Casos Clinicos Parafilias.
Casos Clinicos Parafilias.
Casos Clinicos Parafilias.
El cliente pensaba que jamás tendría novia ni estaría con ninguna chica debido a su timidez y temía que su única
experiencia sexual fuera la masturbación
Con el paso de los años, M. se sentía cada vez más inseguro y empezaba a estar deprimido. Es en torno a los 17 años cuando M., que seguía sin entablar
relaciones con chicas, se da cuenta de que con niñas de 11 o 12 años no se siente tan tímido como con las compañeras de su edad. M. recuerda que, de repente,
surgió en su cabeza la posibilidad de intentar “algo” con ellas, pero pronto rechazó esa idea, ya que las consideraba muy pequeñas para él. A pesar de haber
descartado, de inicio, esa idea, el cliente menciona que se sintió culpable por haber barajado tal posibilidad.
A partir de ese episodio, M. empezó a esforzarse por no tener pensamientos sexuales cuando se encontraba en situaciones en las que estuvieran presentes niñas
más pequeñas que él. De esta manera, cuando el cliente se encontraba con niñas de menos edad que él pensaba cosas como: “Tengo que intentar no pensar en
que me atraen estas niñas”. Tras estos pensamientos aparecían otros del tipo: “Voy a mirarlas para asegurarme de que no me gustan”. Entonces, M. les lanzaba
un fugaz vistazo, apareciendo a continuación los pensamientos “Estoy mirando a estas niñas, soy un degenerado” y “Aunque prefiero las chicas de mi edad,
estas niñas tienen cierto atractivo”. El cliente, entonces, se sentía más culpable aún al percibir que estas chicas, más pequeñas que él, “le atraían”.
M. enseguida se preocupó ante la posibilidad de que, cuando se masturbara, entre sus fantasías sexuales pudieran aparecer imágenes de estas niñas más
pequeñas que él. Pensaba: “Tengo que evitar pensar en niñas pequeñas”, pero, paradójicamente, acababa pensando justo en ellas. El cliente menciona que, sin
entender muy bien el motivo, estos pensamientos llegaban acompañados de cierta relajación placentera, hecho que lo angustiaba sobremanera. Además, notaba
su propia erección bajo el influjo de estos pensamientos. El cliente experimentaba una especie de anticipación de placer al estar en contacto con esas imágenes.
Entonces, M. intentaba asegurarse de que esos pensamientos no le resultaban placenteros, fantaseando brevemente con ellos para ver qué efecto le producían.
Muy a su pesar, descubrió que dicha aproximación a los pensamientos que pretendía evitar le resultaba placentera.
M. refiere que experimentó esos episodios de intentos de control de los pensamientos y relajación placentera (cuando finalmente éstos aparecían) durante
varias semanas consecutivas, hasta que un día optó voluntariamente por rendirse (al resultarle imposible evitar la aparición de tales pensamientos) y se
masturbó fantaseando con chicas de menos edad. El cliente recuerda aquel episodio como un acto impulsivo y repentino, en el que se dejó llevar por la
frustración acumulada al no poder hacer desaparecer de su mente los pensamientos relacionados con niñas menores que él. Según él, se rindió a la “tentación”
para no seguir sufriendo. Después de ese hecho, M. se sintió terriblemente culpable, ya que si consideraba que pensar en niñas pequeñas estaba mal,
acompañar estos pensamientos con la masturbación era aún peor.
A partir de ahí, mientras más se esforzaba por controlar los pensamientos relacionados con niñas pequeñas, más intensos eran y no desaparecían hasta que
volvía a rendirse a ellos, integrándolos en una fantasía sexual mientras se masturbaba. Además, el cliente menciona que, aunque seguía sintiendo mayor
atracción por las chicas de su edad que por las menores, paulatinamente las fantasías sexuales con menores fueron haciéndose predominantes. De esta forma, si
M. iniciaba la masturbación fantaseando con chicas de su edad (o con actrices, modelos, etc.), inmediatamente era “invadido” por las fantasías pedófilas y, por
mucho que se esforzase, no podía retomar las fantasías iniciales. Así mismo, una vez que ya había iniciado la masturbación fantaseando con chicas de su edad,
el flujo de excitación sexual desencadenado por ellas hacía que después fuera más difícil reprimir las fantasías con las niñas pequeñas una vez que aparecían.
Esto ocurría una y otra vez, sintiéndose el cliente cada vez más culpable y perdiendo la poca autoestima que le quedaba.
El cliente refiere que llegó a intuir que sus intentos de control estaban haciendo que cada vez se encontrara peor e intentó olvidarse del tema, quitándole
importancia, diciéndose a sí mismo cosas como: “Sólo son fantasías, tampoco es tan grave” o “No le voy a dar tanta importancia a esto”. Estas palabras de
autoconsuelo lo aliviaban momentáneamente, pero inmediatamente pensaba que no podía olvidarse de algo tan preocupante y que era su deber controlar esos
pensamientos y asegurarse de que verdaderamente no le atraían las niñas pequeñas y, entonces, todo volvía a empezar.
M. recuerda que, paulatinamente, empezó a extender su
preocupación a muchas otras situaciones. Si, por ejemplo, en
las noticias de televisión hablaban de casos de pornografía
infantil o de abusos sexuales, se preocupaba por la posibilidad
de que él llegara a convertirse en uno de esos delincuentes.
Como antes se había masturbado pensando en niñas de entre
11 y 12 años (cosa que en un principio consideraba inaceptable
moralmente), ¿quién le aseguraba que no acabaría pensando en
niñas incluso de menor edad? o, peor aún, ¿cómo podía
asegurarse de que no pasaría de la fantasía a la realidad? En
relación con esta última preocupación, M. relató cómo, en una
ocasión en la que se encontraba en la playa, observó a una niña
pequeña (de unos cuatro años de edad) que correteaba
completamente desnuda por la orilla. Enseguida, se dio la
autoinstrucción: “Tengo que asegurarme de que no me atrae” y
lanzó una fugaz mirada para comprobarlo, pero, entonces, M.
pensó “He mirado a esa niña pequeña, soy un pervertido”.
A partir de ahí, el cliente no se preocupó por la
posibilidad de que le surgieran fantasías con niñas de 11
o 12 años, sino por la posibilidad de que le aparecieran
imágenes de aquella niña de cuatro años desnuda en la
playa. Cuando se dijo a sí mismo: “No voy a pensar en
esa niña pequeña”, M. recuerda que en su mente apareció
justamente la imagen de esa niña y, entonces,
experimentó cierta relajación momentánea, seguida de un
sentimiento de culpa por vivenciar esta relajación como
placentera. A continuación se esforzó por alejar de su
mente esas imágenes, pero cuanto más se esforzaba por
no pensar en ella, más lo hacía y su tensión iba en
aumento. Se sentía culpable por pensar en esa niña
pequeña y sentía miedo ante la posibilidad de acabar
masturbándose pensando en ella (como ya lo había hecho
cuando le venían pensamientos relacionados con las
niñas de 11 o 12 años).
M. se sentía fatal por tener esos pensamientos, pero al mismo tiempo pensaba que era su deber preocuparse por ellos y por eso no podía
abandonarlos. Sabía por propia experiencia que no dejaría de preocuparse hasta que se rindiera a su obsesión y la integrara en una fantasía
sexual mientras se masturbaba. Entonces pensó en hacer eso y sintió ambivalencia entre seguir reprimiéndose y controlando esos
pensamientos o masturbarse para acabar con todo de una vez. Finalmente, tras muchos intentos de controlar sus pensamientos, y ante la
imposibilidad de hacerlos desaparecer, M. se rindió y también acabó masturbándose pensando en esa niña de cuatro años. Aunque, a corto
plazo, M. experimentó una gran liberación de tensión, inmediatamente después se sintió terriblemente culpable, ya que el cliente pensaba que
si masturbarse pensando en niñas de 11 o 12 años estaba mal, hacerlo con niñas de cuatro años era aún peor. A partir de ahí, todos los
esfuerzos de M. se centraron en evitar pasar de la fantasía a la realidad. Cuando se encontraba en alguna situación en la que surgía la
posibilidad de llevar a cabo sus fantasías, como, por ejemplo, en una ocasión en la que la hija de sus vecinos, de cinco años de edad, se quedó
a dormir en su casa, se preocupaba por la posibilidad de que esto ocurriera. La niña se había quedado al cuidado de la familia de M. porque
sus padres habían salido a celebrar su aniversario de boda. En aquella situación el cliente pensaba: “Tengo que controlarme, no voy a pensar
en abusar de ella”, pero en su mente, justamente, lo que aparecía era “abusar de ella”. Seguidamente, su cabeza era asaltada por múltiples
pensamientos del tipo: “No soy capaz de hacerlo, pero si he pensando en ello es porque tal vez quiera hacerlo”, “No quiero pensar más en
esto, pero ¿cómo no voy a preocuparme por algo tan terrible?”, “Si me preocupo es porque soy capaz de hacerlo”, “Por otro lado, siento una
gran curiosidad por tener una experiencia sexual de verdad”, “Soy un pervertido por pensar así”, “Si lo hago no tiene por qué saberlo nadie”,
etc. Todos estos pensamientos hacían que M. experimentara sensaciones muy desagradables.
Análisis funcional y topográfico del caso Analizando toda la información que aporta el cliente M., parece claro que padece un trastorno de
pedofilia, ya que cumple con los criterios diagnósticos que establece el DSM-IV-TR (APA, 2002). Dicho esto, desde un enfoque basado
en el análisis funcional, habría que dejar claro que este diagnóstico psicopatológico tiene una utilidad clínica limitada, ya que no ofrece
ninguna clave a nivel funcional que pueda orientarnos a la hora de programar una intervención terapéutica. Para establecer el tratamiento
adecuado se hace indispensable llevar a cabo el análisis funcional y topográfico de las conductas problemas con el objetivo de actuar
sobre las variables relevantes de este caso en concreto.