Pneuma
Pneuma
Pneuma
3
La doctrina trinitaria es la expresión, difícil e
indispensable, dé esta simple verdad: que Dios
vive. En efecto, que Dios vive significa que vive
por sí mismo, que es el viviente, que es vida. Que
Dios vive es una certeza -para la fe cristiana que ha
de acreditarse en el ser del hombre Jesús, de forma
tal que pueda con razón confesarse de este hombre
que "es el Hijo de Dios" (Mc 15, 39).
Esto significa que la verdad "Dios vive" ha de
acreditarse en la muerte del hombre Jesús, que
como Hijo de Dios pertenece a Dios mismo. Desde
ahí el ser de Dios debe comprenderse como una
unidad de vida y muerte en favor de la vida. La
primera carta de Juan traduce esta unidad diciendo
que Dios es amor (1 Jn 4, 8).
De este modo, a través de la muerte de Jesús, la
frase "Dios es vida" ha pasado a ser "Dios es
amor". Y la doctrina trinitaria es la expresión,
difícil e indispensable, de la simple verdad de que
Dios vive, porque Dios vive como amor. Este es el
misterio de su ser que se ha manifestado en la vida,
muerte y resurrección de Jesucristo.
La fe en el Dios trinitario debería, según esto,
caracterizar toda la existencia cristiana:. la piedad,
la moralidad, la misma teología. El misterio creído
de la Trinidad de Dios parece ser existencialmente
irrelevante (sólo litúrgicamente parece tener vida) y
tiende a ser una sosa verdad abstracta. La verdad de
la fe es concreta. La doctrina trinitaria, que puede y
debe ser formulada abstractamente, sólo cumple su
función cuando presenta razonablemente el
mysterium trinitatis como una verdad concreta.
"La Trinidad es un misterio de salvación".
Y lo es porque se revela en el suceso de la
salvación y, por tanto, en la persona de
Jesucristo. El desarrollo histórico del
dogma permite reconocer que el dogma
trinitario creció a partir del cristológico.
Y éste hecho es el reflejo a nivel de
historia de los dogmas, de una situación
dogmática en la que la fe cristiana ni puede
decir quién es Jesucristo sin entenderle
como Dios ni puede entender quién es Dios
sin expresar su identidad con Jesús.
Si el logos es entendido como la autoexpresión del
Padre, entonces podemos decir que la
autoexpresión intratrinitaria del Padre eterno se
actualiza en la autocomunicación económica de
Dios por medio de la unión hipostática, de modo
que Dios se revela por medio del Hijo que se
manifiesta, como el Padre inmanipulable y sin
origen.
La forma de comunicación del Padre es idéntica
con la hipóstasis divina del Padre. Lo mismo vale
del Espíritu Santo, cuya hipóstasis consiste en que
el Padre y el Hijo se afirman en el amor, y llegan a
sí mismos como los que se aceptan amándose
mutuamente, de modo que cada uno, captando al
otro, se capta a sí mismo.
De esta forma, se comunican mutuamente como
Espíritu Santo, el cual actúa económicamente en la
misma forma: provocando la aceptación amorosa,
en el hombre receptor, del Dios que se comunica.
10
El primer Concilio de Nicea definió
solemnemente su fe en Jesucristo Hijo de
Dios, nacido unigénito del Padre, es decir,
de la sustancia del Padre, Dios de Dios,
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no hecho,
consustancial al Padre, por quien todas
las cosas fueron hechas, las que hay en el
cielo y las que hay en la tierra, que por
nosotros los hombres y por nuestra
salvación descendió y se encarnó, se hizo
hombre, padeció, y resucitó al tercer día,
subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a
los vivos y a los muertos…
Por esto, el Concilio Vaticano II afirma que
Cristo nuevo Adán, imagen de Dios
invisible (Col 1, 15), es también el hombre
perfecto, que ha devuelto a la descendencia
de Adán la semejanza divina, deformada
por el primer pecado. Cordero inocente,
con la entrega libérrima de su sangre nos
mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió
consigo y con nosotros, y nos liberó de la
esclavitud del diablo y del pecado, por lo
que cualquiera de nosotros puede decir con
el Apóstol: El Hijo de Dios «me amó y se
entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20).
Al respecto Juan Pablo II ha declarado
explícitamente: Es contrario a la fe cristiana
introducir cualquier separación entre el Verbo y
Jesucristo: Jesús es el Verbo encarnado, una sola
persona e inseparable.
Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo
de Dios hecho hombre para la salvación de todos.
Mientras vamos descubriendo y valorando los dones
de todas clases, sobre todo las riquezas espirituales
que Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos
disociarlos de Jesucristo, centro del plan divino de
salvación.
El Magisterio de la Iglesia, El Señor es aquel a quien el
fiel a la revelación divina, Padre resucitó, exaltó y
reitera que Jesucristo es el colocó a su derecha,
mediador y el redentor constituyéndolo juez de vivos
universal: El Verbo de Dios, y de muertos. Esta mediación
por quien todo fue hecho, se salvífica también implica la
encarnó para que, Hombre unicidad del sacrificio
perfecto, salvará a todos y redentor de Cristo, sumo y
recapitulara todas las cosas. eterno Sacerdote. (cf. Heb 6,
20; 9, 11; 10, 12-14).
14
B) SU RELACIÓN CON MARÍA LA
MADRE DEL VERBO.
18
María al responder al oráculo Lo primero que se advierte en esta
angélico con una entrega frase es su impronta Cristocéntrica
incondicional de todo su ser y trinitaria. La expresión mariana
mediante su fiat es venerada por «templo del Espíritu Santo» está
toda la Iglesia como «Madre de inmersa en un contexto trinitario
nuestro Dios y Señor Jesucristo» y en el que se muestra a María en su
«redimida de un modo eminente, relación a las tres divinas
está enriquecida con esta suma Personas. Es un perfecto
prerrogativa y dignidad: ser la testimonio de la ecuanimidad
Madre de Dios Hijo y, por tanto, la doctrinal en el que se movió todo
hija predilecta del Padre y el templo el Concilio.
del Espíritu Santo.
19
C) CON RELACIÓN A LA
JERARQUÍA DE LA IGLESIA.