Fabulas 1
Fabulas 1
Fabulas 1
En la sabana africana nadie dudaba de que, el majestuoso león, era el rey de los animales.
Todas las especies le obedecían y se aseguraban de no faltarle nunca al respeto, pues si se enfadaba, las consecuencias podían ser terribles.
Un día, el rey león cayó enfermo y fue atendido por su médico de confianza: un búho sabiondo que siempre encontraba la terapia o el ungüento adecuado para cada mal. Después de tomarle la temperatura y la tensión,
decidió que lo que necesitaba el paciente era hacer reposo durante al menos cuatro semanas. El león obedeció sin rechistar, pues la sapiencia del búho era infinita y si él lo recomendaba, lo más acertado era acatar la orden
para recuperarse lo antes posible.
El problema fue que el león se aburría soberanamente. Debía permanecer encerrado en su cueva todo el día, sin nada que hacer, sin poder pasear y sin compañía alguna, pues no tenía pareja ni hijos. Para entretenerse un
poco, se le ocurrió una idea. Llamó a su hermano, que era su mano derecha en todos los asuntos reales, y le dijo:
– Hermano, quiero que hagas saber a todos mis súbditos, que cada tarde recibiré a un animal de cada especie para charlar y pasar un rato agradable.
– Me parece una decisión estupenda ¡Necesitas un poco de alegría y buena conversación!
– Sí… ¡Es que me aburro como una ostra! Escucha: es muy importante que dejes claro que todo el que venga será respetado. Diles que no teman, que no les atacaré ¿De acuerdo?
– Descuida y confía en mí. En cuestión de horas, todos los animales del territorio sabían que el rey les invitaba a su cueva. Como era de esperar, la mayoría de ellos sintieron que era un honor ser sus convidados por un día.
Se organizaron por turnos y un representante de cada especie acudió a visitar al león; la primera fue una cebra, y a continuación, un puma, una gacela, un oso hormiguero, una hiena, un hipopótamo… ¡Nadie quería perderse
una oportunidad tan especial!
A los zorros les tocaba el último día y todavía no tenían muy claro quién iba a ser el afortunado en acudir como representante de los demás.
Se reunieron para pactar entre todos la mejor opción, pero cuando estaban en ello, un joven y espabilado zorrito apareció gritando:
– ¡Un momento, escuchadme todos! ¡No os precipitéis! Llevo unos días husmeando junto a la cueva del león y he descubierto que el camino que lleva a la entrada está lleno de huellas de diferentes animales.
Sus compañeros zorros se miraron estupefactos. El jefe del clan, le replicó:
– El rey ha estado recibiendo a animales de todas las especies ¡Lo lógico es que el sendero de tierra esté cubierto de pisadas de patas!
El zorrito, sofocado, explicó:
– ¡Ese no es el dilema! Lo que me preocupa es que todas las huellas van en dirección a la entrada, pero no hay ninguna en dirección opuesta ¡Eso significa que quien entró, nunca salió! ¿Me entendéis? Sé que el león
prometió no atacar a nadie, pero su palabra de rey no sirve ¡Al fin y al cabo, es un león y se alimenta de otros animales!
Gracias al zorrito observador, los zorros se dieron cuenta del peligro y decidieron cancelar la visita para no jugarse la vida. Hicieron bien, pues aunque quizá el león les había invitado con buenas intenciones, estaba claro
que al final no había podido reprimir su instinto salvaje, propio de un felino.
Los zorros, muy solidarios, fueron a avisar al resto de especies y todos entendieron la situación. El león tuvo que pasar el resto de su convalecencia solo y los animales jamás volvieron a acercarse a su real cueva.
Moraleja: Esta fábula nos enseña que no debemos de fiarnos de personas que prometen cosas que quizá, no pueden cumplir.
■ Escena 1: El León era el rey de la sabana africana, todos lo respetaban y obedecían
■ Escena 2: El León cayó enfermo y el médico búho le recetó descansar por 4 semanas
■ Escena 3: El León se fue a descansar a su cueva pero estaba muy aburrido
■ Escena 4: El León invitó a los demás animales a su cueva para divertirse
■ Escena 5: Los animales se organizaron por turnos y un representante de cada especie acudió
a la cueva del león
■ Escena 6: Era el turno de los zorros y estaban escogiendo a un representante de su especie
■ Escena 7: Fueron interrumpidos por un pequeño zorro que se dio cuenta de había muchas
huellas en dirección a la cueva del león
■ Escena 8: Los demás zorros le dijeron que el león estuvo recibiendo a muchos otros animales
■ Escena 9: El pequeño zorro comentó que solo habían huellas hacia la cueva pero no en
dirección contraria dando a entender que el que entraba no volvía a salir
■ Escena 10: Los zorros le comentaron la situación a todos los animales y decidieron jamás
volver a visitar al león
■ El mono y las lentejas: adaptación de una fábula de España de origen oriental.
■ Cuenta una antigua historia que una vez un hombre iba cargado con un gran saco de lentejas.
■ Caminaba a paso ligero porque necesitaba estar antes del mediodía en el pueblo vecino. Tenía que vender la legumbre al mejor postor, y si se daba prisa y cerraba un
buen trato, estaría de vuelta antes del anochecer. Atravesó calles y plazas, dejó atrás la muralla de la ciudad y se adentró en el bosque. Anduvo durante un par de
horas y llegó un momento en que se sintió agotado.
■ Como hacía calor y todavía le quedaba un buen trecho por recorrer, decidió pararse a descansar. Se quitó el abrigo, dejó el saco de lentejas en el suelo y se tumbó
bajo la sombra de los árboles. Pronto le venció el sueño y sus ronquidos llamaron la atención de un monito que andaba por allí, saltando de rama en rama.
■ El animal, fisgón por naturaleza, sintió curiosidad por ver qué llevaba el hombre en el saco. Dio unos cuantos brincos y se plantó a su lado, procurando no hacer
ruido. Con mucho sigilo, tiró de la cuerda que lo ataba y metió la mano.
■ ¡Qué suerte! ¡El saco estaba llenito de lentejas! A ese mono en particular le encantaban. Cogió un buen puñado y sin ni siquiera detenerse a cerrar la gran bolsa de
cuero, subió al árbol para poder comérselas una a una.
■ Estaba a punto de dar cuenta del rico manjar cuando de repente, una lentejita se le cayó de las manos y rebotando fue a parar al suelo.
■ ¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban, no podía permitir que una se desperdiciara tontamente! Gruñendo, descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla.
■ Por las prisas, el atolondrado macaco se enredó las patas en una rama enroscada en espiral e inició una caída que le pareció eterna. Intentó agarrarse como pudo,
pero el tortazo fue inevitable. No sólo se dio un buen golpe, sino que todas las lentejas que llevaba en el puño se desparramaron por la hierba y desaparecieron de su
vista.
■ Miró a su alrededor, pero el dueño del saco había retomado su camino y ya no estaba.
■ ¿Sabéis lo que pensó el monito? Pues que no había merecido la pena arriesgarse por una lenteja. Se dio cuenta de que, por culpa de esa torpeza, ahora tenía más
hambre y encima, se había ganado un buen chichón.
■ Moraleja: A veces tenemos cosas seguras pero, por querer tener más, lo arriesgamos todo y nos quedamos sin nada. Ten siempre en cuenta, como dice el famoso
refrán, que la avaricia rompe el saco.
■ Escena 1: Un hombre llevaba un gran saco de lentejas por el bosque para ir a venderlo en el pueblo
vecino
■ Escena 2: El hombre se acostó a descansar debajo de un árbol debido al cansancio que tenía y al mucho
sol que hacía
■ Escena 3: Un mono que estaba por ahí vio el gran saco y se acercó para ver que contenía
■ Escena 4: El mono se dio cuenta que era un saco de lentejas y se alegró ya que esa era su comida
favorita
■ Escena 5: El mono se acercó al saco y agarró un gran puñado de lentejas
■ Escena 6: El mono se subió a un árbol y estuvo a punto de comer la primera lenteja hasta que se le
cayó por accidente
■ Escena 7: El mono no iba a dejar desperdiciar ni una lenteja y se lanzó a agarrarla
■ Escena 8: El mono se enredó entre la ramas y cayó de cabeza al suelo botando todas las lentejas que
tenía en la mano perdiéndolas de vista
■ Escena 9: El mono miró a su alrededor pero el dueño del saco retomó su camino y ya no estaba
■ Escena 10: El mono se dio cuenta que no valía la pena haberse arriesgado por una lenteja ya que por
eso perdió todo lo que tenía y se dio un fuerte golpe
Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas
se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida.
La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de
frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que
tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos.
Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa
de la que vivía en el campo.
– ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas.
– Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida.
– ¡Me alegro mucho por ti, hija mía!
– Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y
jamás nos falte fruta y verdura para vender.
El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija.
– ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo.
– Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe.
– ¡Cuánto me alegra saberlo, hija!
– Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se
sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre!
El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, peroen s eguida cayó en la cuenta de que, si se
cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.
Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado:
– Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo?
La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.
Moraleja: es imposible tratar de complacer a todo el mundo.
■ Escena 1: Había un hombre que tenía dos hijas que decidieron irse del hogar y comenzar una nueva
vida
■ Escena 2: La hija mayor se casó con un hortelano y se pasaban día y noche cultivando para vender las
frutas y verduras al mercado del pueblo
■ Escena 3: La hija menor se casó con un fabricante de ladrillos
■ Escena 4: El padre un día se animó a pasear y visitar a sus hijas
■ Escena 5: El padre visitó a la hija mayor y esta le dijo que todo le iba muy bien pero que deseaba que
siempre lloviera para que así no le faltaran frutas y verduras para vender
■ Escena 6: El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo
■ Escena 7: El padre visitó a la hija menor y ella también le digo que le iba muy bien pero que deseaba
que siempre hiciera sol y nunca lloviera para que así los ladrillos se sequen muy rápido y no se dañen
por el agua
■ Escena 8: El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña
■ Escena 9: Enseguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y
al revés sucedería lo mismo.
■ Escena 10: Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.
Cierto día, un feo y Perro consiguió robar un apetitoso trozo de carne a unos pastores que estaban en el
campo preparando la comida.
En cuanto atrapó el delicioso manjar, corrio rápidamente al árbol más seguro y se posó abajo del árbol
desde la cual los demás animales podían verle bien ¡Qué orgulloso se sentía del botín que llevaba en su
trompa!
Una comadreja que pasaba por allí vio al perro sentado debajo del árbol, comenzó a relamerse pensando
en lo rico que debía ser ese bocado. Decidido a hacerse con el botín, tramó un astuto plan para robárselo
al ingenuo perro. Con sigilo, se acercó lentamente al perro y comenzó a decirle las cosas más bonitas que
se le ocurrieron.
– ¡Pero qué bello eres, amigo canino! – dijo la comadreja en voz alta para que sus halagos se escucharan
bien – He visto perros hermosos, pero ninguno como tú
– ¡Qué delicia escuchar a tus amigos los cuervos! – le dijo el muy sabido
El perro comenzó a ponerse nervioso. Con la carne aún en la trompa, se moría de ganas de demostrarle
la comadreja que él podía ladrar muy fuerte . Mientras, la comadreja seguía con su discurso.
– En fin… Me da rabia que a pesar de tener ese cuerpo tan esbelto y tanta gracia para volar, no sepas
defenderte con tu ladrido– dijo la mentirosa comadreja, fingiendo desilusión.
El perro no podía mas, y decidio ladrar al momento que ladra se le cae la carne y la comadreja
rápidamente lo agarra entre sus dientes y antes de irce se decide burlar
– ¡Ay, perro! ¡Eres presumido pero muy poco inteligente!
Le dedicó un guiño y entre risitas se alejó, dejando al perro triste por su engaño.
Moraleja: en la vida hay que tener cuidado con las personas que nos adulan y nos dicen demasiadas
cosas bonitas sin motivo, porque a lo mejor sólo pretenden engañarnos y conseguir algo de nosotros.
■ Escena 1:Había una vez un cuervo negro y feo que robo un gran trozo de carne y se postró en
la rama de un árbol
■ Escena 2: Un zorro que pasaba por ahí observó al cuervo y se relamió al ver el trozo de carne
■ Escena 3: El zorro planeó un astuto plan para robarle el trozo de carne al pajarraco
■ Escena 4: El zorro le comenzó a decir cosas muy bonitas al cuervo
■ Escena 5:El cuervo se creyó lo que el zorro le decía
■ Escena 6: El zorro le dijo que ah de tener una voz muy bonita pero que era una lastima que no
abriera el pico
■ Escena 7: El cuervo finalmente abrió el pico para demostrar su bella voz y el zorro aprovechó
para robarse el trozo de carne
■ Escena 8:El zorro se burló del cuervo y le dijo que no se creyera todo lo que le dicen
■ Escena 9:El zorro entre risas se fue alejando del lugar
■ Escena 10:El cuervo quedó muy avergonzado por lo sucedido