Puan

Fazer download em docx, pdf ou txt
Fazer download em docx, pdf ou txt
Você está na página 1de 8

PUAN por Tomás Guarnaccia

CUENCOS Y BOLITAS
Puan, como se le llama coloquialmente a la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, es el lugar de
Marcelo Subiotto. Y hay que decir su nombre completo porque en esta película su rol no se
circunscribe únicamente al de darle cuerpo y voz a un ser ficcional. Este texto podría llamarse “Elogio
a Marcelo Subiotto” y fundamentos no faltarían para ello. Lo que vimos de su presencia enternecedora
en Ciegos, de su derroche de lirismo barrial varonil en La larga noche de Francisco Sanctis, de su
aura de buen tipo herido en La deuda y de su carisma servicial en La luz incidente, encuentra una
síntesis melancólica y profundamente porteña en Puan, la película.
Tras el fallecimiento del jefe de la cátedra en la que trabaja, el profesor de filosofía política que
interpreta Subiotto se enfrenta a un vacío con dos pendientes: por un lado, el duelo por la muerte de un
gran amigo y, por otro, el vislumbramiento de que su lugar en Puan corre peligro. Él pertenece ahí.
Afuera de ese micromundo el más mínimo contratiempo lo limita, lo censura, lo convierte en un
animal torpe e inseguro que parece preferir dejarse tragar por la tierra antes que exponerse a una
situación que dispare un mínimo de ansiedad. Dentro de las aulas es un artista, un performer, un tipo
que se da con alegría porque profesa la felicidad de compartir aquello que lo apasiona: el
conocimiento. Por esto, en los engranajes narrativos de Puan, las distintas peripecias alrededor de la
lucha por la jefatura vacante de la cátedra son un motor que gira al ritmo de la comedia para traccionar
un drama del desamparo: ¿a dónde ir o qué hacer cuando el lugar que uno ha adoptado como propio (y
que lo ha adoptado a uno en cambio) se disuelve frente a los ojos?
Si hay una primera cosa llamativa de Puan es que se corre de los preconceptos que se pueden tener
de sus directores y guionistas, debutantes como dúo en esta película. Desde que se iniciaron por
separado en el largometraje, María Alché y Benjamín Naishtat trabajaron propuestas estéticas con
huellas personales que dan cuenta de una amplia libertad creativa que puede comprobarse en títulos
como como Familia sumergida y Rojo. Esta nueva película, constituye para ellos un primer intento
por hacer cine con ambiciones comerciales. En el género predominante que hace de guía (comedia),
las estrellas e intérpretes de renombre en cartel (de Leonardo Sbaraglia a Andrea Frigerio, pasando por
Julieta Zylberberg) y la estructura dramática clásica, se detecta el cumplimiento de algunos requisitos
de mercado que demarcan, como señales en un sendero, una estética. Puan tiene varios números
comprados para apostar a ser la comedia argentina del año, un trono que en años precedentes
ocuparon films dirigidos por Ariel Winograd o Marcos Carnevale y que la productora Infinity Hill,
comandada por Axel Kuschevatzky, Phin Glynn y Cindy Teperman, parece lanzada a disputar. El
prejuicio indicaría que con Puan estamos frente a una versión arribista, intelectual y sofisticada de un
territorio estético diseñado para el éxito ajeno a sus realizadores (el horrendo trailer del film alimenta
esta noción). Pero aquí el cuidado del registro baila en armonía con la manera en la que Subiotto
sopesa las pequeñas desgracias y luces de su personaje. Hay una mirada que acompaña con cariño,
que permite apreciar cómo un cuerpo y un rostro exhiben el relampagueo de las preguntas simples,
hermosamente simples, que giran en torno a la problemática vital del conflicto.
La cámara siempre está alrededor de Subiotto. A dónde sea que vaya, la focalización del film va con
el actor. Su presencia en las escenas es una llave que abre claros para la observación. En uno de los
primeros planos de la película, el punto de vista se emplaza en su mirada que observa a una paloma
que merodea por su aula. La obnubilación patente en sus ojos se corresponde con unos planos
subjetivos cautivados por la nada y envueltos en un diseño sonoro encascado. Casi a los gritos, una
alumna le llama la atención para sacarlo de su ensimismamiento y hacerlo entrar en la película. En ese
rebotar entre estados se define buena parte del alma de Puan. Otra buena porción de su espíritu puede
palparse en la relación también oscilante de los personajes y los espacios.
A lo largo de la historia del cine argentino es sencillo comprobar la “mentalidad generalizada de
desterrados” que Juan José Saer le atribuye al rioplatense porteño. Puan, ahora, se suma a esta lista.
En la ciudad cuadriculada que se erige entre un río inaccesible y una pampa infinita, se forjó un
espacio cinematográfico particular que se hermana con el que tantas representaciones, cuentos y
1
canciones nos han narrado. Buenos Aires es la ciudad inescapable. Y quizás ese signo haya sido
ganado por una razón puramente geográfica, por ser un enclave rectilíneo en la encrucijada del río y la
pampa, por ser una urbe dueña de una topografía que impide la existencia de puntos de fuga hacia
espacios abiertos y también, quizás a causa de ello, toda posibilidad sincera de huída para sus
habitantes. Hay cierta constante: las turbulencias dramáticas que se suceden alrededor de la capital
argentina provocan un movimiento de ida y vuelta zigzagueante, como el que harían unas bolitas
arrojadas en un cuenco. Pero no cualquier cuenco, uno con un centro, al fondo, magnético e
irresistible. Buenos Aires encierra, pero cobija; expulsa, pero con ticket de retorno. Hasta en su oda a
la vuelta, Gardel advierte que no quiso el regreso. En este nuevo ejemplar, Puan es una porción de este
gran cuenco, es una parte por el todo que tiembla, es el escenario del amor de Subiotto que se
resquebraja bajo sus pies.
Hay determinadas partes de la experiencia humana que se confirman en sus límites más
insospechados. El deseo por una persona puede ratificarse en el momento exacto en que una cita
muere en un plante. El amor por una camiseta puede quedar sellado a fuego mientras se huye de los
tiros de goma de la policía a las afueras de un estadio. La pertenencia a una tierra puede quedar
asegurada cuando se escapa lejos de ese espacio. Y así, muchos otros capítulos de la vida. Hay
personas que pueden contar con los dedos de una mano a sus amores, sus deseos y los lugares de
pertenencia que han tenido a lo largo de su tiempo. Por eso, y por la fuerza de su irrupción muchas
veces aleatoria, estos momentos de clarividencia que denotan estar frente a un momento definitorio
son souvenirs privados de la intimidad, postales de una vida. Todo el mundo las tiene, pero pocos
conocen las de los demás. El deseo, el amor y la pertenencia son un tridente destacado de este
catálogo íntimo de experiencias. A su manera, Puan es una película sobre esas tres cosas y sobre la
sensación de clarividencia que acompaña a su descubrimiento.
En Puan, la opresión, manifestada en sus distintos grados, es el principal enemigo del deseo. Por
eso, hay que indicar un reparo: ya sea por inocencia o conveniencia, en esta película hay un uso
cómico de lo patético algo desligado de lo trágico. Marcelo Subiotto le pone el cuerpo a la serie de
desgracias y bajezas por las que atraviesa en su rumbo zigzagueante; su torpeza es activadora de gags
corporales, mientras que la precariedad de su seguridad es el detonador de situaciones absurdas. Todo
el registro cómico se incuba dentro de una película que sucede en la conflictiva Argentina de nuestros
días y que imagina un futuro cercano donde la fragilidad de las instituciones educativas públicas
encuentran un límite de destrucción verosímil, pero aún no alcanzado. Ese tema, como el de la muerte
del mentor y otros asuntos que refieren a la actualidad abismal argentina, son abordados con un halo
de seriedad y solemnidad ausente de los pasajes donde se busca extraer bromas. Hay pequeños chistes
recurrentes, como el de los docentes que se preguntan a cada rato si finalmente cobraron, u otros
acerca de la cotización del dólar, donde la comedia emerge como respuesta a la tragedia cotidiana.
Pero en líneas generales el deslinde entre el reino de la comedia y lo serio y sobrio, existe. Es como si
la opresión y la represión, llegada en su momento aparentemente inexorable como el grado último del
primer estado, merecerían otro tono. Sobrevuela la sensación de que los agentes enemigos del deseo,
espirituales y políticos, como así también los eventos que hunden la líbido bajo el peso de la angustia,
no pudiesen ser golpeados, procesados o regurgitados como chiste. Una mirada clemente puede no ver
en esto una inconsistencia, sino el sincretismo emocional y contradictorio del ser porteño: náufragos
muchas veces melancólicos y severos que saben disfrutar y reír de la desolación absurda que les tocó
en suerte.
Una cara de ese ser basculante es Marcelo Subiotto. Ante la crisis de existencia, primero simbólica y
luego material de su lugar en el mundo donde incuba su pasión y su amor, el deseo debe redefinirse.
Esta imagen, esta porción fracturada del cuenco es la parte de un todo llamado Argentina. Hoy, un
lugar en disputa, un territorio donde las representaciones y los consensos políticos basados en
nociones básicas del humanismo se ven borroneadas, no ya por la imposición de una tabula rasa, sino
por el barro y el ruido que confunde y camufla los horrores acechantes cada día más desenmascarados.
La misión primordial de nuestro tiempo no parece ser otra que trabajar por separar la señal del ruido.
2
Sobre el final de Puan, Marcelo Subiotto encuentra una instancia de clarividencia, una claridad
personal e íntima que ilustra que una vida imaginada en comunidad y en gracia con nuestras heridas es
posible. Ese plano es un pequeño triunfo del cine argentino contemporáneo.

PUAN (02) por Roger Koza


LOS AMIGOS DE LA SABIDURÍA
Un profesor de filosofía muere frente a cámara. La escena glosa el absurdo. Suena un tema hermoso
y feliz de Charly García y ese episodio ineludible interrumpe la canción. Corriendo, Eduardo Caselli
se desploma. En segundos, su conciencia se apaga para siempre. Que una comedia filosófica comience
con el acto de morir es lógico. Uno de los filósofos citados a lo largo de Puan es Martin Heidegger,
estrella del concepto del siglo XX. La finitud fue su tema, aunque desde los tiempos de Platón se ha
insistido en que filosofar es prepararse para la muerte.
El misterio de Puan radica en su amabilidad. El tono amable de los vínculos que se entretejen, las
reconocibles situaciones cotidianas, los escollos propios de un ámbito laboral zanjan cualquier
distancia: los momentos en los que se citan filósofos son accesibles y están coherentemente
entrelazados a otras acciones desligadas de la labor intelectual. Nadie puede espantarse ante una cita
de Rousseau o Hobbes. Son orgánicas al relato y lo definen indirectamente. La tradición del profesor
que interpreta magistralmente Marcelo Subiotto encastra su discurso en el temor; la del exitoso
profesor que llega del extranjero a cargo de Leonardo Sbaraglia prefiere las pasiones alegres de
Spinoza. Esa contienda define el temple de los antagonistas, quienes disputarán la dirección de la
cátedra del filósofo que murió en menos de un segundo. Son dos filosofías políticas en pugna.
Pero el relato de Puan no se articula en debates intelectuales. En la superficie de las escenas, lo
cómico define su desarrollo. Hay gags que nacen de pequeños accidentes, otros de instantes
embarazosos y también de equívocos lingüísticos que provocan la risa. Las palabras que dicen los
personajes han sido elegidas meticulosamente. Lo mismo sucede con el mobiliario, los atuendos, los
peinados y la forma de filmar los pasillos y paredes de Puan, donde funciona la Facultad de Filosofía
de la Universidad de Buenos Aires.
El timing es decisivo en cualquier comedia, y la pareja Alché y Naishtat jamás descuidan el ritmo y
los contrapuntos entre lo cómico y lo dramático. Es que, en verdad, Puan es también el invisible
trabajo del duelo que empieza a vivir Marcelo Pena (Subiotto) tras la muerte de su maestro. La escena
que transcurre en el escritorio de quien fue su guía filosófico revela el reverso de la comedia. A Pena
le duele la ausencia. ¡Qué actor descomunal es Subiotto! Puede vestirse de griego para animar un
cumpleaños de una de sus alumnas octogenarias, puede transmitir con todo su cuerpo la felicidad de
dar clases sobre aquello a lo que le ha dedicado la vida. Es un buen amigo de la filosofía, es también
un buen amigo a secas.
La delicadeza de Puan se puede detectar en las tres ocasiones fallidas en las que Pena está a punto
de cantar el tango “Niebla del Riachuelo”. Primero en la despedida de Caselli, después en un acto
escolar, por último, en la fiesta de cumpleaños ya aludida. Son avisos, la creación de una expectativa y
una laboriosa construcción de una emoción por venir. Cuando eso sucede, Puan honra estéticamente
el humanismo que sobrevuela cada escena. El cierre en iris después de que la canción acaba es la
gloria de Puan.
Pero Puan es también profética. La calma y la circunspección de Pena es un eje del relato. El otro,
inesperadamente, es el de una muerte anunciada (electoralmente), nacida del denuesto constante
propinado contra la educación pública por un discurso político feral. En un pasaje, el Banco Central se
vacía de dólares y las universidades públicas se quedan sin fondos, empezando por Puan. El sueño
húmedo de algunos no es otra cosa que la pesadilla de muchos. En el corazón de la comedia irrumpe
el presente con sus rasgos más venenosos. Comedias así son las mejores.

PUAN (03) por Nicolás Prividera


SE PUEDE CAMBIAR DE PASIÓN
3
El público aplaude al final de Puan, una película popular aunque no tenga que aclarar su título, ni
quién es ese Heidegger que se nombra más de una vez sin tener que explicar el chiste. No es poco
mérito para una película superar ese destino de “nicho”, sin tener por eso que resbalar en el trazo
grueso (aunque no falte humor escatológico). El suceso de Puan es lograr convertir una tragedia en
una comedia, paso que la película misma tematiza: su centro es un rito de pasaje, pero ante todo el
estar condenados a elegir.
Pero (a pesar y a través de las diversas clases que da su protagonista) el tema de Puan no es “la
filosofía” ni la vida universitaria sino “la política”, de un modo más amplio y genuino que el exhibido
en El estudiante (2011). Otro mérito para una película que podía recostarse sobre los lugares comunes
impuestos por la larga tradición de figuras docentes en el cine en general, y el argentino en particular
(de La maestrita de los obreros [1942] a El suplente [2022]), pero que no hace del dictado de clase la
“bajada de línea” tan criticada por los críticos del “cine de los ochenta”, sino una tensión filosófica
que ilumina un problema.
Los dos profesores enfrentados tienen como héroes de pensamiento a Hobbes y Spinoza, filósofos
que entienden la política como pasión, aunque para el primero esa pasión sea el miedo, mientras que
el otro enfrentó esas pasiones tristes con las alegres. Ese enfrentamiento borgeano no se resuelve sin
embargo con ninguna síntesis idealista, sino con un gesto notoriamente político: poner el cuerpo. En la
anteúltima escena, la ficción preanuncia una de las posibilidades que abre la actual contienda electoral
argentina mientras Puan se da en los cines: un gobierno de derecha deja a la universidad sin fondos, y
los profesores se unen en una clase pública que termina siendo reprimida (aunque sin sangre, y sin
otro detenido que el renacido protagonista).
Pero antes (también del final agridulce y melancólico del tango que dispone “amarrado al recuerdo /
te sigo esperando”), el otro profesor deja a la multitud una pregunta que la filosofía / política no
abandona: “¿Qué es un pueblo?”. Esa escena es a su modo la respuesta, y la película misma parece
una impugnación de aquel “Adiós al pueblo” que Gonzalo Aguilar proponía en su libro Otros
Mundos y luego en Más allá del pueblo. Porque sin pueblo no hay resistencia ni comunidad, como era
evidente en la absurda manifestación de Silvia Prieto, comedia que encubría una tragedia. ¿Hace
cuánto no veíamos, en cambio, una manifestación retratada sin sospecha o ironía en el cine argentino?
Tal vez por eso algunos críticos (como el inefable Quintín) insistan en decir que Puan es una
película “kirchnerista”, como lo hacían ya con Rojo (2018), cuando ese mote ya tampoco representaba
esa época. Son ellos los que se quedaron en el tiempo, luchando contra “una reivindicación maniquea
del mundo progresista”, mientras el fascismo los carcome por dentro y amenaza la Argentina tras 40
años de democracia. Puan muestra, en cambio, con todas sus contradicciones (las del protagonista y la
película misma) que –contrariamente a la famosa frase de El secreto de sus ojos (2010), que marcó el
acercamiento final entre generaciones de cineastas– se puede cambiar de pasión. Esta película
conjunta de María Alche y Benjamín Naishtat parece ilustrar (optando por la versión luminosa de ese
destino) la “muerte y transfiguración” del Nuevo Cine Argentino, que en sus mejores exponentes
vuelve a enlazar el cine argentino con su tradición.
Pues lo que cambian son los tiempos (visto que la anomia noventista está siendo arrasada por
vientos igualmente conservadores, pero ahora acompañados por militancias “libertarias” neofascistas),
y habrá que ver cuantos cineastas están a la altura del incierto porvenir. Porque el cine argentino sigue
en general tan perdido como la crítica, como el antecitado cuando afirma que algunos cineastas
argentinos “bastardean sus propias películas politizándolas” (El Amantein a nutshell), u otro ahora
enfrentado a la misma escuela pero que sin embargo señala (sin ver su propia contradicción)
que Puan “es casi un milagro: hace que todo lo que hace años era muy malo en el cine argentino ahora
sea excelente”.

CRITICA Y RISA por Roger Koza


Puan y Estertor. No son las únicas dos comedias que se podían citar, pero sí son las más directas y
precisas. El género más difícil y menos valorado puede ser el más indicado y arriesgado para
4
intervenir en el imaginario reaccionario que vuelve cada tanto y se establece como sentido común. En
los inicios de la década de 1940, Chaplin decide ridiculizar a Hitler y su proyecto de exterminio y
conquista. Con su fama a cuestas, sabiéndose el representante universal de los desposeídos, el cómico
rivaliza con el dictador. El denuesto alcanza su apoteosis en el instante en que emite sonidos
estridentes concentrándose en los gestos del líder de los nazis y su habla jeringonza. Es una teatralidad
no exenta de delirio e infantilismo, una forma de la oratoria aún vigente. Entre nosotros no hay un
Chaplin, y a quien podría canalizar su temeridad ya ni siquiera se lo ve como antes en la televisión. Se
ha conformado con hacer una simpática gira teatral por varias ciudades del país acompañado por una
periodista inteligente con quien mantiene una conservación para desplegar su ingenio verbal y
sagacidad crítica ante todo. Sin embargo, algunas comedias recientes han recogido tangencialmente el
desorden simbólico que caracteriza la vida pública en un país como el nuestro extenuado por su
economía desamparada y asimismo saturado por signos que no pueden desembocar en una renovación
de la vida democrática.
Puan, la más conocida, cuyo éxito sorprende incluso a sus responsables, arriba inesperadamente en
su desenlace a exponer las consecuencias de un prejuicio laboriosamente labrado por intereses de un
sector social que suele menospreciar la educación pública. Que María Alché y Benjamín Naishtat
hayan imaginado cómo sería la distopía en ciernes del fin de la universidad pública en una comedia
que parece estar ceñida al duelo de su personaje principal constituye un giro de lucidez de cómo
pueden tejerse temas y subtemas en una película en la que ni siquiera la cita en alemán de un pasaje de
la Crítica de la razón pura espanta a sus espectadores. La naturaleza popular de Puan no riñe con el
pensamiento crítico. Lo presupone, lo alienta, lo democratiza.
En el año en curso se estrenó otra película muy poco vista y de la que se no se ha hablado casi nada.
Se titula Estertor. También la dirige una pareja: Basovih Marinaro y Sofía Jallinsky. En este film, un
equipo de enfermeros cuida a un represor que padece de Alzheimer. Lo siniestro asedia, y en una
escena inesperada todo se devela enteramente como un inescrupuloso negocio de un personaje.
Pero Estertor es una comedia negra concebida como un laboratorio de una época. Es que todas las
escenas plasman una subjetividad disociada de la historia y de cualquier gesto de cuidado del otro. La
percepción de sí es que se existe solo. En la inconsistencia de lo que dicen y creen esos personajes
radica el humor y el señalamiento crítico, porque la precarización simbólica de toda una generación
queda expuesta sin piedad. Misteriosa comedia sobre la degradación es Estertor. A veces la risa está
muy cerca del llanto desesperado.

Una reflexión tragicómica sobre la pérdida de ideales y la educación argentina


Con un elenco encabezado por Leonardo Sbaraglia y Marcelo Subiotto, "Puan" (2023) se
sumerge en el complejo mundo de la educación universitaria y brinda una mirada divertida y
comprometida sobre la vida, la política y la crisis de los ideales en la Argentina contemporánea.
La trama gira en torno a Marcelo (Marcelo Subiotto), un apasionado y soñador profesor de filosofía
que parece estar destinado a suceder a su mentor de toda la vida. Sin embargo, la inesperada muerte de
este reconocido catedrático da inicio a una serie de eventos que lo obligan a enfrentarse a un joven y
seductor colega llamado Rafael (Leonardo Sbaraglia), quien acaba de regresar de Alemania y está
decidido a competir por el ansiado puesto. Lo que se desencadena a continuación es un duelo hilarante
entre estos dos personajes, desencadenando una espiral de caos en la vida de Marcelo.
María Alché (Familia sumergida, 2018) y Benjamín Naishtat (Rojo, 2018), en su dirección
conjunta, nos sumergen en el universo de la universidad pública, adentrándose en sus estereotipos,
complejas dinámicas internas, desafíos, luchas por el poder y enfrentamientos egocéntricos. Además,
arrojan una luz reveladora sobre la difícil realidad de los docentes, quienes se esfuerzan por sobrevivir
con múltiples empleos mientras mantienen su firme compromiso con la educación pública, en un
sistema que cada vez la desfinancia más.
Uno de los elementos destacados de Puan, que toma el nombre de la sede de la Facultad de la
Filosofía y Letras en Buenos Aires donde tiene lugar, es su singular sentido del humor, que transita
5
entre la ironía, el absurdo y el costumbrismo. Las situaciones divertidas y, en ocasiones, con tintes de
patetismo en las que los personajes, especialmente Marcelo, se encuentran inmersos, añaden una capa
de humor a la trama y retratan de manera precisa a estos individuos complejos y, en ocasiones,
desconcertantes. No obstante, Puan va más allá de ser meramente una comedia; adentra al espectador
en reflexiones más profundas, como la pérdida de ideales, las tendencias neoliberales que marcan la
sociedad, la importancia de la educación y las intrincadas relaciones humanas.
Las interpretaciones de Subiotto (premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián) y Sbaraglia
no solo son admirables en la representación de sus personajes, sino que también logran transmitir la
evolución de la relación entre ellos, desde el enfrentamiento inicial hasta la posibilidad de una empatía
compartida. Además de estos dos protagonistas, el elenco está repleto de figuras como Julieta
Zylberberg, Alejandra Flechner, Cristina Banegas, Andrea Frigerio, Mara Bestelli, Camila Peralta,
Gaspar Offenhenden, Lali Espósito, Luis Ziembrowski y Héctor Bidonde, entre otros. Cada uno de
ellos aporta una profundidad adicional a la trama y contribuye a la riqueza de los personajes y sus
interacciones en este universo académico, social, familiar y político.
Puan funciona como un conjunto integral, abarcando una comedia filosófica, un drama existencial y
un cine político de denuncia, ofreciendo una crónica de la derrota y la dignidad que se puede encontrar
en ella. Es una reflexión agridulce sobre la pérdida de ideales, los vaivenes del comportamiento
humano y la importancia de la educación en la sociedad argentina, especialmente en tiempos de
avance de una ultraderecha política que amenaza con desfinanciar aún más y privatizar la educación.

"Puan", de María Alché y Benjamín Naishtat: un film de una actualidad candente


La película viene de ganar en el Festival de San Sebastián los premios al mejor guion y a la mejor
interpretación para Subiotto, un actor extraordinario que recién con esta película consigue su primer
protagónico absoluto en el cine.
Por Luciano Monteagudo
“¿Qué hacer?” Con esta pregunta acuciante, tomada de la de Lenin en 1902, una estudiante del
Centro de Estudiantes interrumpe la clase de Marcelo (Marcelo Subiotto), profesor de Filosofía
Política en la legendaria facultad de la calle Puán. La UBA se está quedando sin presupuesto y el país
está en llamas, explica la alumna, que llama impetuosamente a tomar las calles y “salir a la acción”.
No es precisamente en lo que estaba pensando Marcelo en ese momento, absorto en su explicación
del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de Rousseau, que
enseña hace años y al que se lo conoce de memoria. Pero esa irrupción y otras realidades vienen de
pronto a sacudir la rutina de ese hombre bueno, noble, inteligente, que de pronto deberá preguntarse
qué hacer, en su vida personal y profesional, pero también en su vida política y social.
Ese es apenas el comienzo de Puan, la estupenda película filmada a dúo por María Alché y Benjamín
Naishtat, que viene de ganar los premios al mejor guión y a la mejor interpretación del Festival de San
Sebastián para Subiotto, un actor extraordinario, que recién con esta película consigue su primer
protagónico absoluto en el cine.
Es que el personaje de Subiotto es el primer motor del film: como tantos docentes a los que el sueldo
no les alcanza, corre de un trabajo al otro, siempre con su mochila cargada de libros y apuntes. La
reciente muerte del profesor titular de la cátedra en la que él se desempeña como adjunto lo enfrenta a
su vez a la disyuntiva de concursar por el cargo vacante, para el cual él parece el candidato natural.
Pero la sorpresiva aparición de Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), una estrella del firmamento
académico que vuelve de sus cátedras en Berlín y Nueva York, pone en crisis al atribulado Marcelo,
que tendrá que decidir demasiadas cosas en muy poco tiempo.
Planteada abiertamente como una comedia, no por ello Puan resigna inteligencia y multiplicidad de
sentidos. Por el contrario, se diría que utiliza las situaciones más básicas del género –como los
problemas que tiene Marcelo al enredarse con el pañal de un bebé- para ganarse en buena ley la
confianza del público y después ir llevándolo poco a poco a terrenos más complejos que tienen que
ver con el pensamiento teórico aplicado a la vida cotidiana.
6
Al fin y al cabo, Marcelo es profesor de Filosofía y vive en la Argentina, con todo lo que esa
combinación significa. Por caso, entre sus varias changas, que no excluyen darle clases particulares a
una anciana adinerada que se duerme mientras él le explica apasionadamente el “salto al abismo” que
propone Heidegger, Marcelo también ofrece una suerte de Introducción a la filosofía en un barrio
carenciado de la ciudad de Buenos Aires (cuyo gobierno por supuesto le paga tarde y mal). Allí, por
disposición de las autoridades, deberá ir obligatoriamente acompañado de un gendarme. Pero en lugar
de enojarse con el uniformado, lo suma a la clase, lo llama por su nombre como a cualquier alumno y
lo pone como ejemplo de la teoría del Estado de Hobbes: ¿por qué tiene que haber allí un hombre
armado? ¿Es ese el único modo que tiene el Estado de garantizar la paz y la seguridad?
Nadie parece saber bajar mejor a tierra firme conceptos abstractos que Marcelo. Y, sin embargo,
nadie parece complicarse más la vida que él, a tal punto que hasta su hijo en edad primaria le tiene que
explicar –cuando Marcelo se abatata con los avances de Sujarchuk sobre la que él considera “su”
cátedra- que los deseos de los demás no tienen por qué ser también los suyos.
Su hijo no es el único que se lo dice. Si hay un momento bisagra en Puan es cuando Marcelo va a
visitar a la viuda (Alejandra Flechner) de quien fue el titular de cátedra y también su gran amigo. Allí
la película frena un poco el ritmo de slapstick que tenía hasta entonces y toca uno de los nudos
de Puan: la necesidad de encontrar una voz propia. La viuda le dice que nunca entendió por qué se
dice “filosofía occidental”, pero en cambio se habla “pensamiento latinoamericano”, como si fueran
categorías de grado diferente. Marcelo le responde que es un viejo debate, que tiene que ver con la
falta de tradición filosófica en América latina. Pero queda reverberando en él algo de esa necesidad de
autoestima, de reconocerse en sus propios valores, que tendrá su expresión en el magnífico, emotivo
final del film.
A diferencia de los films previos de Alché (Familia sumergida) y Naishtat (Historia del miedo, El
movimiento, Rojo), Puan es una película mucho más llana y accesible, clásica y lineal en su narrativa.
Claramente, apunta a un público amplio, pero no lo subestima: por el contario, confía en él, lo
interpela y lo suma al debate, siempre desde una perspectiva amable, generosa. No hay villanos
en Puan, ni siquiera Sujarchuk lo es, a pesar de su soberbia importada de Europa. Como decía un
personaje de Las reglas del juego, de Jean Renoir: todo el mundo tiene sus razones. Y Puan las
escucha todas, con atención y buen humor, sin por ello dejar de ser una película que toma posición. Y
que, en ese compromiso, se vuelve también –en un momento de nuestro país en el que está en juego la
continuidad de la educación pública de calidad- en un film de una actualidad candente.

por Diego Lerer


La docencia puede ser un lugar tramposo, especialmente para aquellos profesores universitarios que
dedican sus vidas a ir creciendo dentro de ella. Es una actividad sin duda noble y para muchos
apasionante pero que puede causar también cierto «aburguesamiento» profesional. Dicho de otro
modo: tomarla como una carrera que se vuelve rutinaria y que pierde ese condimento extra que en
algún momento la convirtió en una vocación. A Marcelo (Marcelo Subiotto) le pasa un poco eso.
Lleva años dando clases de Filosofía Política en la UBA (en la Universidad de Filosofía y Letras,
conocida por todos como «Filo» o «Puan» por la calle porteña en la que se ubica) y está en esa zona
en la que rutina y estancamiento parecen confundirse.
La oportunidad para pegar un vuelco aparece, curiosamente, a partir de un mal momento. El
profesor titular de la cátedra que él da –su amigo y mentor– fallece sorpresivamente mientras hace
ejercicios, por lo que se abre la oportunidad de ocupar ese cargo cuando se abra el concurso para
reemplazarlo. Pero justo aparece en su velorio Rafael (Leonardo Sbaraglia), un profesor que está
radicado en Europa y que se comporta con la insoportable pedantería de aquel que, supuestamente,
triunfó «en el exterior». Ya de entrada se convierte en el centro de atención de todos: es carismático,
gusta a las chicas, toca el piano, canta, habla alemán. Casi lo opuesto del más retraído y quejoso
Marcelo. Y pronto quedará claro que él también ansía quedarse con el mismo cargo.
7
El punto de partida presenta una situación pronta para una guerra de egos y crueldades, pero Alché y
Naishtat van por el camino opuesto al que irían directores como, por ejemplo, la dupla Cohn-Duprat,
cuyas películas husmean también el mundo de los celos y las rivalidades académicas y artísticas. En
lugar de convertir a PUAN en una comedia de maldades, los realizadores la transforman en una de
equívocos y apuestan más a los choques de estilo y a los equívocos que a la guerra declarada. Rafael
es tan célebre que sale con una famosa cantante (la encarna Lali Espósito en un cameo) y sí, Marcelo
lo mira con tensión y fastidio, pero su principal preocupación pasa por él mismo y por su vida.
No solo eso. PUAN se irá alejando de a poco de esa rivalidad para meterse en otros temas. Casi
como apunte cómico, Marcelo da clases privadas de filosofía a una anciana de clase alta con la que
vive una serie de equívocos. Su matrimonio (con Mara Bestelli) parece estable pero sufre de una crisis
similar a la de su carrera: una suerte de estancamiento escenificado aquí con la dificultad de ambos
para mudarse a una casa nueva. Pero lo central, tanto o más que la rivalidad entre los protagonistas,
pasa por hablar del lugar que ocupa la facultad en la vida de la gente, así como la tarea de enseñar a
pensar críticamente. Todo esto en un país en el que algunos piensan que la universidad pública es un
gasto y no una inversión, algo que se irá convirtiendo en un tema central del film.
A diferencia de lo que «promete» su trailer, PUAN no es estrictamente una comedia. O, al menos,
no una de esas tradicionales, de gags constantes. Los tiene en varias oportunidades (una larga
secuencia lo muestra a Marcelo tratando de evitar que descubran que se sentó encima de un pañal
sucio de un bebé, en otra tiene que hacer algo así como «un show cómico de filosofía» en el
cumpleaños de su alumna), pero su tono se va volviendo un tanto más amargo. Es la historia de un
hombre que atraviesa una crisis personal, de la que solo podrá salir si cambia de objetivo. Quizás lo
más importante no pase por el cargo en sí, sino por hacer algo valioso con su vida. La extrañeza de la
película pasa porque en ella conviven un retrato humano y social más típico del cine independiente
argentino con esos citados pasos de comedia más clásicos. Subiotto, excelente, conduce el tono hacia
una de esas dos películas y Sbaraglia se luce especialmente en la otra. Cuando el actor
de CABALLOS SALVAJES aparece, PUAN vira un poco más al humor más franco y, cuando la
historia lo abandona por largos períodos, el film de Alché y Naishtat retoma ese tono más
contemplativo y amargo. Más cerca del final lograrán –en una muy buena y relevante serie de
escenas– combinar esos dos tonos y esos dos mundos: el privado y el público.
Un gran elenco de excelentes intérpretes circulan alrededor de los protagonistas, desde Cristina
Banegas a Alejandra Fletchner pasando por Bestelli, Julieta Zylberberg, Andrea Frigerio, Claudia
Cantero (hilarante), Héctor Bidonde y Damián Dreizik, apoyando a los protagonistas del conflicto
principal. Pero lo más destacado pasa por la manera en la que la película captura el mundo de la
universidad, con sus conflictos internos, miserias y debates, pero también con su solidaridad y la
sensación de estar todos juntos dando una batalla difícil de dar en tiempos en los que este tipo de
estudios están siendo, por ciertos sectores de la sociedad, duramente cuestionados. Si de algo
trata PUAN, finalmente, es sobre recuperar la pasión por enseñar sin caer en la trampa individualista
de «hacer carrera». Puede ser una profesión «noble y esforzada» pero también una muy gratificante
desde un lugar humano y social.

Você também pode gostar