ONE BULLET
UNA BALA
DE BEN COUNTER
TRADUCCIÓN BERNY BENUYAS
Donatus se puso a cubierto en el lateral de un enorme cogitador
religioso en ruinas, cuya inclinación y su armazón acribillado a balazos le
protegerían mientras cambiaba la munición.
El resto de la escuadra de Veteranos de Vanguardia estaba tratando de
capear la tormenta de fuego de grueso calibre que retumbaba por todo el
interior del templo. El hermano Adelmo estaba apoyado contra una
columna y Felidus se lanzó hacia una capilla lateral cuando el fuego
explosivo hizo pedazos las losas del suelo debajo de él.
Donatus descartó el proyec l Hell re, demasiado raro y precioso, su núcleo
un depósito de ácido bio-reac vo. También desechó el proyec l Metal
Storm, contra la carne no blindada podría causar la carnicería que un
proyec l estándar no sería capaz, pero en esta situación sería una mala
elección.
Donatus re ró el cargador de su bólter y lo reemplazó con un solo proyec l
Kraken de su canana. Estos también eran raros y Donatus tenía solo un
cargador con esta munición. No debían ser disparados a la ligera.
-¡No paréis de moveros y rodearlo!- ordenó el sargento Ta anus, el líder
de la escuadra de Veteranos de Vanguardia. El sargento salió de su
cubertura y corrió por el pasillo entre los bancos de piedra del templo. El
fuego explosivo lo siguió, llenando el aire con fragmentos de piedra
caliente. Felidus se colocó su bólter pesado y disparó una andanada de
fuego contra el enemigo, mientras que Adelmo corría, con la cabeza gacha,
hacia la cobertura del altar.
-¡No conseguimos nada!- gritó Felidus a través del vox. -¡Esa maldita cosa
está blindada como un tanque!
Donatus levantó la cabeza sobre los restos del cogitador. El enemigo estaba
en el centro de la capilla, riendo bes almente mientras rociaba un torrente
sin n de fuego sobre la escuadra de Veteranos de Vanguardia, burlándose
de sus intentos para reducirlo.
Donatus había aprendido a odiar a los pieles verdes por el simple hecho de
ser humano, aunque uno bastante modi cado. Los orkos eran el enemigo
por antonomasia de la humanidad. Derribaban el orden establecido por la
humanidad a su alrededor para sobrevivir. Destruían los imperios que el
hombre había levantado para llevar la cordura a una galaxia de locura. Eran
la personi cación de la anarquía.
Donatus comprimió su odio en un hilo que enroscó alrededor de sus
extremidades y relajó su pulso. Miró a través del visor con sensor de
obje vos de su bólter personalizado, apuntando sobre el obje vo
ampliado.
El enemigo era un especialista piel verde. Algunos orkos eran cabecillas,
otros psíquicos, otros pilotos o ar lleros de vehículos. La criatura que
luchaba contra la escuadra de Veteranos de Vanguardia era un ingeniero
orko, uno de los inventores locos que construían sus máquinas de guerra
destartaladas y sus impredecibles armas explosivas. Llevaba puesto lo que
Donatus supuso que era de su propia creación, una voluminosa armadura,
alimentada por una mochila de energía a su espalda que no paraba de
echar humo, y con un denso blindaje que había repelido todos los disparos
de bólter que la escuadra de Veteranos de Vanguardia había arrojado sobre
él.
El orko estaba armado con un par de cañones de disparo rápido, uno
montado en cada brazo. El siseante sistema hidráulico que alimentaba sus
miembros le proporcionaba la fuerza su ciente para portar las enormes
armas y provocar un torrente con nuo de fuego. A la vez que Donatus lo
tenía en su punto de mira, aumentando la visión sobre la armadura del piel
verde buscando una posibilidad de disparo, el hermano Adelmo salió de su
cubertura de nuevo y corrió hacia un punto ciego creado por un montón
de mampostería caída.
-¡Voy a intentar colocarle una carga explosiva!- transmi ó Adelmo por el
vox.
-¡Colócala en las juntas!- respondió el sargento Ta anus. -¡Son más
vulnerables!
Adelmo se dirigía directamente al orko. Llevaba una granada perforante en
la mano, un explosivo con un radio pequeño, pero con una carga de alta
potencia diseñada para desgarrar vehículos blindados. Colocada
correctamente, abriría la armadura y dejaría al xeno de su interior listo
para ser liquidado.
La criatura vio a Adelmo antes de que se hubiera acercado lo su ciente
para colocar la granada. Giró uno de sus cañones y descargó una ráfaga en
el pecho de Adelmo. El Marine Espacial fue lanzado a través del templo
hasta impactar contra la pared, desprendiendo trozos sueltos de piedra
mientras caía al suelo.
El orko rio de nuevo, un sonido metálico saliendo de la placa frontal de
acero de su cabeza. Su máscara de metal estaba en consonancia con la cara
de un orko, con las lentes rojas, una enorme mueca y las fauces dentadas.
Donatus ajustó su visor sensorial en el orko. El visor detectó el calor
corporal y el movimiento, recubriendo la gura blindada del orko de rojo y
amarillo, así como el calor ondulante que generaba la mochila de energía.
Los cañones brillaban con un blanco ardiente y el sistema hidráulico se
mostró en rojo cereza. Las cruces grabadas en las lentes de Donatus se
jaron sobre el pecho del orko, justo donde debajo de la placa de la
armadura debería la r el corazón del alienígena.
Ni siquiera un proyec l Kraken, con su carga reac va preparada para
perforar la ceramita y el plas acero, atravesaría la armadura allí. Donato
necesitaba encontrar otro modo de hacerlo.
El orko se dio la vuelta para hacer frente a Ta anus, el cual todavía estaba
tratando de rodearle. El sargento arrojó una descarga de fuego, pero la
onda expansiva de la cadena de explosiones levantó al sargento de la
escuadra de Veteranos del suelo y lo lanzó desmadejado tras el altar del
templo.
La mochila de energía del orko ahora quedaba frente a Donato. Tenía,
supuso, dos maneras de atravesar la armadura del ingeniero orko, y la
mochila de energía era una. No tenía el mismo blindaje que el cuerpo del
orko y había una buena probabilidad de que un disparo penetrante creara
detonaciones secundarias o que causara el fallo de la armadura.
Sopesó las posibilidades en su cabeza. En momentos como este, con un
obje vo en el punto de mira, la mente de Donatus podría realizar una serie
de ecuaciones de probabilidad que un escriba necesitaría días para anotar.
Tomó su decisión y apretó el ga llo.
El proyec l Kraken salió lanzado a través del cilindro recubierto de metal
entre las humeantes válvulas de escape. Del impecable y gran cañón del
arma, un hilo de vapor silbante salió tras el disparo.
No se produjo ninguna explosión de combus ble que reventara la
armadura. El orko no redujo la marcha. Se volvió hacia Donatus, de repente
consciente del cuarto miembro de la escuadra en el templo.
Pero había dos maneras de atravesar la armadura.
Donatus deslizó un segundo proyec l Kraken en la recámara de su bólter y
sin ó el clic al encajar este. Su punto de mira quedó jado en la lente roja
sobre el ojo derecho del orko. Un acto re ejo espontáneo, y disparó.
El proyec l Kraken destrozó la lente derecha y penetró a través de la placa
frontal. Perforó el ojo real del orko y el hueso de su cuenca. La parte de la
armadura que cubría la parte posterior del cráneo fue infranqueable y la
bala rebotó hacia el interior de su cabeza, enviando una lluvia de sangre
que fue rociada desde la lente rota.
Los cañones dispararon unas cuantas veces más al tener el orko las manos
apretadas en las palancas de disparo por puro re ejo. Entonces las armas
colgaron laxas a ambos lados y todo el ar lugio se desplomó. El orko quedó
con la cabeza colgando mientras los tambores de munición se apoyaban en
el suelo.
Ta anus se levantó. Adelmo, que también estaba de pie, tenía el azul
profundo de la librea de su Capítulo cubierta de polvo blanco de la piedra
pulverizada de la capilla. Su armadura había sido repintada a su regreso del
servicio con los Guardianes de la Muerte y eso le había hecho parecer
como un nuevo recluta. Felidus se había burlado de él al principio, pero
ahora Adelmo parecía tan aguerrido como el resto de ellos.
-Un buen ro, hermano- elogió Ta anus a Donatus, acercándose al orko
para comprobar que realmente estaba muerto. Un hilo de sangre que
surgía desde la lente perforada indicaba que había pocas dudas al
respecto.
-No tan bueno- dijo Adelmo. A pesar de que llevaba puesto su casco,
coronado con hojas de laurel doradas, Donatus podía percibir que estaba
sonriendo. -Necesitó dos proyec les.
El Capellán Cassius se encontraba en el púlpito como si hubiera nacido
para ello, con la rojiza luz del sol ribeteando su pulida armadura negra de
rojo fuego. Detrás de él se alzaba la mole industrial de Skemarchus, la
ciudad manufacturera emi a humo y llamas en grandes columnas que
alcanzaban el cielo del color del acero.
-Hermanos- dijo Cassius. -En la víspera de la batalla dirigimos nuestros
pensamientos hacia el interior, hacia la fuerza que invocaremos mañana.
Un millón de orkos ocupan Skemarchus. Nosotros solamente somos
ochenta. Y sin embargo, venceremos.
Los hermanos de batalla de la Tercera Compañía permanecían formados en
las en el centro de la zona de aterrizaje de los Ultramarines, rodeados por
las instalaciones de mando y del sensorium que habían sido descargadas
desde la órbita. Cerca estaban las cañoneras Stormraven y los Rhinos que
los llevarían a la tormenta que les esperaba en Skemarchus. Las ocho
escuadras permanecían prendidas de las palabras de Cassius, el joven
Capellán jaba la mirada en cada uno de ellos mientras hablaba. No llevaba
puesto el tradicional casco con la máscara en forma de calavera propio de
su posición, sino que con aba en su propio rostro, aún sin cicatrices de
batallas, para transmi r la intensidad detrás de sus palabras. La mayoría de
los Ultramarines dedicaron décadas de servicio antes de que pudieran ser
elevados a las las del Reclusiam y usar la armadura negra de Capellán;
Cassius era excepcionalmente joven para servir en esa función.
A pesar de su juventud y del hecho de que la mayoría de los Ultramarines
ahora presentes tenían más experiencia en batalla que él, las palabras de
Cassius parecían inmovilizar a la congregación en el si o. Su sola presencia
exigía que fuera escuchado.
-¿Qué es lo que hace que un solo Ultramarine valga lo que diez mil
enemigos, y más?- comenzó Cassius. -¿Es el equipo de combate salido de
las forjas de Macragge? El bólter y la espada sierra, y la bendecida
servoarmadura, son algo más que el equivalente de lo que quiera que
lleven los pielesverdes. ¿Es la sabiduría del Codex Astartes lo que nos
guía en la guerra, uyendo de la propia mano del Primarca Guilliman?
¿Son las mejoras gené cas que portamos todos nosotros y que nos hace
superiores a los hombres? No. Todas estas cosas nos hacen fuertes, pero
no vencedores.
Donatus observaba el sermón desde el habitáculo de la Stormraven que
había traído a la escuadra de veteranos de vuelta al punto de escala de los
Ultramarines. Habiendo luchado contra los pieles verdes mekánikoz y
necesitar por ende observar los ritos de sus equipos de combate, los
veteranos habían sido excusados de asis r al sermón con sus otros
hermanos de batalla. Donatus abrió la carcasa de su bólter, inspeccionando
el arma para comprobar la suavidad de su mecanismo.
-Ese muchacho ene habilidad con las palabras- dijo el hermano Adelmo,
que estaba reparando las abolladuras que los pieles verdes le habían
dejado en su armadura. -Al menos eso se lo reconozco.
-Así que el hecho de que nos contemos entre los veteranos de la Primera
Compañía- dijo el sargento Ta anus, -signi ca que él no ene nada que
nos interese oír.
-No fueron las palabras oridas las que me empujaron a luchar- dijo el
hermano Felidus. -El Codex es para nosotros una razón más que
su ciente. Sin embargo, ¿es ante esto a lo que la sangre nueva de los
nuestros reacciona? ¿Sermones y exhortaciones? Solo sabiendo que los
orkos existen debería ser su ciente.
-Tú fuiste una vez como ellos, Felidus- murmuró Ta anus. -No naciste
como un Veterano de Vanguardia completamente formado. Cassius es
joven, pero merece nuestro respeto.
-Y ene razón en una cosa- dijo Adelmo. -Hay una gran can dad de pieles
verdes en la ciudad.
-¿No estás aburrido de matar orkos?- preguntó burlonamente Felidus. -
Había pensado que los Guardianes de la Muerte habían cubierto tus
necesidades.
Adelmo golpeó suavemente el cráneo plateado situado entre los sellos de
pureza y los honores de batalla de su placa pectoral. -La primera lección
que los Guardianes de la Muerte me enseñaron, hermano- dijo Adelmo, -
es que nunca hay su cientes xenos muertos.
Donatus observaba al Capellán Cassius con los brazos extendidos,
blandiendo su Crozius Arcanum, la corta arma de energía, parecida a una
porra, coronada con alas doradas de águila. -¡Sí hermanos, es nuestra furia
lo que nos hace vencedores!- exclamó. -¡Nuestra rabia! ¡Los frutos
implacables de nuestro odio! Esto es lo que nos convierte en el
equivalente de un ejército de orcos. Bebed profundamente de ese
océano de furia en vuestro interior. ¡Dejad que guíe vuestro brazo,
vuestro bólter y vuestra hoja sobre el odiado cadáver de vuestro
enemigo!
El Capellán señaló a los Veteranos de Vanguardia. Una docena de cabezas
se volvieron a mirarlos.
-¡Qué sirva de ejemplo la muerte del mekániko pielverde por el hermano
Donatus de la Primera Compañía! Fue con la rabia y el odio con lo que él
consiguió la destrucción del alienígena. ¡Aprended de este po de
ejemplos y conver r vuestra propia furia en un arma más mor fera que
todo un ejército de xenos!
-Contemplad la furia de Donatus- dijo Felidus, sonriendo mientras
limpiaba el polvo del templo de las lentes oculares de su casco. -Agarraos
hermanos, para que la tormenta de su ira no nos golpee a todos…
Donatus le lanzó una mirada. Colocó el mecanismo deslizante de su bólter
y cerró la carcasa.
No había sido la furia la que había reducido al orko mekániko. Había sido
un enfoque frío, ecuánime y completo del combate. Había suprimido su ira,
no la había liberado.
-Si eso es lo que necesitan oír- dijo Donatus, -entonces déjalo que lo diga.
-¡Dejad que el piel verde se sitúe delante nuestro!- con nuó Cassius. -
¡Porque acabaremos con él! ¡Dejad que el orko nos desa e, porque le
quemaremos en las llamas de nuestra rabia! ¡Doy gracias por la batalla
que se cierne sobre nosotros, porque arrasaremos a los pieles verdes con
la gran tormenta de nuestra furia!
Los Ultramarines chocaron sus puños en sus corazas a modo del saludo de
un guerrero. A lo lejos, más allá de los campamentos de la Guardia
Imperial y del parque de vehículos, las hogueras de los orkos y las
chimeneas industriales de Skemarchus elevaban su sucio humo hacia el
cielo.
Este planeta ya era un lugar sofocante por el calor, pero en cues ón de
horas estaría completamente en llamas.
El polvo de silicato atmosférico chocaba contra el casco inferior de la
cañonera, forzándola a cabecear y virar mientras el piloto luchaba contra
las feroces corrientes ascendentes. Las extensiones en movimiento de roca
fundida de debajo emergían desde el manto del planeta, expulsando el
calor geotérmico puro del núcleo en el aire.
Donatus se aferraba a un asa en la parte superior y veía a través de la
tronera blindada cómo la Stormraven se dirigía a la altura del nivel de las
calles de Skemarchus. La ciudad fue construida sobre una serie de enormes
plataformas, con sus cimientos hundidos profundamente bajo la corriente
de lava. Vastos hornos se levantaban en medio de viviendas hacinadas y
talleres mecánicos, que aunque daban impresión de solidez al ser similares
a una fortaleza, se conver an en una precaria trampa mortal debido a las
altas temperaturas provocadas por el infernal calor proveniente de
subsuelo. El cielo sobre Skemarchus estaba oscuro, alimentado por las
chimeneas de las fundiciones y por los nuevos incendios que consumían
distritos enteros.
Incluso desde la distancia, la ciudad era una ruina destrozada y agonizante.
Las torres fueron derribadas. Todas las fundiciones-fortalezas habían sido
desprovistas del tejado, dejando al descubierto sus entrañas de acero,
envueltas en llamas. Una de las principales plataformas se estaba
hundiendo en la lava, consumiéndose poco a poco, ladrillos y vigas por
igual.
-Los pieles verdes expolian incluso lo que pueden reciclar para su uso-
dijo Felidus, mirando a través de la tronera junto a Donatus. -Al igual que
algo que produce alergia a la civilización, enen que ser erradicados.
-Hay abandonado en Skemarchus lo su ciente para que lo puedan
reu lizar- respondió el sargento Ta anus. -Si no los expulsamos
conver rán el lugar en una fábrica para sus máquinas de guerra. Esa cosa
con la que luchamos en la capilla era sólo uno de sus mekánikoz, este
lugar ha atraído a un millar de ellos y a sus par das de guerra.
-Los orkos son como alimañas- espetó Felidus. No se rendirán. Son
demasiado estúpidos para darse por vencidos.
-No infravalores el intelecto del piel verde- dijo Adelmo. -Un solo orko es
bes al y tosco. Pero en can dad su ciente muestran una astucia que
muchos de los ejércitos del Emperador han subes mado. El menosprecio
de la inteligencia del alienígena hará que te maten. Vi mucho de eso en
los Guardianes de la Muerte, perdimos muchos buenos hermanos que no
aprendieron esa lección.
-Sé muy bien lo peligroso que puede llegar a ser un orko- dijo Felidus. -Lo
que estoy diciendo es que no se descompondrán como podría hacerlo un
ejército de hombres. Vamos a tener que matarlos a todos.
-¡Un minuto!- les comunicó el piloto, el hermano Otho, a través del vox.
Desde debajo del borde de la ciudad-plataforma más cercana, era posible
ver el espaciopuerto, una amplia extensión de rococemento sobresaliendo
por el exterior, la parte inferior decorada con tuberías de combus ble y
conductos de refrigeración. Torres de control y antenas de comunicación se
alzaban sobre la pista de aterrizaje, y cuando la cañonera superó el borde
de la plataforma, los emplazamientos dispersos de los orkos quedaron a la
vista.
-Lo protegen con una gran fuerza de contención- dijo Felidus.
-Por supuesto que lo hacen- dijo Adelmo. -Como dijo el sargento, no son
estúpidos.
-Se interponen en nuestro camino- dijo sombríamente Felidus. -Esa es la
decisión más estúpida que jamás hayan tomado.
Las cañoneras se habían acercado a baja altura para evitar cualquier
capacidad an aérea que los orkos tuvieran en el espaciopuerto. Junto con
la Stormraven de los Veteranos de Vanguardia, otro par de cañoneras
transportaban una fuerza de la Tercera Compañía dirigida por el Capellán
Cassius. Cuando llegaron a la altura de la pista de aterrizaje, brotó un fuego
entrecortado contra la fuerza de ataque, estaba mal dirigido pero las
intensas descargas provocaban un rastro de explosiones encadenadas
entre las cañoneras.
Donatus notó que la cañonera se ladeaba, y la vista de la pista de aterrizaje
y de las fundiciones tras esta se inclinaron cuando la cañonera viró hacia el
punto de des no designado.
La pista de aterrizaje estaba repleta de for caciones orkas y puntos de
disparo, y las cañoneras se verían en apuros para hacer un aterrizaje
seguro. Con todos los orkos y sus for caciones eliminadas, la pista de
aterrizaje sería capaz de recibir naves mucho más grandes, desde las
voluminosas naves de carga a las de transportes de tropas. Esa era la
nalidad de la misión de los Ultramarines: tomar el espaciopuerto y abrir
una vía para que la Guardia Imperial desembarcara sus tropas
directamente en el centro de Skemarchus. Ya se habían desplegado
unidades de soldados en los límites de la ciudad, apoyadas por el resto de
la Tercera Compañía, pero les llevaría meses avanzar combate a combate
desde el extrarradio. Con un espaciopuerto bajo control imperial, los
ejércitos podrían ser enviados al corazón de la ciudad para empezar a
hacer retroceder a los orkos en múl ples frentes.
Si el espaciopuerto fuese tomado. Si el Capellán Cassius y los Veteranos de
Vanguardia pudieran romper el control de los pieles verdes y franquear las
puertas de Skemarchus.
La Stormraven sobrevoló la pista de aterrizaje. Orkos corriendo disparaban
sin apuntar mientras se dirigían a ocupar posiciones de ro. Unos pocos
proyec les an aéreos impactaron en el casco y la cañonera resis ó.
-Diez segundos- se oyó de nuevo la voz de Otho. -Desplegando rampa.
Donatus sen a como la Stormraven se elevaba y giraba bajo el control de
Otho, el piloto había entrenado con los Tecnomarines del Capítulo y sus
habilidades en los controles estaban tan perfeccionadas como las de
Donatus detrás de un bólter. Donatus sen a una chispa de admiración por
él, porque, aunque no pudiera ser nombrado en los sermones de Cassius,
se le necesitaba enormemente para que los Ultramarines consiguieran la
victoria sobre los pieles verdes. Como mejor piloto de la Tercera Compañía
se le había asignado para transportar a los Veteranos de Vanguardia, los
más resistentes y disciplinados de los veteranos de la Primera Compañía.
La rampa trasera de la cabina se abrió. El denso aire de los combus bles de
Skemarchus se arremolinaba con un rugido. El hermano Felidus sopesó su
bólter de asalto y lo jó al soporte de la rampa abierta, apuntando el arma
hacia el exterior de la parte trasera de la cañonera. El piloto inclinó la nave
hacia arriba con los retros delanteros encendidos y Felidus abrió fuego
contra los pieles verdes que corrían a protegerse, cosiendo de proyec les
explosivos el sucio suelo de rococemento de la pista de aterrizaje.
-¡Estamos listos!- gritó el sargento Ta anus por el vox.
-Nos encontramos a pocos minutos detrás vuestro- replicó el Capellán
Cassius a través de la red vox de la fuerza de asalto. -¡Tened presente la
palabra de Guilliman! ¡Tal como está escrito, así será!
El borde inferior de la rampa tocó erra. El hermano Adelmo fue el
primero en salir, disparando mientras saltaba hacia abajo sobre la pista de
aterrizaje. Donatus y Ta anus le siguieron, agachando la cabeza mientras el
fuego pesado del bólter de Felidus mar lleaba por encima de ellos.
La cobertura más cercana era una plataforma de embarque de acero
macizo cubierta de brillantes gra s orkos, con un puñado de cabezas
cortadas colgando de una viga. Un orko con una expresión facial
desagradable saltó por encima de la plataforma y Donatus corrió directo
hacia él.
Un soldado normal se alejaría del enemigo en busca de protección, pero
un Marine Espacial sabía que al huir le estarías dando al enemigo la
oportunidad de matarte sin preocuparse por si le devolvías el ro. Donatus
levantó su bólter, apuntando mientras corría, y realizó una serie de
disparos seguidos. Tres proyec les de bólter impactaron en el orko,
atravesaron su parcheada armadura de acero pintada de azul y detonaron
en su interior. El pecho del orko reventó y cayó de bruces sobre el
rococemento, muerto antes de que tocara el suelo, con los pulmones
destrozados a la vista como dos alas carmesís desmenuzadas.
Donatus llegó a la protección de la plataforma junto a Adelmo. Detrás,
Felidus corría hacia ellos llevando el bólter pesado.
-Hay demasiados disparos- dijo Otho por el vox. -Os cubriré desde arriba,
donde tengo más capacidad de maniobra.
-Te deseamos cielos despejados, hermano- contestó el sargento Ta anus.
En combate los Veteranos de Vanguardia servían como un punto de apoyo,
una fortaleza andante, que mantendría toda la línea intacta, mientras que
el resto de Ultramarines llevaba a cabo el plan de batalla. Roboute
Guilliman había visto la necesidad de que tales Marines Espaciales se
organizaran conjuntamente y se desplegaran como uno a n de maximizar
su e cacia, y por lo tanto las doctrinas de los Veteranos de Vanguardia
estaban re ejadas en las páginas del Codex Astartes. Ahora eran la primera
oleada, la primera línea de combate de los Ultramarines que formaría.
El otro par de Stormravens tomó erra y la Tercera Compañía de los
Ultramarines se desplegó en el exterior, disparando disciplinadas ráfagas
en todas las direcciones a cualquier orko a la vista. Cassius desembarcó
justo cuando un grupo de pieles verdes cargaba contra los Ultramarines,
los alienígenas deseosos de obtener la gloria matando a los intrusos.
La mitad de los orkos murió cuando saltaron la barricada detrás de la cual
se habían refugiado. Uno de ellos fue pulverizado en una niebla carmesí
por una ráfaga de fuego pesado del bólter de una de las Stormravens.
Otros fueron destrozados por los proyec les de bólter. Cassius corrió hacia
adelante con el crozius en la mano y lo estampó contra el líder orko.
El piel verde era un bruto de gran tamaño recubierto con retales de
armadura y harapientas pieles xenos. Su antebrazo izquierdo había sido
sus tuido por una enorme garra con cuchillas que formaban algo parecido
a un manojo de jeras industriales. La zarpa se impulsó hacia delante y
Cassius la interceptó con su crozius. El campo de energía del arma se
descargó y la garra saltó por los aires, sus cuchillas desperdigadas, rotas y
quemadas. El orko bramó y Cassius le estrelló el puño en la boca, par endo
sus dientes.
Cassius lanzó el crozius en un golpe ascendente a las cos llas del orko. Otro
piel verde trató de situarse detrás del Capellán pero los Ultramarines
estaban desplegados alrededor de Cassius y uno de ellos efectuó un
certero disparo con su bólter a la columna vertebral del orko. Cassius
arrancó el crozius de nuevo, con entrañas y fragmentos de cos llas
pegados, descargándolo a con nuación justo entre los ojos del enorme
orko.
Donatus escuchó los gritos de júbilo que lanzaron sus hermanos de batalla
cuando la fea cara del orko se hundió. Se dejó caer de rodillas y Cassius
impactó el crozius en el lateral de su cabeza. El recargado campo de
energía se descargó de nuevo y la mitad superior del cráneo del orko
desapareció, derramándose los sesos como si fuera el vino de un cáliz.
Más fuego an aéreo estalló por encima de ellos, peligrosamente cerca.
Aunque a demasiada altura como para amenazar a los Ultramarines en
erra, las Stormravens si corrían el peligro de ser impactadas. Los pilotos
ganaron la su ciente altura como para ponerse fuera del alcance del punto
de mira de los orkos y dar apoyo con disparos desde el aire. Los
Ultramarines se pusieron a cubierto cerca de los Veteranos de Vanguardia,
sin dejar de disparar a los pocos orkos que se dejaban ver.
-Podría haber permanecido atrás y dejar que los bólters acabaran con
esos pieles verdes- dijo Donatus. -No había necesidad de ponerse en
riesgo a sí mismo.
-Pero entonces, ¿qué celebraríamos?- replicó Adelmo.
Cassius corrió hacia los Veteranos de Vanguardia. Donatus vio que estaba
abundantemente salpicado de sangre orka. -¡Sargento Ta anus! Tenemos
nuestra posición asegurada. Ahora hay que aprovecharla.
-¿Su plan?- preguntó Ta anus.
-No debemos perder impulso. Seguir empujando hacia adelante. Avanzar
y barrer a los pieles verdes del espaciopuerto.
-Si establecemos una base de fuego aquí, entonces, podemos capturar el
espaciopuerto punto por punto- dijo Ta anus. -Empleemos la cabeza.
Acabemos con ellos pieza a pieza, capturemos la pista para luego realizar
el siguiente movimiento. Si nos lanzamos a la carga podríamos llegar a
quedar rodeados.
-¿Detenernos y arriesgarnos a ser hos gados por los refuerzos? El Codex
es claro al respecto, sargento. No hay que dar la inicia va al enemigo.
-De los refuerzos es exactamente de lo que nos deberíamos preocupar,
Capellán- interpuso Donatus. -Si quedamos atrapados en campo abierto
cuando lleguen, si que seremos hos gados, y seríamos estúpidos si
pensásemos que los pieles verdes no los enen a mano- señaló sobre el
grueso de acero de la plataforma de embarque, hacia el extremo más
alejado de la pista de aterrizaje, pasadas las torres de control y las
estaciones de servicio. -¿Ve allí? Aquella factoría está iluminada. Opera a
pleno rendimiento, puedo sen r sus fuegos desde aquí. Los orkos han
tenido semanas para construir sus máquinas de guerra. La tác ca de los
Veteranos de Vanguardia es sensata en esta situación, Capellán: ganar
cada pedazo de erra y asegurarnos de no quedar expuestos a los
contraataques.
-Hablas fuera de lugar, hermano- dijo Cassius. -Yo soy el comandante de
esta fuerza de ataque. Conozco el Codex también como cualquiera de los
aquí presentes y será la propia furia de Guilliman la que ganará esta
batalla, no un lento y tortuoso avance que permita a los pieles verdes
devolvernos el golpe.
-Se necesita una sola bala para dar la vuelta a una batalla- dijo Donatus. -
Un proyec l bien colocado puede hacer lo que toda nuestra ira no puede.
Encontremos el obje vo correcto y los pieles verdes caerán.
-Entonces hasta que encuentres ese obje vo, hermano- replicó Cassius, -
esta batalla se librará a mi manera.
El Capellán se volvió hacia los Ultramarines a cubierto en la plataforma de
embarque y que apuntaban con sus bólters a los pielesverdes que trataban
de llegar a ellos. -¡Hermanos! ¡Con furia y acero el pielverde será
destruido! ¡No le deis ni un segundo para recuperar sus fuerzas!
¡Conmigo, hermanos, y mostremos a esas sabandijas la ira que arde en
los hijos de Macragge! ¡Adelante!
Cassius salió de un salto de la plataforma de acoplamiento, por un
momento su gura se recortó contra los fuegos de la fragua a través de la
pista de aterrizaje. Los Ultramarines lo siguieron, saltando fuera de la
cobertura y echando a correr mientras Cassius abría la marcha.
-Maldita sea- bufó Ta anus. -¡Veteranos de Vanguardia! ¡Avance y apoyo!
Los Veteranos de Vanguardia siguieron al grueso de la fuerza fuera de la
plataforma. La pista de aterrizaje era un espacio abierto de rococemento
echado a perder por las defensas improvisadas de los orkos. Algunas eran
barricadas de bidones de combus ble y escombros, otras estaban situadas
alrededor de las torres de control y de las estructuras que salpicaban la
pista de aterrizaje. El margen de la ciudad estaba limitado por una enorme
fundición, una amenazante fortaleza que emi a un brillo anaranjado a
través de todas sus puertas y ventanas. No era un buen terreno para tomar,
protegido por las posiciones de ro superpuestas de los for nes orkos.
Mientras los Ultramarines cargaban, los disparos de los pieles verdes
empezaron a caer desde todos los ángulos, provocando una lluvia de
metralla de rococemento que hacía n near las servoarmaduras.
Una de las Stormravens volaba a baja altura con el fuego an aéreo
repiqueteando en su casco. Ametralló una de las for caciones orkas,
destrozando a los xenos que se encontraban en las dentadas almenas,
antes de que una fuerte ráfaga de fuego provocara chispas en su parte
inferior y obligara al piloto a ascender para situarse fuera del arco de
fuego.
Cassius lideraba la carga a la fortaleza orka, aprovechando los segundos
que el piloto les había proporcionado al disparar a los orkos del interior.
Trepó por el detritus de metales soldados que formaban la pared frontal,
mientras que los Ultramarines que venían detrás barrían las almenas con
fuego de bólter. Uno de los Ultramarines llevaba un lanzamisiles y se
agachó apoyado sobre una rodilla, apuntó y lanzó un misil que arrancó un
trozo considerable de la parte superior de la for cación. Cassius se aupó
por uno de los huecos abiertos y Donatus pudo ver el destello del crozius
del Capellán mientras luchaba contra los orkos del interior.
-¡Vigila nuestras espaldas!- Ordenó Ta anus mientras los Ultramarines
seguían al Capellán tras las almenas. Donatus miró detrás de ellos para ver
a un grupo de orkos corriendo entre protecciones, esperando saltar sobre
los Ultramarines con grandes cuchillos de carnicero y otras armas cortantes
que parecían descomunales sopletes de soldadura.
Donatus levantó su bólter. No tenía empo para cambiar la munición, los
proyec les bólter estándar deberían valer. Ocho o nueve de aquellos orkos
cargaban contra los Veteranos de Vanguardia y si conseguían llegar a ellos
podrían arrollarlos.
Donatus disparó al tanque de combus ble que portaba a su espalda uno
de los orkos armado con cuchillas. El tanque explotó, brotando un fuego
líquido naranja que cayó sobre los orcos. Donatus disparó otra andanada,
matando a un orko que había escapado a lo peor de las llamas, mientras el
bólter pesado de Felidus machacaba al resto.
-Con nuad moviéndoos- ordenó el sargento Ta anus a través del vox. -No
os quedéis atrás.
En pocos minutos los Ultramarines habían ganado la posición. La
for cación orka era poco más que un anillo de barricadas improvisadas
rodeando una maloliente hoguera junto a un montón de catres. No
aguantaría. Donatus corrió hacia la parte delantera y se unió a los
Ultramarines que estaban buscando escondrijos y puntos de disparo entre
los escombros.
-¡Hermano Otho!- llamó Donatus por el vox. -¿Qué ves tú?
-Es como un hormiguero- contestó Otho través del crepitante canal del
vox. Desde su posición en la Stormraven, el piloto de la Tercera Compañía
podía ver mucho más que los hermanos de batalla sobre el terreno. -Hay
pieles verdes pululando por todas partes. No puedo bajar más, el Trono
sabrá que es lo que enen montado alrededor de la torre de control.
Talon Beta ya ha perdido un motor.
Donatus reconoció el dis n vo de llamada de la segunda Stormraven de
Cassius. Las tres cañoneras sobre ellos estaban siendo acribilladas por el
fuego an aéreo de los pieles verdes, estaban intentando seguir dando
apoyo a los Ultramarines mientras hacían pasadas por la pista de aterrizaje.
-Vigilad las forjas- respondió Donatus. -Permaneced a la altura su ciente.
-No podemos quedarnos aquí, hermanos- dijo Cassius. Donatus suponía
que una can dad considerable de los cadáveres orkos que llenaban la
for cación había sido obra del crozius del Capellán y del
combilanzallamas. -Estas paredes han sido levantadas por los pieles
verdes y no resis rán.
-Destruyamos esas armas- dijo Donatus. -No podemos permi rnos perder
nuestras cañoneras.
-¿Tanta agresividad de los Veteranos de Vanguardia?- preguntó Cassius. -
¿No signi caría eso ahondar más en su madriguera a la espera de que los
orkos vengan a por nosotros?
-Mi furia no es menor que la suya, Capellán- replicó Donatus. -Ahora que
nos ha traído hasta aquí, no podemos volver atrás. Tenemos que seguir
adelante, cueste los que cueste.
-¡Hermano Donatus!- le espetó el sargento Ta anus. -Ahora no es
momento de…
Las palabras de Ta anus fueron cortadas por el ruido de propulsión de un
cohete. Una fracción de segundo después dio en el blanco. La onda
expansiva generada por la explosión golpeó a Donatus y el lateral de la
fortaleza se derrumbó. Las grandes llamaradas y el polvo provocado por la
lluvia de escombros que cayó sobre los Ultramarines, ocultaron la luz rojiza
del débil sol.
Donatus se puso boca arriba, sus sensores automá cos luchando contra la
repen na oscuridad. Bordeado con los grises de su visión en oscuridad
aumentada, pudo ver que una buena parte de la for cación se había
venido abajo, esparciendo placas soldadas en todas direcciones. Los
Ultramarines se estaban levantando y preparándose para hacer frente a
esta nueva amenaza. Donatus se puso de pie, u lizando el mantra que le
habían implantado en sueños cuando era un recluta para chequearse a sí
mismo en busca de lesiones. No había huesos rotos, ni órganos
desgarrados, ni heridas penetrantes atravesando su servoarmadura.
Todavía aferraba su bólter personalizado y llevó su sensor de obje vos
hasta su lente ocular.
A poca distancia a través de la pista de aterrizaje se encontraba un
depósito de municiones orko, bien sur do de cajas con cohetes y
proyec les. El área a través del obje vo quedó marcada de brillantes rojos
y amarillos alrededor de las boquillas de las armas pesadas cargadas por
los orkos que guardaban el depósito de municiones, lanzacohetes y un
cañón pesado montado sobre el hombro, rescatados y reu lizados de la
defensa de Skemarchus que había caído cuando los orcos lo invadieron. La
carga de los Ultramarines los había llevado dentro del alcance de las
grandes armas de los pieles verdes y ahora del cañón que había aparecido,
y que estaban acribillando la deteriorada for cación con fuego de gran
calibre.
El sargento Ta anus corría a través de las explosiones, del humo y de la
oscuridad. -¡Abandonad este lugar!- ordenó el sargento. -¡Hacia el este y
buscar cobertura!
Donatus siguió a Ta anus y al resto de Ultramarines que abandonaban la
destrozada for cación. Otro cohete impactó, desviado de su obje vo,
detonando contra el lado más alejado de la for cación y lanzando otra
lluvia de polvo y escombros al aire. Los desechos retumbaron y cayeron al
suelo. Donatus se detuvo para ayudar a otro Ultramarine que estaba
sujetando a un hermano de batalla, la pierna del guerrero herido estaba
torcida en un ángulo an natural e incluso a través de la oscuridad Donatus
pudo ver el brillo de la sangre que brotaba de su rodilla.
Los tres se resguardaron bajo la protección más cercana que encontraron a
través de la nube de polvo, una serie de tuberías levantadas de
refrigerante, bastante dañadas ya por los disparos. Un viscoso líquido salía
de las tuberías y se agruparon a los pies de Donatus. El Ultramarine herido
se apoyó contra una junta de las tuberías que presentaba un aspecto
sólido.
Donatus se había relacionado ya con otros hermanos de batalla de la
fuerza de ataque. El Marine Espacial herido era el hermano Scevola y
estaba siendo ayudado por el hermano Vibius. Ambos formaban parte de
la escuadra Senekus de la Tercera Compañía.
-Solo ha sido la pierna- gruñó Scevola. -Dos buenos dedos para disparar y
una boca para maldecir al enemigo es todo cuanto necesito.
La mitad de la fuerza de ataque, incluyendo a los Veteranos de Vanguardia,
se habían puesto a cubierto junto a las uniones de las tuberías. La otra
mitad se había dirigido en dirección opuesta hacia una serie de hangares
de maquinaria medio derrumbados. Entre estanterías de piezas de
transbordador desmanteladas, Cassius y el resto de la fuerza de ataque
estaban organizándose en una línea de fuego para eliminar a los orkos que
seguían disparando cohetes y fuego de cañón contra ellos.
-Todavía tenemos que tomar esa torre de control- dijo Donatus cuando se
reunió con los Veteranos de Vanguardia. Vio que el hermano Adelmo no
estaba con ellos. El veterano Guardián de la Muerte había sido separado de
la escuadra, o había caído.
-Y silenciar esas malditas armas pesadas- dijo Felidus.
-¡Cassius!- gritó Ta anus a través del vox cuando otra andanada de cohetes
atronó por encima de ellos. -No podemos seguir hacia delante. El enemigo
man ene el terreno y puede disparar sobre nosotros desde cualquier
dirección. Hemos de consolidar y movernos por secciones, una cubriendo
a la otra. Si nos lanzamos a la carga, seremos diezmados.
-Los pielesverdes nos desbordarán si les damos la espalda- fue la
respuesta de Cassius. -¡Es la furia de Macragge la que ganará en el día de
hoy!
-Si los orkos tratan de aislarnos, entonces acabaremos con ellos-
respondió Ta anus. -¡Si cargamos una vez más, dejaremos la furia de
Macragge sangrando en esta pista de aterrizaje!
Donatus levantó la vista por encima de las tuberías de refrigerante. Más
grupos de orcos estaban corriendo a toda velocidad a través del espacio
abierto, transportando armas pesadas y cajas de munición hacia la torre de
mando y el depósito de municiones. Los Ultramarines podrían aprovechar
los huecos en sus líneas a su favor, un equipo se dirigiría a la siguiente zona
con cubertura mientras que el otro eliminaba lo peor del fuego orko con
proyec les de bólter. Cada paso conllevaría un arduo y sangriento trabajo,
pero era mejor que cargar de nuevo a través de la gran extensión de
rococemento.
Pero Donatus no estaba al mando. Él no era el guardián espiritual de los
Ultramarines, con el deber de preservar el bienestar de sus almas así como
de asegurar la victoria. No le correspondía a él esta decisión.
-¡Si los pieles verdes quieren sangre- transmi ó Cassius a toda la fuerza
de ataque, -entonces se la daremos! ¡Dejaremos todo este lugar nadando
en ella! ¡Pero no será nuestra sangre la que uya en el día de hoy!
¡Inundaremos Skemarchus con sangre alienígena! ¡Sofocaremos sus
fuegos con carne pielverde!- el Capellán abandonó la protección de los
almacenes de maquinaria. Las ráfagas de disparos orkas no lo tocaron,
como si estuvieran encantadas.
Donatus tuvo que admi r que era inspirador ver al joven guerrero que iba
al frente, blandiendo su crozius en alto como un estandarte para que el
resto de los Ultramarines lo siguiera. Podía sen r aquel ímpetu en sí mismo
avivado por el ejemplo de Cassius, incluso a pesar de todos los pasajes del
Codex que le exhortaban a mantener la calma en el campo de batalla.
Sen a el rón, como si hubiera una cadena unida a su cuerpo que estaba
siendo arrastrada por Cassius. En aquel momento, Donatus deseaba
enormemente salir corriendo a campo abierto, para encontrarse cara a
cara con el piel verde y suministrarle la jus cia de Macragge.
Entre los Ultramarines que se aglomeraban detrás Cassius estaba el
hermano Adelmo, quien había sido separado de los Veteranos de
Vanguardia y ahora estaba preparado para unirse a la carga de Cassius.
Donatus sin ó una punzada de envidia, porque Adelmo podía dejarse
arrastrar hacia adelante por la fuerza de las palabras de Cassius, podía
descartar las prohibiciones inherentes al servicio en los Veteranos de
Vanguardia y ceder completamente ante su odio por los pieles verdes.
-¡Démosle apoyo!- ordenó Ta anus. -¡Mantened a los pieles verdes con
las cabezas gachas, pero no os expongáis a los disparos!
-¿Quién va a despreciar la lucha en este día?- gritaba Cassius mientras
corría, un cohete orko moviéndose en espiral más allá suyo. -¿Quién va a
querer su armadura limpia de sangre xenos?
-La fuerza de ataque le seguía, disparando mientras corrían, la tormenta
de fuego orko que les machacaba en respuesta casi les ocultaba de la
vista de Donatus.
-¡Peligro al norte, hermanos!- le llegó la voz del hermano Otho,
distorsionada por los disparos y el zumbido de los motores de su cañonera
sobre la red vox. -¡La forja se abre!
Donatus divisó la cañonera por encima de ellos, zigzagueando entre
columnas de fuego. Los orkos habían reforzado la pista de aterrizaje con
mucho más poder de fuego del que los Ultramarines habían an cipado, y
les habían despojado de su apoyo desde el aire, pero al menos Otho había
sido capaz de u lizar sus ojos incluso sin hacer uso de sus armas.
Donatus corrió hasta el nal del conglomerado de tuberías y sacó la cabeza
para mirar hacia el extremo norte de la pista de aterrizaje, la parte de la
ciudad donde las paredes de la forja se alzaban como baluartes de una
fortaleza. Un enorme conjunto de puertas estaba abriéndose, arrojando
por ellas el resplandor rojizo de sus fuegos.
Una gran forma se recortaba contra el pór co de entrada. Era una máquina
con forma de barril, de fácilmente veinte metros de altura y que crujía al
avanzar sobre un conjunto de enormes orugas. Incluso a esta distancia, por
encima de la tormenta de disparos, Donatus podía escuchar la vibración de
sus motores y la terrible molienda de sus orugas. Pieles verdes diminutos
se entremezclaban por toda su super cie o se escabullían de su camino.
La máquina era una representación estrafalaria de un orko, como un ídolo
de algún dios salvaje piel verde. La parte superior del cuerpo tenía una cara
lasciva de chapa con por llas abiertas para los ojos, pendones y tótems de
acero erguidos cubrían sus hombros. Su cuerpo estaba recubierto de
placas blindadas ennegrecidas y sucias por el humo de la forja, y mecánicos
orkos todavía estaban poniendo los remaches que las sujetaban. Uno de
los brazos de la máquina era una garra gigantesca con tres dedos cubiertos
con cuchillas cortantes giratorias. El otro brazo era un cañón tan grande
que era un milagro que no volcara toda la máquina. Más acuchos esclavos
pieles verdes trabajaban en las tolvas de munición de su hombro para
cargar en la recámara un proyec l de ar llería del tamaño de un hombre.
-Es un Gargante- transmi ó Donatus por el vox. -Los pieles verdes enen
un Gargante. ¡Cassius! ¡Hermanos! ¡Retroceder, enen una máquina de
guerra dirigiéndose hacia vuestra posición!
Los Ultramarines llevaban comba endo contra los orkos desde los
gloriosos días de la Gran Cruzada, porque los pieles verdes eran uno de los
enemigos más an guos y persistentes de la humanidad. Los orkos poseían,
a pesar de su aparente salvajismo, un talento natural para la ingeniería,
como lo demostraba el espécimen fuertemente blindado que Donatus
había matado en el templo. Sus mejores ingenieros acudían en masa a las
principales zonas de guerra como Skemarchus, poniendo en común sus
habilidades para forjar enormes máquinas de guerra como la que ahora
dirigía su camino, triturando todo a su paso, a través de la plataforma de
aterrizaje del espaciopuerto.
Por esta razón los orkos habían tomado Skemarchus, para crear máquinas
como esa. El esfuerzo de guerra imperial se centraba en retomar la ciudad
antes de que los orkos pudieran reu lizar sus forjas, pero en esta al menos,
habían llegado demasiado tarde.
Un cohete estalló justo detrás de Cassius y derribó a dos Ultramarines,
Donatus estaba seguro de que Adelmo era uno de ellos. El capellán casi
había llegado a la torre de control, arrastrando con él al resto de la fuerza.
Miró a la máquina de guerra que avanzaba ahora desde la forja y vio que el
cañón se estaba nivelando a su derecha.
-¿Veis su blasfemia, hermanos?- gritó Cassius. -Les asusta el derecho
divino de la humanidad y para hacernos frente han diseñado un ídolo
de…
El cañón rugió.
Una fracción de segundo después, un enorme proyec l se estrelló contra la
base de la torre de control. Una columna de escombros ennegrecidos y el
humo que salía de su interior era todo lo que quedó cuando los pisos
inferiores fueron pulverizadas por el impacto explosivo. Los ar lleros orkos
y su ar llería an aérea fueron tragados por la explosión, la cual provocó
que la torre se viniera abajo con sus ventanas reventadas asemejándose a
los ojos negros de una calavera.
Cassius y la mayor parte de la fuerza de ataque fueron tragados por la
niebla de humo. Explosiones secundarias se repi eron a través de la zona
de impacto cuando la munición estalló.
-¡Capellán!- gritó Ta anus por el vox. -¡Habla, hermano! ¿Aún respiras?
-¡Adelmo!- llamó Donatus. -¡Hermano Adelmo, habla!
No hubo respuesta de su compañero de escuadra caído.
Donatus vio abrirse por llas de armamento por todo el cuerpo del
Gargante orko. Varios cañones pesados instalados escupieron fuego hacia
arriba, en sus tución de las armas an aéreas perdidas momentos atrás.
Donatus se asomó de nuevo por la esquina de la unión de tuberías y se
llevó su sensor de obje vos al ojo. La visión mul espectral recogía los
fuegos que ardían en la humeante oscuridad y los fragmentos de metralla
calientes esparcidos por toda la super cie. Cadáveres cercenados yacían
dispersos alrededor y su temperatura corporal era registrada con un
resplandor decolorado, eran los restos de los orkos alcanzados
directamente por la explosión. Algunas formas con el contorno familiar de
una servoarmadura yacían en el suelo, mientras que otras se movían a
través de la oscuridad, retrocediendo de nuevo en orden hacia los
hangares de maquinaria.
Los Ultramarines eran disciplinados. Era lo que les caracterizaba. Incluso
cuando los hombres y mujeres más valientes de la Guardia imperial eran
presa de la confusión y el pánico, los Ultramarines seguían manteniéndose
rmes. Eso fue lo que los mantuvo vivos cuando los orkos intentaron
aprovechar la ocasión disparando sus armas pesadas al azar a través del
humo.
-Allí- dijo Donatus, enfocando a una gura que no llevaba casco, apoyada
en un brazo y que intentaba ponerse en pie. -El Capellán vive.
-No contesta- dijo Ta anus.
-Lo estoy viendo- dijo Donatus. -Su enlace de comunicaciones debe de
estar caído. Está herido.
Los supervivientes orkos estaban saliendo de las ruinas de la torre de
control. Docenas de ellos habían sobrevivido, y más estaban corriendo
hacia el centro del campo de batalla. Los orkos amaban la violencia y la
destrucción por lo que las llamas y el humo eran imanes para ellos,
prome éndoles humanos heridos y moribundos para matar.
El sargento Senekus había tomado el mando, formando a los Ultramarines
en grupos de disparo. En cues ón de segundos, las ráfagas de fuego de
bólter estaban segando a los orkos, separando miembros de los cuerpos y
desgarrando los torsos expuestos.
-¡Fuego a discreción, hermanos!- ordenó Ta anus. Felidus y el sargento
estaban en la parte superior de la tubería, enviando sus propias andanadas
de fuego cruzado que aba an a los orkos que trataban de cargar a través
de la zona de la explosión.
-¿Quién va a ir a por el joven Capellán?- preguntó Felidus entre ráfagas de
su bólter pesado.
-Iré yo- dijo Donatus. -Puedo verle con mi obje vo. Los pieles verdes
también.
La cara de retales metálicos del Gargante se alzaba por encima de las
nubes de humo. Los ingenieros pieles verdes estaban bregando para
recargar el cañón, forzando a salir la enorme vaina del proyec l ya u lizado
para cargar uno nuevo. Uno de los ojos del Gargante estaba abierto a
modo de esco lla dejando ver al piloto orko, su cara quemada coronada
por un par de toscos ojos biónicos como gafas descuadradas. Estaba
inclinado hacia fuera, claramente tratando de obtener una mejor visión del
campo de batalla. Luego señaló hacia los Ultramarines refugiados tras las
tuberías de refrigerante y gritó una orden a sus subordinados ocultos a la
vista.
-¡Rápido, moveos!- ordenó Ta anus. Los Veteranos de Vanguardia y los
otros Ultramarines que permanecían con ellos corrieron por detrás de la
tubería mientras el cañón giraba hacia su posición. El hermano Vibius
sujetaba a Scevola de nuevo mientras este lanzaba chorros de fuego contra
los orkos apoyado en el hombro Vibius.
Unos pocos restos dispersos permanecían rados cerca, ofreciendo poco
más refugio que la trinchera de un soldado. Eran los restos de un
transbordador estrellado, aba do durante los primeros días de la invasión.
Un grupo de ciudadanos huyendo debían haber muerto en el interior
cuando el fuego orko lo derribó, quedando secciones quemadas de la
cabina y del compar mento de pasajeros sobre la pista de aterrizaje.
Donatus se puso a cubierto tras la cabina del piloto del transporte cuando
el cañón del Gargante tronó. La tubería desapareció en otra explosión de
llamas y humo, y un chorro de refrigerante brotó disparado hacia el cielo.
La onda expansiva hizo estremecer el suelo de rococemento y pegotes de
refrigerante cayeron como lluvia grasienta.
El humo al n se despejaba alrededor de la torre, la cual había caído por
completo. Sus restos se expandían desparramados por la pista de
aterrizaje. Unos cuantos Ultramarines yacían inmóviles, el azul de sus
armaduras se enmascaraba tras el polvo del rococemento pulverizado,
pero Donatus reconoció los honores de batalla agrupados en el pectoral
del hermano Adelmo. El Capellán Cassius estaba cubierto de polvo de
manera similar, pero se apoyaba sobre un brazo. Su desnuda cabeza
brillaba con el tono carmesí de la sangre.
Un trozo de mampostería había caído sobre su pierna, inmovilizándolo en
el si o. Cassius estaba tratando de liberarse, pero no conseguía moverlo.
Un aturdido orko vagaba intentando salir de la humareda y Cassius le
me ó dos balas en el pecho sin apuntar. Otro orko surgió delante portando
una pesada espada con una cadena dentada chirriando a lo largo del lo. El
Capellán lanzó un mar de llamas desde la boquilla bajo el cañón del bólter
y el orko aulló, tropezando mientras trataba de apagar el ardiente líquido
que envolvía su cuerpo.
Donatus abandonó su protección. Corrió hacia Cassius y saltó al interior de
un cráter poco profundo. Notó el rococemento caliente y humeante al
agacharse bajo una lluvia de fuego orko. Todo era caos y humareda, y solo
la disciplina de los Ultramarines les hacía inmunes ante cualquier signo de
locura. El bólter pesado de Felidus retumbaba detrás suyo, obligando a los
orkos a ponerse a cubierto y manteniendo apartadas unas cuantas armas
mientras Donatus avanzaba.
Llegó hasta el nal de la torre caída, la mampostería derrumbada le ofrecía
una sólida cobertura contra los orkos. Cassius se encontraba a unos pocos
metros de distancia, pero la sombra del cañón del Gargante pasó sobre él y
de pronto le pareció que bien podrían ser miles de kilómetros. Adelmo
yacía más allá, todavía inmóvil.
Más orkos avanzaban sobre Cassius. Donatus derribó a uno con una bala
en la garganta y Cassius disparó a otro en la rodilla. El piel verde cayó y fue
rematado por una segunda andanada del bólter de Cassius.
El Gargante apuntó a Cassius con su cañón. Los ingenieros casi habían
terminado de cargar el nuevo proyec l en la recámara al rojo vivo. Cassius
intentó de nuevo mover su pierna dañada, pero sin resultado.
-Me dijiste que una bala daría la vuelta a una batalla- dijo Cassius,
mirando por encima de Donatus. -Yo te mostraré cómo se puede dar la
vuelta a una guerra. Los veteranos como vosotros pensáis que habéis
visto todo en la batalla, pero todavía tenéis mucho que aprender. ¡Mira
cómo un ro a za un fuego en los corazones de nuestros hermanos que
nunca se apagará!
Cassius se incorporó hasta quedar sentado y apuntó su bólter al casco
acerado del Gargante.
-¡Desa o, hermanos!- gritó. -¡Así que, escupo sobre las obras del
alienígena!
Cassius disparó un solo ro que rebotó en la armadura del Gargante. Un
acto de desa o puro, un insulto nal al enemigo. Incluso en el momento de
la muerte, el Capellán Cassius estaba in amando la rabia de sus hermanos
de batalla. Todo Ultramarine recordaría aquel ro, aquel desa o. Hablarían
de ello, escribirían sobre ello, tendrían a los artesanos de Macragge
representándolo en las ventanas de los templos y a los amanuenses
dejando constancia de ello en los volúmenes del Capítulo sobre prác cas
de combate.
Cassius estaba en lo cierto. Donatus tenía mucho que aprender. Nunca
antes había oído una aclamación como la que se oyó por el vox mientras
los Ultramarines observaban al Capellán maldecir a los orkos con su único
e inú l disparo.
Donatus saltó por encima de la sección caída de la torre y los disparos
orkos comenzaron a impactar a su alrededor. Cargaba con el hombro
mientras corría, recibiendo dos ros en la guarda del hombro y otro en el
blindaje del muslo.
Mientras corría cogió uno de los cargadores magné camente sujeto a su
cintura. Descartó el proyec l penetrante Kraken, a pesar de que podría
haber perforado a través del más débilmente blindado ojo-esco lla del
Gargante. Podría haber alcanzado al piloto, o algún sistema crí co —una
pila de combus ble, un escudo del reactor— para desencadenar una
reacción en cadena. Era posible, pero poco probable.
Los proyec les Metal Storm eran perfectos para atravesar la expuesta
carne orka, pero los mecánicos del cañón ya lo habían recargado y, aunque
los redujera a una niebla sangrienta, el Gargante todavía podría disparar.
En su lugar, Donatus sacó un solo proyec l Dragon re y lo cargó en su
bólter. Se apoyó contra la losa de mampostería que mantenía clavado a
Cassius al suelo. El cañón del arma del Gargante le estaba apuntando
directamente, formando un ojo negro con una pupila de fuego en su
centro.
-En ocasiones, hermano Capellán, el desa o no es su ciente.
Donatus apuntó, el sensor de obje vos atravesando la nube de humo y
polvo.
Un ejército de orkos poseía una astucia que había matado a demasiados de
los hombres que la habían subes mado. Los pieles verdes habían, después
de todo, tomado Skemarchus y reconver do sus forjas para su propio uso,
produciendo máquinas de guerra para con nuar su conquista de este
planeta y en los sectores adyacentes.
Pero eso se aplicaba a un ejército. Un solo orko era estúpido.
Tal orko había construido el depósito de municiones donde las armas
pesadas de los xenos estaban desplegadas. Se había hecho así por la
ignorancia o por indiferencia del hecho de que estaba justo al lado de una
de las principales bombas de combus ble del puerto Imperial, donde el
depósito de promethium situado debajo podría ser aprovechado para
rellenar los tanques de combus ble de una nave recién aterrizada.
Tal orko había colocado entonces las mangueras pesadas de promethium
desde la bomba a la forja, para llenar los tanques de combus ble del
Gargante. El mismo piel verde había dejado abiertas todas las válvulas de
seguridad para enviar un torrente constante de combus ble a la máquina
de guerra, y las juntas y los sellos de la bomba todavía ltraban una
película de grasa a través del rococemento. Las mangueras habían
quedado sueltas por el avance de la máquina de guerra y los mecánicos
pieles verdes estaban golpeando las válvulas con llaves y trozos de tubería
de hierro para cerrarlas de nuevo.
Lo que había sido un sistema de repostaje lo su cientemente resistente
como para soportar el accidente de un transbordador, ahora era poco más
que una bomba sin explotar gracias a la impaciencia y a la rudeza de los
pielesverdes.
El proyec l Dragon re era incendiario, su núcleo cargado con explosivos de
rápida ignición conver a el poder de detonación de un proyec l bólter en
una esfera creciente de llamas. El Kraken habría sido perfecto para
penetrar, pero no exis a garan a alguna de que el promethium detonase
cuando la bala atravesara la maquinaria de la bomba de combus ble y
saliera por el lado contrario. El Dragon re debía ser dirigido con más
cuidado, al punto menos sólido donde uno de los componentes se uniera a
otro, pero era seguro que se obtendría el efecto deseado.
Donatus apretó el ga llo. El arma se sacudió en su mano, pero la tenía
sujeta rmemente con la culata apoyada contra su hombro.
En aquel momento, el mundo pareció detenerse mientras la bala
atravesaba el aire hacia su obje vo.
El proyec l penetró por uno de los lados de la bomba de combus ble. El
promethium de su interior prendió al instante y destrozó la bomba con una
explosión de fuego anaranjado. Las llamas se extendieron a través del
depósito de municiones, silenciando a los orkos que habían estado
vitoreando la inminente muerte de Cassius.
El depósito explotó, mil detonaciones se produjeron a la vez al estallar las
inestables municiones. Cada medida de seguridad que los constructores
del puerto espacial habían tomado se hicieron irrelevantes cuando cientos
de proyec les explosivos estallaron a través de las inseguras líneas de
combus ble en el rococemento bajo el depósito de municiones.
Numerosas capas de acero reventaron y la metralla incandescente
desgarró el cuerpo principal del depósito de combus ble debajo de la pista
de aterrizaje.
Duró menos de un segundo, pero Donatus pudo seguir todos los eslabones
de la cadena. El depósito de combus ble reventó y ondulaciones casi
tectónicas recorrieron la pista de aterrizaje mientras el rococemento se
levantaba en olas fragmentadas de piedra. Llamaradas de fuego
aparecieron como lá gos. La parte inferior de la pista de aterrizaje cedió y
la super cie superior se desplomó, hundiendo lo que quedaba hacia el río
de lava del subsuelo.
El agujero crecía a medida que más y más del destrozado rococemento se
hundía. El muñón quemado que había sido la torre de control se
derrumbó, arrastrando los trozos de escombros caídos con él. Los bloques
de mampostería que tenían atrapado a Cassius se deslizaron hacia la
creciente boca y Donatus agarró al Capellán por la hombrera, arrastrándolo
fuera de la sima.
El borde del hundimiento alcanzó la trayectoria del Gargante orko. Los
mecánicos saltaban desde los hombros de la máquina de guerra, sus
cuerpos se quebraban contra el rococemento a medida que optaban por
saltar en lugar de enfrentarse a lo que les venía encima. Al orko tras la
esco lla del ojo le entró el pánico y trató de trepar, pero antes de que
pudiera desplazarse a un lugar seguro, todo el Gargante comenzó a
inclinarse a medida que el suelo bajo sus pies era tragado por la sima.
El hundimiento se detuvo cuando alcanzó las enormes vigas de soporte
que apuntalaban la pista de aterrizaje. El Gargante quedó inmovilizado en
el borde, con el cuerpo colgando sobre el abismo y su super cie de metal
iluminada por el resplandor de color rojo sangre de la lava que corría por
debajo. Grandes can dades de escombros caídos y de maquinaria se
desintegraban en el ujo sobrecalentado al ser sumergidos y arrastrados.
Donatus no pudo evitar mirar hacia abajo a la agitada lava mientras
ayudaba a Cassius a retroceder hacia los hangares de maquinaria.
El Gargante permanecía inmóvil por el momento, el orko que se aferraba a
la parte delantera de su cabeza de chatarra metálica sonreía con alivio al
sen rse más seguro. Entonces frunció el ceño cuando el borde del cráter se
desmoronó un poco más y poco a poco, muy lentamente, se inclinó hacia
el agujero. Los proyec les de ar llería cayeron de la tolva abierta, y
herramientas y componentes sueltos caían desde las esco llas abiertas.
Los mecánicos demasiado cobardes para saltar momentos antes colgaban
de asideros en la irregular armadura del Gargante, uno de ellos gritó al
perder su agarre y desplomarse por el hirviente aire que emi a la lava.
La caída del Gargante se aceleró cuando el suelo con nuó cediendo bajo
él. Con un rugido de metal retorcido y rococemento quebrándose, cayó en
el agujero y su amplia y voluminosa masa se sumergió en la lava. Golpeó
con fuerza, la mitad superior se dobló por el impacto contra la super cie
de la lava, los orkos y un sinnúmero de toneladas de acero desaparecieron
en penachos de llamas aceitosas. Sus restos fueron arrastrados lentamente
corriente abajo, el metal deformándose y expandiéndose por el calor,
deshaciendo la máquina de guerra como hielo sobre una parrilla.
Cassius se puso de pie, apoyándose en la acribillada pared del hangar de
maquinaria.
-Una bala- dijo el Capellán a través del vox. -Una bala es todo lo que se
necesita… ¡y tenemos miles de balas de sobra! Los pielesverdes se
esconden y se arrastran desesperados. Imploran el silencio de la muerte.
¡Vamos a complacerlos, hermanos míos! ¡Los fuegos han consumido a su
dios, y ahora dejaremos que el fuego de nuestra venganza consuma al
alienígena!- Cassius cojeó un par de pasos con su pierna herida, con el
combibólter y el crozius en sus manos, antes de que el sargento Senekus
corriera hacia adelante para prestarle apoyo.
Donatus sabía que los Veteranos de Vanguardia debían dar cobertura de
fuego desde atrás, pero ahora también sen a el fuego de las palabras de
Cassius de dentro de él. El Capellán tenía razón, la pérdida de su ídolo
había quebrado la voluntad de los orkos y nunca serían tan vulnerables.
Los Ultramarines tendrían que golpearles duro, sin descanso, rompiéndolos
y barriéndolos del espaciopuerto antes de que pudieran reagruparse y
acorralar a la fuerza de ataque de nuevo.
Habían perdido hermanos de batalla en esta pista de aterrizaje. El hermano
Adelmo había desaparecido en el caos del derrumbamiento. No había sido
el único. El dolor era como la leña en el fuego.
Donatus vio en su mente los cuerpos de los Ultramarines aba dos por el
cañón del Gargante y las heridas provocadas en sus hermanos de batalla, y
las torres de Skemarchus ardiendo donde miles de habitantes de la ciudad
habían muerto luchando por su hogar. Se imaginó el cuerpo lleno de polvo
de Adelmo, tal vez aún con vida, rado sobre el rococemento. Se imaginó a
los soldados de la Guardia Imperial que ya habían muerto en este mundo,
y los que morirían en los días venideros.
Y vio a los salvajes pieles verdes que exis an únicamente para derribar las
obras que generaciones de humanos habían creado con su sangre y su
sudor.
Se sen a bien dejándose invadir por la ira. Donatus descargó todo un
cargador de proyec les Metal Storm.
Unos momentos antes habría conservado cada uno de los valiosos
proyec les, y se hubiera maldecido a sí mismo por cada uno que no
hubiera podido devolver al arsenal del Capítulo en Macragge al nal de la
campaña. Pero ahora se procuraría un cas go por cada uno que no
enterrara en el cuerpo de un piel verde.
Donatus dejó que las palabras del joven Capellán le llevaran en volandas.
Se unió a la carga, siguiendo el ejemplo de Cassius cuando los Ultramarines
pasaron corriendo junto al enorme agujero ardiendo de la pista de
aterrizaje hacia las bandas de Orkos que les habían estado bombardeando
con sus disparos. Oyó a aquellos orkos gritar, bramando órdenes llevados
por el pánico o simplemente balbuceando sin sen do.
La fuerza de ataque chocó contra ellos, despachando pieles verdes con
bólters y hojas de combate. Cassius era ayudado por el sargento Senekus
mientras bañaba a un orko con la llama de su combiarma e impactaba su
crozius en la parte posterior del cráneo de otro. Los Ultramarines
avanzaban de un grupo de orkos a otro, dejando las barricadas
improvisadas y los puntos de disparo cubiertos de cadáveres orkos.
Donatus efectuó una ráfaga de disparos de fragmentación sobre un trío de
orcos que intentaba huir, desapareciendo estos en una cor na de sangre
derramada.
Dejó que la rabia lo llevara, cuando los Ultramarines se abrieron paso a
través de un muro de carne de pielesverdes para dejar las puertas de
Skemarchus despejadas.
Haría que los xenos pagaran.
Una pesada Chimera modi cada empujaba una masa de escombros
humeantes hacia el borde de la plataforma con su hoja excavadora y la
lanzó fuera, enviándola como lluvia hacia el fuego líquido varios pisos por
debajo. Se estaba despejando progresivamente un espacio lo
su cientemente grande como para que aterrizara una de las pesadas naves
de la Guardia imperial, que transportaría cientos de unidades de infantería
al centro de Skemarchus. Pasaría mucho empo antes de que el
espaciopuerto pudiera recibir naves voluminosas con su pista de aterrizaje
principal en ruinas, pero pronto estaría opera va como pista de aterrizaje
improvisada para la Guardia imperial.
Otra Chimera, con el techo de su cabina de pasajeros quitado, estaba
sirviendo como transporte de cadáveres. Llevaba una gran pila con cuerpos
orkos, igualmente des nados a ser arrojados por el borde. Los ingenieros
de campaña estaban jando provisionalmente los tanques de combus ble
al cableado de energía tendido bajo la supervisión de los visioingenieros
del Adeptus Mechanicus.
Los Ultramarines por su parte mantenían la vigilancia, cubriendo todas las
vías con disparos superpuestos de bólter. Unos cuantos orkos se habían
aventurado a salir de las sombras de la enorme fundición solo para quedar
atrapados entre los callejones sin salida de las forjas en llamas y las armas
de los Ultramarines. Esos pocos pieles verdes que habían mostrado sus
rostros ya habían sido derribados por el fuego de precisión de los Marines
Espaciales.
Donatus había terminado sus ritos a su equipo de combate posteriores a la
batalla, limpiado su bólter pieza a pieza y hecho un recuento de su
munición. Había disparado todos sus proyec les Metal Storm y la mitad de
sus proyec les de bólter estándar. En su cargador Dragon re faltaba un
solo proyec l. Levantó la vista de la barricada de fuego an aéreo del
puesto de mando de los Ultramarines cuando la Stormraven del hermano
Otho planeó por encima suyo, inclinándose mientras bajaba la velocidad,
hasta aterrizar sobre la super cie de la plataforma. El Capellán Cassius, con
su pierna reforzada con una férula ortopédica temporal, cojeó hacia la
cañonera mientras la puerta de la cabina se abría. Seguía mostrando la
cara tan fresca y sin marcas como la de un novato, aunque el peso, de
quizás unos cuantos años más, parecía oscurecer sus ojos.
-¿Alguna señal de los caídos?- preguntó con gravedad.
Otho salió de la cabina. -Ninguna, Capellán- avanzó a través de la bruma
caliente que ascendía de la parte inferior del casco de la cañonera. -He
realizado tres pasadas sobrevolando la zona, pero hay muy pocas cosas
que no se hayan hundido en la lava. Inspeccionamos lo que pudimos
antes de que el calor y los silicatos afectaran a los motores. No están allí.
Los hemos perdido.
-Ya veo- dijo Cassius. -Gracias, hermano.
-¿Se han ido?- preguntó Donatus cuando Cassius se apartó de la cañonera.
-Así es.
El Codex Astartes requería que los Astartes muertos en la batalla por el
espaciopuerto fueran recuperados para que su equipo de combate y la
semilla gené ca encargada de controlar sus sistemas mejorados pudieran
ser devueltos al Capítulo. Pero los cuerpos de muchos habían caído por el
agujero en la pista de aterrizaje que se tragó al Gargante orko, y habían
sido incinerados en la lava.
Donatus no había conocido bien a todos esos Marines Espaciales, pero el
daño a uno era un daño a todos. Cada Marine Espacial era la culminación
de años de entrenamiento y de la des lación de milenios de conocimientos
de combate, un individuo especial seleccionado por los Capellanes para
llevar a cabo la voluntad del Emperador. Cada uno que caía, no podía ser
realmente reemplazado jamás.
Y Adelmo había sido más que un simple hermano de batalla para Donatus.
El veterano de los Guardianes de la Muerte había sido su amigo, una
inspiración, able e implacable en la batalla y aún así, lo su cientemente
alegre para recordar a Donatus las razones por las que luchaban los
Ultramarines. Sería apropiado, pensó Donatus, si algún día pudiera hacer el
honor a su hermano caído de seguir sus pasos entrando en los Guardianes
de la Muerte. La semilla gené ca de Adelmo podría haberse perdido, pero
su legado no lo sería.
-Lloraremos por ellos- dijo Donatus. Las palabras no eran su cientes para
expresar lo que sen a en su interior, pero nunca había sido el alma más
locuaz y no se le ocurría nada más que decir.
-Todavía nos prestarán servicio, en la memoria- respondió Cassius. -Ellos
ayudaron a avivar tu rabia, ¿no? La de todos nosotros. Esos hermanos
caídos acabaron con su parte de pieles verdes en el día de hoy. Y lo harán
mañana, también.
-Sen la ira de la que ha hablado- dijo Donatus, -y la seguí. En todas mis
décadas no he cabalgado sobre la ola de mi rabia como lo hice hoy.
-Ni yo en toda la mía- respondió Cassius, -he visto una bala derribar a
tantos- hizo una pausa. -El mismo Codex nos guía a ambos. El Primarca
era un maestro de todas las formas de guerra, y por eso es necesario que
nos esforcemos en serlo. Yo tengo mi manera y tú la tuya. Siempre y
cuando no se ex nga, el Capítulo dará un uso a los dos.
Una lanzadera de transporte de personal de la Guardia Imperial descendió
en el área recién despejada por los ingenieros. Lucía los laureles de un
comandante de regimiento, y transportaba a los o ciales que orquestarían
la siguiente etapa de la campaña para retomar Skemarchus. Se habían
realizado las primeras acciones de la batalla. Ahora, el siguiente paso
estaba a punto de comenzar, y los Ultramarines serían la punta de ataque
del avance. Los soldados se apresuraron a asegurar la lanzadera de
transporte nada más tocar suelo y las rampas bajaron, lo que permi ó que
un grupo de o ciales uniformados y engalanados salieran, cargados de
medallas y de brocados, con los uniformes de varios regimientos.
-Debo dirigirme a ellos- dijo Cassius. Pedirán mucho de nosotros. Debo
asegurarme que también desempeñen su parte. Tendremos mucho de que
hablar cuando esta ciudad se gane, hermano Donatus. Por ahora, reza con
tus hermanos.
-Lo haré, mi Capellán.
-Y dale las gracias a tu bólter por mí- dijo Cassius con una sonrisa, la
primera que Donatus había visto en su rostro, y se alejó para unirse a los
o ciales.
FIN