Juan Antonio Frago
Catedrático de Historia de la Lengua Española en las universidades de Málaga, Sevilla y Zaragoza, en las cuales además de docente ha dirigido una docena de tesis doctorales, en su mayoría sobre el español de América. Ha publicado más de doscientos cincuenta trabajos entre capítulos de libros y artículos en revistas nacionales y extranjeras, y una decena larga de libros sobre el castellano antiguo y clásico, sin olvidar el judeoespañol, el aragonés y la historia del andaluz, del canario y del español americano, entre ellos Toponimia del Campo de Borja (1980), Un autor aragonés para los “XXI libros de los ingenios y de las máquinas” (1988), Historia de las hablas andaluzas (1993), Andaluz y español de América. Historia de un parentesco lingüístico (1994), Goya en su autorretrato lingüístico (1996), Historia del español de América. Textos y contextos (1999), Textos y normas. Comentarios lingüísticos (2002), y en Santiago de Chile El español de América en la Independencia (2010). En 2005 publicó El Quijote apócrifo y Pasamonte y en 2015 Don Quijote. Lengua y sociedad.
Es miembro de número del Instituto de Estudios Canarios, académico numerario de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, académico correspondiente por Aragón de la Real Academia Española y académico correspondiente por España de la Academia Chilena de la Lengua. Ganó el Premio Internacional de Investigación “Andalucía y América” (IV edición), convocado por la Junta de Andalucía (1990), y la Universidad de Chile lo distinguió con el nombramiento de Doctor Honoris Causa (2011).
Creó la asignatura de El español de América en la Universidad de Zaragoza (1978) y después en la de Sevilla (1986), las primeras en que se impartió en España esta disciplina, hasta entonces mero apartado dialectológico sin apoyo en documentación original; y la de Historia de las hablas andaluzas en la Universidad hispalense, disciplina de la que asimismo fue su primer docente, y que ni siquiera existía en los programas de las otras universidades andaluzas.
Asimismo fue el primer filólogo en acudir a archivos para el uso lingüístico de sus fondos, el General de Indias de Sevilla, los de Protocolos Notariales hispalense, de Cádiz y de Las Palmas de Gran Canaria, los municipales de Málaga y de La Laguna (Tenerife) y el de la Real Chancillería de Valladolid.
Es miembro de número del Instituto de Estudios Canarios, académico numerario de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, académico correspondiente por Aragón de la Real Academia Española y académico correspondiente por España de la Academia Chilena de la Lengua. Ganó el Premio Internacional de Investigación “Andalucía y América” (IV edición), convocado por la Junta de Andalucía (1990), y la Universidad de Chile lo distinguió con el nombramiento de Doctor Honoris Causa (2011).
Creó la asignatura de El español de América en la Universidad de Zaragoza (1978) y después en la de Sevilla (1986), las primeras en que se impartió en España esta disciplina, hasta entonces mero apartado dialectológico sin apoyo en documentación original; y la de Historia de las hablas andaluzas en la Universidad hispalense, disciplina de la que asimismo fue su primer docente, y que ni siquiera existía en los programas de las otras universidades andaluzas.
Asimismo fue el primer filólogo en acudir a archivos para el uso lingüístico de sus fondos, el General de Indias de Sevilla, los de Protocolos Notariales hispalense, de Cádiz y de Las Palmas de Gran Canaria, los municipales de Málaga y de La Laguna (Tenerife) y el de la Real Chancillería de Valladolid.
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Papers by Juan Antonio Frago
En la argentina Bahía Blanca, entonces apena una aldea, continuaría sus pesquisas de naturalista, pero también vivió de cerca la guerra de exterminio, así la considera, del ejército del general Rosas contra el indio, con algún detalle de violencia que recuerda episodios vividos en los enfrentamientos por la independencia de la América continental.
Fe de erratas:
Primera columna, línea 3: 1493-1494, debe leerse '1593-1594'.
Tercera columna, último párrafo, línea 26: 'decenios', debe leerse 'decenas'.
En este artículo se señala cómo la presencia de frailes capuchinos aragoneses en Cumaná y zona litoral colombiana del Caribe, redundó en la constitución de tres americanismos léxicos de estirpe aragonesa en esas zonas. Así como que el término 'zaragozo' es un chilenismo que recuerda la fecunda huerta de la Zaragoza, capital de Aragón.
En la argentina Bahía Blanca, entonces apena una aldea, continuaría sus pesquisas de naturalista, pero también vivió de cerca la guerra de exterminio, así la considera, del ejército del general Rosas contra el indio, con algún detalle de violencia que recuerda episodios vividos en los enfrentamientos por la independencia de la América continental.
Fe de erratas:
Primera columna, línea 3: 1493-1494, debe leerse '1593-1594'.
Tercera columna, último párrafo, línea 26: 'decenios', debe leerse 'decenas'.
En este artículo se señala cómo la presencia de frailes capuchinos aragoneses en Cumaná y zona litoral colombiana del Caribe, redundó en la constitución de tres americanismos léxicos de estirpe aragonesa en esas zonas. Así como que el término 'zaragozo' es un chilenismo que recuerda la fecunda huerta de la Zaragoza, capital de Aragón.
(Con el parentesco andaluz del mexicano "Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca": pp. 95-97).
Las independencias hispanoamericanas son motivo plenamente justificado de una gran producción bibliográfica, de la que han sido ajenos los historiadores del español, a pesar de que resulta de todo punto necesario conocer el estado lingüístico de América a finales del período colonial. Su evolución hasta el momento actual no se podrá determinar si no se conocen las diferencias del español americano respecto del de la metrópoli desde las décadas prerrevolucionarias, así como los rasgos idiomáticos que por entonces eran generales entre los hispanoamericanos, o las peculiaridades que regionalmente los distinguían.
El español de América en la Independencia constituye la primera aproximación global desde la perspectiva del filólogo a aquellos cruciales años, cuando ya se tenía conciencia lingüística identitaria y se sentía el papel social del idioma. En el escenario que se descubre palpita un protagonismo multiétnico y pluricultural, de criollos y mestizos, de indios ladinos, de negros y mulatos que actúan condicionados por circunstancias históricas y por la diversa e inabarcable geografía americana, en un ambiente sociolingüístico en el que la tradición y la innovación se hermanaban.
Todo comienza con la inclusión en el Quijote de 1605 de un ruin personaje, Ginés de Pasamonte, condenado a galeras por sus crímenes, que, liberado por el caballero andante, responde con la ingratitud y la ofensa al favor recibido. Se vio así injustamente tratado un Jerónimo de Pasamonte, soldado como Cervantes en Lepanto y en otras contiendas, dieciocho años esclavo de los turcos y de desdichada existencia, que, sin embargo, nada tiene que ver con la picaresca, con la cobardía ni con el deshonor, tachas que algunos cervantistas han querido ver en su figura, sin pruebas que convenzan. Pues bien, aprovechando la tardanza de Cervantes en dar continuidad a su libro de 1605, el que firmaría como Avellaneda saca a la luz otra novela quijotesca y ajusta cuentas así con su antagonista.
Se queja Cervantes en 1615 del hurto literario que ha sufrido y responde desabridamente a los ataques recibidos, estando presente Avellaneda en el prólogo y en los capítulos finales de su libro, y en el centro del mismo un maese Pedro por el autor señalado como Ginés de Pasamonte, ya de reconocida naturaleza aragonesa. Cervantes sin duda estaba al corriente de quién había entrado a saco en su universal tema novelesco y también de que Avellaneda era nombre fingido, y aragonés quien lo usó. Con mayor claridad no pudo afirmar, refiriéndose al Quijote apócrifo, que esta segunda parte no fue «compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas».
¿Quién lo sabría mejor que el escritor robado? Sin embargo, la crítica ha defendido tanto la autoría de Jerónimo de Pasamonte como los más dispares autores. Que Avellaneda pueda identificarse con cualquier escritor castellano es algo que no resiste el menor análisis, ni lingüístico ni argumental. De toda evidencia es que Avellaneda fue Pasamonte, inconfundible en su español regional de Aragón, de extracción rural y soldado, con cinco años de estudios gramaticales a cuestas. Pasamonte trazó el argumento de su novela a base de convertir en ficción literaria hechos en los que él había tomado parte o de los que era buen conocedor. Muchas son las situaciones reales hechas materia novelesca por él, pero las más llamativas conciernen a la aventura del melonar de Ateca, basada en un suceso histórico bien documentado, y a Antonio Bracamonte, el soldado de Flandes, personaje de carne y hueso, y no sólo literario como se había creído, que acabó sirviendo dos años en una guarnición del Pirineo aragonés, después de una vida de aventuras por los escenarios bélicos de Europa.
A todos los que en diferentes niveles formativos acceden a la enseñanza del español americano y a los que hacen sus primeras armas en su estudio dedicamos este libro, hecho con meditada intención didáctica, orientación que no exime del rigor, sino todo lo contrario, a sabiendas de que no puede ser una obra cerrada ni definitiva, entre otras cosas porque es mucho lo que falta en el conocimiento del español de América, y porque la bibliografía que le concierne en buena parte es temáticamente fragmentaria y metodológicamente muy heterogénea. Nosotros, cada cual con la responsabilidad de su trabajo, llevamos ya muchos años de contacto personal y científico y hemos procurado dar una visión suficientemente amplia del problema americanista, con descripción y explicación, atentos a lo que pensamos ha de ser su tratamiento en determinados puntos fundamentales del mismo, y al provecho de lectores diversos, entre los cuales quizá no falten algunos especialistas en la materia.
Frago Gracia se ha ocupado de los Capítulos I y II, en los cuales se abordan aspectos teóricos y metodológicos sobre la gestación y el desarrollo del español de América, con sus causas y concausas, así como la cuestión léxico-semántica del indigenismo y del americanismo, en la cual diacronía y sincronía se enlazan sin solución de continuidad, hallándose en ella también ejemplares muestras de cómo la lengua de los españoles se adecuó a la compleja realidad de América y de cómo éstos y sus descendientes criollos asimilaron formas de las culturas amerindias. Franco Figueroa escribe los Capítulos III y IV, con la descripción lingüística en sus distintos niveles, relacionada asimismo con la diferenciación regional, y sin perder de vista el fenómeno del contacto de lenguas, el trascendental proceso de aculturación experimentado por tantos indígenas y lo que de ello se traduce en políticas lingüísticas actuales. Sigue un Capítulo V con varios comentarios lingüísticos, algo que no por novedoso en esta clase de obras resulta menos necesario, cada uno identificado con las iniciales del respectivo analista.
El análisis del códice palmariamente descubre que fue escrito, antes de la copia conservada, por quien era de naturaleza aragonesa y hablaba español regional culto del siglo XVI. Este genial personaje practicaba la ciencia aplicada y era humanista según el terenciano principio “humanus sum, humani nihil a me alienum puto”. Tenía en cuenta la realidad lingüística, principio filológico del Renacimiento, y distinguía entre el extranjerismo y el hispanismo léxico, reconocía el aragonesismo y lo doblaba sinonímicamente con el correspondiente castellanismo, con despierto criterio dialectológico, reconociendo bien lo que era uso regional y castellano estándar, con definiciones de notable precisión semántica de máquinas e instrumentos de trabajo manual. En suma, un autor de la mejor solera humanístico-renacentista europea.
Trazado de la estratigrafía léxica en el contexto geográfico del Occidente aragonés, de dominio tradicionalmente castellano, para verificar de qué modo ha operado en dicho territorio el proceso de castellanización en el campo léxico, así como para analizar algunas incursiones comparativas en el interior del común acervo léxico navarroaragonés.
Tanto más se hacía sentir la falta de estudios lexicológicos que investigaran sobre este marco geográfico, tomado a priori como unidad espacial metodológica, cuanto que dentro de nuestra región el río ibérico es, sin ningún género de duda, el mejor conducto comunicante entre los ámbitos lingüísticos castellano y catalán. El hecho de servir esta franja ribereña de nexo de unión entre las dos grandes parcelas iberorrománicas, que en ella se encuentran sin apenas gradación, le confiere especial relevancia como punto de referencia en una coordenada diacrónica. Disponemos, pues, del contexto espacial adecuado para rastrear el comportamiento y la vida de un léxico dialectal sometido durante siglos a la presión de dos bloques lingüísticos laterales, compactos y de identidad bien definida.
https://zaguan.unizar.es/record/88178?ln=es
Resumen de la conferencia que el cartel indica, en la cual se trató del papel que vecinos de la localidad aragonesa de Magallón (Zaragoza) tuvieron en la fundación de un núcleo habitado de Panamá, de igual nombre, y de otros del mismo topónimo en tierras mexicanas, de Michoacán y de Jalisco.