Casos Clinicos Parafilias.

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CASOS DR.

LLANTOS – SEXUALIDAD HUMANA


CLINICOS ESTUDIANTE: ANGELA DEL AGUILA GARCIA

PACIENTES AFECTADOS CON PARAFILIAS Y SEXUALIDAD COACTIVA.


Descripción del primer caso clínico (ESCOPTOFILIA)
Descripción del segundo caso clínico (PEDOFILIA)
El cliente del caso clínico de pedofilia que se expone se trata de M., varón de 23 años, soltero y estudiante de tercer
semestre de periodismo. M. solicitó ayuda para intentar controlar unos pensamientos obsesivos de índole sexual que
venía padeciendo desde hacía unos cinco años. El cliente informaba que desde la infancia fue una persona tímida e
insegura, influenciado por progenitores que eran excesivamente sobreprotectores. Sus padres lo acompañaban al colegio
hasta los 11 o 12 años, pese a que el centro escolar estaba ubicado a escasos metros del domicilio familiar. Además, hasta
esa edad no le permitían salir solo a la calle. En esas circunstancias, M. creció con bastante timidez y pocas habilidades
sociales. Le costaba mucho entablar amistades y por ello se sentía inseguro y con poca autoestima. El cliente refiere que
al cumplir 12 o 13 años empezó a sentirse atraído por las chicas de su edad. Así, M. relata que se masturbaba pensando
en ellas, pero nunca fue capaz de interaccionar socialmente con ninguna. Algunos compañeros de colegio ya habían
empezado a salir con chicas y contaban sus primeros escarceos sexuales con ellas y, por ello, M. refiere que se sentía
acomplejado e inferior con respecto a ellos.

El cliente pensaba que jamás tendría novia ni estaría con ninguna chica debido a su timidez y temía que su única
experiencia sexual fuera la masturbación
Con el paso de los años, M. se sentía cada vez más inseguro y empezaba a estar deprimido. Es en torno a los 17 años cuando M., que seguía sin entablar
relaciones con chicas, se da cuenta de que con niñas de 11 o 12 años no se siente tan tímido como con las compañeras de su edad. M. recuerda que, de repente,
surgió en su cabeza la posibilidad de intentar “algo” con ellas, pero pronto rechazó esa idea, ya que las consideraba muy pequeñas para él. A pesar de haber
descartado, de inicio, esa idea, el cliente menciona que se sintió culpable por haber barajado tal posibilidad.

A partir de ese episodio, M. empezó a esforzarse por no tener pensamientos sexuales cuando se encontraba en situaciones en las que estuvieran presentes niñas
más pequeñas que él. De esta manera, cuando el cliente se encontraba con niñas de menos edad que él pensaba cosas como: “Tengo que intentar no pensar en
que me atraen estas niñas”. Tras estos pensamientos aparecían otros del tipo: “Voy a mirarlas para asegurarme de que no me gustan”. Entonces, M. les lanzaba
un fugaz vistazo, apareciendo a continuación los pensamientos “Estoy mirando a estas niñas, soy un degenerado” y “Aunque prefiero las chicas de mi edad,
estas niñas tienen cierto atractivo”. El cliente, entonces, se sentía más culpable aún al percibir que estas chicas, más pequeñas que él, “le atraían”.

M. enseguida se preocupó ante la posibilidad de que, cuando se masturbara, entre sus fantasías sexuales pudieran aparecer imágenes de estas niñas más
pequeñas que él. Pensaba: “Tengo que evitar pensar en niñas pequeñas”, pero, paradójicamente, acababa pensando justo en ellas. El cliente menciona que, sin
entender muy bien el motivo, estos pensamientos llegaban acompañados de cierta relajación placentera, hecho que lo angustiaba sobremanera. Además, notaba
su propia erección bajo el influjo de estos pensamientos. El cliente experimentaba una especie de anticipación de placer al estar en contacto con esas imágenes.
Entonces, M. intentaba asegurarse de que esos pensamientos no le resultaban placenteros, fantaseando brevemente con ellos para ver qué efecto le producían.
Muy a su pesar, descubrió que dicha aproximación a los pensamientos que pretendía evitar le resultaba placentera.
M. refiere que experimentó esos episodios de intentos de control de los pensamientos y relajación placentera (cuando finalmente éstos aparecían) durante
varias semanas consecutivas, hasta que un día optó voluntariamente por rendirse (al resultarle imposible evitar la aparición de tales pensamientos) y se
masturbó fantaseando con chicas de menos edad. El cliente recuerda aquel episodio como un acto impulsivo y repentino, en el que se dejó llevar por la
frustración acumulada al no poder hacer desaparecer de su mente los pensamientos relacionados con niñas menores que él. Según él, se rindió a la “tentación”
para no seguir sufriendo. Después de ese hecho, M. se sintió terriblemente culpable, ya que si consideraba que pensar en niñas pequeñas estaba mal,
acompañar estos pensamientos con la masturbación era aún peor.

A partir de ahí, mientras más se esforzaba por controlar los pensamientos relacionados con niñas pequeñas, más intensos eran y no desaparecían hasta que
volvía a rendirse a ellos, integrándolos en una fantasía sexual mientras se masturbaba. Además, el cliente menciona que, aunque seguía sintiendo mayor
atracción por las chicas de su edad que por las menores, paulatinamente las fantasías sexuales con menores fueron haciéndose predominantes. De esta forma, si
M. iniciaba la masturbación fantaseando con chicas de su edad (o con actrices, modelos, etc.), inmediatamente era “invadido” por las fantasías pedófilas y, por
mucho que se esforzase, no podía retomar las fantasías iniciales. Así mismo, una vez que ya había iniciado la masturbación fantaseando con chicas de su edad,
el flujo de excitación sexual desencadenado por ellas hacía que después fuera más difícil reprimir las fantasías con las niñas pequeñas una vez que aparecían.
Esto ocurría una y otra vez, sintiéndose el cliente cada vez más culpable y perdiendo la poca autoestima que le quedaba.

El cliente refiere que llegó a intuir que sus intentos de control estaban haciendo que cada vez se encontrara peor e intentó olvidarse del tema, quitándole
importancia, diciéndose a sí mismo cosas como: “Sólo son fantasías, tampoco es tan grave” o “No le voy a dar tanta importancia a esto”. Estas palabras de
autoconsuelo lo aliviaban momentáneamente, pero inmediatamente pensaba que no podía olvidarse de algo tan preocupante y que era su deber controlar esos
pensamientos y asegurarse de que verdaderamente no le atraían las niñas pequeñas y, entonces, todo volvía a empezar.
M. recuerda que, paulatinamente, empezó a extender su
preocupación a muchas otras situaciones. Si, por ejemplo, en
las noticias de televisión hablaban de casos de pornografía
infantil o de abusos sexuales, se preocupaba por la posibilidad
de que él llegara a convertirse en uno de esos delincuentes.
Como antes se había masturbado pensando en niñas de entre
11 y 12 años (cosa que en un principio consideraba inaceptable
moralmente), ¿quién le aseguraba que no acabaría pensando en
niñas incluso de menor edad? o, peor aún, ¿cómo podía
asegurarse de que no pasaría de la fantasía a la realidad? En
relación con esta última preocupación, M. relató cómo, en una
ocasión en la que se encontraba en la playa, observó a una niña
pequeña (de unos cuatro años de edad) que correteaba
completamente desnuda por la orilla. Enseguida, se dio la
autoinstrucción: “Tengo que asegurarme de que no me atrae” y
lanzó una fugaz mirada para comprobarlo, pero, entonces, M.
pensó “He mirado a esa niña pequeña, soy un pervertido”.
A partir de ahí, el cliente no se preocupó por la
posibilidad de que le surgieran fantasías con niñas de 11
o 12 años, sino por la posibilidad de que le aparecieran
imágenes de aquella niña de cuatro años desnuda en la
playa. Cuando se dijo a sí mismo: “No voy a pensar en
esa niña pequeña”, M. recuerda que en su mente apareció
justamente la imagen de esa niña y, entonces,
experimentó cierta relajación momentánea, seguida de un
sentimiento de culpa por vivenciar esta relajación como
placentera. A continuación se esforzó por alejar de su
mente esas imágenes, pero cuanto más se esforzaba por
no pensar en ella, más lo hacía y su tensión iba en
aumento. Se sentía culpable por pensar en esa niña
pequeña y sentía miedo ante la posibilidad de acabar
masturbándose pensando en ella (como ya lo había hecho
cuando le venían pensamientos relacionados con las
niñas de 11 o 12 años).
M. se sentía fatal por tener esos pensamientos, pero al mismo tiempo pensaba que era su deber preocuparse por ellos y por eso no podía
abandonarlos. Sabía por propia experiencia que no dejaría de preocuparse hasta que se rindiera a su obsesión y la integrara en una fantasía
sexual mientras se masturbaba. Entonces pensó en hacer eso y sintió ambivalencia entre seguir reprimiéndose y controlando esos
pensamientos o masturbarse para acabar con todo de una vez. Finalmente, tras muchos intentos de controlar sus pensamientos, y ante la
imposibilidad de hacerlos desaparecer, M. se rindió y también acabó masturbándose pensando en esa niña de cuatro años. Aunque, a corto
plazo, M. experimentó una gran liberación de tensión, inmediatamente después se sintió terriblemente culpable, ya que el cliente pensaba que
si masturbarse pensando en niñas de 11 o 12 años estaba mal, hacerlo con niñas de cuatro años era aún peor. A partir de ahí, todos los
esfuerzos de M. se centraron en evitar pasar de la fantasía a la realidad. Cuando se encontraba en alguna situación en la que surgía la
posibilidad de llevar a cabo sus fantasías, como, por ejemplo, en una ocasión en la que la hija de sus vecinos, de cinco años de edad, se quedó
a dormir en su casa, se preocupaba por la posibilidad de que esto ocurriera. La niña se había quedado al cuidado de la familia de M. porque
sus padres habían salido a celebrar su aniversario de boda. En aquella situación el cliente pensaba: “Tengo que controlarme, no voy a pensar
en abusar de ella”, pero en su mente, justamente, lo que aparecía era “abusar de ella”. Seguidamente, su cabeza era asaltada por múltiples
pensamientos del tipo: “No soy capaz de hacerlo, pero si he pensando en ello es porque tal vez quiera hacerlo”, “No quiero pensar más en
esto, pero ¿cómo no voy a preocuparme por algo tan terrible?”, “Si me preocupo es porque soy capaz de hacerlo”, “Por otro lado, siento una
gran curiosidad por tener una experiencia sexual de verdad”, “Soy un pervertido por pensar así”, “Si lo hago no tiene por qué saberlo nadie”,
etc. Todos estos pensamientos hacían que M. experimentara sensaciones muy desagradables.
Análisis funcional y topográfico del caso Analizando toda la información que aporta el cliente M., parece claro que padece un trastorno de
pedofilia, ya que cumple con los criterios diagnósticos que establece el DSM-IV-TR (APA, 2002). Dicho esto, desde un enfoque basado
en el análisis funcional, habría que dejar claro que este diagnóstico psicopatológico tiene una utilidad clínica limitada, ya que no ofrece
ninguna clave a nivel funcional que pueda orientarnos a la hora de programar una intervención terapéutica. Para establecer el tratamiento
adecuado se hace indispensable llevar a cabo el análisis funcional y topográfico de las conductas problemas con el objetivo de actuar
sobre las variables relevantes de este caso en concreto.

1. Respuesta cognitiva previa: el cliente tiene pensamientos del tipo


“Seguro que vuelvo a caer” (miedo); “Tengo que evitar pensar en
niñas pequeñas”, “Tengo que controlarme” (evitación); “Estos
Las conductas que el cliente M. señala como problemáticas son las pensamientos me producen placer, soy raro”, “Soy un vicioso, no
fantasías sexuales recurrentes con niñas de corta edad y la preocupación tengo fuerza de voluntad”, “Soy un pervertido por pensar en estas
por la posibilidad de pasar de la fantasía a la realidad. Desde el punto de cosas (culpa); “Sólo son fantasías, tampoco es tan grave”, “No le
vista topográfico, podemos considerar que las fantasías sexuales voy a dar tanta importancia a esto” (ambivalencia).
pedófilas que se dan cuando el cliente se dispone a masturbarse o
cuando se encuentra próximo a niñas menores de edad (situación
estimular desencadenante) van precedidas por las siguientes respuestas:
2. Respuesta fisiológica previa: como consecuencia de la respuesta
cognitiva señalada en el punto anterior, el cliente experimenta una
activación fisiológica desagradable (agitación, ansiedad, etc.) y
cierta activación presexual (inicio de los movimientos de erección
del pene).
Conclusiones y discusión del caso Un estudio de caso único es obviamente
insuficiente para llevar a cabo cualquier generalización de resultados, por lo
que asumimos la necesidad de más validación empírica que respalde la eficacia
de la ACT en el tratamiento de las parafilias sexuales. A pesar de ello, el
desenlace satisfactorio del caso clínico expuesto nos permite albergar cierto
optimismo al respecto de las posibilidades de dicha terapia, así como sugerir
algunas consideraciones teóricas novedosas al respecto de la génesis y
mantenimiento de las conductas parafílicas. Así, el hecho de que este cliente
solicitara ayuda debido a su pedofilia (todavía en fase germinal). contrasta con
la idea generalizada de que los pedófilos suelen tener un perfil de personalidad
antisocial y que no sienten culpa ni remordimientos, ya que rara vez acuden de
manera voluntaria a solicitar terapia psicológica. Se asume que los pedófilos no
quieren “curarse” de su parafília porque les resulta sumamente placentera.
Quizás esto no sea tan sencillo. Posiblemente, los pedófilos sí experimentan
culpa y remordimientos, es más, podría ser una hipótesis que esa culpa y
remordimiento fueran los que hicieran que el problema se mantuviera y se
agravara cada vez más (según lo visto en el análisis funcional de este caso).
Quizás el contenido de las fantasías parafílicas, que se describe en el DSMIV-
TR (APA, 2002) como altamente placentero para el cliente, sea tan
egodistónico como las obsesiones de un TOC.
Para finalizar, se considera adecuado hacer mención a la
importancia de la prevención desde la infancia de los patrones
de personalidad insegura, ya que éstos se encuentran en la base
del trastorno abordado en este artículo. Cuanto más inseguro sea
un individuo, más importancia dará al hecho de tener bajo
control sus pensamientos, imágenes mentales, emociones, etc.,
haciendo juicios constantes sobre la moralidad de éstos y
poniéndose a prueba a sí mismo ante cualquier situación o
estímulo que le resulte perturbador o amenazante para su
integridad moral.

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