Ejemplos ?
Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de los tres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza.
Más de una vez, la noche cayó sin que Subercasaux hubiera vuelto del río, y las criaturas encendieron el farol de viento a esperarlo sin inquietud.
A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.
El día era espléndido; desde el cenador en que habíanse guarecido nuestros tres famosos prohombres, situado a espaldas del ventorrillo en una de las accidentaciones del monte -un monte pelado y rojizo sobre el que sólo verdegueaban los rústicos pabellones-, divisábase la carretera de la que cada ráfaga de viento arrancaba un remolino de polvo de oro, la arenosa playa donde morían las olas desdoblándose con plácido murmullo; la vía del ferrocarril, que pone en comunicación algunos de los pueblos de la costa levantina, y el mar que fulgía bajo un cielo espléndido, como un inmenso zafiro, surcado por cien barcas pescadoras de blanquísimo velamen.
"Debo de tener fiebre muy alta" —se dijo el enfermo. Y encendió sobre el velador el farol de viento. La mecha, mojada, chisporroteó largo rato, sin que Subercasaux apartara los ojos del techo.
A cada ráfaga de viento matraqueaban los esqueletos, por lo que los pájaros, asustados, nunca acudían al jardín; las flores estaban atadas a huesos humanos, y en las macetas, los cráneos exhibían su risa macabra.
La señora Gardner fue la primera en comprobarlo una noche que se encontraba en la ventana del cuarto contemplando la silueta de un arce que se recortaba contra un cielo iluminado por la luna. Las ramas del arce se estaban moviendo y no corría el menor soplo de viento.
Así siguieron girando con tremendo estrépito a mi derredor durante un período interminable para mí; ya creía enloquecer, cuando la luna se ocultó entre las nubes y los árboles, como apurados, regresaron a su lugar. Quedaron inmersos en una quietud imperturbable y ni el más pequeño soplo de viento los movía.
Pedro Rojas», de Miranda de Ebro, padre y hombre, marido y hombre, ferroviario y hombre, padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes. Papel de viento, lo han matado: ¡pasa! Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
Pasan por las islas Tohu y Bohu, donde el gigante Briguenarilles, que acostumbra alimentarse con molinos de viento, muere por haber engullido toda la batería de cocina; después, los navíos sufren una violenta tempestad y Panurgo, ante ella, da pruebas de un miedo extraordinario.
A un joven del colegio mayor Tau Omega le pareció ver en el aire una masa de humo grotesca y espantosa, justamente cuando estalló el fogonazo; pero su observación no ha sido comprobada. Los escasos testigos coinciden, no obstante, en que la violenta ráfaga de viento procedía del Oeste.
Un poco de viento les hacía mover el brillo de las hojas; al mismo tiempo se asomaban a la «avenida de agua» tocándose disimuladamente las copas.