Conflicto de Los Siglos - PPTX Captiulo 2

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Conflicto de los Siglos

Capítulo No. 2
La fe de los mártires
Encendióse el fuego de la persecución. Los cristianos fueron despojados de sus
posesiones y expulsados de sus hogares. Todos ellos sufrieron “gran combate de
aflicciones”. “Experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y
cárceles”. Hebreos 10:32; 11:36. Muchos sellaron su testimonio con su sangre.
Nobles y esclavos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos eran muertos sin Regreso de
Jesús
ascendió misericordia. Jesús

Vio el Salvador las tempestades que iban a azotar a la


iglesia apostólica
Los cristianos eran inculpados calumniosamente de los más espantosos
crímenes y eran señalados como la causa de las mayores calamidades: hambres,
pestes y terremotos. Como eran objeto de los odios y sospechas del pueblo, no
faltaban los delatores que por vil interés estaban listos para vender a los
inocentes. Se los condenaba como rebeldes contra el imperio, enemigos de la
religión y azotes de la sociedad.
Se vieron pues obligados a
buscar escondite en lugares
desolados y solitarios.
Anduvieron “destituidos,
afligidos, maltratados (de los
cuales el mundo no era
digno), andando
descaminados por los
desiertos y por las montañas,
y en las cuevas y en las
cavernas de la tierra”.
Hebreos 11:37, 38 (VM). Las
catacumbas ofrecieron
refugio a millares de
cristianos.
Como los siervos de Dios
en los tiempos antiguos,
muchos “fueron muertos a
palos, no admitiendo la
libertad, para alcanzar otra
resurrección mejor”. 
Vers. 35 (VM). Recordaban
que su Maestro había dicho
que cuando fuesen
perseguidos por causa de
Cristo debían regocijarse
mucho, pues grande sería su
galardón en los cielos;
porque así fueron
perseguidos los profetas
antes que ellos.
Vanos eran los esfuerzos de Satanás para destruir la iglesia de Cristo por medio
de la violencia. La gran lucha en que los discípulos de Jesús entregaban la
vida, no cesaba cuando estos fieles portaestandartes caían en su puesto.
Triunfaban por su derrota. Los siervos de Dios eran sacrificados, pero su obra
seguía siempre adelante. derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos
es semilla”
Habiendo hecho algunas concesiones, propusieron que los cristianos
hicieran las suyas para que todos pudiesen unirse en el terreno común de
la fe en Cristo. 
Entre los que profesan el cristianismo ha
habido siempre dos categorías de personas: la
de los que estudian la vida del Salvador y se
afanan por corregir sus defectos y asemejarse
al que es nuestro modelo; y la de aquellos que
rehúyen las verdades sencillas y prácticas que
ponen de manifiesto sus errores.
Cuando los cristianos consintieron en unirse con
los paganos que solo se habían convertido a
medias, entraron por una senda que les apartó
más y más de la verdad. Satanás se alegró
mucho de haber logrado engañar a tan crecido
número de discípulos de Cristo; luego ejerció
aun más su poder sobre ellos y los indujo a
perseguir a los que permanecían fieles a Dios.
Los que habían sido una vez defensores de la fe
cristiana eran los que mejor sabían cómo
combatirla, y estos cristianos apóstatas, junto
con sus compañeros semipaganos, dirigieron sus
ataques contra los puntos más esenciales de las
doctrinas de Cristo. 
Tras largo y tenaz conflicto, los pocos que
permanecían fieles resolvieron romper toda
unión con la iglesia apóstata si esta rehusaba
aún desechar la falsedad y la idolatría. Y es que
vieron que dicho rompimiento era de todo punto
necesario si querían obedecer la Palabra de
Dios. No se atrevían a tolerar errores fatales
para sus propias almas y dar así un ejemplo que
ponía en peligro la fe de sus hijos y la de los
hijos de sus hijos. Para asegurar la paz y la
unidad estaban dispuestos a cualquier concesión
que no contrariase su fidelidad a Dios, pero les
parecía que sacrificar un principio por amor a la
paz era pagar un precio demasiado alto. Si no se
podía asegurar la unidad sin comprometer la
verdad y la justicia, más valía que siguiesen las
diferencias y aun la guerra.
No hay duda de que los cristianos primitivos fueron un pueblo peculiar. Su
conducta intachable y su fe inquebrantable constituían un reproche continuo
que turbaba la paz del pecador. Aunque pocos en número, escasos de bienes,
sin posición ni títulos honoríficos, aterrorizaban a los obradores de maldad
dondequiera que fueran conocidos su carácter y sus doctrinas
El cristianismo es un sistema que, de ser recibido y practicado,
derramaría paz, armonía y dicha por toda la tierra. La religión de
Cristo unirá en estrecha fraternidad a todos los que acepten sus
enseñanzas. La misión de Jesús consistió en reconciliar a los hombres
con Dios, y así a unos con otros; pero el mundo en su mayoría se halla
bajo el dominio de Satanás, el enemigo más encarnizado de Cristo. El
evangelio presenta a los hombres principios de vida que contrastan por
completo con sus hábitos y deseos, y por esto se rebelan contra él.
Aborrecen la pureza que pone de manifiesto y condena sus pecados, y
persiguen y dan muerte a quienes los instan a reconocer sus sagrados y
justos requerimientos. Por esto, es decir, por los odios y disensiones
que despiertan las verdades que trae consigo, el evangelio se llama una
espada. 
La providencia misteriosa que permite que los
justos sufran persecución por parte de los
malvados, ha sido causa de gran perplejidad
para muchos que son débiles en la fe. Hasta
los hay que se sienten tentados a abandonar su
confianza en Dios porque él permite que los
hombres más viles prosperen, mientras que los
mejores y los más puros sean afligidos y
atormentados por el cruel poderío de aquellos.
¿Cómo es posible, dicen ellos, que Uno que es
todo justicia y misericordia y cuyo poder es
infinito tolere tanta injusticia y opresión?
Otro asunto hay de más
importancia aún, que
debería llamar la
atención de las iglesias
en el día de hoy. El
apóstol Pablo declara que
“todos los que quieren
vivir píamente en Cristo
Jesús, padecerán
persecución”. 
2 Timoteo 3:12.
Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de
persecución revivirá también y el fuego de la persecución volverá a
encenderse. 

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