1 Problemas Actuales en El Adolescente

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Nutrición y trastornos de la conducta alimentaria

Al nivel mundial, la nutrición deficiente es más


común en poblaciones de bajos recursos o
aisladas. Sin embargo, también puede ser
resultado de la preocupación por la imagen
corporal y el control de peso (Vereecken y Maes,
2000).

Los trastornos de la conducta alimentaria,


incluyendo la obesidad o sobrepeso, son más
frecuentes en las sociedades industrializadas,
donde la comida es abundante y el atractivo se
equipara con la delgadez; no obstante, parece que
estos trastornos están aumentando en países no
occidentales (Makino, Tsuboi y Dennerstein,
2004).
Los adolescentes con sobrepeso tienen una salud
más deficiente que sus compañeros y es posible
que tengan más limitaciones funcionales, tales
como dificultad para asistir a la escuela, realizar
labores domésticas o participar en actividades
extenuantes o de cuidado personal (Swallen,
Reither, Haas y Meier, 2005).

Tienen un mayor riesgo de presentar altos niveles


de colesterol, hipertensión y diabetes (NCHS,
2005). Tienden a convertirse en adultos obesos y
a estar propensos a una variedad de riesgos
físicos, sociales y psicológicos (Gortmaker, Must,
Perrin, Sobol y Dietz, 1993).
Los factores genéticos y de otro tipo que no
tienen nada que ver con la fuerza de voluntad o
elecciones de estilo de vida, parecen poner a
ciertos jóvenes en riesgo de sobrepeso. Entre
estos factores se encuentran una regulación
defectuosa del metabolismo (Morrison et al.,
2005) y, cuando menos en las niñas, síntomas de
depresión y padres obesos (Stice, Presnell, Shaw
y Rohde, 2005).

En tales casos se aconseja la prevención temprana


y dirigida (Morrison et al., 2005; Stice et al.,
2005). En un estudio con 878 niños entre 11 y 15
años en California, la falta de ejercicio fue el
principal factor de riesgo de sobrepeso para
varones y mujeres (Patrick et al., 2004).
Imagen corporal y trastornos de la conducta alimentaria

A veces, la determinación de no tener sobrepeso puede provocar problemas más graves que el
sobrepeso mismo. La preocupación por la imagen corporal puede conducir a esfuerzos obsesivos
para el control de peso (Davison y Birch, 2001; Vereecken y Maes, 2000). Este patrón es más
común entre las niñas que entre los varones y es menos probable que el problema de peso sea
real.
Según un amplio estudio prospectivo de cohortes,
las actitudes de los padres y las imágenes de los
medios de comunicación representan un papel más
importante que las influencias de los pares para
alentar las preocupaciones sobre el peso.

Las chicas que intentan parecerse a las modelos


irrealmente delgadas que ven en los medios
desarrollan una preocupación excesiva por el peso y
pueden tener trastornos de la conducta alimentaria
(Striegel-Moore y Bulik, 2007). Además, tanto las
niñas como los varones que creen que la delgadez es
importante para sus padres, en especial para el
padre, realizan dietas constantes (Field et al., 2001).
La preocupación excesiva por el peso y la imagen corporal pueden ser signos de anorexia nerviosa o de
bulimia nerviosa. Ambos trastornos implican patrones anormales de ingesta de alimentos (Harvard
Medical School, 2002), como alimentación errática, inanición autoimpuesta o atracones de comida
seguidos de vómito autoinducido o uso de laxantes para purgar el sistema.

Irónicamente, tales esfuerzos radicales de control de peso pueden dar por resultado un aumento en lugar
de una pérdida de peso, debido a que tales prácticas alteran el apetito normal y los patrones metabólicos
(Stice et al., 2005).
Estos trastornos crónicos afectan mayormente a
las mujeres adolescentes (Striegel- Moore y
Bulik, 2007). Son especialmente comunes en
niñas presionadas a tener éxito en el ballet,
competencias de nado, carreras de larga
distancia, patinaje de figuras y gimnasia; en las
hijas de padres solteros o divorciados, y en niñas
que con frecuencia comen solas (“Eating
Disorders-Part II”, 1997; Martínez-González et
al., 2003; Skolnick, 1993). Los estudios con
gemelos han encontrado una heredabilidad
elevada de cerca de 50% para arriba (Striegel-
Moore y Bulik, 2007).
Anorexia nerviosa

La anorexia nerviosa es un trastorno que típicamente comienza en la adolescencia y que se


caracteriza por una preocupación obsesiva por estar delgado. Existen dos tipos de anorexia. Una se
caracteriza por la inanición autoimpuesta, que a menudo se acompaña de ejercicios compulsivos y
excesivos. El otro tipo se caracteriza por atracones de comida, conducta purgativa o ambos (Yager
y Andersen, 2005).

Las personas con anorexia tienen una imagen corporal distorsionada; aunque están cuando menos
en un 15% por debajo de su peso corporal natural (McGilley y Pryor, 1998), piensan que están
demasiado gordas. Se estima que 0.5% de las adolescentes y mujeres jóvenes y un porcentaje
menor, pero creciente, de varones y hombres en los países occidentales tienen anorexia (AAP
Committee on Adolescence, 2003; Martínez-González et al., 2003).
La anorexia tiene la tasa más alta de mortalidad y
la tasa más alta de suicidio que cualquier otro
trastorno mental (Bulik et al., 2006; Crow, 2006).

Las complicaciones médicas afectan a casi todos


los órganos del cuerpo (Yager y Andersen, 2005).
Entre las primeras señales de advertencia se
encuentran las dietas decididas y en secreto; la
insatisfacción luego de la pérdida de peso; el
establecimiento de metas de peso nuevas y más
bajas después de alcanzar el peso deseado
inicialmente; ejercicios excesivos; interrupción de
la menstruación regular; pérdida del pelo;
temperatura corporal baja, y crecimiento de vello
corporal suave y áspero.
Es probable que las causas de la anorexia sean
multifactoriales (Yager y Andersen, 2005). Se
estima que 56% es hereditario (Bulik et al.,
2006). En las pacientes anoréxicas se ha
encontrado una variante de un gen que quizá
conduzca a un descenso en las señales de
hambre (Vink et al., 2001).

Además, ciertas complicaciones del


nacimiento aumentan el riesgo de desarrollar
anorexia. Éstas incluyen anemia materna,
diabetes y muerte de una porción de la
placenta.
Es posible que la personalidad también influya.
A menudo, los jóvenes con anorexia son
buenos estudiantes cuyos padres describen
como hijos modelo.

Quizá sean retraídos o depresivos y tal vez


participen en comportamientos repetitivos y
perfeccionistas.

Otras causas sugeridas son: trastornos de


ansiedad, antecedentes familiares de depresión
y obesidad y presiones de la familia, pares y
cultura para lograr la delgadez (Yager y
Andersen, 2005).
A estos pacientes se les puede administrar
fármacos para inhibir el vómito y para tratar
los problemas médicos asociados.

La psicoterapia (ya sea conductual o cognitiva)


ha tenido cierto éxito para lograr que las
pacientes aumenten de peso (Yager y
Andersen, 2005).

La terapia familiar en la que los padres asumen


el control de los patrones alimentarios de sus
hijos hasta que se logra un progreso ha
resultado más efectiva (Wilson, Grilo y
Vitousek, 2007).
Bulimia nerviosa

En la bulimia nerviosa, una persona realiza atracones de comida con regularidad durante un
periodo corto, en general de dos horas o menos, y luego intenta deshacer la elevada ingesta calórica
con vómito autoinducido, dietas o ayunos estrictos, ejercicio excesivamente vigoroso, o laxantes,
enemas o diuréticos para purgar al organismo (APA, 1994).
La bulimia difiere de la forma de anorexia con atracones y purgas en que las personas que
presentan la primera no son anormalmente delgadas.

Algunas personas pasan de la anorexia a la bulimia y de regreso a medida que cambian sus
patrones de alimentación y peso (McGilley y Pryor, 1998).

Sin embargo, son dos trastornos independientes. Un trastorno alimentario por atracón, que
se relaciona con los anteriores, implica atracones frecuentes, pero sin el ayuno, ejercicio o
vómito subsiguientes; es el trastorno más frecuente de la alimentación entre los adultos
estadounidenses y es un factor en la elevación de la obesidad (Hudson, Hiripi, Pope y
Kessler, 2007).
Las personas con bulimia están
obsesionadas con su peso y figura. Se
sienten abrumadas, con vergüenza,
desprecio hacia sí mismas y depresión por
sus hábitos alimenticios.

Tienen baja autoestima (al igual que las


personas con anorexia) y antecedentes de
amplias fluctuaciones en el peso, dietas o
ejercicios frecuentes (Kendler et al.,
1991).
Al igual que en la anorexia, la bulimia
parece tener un origen multifactorial
(McGilley y Pryor, 1998).

La bulimia parece relacionarse con bajos


niveles de la sustancia química cerebral
serotonina (“Eating Disorders-Part I”, 1997;
K. A. Smith, Fairburn y Cowen, 1999).

Es posible que comparta raíces genéticas


con la depresión mayor o con las fobias y el
trastorno de angustia (Keel et al., 2003).
La terapia cognitiva conductual es el
tratamiento más eficaz para la bulimia. Los
pacientes llevan un diario de sus patrones
alimentarios y se les enseñan maneras de
evitar la tentación de un atracón.

Debido a que estos pacientes están en riesgo


de depresión y suicidio, es posible combinar
antidepresivos con la psicoterapia (Harvard
Medical School, 2002; McCallum y Bruton,
2003).
Uso y abuso de drogas

Aunque la gran mayoría de los adolescentes no abusa de las drogas, una minoría significativa sí
lo hace. El abuso de sustancias es el uso dañino de alcohol u otras drogas. Puede conducir a la
dependencia de sustancias (adicción), que puede ser fisiológica, psicológica, o ambas, y que es
probable que continúe hasta la edad adulta.

Las drogas adictivas son especialmente peligrosas para los adolescentes porque estimulan partes
del cerebro que están cambiando durante esa época (Chambers et al., 2003). Entre 2003 y 2004,
se identificó que cerca de 6% de los jóvenes entre 12 y 17 años necesitaban tratamiento para uso
ilícito de drogas (National Survey on Drug Use and Health, NSDUH, 2006b).
Aunque el uso de drogas ilícitas ha
disminuido, el empleo no médico de
fármacos de prescripción, como sedantes,
estimulantes, tranquilizantes y analgésicos
narcóticos, en particular oxicontina, sigue
teniendo altos niveles de consumo
(Johnston et al., 2007).

De hecho, el mal uso de los fármacos de


prescripción se considera el segundo
problema de uso de drogas en Estados
Unidos, después de la marihuana.
Factores de riesgo para el abuso de drogas

¿Cuál es la probabilidad de que un joven en particular abusará de las drogas? Los factores de
riesgo incluyen un temperamento difícil; deficiente control de impulsos y tendencia a buscar
emociones (que quizá tenga un origen bioquímico); influencias familiares (como una
predisposición genética para el alcoholismo, uso o aceptación de las drogas entre los padres o
hermanos, prácticas deficientes o inconsistentes de crianza infantil, conflictos familiares y
relaciones problemáticas o distantes con la familia); problemas conductuales tempranos y
persistentes, en particular agresión; fracaso académico y falta de compromiso con la educación;
rechazo de los pares; asociación con usuarios de drogas; alienación y rebeldía; actitudes
favorables hacia el uso de drogas, e inicio temprano en el uso de drogas (Hawkins, Catalano y
Miller, 1992; Johnson, Hoffmann y Gerstein, 1996; Masse y Tremblay, 1997; Pomery et al.,
2005; USDHHS, 1996b). Mientras más sean los factores de riesgo presentes, mayor la
probabilidad de que un adolescente o joven adulto abuse de las drogas.
Alcohol, marihuana y
tabaco

El uso de alcohol, marihuana y tabaco entre


los adolescentes de Estados Unidos ha seguido
una tendencia casi paralela a la del uso de
drogas más fuertes, con una notable elevación
durante la década de 1990, seguida de una
declinación más pequeña y gradual (Johnston
et al., 2006).
El alcohol es una droga potente que altera la
mente y que tiene fuertes efectos sobre el
bienestar físico, emocional y social.

Su uso es un problema grave en muchos países


(Grabhainn y François, 2000).

En 2006, 17.2% de los niños estadounidenses


de octavo grado, 33.8% de los estudiantes de
décimo grado y 45.3% de los alumnos de
decimosegundo grado dijeron haber consumido
alcohol cuando menos una vez durante los
últimos 30 días (Johnston et al., 2007).
Los adolescentes son más vulnerables que
los adultos a los efectos negativos, tanto
inmediatos como a largo plazo, del alcohol
sobre el aprendizaje y la memoria (White,
2001).

En un estudio, los jóvenes de 15 y 16 años


que abusaron del consumo de alcohol y
dejaron de beber mostraron alteraciones
cognitivas semanas después en comparación
con sus compañeros que no habían abusado
del consumo de éste (Brown, Tapert,
Granholm y Delis, 2000).
A pesar de la disminución en el consumo de
marihuana desde 1996, ésta sigue siendo la
droga ilícita que más se utiliza en Estados
Unidos. En 2006, 11.7% de los niños de
octavo grado, 25.2% de los niños de décimo
grado y 31.5% de los jóvenes de
decimosegundo grado admitieron haber
consumido marihuana en el último año
(Johnston et al., 2007).
El humo de la marihuana contiene típicamente más de 400 carcinógenos. El uso intenso puede
dañar al cerebro, corazón, pulmones y sistema inmunitario, y provocar deficiencias
nutricionales, infecciones respiratorias y otros problemas físicos.

Puede disminuir la motivación, interferir con las actividades diarias y causar problemas
familiares.

El uso de marihuana también puede alterar la memoria, la velocidad de pensamiento y el


aprendizaje.

Puede reducir la percepción, la alerta, el periodo de atención, el juicio y las habilidades motoras
necesarias para conducir un vehículo y, en consecuencia, puede contribuir a accidentes de
tránsito (Messinis, Krypianidou, Maletaki y Papathanasopoulos, 2006; National Institute on
Drug Abuse [NIDA], 1996; Solowij et al., 2002). Tanto el alcohol como la marihuana pueden
dañar el desempeño académico (NSDUH, 2006a; figura 15-3).
Por el contrario de la creencia popular, la
marihuana puede ser adictiva (Tanda, Pontieri
y DiChiara, 1997) y tiende a conducir al uso
de drogas más fuertes (Lynskey et al., 2003).

Las drogas adictivas son especialmente


peligrosas para los adolescentes porque
estimulan partes del cerebro que aún siguen
cambiando (Chambers et al., 2003).
El tabaquismo entre los adolescentes es un
problema menos extendido en Estados Unidos
que en la mayoría de los demás países
industrializados (Gabhainn y François, 2000).

Las tasas de tabaquismo han disminuido de un


tercio a más de la mitad entre los alumnos de
octavo a decimosegundo grado en Estados
Unidos desde mediados de la década de 1990.

Aun así, 8.7% de los alumnos de octavo grado,


14.5% de los alumnos de décimo grado y
21.6% de los alumnos de decimosegundo grado
son fumadores actuales (en el último mes)
(Johnston et al., 2007).
Peligros del inicio temprano

Con frecuencia, el uso de drogas comienza cuando los niños ingresan a la educación
intermedia, cuando se vuelven más vulnerables a la presión de sus pares.

Es posible que los estudiantes de cuarto a sexto grados comiencen a fumar, beber cerveza y
utilizar inhalantes, y que, a medida que se vuelven mayores, pasen a la marihuana y drogas
más fuertes (National Parents’ Resource Institute for Drug Education, 1999).

Mientras más pronto comiencen los jóvenes a utilizar una droga, es probable que mayor sea
la frecuencia de su uso y mayor su tendencia a abusar de ella.
La edad promedio en que se empieza a beber alcohol es de 13 a 14 años y algunos niños comienzan
antes. En 2003, cerca de 28% de los bebedores menores de edad habían iniciado antes de los 13 años
(Faden, 2006).

Los jóvenes que comienzan a beber pronto por lo general tienen problemas de conducta o hermanos
que tienen dependencia al alc hol (Kuperman et al., 2005). Aquellos que comienzan a beber antes de
los 15 años tienen una probabilidad por lo menos cinco veces mayor de adquirir una dependencia al
alcohol o de abusar de él que aquellos que no comenzaron a beber hasta que tenían 21 años o más
(SAMHSA, 2004).

Los adolescentes que comienzan a fumar a los 11 años de edad tienen una probabilidad dos veces
mayor que otros jóvenes de participar en comportamientos de riesgo, como subir a un automóvil con
un conductor alcoholizado; llevar cuchillos o pistolas a la escuela; usar inhalantes, marihuana o
cocaína, y planear un suicidio. El uso temprano de alcohol y marihuana también se asocia con
múltiples comportamientos de riesgo (Du- Rant, Smith, Kreiter y Krowchuk, 1999).
Depresión

Incluso en entornos normales, la frecuencia de


la depresión aumenta durante la adolescencia.
En 2004, 9% de los jóvenes de 12 a 17 años
habían experimentado cuando menos un
episodio de depresión mayor y sólo 40% de
ellos habían recibido tratamiento (NSDUH,
2005).

La depresión en los jóvenes no necesariamente


aparece como tristeza, sino como irritabilidad,
aburrimiento o incapacidad para experimentar
placer. Una razón por la que necesita tomarse
con seriedad es que constituye un peligro de
suicidio (Brent y Birmaher, 2002).
Las niñas adolescentes, en especial aquellas que
maduran pronto, están más propensas a la
depresión que los varones adolescentes (Brent y
Birmaher, 2002; Ge, Conger y Elder, 2001a;
NSDUH, 2005; Stice et al., 2001).

Es probable que esta diferencia de género se


relacione con los cambios biológicos en la
pubertad; los estudios muestran una correlación
entre el avance en el estado de la pubertad y los
síntomas de depresión (Susman y Rogol, 2004).

Otros factores posibles son la manera en que se


socializa a las niñas (Birmaher et al., 1996) y su
mayor vulnerabilidad al estrés en las relaciones
sociales (Ge et al., 2001a; USDHHS, 1999).
Además del género femenino, los factores de
riesgo para la depresión incluyen ansiedad, temor
al contacto social, sucesos vitales estresantes,
enfermedades crónicas como diabetes o epilepsia,
conflicto entre padres e hijos, abuso o descuido,
uso de alcohol o drogas, actividad sexual, y tener
un padre o madre con antecedentes de depresión.

El consumo de alcohol y drogas y la actividad


sexual tienen mayor probabilidad de conducir a la
depresión a las niñas que a los varones. Los
problemas con la imagen corporal y los trastornos
de la conducta alimentaria pueden agravar los
síntomas depresivos (Stice y Bearman, 2001).
Los adolescentes depresivos que no responden al
tratamiento como pacientes externos, que tienen
una dependencia de sustancias o psicosis, o que
parecen suicidas, quizá necesiten hospitalización.

Cuando menos una de cada cinco personas que


experimentan un brote de depresión en la
infancia o adolescencia están en riesgo de
trastorno bipolar, en el que los episodios
depresivos (periodos de tristeza) alternan con
episodios de manía (periodos de felicidad),
caracterizados por aumento en energía, euforia,
grandiosidad y propensión al riesgo (Brent y
Birmaher, 2002).
La única otra opción de tratamiento es la
psicoterapia. Un análisis de todos los estudios
disponibles encontró una eficacia modesta a corto
plazo de la psicoterapia, cognitiva o no cognitiva,
con efectos que no duran más de un año (Weisz,
McCarty y Valeri, 2006).

En vista de la mayor eficacia de los


medicamentos antidepresivos, especialmente la
fluoxetina, la Society for Adolescent Medicine
(Sociedad de Medicina Adolescente) apoya su
empleo con adolescentes cuando esté
clínicamente justificado y bajo vigilancia
estrecha, a pesar de los riesgos (Lock, Walker,
Rickert y Katzman, 2005).
Suicidio
Los jóvenes que consideran o intentan suicidarse tienden a tener antecedentes de enfermedad
emocional. Es probable que sean perpetradores o víctimas de violencia y que tengan problemas en la
escuela, ya sean académicos o conductuales.

Muchos han sufrido de maltrato en su infancia y tienen graves problemas en las relaciones. Tienen
un autoconcepto pobre, se sienten desesperanzados y tienen un deficiente control de impulsos y baja
tolerancia a la frustración y al estrés. Es frecuente que estos jóvenes estén alejados de sus padres y
que no tengan a nadie fuera de su familia a quien solicitar ayuda.

También suelen haber intentado suicidarse antes o tener amigos o familiares que lo han hecho. El
alcohol ha contribuido a la mitad de todos los suicidios en la adolescencia (AAP Committee on
Adolescence, 2000). Quizá el factor esencial sea una tendencia hacia la agresión impulsiva. Los
estudios posmortem con imágenes cerebrales de las personas que han logrado o intentado suicidarse,
han identificado alteraciones en las regiones de la corteza prefrontal implicadas en la emoción,
regulación e inhibición conductual (Brent y Mann, 2006). Los factores de protección que reducen el
riesgo de suicidio incluyen una sensación de conexión con la familia y la escuela, bienestar
emocional y logros académicos (Borowsky et al., 2001).

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