Los actuales problemas en la región ponen de manifiesto que la dimensión territorial, la heterogeneidad social y los alcances de la eficiencia estatal en América Latina mantienen esa dualidad estructural.
Estamos ante una suerte de vulgarización de la lógica meritocrática que, como señala Michael Sandel, de por sí es un problema para alcanzar una convivencia colectiva que potencie la virtud cívica.
El protagonismo que han alcanzado estos discursos de odio es preocupante, entre otras cosas, porque amplifica la visibilidad y resonancia de prejuicios ya existentes y contribuye a deteriorar la convivencia social.
Los líderes carismáticos tienden a sobrepasar sus gobiernos y se vuelven motores de proyectos políticos; mientras que quienes asumen el poder por la vía legal enfrentan el reto de crear un aura propia.
Dos de las condiciones básicas para una democracia saludable están en riesgo con la percepción de que los gobiernos no están realmente dirigidos por la voluntad del pueblo y de la falta de transparencia y justicia en las elecciones.
La mayoría de los países que han enfrentado procesos de autocratización se han convertido en autocracias a pesar de los episodios democráticos intermedios. Ahí radica la importancia capital de que el gobierno alcance consensos y se mantenga cercano a la gente.