Papers by Víctor Meliá De Alba
Laocoonte. Revista de Estética y Teoría de las Artes, 2016
Diorama virtual, 2020
Recibo una postal desde Australia. Mar me desea, desde allí, un año lleno de vértigo. Esa sensaci... more Recibo una postal desde Australia. Mar me desea, desde allí, un año lleno de vértigo. Esa sensación que, según ella, se experimenta cuando alcanzas un sueño, un objetivo, por minúsculo que sea; aunque aquí el tamaño sí que importa. Lanzarse al vacío, sin red de seguridad; verse ya levitando sobre el abismo; sentir un pánico terrible y esa sudoración típica de estar próximo a algo irrepetible. Todo eso es vértigo. Y, tras unos segundos, te preguntas: «¿Y ahora qué?». Lo que viene después es difícil de saber pero, en realidad, uno trata de (re)descubrir los motivos que le llevaron a hacer tal cosa o ir a tal sitio; qué conjunto de decisiones y circunstancias han provocado esa situación y ese vértigo. Uno trata de minimizar los acontecimientos para hacerlos más humanos, más mortales, más insignificantes, más accesibles. Quizá, después, se pueda llegar a la conclusión de que ese conjunto de dichas y desdichas no ha sido más que el propio devenir de lo cotidiano, el paso del tiempo, de la vida. Ya sabemos que lo sublime no siempre se presenta en tamaño y forma cósmicos. Pero, ¿qué tipo de tiempo es ese? ¿Qué tiempo ha pasado y qué tiempo necesitamos para experimentar el antes, el durante y el después de cada vértigo? ¿Cómo es contribuir a la exaltación de una felicidad vacua, a la persecución de unos sueños predefinidos por programas de consumo automático? En una entrevista, el filósofo argentino Esteban Ierardo afirmó que «El capitalismo ha avanzado en una conquista de nuestro tiempo, en tanto dedicamos la atención y energía al consumo de entretenimiento que no nos transforma, no nos enriquece». Y, además, lanza una propuesta al mundo del arte: «El arte puede dar otra señal en estos tiempos de la hiperaceleración, ser una vía de la experiencia que supone reivindicar la lentitud, los momentos de aburrimiento para un ocio reflexivo, para una recuperación de la meditación sobre uno mismo». En esta cuarta revolución industrial, tal y como la nombra el economista Klaus Schwab, yo le deseo a Mar ese tiempo necesario para construir su identidad, para disfrutar de ese vértigo, sin prisas. Porque el tiempo no es oro, el tiempo es vida; como dijo José Luis Sampredo. Porque la finitud con la que nacemos es nuestra mejor excusa para cerrar los ojos y seguir caminando. Porque ese tiempo es ser y estar. Porque ese tiempo, parafraseando a Ierardo, es recuperar el entendimiento de una realidad de la que somos parte, pero no dueños.
Diorama virtual, 2019
Mis padres se han encargado, desde bien pequeño, de hacerme comprender que la suma de pequeños ca... more Mis padres se han encargado, desde bien pequeño, de hacerme comprender que la suma de pequeños cambios cuantitativos, insignificantes y ocultos, acaban por convertirse en un gran cambio cualitativo que puede afectar y afecta al conjunto de nuestras vidas, individuales y colectivas. Quizá por este motivo manifiesto cierta obsesión por los pequeños detalles, por lo más invisible de lo cotidiano. Asumo con descaro que todo lo que hacemos, desde lo más trivial hasta lo más relevante, responde a pensamientos previos, cuestiones ideológicas, prejuicios o ideas, completas o incompletas, instaladas en nuestra psique. La forma de atarme las zapatillas responde, supongo, a un compendio de significados cuya comprensión me resulta desbordante. Pelo los ajos con una mecánica concreta y necesito que el lomo de los libros esté perfectamente alineado con la estantería que los contiene. Todo lo que hacemos y no hacemos, lo que pensamos y no pensamos, lo que decimos y no decimos, en conjunto, es lo que somos. La calidad está en una ecuación cuantitativa particular. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el concepto de cantidad también sufre cambios? ¿Qué ocurre cuando el exceso de algo impide comprehender ese algo? ¿Qué ocurre cuando algo nunca se acaba? Recientemente vi a una persona rellenar una caja de barritas energéticas. Esa caja, en su origen, ya contenía una gran cantidad de producto pero no el suficiente como para evitar el miedo-o el pánico-por la posibilidad de que se agotara. Pensé entonces en los reponedores de un supermercado que se encargan de abastecer continuamente las estanterías. El out of stock está prohibido dentro del sistema capitalista. No disponer de un ítem deseado en el momento oportuno se ha convertido en una tragedia. No existe tiempo para la espera, para el sosiego, para la imaginación y la improvisación. La inmediatez ya no tiene solo forma de imagen en Instagram, también existe en el mundo tangible. Todo está abarrotado de sugerencias y estímulos que colapsan nuestra atención, también mercantilizada. Me pregunté, después, si existe una estética de la infinitud que dé alcance a este horror vacui moderno o posmoderno. La posibilidad de sentir y experimentar que algo se acaba no es una variable posible cuando interesa que todo perdure para evitar la preocupación, la consumación de nuestras responsabilidades y el respeto por lo ya habido. Esa estética, creo, es otro salto cualitativo. La historia se repite.
Diorama virtual, 2020
Alberto es un hombre tranquilo, con cierta pausa a la hora de hacerse notar y siempre con la cabe... more Alberto es un hombre tranquilo, con cierta pausa a la hora de hacerse notar y siempre con la cabeza en muchos lugares, incluido el que experimenta en cada momento. Hace poco le propuse dar una vuelta y conversar sobre algunos temas que nos vienen rondando por la cabeza últimamente. A pesar de su cojera, no rechaza salir a caminar y respirar un aire distinto al de su estudio, algo manido y viciado. Dice que cambiaría toda su obra por una hora de buena conversación. Puedo creer esa exageración. De vez en cuando, alguien nos para y le pide un autógrafo, algún garabato en un cuaderno de dibujo improvisado. Siempre le ha hecho gracia que le llamen «Sr. Giacometti». Me dice: «No sé por qué la gente no prefiere llamarme Alberto, es mucho más fácil de pronunciar». Y a continuación suena una especie de carcajada profunda. Nunca he sabido con certeza en qué estaría pensando. A pesar de gozar de buena salud, a Alberto le preocupa la muerte. No le preocupa, más bien le interesa. Para él no es una cuestión de establecer un final, un límite, sino un simple paso más. Seguimos caminando. No sabe si viajará a Nueva York para asistir a la inauguración de su próxima exposición. No es que esté muy lejos, es que hay que viajar mucho. Convencerle de algo es una tarea casi imposible; es una persona muy testaruda. El revuelo causado por una de sus últimas obras y estrella de la exposición, El hombre que camina, no pone las cosas fáciles. «Franck Maubert ha escrito un libro sobre esa escultura», me dice. No saber eso es una tarea complicada, todo lo que rodea a Alberto adquiere una dimensión que va más allá de cualquier frontera. Además, creo que no recuerda las tardes en las que nos sentábamos los tres en el café próximo a su casa. «Esa figura», nos contó Maubert antes de publicar el libro, «nos representa a todos. En ella está resumida toda nuestra historia, todo nuestro alcance como ser vivo, todo nuestro amanecer y decadencia. El hombre que camina es otro paso más, otro final, otra muerte. Pero también otro comienzo, otro punto de partida. De haber sido un dibujo, más allá de los bocetos, o una pintura, nunca habría llegado a convertirse en la viva imagen de nuestro destino. Esta escultura de deshace cuando la miras y palpita si la escucharla. ¿Qué tipo de arte se podrá hacer después? No lo sabemos. ¿Qué tipo de arte queremos ver después? Cualquiera que nos signifique, que sacuda nuestro pesar, que exista con nosotros y no ajena a este mundo».
Diorama virtual, 2020
8 de enero de 2020 Acabamos de estrenar un nuevo año y, con él, un nuevo gobierno. Todos los camb... more 8 de enero de 2020 Acabamos de estrenar un nuevo año y, con él, un nuevo gobierno. Todos los cambios suponen un nuevo escenario, un nuevo marco de interrelaciones que nos condicionan, nos posibilitan, nos menguan o nos someten. Un marco nos dice lo que somos porque no somos la otra cosa o porque nos parecemos a ella; nos sitúa en un adentro o afuera; habitamos en un marco y en muchos marcos al mismo tiempo; sucedemos en una socialidad cuya función principal es establecer las pautas convenientes para la lectura e interpretación de lo ocurrido. Un marco es, pues, una forma que nos sugiere cómo organizarnos. Por su parte, lo más interesante de las comidas y cenas navideñas, además de los turrones, es la puesta en común de distintos marcos, de distintos aparatos estéticos que suponen una tensión natural a la hora de tratar de equilibrarlos para evitar cierta indigestión. Existen miradas y mirones, palabras y palabrotas, comentarios y comentaristas: toda una fauna y flora digna de un cuadro de El Bosco. Las discusiones o debates, más o menos acalorados, son un intento por conseguir la cuadratura del círculo, marcos de distinta índole que cuesta combinar. No obstante, esto no debería invitarnos a dejar de intentarlo; en los roces y las fronteras se encuentra la autenticidad de la convivencia. Volviendo a nuestro propósito inicial, sabemos que hay marcos de muchos tipos: de madera, con pan de oro, arquitectónicos, intercambiables, metafóricos, hípsters, geográficos, teóricos, económicos, sexuales y sexuados, de color rojo, metodológicos, saludables, temporales, fachas o, para mí los más atractivos, sintácticos y semánticos. El lenguaje es una premisa inherente al ser humano pero, curiosamente, es lo que más conflictos y guerras ha provocado. Las palabras y su propia resonancia, su proyección en un imaginario tanto colectivo como individual, son la punta de lanza con la que enfrentarnos a los otros pero. De hecho, una imagen puede resultar inocente hasta que dos personas intercambian palabras sobre ella. Una paradoja más que añadir a la lista. Las palabras son, parafraseando a Nicolas Bourriaud en Estética Relacional (Adriana Hidalgo Editora) los modos de intercambio social, lo interactivo a través de la experiencia estética propuesta […] y el proceso de comunicación, en su dimensión concreta de herramienta que permite unir individuos y grupos humanos. Sin embargo, como sucede en el arte, un marco no es más que una mera ficción.
Diorama virtual, 2019
Hace poco descubrí el libro de Pascal Quignard, La imagen que hoy nos falta (2016) y, aún sin lee... more Hace poco descubrí el libro de Pascal Quignard, La imagen que hoy nos falta (2016) y, aún sin leerlo, llevo unos días dándole vueltas al propio título. Sugerir que todavía nos falta alguna imagen por crear, reproducir, experimentar o ver es casi una tortura para quienes nos dedicamos a su ideación y materialización. ¿Qué imagen? ¿Por qué necesitamos más imágenes? ¿Para qué las necesitamos?. Y lo peor: ¿cómo podemos estar seguros de haber alcanzado esa última imagen? No nos hemos dado por vencidos a pesar de que Man Ray o René Magritte ya concentraran todas las imágenes en sus obras Ma dernière photographie y L'image parfaite, respectivamente. No obstante, tras indagar mínimamente sobre el contenido del libro de Quignard, la cosa quizá se complica incluso más. Esa imagen que hoy nos falta es en realidad dos imágenes: la de nuestro nacimiento y la de nuestra propia muerte. La primera de ellas puede configurarse a partir de las historias que nos cuentan sobre nuestro origen o de alguna fotografía tomada. Esta imagen, en cierta manera, llega a existir en nosotros, nos habita y nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Pero, sin embargo, la imagen de nuestro final nunca nos alcanzará si no es en la ilusión, en la paranoia, en la enajenación de nuestra mente. La vida y la muerte suceden antes que su propia representación. Por su parte, el artista suizo Alberto Giacometti ya se lamentaba de la imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo-palabras que tomo prestadas de la obra de Damien Hirst-y se conformaba con observar el declive de su cuerpo. «Mis manos están visiblemente más delgadas, ya casi no las reconozco, pero tal vez sea una ilusión», escribía Giacometti en 1963. Dejando a un lado la pulsión escópica por la muerte individual, ¿qué ocurre si dirigimos nuestra mirada hacia la muerte colectiva? ¿Podemos, en este caso, reproducir una imagen que contenga ese espacio de trascendencia? El recurso inmediato, claro está, es representar un final en el que no estemos involucrados, representar el final de otros. Pero incluso eso conlleva algunos problemas, como planteó el filósofo francés Jean-Luc Nancy al abordar el tema: «En Auschwitz, el espacio de la representación fue aplastado y reducido a la presencia de una mirada que se apropiaba de la muerte al impregnarse de la mirada muerta del otro, mirada llena de nada más que ese vacío compacto en el que llegaba a hacer implosión la totalidad de la Weltanschauung».
Diorama virtual, 2019
En la reforma y reorganización del MoMA, cuyas puertas se abrieron de nuevo el pasado 21 de octub... more En la reforma y reorganización del MoMA, cuyas puertas se abrieron de nuevo el pasado 21 de octubre, se puede visitar una sala cuyo título es «Abstracción y utopía». En ella se puede ver la obra de Malévich, Mondrian, El Lissitzky o Rodchenko, entre otros. Durante mi última visita al museo, traté de explicar a Raquel las circunstancias en las que se desarrolló el suprematismo, cuál fue el sentido de las obras que componen este estilo y qué pretendió Malévich, como cabeza pensante del grupo, respecto a sus coetáneos. Quizá la sala no sea especialmente clara en algunos aspectos, pero un análisis pormenorizado de la nueva estructura del MoMA merece una columna aparte. Cabe señalar, antes de ir al grano, que dicha visita se realizó en un contexto peculiar: la firma UNIQLO, conocida como «el ZARA japonés», patrocina la visita al museo cada viernes, a partir de las 17:30, por lo que la entrada, en ese horario, es gratuita. Puede resultar interesante ahorrarse los 25 $ que cuesta acceder en tarifa general, pero no deja de ser llamativo cómo las grandes multinacionales quieren abarcar cada una de las actividades del ser humano. Para más referencias sobre este asunto, se puede leer No logo, de Naomi Klein. Volvamos a nuestra visita. Enfrentarse a Suprematist Composition: White on White (1918) o Painterly Realism of a Boy with a Knapsack (1915) sin anestesia puede resultar doloroso. El suprematismo es ofensivo en tanto que es demasiado críptico desde un punto de vista formal. «¿De qué manera nos podemos comunicar con el pueblo analfabeto, usando un código visual simple para que no sea necesario ningún tipo de conocimiento iconográfico?» Se preguntaron. A priori, la abstracción geométrica puede resultar una buena opción si se persigue la utopía, la emancipación del individuo y su autorrealización. No lo consiguieron. O no del todo. O no en aquel momento. Hoy la utopía se considera, quizá, algo exótico, como algo perteneciente a un pasado pseudo-fantástico e ilusorio. La abstracción, sin embargo, nos explota en la cara cada día. O, tal y como dijo William Morris en 1894, «hoy estamos tan bien informados que sabemos que existen muchísimas cosas que deberíamos poseer y no poseemos, y como no nos apetece aceptar su simple carencia, creamos un sucedáneo para suplirlas; y, así, esta proliferación de sucedáneos, así como-me temo-el hecho de que nos contentemos con ellos, constituyen la esencia misma de lo que se ha dado en llamar civilización».
Diorama virtual, 2019
Ya es Navidad. Ya no es Halloween. Ya es la Copa Davis. Ya es Navidad. Ya es el Black Friday. Ya ... more Ya es Navidad. Ya no es Halloween. Ya es la Copa Davis. Ya es Navidad. Ya es el Black Friday. Ya es la investidura. Ya es el Cyber Monday. Ya es la Cumbre del Clima. Ya es Navidad. Ya son las rebajas de enero. Ya es Nochevieja. Ya es la San Silvestre Vallecana. Tenemos que comprar uvas. Ya es Año Nuevo. Ya es la investidura. Ya no son elecciones. Ya son las rebajas de enero. Ya no es Navidad. Ya vienen Los Reyes. Ya ha venido Papá Noel. Ya no es Navidad. Ya son las rebajas de enero. Ya hay sentencia. Ya es la cuesta de enero. Ya tenemos que cumplir nuestros propósitos para este año. Ya son las rebajas de enero. Ya es el Blue Monday. Ya es San Valentín. Ya son los Oscars. Ya es primavera.
Diorama virtual, 2019
1 de noviembre de 2019 Hay imágenes creadas para no ser vistas e imágenes que existen, precisamen... more 1 de noviembre de 2019 Hay imágenes creadas para no ser vistas e imágenes que existen, precisamente, por su invisibilidad. Los planos de una casa, por ejemplo, son imágenes que no se ven. Tampoco vemos los almacenes donde se guarda todo aquello que compramos a diario. Los utensilios de poda de un jardín no se ven en dicho jardín, ni las redes con las que se pesca. El filtro de un acuario; el motor de un coche; la transformación de una oruga en mariposa; la fecundación de un óvulo tras la copulación; el aire que entra en nuestros pulmones; una ausencia, la violencia o el cáncer no se ven, pero sí sus consecuencias. No se ve cómo se fabrica la ropa que llevamos ni la impresión de un libro. Hay imágenes que ya no se ven, como La Gioconda o La noche estrellada de Van Gogh. Otras, en cambio, pasan casi desapercibidas, como Jeune garçon au cheval de Picasso. Los bocetos de una obra se crean para no ser vistos; se guardan perezosos y pacientes hasta que alguien perturba su intimidad y los expone, dejando al descubierto los errores, miedos, vergüenzas y angustias del artista. Hoy no vemos lo político porque tenemos exceso de política, ese conjunto de pantomimas y cruce de insultos, contraargumentos y demás protocolos inmorales. Todavía nos cuesta ver la homosexualidad, el sida, la depresión o la pobreza. No vemos a nuestro vecino cuando barre las calles, ni al ejército de personas que limpian las oficinas antes de la hora de apertura. No vemos a los repartidores de comida ni a quienes transportan cientos de miles de paquetes al día. Ellos mismos son, usando a Marc Augé, no lugares. No vemos a quienes conducen los autobuses, pilotan aviones o ejecutan cada una de las maniobras necesarias para que los sistemas de transporte funcionen. No vemos la energía que consumimos con el uso indiscriminado de Internet y las redes sociales. No vemos a las kellys ni al recepcionista del hotel. No vemos al sintecho pero podemos ver su mirada. No vemos lo que ve pero podemos imaginar su vacío, su paranoia, su desconexión. No vemos las historias que existen a nuestro alrededor a pesar de ser sus cómplices. Tampoco vemos la Historia porque esta no tiene imagen. Por eso pintamos, dibujamos y lo fotografiamos todo, para intentar despedazarla y convertirla en algo tangible, en algo accesible, en algo mensurable.
Diorama virtual, 2019
Casi todos los días paso por delante de una pegatina, descolorida y notablemente rasgada, con el ... more Casi todos los días paso por delante de una pegatina, descolorida y notablemente rasgada, con el emblema del Atlético de Madrid y la leyenda «El escudo no se toca». Desde que surgiera la polémica con su rediseño me hago la siguiente pregunta: ¿por qué nos creemos poseedores de las imágenes que nos rodean, como si las hubiéramos creado nosotros o hubieran sido producidas para nosotros? Casi todos los días nace una nueva Gioconda ante los ojos, físicos o digitales, que la contemplan, la manipulan, la tergiversa, la reinventan, la repitan. Quizá estemos presenciando la desaparición de una imagen de tanto usarla, de tanto sobarla y manosearla, de tanto volcar en ella nuestra esquizofrénica existencia. Es como el colapso de una estrella que se engulle a sí misma. Y casi todos los días sufrimos el engaño de lo que vemos. Nos ocurrió con los lazos amarillos en Cataluña, que en su origen fueron la identificación de la Federación Española de Asociaciones de Espina Bífida e Hidrocefalia (FEBHI); a su vez, de fundaciones estadounidenses llamadas Yellow Ribbon, en solidaridad con los veteranos de guerra; también de un proyecto para la protección de perros con problemas de socialización, The Yellow Dog Project; y, así, un largo etcétera. También experimentamos un autoengaño cuando difundimos por las redes sociales la silueta de un pez para recordar a Gabriel Cruz tras su asesinato, sin ser consecuentes del pasado iconográfico de dicha silueta dentro de la religión católica. El escudo sí se toca porque las imágenes son un servicio público, a veces creadas de manera altruista y otras, quizá las que más, de manera interesada ya sea económica o ideológicamente hablando. El escudo sí se toca porque necesitamos adaptar nuestros relatos visuales a la historia presente y porque, aunque suene demasiado obvio, ese escudo en sí mismo es el resultado de múltiples rediseños anteriores a nuestro propio nacimiento. En este sentido considero fundamental la figura particular del paradiseñador-así se autodenomina-Óscar Guayabero, quien sostiene la importancia de hacer diseño desde una periferia (no) práctica de la profesión, es decir, desde su activación conceptual y reflexiva. Será de visita obligada la exposición que ha comisariado sobre Victor Papanek en el Museu del Disseny de Barcelona y que se inaugura el próximo 30 de octubre. Al terminar el curso, durante mi etapa docente, descubrí que mi metodología se consideraba como demasiado filosófica. Y yo me pregunto: ¿qué es una imagen sino pensamiento explícito?
Diorama virtual, 2019
Mucho se ha hablado y se habla de la profesionalización del sector cultural, que vive siempre en ... more Mucho se ha hablado y se habla de la profesionalización del sector cultural, que vive siempre en una estandarizada e interesada precariedad. Yo mismo he estado implicado directamente en su defensa, de manera corporativa, hasta que comprendí que no eran mías dichas ideas y que, en realidad, solo prestaba mi voz para favorecer los intereses de otros. Con otros no me refiero a compañeros, sino a estamentos políticos y empresariales que se benefician directamente de nuestro pesimismo, maleabilidad, conformismo, dejadez o falta de compromiso. El sector cultural, creo, ha ido a la deriva buscando su propia identidad y escuchando cantos de sirena desde la desaparición de los grandes mecenas, que garantizaban una vida tan bohemia como elitista. Primera paradoja. Respecto a lo último, creo que confundimos a la élite-entendida como minoría-que piensa, gestiona o hace bienes culturales, y el acceso democrático a estos mismos. No es creíble el discurso en el cual homogeneizamos de forma tajante al ser humano y consideramos que todo individuo es capaz de aportar valor mediante la pintura, la escultura, la escritura, el cine, etc. Quienes crean han adquirido un conocimiento y una intuición específicos. Ahora bien, el acceso a dicho conocimiento y a los propios bienes, sí debería ser universal, algo que tampoco garantizaría que cualquier persona fuera capaz de pintar el próximo Guernica o escribir la próxima Ilíada. La subida del precio de las entradas en los grandes museos españoles, por ejemplo, sí es discriminatoria y clasista. Yo también sé, parafraseando a Julio Anguita, de qué lado de la trinchera estoy y sé que tenemos un enemigo común. El malo. Pero exactamente el malo es lo que estamos redibujando poco a poco: la profesionalización. Partiendo de la lectura de Jorge Moruno y sus dos libros complementarios-La fábrica del emprendedor y No tengo tiempo, ambos publicados por AKAL-, no me siento cómodo con la idea de profesionalizar todas y cada una de las figuras artísticas. En este sentido, lo profesional estaría ligado a la mercancía, al rendimiento, la eficacia, el alcance de objetivos económicos, el cumplimiento de una jornada laboral… ¡Espera! Los artistas no queremos horarios, no queremos jefes, no queremos… no queremos todo aquello que implica la institucionalización de una actividad. Así pues, vivimos entre la ya actividad profesional, sin necesidad de reivindicación alguna, por invertir nuestro capital y desarrollar un producto concreto, y el anhelo de no someternos a las leyes de la oferta y la demanda. Segunda paradoja. Me decía Mar hace unos días que tenía serias dudas respecto a cómo se está instrumentalizando la creatividad, por qué nos lanzamos voluntariamente al sometimiento de nuestras pasiones bajo el yugo del capitalismo. Estoy de acuerdo con ella. Los cantos de sirena nos persiguen.
Diorama Virtual, 2019
Llega a mis manos el último libro del profesor estadounidense W. J. T. Mitchell, La ciencia de la... more Llega a mis manos el último libro del profesor estadounidense W. J. T. Mitchell, La ciencia de la imagen (2019), publicado por AKAL, y resurgen en mí viejos y nuevos fantasmas relacionados con la esfera de lo visual. Apenas he tenido tiempo para ojearlo con detenimiento, pero si hoy creemos necesaria una ciencia que dé sentido y forma a las imágenes será porque estas aún suponen un quebradero de cabeza para el ser humano. Quizá no haya mejor asunto que la naturaleza de las imágenes para escribir mi primera columna en este periódico. Leo una entrevista a Gerard Piqué: «El mundo del fútbol es un espectáculo. Todo es una farsa». Después me encuentro con el fotógrafo Chema Madoz diciendo: «Una duda abre puertas, una certeza las cierra». Las imágenes nos mienten y nos ayudan a descubrir la verdad al mismo tiempo. Las imágenes se nos escapan, nos insultan, nos agreden, nos masturban, nos hacen cosquillas, nos disfrutan y son disfrutadas. Las imágenes son indiferentes y son autoritarias, nos exigen atención, precaución, acción, puñetazos, caricias. Las imágenes son siempre anacrónicas, pertenecen al pasado y su conservación, por el medio que sea, es una morgue insensata de recuerdos ajenos, de ficciones aleatorias que discurren en realidades paralelas, esas que tanto le gustan a Murakami. Las imágenes se sitúan en una frontera, en el mismo cruce donde está Paul B. Preciado. Porque él mismo es una imagen de muchas cosas; con dos certezas y dos mentiras, o más. Porque él sabe que todo es una farsa, que todo es un juego de espejos comprometidos por ideologías, apostillas binarias que se disuelven en la historia como una pastilla efervescente en un vaso con agua. En este escenario, no es de extrañar que, como hacedor de imágenes, uno tenga el temor perpetuo de no estar de acuerdo con su propia producción. No hablo de me gusta o no me gusta, sino de un verdadero rechazo por aquello que hizo en un pasado no muy lejano. Porque uno muta y se transforma mientras las imágenes, en sí mismas, permanecen y prevalecen. Sucede lo opuesto al retrato de Dorian Gray; las imágenes se ríen de nuestra condición caduca y se libran de la muerte por causas naturales. La iconoclasia no es más que un suicidio colectivo. Nunca supe ni imaginé cómo sería escribir para un periódico. Quizá algún día cuente cómo llegué hasta aquí. Aunque, me temo, eso también será una farsa.
Diorama virtual, 2019
Dalí me dijo un día, mientras almorzábamos en su finca de Cadaqués, que tenía que viajar a Nueva ... more Dalí me dijo un día, mientras almorzábamos en su finca de Cadaqués, que tenía que viajar a Nueva York, que de allí volvería con todo lo que necesitaría para seguir con mi vida. En aquel momento, un poco incrédulo por sus palabras, le dije: «Nunca me he fiado demasiado del surrealismo». Sin esperarlo, Dalí alzó su voz, dándose por aludido con aires de ofendido y me dijo: «Yo no soy surrealista, soy superrealista». Como era de esperar, seguí sin entender gran cosa, pero dejé que siguiera con su conocida incontinencia verbal. «Nueva York es superrealista. Allí todo es posible. Allí sucede cualquier cosa. Y eso es lo más realista que existe. Yo, Salvador Dalí, he viajado muchas veces a esa ciudad. Lo que la gente no sabe, es que la mayoría de esas veces lo hice con un nombre falso y dejando sin peinar mi bigote. Yo, Salvador Dalí, he caminado por esas calles colmadas de luz, de imágenes parpadeantes, de cuerpos humanos que nunca descansan, que se disfrazan sin importar que haga sol y llueva. Y yo, el más superrealista de los superrealistas, quise convertir esa ciudad en mi gran obra. Lo que la gente ignora es que lo conseguí». El té que tenía encima de la mesa aún estaba ardiendo y no podía disimular mi silencio, ni mi cara de horror y entusiasmo al mismo tiempo. Dalí miraba a su alrededor esperando algún tipo de reacción por mi parte, fundamentalmente de tipo verbal. Primero tragué saliva para humedecer mi garganta. Pensé: «Yo no soy superrealista, no entiendo nada del superrealismo. En cambio, Dalí me está diciendo que viaje a Nueva York». Por fin escuché mi voz: «De acuerdo, viajaré a Nueva York». «¡No!», se apresuró a contestar. «No es suficiente con que viajes a Nueva York. Yo, Salvador Dalí he creado allí mi gran obra. Eso es lo que debes ir a ver. Yo, Salvador Dalí, he reunido allí pantalones cortos y sudaderas con capucha; edificios sin ventanas y estatuas desnudas; luz por la noche y algunas sombras de color púrpura. Yo, Salvador Dalí, nunca he querido parecerme a Caravaggio. Esta mosca no me deja en paz. Yo, Salvador Dalí…». Dejó de hablar, o al menos yo dejé de oírle, pero no me atreví a interrumpir su mirada. Estuve allí sentado durante un rato, intentando comprender a qué se refería. Mi té ya estaba frío. Pero viajé a Nueva York.
El pasado día 1 de febrero, Netflix estrenó a nivel mundial el largometraje Velvet Buzzsaw, una p... more El pasado día 1 de febrero, Netflix estrenó a nivel mundial el largometraje Velvet Buzzsaw, una película cargada de ironía, toques de humor y una dosis extraña de cine de terror. En definitiva, la película dirigida por Dan Gilroy es tan difícil de catalogar y clasificar como el propio arte al que hace referencia. No obstante, se pueden extraer ciertos detalles de gran interés que nos permitirán una reflexión en torno a las bellas artes, tanto en su quehacer individual como en su acepción de aparato social, más allá de una mera reseña de la película.
Una exposición es un aparato representacional en sí mismo. Nos habla de algo que ya sucedió, que ... more Una exposición es un aparato representacional en sí mismo. Nos habla de algo que ya sucedió, que no sucedió, que (no) sucede o que quizá (no) suceda. Su carácter performativo interpreta, articulando un discurso propio y afín a un pensamiento concreto. El acto expositivo, pues, está sujeto a tensiones y equilibrios que tratan de sostener una narrativa que se sitúa en, al menos, dos polos temporales distintos al tratar de maridar lo acontecido con lo que acontece, combinando la memoria del pasado con el pensamiento del presente.
Lo que intentaré realizar en este breve texto, a partir de la visita a la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, una de las exposiciones en Madrid con mayor número de visitantes en 2018 y que ha experimentado varias prórrogas hasta superar el año de duración, es apuntar algunas de las particularidades y problemáticas que conviven, en general, con cualquier acto expositivo.
Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos q... more Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde ellos transitan. Marc Augé Recuerdo que fui al barrio del Carmen (Valencia) con la intención de catalogar aquellas huellas o registros que me invitaran a pensar en la presencia de las personas en el espacio público. Quería fotografiar grafitis, rótulos, carteles, textos anónimos que me trasladaran a un pasado no muy lejano, pensando en quien o quienes hubieran elaborado esas imágenes con futuro incierto. No obstante, y para mi sorpresa, cuando edité dichas fotografías con mi ordenador, pude advertir que las personas que en aquel momento transitaban por la calle se desvanecían, se disolvían ante mis propios ojos, se diluían no en el espacio sino en un tiempo fotográfico. Las figuras captadas por la cámara se convirtieron en seres fantasmagóricos que vaticinaban su impermanecia en el lugar que ocuparon de forma precaria. Así, mis intenciones por catalogar las pinturas rupestres de la era contemporánea quedaron eclipsadas al observar la alteración que ha sufrido la relación entre el ciudadano y la ciudad que habita. Ahora somos transeúntes de un mundo convertido en no-lugar; el entorno es ajeno a nuestra experiencia vital; nuestro objetivo es migrar sin salir de nuestro hábitat. En países árabes, sobre todo, como Egipto, las personas aún tienen la costumbre de estar en el espacio público. La calle es su refugio, el espacio para las relaciones humanas donde existe posibilidad de intercambio, de comunicación, de convivencia. El espacio urbano de estas regiones sigue manteniendo una estructura que facilita su habitar a diferencia de las megápolis modernas, pensadas para el movimiento, el cambio constante, los objetos dinámicos y contados espacios acotados donde se nos garantiza nuestra seguridad. En dichos países habría sido complicado plantear este trabajo, ya que el cuerpo vive en perfecta simbiosis con el lugar histórico. Ambos coexisten y se encuentran, se impregnan mutuamente de su pasado y dejan constancia el uno al otro de su permanencia en el tiempo. La quietud de los cuerpos en el presente no alborota su estancia en un tiempo venidero. En otras zonas del planeta, como en la que vivimos nosotros, el espacio público es de todos y, por tanto, de nadie. Hemos perdido la costumbre (y el derecho) de usarlos. La interiorización del miedo, la presunción de la existencia de una amenaza exterior, el consumismo o una arquitectura planteada y
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Papers by Víctor Meliá De Alba
Lo que intentaré realizar en este breve texto, a partir de la visita a la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, una de las exposiciones en Madrid con mayor número de visitantes en 2018 y que ha experimentado varias prórrogas hasta superar el año de duración, es apuntar algunas de las particularidades y problemáticas que conviven, en general, con cualquier acto expositivo.
Lo que intentaré realizar en este breve texto, a partir de la visita a la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, una de las exposiciones en Madrid con mayor número de visitantes en 2018 y que ha experimentado varias prórrogas hasta superar el año de duración, es apuntar algunas de las particularidades y problemáticas que conviven, en general, con cualquier acto expositivo.
Por este motivo, es importante ofrecer al alumnado un punto de inicio y los
conocimientos básicos sobre la historia de las ideas y cómo traducirlas en un producto final. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de saber esquivar los bloqueos que acontecen durante el proceso creativo, algo que nos inquieta particularmente.
Hasta la fecha, los alumnos del Grado de Ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo de Producto han manifestado fervientemente sus ganas por ser creativos, por tener más y mejores ideas, por conocer los pasos que deben seguir hasta llegar a un resultado final que les complazca. No obstante, son pocos los que conocen en profundidad todo el entramado psico-social que envuelve a la gestación de nuevos diseños. Teniendo contacto ya con el mundo profesional, ya sea gracias al programa de prácticas en empresa o a puestos de trabajo fijos, el último empujón que necesitan es, por así decirlo, volver al punto inicial, al origen de nuestra profesión y comprender qué significa ser creativos y por qué es necesario. Ésta es la única manera de construir profesionales autónomos e independientes, capaces de gestionar sus propios recursos y conocimientos técnicos, así como los de un equipo de trabajo al completo.
Por este motivo, es importante ofrecer al alumnado un punto de inicio y los
conocimientos básicos sobre la historia de las ideas y cómo traducirlas en un producto final. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de saber esquivar los bloqueos que acontecen durante el proceso creativo, algo que nos inquieta particularmente.
Hasta la fecha, los alumnos del Grado de Ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo de Producto han manifestado fervientemente sus ganas por ser creativos, por tener más y mejores ideas, por conocer los pasos que deben seguir hasta llegar a un resultado final que les complazca. No obstante, son pocos los que conocen en profundidad todo el entramado psico-social que envuelve a la gestación de nuevos diseños. Teniendo contacto ya con el mundo profesional, ya sea gracias al programa de prácticas en empresa o a puestos de trabajo fijos, el último empujón que necesitan es, por así decirlo, volver al punto inicial, al origen de nuestra profesión y comprender qué significa ser creativos y por qué es necesario. Ésta es la única manera de construir profesionales autónomos e independientes, capaces de gestionar sus propios recursos y conocimientos técnicos, así como los de un equipo de trabajo al completo.