Narrativas Extraordinarias
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IV.- EL CUERVO
V.- ELEONORA
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EL GATO NEGRO
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales
carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se
que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia.
compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e
padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a
la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle
cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron
carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba,
convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo,
que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y conservé suficiente consideración como para abstenerme de
sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el
o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se
generoso y abnegado amor de un animal que llega cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba
directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha —pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?—, y
probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. Me finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto,
casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal
preferencias. Al observar mi gusto por los animales humor. Una noche en que volvía a casa completamente
domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad,
agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos,
un hermoso perro, conejos, un monito y un gato. Este último pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la
era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoniaca y ya no
negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara
inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica,
supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser.
popular de que todos los gatos negros son brujas Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí
metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y,
y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla. Plutón — deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso,
tal era el nombre del gato— se había convertido en mi favorito tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por
todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que
anduviera tras de mí en la calle.
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Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el
en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el
se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana,
pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo
interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las
pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. El gato, lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo
entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque
faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no recordaba que me había querido y porque estaba seguro de
parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué
aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado
quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para mortal que comprometería mi alma hasta llevarla —si ello
sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que fuera posible— más allá del alcance de la infinita misericordia
alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no del Dios más misericordioso y más terrible. La noche de aquel
tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron
final e irrevocable, se presentó el espíritu de la PERVERSIDAD. gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama
La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad
tan seguro estoy de que mi alma existe, como de que la pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y
perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron
humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién No incurriré en la debilidad de establecer una relación de
no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero
que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar
que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí
permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían
una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio
hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el
he dicho, en mi caída final. cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido
había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí
a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase
reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar
parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras
"¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad.
Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como
un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. 3
El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando
Había una soga alrededor del pescuezo del animal. Al con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis
descubrir esta aparición —ya que no podía considerarla otra atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que
cosa— me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su
reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo
ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él. Continué
producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el
inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo
tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y
duda, habían tratado de despertarme en esa forma. acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de
Probablemente la caída de las paredes comprimió a la inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer. Por mi
víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal.
cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero —
cadáver, produjo la imagen que acababa de ver. Si bien en sin que pueda decir cómo ni por qué— su marcado cariño por mí
esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de
conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio.
profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el
pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo.
dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerle
sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la víctima de cualquier violencia; pero gradualmente —muy
pérdida del animal y buscar, en los viles antros que gradualmente— llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir
habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie en silencio de su detestable presencia, como si fuera una
y apariencia que pudiera ocupar su lugar. Una noche en que, emanación de la peste. Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar
borracho a medias, me hallaba en una taberna más que mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a
infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta
de los enormes toneles de ginebra que constituían el circunstancia fue precisamente la que le hizo más grato a mi
principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos
estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo
advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros. El
Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que
grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me
éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara
en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas,
indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho. prodigándome sus odiosas caricias.
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Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche,
con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir
mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso —
momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme—
sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero apoyado eternamente sobre mi corazón. Bajo el agobio de
sobre todo —quiero confesarlo ahora mismo— por un tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba
espantoso temor al animal. de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos.
sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en
Me siento casi avergonzado de reconocer —sí, aún en esta aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera
celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser
que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes
intensificado por una de las más insensatas quimeras que arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba. Cierto día, para
sería dado concebir—. Más de una vez mi mujer me había cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja
llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió
cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme
el extraño animal y el que yo había matado. El lector cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un
recordará que esta mancha, aunque grande, me había hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta
parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que
de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo
largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria.
asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que
ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, demoniaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza.
temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies. Cumplido este
sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría
una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del PATÍBULO! ¡Oh a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de
lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún
agonía y de la muerte! Me sentí entonces más miserable que vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por
todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los
semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del
era capaz de producir tan insoportable angustia en un sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del
hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería
ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa.
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Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la
decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el
que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus peso del crimen sobre mi alma. Pasaron el segundo y el tercer día y mi
víctimas. El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre.
¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería
muros eran de material poco resistente y estaban recién
a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra
revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la
acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a
atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la
paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me
había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto parecía asegurada. Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se
del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección.
ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve
como antes, de manera que ninguna mirada pudiese inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No
descubrir algo sospechoso. No me equivocaba en mis dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez,
cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi
palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la
inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los
la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras
brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los
aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original.
policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse.
Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en
enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y
cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, confirmar doblemente mi inocencia. —Caballeros —dije, por fin, cuando
me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no el grupo subía la escalera—, me alegro mucho de haber disipado sus
mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido sospechas.
hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso,
triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de
en vano". Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis
causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas
paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez. Y
a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante
entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé
mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el
fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del
astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi
de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi corazón.
humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el
maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura
trajo a mi pecho.
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¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del
archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes
EL CORAZÓN DELATOR
cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente
quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La
sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o
convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que
como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno.
mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta
brotado en el infierno de la garganta de los condenados en cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia. Me es
su agonía y de los demonios exultantes en la condenación. imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera
vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo.
de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me
un instante el grupo de hombres en la escalera quedó interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo
paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada
brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco,
ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de
apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su aquel ojo para siempre. Presten atención ahora. Ustedes me toman
cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡si hubieran
estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí!
inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la
verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba! obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de
matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte
FIN de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la
abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una
linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se
viera ninguna luz y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran
reído al ver cuan astutamente pasaba la cabeza! La movía
lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del
viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza
por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es
que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando
tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna
cautelosamente...
7
¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce,
(pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su
rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía
largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima,
cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado
viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había
iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo.
resueltamente, llamándole por su nombre con voz cordial y Pensaba: «No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que
preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría chirrió una sola vez.» Sí, había tratado de darse ánimo con esas
que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte
noches, justamente a las doce, iba yo a mirarle mientras dormía. Al se había aproximado a él, deslizándose furtiva y envolvía a su víctima. Y la
llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que le movía a
abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo sentir —aunque no podía verla ni oírla—, a sentir la presencia de mi
que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el cabeza dentro de la habitación. Después de haber esperado largo tiempo,
alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una
impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna. Así lo hice — no pueden
puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado—, hasta
pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y
porque le sentí moverse repentinamente en la cama, como si se cayó de lleno sobre el ojo de buitre. Estaba abierto, abierto de par en
sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su par... y yo empecé a enfurecerme mientras le miraba. Le vi con toda
cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba
completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo,
era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz
suavemente, suavemente. Había ya pasado la cabeza y me disponía a exactamente hacia el punto maldito. ¿No les he dicho ya que lo que
abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los
viejo se enderezó en el lecho, gritando: —¿Quién está ahí? Permanecí sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y
inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel
músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo.
cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el
tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido coraje de un soldado. Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado.
anuncia la muerte. Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el Apenas sí respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera,
quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el
ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la ojo.
sobrecoge.
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Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo
Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se humano —ni siquiera el suyo— hubiera podido advertir la menor
hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún
momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba
vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con había recogido todo... ¡ja, ja! Cuando hube terminado mi tarea
atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a
a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la
casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda
horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora? Hallé a tres caballeros,
algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía.
cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual
corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este
mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres
del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo agentes para que registraran el lugar. Sonreí, pues... ¿que tenía que
la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había
una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el
para arrojarle al suelo y echarle encima el pesado colchón. viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a
Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien.
todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les
latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su
preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la
paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su
Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo,
completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el
la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. cadáver de mi víctima. Los oficiales se sentían satisfechos. Mis
El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba
molestarme. Si ustedes continúan tomándome por loco perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes,
dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato,
precauciones que adopté para esconder el cadáver. La empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan.
noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero
rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo
Le corté la cabeza, brazos y piernas. Levanté luego tres más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé
planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo
hueco. mismo y se iba haciendo cada vez más clara...
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hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se EL RETRATO OVAL
producía dentro de mis oídos. Sin duda, debí de ponerme
muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y El castillo al cual mi criado se había atrevido a entrar por la fuerza
levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... antes de permitir que, gravemente herido como estaba, pasara yo la
¿y qué podía yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un noche al aire libre, era una de esas construcciones en las que se
mezclan la lobreguez y la grandeza, y que durante largo tiempo se
sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en
han alzado cejijuntas en los Apeninos, tan ciertas en la realidad
algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin
como en la imaginación de Mrs. Radcliffe. Según toda apariencia, el
embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con
mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía castillo había sido recién abandonado, aunque temporariamente.
continuamente. Me puse en pie y discutí sobre Nos instalamos en uno de los aposentos más pequeños y menos
insignificancias en voz muy alta y con violentas suntuosos. Hallábase en una apartada torre del edificio; sus
gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por decoraciones eran ricas, pero ajadas y viejas. Colgaban tapices de las
paredes, que engalanaban cantidad y variedad de trofeos heráldicos,
qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes
así como un número insólitamente grande de vivaces pinturas
pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me
modernas en marcos con arabescos de oro. Aquellas pinturas, no
enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh,
solamente emplazadas a lo largo de las paredes sino en diversos
Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia...
maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había nichos que la extraña arquitectura del castillo exigía, despertaron
sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido profundamente mi interés, quizá a causa de mi incipiente delirio;
sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... ordené, por tanto, a Pedro que cerrara las pesadas persianas del
aposento —pues era ya de noche—, que encendiera las bujías de un
más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían
alto candelabro situado a la cabecera de mi lecho y descorriera de
charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no
par en par las orladas cortinas de terciopelo negro que envolvían la
oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que
cama. Al hacerlo así deseaba entregarme, si no al sueño, por lo
sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi
menos a la alternada contemplación de las pinturas y al examen de
horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier
un pequeño volumen que habíamos encontrado sobre la almohada
cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería
y que contenía la descripción y la crítica de aquéllas. Mucho, mucho
más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más
leí... e intensa, intensamente miré. Rápidas y brillantes volaron las
tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar
horas, hasta llegar la profunda medianoche. La posición del
o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte...
candelabro me molestaba, pero, para no incomodar a mi
más fuerte... más fuerte... más fuerte! —¡Basta ya de
amodorrado sirviente, alargué con dificultad la mano y lo coloqué de
fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté!
manera que su luz cayera directamente sobre el libro. El cambio,
¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo
empero, produjo un efecto por completo inesperado. Los rayos de
su horrible corazón!
las numerosas bujías (pues eran muchas) cayeron en un nicho del
aposento que una de las columnas del lecho había mantenido hasta
ese momento en la más profunda sombra. 10
Pude ver así, vívidamente, una pintura que me había Por fin, satisfecho del verdadero secreto de su efecto, me dejé
pasado inadvertida. Era el retrato de una joven que caer hacia atrás en el lecho. Había descubierto que el hechizo
empezaba ya a ser mujer. Miré presurosamente su retrato, y del cuadro residía en una absoluta posibilidad de vida en su
cerré los ojos. Al principio no alcancé a comprender por qué expresión que, sobresaltándome al comienzo, terminó por
lo había hecho. Pero mientras mis párpados continuaban confundirme, someterme y aterrarme. Con profundo y
cerrados, cruzó por mi mente la razón de mi conducta. Era reverendo respeto, volví a colocar el candelabro en su posición
un movimiento impulsivo a fin de ganar tiempo para pensar, anterior. Alejada así de mi vista la causa de mi honda agitación,
para asegurarme de que mi visión no me había engañado, busqué vivamente el volumen que se ocupaba de las pinturas y
para calmar y someter mi fantasía antes de otra su historia. Abriéndolo en el número que designaba al retrato
contemplación más serena y más segura. Instantes después oval, leí en él las vagas y extrañas palabras que siguen: «Era una
volví a mirar fijamente la pintura. Ya no podía ni quería virgen de singular hermosura, y tan encantadora como alegre.
dudar de que estaba viendo bien, puesto que el primer Aciaga la hora en que vio y amó y desposó al pintor. Él,
destello de las bujías sobre aquella tela había disipado la apasionado, estudioso, austero, tenía ya una prometida en el
soñolienta modorra que pesaba sobre mis sentidos, Arte; ella, una virgen de sin igual hermosura y tan encantadora
devolviéndome al punto a la vigilia. Como ya he dicho, el como alegre, toda luz y sonrisas, y traviesa como un cervatillo;
retrato representaba a una mujer joven. Sólo abarcaba la amándolo y mimándolo, y odiando tan sólo al Arte, que era su
cabeza y los hombros, pintados de la manera que rival; temiendo tan sólo la paleta, los pinceles y los restantes
técnicamente se denomina vignette, y que se parece mucho enojosos instrumentos que la privaban de la contemplación de
al estilo de las cabezas favoritas de Sully. Los brazos, el seno su amante. Así, para la dama, cosa terrible fue oír hablar al
y hasta los extremos del radiante cabello se mezclaban pintor de su deseo de retratarla. Pero era humilde y obediente,
imperceptiblemente en la vaga pero profunda sombra que y durante muchas semanas posó dócilmente en el oscuro y
formaba el fondo del retrato. El marco era oval, ricamente elevado aposento de la torre, donde sólo desde lo alto caía la
dorado y afiligranado en estilo morisco. Como objeto de luz sobre la pálida tela. Mas él, el pintor, gloriábase de su
arte, nada podía ser más admirable que aquella pintura. trabajo, que avanzaba hora a hora y día a día. Y era un hombre
Pero lo que me había emocionado de manera tan súbita y apasionado, violento y taciturno, que se perdía en sus
vehemente no era la ejecución de la obra, ni la inmortal ensueños; tanto, que no quería ver cómo esa luz que entraba
belleza del retrato. Menos aún cabía pensar que mi fantasía, lívida, en la torre solitaria, marchitaba la salud y la vivacidad de
arrancada de su semisueño, hubiera confundido aquella su esposa, que se consumía a la vista de todos, salvo de la suya.
cabeza con la de una persona viviente. Inmediatamente vi Mas ella seguía sonriendo, sin exhalar queja alguna, pues veía
que las peculiaridades del diseño, de la vignette y del marco que el pintor, cuya nombradía era alta, trabajaba con un placer
tenían que haber repelido semejante idea, impidiendo fervoroso y ardiente, bregando noche y día para pintar a aquella
incluso que persistiera un solo instante. Pensando que tanto le amaba y que, sin embargo, seguía cada vez más
intensamente en todo eso, quédeme tal vez una hora, a desanimada y débil.
medias sentado, a medias reclinado, con los ojos fijos en el
retrato. 11
Y, en verdad, algunos que contemplaban el retrato hablaban en «Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación,
voz baja de su parecido como de una asombrosa maravilla, y una algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi
prueba tanto de la excelencia del artista como de su profundo habitación; eso es, y nada más». En ese momento mi alma se
amor por aquella a quien representaba de manera tan sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije:
insuperable. Pero, a la larga, a medida que el trabajo se acercaba «Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba
a su conclusión, nadie fue admitido ya en la torre, pues el pintor medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi
habíase exaltado en el ardor de su trabajo y apenas si apartaba habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído». Y,
los ojos de la tela, incluso para mirar el rostro de su esposa. Y no entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las
quería ver que los tintes que esparcía en la tela eran extraídos de tinieblas y nada más! Escudriñando con atención estas tinieblas,
las mejillas de aquella mujer sentada a su lado. Y cuando pasaron durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de
muchas semanas y poco quedaba por hacer, salvo una pincelada duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar;
en la boca y un matiz en los ojos, el espíritu de la dama osciló, pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún
vacilante como la llama en el tubo de la lámpara. Y entonces la signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre
pincelada fue puesta y aplicado el matiz, y durante un momento murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su
el pintor quedó en trance frente a la obra cumplida. Pero, cuando vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más.
estaba mirándola, púsose pálido y tembló mientras gritaba: Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no
“¡Ciertamente, ésta es la Vida misma!”, y volvióse de improviso tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el
para mirar a su amada... ¡Estaba muerta!» primero. «Seguramente - me dije -, hay algo en las persianas de
la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el
EL CUERVO viento, y nada más». Entonces empujé la persiana y, con un
tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de
Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia,
fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o
y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi
pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente
de mi alcoba. «Debe ser algún visitante», pensé. ¡Ah!, recuerdo con encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada
claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada más. Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su
tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi
deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza - le dije - no
un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde,
preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche.
que aquí nadie volverá a llamar. Y el sedoso, triste y vago rumor de ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche
las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores plutónica!».
fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que,
para calmar los lati-dos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: 12
El cuervo exclamó: «¡Nunca más!». Quedé asombrado que ave tan «¡Infortunado! - exclamé -, tu dios te ha enviado por sus
poco amable entendiera tan fácilmente mi lenguaje, aunque su ángeles una tregua y un respiro, para que olvides tus tristes
respuesta no tuviese gran sentido ni me fuera de gran ayuda, recuerdos de Leonora, ¡Bebe! ¡Oh!, bebe esa deliciosa bebida
porque debemos convenir en que nunca fue dado a un hombre para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora. ¡Bebe y
ver a un ave por encima de la puerta de su habitación, un ave o un olvida a la Leonora perdida!». Y el cuervo dijo: «¡Nunca más!».
animal sobre una estatua colocada a la puerta de la alcoba, y «¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al
llamándose: ¡Nunca más! Pero el cuervo, solitariamente posado fin profeta! Que hayas sido enviado por el tentador, o que la
sobre el plácido busto, no pronunciaba más que esas palabras, tempestad te haya hecho simplemente caer, naufragar, pero
como si en ellas difundiese su alma entera. No pronunciaba nada aún intrépido, sobre esta tierra desierta, en esta habitación que
más, no movía una pluma, hasta que comencé a murmurar ha sido visitada por el Horror, dime, te lo suplico, ¿existe un
débilmente: «Otros amigos ya han volado lejos de mí; hacia la bálsamo para mi terrible dolor? ¿Existe el bálsamo de Judea?
mañana, también él me abandonará como mis antiguas ¡Di, di, te lo suplico!». Y el cuervo dijo: «¡Nunca más!».
esperanzas». El pájaro dijo entonces: «¡Nunca más!». «¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al
Estremeciéndome al rumor de esta respuesta lanzada con tanta fin profeta! Por el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas,
oportunidad, exclamé: «Sin duda lo que ha dicho constituye todo por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma llena de dolor
su saber, que aprendió en casa de algún infortunado, a quien la si en el lejano paraíso podrá abrazar a una santa joven, a quien
fatalidad ha perseguido ardientemente, sin darle respiro, hasta los ángeles llaman Leonora. Abrazar a una preciosa y radiante
que sus canciones no tuviesen más que un solo estribillo, hasta joven a quien los ángeles llaman Leonora». El cuervo dijo:
que el De Profundis de su esperanza hubiese adopta-do este «¡Nunca más!». «¡Que esta palabra sea la señal de nuestra
melancólico estribillo: ¡Nunca, nunca, nunca más!». Pero como el separación pájaro o demonio! - grité irguiéndome -. Vuelve a la
cuervo indujera a mi alma triste a sonreír de nuevo, acerqué un tempestad, a las riberas de la Noche plutónica; no dejes aquí
asiento de mullidos cojines frente al ave, el busto y la puerta; una sola pluma negra como recuerdo de la falsedad que tu
entonces, arrellanándome sobre el terciopelo, quise encadenar las alma ha proferido. Deja mi soledad inviolada. Abandona ese
ideas buscando lo que auguraba el pájaro de los antiguos tiempos, busto colocado encima de la puerta. Retira tu pico de mi
lo que este triste, feo, siniestro, flaco y agorero pájaro de los corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta». El cuervo
antiguos tiempos quería hacerme comprender al repetir sus dijo: «¡Nunca más!». Y el cuervo, inmutable, continúa instalado
¡Nunca más! De esta manera, soñando, haciendo conjeturas, pero allí, sobre el pálido busto de Palas, precisamente encima de la
sin dirigir una nueva sílaba al pájaro, cuyos ardientes ojos me puerta de mi habitación, y sus ojos se parecen a los ojos de un
quemaban ahora hasta el fondo del corazón, trataba de adivinar demonio que sueña; y la luz de la lámpara, cayendo sobre él,
eso y más todavía, mientras mi cabeza reposaba sobre el proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de
terciopelo violeta que su cabeza, la de ella, no oprimirá ya, ¡ay, esta sombra que yace flotante sobre el suelo, no podrá volver a
nunca más! Entonces me pareció que el aire se espesaba, elevarse. ¡Nunca más!
perfumado por invisible incensario balanceado por serafines,
cuyos pasos rozaban la alfombra de la habitación.
13
ELEONORA No había sendero hollado en su vecindad, y para llegar a
Sub conservatione formæ specifícæ salva anima. (RAIMUNDO nuestra feliz morada era preciso apartar con fuerza el follaje de
LULIO) miles de árboles forestales y pisotear el esplendor de millones
Vengo de una raza notable por la fuerza de la imaginación y el de flores fragantes. Así era como vivíamos solos, sin saber nada
ardor de las pasiones. Los hombres me han llamado loco; pero del mundo fuera del valle, yo, mi prima y su madre. Desde las
todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la confusas regiones más allá de las montañas, en el extremo más
forma más elevada de la inteligencia, si mucho de lo glorioso, si alto de nuestro circundado dominio, se deslizaba un estrecho y
todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, profundo río, y no había nada más brillante, salvo los ojos de
de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general. Eleonora; y serpeando furtivo en su sinuosa carrera, pasaba, al
Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que escapan a fin, a través de una sombría garganta, entre colinas aún más
los que sueñan sólo de noche. En sus grises visiones obtienen oscuras que aquellas de donde saliera. Lo llamábamos el «Río
atisbos de eternidad y se estremecen, al despertar, descubriendo de Silencio», porque parecía haber una influencia
que han estado al borde del gran secreto. De un modo enmudecedora en su corriente. No brotaba ningún murmullo de
fragmentario aprenden algo de la sabiduría propia y mucho más su lecho y se deslizaba tan suavemente que los aljofarados
del mero conocimiento propio del mal. Penetran, aunque sin guijarros que nos encantaba contemplar en lo hondo de su seno
timón ni brújula, en el vasto océano de la «luz inefable», y otra no se movían, en quieto contentamiento, cada uno en su
vez, como los aventureros del geógrafo nubio, «agressi sunt mare antigua posición, brillando gloriosamente para siempre. Las
tenebrarum quid in eo esset exploraturi». Diremos, pues, que márgenes del río y de los numerosos arroyos deslumbrantes
estoy loco. Concedo, por lo menos, que hay dos estados distintos que se deslizaban por caminos sinuosos hasta su cauce, así
en mi existencia mental: el estado de razón lúcida, que no puede como los espacios que se extendían desde las márgenes
discutirse y pertenece a la memoria de los sucesos de la primera descendiendo a las profundidades de las corrientes hasta tocar
época de mi vida, y un estado de sombra y duda, que pertenece al el lecho de guijarros en el fondo, esos lugares, no menos que la
presente y a los recuerdos que constituyen la segunda era de mi superficie entera del valle, desde el río hasta las montañas que
existencia. Por eso, creed lo que contaré del primer período, y, a lo lo circundaban, estaban todos alfombrados por una hierba
que pueda relatar del último, conceded tan sólo el crédito que suave y verde, espesa, corta, perfectamente uniforme y
merezca; o dudad resueltamente, y, si no podéis dudar, haced lo perfumada de vainilla, pero tan salpicada de amarillos
que Edipo ante el enigma. La amada de mi juventud, de quien ranúnculos, margaritas blancas, purpúreas violetas y asfódelos
recibo ahora, con calma, claramente, estos recuerdos, era la única rojo rubí, que su excesiva belleza hablaba a nuestros corazones,
hija de la hermana de mi madre, que había muerto hacía largo con altas voces, del amor y la gloria de Dios. Y aquí y allá, en
tiempo. Mi prima se llamaba Eleonora. Siempre habíamos vivido bosquecillos entre la hierba, como selvas de sueño, brotaban
juntos, bajo un sol tropical, en el Valle de la Hierba Irisada. Nadie fantásticos árboles cuyos altos y esbeltos troncos no eran
llegó jamás sin guía a aquel valle, pues quedaba muy apartado rectos, mas se inclinaban graciosamente hacia la luz que
entre una cadena de gigantescas colinas que lo rodeaban con sus asomaba a mediodía en el centro del valle.
promontorios, impidiendo que entrara la luz en sus más bellos 14
escondrijos.
Las manchas de sus cortezas alternaban el vívido esplendor del de las montañas, convirtiendo toda su oscuridad en esplendor y
ébano y la plata, y no había nada más suave, salvo las mejillas encerrándonos como para siempre en una mágica casa-prisión de
de Eleonora; de modo que, de no ser por el verde vivo de las grandeza y de gloria. La belleza de Eleonora era la de los serafines,
enormes hojas que se derramaban desde sus cimas en largas pero era una doncella natural e inocente, como la breve vida que
líneas trémulas, retozando con los céfiros, podría habérselos había llevado entre las flores. Ningún artificio disimulaba el
creído gigantescas serpientes de Siria rindiendo homenaje a su fervoroso amor que animaba su corazón, y examinaba conmigo los
soberano, el Sol. Tomados de la mano, durante quince años, escondrijos más recónditos mientras caminábamos juntos por el
erramos Eleonora y yo por ese valle antes de que el amor Valle de la Hierba Irisada y discurríamos sobre los grandes cambios
entrara en nuestros corazones. Ocurrió una tarde, al terminar que se habían producido en los últimos tiempos. Por fin, habiendo
el tercer lustro de su vida y el cuarto de la mía, abrazados junto hablado un día, entre lágrimas, del último y triste camino que
a los árboles serpentinos, mirando nuestras imágenes en las debe sufrir el hombre, en adelante se demoró Eleonora en este
aguas del Río de Silencio. No dijimos una palabra durante el único tema doloroso, vinculándolo con todas nuestras
resto de aquel dulce día, y aun al siguiente nuestras palabras conversaciones, así como en los cantos del bardo de Schiraz las
fueron temblorosas, escasas. Habíamos arrancado al dios Eros mismas imágenes se encuentran una y otra vez en cada grandiosa
de aquellas ondas y ahora sentíamos que había encendido variación de la frase. Vio el dedo de la muerte posado en su
dentro de nosotros las ígneas almas de nuestros antepasados. pecho, y supo que, como la efímera, había sido creada perfecta en
Las pasiones que durante siglos habían distinguido a nuestra su hermosura sólo para morir; pero, para ella, los terrenos de
raza llegaron en tropel con las fantasías por las cuales también tumba se reducían a una consideración que me reveló una tarde, a
era famosa, y juntos respiramos una dicha delirante en el Valle la hora del crepúsculo, a orillas del Río de Silencio. Le dolía pensar
de la Hierba Irisada. Un cambio sobrevino en todas las cosas. que, una vez sepulta en el Valle de la Hierba Irisada, yo
Extrañas, brillantes flores estrelladas brotaron en los árboles abandonaría para siempre aquellos felices lugares, transfiriendo el
donde nunca se vieran flores. Los matices de la alfombra verde amor entonces tan apasionadamente suyo a otra doncella del
se ahondaron, y mientras una por una desaparecían las mundo exterior y cotidiano. Y entonces, allí, me arrojé
blancas margaritas, brotaban, en su lugar, de a diez, los precipitadamente a los pies de Eleonora y juré, ante ella y ante el
asfódelos rojo rubí. Y la vida surgía en nuestros senderos, pues cielo, que nunca me uniría en matrimonio con ninguna hija de la
altos flamencos hasta entonces nunca vistos, y todos los Tierra, que en modo alguno me mostraría desleal a su querida
pájaros gayos, resplandecientes, desplegaron su plumaje memoria, o a la memoria del abnegado cariño cuya bendición
escarlata ante nosotros. Peces de oro y plata frecuentaron el había yo recibido. Y apelé al poderoso amo del Universo como
río, de cuyo seno brotaba, poco a poco, un murmullo que testigo de la piadosa solemnidad de mi juramento. Y la maldición
culminó al fin en una arrulladora melodía más divina que la del de Él o de ella, santa en el Elíseo, que invoqué si traicionaba
arpa eólica, y no había nada más dulce, salvo la voz de aquella promesa, implicaba un castigo tan horrendo que no puedo
Eleonora. Y una nube voluminosa que habíamos observado mentarlo. Y los brillantes ojos de Eleonora brillaron aún más al oír
largo tiempo en las regiones del Héspero flotaba en su mis palabras, y suspiró como si le hubieran quitado del pecho una
magnificencia de oro y carmesí y, difundiendo paz sobre carga mortal, y tembló y lloró amargamente, pero aceptó el
nosotros, descendía cada vez más, día a día, hasta que sus juramento (pues, ¿qué era sino una niña?) y el juramento la alivió
15
bordes descansaron en las cimas en su lecho de muerte.
Y me dijo, pocos días después, en tranquila agonía, que, en Y por último, la voluminosa nube se levantó y, abandonando los
pago de lo que yo había hecho para confortación de su alma, picos de las montañas a la antigua oscuridad, retornó a las regiones
velaría por mí en espíritu después de su partida y, si le era del Héspero y se llevó sus múltiples resplandores dorados y
permitido, volvería en forma visible durante la vigilia nocturna; magníficos del Valle de la Hierba Irisada. Pero las promesas de
pero, si ello estaba fuera del poder de las almas en el Paraíso, Eleonora no cayeron en el olvido, pues escuché el balanceo de los
por lo menos me daría frecuentes indicios de su presencia, incensarios angélicos, y las olas de un perfume sagrado flotaban
suspirando sobre mí en los vientos vesperales, o colmando el siempre en el valle, y en las horas solitarias, cuando mi corazón latía
aire que yo respirara con el perfume de los incensarios pesadamente, los vientos que bañaban mi frente me llegaban
angélicos. Y con estas palabras en sus labios sucumbió su cargados de suaves suspiros, y murmullos confusos llenaban a
inocente vida, poniendo fin a la primera época de la mía. Hasta menudo el aire nocturno, y una vez —¡ah, pero sólo una vez!— me
aquí he hablado con exactitud. Pero cuando cruzo la barrera despertó de un sueño, como el sueño de la muerte, la presión de
que en la senda del Tiempo formó la muerte de mi amada y unos labios espirituales sobre los míos. Pero, aun así, rehusaba
comienzo con la segunda era de mi existencia, siento que una llenarse el vacío de mi corazón. Ansiaba el amor que antes lo
sombra se espesa en mi cerebro y duda de la perfecta cordura colmara hasta derramarse. Al fin el valle me dolía por los recuerdos
de mi relato. Mas dejadme seguir. Los años se arrastraban de Eleonora, y lo abandoné para siempre en busca de las vanidades
lentos y yo continuaba viviendo en el Valle de la Hierba Irisada; y los turbulentos triunfos del mundo. Me encontré en una extraña
pero un segundo cambio había sobrevenido en todas las cosas. ciudad, donde todas las cosas podían haber servido para borrar del
Las flores estrelladas desaparecieron de los troncos de los recuerdo los dulces sueños que tanto duraran en el Valle de la
árboles y no brotaron más. Los matices de la alfombra verde se Hierba Irisada. El fasto y la pompa de una corte soberbia y el loco
desvanecieron, y uno por uno fueron marchitándose los estrépito de las armas y la radiante belleza de la mujer extraviaron e
asfódelos rojo rubí, y en lugar de ellos brotaron de a diez intoxicaron mi mente. Pero, aun entonces, mi alma fue fiel a su
oscuras violetas como ojos, que se retorcían desasosegadas y juramento, y las indicaciones de la presencia de Eleonora todavía me
estaban siempre llenas de rocío. Y la Vida se retiraba de llegaban en las silenciosas horas de la noche. De pronto, cesaron
nuestros senderos, pues el alto flamenco ya no desplegaba su estas manifestaciones y el mundo se oscureció ante mis ojos y
plumaje escarlata ante nosotros, mas voló tristemente del valle quedé aterrado ante los abrasadores pensamientos que me
a las colinas, con todos los gayos pájaros brillantes que habían poseyeron, ante las terribles tentaciones que me acosaron, pues
llegado en su compañía. Y los peces de oro y plata nadaron a llegó de alguna lejana, lejanísima tierra desconocida, a la alegre
través de la garganta hasta el confín más hondo de su dominio y corte del rey a quien yo servía, una doncella ante cuya belleza mi
nunca más adornaron el dulce río. Y la arrulladora melodía, más corazón desleal se doblegó en seguida, a cuyos pies me incliné sin
suave que el arpa eólica y más divina que todo, salvo la voz de una lucha, con la más ardiente, con la más abyecta adoración
Eleonora, fue muriendo poco a poco, en murmullos cada vez amorosa. ¿Qué era, en verdad, mi pasión por la jovencita del valle,
más sordos, hasta que la corriente tornó, al fin, a toda la en comparación con el ardor y el delirio y el arrebatado éxtasis de
solemnidad de su silencio originario. adoración con que vertía toda mi alma en lágrimas a los pies de la
etérea Ermengarda? ¡Ah, brillante serafín, Ermengarda! Y
sabiéndolo, no me quedaba lugar para ninguna otra. 16
¡Ah, divino ángel, Ermengarda! Y al mirar en las profundidades
de sus ojos, donde moraba el recuerdo, sólo pensé en ellos, y en
ella. Me casé; no temí la maldición que había invocado, y su
amargura no me visitó. Y una vez, pero sólo una vez en el
silencio de la noche, llegaron a través de la celosía los suaves
suspiros que me habían abandonado, y adoptaron la voz dulce,
familiar, para decir: «¡Duerme en paz! Pues el espíritu del Amor
reina y gobierna y, abriendo tu apasionado corazón a
Ermengarda, estás libre, por razones que conocerás en el Cielo,
de tus juramentos a Eleonora.»
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