales del siglo xix.
Ya en el siglo xx nos encontramos con un conjunto de autores que aportan una cierta renovación a la teología moral gracias, en gran parte, al impulso tomista, pues éste provocó algunos cambios de perspectiva que facilitaron la renovación posterior. La comparación de los manuales con la Summa Theologiae de Santo Tomás mostró diferencias de importancia que animaron a los autores a realizar retoques e introducir tratados desatendidos (D. Prümmer, B.H. Merkelbach, A.B. Tanquerey, A. Veermeersch, etc.).
La modificación más importante que se produjo en los manuales consistió en estructurar la moral en torno a las virtudes teologales en lugar de los mandamientos. Se reintrodujo al comienzo de la moral el tratado del fin último y de la bienaventuranza.
Sus obras representan, por tanto, un inicio de la vuelta hacia los trazos de la moral perenne, aunque en realidad sigan tomando su contenido fundamental de la moral de obligaciones. No aparece, pues, todavía una verdadera reestructuración de la moral en base a la especulación de los Padres y de Santo Tomás, centrada en la bienaventuranza, el carácter intrínseco de la ley divina y el desarrollo de las virtudes bajo la acción de la gracia.
El período de renovación que va de los años 30 hasta la mitad de siglo, se caracteriza por la búsqueda metodológica de un principio organizador específicamente cristiano de la teología moral. Se trata de ver si la predicación del Señor contiene un pensamiento fundamental o una idea directriz adecuada para ser el principio estructurador y plasmador de la vida moral cristiana.
F. Tilmann afirma que le principio fundamental de la moral cristiana es la imitación de Cristo.
E. Mersch propone la incorporación a Cristo como el principio capaz de ofrecer un planteamiento unitario y específicamente cristiano al discurso moral.
G. Gilleman y R. Carpentier sitúan en la caridad el principio fundamental.
En la práctica, estos autores mostraron la necesidad de una renovación más ligada a la tradición patrística y a esas dos cimas de la moral que representan las obras de San Agustín y Santo Tomás.
7.2. Nuevas corrientes con ocasión de la renovación de la Teología moral: la “nueva moral” y la “ética de situación”
En la década de los 50 (del siglo xx) comienza a usarse la expresión “nueva moral”. En los documentos pontificios la utilizó por primera vez Pío XII en el Radiomensaje sobre la educación cristiana a los jóvenes (23-III-1952).
El error fundamental de esta “nueva moral” consistía en negar el valor objetivo de las normas universales y en otorgar a la conciencia del individuo el único criterio determinante de la moralidad del acto humano.
En la “nueva moral” la conciencia queda separada de la tutela del Magisterio, y de ese modo —afirma— el hombre adquiere la posibilidad de obrar con espontaneidad e inocentemente, ya que al no contar con intermediario alguno, la conciencia se encontrará en su interior con la voz de Dios. La conciencia obrará sólo por la ley del amor, superando así la atadura del rigorismo legal de la moral.
En este contexto adquiere un protagonismo especial lo que se ha venido a llamar la “ética de situación”. Cuando se atiende exclusivamente a las “circunstancias” de cada sujeto, la “nueva moral” queda despojada de los grandes principios y viene a ser uno de los mayores peligros que ha de correr la fe.
Una cosa es valorar las circunstancias, y otra muy distinta es hacer depender la moralidad sólo —o principalmente— de las circunstancias. En la “ética de situación” se disuelve toda norma moral objetiva y universal.
7.3. Otros intentos de renovación y fundamentación de la Teología moral
En la segunda mitad del siglo xx, un crecido número de autores aportan consideraciones de gran interés y acierto —corrigiendo el legalismo de la moral de los últimos siglos—, que de hecho sirvieron de base a algunas de las tomas de postura del Concilio Vaticano II, como por ejemplo la renovación bíblica de la moral o el prestar mayor atención a la persona y su dignidad.
Con el retorno a la Escritura, se subraya también la necesidad de:
Unir la moral con la dogmática y la espiritualidad;
Partir de la antropología bíblica;
Un mayor recurso a las enseñanzas de los Padres y del estudio directo de Santo Tomás;
Una más sólida fundación metafísica de la moral;
Aprovechar los datos de las nuevas ciencias humanas para elaborar los juicios morales.
Destacan, entre los autores a los que nos referimos: S. Pinckaers, C. Spicq, Ph. Delhaye, O. Lottin y tantos otros. No se deben olvidar las aportaciones a la moral realizadas por quienes se han ocupado fundamentalmente de la Teología dogmática —por ej., Ch. Journet, L. Bouyer o el grupo de Communio (J. Ratzinger, H.U. von Baltasar, I. Congar, H. de Lubac, etc.)—, ni la decisiva contribución de quienes cultivaron la renovación de la moral desde sus fundamentos filosóficos, como O.N. Derisi, E. Gilson, C. Fabro, K. Wojtyla y D. von Hildebrand.
8. El Concilio Vaticano II
Cerrando este recorrido histórico es necesaria una referencia a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que centra la renovación de la moral en una más directa fundamentación en la Sagrada Escritura, entroncada con lo que ha sido el punto central de las enseñanzas conciliares: la proclamación de la llamada universal a la santidad
CONCILIO VATICANO II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 11 y cap. V..
Dos son los presupuestos imprescindibles de la renovación auspiciada: una vuelta a sus fundamentos bíblicos y el ser instrumento para promover frutos de santidad.
Otros puntos importantes de la doctrina conciliar para la renovación de la moral son:
Su insistencia en la dignidad de la persona y su raíz trascendente (Gaudium et spes, n. 19);
La afirmación de la dimensión social y comunitaria de la conducta humana (cf. Gandium et spes n. 23 y ss.),
Y que la vida de la persona cristiana es siempre una vida en la Iglesia: en ella se genera y desarrolla (cf. Lumen gentium, n. 4 y ss.).
Sus enseñanzas morales, que aparecen entrelazadas con las dogmáticas, se concentran especialmente en la Const. past. Gaudium et spes:
En su parte primera trata los temas capitales de la moral fundamental (naturaleza humana, sabiduría e inteligencia, libertad, conciencia, pecado, divinización del hombre por la gracia, recto orden de la actividad humana, bien común, etc.);
Su parte segunda viene a ser una moral especial, dedicada a las cuestiones éticas más urgentes en el mundo de hoy (matrimonio y familia, cultura, orden económico, orden social e internacional).
9. La Teología moral después del Concilio Vaticano: algunas tendencias y cuestiones en debate
9.1. La moral autónoma
Tiene su origen en determinadas orientaciones éticas contemporáneas que atribuyen a cada individuo o a los grupos sociales la facultad de decidir sobre el bien y el mal, de modo que la libertad humana se convertiría en creadora de valores y gozaría de primacía sobre la verdad. La libertad «reivindicaría tal grado de autonomía moral que prácticamente significaría su soberanía absoluta».
Propugna una completa autonomía de la razón en el ámbito moral de las normas morales relativas al recto ordenamiento de la vida en este mundo (normas intramundanas). Tales normas constituirían el ámbito de una moral solamente “humana”; es decir: serían expresión de una ley que el hombre se da autónomamente a sí mismo, y que tiene su origen exclusivamente en la razón humana. Dios en modo alguno podría ser considerado Autor de esta ley; sólo en el sentido de que la razón humana ejerce su autonomía legisladora en virtud de un mandato originario y total de Dios al hombre (cf. VS, 36).
Esta corriente habla de “autonomía teónoma”: Dios ha creado al hombre y le ha encomendado establecer bajo su propia responsabilidad las normas del bien y el mal: algo que el hombre lleva a cabo en un proceso histórico-cultural que se rige por sus propias leyes.
La teonomía de esta “autonomía teónoma” queda así prácticamente reducida a la idea de que el sujeto autónomo tiene en Dios el fundamento del carácter autónomo de su ser. El hombre depende totalmente de Dios (puesto que ha recibido su libertad como un don), pero al mismo tiempo es también totalmente independiente de Él, en cuanto que le está encomendada la configuración de su propia libertad.
La moral autónoma olvida que la razón humana depende de la Sabiduría divina, y que en el estado actual de naturaleza caída se encuentra también necesitada de la Revelación para el conocimiento de verdades morales incluso de orden natural.
9.2. La opción fundamental
El tema de la “opción fundamental”, aunque relativamente reciente, ha ido adquiriendo una importancia cada vez mayor en el quehacer de la Teología moral de los años posteriores al Concilio Vaticano II.
El Magisterio de la Iglesia se ha pronunciado advirtiendo que esta categoría debe ser entendida adecuadamente a fin de «no poner en duda la concepción tradicional» y «ser fieles a la palabra de Dios»
Exhort. apost. Reconciliatio et paenitentia, n. 17..
La Encíclica Veritatis splendor rechaza una noción de opción fundamental entendida como un acto realizado por la libertad fundamental, no electivo ni reflejo, sino trascendental y atemático, por el que la persona dispone de sí hacia el Bien absoluto (cf. VS, n. 65).
Esta noción de libertad procede de la distinción de dos niveles diversos de libertad en el hombre:
Un nivel fundamental o trascendental, que tiene por objeto el Bien absoluto;
Y otro categorial o intramundano, que tiene por objeto los bienes particulares o finitos.
El acto propio de la libertad trascendental sería la opción fundamental; los actos propios de la libertad categorial, serían las elecciones particulares por las que el sujeto tiende a bienes finitos. Estas elecciones, obviamente, guardan una relación con la fundamental, pues son signo suyo, y modos de su realización práctica. Pero precisamente por no poder expresarla totalmente, al estar a otro nivel de libertad —afirman—, tampoco pueden romperla.
De este modo se introduce una disociación del obrar humano en dos niveles:
El trascendental, que sería propiamente el moral, y
El categorial, que no tendría propiamente significado moral, sino simplemente de corrección o incorrección, dependiendo de las exigencias naturales y sociales de la vida intramundana de los hombres.
Una de las consecuencias de este planteamiento es que, para estos autores, sólo habría pecado (mal moral) cuando la opción fundamental es cambiada por otra contraria, pero no cuando algún acto particular es contrario a la ley moral. Estos últimos podrían ser correctos o incorrectos pero no buenos o malos. Se elimina así la realidad del pecado moral tal y como ha sido entendido en la tradición de la Iglesia a partir de la revelación misma (cf. VS, nn. 65, 69 y 70).
9.3. El teleologismo
Las teorías teleológicas
Véase Veritatis splendor, nn. 75ss. hacen depender el bien y el mal morales del fin propuesto, y de la suma de bienes que se persiguen. No se considera si la acción es en sí buena o mala: la fuente de la moralidad es el fin que se propone conseguir el sujeto, junto con los “bienes que se siguen”.
La distinción entre “valores morales” y “valores premorales”, no-morales, ónticos o físicos. Estas teorías consideran que los valores o bienes implicados en un acto humano son de orden moral, cuando se relacionan directamente con los valores propiamente morales, como el amor a Dios, la benevolencia con el prójimo, la justicia, etc. Serían, en cambio, de orden premoral, los que se refieren a las ventajas o inconvenientes originados por una acción. Por ejemplo, la muerte de un inocente podría estar justificada en algunas circunstancias, aun cuando estuviese prohibido por leyes universales. La muerte del inocente no sería juzgada como homicidio —acto inmoral—, sino que se trataría de un valor premoral.
Parten de un presupuesto antropológico erróneo: la contraposición entre persona y naturaleza
Para un análisis de esta distinción y sus consecuencias para la moral, ver Veritatis splendor, nn. 43-46 y 65-69.: por persona entienden el hombre en cuento libertad autónoma; la naturaleza, en cambio, sería la corporeidad vivificada junto a las relaciones y conexiones con el mundo circundante.
Niegan la existencia de normas morales absolutas de validez supratemporal.
Dentro de las corrientes teleológicas nacen y se desarrollan el consecuencialismo y el proporcionalismo
a) El consecuencialismo afirma que la moralidad está en que la suma final de bienes supere a los males que se sigan de una acción concreta.
La moralidad de las acciones humanas deriva fundamentalmente, y en algunos casos de modo exclusivo, de las consecuencias que se siguen de la acción realizada.
Sitúa la moralidad no en la conformidad de la persona con el querer de Dios, sino en el resultado práctico-temporal de sus acciones, según las previsiones del sujeto y su escala de valores.
b) El proporcionalismo afirma que el acto es moralmente bueno si existe proporción entre los bienes que se consiguen y los males que se evitan.
10. Últimas intervenciones del Magisterio de la Iglesia sobre temas de moral
Las orientaciones dadas por el Concilio han de completarse con una alusión a la labor magisterial realizada por los Papas, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, que han velado por su aplicación.
De hecho, nunca en la historia precedente de la Iglesia el Magisterio se había ocupado con tanto detenimiento y hondura de los fundamentos y los conceptos básicos de la moral, a parte de su discernimiento sobre las cuestiones morales más importantes hoy debatidas.
Se puede realmente decir que todas las nociones básicas de la vida y la experiencia moral (la libertad, la conciencia, la ley, el pecado, la conversión, las bienaventuranzas, las virtudes la gracia, el acto moral, etc.) han sido objeto de claras y hondas enseñanzas, fundadas en la Escritura y en la Tradición, según las directrices del Concilio.
Quizá el punto clave en la ansiada renovación sea la fundación de un personalismo cristiano de honda raigambre metafísica, donde la consideración de la persona como imagen de Dios-Amor, y que debe ser amada por sí misma, desvela en toda su fuerza el carácter central del mandato nuevo de la caridad.
Es obligado citar de entre los distintos documentos que, sobre Teología moral, han aparecido a partir de la celebración del Concilio Vaticano II:
La Encíclica Humanae vitae, del Papa Pablo VI (25-VII-1968).
La Declaración Persona humana, acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (29-XII-1975).
La Exhortación Apostólica Familiaris consortio, (22-XI-1981).
La Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-1984).
La Encíclica Sollicitudo rei socialis (30-XII-1987).
La Carta Apostólica Mullieris dignitatem (15-VIII-1988).
La Encíclica Evangelium vitae (25-III-1995), del Papa Juan Pablo II.
El Catecismo de la Iglesia Católica (11-XI-1992).
Y de manera especial la Encíclica Veritatis splendor, del Papa Juan Pablo II (6-VIII-1993).
La oportunidad del pronunciamiento de cada uno de estos documentos y la profundidad de su doctrina hacen que en el momento presente no pueda tener lugar una duda razonable o un disenso honrado en los más variados temas de teología moral fundamental, objeto de esa documentación. A la luz de estos documentos resulta relativamente fácil descubrir los temas más discutidos, cuando no tergiversados, que en los últimos años han necesitado una clara intervención del Magisterio de la Iglesia.
Bibliografía
S. PINCKAERS, Las fuentes de la moral cristiana, Eunsa, Pamplona 1998
Exhort. apost. Reconciliatio et paenitentia
Veritatis splendor
Const. Dogm. Lumen gentium
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