-Me seguía y no concibo lo que puede haber sido de él. -Niño, dijo Agatón, ve a buscar a Sócrates y tráenoslo. Y tú, Aristodemos, colócate al lado de Eryximacos.
Entonces hirió de nuevo el alma de Zeus altitonante y le irritó su corazón cuando vio entre los hombres el brillo que se ve de lejos del fuego.
¡El ser buen médico no releva de tener buen corazón! ¡Dígolo, porque ya
ve usted qué cara tan larga y tan triste ha hecho poner a mis tres Marías!
Pedro Antonio de Alarcón
El Capitán lo jugaba mejor que Angustias; pero Angustias tenía más suerte, y los naipes acababan por salir volando hacia el techo o hacia la sala desde las manos de aquel niño cuarentón, que no podía aguantar la graciosísima calma con que le decía la joven: -¿
Ve usted, Capitán Veneno, como soy yo la única persona que ha nacido en el mundo para acusarle a usted las cuarenta?
Pedro Antonio de Alarcón
¡Rosa, mi sombrero!... (Es decir,
ve a mi casa y di que te lo den). O si no, tráeme, que ahí estará en la alcoba, mi gorra de cuartel...
Pedro Antonio de Alarcón
Comprendía la tragedia interior de la desventurada ave, que, a diferencia de las demás de su especie, sabía, sabía de la ceba, del agudo cuchillo, e iba a saber del impío rellenamiento, del horno ardiente, del nuevo despedazamiento en una mesa donde se ríe y se bebe champán, masticando la pechuga blanca del ave mísera. Piadoso, Jesús bajó de nuevo la mano, y murmuró: -
Ve en paz.
Emilia Pardo Bazán
Tú no has dado a tu esposo sino la mitad del hogar; tú no le has dado el Niño...» La esposa permaneció un cuarto de hora sin ver el Nacimiento, viendo sólo, en las tinieblas interiores de sus penas, lo que cada cual, durante ciertos supremos instantes que deciden el porvenir,
ve con cruel lucidez: lo fallido de su existencia, el resquicio por donde la desgracia hubo de entrar fatalmente...
Emilia Pardo Bazán
En mi concepto, no son pocos los factores que han conducido al país al estado en que se encuentra; pero sobre todos me parece que predomina uno hacia el que quiero llamar la atención y que es probablemente el que menos se ve y el que más labora, el que menos escapa a la voluntad y el más difícil de suprimir.
Y desde entonces tuvo siempre presente este engaño y no dio la infatigable llama del fuego a los fresnos, los hombres mortales que habitan sobre la tierra. Pero le burló el sagaz hijo de Jápeto escondiendo el brillo que se ve de lejos del infatigable fuego en una hueca cañaheja.
—Ahí los tiene entre las piernas. ¿No los
ve, amigo, más grandes que la cabeza de su castaño; ¿o se ha quedado ciego en el camino?
Esteban Echeverría
—Su madre sería la ciega, pues que tal hijo ha parido. ¿No
ve que todo ese bulto es barro? —Es emperrado y arisco como un unitario.
Esteban Echeverría
Pero luego las tinieblas los aislaron de nuevo; y entre ellas, la búsqueda del sulky que habían dejado caído sobre las varas. La frase hecha: "No se
ve ni las manos puestas bajo los ojos", es exacta.
Horacio Quiroga