BULLYING
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BULLYING
PREVENCIÓN DEL Hay que detener el acoso antes de que comience. Los padres deben hablar
con sus hijos acerca del acoso escolar: Es posible que su hijo/a esté confundido y no comprenda
su entorno social, e ignore el daño que está haciendo. Recuérdele a su hijo que intimidar a otros
puede acarrear consecuencias de índole jurídica. Los niños imitan las formas de comportamiento
que adoptan sus padres. Estar expuesto a un comportamiento agresivo o a un entorno demasiado
estricto en casa hace que el niño tenga más propensión al acoso escolar. Los padres/tutores
deben dar ejemplos positivos en su forma de relacionarse con otras personas y con sus hijos. A
menudo, los niños con problemas de autoestima acosan a otros para sentirse bien consigo
mismos. Incluso los niños que gozan de cierta popularidad y aceptación pueden tener tendencias
crueles. Los padres deben evitar y castigar el comportamiento cruel en estos casos. Es importante
que los estudiantes informen a un padre o a un adulto de confianza sobre cualquier caso de
intimidación. Con frecuencia, los niños no denuncian casos de acoso cibernético porque temen que
sus padres les impidan usar el teléfono o el ordenador personal. Los padres deben respaldar a sus
hijos si éstos les informan de un caso de intimidación, y no impedirles que usen el teléfono como
consecuencia de esa situación. Los niños deben recordar que el acoso escolar es incorrecto, y que
debe ser resuelto por un adulto. No hay que responder al acoso con violencia. Aunque sea difícil,
hay que decirle con calma al acosador que deje de intimidar. Por último es aconsejable, como
autoprotección, estar acompañado siempre que sea posible, evitar situaciones de confrontación
donde no haya otros alumnos o profesores que puedan auxiliar e impedir la violencia del bullying.
Algunas claves para educar sin agresividad
Ser constantes con una serie de pautas desde la infancia ayuda a prevenir conductas agresivas en
los niños. Y también saber reaccionar ante determinadas situaciones cuando los pequeños se
dejan llevar por sus impulsos y pegan a otros o les pegan a ellos.
Los niños hacen lo que ven. Por eso, los padres deben dar ejemplo y no pegar ante sus
provocaciones o frustraciones. Si los padres pegan al niño, él incorporará estos gestos agresivos a
sus recursos de supervivencia.
Una forma de reprimir su conducta agresiva es hacerles entender que causan daño. Para ello
podemos utilizar como recursos muecas de dolor o enfado. También la técnica de «Rincón del
pensamiento» funciona: castigando al niño en un rincón durante tantos minutos como años de
edad tenga. Otra manera es identificar conductas positivas que le aporten los mismos resultados
que las agresivas y reforzarlas mediante recompensas. Es fundamental que padre y madre
apliquen las mismas técnicas. Cuando pegan a nuestro hijo en el parque, en el patio del colegio,
en clase... tampoco hay que ceder. Es decir, si otro niño pega al nuestro porque quiere su juguete o
su columpio, no hay que concedérselo. Si lo hacemos estamos enviando a los dos niños el
mensaje de que pegando consiguen lo que quieren. Hay que hablar con los padres de ese niño, y
según su receptividad y reacción, reprimir al que ha pegado primero.
Nunca responder que devuelva la agresión o que aprenda a defenderse, pues es abandonarle a la
ley del más fuerte e incitarle a la violencia. Si dos niños se pelean deben ser separados
inmediatamente, con firmeza y determinación, pero sin brusquedad. Hay que buscar el origen de
ese conflicto. La presencia de un adulto marca límites. Lo ideal es que los padres ayuden a los
niños a comunicarse, que medien para que sean los niños quienes resuelvan el conflicto. Siempre
con imparcialidad. Si una de las partes tiene razón hay que dársela. Hay que buscar soluciones
justas, pero no culpabilidad ni humillar al otro. Antes de poner límites al hijo de otro, se debe
intentar hablar con los padres, abuelos o cuidadores. De todas formas, siempre podemos separar,
impedir una nueva agresión o decir: No. Cuando es nuestro hijo el que ha pegado de forma
accidental o intencionada es necesario disculparse.
Es un aprendizaje que puede empezar desde muy temprana edad. El agredido debe ser atendio,
pero cuidando no reforzar en él una imagen de vulnerabilidad que le lleve a identificarse con el
papel de víctima. Las peleas entre hermanos forman parte de un ritual de crecimiento y de
exploración de las propias fuerzas y límites, es también una rivalidad natural por el espacio vital,
por el reconocimiento de los padres... Los hermanos se pelean con una agresividad controlada. No
obstante, hay que reaccionar: separar, buscar causas y mostrar consecuencias. Debemos intentar
ser equitativos tanto en reprimendas como en elogios, escuchar a ambas partes y otorgar mayor
credibilidad a la parte que se lo merezca. Los celos suelen ser uno de los motivos principales de
las peleas entre familiares. Los profesores y otros adultos del entorno del niño también pueden
intervenir conjuntamente con los padres para corregir estos actos agresivos, consensuando
actuaciones y averiguando cómo reacciona.
Por último, si nuestro hijo está involucrado en una pelea, no debemos delegar en otros adultos la
resolución. Si intervenimos, hagámoslo de manera que nuestra participación aporte serenidad y
madurez, que sea colaboradora y un modelo a seguir para los niños y para otros adultos. Muchos
de los niños y niñas recluidos en los centros de menores, nunca tuvieron la oportunidad de una
educación adecuada y sin carga violenta.