Esto lo debo haber dicho con una sonrisa provocativa, porque pensé en mí mismo como en un sinvergüenza de otra época con una pluma en el gorro. Entonces empecé a buscar sus ojos verdes detrás de los lentes.
―cogiéndole del brazo en el momento en que Cóppola hundía de nuevo su mano en el bolsillo para sacar más lentes, por más que la mesa estuviera ya cubierta de ellas.
Algunos datos: anuales, de lo que hace PAMI, 87.345 lentes intraoculares; por mes, casi 8.000 cirugías de cataratas; 783.145 elementos ópticos; 80.000 elementos de fisiatría, que son las camas y todas esas cosas especiales para los ancianos que están postrados, para que no se escaren; 417 transplantes; 118.000 afiliados en rehabilitación; 9.600 marcapasos; 26.496 sillas de ruedas y puedo seguir así hasta el infinito.
Cóppola se separó de él suavemente con una sonrisa forzada, diciendo: ―¡Ah, no son para usted, pero aquí tengo bellos prismáticos! ―y recogiendo los lentes empezó a sacar del inmenso bolsillo prismáticos de todos los tamaños.
Por otra parte, las lentes que Cóppola había extendido sobre la mesa no tenían nada de particular, y menos de fantasmagórico, por lo que Nataniel decidió, para reparar su extraño comportamiento, comprarle alguna cosa.
¿Ves aquel otro que en landó se ostenta con
lentes, y cadenas y traílla de galgos por detrás, palco, y la renta gasta de un rey, causando maravilla?
Mariano José de Larra
-¿De la Curruquito?, ¿una peseta de la Curruquito? ¡Como no te pongas lentes! -¿Qué?, ¿que no me paga la peseta?, pos no le doy el zapato y va a tener que dejarse en casa, cá vez que salga, uno de los pinreles, el dizquierdo, por más seña.
Nataniel estaba fascinado; se encontraba en una de las últimas filas y el resplandor de los candelabros le impedía apreciar los rasgos de Olimpia. Sin ser visto, sacó los lentes de Cóppola y miró a la hermosa Olimpia.
Lleva sobre los ojos gruesos lentes de vidrio negro y en la mano una caja llena de tiquetes con los nombres de todas las manías clasificadas y enumeradas por los alienistas modernos.
Sus pómulos eran rosados. Llevaba, como un hombre, sujetos entre los dos botones de su corpiño, unos lentes de concha. Cuando Carlos, después de haber subido a despedirse del señor Rouault, volvió a la sala antes de marcharse, encontró a la señorita de pie, la frente apoyada en la ventana y mirando al jardín donde el viento había tirado los rodrigones de las judías.
—Para lo próxima semana, se lo aseguro colega. Ese dinero ya es nuestro...— Un delgado individuo afirma a otro de
lentes oscuros que lo hacen dárselas de misterioso.
Antonio Domínguez Hidalgo
De este modo se explica la conversación con aquellos tres amigos, y su alusión a Ninon de L'Enclos. En la velada musical, mi necia obstinación en no usar lentes fue lo que me impidió descubrir su edad.