BIODIVERSIDAD EN
NUESTRO PLANETA
El papel de la biodiversidad
Cuando asistimos al deterioro no sólo de los ecosistemas, sino
de los cimientos mismos de nuestra civilización, resulta urgente
pensar la biodiversidad no como una esfera que atañe solo a la
ecología, sino también al ámbito más humano y cultural.
La biodiversidad es vida
La biodiversidad, abreviación de diversidad biológica, es el conjunto de todos los
seres vivos del planeta, el ambiente en el que viven y la relación que guardan con
otras especies. Está compuesta por los organismos vivos, así como todos los
ecosistemas, y todas las relaciones que establecen entre sí, reflejando el número,
la variedad y la variabilidad de los organismos vivos, y también cómo éstos
cambian de un lugar a otro con el paso del tiempo.
En la actualidad tenemos un conocimiento muy pobre de la biodiversidad existente en el planeta Tierra. Se han
descrito científicamente desde el siglo XVIII aproximadamente 1.700.000 especies de seres vivos, incluyendo
microorganismos, hongos, vegetales y animales. De ellos, sólo conocemos bien a las plantas superiores (270.000
especies) y a los animales vertebrados, con aproximadamente 55.000 especies. Mientras que el resto de seres vivos
se consideran mal o muy mal conocidos. Sin embargo, se calcula que la biodiversidad mundial podría estar
compuesta desde 3 millones a 110 millones de especies, siendo los insectos, con más de un millón de especies
descritas, el grupo más numerosos. Estimándose que se necesitarían al menos 200 años al ritmo de descripción
anual de especies (varios miles) para llegar a conocer la biodiversidad real, con el agravante de que muchas
especies se están extinguiendo antes de haber sido descritas.
La pérdida de biodiversidad mundial
Pese a esta amplísima, aunque desconocida, biodiversidad, en los últimos 30 años han sido distintos
expertos, especialmente ecólogos, los que han advertido del proceso de pérdida de biodiversidad,
realizando diversas estimaciones sobre el número de especies que desaparecen cada año en el mundo. En
1979 Norman Myers anunció que unas 40.000 especies desaparecían anualmente; dos años más tarde
Paul Ehrlich hablaba de la pérdida de 250.000 especies por año, y anunciaba la pérdida de la mitad de las
especies hacia el año 2000; mientras que en 1992 el biólogo Edward O. Wilson, considerado el padre de
la biodiversidad, estimaba una horquilla de 27.000 a 100.000 especies desaparecidas al año. 1
Aunque es evidente que muchas de estas estimaciones no fueron acertadas, si existe un amplio consenso sobre la
extrema gravedad del ritmo de pérdida de biodiversidad en el mundo. Gracias al registro fósil, sabemos que durante
los períodos de extinción normal, es decir sin que intervenga ningún cataclismo, la pérdida fue de una especie cada
cuatro años. Sin embargo, durante los últimos cien años el hombre ha acelerado el ritmo de extinción posiblemente
1.000 veces respecto al ritmo natural lo que ha provocado una pérdida neta de biodiversidad.
Los últimos informes de diversas instituciones internacionales revelan que partiendo de las poblaciones estudiadas,
entre 1970 y 2006 la abundancia de especies de vertebrados se redujo en promedio, casi en un tercio y sigue
decreciendo a nivel mundial, dado que se registran descensos particularmente graves en los trópicos y entre las
especies de agua dulce.2 Actualmente se ha alcanzado una extinción de entre 50 y 300 especies cada día, y entre
4.000 y hasta 90.000 especies cada año. Además se prevé que en los 50 próximos años el ritmo de extinciones será
10 veces mayor al actual.
La importancia de la biodiversidad
Ante esta situación ¿debemos preocuparnos por la creciente destrucción de la biodiversidad? ¿supone una amenaza para nuestra
especie? Y si es así, ¿cómo nos va a afectar?
Para algunos de nosotros, el valor intrínseco (valor inherente, independientemente de si sirve para satisfacer necesidades y
aspiraciones del ser humano) que tiene cada especie o cada ecosistema hace que el actual periodo masivo de extinción de
especies, el primero generado por los seres humanos y el primero que sufriremos directamente, es suficiente para reclamar la
adopción de medidas extraordinarias. Pero la biodiversidad también es fuente de bienestar por el impacto emocional positivo
que genera en la mayoría de las personas que se adentran en los paisajes donde domina lo natural sobre lo artificial. Una
reacción sentimental inspirada en la belleza, en el sentido de lo imponente y de la fascinación, que resulta extraordinariamente
gratificante y placentera. Sin embargo, para los que no disfrutan de la “biofilia” (vinculación emocional que experimentan
algunos seres humanos respecto de otros seres de la Naturaleza, según la describió Edward O. Wilson 4) es de esperar que la
relación directa existente entre la conservación de la naturaleza y el bienestar humano sea suficiente para conceder a la
biodiversidad la importancia que merece.
Los procesos, bienes y servicios que generan los ecosistemas se
agrupan en cuatro categorías
• Servicios de aprovisionamiento, o suministro de bienes que benefician directamente a las personas, ya que por ejemplo nos
facilitan los alimentos, y suelen tener un valor monetario, como la leña o las plantas medicinales;
• Servicios reguladores, son la gama de funciones vitales desempeñadas por los ecosistemas. Entre ellos se cuentan la
regulación del clima mediante el almacenamiento de carbono y el control de las precipitaciones locales, la eliminación de
contaminantes por medio del filtrado del aire y las aguas, y la protección frente a los desastres, como el deslizamiento de
tierras y las tormentas costeras;
• Servicios culturales, que ofrecen beneficios materiales directos, pero contribuyen a satisfacer ciertas necesidades y deseos
más amplios de la sociedad y, por lo tanto, inciden en la predisposición de las personas a costear los gastos de la conservación.
Entre otros, cabe mencionar el valor espiritual que se da a ciertos ecosistemas, como las arboledas sagradas, y la belleza
estética de los paisajes o las formaciones costeras que atraen a los turistas; y
• Servicios de apoyo, que no benefician directamente a las personas pero son esenciales para el funcionamiento de los
ecosistemas y, por ende, responsables indirectos de los demás servicios. Entre ellos se cuentan la formación de suelos y los
procesos de crecimiento de las plantas.
Consecuencias de la pérdida de biodiversidad
Como hemos mencionado, uno de los servicios eco sistémicos que la Evaluación de Ecosistemas del Milenio ha
comprobado que está en franco deterioro es la polinización, que sin embargo es vital para la producción de alimentos y los
medios de vida de los seres humanos, y relaciona directamente los ecosistemas silvestres con los sistemas de producción
agrícola. La gran mayoría de las especies de plantas fanerógamas sólo producen semillas si los animales polinizadores han
transportado previamente el polen de las anteras a los estigmas de sus flores. Si este servicio no se realizara, muchas
especies y procesos del ecosistema conectados entre sí, dejarían de existir.
Ejemplos: para evidenciar hasta que punto si los ecosistemas exceden de ciertos umbrales o puntos de inflexión,
existe un gran riesgo de que se produzca una pérdida drástica de la biodiversidad, con el consiguiente deterioro de una
amplia variedad de servicios ecosistémicos. Seguramente esos cambios repercutan primero y con mayor intensidad en
los pobres, pero, a largo plazo, todas las sociedades y comunidades sufrirán las consecuencias.
Otro ejemplo de cómo nos afecta la pérdida de biodiversidad lo encontramos en la acumulación de fosfatos y nitratos
de fertilizantes agrícolas y de efluentes de drenajes, que puede hacer que los ecosistemas de lagos y otras masas de
agua dulce pasen a un estado en el que predominan las algas (denominado estado eutrófico) a largo plazo.
La crisis de la biodiversidad bajo un enfoque instrumental de la
naturaleza
De acuerdo con los datos obtenidos en el proyecto de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio de Naciones
Unidas (2001-2005), la tasa actual de extinción de especies es entre 100 y 1.000 veces mayor de lo que era en el
pasado según los registros fósiles de los que disponemos. Además, casi un cuarto (24 %) de la superficie original
de ecosistemas terrestres del planeta ha sido transformada por el ser humano en tierras de cultivo, teniendo lugar
gran parte de este cambio en los últimos 60 años 7.
Tradicionalmente, para abordar esta problemática se venían desarrollando dos grandes tipos de políticas: las ligadas
directamente a la conservación de determinadas especies en peligro de extinción, amenazadas, singulares, etc., y las
relacionadas con la conservación de los hábitats de dichas especies, consistentes fundamentalmente en la creación de
áreas protegidas, bajo diversas formas legales (parques nacionales, parques naturales, reservas naturales, etc.) o figuras
de reconocimiento (reservas de la biosfera, patrimonio natural, etc.). Bajo estas premisas, se han creado numerosos
catálogos de especies protegidas, estrategias y planes de conservación de especies, tanto a escala internacional como
nacional y regional, y en cuanto a los hábitats, según los datos recopilados por la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (IUCN), actualmente existen más de 120.000 áreas protegidas en todo el planeta, que
suponen cerca del 14% de la superficie terrestre.
CRACIAS POR SU ATENCION