Las Habichuelas Mágicas

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JACK Y LAS H A B I C H U E L A S M Á G I C A S

Había una vez una mujer y su hijo que vivían en una cabaña en
medio del bosque. Eran muy pobres, pero tenían una vaca lechera
que siempre les daba leche fresca, y una pequeña huerta donde
cultivaban verduras.
Hasta que la mujer enfermó y ya no pudo trabajar en su huerta, ni
ocuparse de su casa. Como ella y Jack, que así se llamaba el niño,
empezaron a pasar hambre, decidió vender la vaca. Con lo que les
darían a cambio, esperaba vivir varios meses. Entonces, le pidió a su
hijo que llevara la vaca al mercado del pueblo.
Jack ató una soga al animal y salió. En el camino, se encontró
con un anciano de aspecto amable, que le preguntó:
–¿Adónde vas tan apurado con esa vaca?
–Voy a venderla al mercado –le respondió el niño–. Si no lo hago,
mi madre y yo moriremos de hambre.
El anciano sacó unas semillas de su bolsillo y le dijo:
–Te propongo algo: te cambio estas semillas de habichuelas por
la vaca. ¡Son mágicas! Brotarán de la noche a la mañana y darán la
planta de habichuelas más grande que hayas visto. Con ella, tú y tu
madre no pasarán más hambre ni les faltará nada.
Jack creyó en las palabras del anciano. Así que aceptó el trato y
regresó muy feliz a su casa. Pero cuando le contó a su madre que
había cambiado la vaca por las habichuelas, ella se enfureció.
–¡Vete a la cama sin comer! –le gritó, mientras tiraba las semillas
por la ventana.
Jack se acostó muy triste. Durante esa noche, soñó con una planta
de habichuelas que crecía y crecía tan grande que hacía temblar su
casa.
A la mañana siguiente, cuando despertó, descubrió que el sueño
se había hecho realidad. Desde su ventana vio una enorme planta
que subía hasta el cielo y se perdía entre las nubes.
Sin poder resistir la tentación, salió de su casa y trepó por sus
ramas. Subió y subió, hasta pasar las nubes. Allí descubrió que la
planta terminaba en un extraño lugar. Cerca, sobre una colina
blanca, se levantaba un enorme castillo.
Movido por la curiosidad, Jack caminó hasta el castillo. En la
puerta, encontró a una mujer gigante y le preguntó quién vivía allí.
La gigante le dijo que era la casa de su marido, un malvado ogro
que robaba tesoros y se alimentaba de niños.
Jack se asustó muchísimo. Pero tenía tanta hambre y la mujer
parecía tan amable, que le preguntó si podía darle algo de comer.
Ella lo dejó pasar. Le dio leche y un pedazo de pan, y le advirtió:
–¡Apresúrate! Pronto regresará mi marido y, si te ve aquí, te comerá.
Justo en ese momento, sintieron un fuerte temblor. De
inmediato, la mujer escondió a Jack en el horno, para que el ogro
no lo viera. Pero apenas el malvado entró, le dijo a su esposa:
–¡Hummm! Huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido alguno
por ahí? ¡Me muero de hambre!
–Te equivocas. Aquí no hay ningún niño –le respondió ella–.
Lo que hueles es el pavo que cazaste anoche. Ahora te lo
serviré. Después de comer, el ogro se tiró a dormir y Jack
aprovechó para huir. Pero mientras iba hacia la salida, vio una sala
repleta de tesoros. El ogro guardaba allí todo lo que robaba. Había
cientos de cofres con piedras preciosas, bolsas con monedas y dos
cosas que le llamaron la atención: una oca que ponía huevos de
oro y una pequeña arpa que tocaba sola. Entonces, decidió llevarse
una bolsa llena de monedas para dársela a su madre. La tomó y, sin
hacer ruido, salió corriendo del castillo. Llegó a la planta de
habichuelas y bajó hasta su casa. Allí lo esperaba su madre. Jack le
contó su aventura y le dio la bolsa.
Con las monedas vivieron un tiempo, hasta que volvió a faltarles el
alimento y Jack resolvió regresar al castillo del ogro. Esta vez se llevaría la
oca que ponía los huevos de oro. Salió muy temprano, trepó por la planta y,
cuando encontró a la mujer gigante, le confesó por qué había ido.
De nuevo ella se apiadó del chico y decidió ayudarlo. También le advirtió:
–Date prisa. Sabes que a mi marido le gusta comer niños y está por venir.
Jack entró y rápidamente se apoderó de la oca. Pero tenía tanta hambre, que le
pidió a la gigante que le diera algo de comer. La mujer le dio leche y un
exquisito pan.
En eso, sintieron un fuerte temblor y, el muchachito se escondió en el horno.
Al entrar en la cocina, el ogro le dijo a su mujer:
–¡Hummm! Huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido alguno por ahí?
–Te equivocas. Aquí no hay ningún niño. Lo que hueles es el venado que
cazaste anoche. Ahora te lo serviré.
Después de comer, el ogro se fue a dormir y Jack aprovechó para salir.
Llevando la oca maravillosa, bajó por la planta de habichuelas y llegó a su
casa, donde su madre lo estaba esperando. –¡Con sus huevos no
tendremos más necesidades! –exclamó la mujer.
Y así fue, hasta que la oca murió. Entonces Jack recordó el arpa
mágica que tocaba sola. Si se apoderaba de ella, podrían hacerse ricos
para siempre.
Así que, a la mañana siguiente, se levantó temprano y subió por la planta
de habichuelas. Muy apurado se encaminó al castillo del ogro. Y
nuevamente encontró parada en la puerta a su mujer.
–¿Qué haces aquí, muchacho? Es mejor que te marches. Como bien
sabes, a mi marido le gusta comer niños y está por llegar.
–Es que la oca se murió, y mi madre y yo volvimos a pasar hambre –
respondió Jack. Como siempre, la gigante se apiadó de él y le dio de
comer. Pero cuando Jack estaba disfrutando de la comida,
sintieron un temblor. Otra vez, el chico se escondió en el horno.
–Huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido alguno por ahí?-
dijo el ogro, al entrar.
–Te equivocas. Aquí no hay ningún niño. Lo que hueles es el ciervo
que cazaste anoche. Ahora te lo serviré.
Después de comer, el ogro fue en busca de su arpa y le ordenó: “¡Canta!”.
El arpa comenzó a hacer sonar sus cuerdas y, poco a poco, el ogro se fue
durmiendo. En ese momento, Jack aprovechó para salir del
horno. Se acercó al ogro, se apoderó del arpa y corrió hacia la
puerta. Pero como el arpa estaba encantada y solo respondía a
las órdenes del ogro, comenzó a gritar:
–¡Amo, despierta, que me roban!
El ogro abrió los ojos y se incorporó de un salto. Jack iba
bajando por la planta de habichuelas. Pero poco antes de
pisar el suelo, advirtió que las ramas se sacudían con fuerza.
Miró hacia arriba y se dio cuenta de que el ogro lo perseguía, furioso. Entonces, le
gritó a su madre que le alcanzara un hacha y, apenas tocó tierra, cortó el tronco en
dos. Grande como era, el ogro cayó en el suelo y se hundió, dejando un inmenso
pozo que no parecía tener fondo. Nadie lo volvió a ver. Desde ese día, Jack y su
madre vivieron felices.

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