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Rosa ¿De España?
Por <b>Miguel A. Bargueño</b>, Redactor Jefe de 40TV.
La eurovisiva Rosa, igual que la selección nacional de fútbol y, más recientemente, el islote de Perejil, ha terminado convirtiéndose en objeto de esa pujante corriente de ?españolismo? que nos hostiga. Rosa (?de España?: así la rebautizó con cariño Alejo Stivel y a todos nos encantó el sobrenombre) iba a arrasar en Eurovisión, así como la selección de Camacho iba a triturar a las potencias del balompié en el Campeonato del Mundo, del mismo modo que Perejil era territorio español. Oh, vamos ¡no había ninguna duda! Sólo que, después, Rosa vuelve a casa al borde de una depresión, la selección es eliminada por esa superpotencia llamada Corea y el Perejil, bueno, bien pensado, a lo mejor no es tan español. Entonces arriamos esa bandera que hasta entonces enarbolábamos con orgullo y nos olvidamos de nuestros héroes caídos.
De otra manera no se explica lo que está pasando con Rosa. La granadina, aventajada campeona de Operación Triunfo, en realidad no lo está siendo tanto: la última lista oficial de ventas refleja que Rosa (y no lo tomen como un chiste) se desinfla. No sólo su disco se despeña semana a semana; es que, además, ha sido sobrepasado por los trabajos de otros pupilos de la Academia, desde los también finalistas David Bisbal y Bustamante hasta Fórmula Abierta, grupo formado por los primeros eliminados del concurso televisivo, pasando por Naim Thomas, Manu Tenorio y Chenoa. Alguien podría replicar: ?Sí, pero Rosa ha vendido medio millón de copias?. Cierto, el disco salió con ímpetu, pero desde entonces ha ido perdiendo gas a la vez que la expectación por Rosa iba descendiendo. Manu Tenorio y Bustamante también han vendido medio millón, por no hablar de los setecientos mil ejemplares que ha despachado Bisbal.
La primera causa, la más evidente, es su fracaso en Eurovisión. Si bien una séptima plaza no es una ruina (aunque David Civera, el año anterior, quedó en mejor lugar sin pasar por la Academia), lo que nos ha dejado a todos esa sensación de desencanto ha sido que, en los meses previos al evento, se nos estaba ?garantizando? un éxito en el festival. Teníamos a la representante mejor preparada de los últimos años, todo estaba bajo control. Éramos favoritos. Nada podía salir mal. Pero, finalmente, salió mal. Y esa euforia desmedida, ese ?chauvinismo? exagerado, esa prepotencia incomprensible consiguieron que su discreto séptimo puesto fuese digerido como una gran decepción. Nos habían prometido un ?triunfo? y nos dejaron sin él.
Tras el regreso de una derrotada Rosa, todas las esperanzas estaban puestas en el disco. Pero mientras sus compañeros de OT iban apareciendo en escena con sus rutilantes canciones hechas a medida, el necesario recambio en el caso de Rosa se hizo esperar: semanas después del fiasco festivalero, la verbenera Europe?s living a celebration seguía circulando con su aura negativa a cuestas. Rosa entró en boxes para que le cambiaran una rueda y sus mecánicos tardaron en reaccionar. Perdió su ventaja. Y cuando lo hicieron, su reacción no sirvió de mucho: a pesar de la excelente labor del productor Alejo Stivel, el álbum de Rosa ha resultado ser lo que menos se esperaba de ella. De nada sirvió que durante su estancia en la Academia demostrara unas facultades especialmente válidas para (y una marcada predilección por) la música negra: el resultado es un aséptico muestrario de estilos tan dispares que desconcierta. ¿Qué música hace Rosa? Difícil responder a eso, con un disco entre manos que contiene porciones de pop, soul, bolero, sonidos aflamencados? Y todo eso con la mejor bala aún en la recámara: la divertida Caradura.
Rosa ha conquistado el corazón de la mayoría de los españoles, pero no su bolsillo. Desde sus primeros días en la Academia, Rosa fue presentada (y acogida) como un patito feo enternecedor. Como esos personajes de culebrón que conmueven a las madres. Pero no posee el poder de incitar a las niñas a asaltar las tiendas de discos; para eso están Bisbal y Bustamante. Y son las niñas las que compran los discos, no las mamás.
Por si todo eso fuera poco, parece que el presente de Rosa está en demasiadas manos. Las de sus descubridores, las de su compañía discográfica y las de su familia, tal vez demasiado protectora. Se intuye que como ninguna de las partes puede hacer las cosas como quisiera (porque eso implica enfrentarse a las otras), termina por hacer simplemente lo que puede. Y Rosa, lejos de sentirse arropada, termina desamparada. Ella se lo merece menos que nadie: al fin y al cabo, ganó el primer premio.