Historia de Cristo
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Historia de Cristo
GIOVANNI PAPINI
ACLARACIN
Perdonen esta escueta presentacin de obligado, pero estudio derecho y nada, mas vale prevenir no? Ac va:
El siguiente libro es creacin de Giovanni Papini, y los derechos de edicin, impresin y publicacin corresponden a sus herederos legales.
La presente entrega es una re-edicin de una versin publicada en una pgina web, la cual ha sido tomada y modificada en algunos puntos, estilizada y no tiene fines comerciales ni de difusin en medios de carcter econmico.
Este trabajo ha sido realizado con el nico fin de compartir una hermosa obra dedicada a Cristo y su recorrer en la historia viva, puesto que en la historia del Seor, en sus misterios y revelaciones, encontramos los propios de nuestro recorrer en el mundo.
El Santo Padre, Benedicto XVI, en su libro homnimo, cita la obra de Giovanni Papini como una de sus fuentes de inspiracin, espero que puedan gozar de esta edicin (lamento la pobreza de mis cualidades de diseo) tanto como yo goc, hace unos aos cuando nunca cre que Aquel que escuchaba mi respiracin, me tendra reservadas horas de llanto y alegra, contemplando sus huellas, tan bien retratadas por Papini, un ex ateo, al igual que yo.
Rodolfo Meja
Giovanni Papini (Florencia, 9/1/1881 8/7/1956) fue un escritor italiano. Inicialmente escptico,
Nacido en una familia de condiciones humildes y de formacin autodidacta, fue desde muy joven un infatigable lector de libros de todo gnero y asiduo visitante de las bibliotecas pblicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo el ttulo de maestro y trabaj como bibliotecario en el Museo de Antropologa de Florencia, pero a partir de 1903, ao en que fund la revista Leonardo, se volc con polmico entusiasmo en el periodismo.
Esta publicacin se convirti enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el pensamiento filosfico italiano y, al mismo tiempo, contribuy a difundir el pragmatismo. Ese mismo ao se convirti en redactor jefe del diario nacionalista Regno, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de Leonardo, empez a colaborar activamente en La Voce, convirtindose en uno de los representantes ms inquietos y ruidosos del movimiento filosfico y poltico que surgi en Florencia alrededor de esa revista.
Ms tarde fund tambin nima (1911) y Lacerba (1913), de orientacin ms literaria y donde durante un tiempo defendi las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnstico, anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias espirituales, su actividad periodstica le permiti dar rienda suelta a su aficin de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra personajes ms o menos famosos.
Su primera obra narrativa fue Un hombre acabado (1912), en la que describi su azarosa juventud y donde los retratos paisajsticos de su Florencia natal revelan, como en otros libros, las verdaderas dotes del Papini escritor. Afectado por la dura experiencia de la
Primera Guerra Mundial, se convirti al catolicismo empujado por la necesidad de encontrar certezas definitivas y absolutas.
Este cambio espiritual, que caus polmicas en su entorno, fue el germen de Historia de Cristo (1921), libro que alcanz un enorme xito a pesar de que algunos le acusaron de ser un gran manipulador de las ideas que se adaptaban al momento. En esta misma lnea caracterizada por una heterodoxia que irritaba por igual a ateos y creyentes escribi San Agustn (1929), Gog (1931), El Diablo (1943), Cartas del papa Celestino VI a los
hombres (1946), un papa imaginario del que se sirve para lanzar un mensaje de paz y fraternidad, y sobre todo Juicio Universal, en el que trabaj casi toda su vida y que se public pstumamente.
De
su
prolfica
obra
crtica
cabe
destacar Dante
vivo
(1933)
o Grandezze
di
Carducci (1935), mientras que Cento pagine di poesie (1915) y Opera prima (1917) figuran entre sus mejores libros de poesa.
I
Desde hace cincuenta aos, los que se dicen "espritus libres" porque han desertado de la Milicia por los Ergstulos, deliran por asesinar por segunda vez a Jess. Por matarlo en el corazn de los hombres.
No bien les pareci que esta segunda agona de Cristo estaba en los penltimos estertores, se adelantaron los necrforos. Bfalos presuntuosos que haban tomado las bibliotecas por establos, cerebros aerostticos que crean tocar el cielo subiendo en el globo de la filosofa, profesores enardecidos por fatales borracheras de filologa y de metafsica se armaron el Hombre lo quiere! como cruzados contra la Cruz. Ciertos frvolos revoloteadores quisieron hacer ver, con una fantasa que avergonzara a la famosa Radcliffe, que la historia de los Evangelios era una leyenda a travs de la cual se poda a lo sumo reconstruir una vida natural de Jess, quien habra tenido un tercio de profeta, un tercio de nigromante y otro tercio de enreda pueblos; y no habra hecho milagros, fuera de la curacin hipntica de algn obseso, ni muerto en la cruz, sino que se habra despertado en el fro de la tumba y reaparecido con aire misterioso para hacer creer que haba resucitado. Otros pretendan demostrar, como dos y dos son cuatro, que Jess es un mito creado en los tiempos de Augusto y de Tiberio y que todos los Evangelios se reducen a un tosco mosaico de textos profticos. Otros representan a Jess como un buen hombre, pero demasiado exaltado y fantstico, educado en la escuela de los Griegos, de los Budistas y de los Esenios, que habra amasado como pudo unos plagios para hacerse creer el Mesas de Israel. Otros hicieron de l un humanitario manaco, precursor de Rousseau y de la Democracia: hombre excelente para su tiempo, pero a quien hoy se sometera a la cura de un alienista. Otros, en fin, para acabar de una vez, recogieron de nuevo la idea del mito y, a fuerza de calendarios y comparaciones, concluyeron que Jess no haba nacido nunca en lugar alguno del mundo.
Pero quin ocupara el puesto del gran Desahuciado? Cada da era ms profunda la fosa y, con todo, no conseguan soterrrnoslo por entero.
Y he aqu un escuadrn de faroleros y pintureros del espritu, dispuestos a fabricar religiones para el consumo de los irreligiosos. Durante todo el siglo XVIII las sacaron del horno a pares y por medias docenas. La religin de la Verdad, del Espritu, del Proletariado, del Hroe de la Humanidad, de la Patria, del Imperio, de la Razn, de la Belleza de la Naturaleza, de la Solidaridad, de la Antigedad, de la Energa, de la Paz, del Dolor, de la Piedad, del Yo, del Futuro, y as sucesivamente. Algunas no eran sino refundiciones de un Cristianismo desmochado y deshuesado, de un Cristianismo sin Dios; las ms eran polticas o filosficas que intentaban trocarse en msticas. Pero eran pocos los fieles y flaco su entusiasmo. Aquellas heladas abstracciones, aunque sostenidas a veces por intereses sociales o por pasiones literarias, no llenaban los corazones de los que se haba querido desarraigar a Jess.
Se intent, entonces, barajar simulacros de religiones que tuviesen algo mejor que las otras lo que los hombres buscan en la religin. Los Francmasones, los Espiritistas, los Tesofos, los Ocultistas, los Cientificistas creyeron haber encontrado el substituto del Cristianismo. Pero estas mezcolanzas de mohosas supersticiones y de cabalstica cariada; estos guisados de inspido racionalismo y de ciencia fracasada, de simbolismo simiesco y de humanitarismo avinagrado: estos zurcidos mal hechos de budismo de exportacin y de Cristianismo traicionado, contentaron a unos miles de mujeres ociosas, de asnos en dos pies, de condensadores del vaco, y pare usted de contar.
En tanto, entre un presbiterio alemn y una ctedra suiza, se vena aprestando un nuevo Anticristo. "Jess dijo el tal, descendiendo de los Alpes al sol ha mortificado a los hombres; el pecado es bello, la violencia es bella; es bello todo aquello que halaga la Vida." Y Zarathustra, despus de haber arrojado al Mediterrneo los textos griegos de Leipzig y las obras de Maquiavelo, comenz a brincar a los pies de la estatua de Dionisio con la gracia que puede tener un alemn nacido de un pastor luterano y recin llegado de una ctedra helvtica. Pero aunque sus cantos eran dulces al odo, no consigui nunca explicar qu es esa adorable Vida a la que pretenda sacrificar una parte tan viva del hombre como es la necesidad de reprimir los propios instintos de bestia, ni supo decir en qu manera Cristo, el Cristo verdadero de los Evangelios, se opone a la vida, cuando l precisamente quiere hacerla ms alta y feliz. Y el pobre Anticristo, cuando estuvo prximo a la locura, firm su ltima carta: "El Crucificado". 5
II
Con todo, despus de tanta dilapidacin de tiempo y de ingenio, Cristo no ha sido expulsado de la tierra.
Su memoria est por doquier. En las paredes de las iglesias y de las escuelas, en las cimas de los campanarios y de los montes, en las ermitas de los caminos, a la cabecera de las camas y sobre las tumbas, millones de cruces recuerdan la muerte del Crucificado. Raspad los frescos de las iglesias, quitad los cuadros de los altares y de las casas, y la vida de Cristo llenar todava los museos y las galeras. Arrojad al fuego misales, breviarios y eucologios y seguiris encontrando su nombre y sus palabras en todos los libros de literatura. Hasta las blasfemias son un involuntario recuerdo de su presencia.
Hgase lo que se quiera, Cristo es un fin y un principio, un abismo de misterios divinos entre dos perodos de historia humana.
La Gentilidad y la Cristiandad no pueden soldarse. Antes de Cristo y despus de Cristo. Nuestra Era, nuestra civilizacin, nuestra vida, comienzan con el nacimiento de Cristo. Podemos investigar y saber lo que hubo antes de l, pero ya no es nuestro, est sealado con otros nmeros, circunscrito en otros sistemas, no mueve ya nuestras pasiones: puede ser bello, pero est muerto. Csar hizo, en sus tiempos, ms ruido que Jess, y Platn enseaba ms ciencias que Cristo. Todava se habla del primero y del segundo, pero quin se acalora por Csar o contra Csar? Y dnde estn hoy los platonistas o los antiplatonistas?
Cristo, por el contrario, est siempre vivo entre nosotros. Hay todava quien le ama y quien le odia. Hay una pasin por la Pasin de Cristo y otra por su destruccin. Y el encarnizamiento de tantos contra l dice que no est todava muerto. Los mismos que se esfuerzan en negar su existencia y su doctrina se pasan la vida recordando su nombre.
Vivimos en la Era Cristiana. Y no ha terminado. Para comprender nuestro mundo, nuestra vida, para comprendernos a nosotros mismos, hay que ir a l. Cada edad debe volver a escribir su Vida. 6
Tambin la nuestra la ha escrito y ms que otra alguna. De suerte que el autor de este libro debera en este punto justificarse de haberlo escrito. Pero la justificacin, si es que hace falta, aparecer manifiesta a los que quieran leerlo hasta la ltima pgina.
Ningn tiempo estuvo tan separado de Cristo y tan necesitado de l como el nuestro. Mas para hallarlo de nuevo no bastan los viejos libros.
Ninguna vida de Cristo, ni aun escrita por un escritor de genio superior a cuantos fueron, podr ser ms bella y perfecta que los Evangelios. La cndida sobriedad de los cuatro primeros historiadores no ser nunca superada por todas las maravillas del estilo y de la poesa. Y bien poco podemos aadir a lo que dijeron. Pero quin lee, hoy, a los evangelistas? Y cuntos los sabran leer de veras si los leyesen? Las glosas de los filsofos, los comentarios de los exgetas, las variantes y la erudicin de los apostilladores de poco aprovechan acomodos de la letra, pasatiempos de pacientes cerebros. Pero el corazn quiere otra cosa.
Cada generacin tiene sus preocupaciones y sus pensamientos y sus locuras. Es menester retraducir el antiguo Evangelio para ayuda de los extraviados. Para que Cristo est vivo siempre en la vida de los hombres, eternamente presente, es forzoso resucitarlo, por decirlo as, de cuando en cuando. No ya para repintarlo con los colores del da, sino para representar con palabras vivas, con referencias a lo actual, su eterna verdad y su historia inmutable.
De tales resurrecciones librescas, doctas o literarias, est lleno el mundo; pero al autor de sta le parece que muchas han sido olvidadas y otras no son apropiadas. Especialmente en Italia, despus de las ltimas experiencias.
Para contar la historia de las historias de Cristo sera menester otro libro, aun ms voluminoso que ste. Pero las historias ms ledas y conocidas se pueden distribuir, a ojo de buen cubero, en dos grandes divisiones. Las escritas por gente de Iglesia para los creyentes, y las escritas por hombres de ciencia para uso de profanos. Ni aqullas son perfectas ni stas pueden satisfacer a quien busca, en una vida, la Vida.
III
Muchas de las vidas de Jess destinadas a los devotos exhalan no s qu de enmohecido y flojo que repele, desde las primeras pginas, al lector hecho a ms delicados y sustanciosos manjares literarios. Hay un humo de cirio apagado, un vaho de incienso desvanecido y de aceite malo que ahoga el aliento. No se respira bien. El incauto que se acerca y recuerda las vidas de los grandes hombres escritas con grandeza, y tiene alguna nocin del arte de escribir y de la poesa, se siente desfallecer cuando se adentra en esa prosa blanda, floja, deshilachada, toda remiendos y zurcidos de lugares harto comunes que fueron vivos mil aos ha, pero que ahora estn exnimes, petrificados, reunidos como las piedras de un lapidario o las recetas de un formulario. Pero todava es peor cuando estos corredores exhaustos quieren emprender de pronto el galope de la lrica o el trote de la elocuencia. Esas gracias fuera de uso, ese dulzor que sabe a Arcadia purista y a modelos de buen estilo para academias provincianas, ese falso calor templado y de melosa dignidad, acobardan a los ms resistentes y temerarios. Y cuando no se abisman en las intrincadas cuestiones de la escolstica caen en la desvada oratoria de la homila dominical. Son libros hechos, en suma, para quien cree en Jess, es decir, para quien podra, en cierto sentido, prescindir de ellos. Los hay ptimos tambin, pero los legos, los indiferentes, los profanos, los artistas, los acostumbrados a la grandeza de los antiguos y a la novedad de los modernos, no buscan esos volmenes o, apenas los cogen, los dejan. Con todo, son precisamente estos lectores los que ms sera menester conquistar, porque son los que se han apartado de Cristo y los que hoy constituyen la opinin y hacen ruido en el mundo.
Los otros, los doctos que escriben para los no creyentes, logran todava menos atraer a Jess las almas que no saben ser cristianas. Primeramente, porque no es se casi nunca el fin que se proponen, y ellos mismos, casi todos, son de los que deberan ser conducidos de nuevo al Cristo vivo y verdadero; y luego, porque su mtodo que quiere ser, segn dicen, histrico, critico, cientfico los lleva ms bien a detenerse en los textos y en los hechos exteriores, con el fin de determinarlos o destruirlos, que a considerar el valor y la luz que, si quisieran, podran hallar en esos textos y en esos hechos. La mayora de ellos tiende a encontrar el hombre en el Dios, la normalidad en el milagro, la leyenda en las tradiciones, y sobre todo buscan las interpolaciones, las falsificaciones y los apcrifos en la 8
primitiva literatura cristiana. Los que no llegan a negar que Jess haya vivido, sustraen cuantos testimonios pueden de los que de l nos quedan, y a fuerza de "ses", de "peros", de "consideraciones" y de "respeto", de dudas y de hiptesis, no llegan a escribir una historia cierta, aunque tampoco, por fortuna, a deshacer la contenida en el Evangelio.
Tantas son las contradicciones entre ellos mismos, que todo sistema nuevo tiene, por lo menos, el mrito de reducir a nada los excogitados anteriormente. En suma, estos historiadores, con todo su aparejo de retazos y de andrajos, con todos los recursos de la crtica textual, de la mitologa, de la paleografa, de la arqueologa, de la filologa semtica y helenista, no hacen sino triturar y diluir, a fuerza de desmenuzamientos y capciosidades, la sencilla vida de Cristo. La conclusin de todo este afn y agitacin sera, segn ellos, que Jess no ha venido nunca a la tierra, o que, si por acaso vino en verdad, nada podemos decir de cierto. Les queda todava por explicar el hecho del Cristianismo; pero lo mejor que saben hacer estos enemigos de Cristo es andar buscando en Oriente y Occidente las "fuentes", segn dicen, del pensamiento cristiano, con la intencin, nada disimulada, de resolverlo todo en sus prejuicios judaicos, helnicos y hasta indios y chinos, como para decir: veis?; se vuestro Jess. En el fondo no solamente fue un hombre sino un pobre hombre, pues no ha dicho nada que el gnero humano no supiese de memoria antes que l.
Se podra, entonces, preguntar a estos negadores de milagros cmo explican el milagro de un sincretismo de antiguallas que habra creado en torno a la memoria de un oscuro plagiario, un movimiento inmenso de hombres, de pensamientos y de instituciones, tan fuerte y avasallador, que cambi la faz del mundo. Pero, al menos por ahora, no haremos sta y otras preguntas.
En pocas palabras, si del mal gusto de ciertos compiladores devocionales se pasa, en busca de luces, a los monopolizadores de "la verdad histrica", se cae de la vaguedad pietstica en el barullo estril. Los primeros no saben llevar de nuevo a Cristo los extraviados, y los otros lo dejan en los zarzales de la controversia. Ni los unos ni los otros invitan a leer. Es decir: escriben mal. Si la fe los divide, la cacografa los une. Tanto el nfasis untuoso como la gelidez de los universitarios repugnan a los espritus cultos que conocen, aunque ms no sea de pasada, la poesa del Evangelio, idilio divino y tragedia 9
divina. Tan es as, que la nica vida de Jess leda hoy todava por muchsimos laicos, despus de tantos aos y tantas mudanzas de gusto y de opinin, es la del apstata Renn, que repugna, sin embargo, a todo cristiano verdadero por su diletantismo, insultante hasta en la alabanza, y a todo historiador puro por sus componendas y su insuficiencia crtica. Pero el libro de Renn, aunque parezca la obra de un novelista escptico maridado con la filologa o de un semitista que padece nostalgias literarias, tiene el mrito de estar "escrito", es decir, de hacerse leer aun por aquellos que no son especialistas.
Hacerse leer de buen grado no es el nico ni el mayor mrito que puede tener un libro, y quien se satisficiera con eso slo y no diese importancia a lo dems, demostrara ser ms antojadizo que enamorado. Pero convengamos en que es un mrito, y no tan pequeo, para un libro: es decir, para una cosa que se propone precisamente ser leda. Especialmente cuando no quiere ser nicamente instrumento de estudio, sino llegar a lo que antes se deca la "mocin de los afectos", o, por decirlo a la buena de Dios, quiere "rehacer a la gente. Al autor del presente libro le ha parecido y si se equivoca agradecer el ser advertido por quien est ms al da que l que entre tantos miles de libros que hablan de Jess falta uno que pueda satisfacer a quien busque, en vez de doctas disquisiciones, un alimento apropiado al alma, a las necesidades actuales y de todos.
Intenta escribir un libro vivo, que muestre ms vivo a Cristo, viviente siempre, con amorosa vitalidad, a los ojos de los vivos. Que lo haga sentir presente, con una presencia eterna, a los presentes. Que lo represente en toda su viviente y presente grandeza perenne y, por tanto, actual a los que le han vilipendiado y recusado, a los que no le aman porque no han visto nunca su rostro verdadero. Que manifieste cunto hay de sobrenatural y simblico en sus primeros pasos humanos, en sus principios tan oscuros, sencillos y populares, y cunto de familiar humanidad, de popular sencillez se trasluce an en su mansin de libertador celestial, en su fin de ajusticiado y resucitado divino. Que muestre, en fin, en aquel epos trgico, en el que verdaderamente han puesto mano cielo y tierra, cuntas enseanzas a propsito para nosotros, adecuadas a nuestro tiempo, a nuestra vida, se pueden deducir, no slo de la lectura de los discursos, sino tambin de la
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misma sucesin de vicisitudes que se extiende desde el establo de Beln hasta la nube de Betania.
Un libro escrito por un seglar para los seglares que no son cristianos, o que solamente lo son en apariencia. Un libro sin ternezas pietistas y sin la aridez de la literatura que se llama "cientfica" nicamente porque siente un perpetuo terror de la afirmacin. Un libro, en fin, escrito por un moderno que tenga un poco de respeto y conocimiento del arte y sepa llamar la atencin incluso de los hostiles.
IV
El autor no pretende haber hecho un libro de esa ndole, aunque confese haber pensado en ello muchas veces; pero, cuando menos, ha intentado, en cuanto su capacidad le ayuda, acercarse a ese propsito.
Y declara desde ahora, con sincera humildad, no haber hecho labor de "historiador cientfico". No la ha hecho porque no hubiera podido hacerla; pero, aun habiendo posedo toda la ciencia que fuera menester, tampoco hubiera querido hacerla. Tngase en cuenta, entre otras cosas, que el libro ha sido escrito, casi todo l, en el campo, y en un campo lejano y selvtico, con poqusimos libros, sin consejos de amigos ni revisiones de maestros. No ser, pues, citado por los Porteros de la Alta Crtica, ni por los escudriadores de cudruple anteojo, entre las "autoridades en la materia". Poco importa si puede hacer algn bien a un alma aunque sea una sola. Porque quiere ser, segn se ha dicho, como un nuevo hallazgo del Cristo del Cristo embalsamado por algunos en aromas evaporados o descarnado por los escalpelos universitarios y no ya otra inhumacin.
El escritor se ha fundado en los Evangelios: tanto, bien entendido, sobre los Sinpticos como sobre el cuarto.
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Las infinitas disertaciones y disputas sobre la autoridad de los cuatro historiadores, sobre las fechas, sobre las supuestas interpolaciones, sobre su dependencia recproca y sobre las verosimilitudes y derivaciones, le han dejado indiferente, lo confiesa. No poseemos documentos ms antiguos que esos; ni otros contemporneos, judos o paganos, que nos permitan corregirlos o desmentirlos. Quien se arriesgue en semejante trabajo de tamizacin y de verificacin podr dilapidar mucha doctrina; pero no har progresar un paso el verdadero conocimiento de Cristo. Cristo est en los Evangelios, en la Tradicin apostlica y en la Iglesia. Fuera de ah todo es tinieblas y silencio. Quien acepte los cuatro Evangelios ha de aceptarlos enteros slaba por slaba , o rechazarlos desde el principio al fin y decir: no sabemos nada. Querer distinguir en esos textos entre cierto y probable, entre histrico y legendario, entre fondo y aadiduras, entre primitivo y dogmtico, es empresa temeraria, que termina casi siempre, en efecto, con la desesperacin de los lectores, los cuales, en medio de aquella zalagarda de sistemas que de diez en diez aos se contradicen y destrozan, acaban por no entender y los dejan a todos. Los ms famosos histlogos neotestamentarios convienen todos en que la Iglesia ha sabido escoger, en el gran aluvin de la primitiva literatura, los Evangelios ms antiguos, reputados desde entonces como fieles. No se pide ms.
Junto con los Evangelios, el autor de este libro ha tenido presente aquella logia y aquellas agrapha que tenan ms sabor evanglico, y tambin algunos textos apcrifos, usados con juicio Y, en fin, nueve o diez libros modernos, entre los que tena a mano.
Le parece, por lo que ha podido ver, que se ha apartado alguna vez de las opiniones comunes, y que ha pintado un Cristo que no siempre tiene las facciones de los conos ordinarios; pero no podra asegurarlo con certeza ni tiene en mucho la novedad que pudiera haber en su libro, escrito con la esperanza de que resulte bueno antes que bello. Tanto ms cuanto que le suceder, en cambio, repetir cosas dichas por otros, que su ignorancia le ha impedido conocer. En estas materias, la sustancia, que es la verdad, es inmutable y no puede haber en ella de nuevo sino la manera de representarla con formas ms eficaces, para que sea ms fcilmente aprehensible.
Como ha querido huir de los laberintos de la alta crtica erudita, no ha pretendido tampoco detenerse demasiado en los misterios de la Teologa. Se ha acercado a Jess con 12
la simplicidad del deseo y del amor, como se acercaban a Jess, cuando hablaba, los pescadores de Cafarnaum.
Aun mantenindose fiel a las palabras de la Revelacin y a los dogmas de la Iglesia Catlica, ha procurado a veces representar aquellos dogmas y aquellas palabras en trminos diferentes de los acostumbrados, con un estilo violento de contrastes y de escorzos, animado por expresiones crudas y fuertes, para ver si las almas de hoy, avezadas a las acres especias del error, podran despertarse a los golpes de la verdad.
El autor ha tenido presente, no slo el mundo hebreo, sino el antiguo, con la esperanza de mostrar la novedad y la grandeza de Cristo frente a todos los que le haban precedido. No siempre ha seguido el orden de los tiempos y de los acontecimientos, porque convena ms a su fin particular que no es, como ya ha dicho, propiamente histrico recoger ciertos grupos de pensamientos y de hechos, para iluminarlos con ms fuerza, en vez de dejarlos dispersos aqu y all en el curso del relato.
Para no dar un aspecto pedante al libro, ha suprimido todas las referencias de citas y ha querido prescindir de notas. No quiere parecer lo que no es, a saber: un doctor en bibliografa, y no quiere que la obra huela ni de lejos al aceite de las luces de la erudicin. Los que entienden de estas cosas se darn cuenta de las autoridades no citadas y de las soluciones que ha escogido respecto de ciertos problemas de concordancia. Los otros, los que buscan nicamente cmo se ha mostrado Cristo a uno de ellos, sentiran fastidio de tanto aparato textual y de las disertaciones al pie de la pgina. Una sola palabra quiere decir aqu respecto de la Pecadora que llora a los pies de Jess: si bien la mayora ve en los Evangelios dos escenas diversas y dos mujeres diversas, el autor se ha permitido, por razones de arte, reunirlas en una sola, y de ello pide perdn, que espera le ser concedido, porque no se trata de materia dogmtica.
Debe tambin advertir que no ha podido desarrollar a su manera los episodios donde comparece la Virgen Madre: por no alargar demasiado el libro, ya extenso, y especialmente por la dificultad de mostrar de pasada todo el rico fondo de religiosa belleza que hay en la figura de Mara. Sera necesario otro volumen, y el escritor est
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tentado de arriesgarse, si Dios le da mimbres y tiempo, a "decir de ella lo que nunca an se dijo de ninguna.
Advertirn, al menos aquellos que tienen prctica de leer los Evangelios, que otras cuestiones de menor importancia se dejan a un lado, y algunas, por el contrario, se alargan de un modo inslito. Porque stas le han parecido al que escribe ms apropiadas que aqullas a su fin, que es para decirlo con un trmino desusado y casi repugnante a los bellos ingenios la edificacin.
V
ste quiere ser un libro la risotada est prevista de edificacin. No ya en el sentido de beatera mecnica, sino en el sentido humano y viril de renovacin de las almas.
Edificar una casa es una accin santa y grande: es dar un refugio contra el invierno y la noche, un ascender a lo alto. Pero edificar un alma, construir con piedras de verdad! Cuando se habla de "edificar" no se ve ms que un verbo abstracto, gastado por la costumbre. Edificar, en el significado ordinario, quiere decir obra de albail. Quin de vosotros ha pensado nunca en todo lo que es menester para construir, para construir bien, para hacer una verdadera casa, una casa que se sostenga, que est asentada en tierra, con las paredes maestras a plomo, con el techo que no deje pasar el agua? Y todo lo que es menester para edificar; piedras escuadradas, ladrillos bien cocidos, vigas no carcomidas, cal de buena hornada, arena fina y no terrosa, cemento no envejecido ni disipado. Y poner en su sitio cada cosa, con vista y paciencia; hacer ensamblar las piedras unas con otras; no poner demasiada agua o demasiada arena en la argamasa; tener hmedos los muros; saber rellenar las hendiduras y pulir convenientemente el enyesado. Y la casa sube da tras da al cielo, la casa del hombre, la casa adonde llevar a su mujer, donde nacern sus hijos, donde podr hospedar a los amigos.
Pero la mayora cree que para hacer un libro basta con tener una idea y despus coger unas cuantas palabras y reunirlas de cualquier modo. No es verdad. Un tejar, una 14
cantera, no son una casa. Edificar una casa, edificar un libro, edificar un alma son trabajos que comprometen a todo un hombre y todas sus responsabilidades. Este libro quisiera edificar almas cristianas, porque sta le parece al escritor en estos tiempos, en este pas, una necesidad que no admite dilaciones. S lo conseguir o no, no puede decirlo hoy quien lo ha escrito.
Pero reconocern, as lo espera, que ste es un libro, un verdadero libro y no un muestrario, un conglomerado de remiendos. Un libro que puede ser mediocre o equivocado, pero que est construido: una obra edificada adems de edificante. Un libro con su plan y su arquitectura, una verdadera casa con su atrio y sus arquitrabes, con sus tabiques y sus bvedas, e incluso con alguna ventana a los cielos o al campo.
El autor de este libro es o por lo menos quisiera ser un artista, y no hubiera podido olvidar esta cualidad suya en esta ocasin precisamente. Pero declara no haber querido hacer obra, como se deca antes, de "bella literatura", o, como se dice ahora, de "pura poesa; porque le interesaba ms la verdad que la belleza. Pero si aquellas dotes suyas, por escasas que sean, de escritor aficionado a su arte pueden persuadir, aunque no sea sino a una sola alma, estar ms contento que antes de los dones que ha recibido, Su inclinacin a la poesa le ha servido, tal vez, para hacer ms "actual" y en cierto modo ms fresca la evocacin de las cosas antiguas, que parecen petrificadas en el hieratismo de las imgenes consagradas por el uso.
Para el hombre de imaginacin todo es nuevo y presente. Toda estrella grande que se mueve de noche puede ser la que nos ensea la casa donde nace un hijo de Dios; todo establo tiene un pesebre que se puede convertir en cuna cuando se llene de heno seco y paja limpia; toda montaa desnuda, encendida de luz en las maanas doradas sobre el valle todava en sombras, puede ser el Sina o el Tabor; en los fuegos de los rastrojos o de las carboneras que brillan de noche sobre las colinas podemos ver la llama que Dios enciende para guiarnos en el desierto; y la columna de humo que sube de la chimenea del pobre ensea de lejos el camino al bracero que regresa. El asno que lleva sobre la albarda a la pastora que viene de ordear es el mismo en que cabalgaba el profeta hacia los campamentos de Israel, o el que baj haca Jerusaln por la fiesta de Pascua. La paloma
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que arrulla sobre el alero del tejado recuerda la que anunci al patriarca el fin del castigo o la que baj sobre el agua del Jordn.
El autor, con todo, pide perdn a sus austeros contemporneos si, ms a menudo de lo que conviene, se dej llevar de la que hoy se llama, casi con repugnancia, elocuencia hermana carnal de la retrica y madre adulterina del nfasis y de otras hidropesas de la bella elocucin. Pero tal vez se admitir que no se poda escribir la historia de Cristo con el mismo estilo llano y pacato que le va bien a la de Don Abundio. El propio Manzoni, cuando cant la Navidad y la Resurreccin, no recurri a los modos del habla florentina sino a las imgenes ms solemnes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Sabe muy bien el autor que la elocuencia disgusta a los modernos como las telas de un rojo vivo a las seoras de ciudad y el rgano de iglesia a los bailarines de minu; pero no siempre ha conseguido prescindir de ella. La elocuencia, cuando no es pura declamacin, es desbordamiento de fe, y en una edad que no cree, no hay sitio para la elocuencia. Mas la vida de Jess es un poema y un drama de tal ndole, que requerira siempre, en vez de las palabras harto usadas de que podemos disponer, aquellos "vocablos desgarrados y convulsos" de los que habla Pasavanti. Bossuet, que algo saba de elocuencia, escribi cierta vez:
"Plut a Dieu que nous puissons dtacher de notre parole tout ce qui flatte l'orelle, tout ce qui delecte l'esprt, tout ce qu surprende l'imagination, pour ne laisser que la vert toute simple, la seule force et l'efficace toute pure du Saint Esprit, nulle pense que pour convertir!. [1] Justsimo; pero, conseguirlo...?
En algunos momentos el autor de esta obra hubiera querido poseer una elocuencia animosa y arrebatadora, capaz de hacer temblar a todo corazn; una imaginacin suntuosa capaz de transportar las almas, por sbito encanto, a un mundo de luz, de oro y de fuego. En otros momentos, por el contrario, se dola de ser demasiado artista, demasiado literato, demasiado miniador y mosaicista, y de no saber dejar las cosas en su poderosa desnudez. Un libro no se aprende a escribir como se debiera sino cuando se ha acabado de escribirlo. Llegados a la ltima palabra, con la experiencia adquirida en el
Quiera Dios que podamos eliminar de nuestro discurso todo lo que agrada al odo, todo lo que se deleita la mente, todo lo que sorprende a la imaginacin, dejando slo la simple verdad; la sola, eficaz y pura fuerza del Espritu Santo, y nada del pensamiento dirigido a convertir!
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trabajo, sera menester empezar otra vez y rehacerlo del todo. Pero, quin tiene, no digo ya la fuerza, pero ni la intencin de hacerlo as?
Si este libro tiene en alguna pgina el tono del sermn, no ser un mal muy grande. En estos tiempos en que a los sermones de las iglesias donde frecuentemente se dicen mediocremente cosas mediocres, pero donde ms frecuentemente an se repiten verdades que no se debieran olvidar no van generalmente ms que mujeres y algn viejo: es menester pensar tambin en los dems. En los sabihondos, en los "intelectuales", en los refinados, en aquellos que no entran nunca en la iglesia, pero que entran alguna vez en casa del librero. Los cuales por nada del mundo querran escuchar el sermn de un fraile; pero se dignan leerlo si est impreso en un libro. Y nuestro libro sea dicho una vez ms est hecho para los que estn fuera de la Casa de Cristo. Los otros, los que han permanecido dentro de ella, unidos a los herederos de los apstoles, no han menester de mis palabras,
Pide tambin perdn el escritor por haber hecho una obra de muchas demasiadas pginas en torno de un solo argumento. Hoy que la mayor parte de los libros incluso de los suyos no son sino manojos o hacecillos de pginas reunidas de los peridicos, o novelillas de corto aliento, o apuntes de cartera, y no pasan por lo comn de las doscientas o trescientas pginas, haber escrito ms de seiscientas [2] sobre un tema nico parecer presuncin, y hasta de las grandes. El libro, ciertamente, parecer largo a los lectores modernos, ms hechos a los bizcochillos ligeros que a los panes caseros de un kilo; pero los libros, como los das, son largos o breves, segn como se llenan. Y el autor no est tan curado de soberbia que crea que el libro, por su extensin, no ser ledo por nadie, y llega hasta a forjarse la ilusin de que pueda ser ledo con menos tedio que otros volmenes ms pequeos. Tan difcil es que consigan salvarse de la vanidad los mismos que a los dems quisieran curar de ella?
Cantidad que tiene la edicin italiana, impresa en cuerpo mayor.(N. del T.)
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VI
El autor de este libro escribi otro, aos ha, para contar la melanclica vida de un hombre que quiso por un momento ser Dios. Ahora, en la madurez de los aos y de la conciencia, ha intentado escribir la vida de un Dios que se hizo hombre.
Este mismo escritor, en el tiempo en que dejaba vagar su humor voluble y loco por todos los caminos del absurdo, juzgando que de la negacin de todo lo trascendente resultaba la necesidad de despojarse de toda hipocresa, incluso profana y mundana, para llegar al atesmo integral y perfecto y era lgico, a su manera, como el "negro querubn" del Dante, porque la nica eleccin posible al hombre es entre Dios y la Nada, y cuando se niega a Dios no hay razn vlida para someterse a los dolos de la tribu y a todos los dems fetiches de la razn o de la pasin ; en aquel tiempo de fiebre y de orgullo, el que escribe ofendi a Cristo como pocos lo haban hecho antes que l. Con todo, no bien transcurridos seis aos pero seis aos que fueron de gran trabajo y devastacin fuera de l y dentro de l , despus de muchos meses de agitadas reflexiones, de pronto, interrumpiendo otro trabajo comenzado muchos aos ha, como solicitado y empujado por una fuerza ms fuerte que l, empez a escribir este libro sobre Cristo, que ahora le parece insuficiente expiacin de aquella culpa. Ha sucedido frecuentemente que amen ms tenazmente a Jess los que antes le odiaban. El odio, a veces, no es sino amor imperfecto e inconsciente, y de todas maneras, es mejor noviado del amor que la indiferencia.
Sera relato harto largo y difcil el de cmo el escritor ha llegado a encontrar a Cristo caminando por muchas sendas que, al fin, desembocaban todas al pie de la montaa del Evangelio. Pero su ejemplo es decir, el de un hombre que tuvo siempre, desde nio, una repulsin por todas las creencias reconocidas, por todas las iglesias, por todas las formas de vasallaje espiritual y luego pas, con desilusiones tan profundas como haban sido fuertes sus entusiasmos, a travs de muchas experiencias, las ms diversas y nuevas que poda encontrar , el ejemplo de este hombre, digo, que ha consumado en s mismo las ambiciones de una poca inestable e inquieta como pocas lo fueron; el ejemplo de un hombre que despus de tanto desbarrar, soar y delirar, vuelve a acercarse a Cristo, tal vez no tiene solamente un significado privado y personal. 18
No ha vuelto por cansancio, porque, antes bien, comienza para l una vida ms difcil y una obligacin ms fatigosa; no por el miedo a la vejez, porque todava se puede llamar joven; no por el deseo del "rumor mundano", porque en el ambiente de estos aos le valdra ms ser adulador que juez. Pero este hombre, vuelto a Cristo, ha visto a Cristo traicionado, y, lo que es ms grave, olvidado. Y ha sentido el impulso de recordarlo y defenderlo.
Porque no slo le han dejado sus enemigos. Pero aquellos mismos que fueron sus discpulos, viviendo l, le comprendieron a medias y temporalmente le dejaron durante la pasin; y muchos de los que han nacido en su Iglesia hacen lo contrario de lo que l mand y tienen ms dileccin por sus imgenes pintadas que por su ejemplo vivo, y cuando han gastado sus labios y sus rodillas en cualquier devocin material creen estar a la par con l y haber hecho cuanto peda, cuanto pide casi siempre en vano juntamente con sus Santos desde hace mil novecientos aos.
Una historia de Cristo, escrita hoy, es una respuesta, una rplica necesaria, una conclusin inaplazable: el peso que se pone en el platillo vaco de la balanza que est en alto, para que de la eterna guerra entre el odio y el amor salga, al menos, el equilibrio de la justicia. Y si le dicen a quien la ha escrito que es un retardatario, no le hieren. Retardatario parece muchas veces quien ha nacido demasiado pronto. El sol que se pone es el mismo que, en aquel momento, tie la maana nueva de un pas lejano. El Cristianismo no es, como dicen, una antigualla asimilada ya, en lo que tena de bueno, por la estupenda e imperfectible conciencia moderna, sino que para muchsimos es tan nuevo que no ha empezado siquiera. El mundo busca hoy Paz ms que Libertad, y no hay paz segura sino bajo el yugo de Cristo.
Dicen que Cristo es el profeta de los dbiles, siendo as que vino, por el contrario, a dar fuerza a los que languidecan y a poner a los pisoteados por encima de los reyes. Dicen que la suya es una religin de enfermos y moribundos, cuando cura a los enfermos y resucita a los durmientes. Dicen que es contraria a la vida, y vence a la muerte. Que es el Dios de la tristeza, mientras exhorta a los suyos a alegrarse y promete un eterno banquete de gozo a sus amigos. Dicen que ha introducido la tristeza y la mortificacin en el mundo, cuando, por el contrario, durante su vida mortal coma y beba, se dejaba 19
perfumar los pies y los cabellos y le repugnaban los ayunos hipcritas y las vanidosas penitencias de los fariseos. Muchos le han dejado porque no le han conocido nunca. A stos, especialmente, quisiera ayudar este libro.
Libro que est escrito, perdnese el recuerdo, por un florentino; esto es: salido de aquella nacin, nica entre todas, que escogi a Cristo por Rey propio. El primero que tuvo tal idea fue Jernimo Savonarola, en 1495; pero no pudo llevarla a cabo. Se suscit de nuevo en las penurias del asedio inminente, en 1527, y fue aprobada por gran mayora. Sobre la puerta mayor del Palacio Viejo, que se levanta entre el David de Buonarrotti y el Hrcules de Bandinelli, se coloc en el muro una lpida de mrmol con estas palabras:
Esta inscripcin, aunque cambiada por Csimo, subsiste; aquel decreto no fue nunca formalmente derogado ni desmentido, y el escritor de esta obra est orgulloso de declararse, aun hoy, despus de cuatrocientos aos de usurpaciones, sbdito y soldado de Cristo Rey.
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EL ESTABLO
Jess naci en un establo.
Un establo, un verdadero establo, no es el alegre prtico ligero que los pintores cristianos han edificado al Hijo de David, como avergonzados de que su Dios hubiese nacido en la miseria y la suciedad. Y no es tampoco el pesebre de yeso que la fantasa confiteril de los imagineros ha ideado en los tiempos modernos: el pesebre limpio y amable, gracioso, de color, con la pesebrera linda y bien dispuesta, el borriquillo exttico y el compungido buey y los ngeles sobre el techo con el festn volandero y los muequitos de los reyes con sus mantos y los pastores con sus capuchas, de rodillas a los dos lados del zagun. Este puede ser un sueo de los novicios, un lujo de los prrocos, un juguete de los nios, el "vaticinado albergue" de Alessandro Manzoni; pero no es, en verdad, el Establo donde naci Jess.
Un Establo, un Establo real, es la casa de los animales; la prisin de los animales que trabajan para el hombre El antiguo, el pobre establo de los pases antiguos, de los pases pobres, del pas de Jess, no es el prtico con pilastras y capiteles, ni la cientfica caballeriza de los ricos de hoy da o la cabaa elegante de las vsperas de Navidad. El Establo no es ms que cuatro paredes rsticas, un empedrado sucio, un techo de vigas y lanchas. El verdadero Establo es oscuro, descuidado, mal oliente: no hay limpio en l ms que la pesebrera donde el amo prepara el heno y los piensos. Los prados de primavera, frescos en las maanas serenas, ondeantes al viento, hmedos, olorosos, han sido segados; cortados con el hierro las hierbas verdes, los altos follajes finos y junto con ellos, arrancadas, las bellas flores abiertas: blancas, rojas, amarillas, celestes. Todo se ha marchitado y, seco ya, toma el color plido y nico del heno. Los bueyes han llevado a casa los despojos muertos de mayo y de junio.
Ahora, aquellas hierbas y flores, aquellas hierbas ridas, aquellas flores que siempre huelen, estn en la pesebrera para el hambre de los Esclavos del Hombre Los animales las toman despacio, con sus grandes labios negros, y ms tarde el prado florido vuelve a la luz, sobre la paja que sirve de lecho, trocado en hmedo estircol.
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Este es el verdadero Establo donde naci Jess. El lugar ms sucio del mundo fue la primera habitacin del ms puro entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre, que deba ser devorado por las Bestias que se llaman Hombres, tuvo como primera cuna el pesebre donde los Brutos rumian las flores milagrosas de la primavera.
Jess no naci en un Establo por casualidad. No es el mundo un inmenso Establo donde los hombres engullen y estercolizan? No cambian, por infernal alquimia, las cosas ms bellas, ms puras, ms divinas, en excrementos? Luego se tumban sobre los montones de estircol, y llaman a eso "gozar de la vida".
Sobre la tierra, porqueriza precaria donde todos los hermoseamientos y perfumes no pueden ocultar el estircol, apareci una noche Jess, dado a luz por una Virgen sin mancha, armado solamente de su Inocencia.
Entre los hombres buscaba a los sencillos; entre los sencillos, a los nios; ms sencillos que los nios, ms mansos, le acogieron los animales domsticos. Aunque humildes, aunque siervos de seres ms dbiles y feroces que ellos, el Asno y el Buey haban visto a las multitudes arrodillarse ante ellos. El pueblo de Jess, el pueblo de Jehov, el pueblo santo que Jehov haba libertado de la servidumbre de Egipto, el pueblo a quien el pastor haba dejado solo en el desierto para subir l a hablar con el Eterno, ese pueblo haba forzado a Aarn a hacerle un Buey de Oro para adorarlo.
El Asno estaba consagrado en Grecia a Ares, a Dionisio, a Apolo Hiperbreo. La Burra de Balaam, ms sabia que el sabio, haba salvado con sus palabras al profeta. Ocos, rey de Persia, coloc un Asno en el templo de Fta e hizo que se le adorara.
Pocos aos antes de que naciera Cristo, Octaviano, descendiendo haca su flota, la vspera de la batalla de Azio, encontr a un asnero con su borriquillo. El animal se llamaba Nicn (el Victorioso), y, despus de la batalla, el Emperador hizo levantar un asno de bronce en el templo que recordase la victoria.
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Reyes y pueblos se haban inclinado hasta entonces ante los Bueyes y los Asnos. Eran los reyes de la tierra, los pueblos que preferan la Materia. Pero Jess no naca para reinar sobre tierra ni para amar la materia. Con l acabar la adoracin de la Bestia, la debilidad de Aarn, la supersticin de Augusto. Los Brutos de Jerusaln lo matarn, pero en tanto los de Beln lo calientan con su aliento. Cuando Jess llegue, para la ltima Pascua, a la ciudad de la Muerte, cabalgar en un asno. Pero l es profeta ms grande que Balaam, ha venido a salvar a todos los hombres y no slo a los hebreos, y no retroceder en su camino aunque todos los mulos de Jerusaln rebuznen contra l.
LOS PASTORES
Despus de las Bestias, los Guardianes de las bestias. Aunque el ngel no hubiese anunciado el gran nacimiento, ellos hubieran corrido al establo para ver al hijo de la Extranjera.
Los Pastores viven casi siempre solitarios y distantes. No saben nada del mundo lejano y de las fiestas de la Tierra. Cualquier suceso que acaezca cerca de ellos, por pequeo que sea, los conmueve. Vigilaban a los rebaos en la larga noche de solsticio, cuando los estremeci la luz y las palabras del ngel.
Y apenas vieron, en la escasa luz del establo, una mujer, joven y bella, que contemplaba en silencio a su hijito, y vieron al Nio con los ojos abiertos en aquel instante, aquellas carnes rosadas y delicadas, aquella boca que no haba comido an, su corazn se enterneci. Un nacimiento, el nacimiento de un hombre, un alma que viene a sufrir con las otras almas, es siempre un milagro tan doloroso que enternece an a los sencillos que no lo comprenden. Y aquel nacido no era un desconocido para aquellos que haban sido avisados, un nio como todos los dems, sino aquel que desde haca mil aos era esperado por su pueblo doliente.
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Los Pastores ofrecieron lo poco que tenan, lo poco que, sin embargo, es mucho, si se da con amor; llevaron los blancos donativos de la pastorera: la leche, el queso, la lana, el cordero. Aun hoy, en nuestras montaas, donde estn muriendo los ltimos vestigios de la hospitalidad y la hermandad, apenas ha alumbrado una esposa acuden las hermanas, las mujeres, las hijas de los pastores. Y ninguna con las manos vacas: quin con dos pares de huevos, todava calientes del nido; quin con una jarra de leche fresca, recin ordeada; quin con un queso, que apenas ha echado corteza; quin con una gallina, para hacer el caldo a la parturienta. Un nuevo ser ha aparecido en el mundo y ha comenzado su llanto: los vecinos, como para consolarle, llevan a la madre sus presentes.
Los Pastores antiguos eran pobres y no despreciaban a los pobres; eran sencillos como nios y gozaban contemplando a los nios. Eran nacidos de un pueblo engendrado por el Pastor de Ur y salvado por el Pastor de Madin. Pastores haban sido sus primeros Reyes: Sal y David pastores de rebaos antes que pastores de tribu. Pero los Pastores de Beln, "ignorados del mundo duro", no eran soberbios. Un pobre haba nacido entre ellos, y le miraban con amor, y con amor le ofrecan aquellas pobres riquezas. Saban que aquel Nio nacido de Pobres en la Pobreza, nacido Sencillo en la Sencillez, nacido de Aldeanos en medio del Pueblo, haba de ser el rescatador de los Humildes, de aquellos hombres de "buena voluntad" sobre los cuales el ngel haba invocado la paz.
Tambin el Rey Desconocido, el vagamundo Odiseo, de nadie fue acogido con tanta alegra como del pastor Eumeo en su Establo. Pero Ulises iba hacia Itaca para tomar venganza, volva a su casa para matar a sus enemigos. Jess, por el contraro, vena a condenar la venganza, a ensear el Perdn de los enemigos. Y el amor de los Pastores de Beln ha hecho olvidar la hospitalaria piedad del porquerizo de Itaca.
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Venan tal vez de Ecbatana, tal vez de las orillas del mar Caspio. A caballo en sus camellos, con sus henchidas alforjas colgadas de las sillas, haban vadeado el Tigris y el ufrates, atravesado el gran desierto de los Nmadas, bordeado el mar Muerto. Una estrella nueva semejante al cometa que aparece de cuando en cuando en el cielo para anunciar el nacimiento de un Profeta o la muerte de un Csar los haba guiado haca Judea. Haban ido a adorar a un Rey y se encontraban con un Infante mal fajado, escondido en un establo.
Casi mil aos antes que ellos, una Reina de Oriente haba ido en peregrinacin a Judea llevando tambin sus dones: oro, aromas y gemas preciosas. Pero haba encontrado a un gran Rey en el trono, al rey ms grande de cuantos jams han reinado en Jerusaln, y de l haba aprendido lo que nadie le haba sabido ensear,
Los Magos, por el contrario, que se crean ms sabios que los Reyes, haban encontrado a un nio nacido haca pocos das, un nio que no saba an ni preguntar ni responder, un nio que desdeara, cuando fuese mayor, los tesoros de la Materia y la ciencia de la Materia.
Los Magos no eran Reyes, pero eran, en Media y Persia, seores de los reyes. Los reyes mandaban a los pueblos, pero los Magos guiaban a los reyes. Sacrificadores, intrpretes de los sueos, y ministros, ellos solos decan comunicar con Ahura Mazda; ellos solos pretendan conocer lo futuro y el destino. Mataban con sus propias manos a los animales enemigos del Hombre y de las mieses: las serpientes, los insectos nocivos, las aves nefastas. Purificaban a los hombres y los campos; ningn sacrificio era tenido por agradable a Dios si no era ofrecido por sus manos; ningn rey hubiera promovido una guerra sin haberlos escuchado. Se preciaban de poseer los secretos de la tierra y los del cielo; sobresalan entre toda su gente en nombre de la Ciencia y de la Religin. En medio de un pueblo que viva para la Materia, representaban el papel del espritu.
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Era justo, por tanto, que fuesen a inclinarse ante Jess. Despus de las Bestias, que son la Naturaleza; despus de los Pastores, que son el Pueblo, esta tercera potencia el Saber se arrodilla ante el pesebre de Beln. La vieja casta sacerdotal de Oriente hace acto de sumisin al nuevo Seor que enviar a sus anunciadores hacia Occidente; los Sabios se arrodillan ante aqul que someter la Ciencia de las palabras y de los nmeros a la nueva Sabidura del Amor.
Los Magos en Beln significan las viejas teologas que reconocen la definitiva revelacin, la Ciencia que se humilla ante la Inocencia, la Riqueza que se postra a los pies de la Pobreza.
Ofrecen a Jess el oro que Jess pisotear; no lo ofrecen porque Mara, pobre, pueda necesitarlo para el viaje, sino por obedecer por adelantado a los consejos del Evangelio: vende lo que posees y dselo a los pobres. No ofrecen el incienso para vencer el hedor del Establo, sino porque sus liturgias van a acabar ya y no tendrn necesidad de humos y perfumes para sus altares. Ofrecen la mirra que sirve para embalsamar a los muertos, porque saben que aquel nio morir joven, y su madre, que ahora sonre, habr menester aromas con que embalsamar el cadver.
Arrodillados, envueltos en los suntuosos mantos reales y sacerdotales, sobre la paja del estircol, ellos, los poderosos, los doctos, los adivinos, se ofrecen a s mismos en prenda de la obediencia del mundo.
Jess ha obtenido ya las primeras investiduras a que tena derecho. Apenas parten los Magos empiezan las persecuciones de los que le odiarn hasta la muerte.
OCTAVIANO
Cuando Cristo apareci entre los hombres los criminales reinaban, obedecidos, sobre la tierra. Naca sujeto a dos seores el uno ms fuerte y lejano, en Roma; el otro, ms 26
infame y prximo, en Judea. Una canalla aventurera y afortunada haba arrebatado, a costa de estragos, el reino de David y de Salomn.
Ambos haban ascendido por caminos perversos e ilegtimos: a travs de guerras civiles, traiciones, crueldades y matanzas. Haban nacido para entenderse; eran, de hecho, todo lo amigos y cmplices que lo permita el vasallaje del criminal subalterno para con el criminal principal.
El hijo del usurero de Velletri, Octaviano, se haba mostrado cobarde en la guerra, vengativo en las victorias, traidor en las amistades, cruel en las represalias. A un condenado que le peda por lo menos sepultura le respondi: Eso es cosa de los buitres. A los Perusinos destrozados que pedan gracia, les gritaba: Moriendum esse! Al pretor Q. Gallio, por una simple sospecha, quiso arrancarle los ojos por s mismo antes de que lo degollasen. Obtenido el Imperio, extenuados y dispersos los enemigos, conseguidas todas las magistraturas y potestades, habase puesto la mscara de la mansedumbre y no le quedaba, de los vicios juveniles, ms que la liviandad. Se contaba que de joven haba vendido su virginidad por dos veces: la primera vez a Csar; la segunda, en Espaa, a Irzio, por trescientos mil sextercios. A la sazn se diverta con sus muchos divorcios, con las nuevas nupcias con mujeres que arrebataba a los enemigos, con adulterios casi pblicos y con representar la comedia de restaurador del pudor.
Este hombre contrahecho y enfermizo era el amo de Occidente cuando naci Jess y no supo nunca que haba nacido quien haba de disolver lo que l haba fundado. A l le bastaba la fcil filosofa del rechoncho y plagiario Horacio: "Gocemos hoy del vino y del amor; la muerte sin esperanza nos espera; no perdamos un da. En vano el celta Virgilio, el hombre del campo, el amigo de las sobras, de los plcidos bueyes, de las abejas doradas; el que haba descendido con Eneas a contemplar a los condenados del Averno y desahogaba su inquieta melancola con la msica de la palabra; en vano Virgilio, el amoroso, el tierno Virgilio, haba anunciado una nueva edad, un orden nuevo, una raza nueva, un Reino de los Cielos, descolorido, es verdad, e inferior al que anunciar Jess, pero mucho ms noble y puro que el Reino del Infierno que estaba preparndose. En vano, porque Augusto haba visto en aquellas palabras una fantasa pastoril y haba credo
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tal vez, l, el corrompido seor de corrompidos, ser el Salvador anunciado, el restaurador del Reino de Saturno.
Presentimiento del nacimiento de Jess, del verdadero Rey que vena a suplantar a los Reyes del Mal, lo tuvo tal vez antes de morir, el gran cliente oriental de Augusto, su vasallo de Judea, Herodes el Grande.
HERODES EL GRANDE
Herodes era un monstruo, uno de los ms prfidos monstruos salidos de los trridos desiertos de Oriente, que ya haban engendrado ms de uno, horribles a la vista.
No era hebreo, no era griego, no era romano. Era Idumeo: un brbaro que se arrastraba ante Roma y halagaba a los Griegos para asegurarse mejor el dominio sobre los Hebreos. Hijo de un traidor, haba usurpado el reino a sus seores, a los ltimos desgraciados Asmoneos. Para legitimar su traicin, se cas con una sobrina suya, Mariamna, a la que despus, por injustas sospechas, mat. No era su primer delito. Antes haba mandado ahogar a traicin a su cuado Aristbulo; haba condenado a muerte a otro cuado suyo, Jos, y a Ircano segundo, ltimo reinante de la dinasta vencida. No contento con haber Hecho morir a Mariamna, mand matar tambin a Alejandra, madre de sta, e incluso a los pequeuelos de Baba, nicamente por ser parientes lejanos de los Asmoneos. Entretanto, se diverta con mandar quemar vivos a Judas de Sarifeo y Matas de Margaloth, juntamente con otros jefes fariseos. Ms tarde, temiendo que los hijos habidos de Mariamna quisieran vengar a su madre, los mand estrangular. Prximo a morir, dio orden de matar tambin a un tercer hijo, Arquelao. Lujurioso, desconfiado, impo, vido de oro y de gloria, no tuvo nunca paz, ni en su casa, ni en Judea, ni consigo mismo. Con el fin de que olvidasen sus asesinatos, hizo al pueblo de Roma un donativo de trescientos talentos, para ser gastados en fiestas; se humill ante Augusto para que le guardase las espaldas en sus infamias y al morir le dej diez millones de dracmas y adems una nave de oro y otra de plata para Livia. 28
Este soldadote advenedizo, este rabe mal desbastado, pretendi ganar y conciliar a helenos y hebreos: consigui comprar a los degenerados descendientes de Scrates, que llegaron hasta a levantarle una estatua en Atenas; pero los hebreos le odiaron hasta su muerte. Intilmente reedific Samaria y restaur el Templo de Jerusaln; para ellos era siempre el pagano y el usurpador.
Tremebundo como los malhechores viejos y los prncipes nuevos, el murmullo de una hoja, el temblor de una sombra, le estremecan. Supersticioso como todos los orientales, crdulo en presagios y ageros, pudo fcilmente creer en los Tres que venan de los confines de la Caldea, conducidos por una estrella hacia el pas por l robado con el fraude. Cualquier pretendiente, por fantstico que fuese, le haca temblar. Y cuando supo por los Magos que un rey de Judea haba nacido, su corazn de brbaro intranquilo se sobresalt. Viendo que no volvan los Astrlogos a mostrarle dnde haba aparecido el nuevo nieto de David, orden que fuesen muertos todos los nios de Beln. Flavio Josefo calla esta ltima hazaa del Rey; mas quien haba hecho matar a sus propios hijos, no era capaz de suprimir a los que l no haba engendrado?
Nadie supo nunca cuntos fueron los nios sacrificados al miedo de Herodes. No era la primera vez que en Judea eran pasados a cuchillo los nios al pecho de sus madres. El mismo pueblo hebreo haba castigado en tiempos antiguos a las ciudades enemigas con la matanza de los viejos, de las esposas, de los jvenes y de los nios: no conservaba ms que las vrgenes para hacerlas sus esclavas y concubinas. Ahora el Idumeo aplicaba la ley del Talin al pueblo que la haba practicado.
No sabemos cuntos seran los inocentes, pero sabemos s Macrobio merece fe que entre ellos hubo un hijo pequeo de Herodes que estaba crindose en Beln. Para el viejo monarca, uxoricida y parricida, quin sabe si no fue sta una venganza; quin sabe si sufri siquiera cuando le llevaron la noticia del error. Poco despus l mismo abandon la vida asaltado por males asquerosos. Vivo an, se le corrompa el cuerpo; los gusanos le roan sus miembros; tena los pies hinchados; le faltaba el aliento; le heda la boca insoportablemente. Repugnante a s mismo, intent matarse en la mesa con un cuchillo, y por fin muri, despus de haber ordenado a Salom que mandase matar a muchos jvenes que estaban encerrados en las prisiones. 29
El Degello de los Inocentes fue la ltima hazaa del hediondo y sanguinario viejo. Esta inmolacin de Inocentes en torno a la cuna de un Inocente; este holocausto de sangre por un recin nacido que ofrecer su sangre por el perdn de los culpables; este sacrificio humano por aqul que a su vez ser sacrificado, tiene un sentido proftico. Miles y miles de inocentes han de morir despus de su muerte sin ms delito que el haber credo en su Resurreccin: nace para morir por los dems, y he aqu que mueren por l miles de nacidos, como para pagar su nacimiento.
Hay un tremendo misterio en esta ofrenda sangrienta de los puros, en este diezmo de coetneos. Pertenecan a la generacin que lo haba de traicionar y crucificar. Pero los que fueron degollados por los soldados de Herodes este da, no lo vieron, no llegaron a ver matar a su Seor. Lo libraron con su muerte y se salvaron para siempre. Eran Inocentes y han quedado Inocentes para siempre.
Apenas se hunden en la oscuridad las casas de Beln y encienden las primeras luces, la Madre sale a escondidas, como una fugitiva, como una perseguida, como si fuese a robar. Y roba una vida al Rey; salva una esperanza al Pueblo; estrecha contra el pecho a su Hijo, su riqueza, su dolor.
Se dirige hacia Oriente; atraviesa la antigua tierra de Canan, y llega en cortas jornadas los das son breves a la vista del Nilo, en aquella tierra de Mitsraim que tantas lgrimas haba costado a sus padres catorce siglos antes.
Jesucristo, continuador de Moiss, pero tambin en cierta forma antiMoiss, rehace, en sentido inverso, el camino del Primer Libertador. Los Hebreos haban estado bajo el ltigo de los Egipcios; esclavos mal alimentados, tolerados a duras penas, vejados. El Pastor de Madin se convirti en Pastor de Israel y condujo a travs del desierto la gente de dura cerviz, hasta dar vista al Jordn y las vias maravillosas. El pueblo de Jess haba partido con Abraham de Caldea y con Jos haba llegado a Egipto; Moiss lo haba devuelto de Egipto hacia Canan; ahora el mayor de los Libertadores volva, amenazado, hacia las orillas de aquel ro donde Moiss haba sido salvado de las aguas y haba salvado a sus hermanos.
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Egipto, tierra de todas las infamias y magnificencias de las primeras pocas, India Africana donde las ondas de la historia iban a deshacerse en la muerte Pompeyo y Antonio haban terminado haca pocos aos sobre sus playas el sueo del imperio y la vida ; este pas prodigioso, engendrado del agua, quemado por el sol, regado por tantas sangres de pueblos diversos, entregado al culto de dioses en forma de bestias; este pas absurdo y extraordinario era, por razn de contraste, el asilo predestinado del fugitivo.
La riqueza de Egipto estaba en el fango, en el frtil limo que el Nilo verta todos los aos sobre el desierto juntamente con los reptiles. El pensamiento fijo de Egipto era la muerte; el pinge pueblo de Egipto no quera la muerte, negaba la muerte, pensaba vencer a la muerte con las simulaciones de la materia, con los embalsamamientos, con los retratos de piedra conformes a los cuerpos de carne que esculpan sus estatuarios. El rico, el pinge egipcio, el hijo del barro, el adorador del buey y del cinocfalo, no quera morir. Fabricaba para la segunda vida las inmensas necrpolis, llenas de momias fajadas y perfumadas, de imgenes de madera y de mrmol, y levantaba pirmides sobre sus cadveres para que el montn de piedra los salvaguardase de la consuncin.
Jess, cuando pueda hablar, pronunciar la sentencia contra Egipto: el Egipto no est nicamente en las orillas del Nilo; el Egipto que no ha desaparecido todava de la faz de la tierra con sus reyes, sus halcones, sus serpientes. Cristo dar la respuesta definitiva y eterna al terror de los egipcios. Ensear la vanidad de la riqueza que viene del barro y barro se vuelve, y condenar todos los fetiches de los ventrudos ribereos del Nilo; y vencer a la muerte sin cajas esculpidas, sin cmaras mortuorias, sin estatuas de granito y basalto, enseando que el pecado es ms voraz que los gusanos y que la pureza del espritu es el nico aroma que preserva de la corrupcin.
Los adoradores del Fango y del Animal, los servidores de la riqueza y de la Bestia, no podrn salvarse. Sus sepulcros, aunque sean altos como montaas, adornados con gineceos de reinas, blancos y limpios por fuera como los de los fariseos, no conservarn ms que cenizas; cieno que cambia de sitio como la carroa de los animales. No se triunfa de la muerte copiando la vida en la madera y la piedra: la piedra se deshace y se convierte en polvo; la madera se pudre y se convierte en polvo y las dos son fango, perpetuo fango. 31
EL PERDIDO, HALLADO
El destierro en Egipto fue breve. Jess fue llevado de nuevo, en brazos de su madre, mecido durante el largo camino por el paso paciente de la cabalgadura, a la casa paterna de Nazareth; pobre casa y taller donde el martillo golpeaba y la lima chirriaba hasta la cada del sol.
Los Evangelistas cannicos no dan noticia de estos aos; los apcrifos dan quiz demasiadas, pero casi difamatorias.
Lucas, sabio mdico, se contenta con escribir que "el nio creca y se robusteca". Muchacho sano, desarrollado regularmente, portador de salud como deba ser el que haba de dar a los dems la salud con slo tocarlos con la mano.
Todos los aos, cuenta Lucas, los parientes de Jess iban a Jerusaln para la Fiesta del Pan sin Levadura, recuerdo de la salida de Egipto. Iban muchos vecinos, amigos, familiares, para hacer el viaje juntos y engaar mejor la largura y el tedio del camino. Iban contentos. Ms como si fueran a una fiesta que a la solemnidad conmemorativa de un sufrimiento, porque la Pascua se haba convertido en Jerusaln en una inmensa romera, en una gran reunin de todos los Judos dispersos en el Imperio.
Doce Pascuas haban pasado desde el nacimiento de Jess. Aquel ao, luego que la caravana de Nazareth hubo salido de la ciudad santa, se dio cuenta Mara de que el nio no iba con ellos. Lo busc todo el da, preguntando a cuantos conocidos hallaba si le haban visto. Pero nadie saba nada. A la maana siguiente, la madre se volvi atrs, deshizo el camino andado, anduvo por calles y plazas de Jerusaln, clavando los negros ojos en cada muchacho con quien topaba, interrogando a las madres en los umbrales de las casas, pidiendo a los aldeanos que aun no haban partido que la ayudasen a buscar al desaparecido. Una madre que ha perdido a su hijo no descansa hasta que lo encuentra, no piensa en s misma, no siente el cansancio ni el sudor ni el hambre, no sacude el polvo de su vestido, no se arregla los cabellos, no para mientes en la curiosidad de los extraos. Sus ojos desencajados no ven ms que la imagen de aquel que ya no est a su lado.
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Al cabo, al tercer da, subi al Templo, espi en los patios y vio por fin, en la sombra de un prtico, un grupo de viejos que hablaban. Se acerc temerosa que, siendo como eran gentes de tanta importancia, con aquellos largos mantos y barbas largas, pareca que no haban de prestar atencin a una mujeruca de Galilea y descubri, en medio del corro, los cabellos rizados, los ojos resplandecientes, el rostro moreno, la fresca boca de su Jess. Aquellos viejos hablaban con su hijo de la Ley y de los Profetas; le interrogaban y l responda, y, despus de haber respondido, preguntaba a su vez, a aquellos que le enseaban, maravillados de que un muchacho a su edad conociese tan bien las palabras del Seor.
Mara se qued unos momentos contemplndole y casi no crea en sus ojos: su corazn, que un momento antes lata con ansiedad, lata ahora fuertemente tambin, por el estupor. Pero no pudo resistir ms y, de improviso, le llam por su nombre a grandes voces; los viejos se apartaron y la mujer estrech a su hijo contra su pecho y le abraz sin decir palabra, mojndole el rostro con las lgrimas, a duras penas contenidas hasta entonces.
Lo cogi, se lo llev afuera y, una vez segura de tenerlo consigo, de haberlo recobrado, de no haberlo perdido, la madre feliz se acuerda de la madre desconsolada:
Por qu nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, doloridos, andbamos en busca tuya.
Graves palabras, especialmente cuando las dice un nio de doce aos a su madre, que ha padecido tres das por l.
"Y ellos prosigue el Evangelista no comprendieron lo que les haba dicho." Pero nosotros, despus de tantos siglos de experiencia cristiana, podemos comprender aquellas palabras que parecen, a primera vista, duras y orgullosas.
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Por qu me buscabais? Acaso no sabis que yo no puedo perderme, que a m no me perder nunca nadie, ni siquiera los que me entierren? Yo estar siempre donde haya alguien que crea en m, aunque no me vea con los ojos; no puede perderme ningn hombre, con tal que me tenga en su corazn. No estar perdido cuando me halle solo en el desierto, cuando est solo sobre las aguas del Lago, cuando est solo en el Huerto de los Olivos, cuando est solo en el Sepulcro. Si me escondo, vuelvo; si muero, resucito.
Y quin es ese padre de quien me hablis? Es l padre segn la ley, segn los hombres. Pero mi verdadero Padre est en los cielos; es el Padre que ha hablado a los Patriarcas cara a cara, que ha puesto las palabras en boca de los Profetas. Yo conozco lo que les ha dicho de m, sus voluntades eternas, las leyes que ha impuesto a su pueblo, los pactos que ha establecido con todos. Si debo hacer lo que ha mandado, debo ocuparme de lo que es verdaderamente suyo. Qu es un vnculo legal, humano, temporal, frente a un lazo mstico, un lazo espiritual, un lazo eterno?
EL CARPINTERO
Pero no haba llegado para Jess la hora de la separacin definitiva. La voz de Juan no se haba odo an, y as tom de nuevo, con Jos y con Mara, el camino de Nazareth, y volvi al taller de Jos para ayudarle en su oficio.
Jess no ha asistido a las escuelas de los Escribas ni de los Griegos. Pero maestros no le faltan; conoce a tres, ms grandes que los doctores: el Trabajo, la Naturaleza y el Libro.
Es menester no olvidar que Jess fue Obrero e hijo adoptivo de un Obrero; no se debe ocultar que naci Pobre, entre gente que trabajaba con las propias manos, que ganaba su pan con el trabajo de las manos, y que l gan el pan cotidiano, antes de predicar la buena nueva, con el trabajo de sus Manos. Aquellas Manos que bendijeron a los sencillos, que curaron a los leprosos, que iluminaron a los ciegos, que resucitaron a los muertos; aquellas Manos que fueron agujereadas por los clavos en el madero, eran manos baadas 34
por el sudor del trabajo, manos que se encallecieron en el trabajo, manos que haban hincado clavos en la madera: manos del oficio.
Jess fue Obrero de la Materia antes de ser Obrero del Espritu; fue Pobre antes de llamar a los Pobres a su mesa, a la Fiesta de su Reino. No naci entre gente adinerada, en casa de lujo, en lecho cubierto de lana y de prpura. Descendiente de Reyes, habita en el taller de un Carpintero; hijo de Dios, ha nacido en un Establo. No pertenece a la casta de los Grandes, a la aristocracia de los Guerreros, a la hermandad de los Ricos, al sanedrn de los Sacerdotes. Nace en la ltima clase del pueblo, la que no tiene por debajo ms que a los vagabundos, los mendigos, los esclavos, los bandidos, los criminales, las pecadoras. Cuando ya no sea obrero manual, sino espiritual, descender todava ms ante los ojos de las personas respetables y buscar amigos entre aquella desventurada chusma que est an por bajo de la plebe. En espera del da en que, antes de bajar al Infierno de los Muertos, baje al Infierno de los Vivos, Jess representa, en la jerarqua de castas que divide eternamente a los hombres, un pobre Trabajador y nada ms.
El oficio de Jess es uno de los cuatro ms antiguos y sagrados. Entre las artes manuales, las del Labrador, el Albail, el Herrero, el Carpintero son las ms compenetradas con la vida del hombre; las ms inocentes y religiosas. El Guerrero degenera en Bandido; el Marinero, en Pirata; el Comerciante, en Aventurero. Pero el Labrador, el Albail, el Herrero, el Carpintero no traicionan, casi no pueden traicionar, ni corromperse. Manejan las materias ms familiares, y han de transformarlas a los ojos de todos, para el servicio de todos, en obras visibles, slidas, concretas, verdaderas. El Labrador rompe el terruo y saca el pan que come el santo en su gruta y el homicida en la crcel; el Albail labra la piedra y levanta la casa del Pobre, la casa del Rey, la casa de Dios; el Herrero templa y tuerce el hierro para dar la espada al soldado, la reja al labrador, el martillo al carpintero; el Carpintero sierra y clava la madera para construir la puerta que proteja la casa contra los ladrones, para fabricar el lecho sobre el cual morirn ladrones e inocentes.
Estas cosas simples, ordinarias, comunes, usuales, tan usuales, comunes y ordinarias que ya no se ven, que pasan inadvertidas hoy para nuestros ojos, avezados a ms complicadas maravillas, son las ms sencillas creaciones del hombre, pero ms maravillosas y necesarias que todas las dems inventadas despus. 35
El carpintero Jess vivi en su juventud en medio de todas estas cosas; y las fabric con sus manos, y por medio de estas cosas hechas por l, entr en comunin con la vida diaria de los hombres, con la vida ntima y sagrada de los hombres: la de la casa. Fabric la mesa a la cual es tan placentero sentarse con los amigos, aunque haya entre ellos un traidor; el lecho donde el hombre respira la primera y la ltima vez; el cofre en que la esposa campesina guarda sus pobres trapos, los delantales y pauelos de las fiestas y las blancas, estiradas camisas del ajuar; la artesa donde se amasa la harina y la esponja la levadura, hasta que est dispuesta para el horno; el asiento en que los viejos, por la noche, se ponen en torno al fuego a hablar de la juventud que no ha de volver.
Muchas veces Jess, mientras las virutas claras y ligeras se rizaban al filo de la garlopa y el serrn caa en tierra al spero ritmo de la sierra, debi pensar en las promesas del Padre, en los anuncios de los Profetas, en un trabajo que no fuera de tablas y escuadra, sino de espritu y verdad.
El oficio le ense que vivir significa transformar las cosas muertas e intiles en cosas vivas y tiles; que la materia ms vil, trabajada y reformada, puede llegar a ser preciosa, amiga, socorredora de los hombres; que para salvar, en suma, es menester cambiar, y que del mismo modo que de un retorcido tronco de olivo, nudoso y terroso, se obtiene el lecho del nio y de la esposa, se puede hacer del srdido usurero y de la desventurada mujerzuela dos ciudadanos del Reino de los Cielos.
PATERNIDAD
En la Naturaleza, donde el sol ilumina a los buenos y a los malos, donde el trigo enraza y se dora para dar el pan a la mesa del Judo y del Pagano; donde las estrellas resplandecen sobre la cabaa del pastor y sobre el ergstulo de los fratricidas; dnde los pjaros del aire, cantando libres, encuentran el sustento sin fatiga, y hasta las rapaces raposas encuentran refugio y los lirios del campo estn vestidos con ms lujo que los reyes, Jess hall la confirmacin terrestre de su eterna certeza de que Dios no es el Amo que echa en 36
cara mil aos el beneficio de un da y tampoco un feroz Dios de la guerra que ordena el exterminio de los enemigos, ni una especie de Gran Sultn que quiere ser servido por strapas de alto linaje y est atento a que sus siervos respeten hasta en lo ms mnimo la rigurosa etiqueta ritual de la regia curia.
Cristo saba, como Hijo, que Dios es Padre, padre de todos los hombres, y no slo del pueblo de Abraham.
El amor del esposo es fuerte, pero carnal y celoso; el del hermano est frecuentemente envenenado por la envidia; el del hijo, manchado tal vez de rebelin; el del amigo est manchado de engao; el del amo, henchido de orgullosa condescendencia. Pero el amor del padre a los hijos es el perfecto Amor, el puro, desinteresado Amor. El padre hace por el hijo lo que no hara por ningn otro. El hijo es obra suya, carne de su carne, hueso de sus huesos; es una parte suya que ha crecido a su lado da tras da; es una continuacin, un perfeccionamiento, un complemento de su ser; el viejo revive en el joven; lo pasado se mira en lo futuro; quien ha vivido se sacrifica por quien debe vivir; el padre vive para el hijo, se complace en el hijo, en el hijo se contempla y exalta. Cuando dice criatura, piensa en s mismo como creador; aquel hijo le ha nacido en un momento de voluptuosidad, entre los brazos de la mujer escogida entre todas las mujeres; le ha nacido del dolor divino de esta mujer; le ha costado despus lgrimas y sudores; le ha visto crecer entre sus pies, a su lado; le ha calentado las manecitas fras entre las suyas; ha odo su primera palabra eterno milagro siempre nuevo ; ha visto sus primeros pasos vacilantes sobre el pavimento de su casa; ha visto poco a poco, en aquel cuerpo formado por l, florecido bajo sus ojos, brillar, manifestarse un alma una nueva alma, tesoro nico que con nada se compra ; ha sorprendido en su rostro cmo se repetan poco a poco las facciones propias y, juntamente, las de su esposa, las de la mujer con la cual slo en aquel fruto comn se hace un mismo ser sin ms divisin de cuerpos la pareja que quisiera en el amor ser un solo cuerpo y solamente lo consigue en el hijo; y ante aquel nuevo ser, obra suya, se siente creador, benfico, poderoso, feliz. Porque el hijo lo espera todo del padre y mientras es pequeo slo tiene fe en el padre y nicamente est seguro junto al padre. El padre sabe que debe vivir para l, sufrir por l, trabajar para l. El padre es como un Dios terrestre para el hijo y el hijo es casi un Dios para el padre.
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En el Amor del padre no hay huella de los cumplidos y de la costumbre del Hermano, del clculo y de la emulacin del Amigo, del lascivo deseo del Amante, del fingido afecto del Servidor. El Amor del padre es, en lo humano, el ms puro Amor, el solo Amor verdaderamente Amor, el nico que se puede llamar Amor; libre de toda mixtura de elementos extraos a su esencia, que es la felicidad de sacrificarse por la felicidad ajena.
Esta idea de la paternidad debidamente aplicada a Dios que es una de las grandes novedades del Evangelio de Cristo ; esta idea profundamente confortadora de que Dios es Padre y nos ama como un padre ama a sus hijos, y no como un Rey a sus Esclavos, y da a todos sus hijos el pan de cada da, y acoge placentero incluso a los que pecaron cuando vuelven a apoyar la cabeza sobre su pecho; esta idea que cierra la poca de la Antigua Alianza y seala el principio de la Nueva Alianza, la ha visto Jess en la Naturaleza misma. Como Hijo de Dios y una sola esencia con el Padre, siempre haba tenido conciencia de esa paternidad, apenas entrevista por los Profetas ms luminosos; pero ahora, participando de todas las experiencias humanas, la ve reflejada y como revelada en el universo, y emplear las ms bellas imgenes del mundo natural para transmitir a los hombres el primero de sus faustos mensajes.
Jess, como todos los grandes espritus, amaba el Campo. El Pecador que quiere purificarse, el Santo que quiere orar, el Poeta que quiere crear, se refugian en las montaas, a la sombra de los rboles, al rumor de las aguas, en medio de los prados que perfuman el cielo o en los arenales desiertos abrasados por el sol. Jess ha tomado su lenguaje del Campo. Casi nunca emplea palabras doctas, conceptos abstractos, trminos incoloros y generales. Sus discursos estarn engalanados con los colores, saturados de los olores de los campos y de los huertos, animados por las figuras de los animales familiares. Ha visto en su Galilea el higo que engorda y madura bajo las grandes hojas oscuras; ha visto verdear los pmpanos sobre los secos sarmientos de las vides y pender de los sarmientos los racimos rubios y morados para alegra de los vendimiadores; ha visto elevarse, de la invisible semilla, la mostaza rica de ramas ligeras; ha odo por la noche el murmullo lamentoso de la caa batida por el viento a lo largo de los arroyos; ha visto sepultar bajo la tierra el grano que resurgir en forma de colmada espiga; ha visto, al llegar la primavera, los hermosos lirios rojos, amarillos y morados en medio del tmido verde del trigo; ha visto el csped de hierba fresca que hoy se ostenta magnfica y 38
maana, ya seca, arder en el horno. Ha visto las bestias pacficas y las bestias malas: la paloma que arrulla de amor sobre el techo, un tanto envanecida de su cuello esplendoroso; las guilas que se precipitan con las amplias alas desplegadas sobre la presa; los pjaros del aire que no pueden caer, como los emperadores, si Dios no quiere; los cuervos que descarnan con el pico hiriente la carroa; la gallina amorosa que llama a los polluelos bajo sus alas apenas el cielo se ennegrece y truena; la zorra traidora que, despus de haber hecho estragos, se esconde en la oscuridad de su guarida; los perros que husmean bajo la mesa del amo para engullir los desperdicios y huesecillos que caen al suelo. Y ha visto deslizarse a la serpiente entre la hierba oscura y a la vbora esconderse entre las piedras mal unidas de las tumbas.
Nacido entre Pastores y para ser Pastor de hombres, ha contemplado y amado a las ovejas; las ovejas madres que buscan al cordero perdido, a los corderos que lloran, dbiles, tras de sus madres, que maman, casi escondidos bajo el lanoso vientre materno; las ovejas que triscan por los pastos ridos y calientes de sus colinas. Ha amado con igual amor el grano que apenas si se ve sobre la palma de la mano y la vieja higuera que cobija a su sombra toda la casa del pobre; a los pjaros del aire que no siembran ni cosechan y a los peces que platean las mallas de la red y saciarn a sus fieles. Y levantando los ojos, en las tardes sofocantes en que se engendra la borrasca, ha visto el relmpago que rasga el Oriente y fustiga hasta Occidente la negrura del aire.
Pero Jess no ha ledo nicamente en la clara y coloreada escritura del mundo. Sabe que Dios ha hablado a los hombres por medio de los ngeles, de los Patriarcas y de los Profetas. Sus palabras, sus leyes, sus victorias, estn escritas en el Libro. Jess conoce los maravillosos caracteres con los cuales los muertos transmiten a los no nacidos los pensamientos y las memorias de los antiguos. No ha ledo ms que los Libros en que sus ascendientes han escrito la historia de su Pueblo, pero los conoce en la letra y en el espritu mejor que los Doctores y los Escribas; y le darn derecho a trocarse de escolar en maestro.
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LA ANTIGUA ALIANZA
El hebreo fue, entre los pueblos, el ms feliz y el ms infeliz. Su historia es un Misterio que empieza con el idilio del Jardn de las Delicias y acaba con la tragedia de lo alto del Calvario.
Sus primeros padres fueron amasados por las manos luminosas de Dios y hechos dueos del Paraso pas frtil y perpetuo Esto entre Ros apacibles donde pendan los frutos del rico Oriente, de pulpa carnosa, a la sombra de las hojas nuevas, al alcance de la mano. El Cielo, fresco por la reciente hechura, iluminado haca pocos das, no manchado an por las nubes, no herido an por los rayos ni consumido por los ocasos, velaba sobre ellos con todas sus estrellas.
Los dos deban amar a Dios y amarse: este fue el Primer Pacto. Ni fatiga, ni dolor; ignorada la muerte y su miedo.
La primera Desobediencia trajo un primer castigo: el Destierro. El Varn fue condenado al trabajo; la Mujer, al parto. El trabajo es penoso, pero da el premio de las cosechas: el parto es penoso, pero da el consuelo de los hijos. Con todo, tambin estas felicidades inferiores e imperfectas pasaron rpidas, como hojas devoradas por las orugas.
El Hermano mat por primera vez a su Hermano; la sangre humana vertida sobre la tierra se corrompi y exhal olor de pecado. Los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres, y nacieron los Gigantes, cazadores feroces, violentos y homicidas, que hicieron del mundo un Infierno sangriento.
Entonces Dios mand el Segundo Castigo: para purificar la tierra, en un inmenso Bautismo ahog en las aguas del Diluvio a todos los hombres. Uno solo, por ser justo, se salv y con l hizo Dios el Segundo Pacto.
Comenzaron con No los antiguos tiempos felices de los Patriarcas, pastores errantes, jefes centenarios, que vagaban entre Caldea y Egipto en busca de pastos, de pozos y de
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paz. No tenan patria estable, ni casas, ni ciudades. Llevaban consigo, en caravanas largas como ejrcitos, las esposas fecundas, los hijos amantes, las nueras sumisas, los nietos innumerables, los hijos de los nietos, los siervos y las siervas obedientes, los toros bravos y mugidores, las vacas de ubres colgantes, los rojos terneros triscadores, los carneros y los machos cabros de insoportable olor de tierra, los jumentos de grupa robusta, las cabras de altiva cabeza, que patalean impacientes y, escondidos en la carga, los vasos de oro y de plata, los idolillos domsticos de piedra y de metal.
Llegados a su destino levantaban las tiendas junto a una cisterna, y el Patriarca se sentaba fuera, a la sombra de las encinas y de los sicomoros, y contemplaba el vasto campamento del cual se elevaba el humo de los hogares, el bullicio de las mujeres y de los pastores, junto con los bramidos y balidos del ganado. Y el Patriarca estaba contento en su corazn al ver a todos aquellos esposos y aquellos hijos nacidos de su semilla, y todos aquellos rebaos que eran suyos, y la descendencia humana y la descendencia animal que se multiplicaba de ao en ao.
Por la tarde elevaba los ojos para saludar la primera estrella solcita que arda como un fuego blanco sobre la cabellera de la colina, y alguna vez su cndida barba ensortijada resplandeca a la blanca luz de aquella luna que hacia ms de cien aos estaba acostumbrado a ver en el cielo de las noches.
De cuando en cuando un ngel del Seor iba a visitarle y se sentaba a su mesa antes de comunicar la embajada, o el Seor mismo se apareca en traje de Peregrino, se sentaba con el anciano en las horas de calor, a la sombra de la tienda, y hablaban frente a frente como dos amigos de juventud que se renen a charlar de sus cosas. El Jefe de la tribu, amo de siervos, se converta en siervo a su vez para escuchar los mandatos, los consejos, las promesas y los anuncios de su Amo Divino. Y entre Jehov y Abraham se hizo el Tercer Pacto, ms solemne que los otros dos.
El hijo de un Patriarca, vendido por sus hermanos como esclavo, se hace poderoso en Egipto y llama a todos los suyos: los Hebreos creen haber encontrado una patria y crecen en nmero y riquezas. Pero se dejan seducir por los dioses de Egipto y Jehov prepara el Tercer Castigo. Los Egipcios, envidiosos, los reducen a msera esclavitud. El Seor, para 41
que el castigo sea ms largo, permite que se endurezca el corazn del Faran, pero suscita al fin el Segundo Libertador, que los saca de las torturas y del fango.
No se ha acabado, sin embargo, la prueba. Durante cuarenta aos vagan por el Desierto: una nube de humo los gua por el da; una columna de fuego por la noche. Dios les ha prometido una tierra maravillosa, rica en verdura y en agua, sombreada de vias y olivos; pero, entretanto, no tienen agua que beber ni pan que comer y echan de menos las cebollas y los dioses de Egipto. Dios hace brotar el agua de la roca y caer el Man y las codornices del Cielo; pero los Hebreos, cansados e inquietos traicionan a su Dios, se hacen un becerro de oro y lo adoran. Moiss, triste como todos los Profetas, apena comprendido de los suyos como todos los Libertadores, seguido de mala gana como todos los descubridores de nuevas tierras, lleva tras de s con trabajo la muchedumbre remisa y querellosa y pide a Dios que le conceda el sueo de la muerte. Pero Jehov quiere a toda costa hacer el Cuarto Pacto con su pueblo.
Moiss desciende del monte humoso y tonante con las dos Tablas de piedra donde el dedo mismo de Dio ha escrito los diez mandamientos.
Moiss no ver la tierra prometida, el nuevo Paraso que hay que reconquistar en lugar del perdido. Pero el pacto divino queda firme: Josu y los dems hroes pasan el Jordn, entran en la tierra de Canan y vencen a los pueblos; las ciudades caen al sonido de las trompetas; Dbora puede cantar su canto de triunfo: el pueblo lleva consigo al Dios de las Batallas, escondido tras las tiendas, sobre un carro tirado por bueyes; pero los enemigos son muchos y no quieren hacer sitio a lo recin llegados. Los Hebreos vagan de aqu para all, pastores y bandidos, victoriosos cuando mantienen los pactos de la Ley, vencidos cuando los olvidan.
Un gigante de cabellos jams cortados mata por s solo a millares de Filisteos y Amalecitas; pero una mujer le traiciona; los enemigos le arrancan los ojos y le ponen a mover la piedra de un molino. No bastan los Hroes son menester los Reyes. Un joven de la tribu de Benjamn, alto y bien portado, mientras va en busca de la borriquillas de su padre que se haban escapado, se encuentra con un profeta que le vierte leo santo sobre
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la cabeza y le hace Rey de todo el Pueblo. Sal, hecho guerrero poderoso, derrota a los Ammonitas y los Amalecitas, y funda un Reino militar, temido por los vecinos.
Pero el mismo Profeta que le ha hecho Rey, airado contra l, le suscita un rival.
David, joven pastor, mata al gigante enemigo del Rey, endulza con el arpa las airadas tristezas del Rey, se casa con la hija del Rey, figura entre los capitanes del Rey. Pero Sal, suspicaz y frentico, quiere matarlo. David se esconde en las cuevas de los montes, se hace capitn de bandidos, se va al servicio de los Filisteos y cuando stos han vencido y muerto a Sal en las colinas de Gelbo, se convierte a su vez en Rey de todo Israel. El temerario pastor, grande como Poeta y como Rey, pero cruel y liviano, funda su casa en Jerusaln, y con ayuda de sus Ghibborim, o valientes, vence y sojuzga a los reyes que le circundan. El Hebreo por primera vez es temido. Durante siglos y siglos suspirar por el retorno de David y pondr sus esperanzas en un descendiente suyo que le salve de la abyeccin. David es el Rey de la Espada y del Canto; Salomn es el Rey del Oro y de la Sabidura. Los tributarios llevan el Oro a su casa; adorna con Oro la primera suntuosa casa de Jehov; enva naves al lejano Ofir en busca de Oro; la Reina de Saba depone a sus pies sacos de Oro. Pero todo el esplendor del Oro y de la Sabidura de Salomn no bastan para salvar al Rey de la impureza y al Reino de la ruina. Se casa con las mujeres extranjeras y adora a los dioses extranjeros. El Seor lo tolera en su vejez en memoria de su juventud; pero apenas muere, su Reino es dividido y comienzan los siglos oscuros y vergonzosos de la decadencia. Conjuras de palacio, asesinatos de reyes, revueltas de jefes, guerras fraternas y desgraciadas, tiempos de impdica idolatra seguidos de efmeros arrepentimientos llenan los tiempos de la Separacin. Surgen los Profetas para amonestar; pero los Reyes no los escuchan o los destierran. Los enemigos de Israel recobran fuerzas; los Fenicios, los Egipcios, los Asirlos, los Caldeos, invaden uno tras otro los dos reinos, los someten a tributo y finalmente, casi seiscientos aos antes del nacimiento de Jess, Jerusaln es destruida, derrocado el templo de Jehov y conducidos los Hebreos en esclavitud junto a los ros de Babilonia. La medida de las infidelidades y de los pecados se haba colmado, y aquel mismo Dios que los libertara de la esclavitud de los Egipcios los entrega en esclavitud a los Caldeos. Es el Cuarto Castigo y el ms tremendo de todos, porque ya no tendr fin. Desde aquel momento los hebreos estarn siempre, perpetuamente, dispersos entre los extranjeros y por los extranjeros sojuzgados. Algunos 43
de ellos volvern a construir Jerusaln y su Templo; pero el pas ser invadido por los Escitas, sometido a los Persas, conquistado por los Griegos y, finalmente, despus de la ltima gesta de los Macabeos, entregado a una dinasta de rabes brbaros sujeta a los Romanos.
Este pueblo que durante tantos siglos vivi libre y rico en el desierto y un da fue dueo de reinos y se crey, bajo la proteccin de su Dios, el primer pueblo de la tierra, ahora, diezmado, dividido, despreciado y mandado por los extranjeros, se ha convertido poco a poco en el ludibrio de las gentes, en el Job de los pueblos. Despus de la muerte de Jess su destino ser todava ms duro: Jerusaln ser destruida por segunda vez; en la provincia devastada no mandarn ms que Griegos y Romanos y los ltimos restos de Israel sern dispersos por toda la tierra como el polvo de los caminos empujado por el siroco.
Nunca pueblo alguno fue tan amado por su Dios ni tan atrozmente castigado; fue elegido para ser el primero, y fue siervo de los ltimos; quiso tener una patria propia y victoriosa, y fue desterrado y esclavo en las patrias ajenas.
Aunque ms pastoril que guerrero, nunca estuvo en paz consigo mismo ni con los dems. Guerre con sus vecinos, con sus huspedes, con sus prncipes; guerre con sus Profetas y con su mismo Dios. Podrido de maldades, gobernado por homicidas, traidores, adlteros, incestuosos, bandidos, simonacos e idlatras, vio nacer con todo, de sus mujeres, a los ms perfectos hombres del Oriente: justos, predicadores, solitarios, profetas.
Hasta que naci de l el padre de los nuevos santos, el que era esperado por todos los profetas.
Este pueblo, que no tuvo metafsica, ciencia, msica, escultura, pintura ni arquitectura propias, cre la ms grande poesa del tiempo antiguo, candente de sublimidad en los Salmos y en los Profetas, perfecta de ternura en las historias de Jos y de Ruth, ardiente de pasin en el Cantar de los Cantares.
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Criado en medio de los cultos a los salvajes dioses locales llega al amor de Dios, padre nico y universal; vido de tierra y de oro ostenta en los profetas los primeros defensores de los pobres y llega a la negacin de la riqueza; el mismo pueblo que ha degollado vctimas humanas sobre sus altares y ha asesinado ciudades enteras de inocentes, da discpulos al que ha de predicar el amor a los enemigos; este pueblo celoso de su Dios celoso, le ha traicionado siempre para correr en pos de falsos dioses; de su Templo, tres veces levantado y tres veces destruido, no queda ms que una muralla rota, apenas suficiente para que una fila de plaideros pueda apoyar en ella la cabeza y esconder sus lgrimas.
Pero este pueblo absurdo y problemtico, sobrehumano y miserable, primero y ltimo de todos, el ms feliz y el ms infeliz de todos, aunque siervo de las naciones, sigue dominando a las naciones con el dinero y con la palabra; aunque no tenga hace siglos una patria propia, se cuenta entre los grandes seores de todas las patrias; aunque haya asesinado al ms grande de sus hijos, ha dividido en dos partes, con aquella sangre, la historia del mundo, y esta raza de deicidas es la ms infame, pero en cierto modo la ms sagrada de todas las gentes.
LOS PROFETAS
Ningn pueblo fue advertido como el Hebreo. Ninguno tuvo tantos despertadores y admonitores. Desde el principio de su Reino temporal hasta el desmembramiento; en los grandes das de los reyes victoriosos, los dolorosos das del destierro, en los tristes das de esclavitud, en el da siniestro de la dispersin.
La India tuvo Ascetas que se escondan en los bosques para vencer al cuerpo y anegar el espritu en infinito; la China, Sabios familiares, plcidos abuelos que enseaban cvicas moralidades a los campesinos y a los Emperadores; Grecia, Filsofos que a la sombra de los prticos fabricaban sistemas armoniosos o trampas dialcticas; Roma, Legistas que registraron en el bronce, para los pueblos y los siglos, reglas de justicia para quien manda 45
y para quien posee; la Edad Media, Predicadores que se afanaron en sacudir a la cristiandad soolienta con el recuerdo de la Pasin y el terror del Infierno; el pueblo Hebreo tuvo Profetas.
El Profeta no hace de adivino en los antros y echa por la boca babas y palabras desde los trpodes. Habla de lo Futuro pero no solo de lo Futuro. Revela las cosas no sucedidas todava, pero recuerda tambin las pasadas. El tiempo es suyo en los tres momentos: descifra el pasado, ilumina el presente, amenaza con el porvenir.
El Profeta Hebreo es una voz que habla o una mano que escribe. Una voz que habla en el palacio de los Reyes y en las grutas de las montaas, en las escalinatas del Templo y en las plazas de la capital. Es una plegaria que ruega, una voz que amenaza, una amenaza que rebosa de divina esperanza. Su corazn se deshace de afliccin, su boca est llena de amargura, su brazo se alza para mostrar el castigo; sufre por su pueblo, le llena de reproches porque le ama; le anuncia los castigos para que se purifique y ms all de los estragos y del fuego ensea la resurreccin y la vida, el triunfo y la bienaventuranza, el Reino del nuevo David y el Pacto que ya no se romper.
El Profeta conduce a los idlatras al verdadero Dios; les recuerda a los traidores los juramentos; a los malos, la caridad; a los corrompidos, la pureza; a los feroces, la misericordia; a los Reyes, la justicia; a los rebeldes, la obediencia, a los pecadores, la pena; a los orgulloso la humillacin. Va ante el Rey y le reprocha, desciende hasta la hez del pueblo y la corrige; se acerca a los sacerdotes y los reprende; se presenta a los ricos y los recrimina. Anuncia a los pobres la consolacin; a los afligidos, la recompensa; a los llagados, la salud; a plebe esclava, la liberacin; al pueblo humillado, el advenimiento del Vencedor.
No es Rey, Prncipe, Sacerdote ni Escriba; es slo un hombre; un hombre sin armas y sin riquezas; sin investiduras y sin secuaces; es una voz solitaria que habla; una voz afanosa que se lamenta; una voz poderosa que grita y afrenta; una voz que llama a penitencia y promete eternidad.
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El Profeta no es filsofo; poco le importa que el mundo est hecho de agua o de fuego si el agua y el fuego no bastan para hacer mejores las almas de los hombres. Poeta, pero sin quererlo y saberlo, cuando el colmo de la indignacin o del esplendor de los sueos ponen en su boca imgenes fuertes que los retricos no sabrn inventar nunca; no es Sacerdote, porque no ha sido ungido en el Templo; no es Rey, porque no manda a los armados y tiene como espada nicamente la palabra que viene de lo alto; no es Soldado, pero est dispuesto morir por Dios y su nacin.
El Profeta es una voz que habla en nombre de Dios una mano que escribe al dictado de Dios; un mensaje mandado por Dios para avisar a quien ha perdido el camino, a quien se ha olvidado de la alianza; a quien no hace buena guardia. Es el secretario, el intrprete y el enviado de Dios; es, pues, superior al Rey que no obedece a Dios, al Sacerdote que no entiende a Dios, al Filsofo que niega a Dios, al Pueblo que ha dejado a Dios para correr tras de los dolos de madera y de piedra.
El Profeta es el que ve, con el corazn turbado pero con ojo limpio, el mal que reina hoy, el castigo que vendr maana, el reino feliz que suceder al castigo y a la penitencia.
Es la voz de quien no puede hablar, la mano de quien no sabe escribir, el defensor del pueblo extraviado y vejado, el abogado de los pobres, el vengador del humilde que llora bajo el pie del poderoso. No est de parte de quien tiraniza; sino de quien es pisoteado; no va con los ahtos y los avaros, sino con los hambrientos y los miserables.
Voz molesta, voz importuna e insistente; odiado por los grandes, mal visto por la chusma, no siempre comprendido tampoco por los discpulos. Como hiena que siente de lejos el hedor de las carroas, como cuervo que grazna siempre el mismo verso, como lobo que alla de hambre en los montes, el Profeta, cuando recorre los caminos de Israel, va seguido por la sospecha y la maldicin. nicamente los pobres y los oprimidos le bendicen; pero los pobres son dbiles y los oprimidos no saben ms que escucharle en silencio.
Como todos aquellos que dicen con voz fuerte la verdad, que turban la tranquilidad de los durmientes y rompen la vil paz de los amos, es arrojado como un leproso y perseguido 47
como un enemigo. Los Reyes lo toleran apenas; los sacerdotes le hostilizan; los ricos le detestan.
Elas tiene que huir ante la ira de Jezabel, que condena a muerte a los Profetas; Ams es desterrado por Amasias, Sacerdote de Betel, fuera de Israel; Urias es muerto por orden del Rey Joaqun; Isaas es muerto por orden de Manass; Zacaras es degollado entre el templo y el Altar; Jons es arrojado al mar; y est dispuesta la espada que decapitar a Juan y la cruz de la que pender Jess. El Profeta es un Acusador, pero los hombres no se confiesan culpables; es un Intercesor, pero los ciegos no quieren que el Iluminado les alargue la mano; es un Anunciador, pero los sordos no oyen sus promesas; es un Salvador, pero los moribundos putrefactos se gozan en su podredumbre y rehsan el ser salvados. Con todo, la palabra de los Profetas ser la que dar perpetuo testimonio en favor de este pueblo que los extermina, pero que es capaz de engendrarlos; y la muerte de un Profeta, que es ms que todos los Profetas, bastar para expiar los delitos de todos los dems pueblos que gozan en el cieno de la tierra.
EL QUE HA DE VENIR
En la casa de Nazareth, Jess medita en los Mandamientos de la Ley, en los Profetas, en las palabras de llanto y de fuego de los Profetas, y en ellas lee su misin. Las promesas son insistentes como golpes a puertas que no responden: repetidas, replicadas, reiteradas, jams desmentidas ni borradas, siempre confirmadas y convalidadas. De una precisin tremenda, de una minuciosidad que espanta, casi historia anticipada y testimonio irrecusable.
Cuando Jess, al entrar en los treinta aos, se presenta a los hombres como Hijo de Dios, sabe lo que le espera hasta el fin; su vida prxima est ya sealada da por da en pginas escritas antes de su nacimiento terrestre.
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Sabe que Dios ha prometido a Moiss un Nuevo Profeta: "Un Profeta har que nazca en medio de sus hermanos semejante a ti, y en su boca pondr mis palabras y les transmitir todo cuanto le mande". Porque Dios har con su pueblo la Nueva Alianza. "Alianza no como la que contraje con sus padres ... sino que imprimir mi Ley en sus entraas y la escribir en sus corazones ... Perdonar sus iniquidades y no guardar memoria de sus pecados". Alianza grabada en el alma y no sobre la piedra; Alianza de perdn y no de castigo. Y el Mesas tendr un Precursor que le anunciar: "He aqu que yo mando a mi ngel, el cual preparar el camino delante de m". "Un nio nos ha nacido dice Isaas y se llama de nombre el Admirable, el Consejero, el Fuerte, el Padre del Futuro Siglo, el Prncipe de la Paz".
Pero las gentes estarn ciegas ante l y no le escucharn. "Insensibiliza el corazn de este pueblo, endurece sus odos y tpale los ojos, para que no vea con sus ojos, y no oiga con sus odos, y no se convierta ni sea curado". "Y ser ... piedra de tropiezo y piedra de escndalo para las dos casas de Israel y lazo y ruina para los habitantes de Jerusaln" . No intentar hacerse grande ni vivir con pompa; no vendr como triunfador orgulloso. "Algrate, hija de Sin, exulta hija de Jerusaln. He aqu que viene tu Rey, Rey justo y Salvador; es pobre y cabalga en una pollina y en un jumentillo".
Traer la justicia y levantar a los infelices. "El Seor me ha ungido para que anunciase a los mansos la Buena Nueva, me ha mandado para curar a los que tienen el corazn despedazado, a predicar la redencin a los esclavos y a los encarcelados la libertad. . ., para que consolase a todos los que lloran". "Los mansos se alegrarn cada da ms. . . y los pobres saltarn de gozo porque el sojuzgador es abatido, el escarnecedor es consumido y son exterminados todos aquellos que velaban para hacer el mal". "Entonces se abrirn los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos. . . ; entonces el cojo saltar como un cervato y se les soltar la lengua a los mudos". "Yo, el Seor, te he llamado por amor de la justicia. . . a fin de que abrieses los ojos de los ciegos y sacases de la crcel a los presos y de la estancia de la prisin a los que yacan en las tinieblas". Pero ser vilipendiado y torturado por aquellos mismos que viene a salvar. "No tiene belleza ni esplendor, y le hemos visto y noera hermoso a la vista y no tuvimos inclinacin por l.
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Despreciado, es el nfimo de los hombres; Varn de dolores y que conoce el sufrir. Y su rostro estaba casi oculto y era ultrajado y nosotros no hacamos cuenta de ello. Verdaderamente, ha tomado nuestros males sobre s y ha llevado nuestros dolores y lo hemos reputado como a leproso, y como flagelado por Dios y humillado. Pero ha sido traspasado por causa de nuestras iniquidades y quebrantado por nuestras maldades. El castigo, causa de nuestra paz, cae sobre l, y por sus llagas nosotros somos sanos. Todos hemos sido ovejas errantes; cada cual se perdi por un camino, y el Seor puso sobre l las iniquidades de todos nosotros. Ha sido ofrecido porque ha querido, y no ha abierto su boca; como oveja ser llevado a la muerte, y como un cordero permanece mudo ante quien lo esquila: as l no abrir su boca... Ha sido arrancado de la tierra de los vivos; por las maldades de mi pueblo lo he herido. Y el Seor quiso consumarlo en los padecimientos; pero cuando d su vida como hostia por el pecado, ver una descendencia de larga duracin y la voluntad del Seor se cumplir por medio de l. Por cuanto sufri su alma. . ., con su doctrina libertar a muchos y tomar sobre s todas sus iniquidades". No retroceder ante los ms atroces insultos: "He dado m cuerpo a aquellos que me golpeaban y mis mejillas a aquellos que me mesaban la barba; no he escondido mi rostro a los que me escarnecan y escupan". Todos le sern contrarios en la hora suprema: "Han hablado contra m con lengua mentirosa, y con discursos que trascienden a mala voluntad me han reconvenido e impugnado sin razn. En lugar de amarme, furonme enemigos. Y me devolvieron mal por bien y odio por amor". "Te son conocidos clama el Hijo del Padre los oprobios que sufro y mi confusin y mi ignominia . . . y esper a quien compartiese m tristeza, y no lo hubo; y a quien me trajese consolacin, y no lo hall. Y me dieron hiel por comida, y en mi ser me abrevaron con vinagre".
Y, finalmente, le clavarn y se repartirn sus vestiduras: "Una manada de perros se me ha puesto en derredor; una turba de maliciosos me ha asediado. Han agujereado mis manos y mis pies. . . Y me miraban, consideraban. Se repartieron mis vestidos y echaron suerte mi tnica". Se darn cuenta demasiado tarde lo que han hecho, "y volvern la mirada al que han taladrado y lo llorarn como puede llorarse a un hijo nico, y llevarn por l el duelo que se hace a la muerte de un primognito". "Y le adorarn todos los Reye de la tierra y las gentes todas sern sus siervos. Porque l libertar al pobre del poderoso, y salvar las almas de los pobres". "Y vendrn a inclinarse a ti los hijos de aquellos que te humillaron y adorarn las huellas de tus pies los que te insultaban". "La tierra estar 50
envuelta en tinieblas y en oscuridad las naciones; pero en ti Israel, nacer el Seor y su gloria se ver en ti. Y a tu luz caminarn las gentes y los Reyes al esplendor de tu aurora. Alza en derredor tu vista y mira: todos stos se han reunido para venir a ti; de lejos vendrn tu hijos y te nacern hijas de todos lados". "Le he dado, por testigo a los pueblos, por gua y por maestro a las naciones . . . y las gentes que no te conocan corrern, a ti, Israel, por amor del Seor tu Dios".
Estas y otras palabras recuerda Jess en la vspera de su partida. Lo sabe todo y no se niega; conoce ya la suerte que le espera, la ingratitud de los corazones, la sordidez de los amigos, el odio de los poderosos, los golpes, los salivazos, los insultos, las mofas, los desprecio y los ultrajes, los clavos de las manos y de los pies, los tormentos y la muerte; conoce las espantosas prueba del Varn de los Dolores y, con todo, no se echa atrs
Sabe que los hebreos, carnales, materiales, mundanos, saciados de humillaciones, llenos de rencores y malos pensamientos, no esperan un Mesas pobre, odiado, manso. Todos suean, aparte de los videntes y los anunciadores, con un Mesas terrestre; un Rey armado, un segundo David, un guerrero que haga estragos en el enemigo, que vierta verdadera sangre, la sangre roja de los enemigos, y haga resurgir ms esplndido el palacio de Salomn y el templo de Salomn, y a quien todos los Reyes sean tributarios, no con tributo de amor y veneracin, sino de pesado oro y dinero contante, y que este rey terrestre de la tierra presente, se vengue de todos los enemigos de Israel, de todos cuantos hicieron sufrir a Israel, que tuvieron en esclavitud al pueblo de Israel, y que los esclavos sean amos y los dominadores se conviertan en siervos, y que todos los pases del mundo tengan su capital en Jerusaln, y que los reyes de corona se inclinen ante el trono del nuevo rey de Israel, y que los campos de Israel sean ms frtiles que todos los dems, y los pastos ms copiosos, y los rebaos se multipliquen sin fin, y el trigo y la cebada se sieguen dos veces al ao, y las espigas estn ms colmadas de grano que en el pasado, y dos hombres no basten para resistir el peso de un solo racimo de uvas, y no haya odres bastantes para contener el vino nuevo, ni orzas para el aceite, y se halle la miel en los huecos de los rboles y en los cercos de los caminos, y las ramas de los rboles se tronchen al peso de la fruta, y las frutas sean como nunca pulposas y dulces.
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Esto es lo que esperan los hebreos carnales y terrestres que viven en torno de Jess. Y l sabe que no les dar aquello que buscan; que l no ser el guerrero victorioso y el rey soberbio que se alza sobre los reyes sometidos. Sabe que su reino no es de este mundo; y no podr ofrecer ms que un poco de pan, toda su sangre y todo su amor. Y no creern en l, y lo atormentarn y matarn como a un falsario y charlatn. l sabe todo esto; lo sabe como si lo hubiese visto ya con sus ojos y sufrido con su cuerpo y con su alma. Pero sabe tambin que la semilla de su palabra, arrojada en tierra entre los cardos y las espinas, pisoteada por los pies de los asesinos, despuntar en la primera primavera, germinar poco a poco, crecer al principio como arbusto batido por el viento y se convertir, por fin, en rbol que extender sus ramas hacia el cielo y cubrir la tierra, y todos los hombres podrn sentarse a su sombra para recordar la muerte de quien lo sembr.
EL PROFETA DE FUEGO
Mientras Jess, en el taller de Nazareth, manejaba el hacha y la escuadra, una Voz se haba elevado del Desierto, hacia el Jordn y el mar Muerto.
El ltimo de los Profetas, Juan el Bautista, llamaba a los Judos a penitencia, anunciaba la proximidad del Reino de los Cielos, predeca la prxima llegada del Mesas, reprenda a los pecadores que acudan a l y los sumerga en el ro para que aquel lavado externo fuese como un principio de la purificacin interior.
En aquella turbulenta edad herodiana, la antigua Judea, profanada por los usurpadores Idumeos, contaminada por las infiltraciones helenistas, despreciada por la soldadesca romana; sin rey, sin unidad, sin gloria, medio dispersa ya por el mundo, traicionada por sus mismos sacerdotes, aorando siempre la grandeza del reino terrestre de hacia mil aos, obstinada en esperar una gran venganza, un retorno de la victoria, un triunfo de su Dios, en el advenimiento de un Libertador, de un Ungido que debera reinar en una Jerusaln ms fuerte y bella que la de Salomn y desde Jerusaln dominar a todas las 52
gentes, vencer a todos los monarcas y llevar la felicidad a su nacin y a todos los hombres; la antigua Judea, descontenta de sus amos, oprimida por los publicanos, aburrida por los Escribas mercenarios y por los Fariseos hipcritas; la antigua Judea dividida, humillada, puesta a saco, y con todo, pese a todas las vergenzas, llena de fe en lo futuro, prestaba de buena gana odo a la Voz del Desierto, acuda a las orillas del Jordn.
La figura de Juan era a propsito para conquistar las imaginaciones. Hijo de la vejez y del milagro, fue consagrado desde su nacimiento a ser Nazareo, esto es, puro; y nunca se haba cortado el cabello, nunca haba bebido vino ni sidra, nunca haba tocado mujer ni conocido otro amor que el de Dios.
Pronto, joven todava, haba salido de la casa de los viejos y escondidos en el Desierto. All viva haca muchos aos, solo, sin casa, sin tienda, sin criados, sin nada suyo fuera de lo que llevaba encima. Envuelto en una piel de camello, ceida por un cinturn de cuero; alto, adusto, huesudo, quemado del sol, peludo el pecho, la cabellera larga cayndole por las espaldas, la barba cubrindole casi el rostro, dejaba asomar, bajo las cejas selvosas, dos pupilas relampagueantes e hirientes, cuando de la escondida boca brotaban las grandes palabras de maldicin.
Este magntico habitante de las selvas, solitario como un yoghi, que despreciaba los placeres como un estoico, apareca a los ojos de los bautizados como la ltima esperanza de un pueblo desesperado.
Haba llegado a su ao trigsimo: la edad justa y destinada. Antes de los treinta aos el hombre es como un esbozo, una aproximacin; los sentimientos comunes, los amores de todos le suelen dominar; no conoce bien a los hombres y, por tanto, no suele amarlos con ese dulce amor de piedad con que deben ser amados; y si no los conoce y no los sabe amar, no tiene derecho de hablarles con entera autoridad ni poder para hacerse escuchar debidamente.
Juan, quemado su cuerpo por el sol del Desierto, quemada su alma por el deseo del Reino, es el anunciador del Fuego. Ve en el Mesas que va a llegar al seor de la Llama. El 53
nuevo Rey ser justiciero Labrador: el rbol que no d buen fruto ser cortado y arrojado al Fuego; aventar el grano en la era y quemar la paja y el tema con Fuego inextinguible. Ser un bautista que bautizar con Fuego.
Rgido, airado, spero, como erizado de pas, pronto al anatema, impaciente y apremiante, Juan no acaricia a los que se acercan a l, aunque pudiese gloriarse de haberlos trado hasta all. Y cuando vienen a bautizarse Fariseos y Saduceos, hombres notables, doctos en las escrituras, reputados entre el vulgo, acreditados en el tiempo, los apostrofa ms que a los otros. "Raza de vboras, quin os ha enseado a huir la ira que os amenaza? Haced, pues, fruto digno de penitencia y no queris decir dentro de vosotros: tenemos a Abraham por padre: yo os digo que de estas mismas piedras puede Dios suscitar hijos a Abraham".
Vosotros, que os encerris en las casas de piedra como las vboras se esconden entre los cantos; vosotros, Fariseos y Saduceos, sois ms duros que la piedra; vuestro intelecto est petrificado en la letra de la ley y en los ritos; est petrificado vuestro corazn egosta; al hambriento que os pidi pan le pusisteis en la mano una piedra; y arrojasteis la piedra a quien haba pecado menos que vosotros; vosotros, Fariseos y Saduceos, sois estatuas orgullosas de piedra que nicamente el Fuego podr vencer, porque el agua no hace ms que correr por encima y luego se seca. Pero aquel Dios que de tierra hizo con sus manos a Adn, puede hacer de los guijarros del ro, de las piedras del camino, de los cantos de la roca, otros hombres, otros seres, otros hijos suyos; puede trocar el pedernal en carne y alma mientras vosotros habis trocado el alma y la carne en pedernal.
No basta, pues, baarse en el Jordn. La ablucin es saludable, pero no es sino un principio; haced lo contrario de lo que habis hecho hasta aqu porque s no seris reducidos a ceniza por Aquel que bautizar con Fuego.
Qu debemos hacer?
Y les responda: 54
Quien tenga dos vestidos, d uno a quien no lo tenga, y quien tenga que comer haga otro tanto.
Y les dijo:
Y les dijo:
Juan, tan majestuoso y casi sobrehumano cuando anuncia la terrible eleccin entre los Buenos y los Malos, apenas desciende a lo particular, dijrase que se hace vulgar. No sabe aconsejar ms que la limosna: el donativo de lo sobrante, de aquello sin lo cual se puede uno quedar. A los publicanos no les pide ms que la estricta justicia: tomen lo que es razonable y nada ms. A los soldados, gente feroz y ladrona, no les recomienda sino discrecin: contentaos con vuestro salario y no robis. Estamos en pleno mosasmo; Ams e Isaas, mucho antes que l, haban ido ms lejos.
Ya es tiempo que el Acusador del Mar Muerto ceda el puerto al Libertador del Mar de Tiberades.
Triste suerte la de los Precursores, que saben pero que no vern; que llegarn hasta las orillas del Jordn, pero no gozarn la tierra prometida; que allanarn el camino del que marcha detrs de ellos, pero que se les adelantar; que prepararn el trono y no se sentarn en l; servidores de un amo a quien muchas veces no ven el rostro. Tal vez la dureza de Juan se explica mejor con esta conciencia suya de ser un simple embajador y 55
nada ms; conciencia que no llegaba a la envidia, pero que dejaba un sedimento de tristeza en su misma humildad.
Eres Elas?
No
Eres el Profeta?
No
Eres el Cristo?
No
Yo soy la voz del que clama en el Desierto Despus de m vendr uno a quien no soy digno de desatar las correas de las sandalias
En Nazareth, entretanto, un Obrero desconocido se ataba las sandalias con sus manos para ir al Desierto donde tronaba la voz que por tres veces haba contestado que no.
LA VIGILIA
Juan llama a los pecadores para que se laven en el ro antes de hacer penitencia. Jess se presenta a Juan para que le bautice: se confiesa, pues, pecador?
Los textos parecen explcitos. El Profeta "predicaba el bautismo de penitencia en remisin de los pecados". Quien iba a l se reconoca pecador; quien va a lavarse se siente sucio. 56
El no saberse nada de la vida de Jess de los doce a los treinta los aos precisamente de la adolescencia viciable, de la juventud acalorada y fantaseadora ha hecho pensar a algunos si en ese tiempo habra sido, o se considerara al menos por tal, pecador como los dems.
Lo que sabemos de los tres aos que le quedan que vivir los ms iluminados por la palabra de los cuatro evangelistas, porque de los muertos se recuerdan mejor los ltimos das y conversaciones , no da ningn indicio de esta presunta insercin de la Culpa entre la Inocencia del principio y la Gloria del fin.
En Cristo no existen ni siquiera apariencias de conversin. Sus primeras palabras tienen el mismo acento que las ltimas: el manantial del que proceden es claro desde el primer da; no hay fondo turbio, ni pozo de malos sedimentos. Empieza seguro, franco, absoluto; con la autoridad reconocible de la pureza; se siente que no ha dejado nada oscuro tras de s; su voz es alta, libre, franca, un canto melodioso que no procede del mal vino de los placeres ni de la roca de los arrepentimientos. La limpidez de su mirada, de su sonrisa y de su pensamiento no es la serenidad posterior a las nubes del temporal o la incierta blancura del alba que vence lentamente las sombras malignas de la noche. Es la limpidez de quien slo una vez ha nacido, y ha permanecido nio aun en la madurez; la limpidez, la transparencia, la tranquilidad, la paz de un da que terminar en la noche, pero que no se ha oscurecido antes; da constante e igual, infancia intacta que nunca se empaar.
Va entre los impuros con la sencillez del puro; entre los pecadores, con la fuerza del inocente; entre los enfermos, con la franqueza del sano.
El convertido est siempre, en el fondo del alma, un poco turbado. Una sola gota amarga que haya quedado, una sombra ligera de inmundicia, un conato de pena, un trasvolar ligero de tentacin bastan para sumirlo de nuevo en espasmos. Le queda siempre la sospecha de no haberse despojado hasta la ltima piel del hombre viejo, de no haber destruido, sino adormecido tan slo, al Otro que en su cuerpo habitaba: ha pagado, ha soportado, ha sufrido tanto por su salud, y le parece un bien tan precioso, pero tan frgil, que siempre tiene miedo de ponerla en peligro, de perderla. No huye de los pecadores, pero se les acerca con un sentimiento de involuntario espanto; con el temor, a veces ni 57
confesado siquiera, de un nuevo contagio; con la sospecha de que el ver de nuevo el fango en que l tambin se complaca, le renueve demasiado atrozmente el recuerdo, irresistible ya, de la vergenza y suscite en l la desesperacin de la salvacin postrera. Quien ha sido criado, no suele ser, una vez seor, afable con los criados; quien ha sido pobre no es, de rico, generoso con los pobres; quien ha sido pecador no siempre es, despus de la penitencia, amigo de los pecadores. Ese resto de soberbia que se esconde a veces hasta en el corazn de los santos, mezcla a la piedad con una levadura de desprecio: por qu no hacen lo que ellos han sabido hacer? El camino para ascender est abierto a todos, incluso a los ms manchados y encallecidos; grande es el premio: por qu permanecen all abajo, hundidos en el ciego infierno?
Y cuando el convertido habla a sus hermanos para convertirlos, no puede menos de recordar su experiencia, su cada, su liberacin. Se siente inclinado, acaso ms por deseo de eficacia que por orgullo, a ofrecerse como ejemplo vivo y presente de la gracia, como testigo verdico de la dulzura de la salud.
Se puede renegar del pasado, pero no destruirlo del todo: vuelve a salir, aun inconscientemente, en los mismos hombres que vuelven a empezar la vida con el segundo nacimiento de la penitencia.
En Jess ese supuesto pasado de convertido no se ve retoar nunca, en ninguna forma; no se advierte ni siquiera por alusin o supuesto; no es reconocible en el menor de sus actos, en la ms oscura de sus palabras. Su amor por los pecadores no tiene nada del impetuoso ardor del arrepentido que quiere hacer proslitos. Amor espontneo, no de deber. Ternura de hermano, exenta de reproches. Fraternidad espontnea de amigo que no tiene que vencer repugnancias. Atraccin hacia el impuro, del puro que no teme ensuciarse y sabe que puede limpiar. Amor desinteresado. Amor de los santos en los momentos supremos de santidad. Amor que hace que todos los dems amores parezcan vulgares. Amor que despus se ha vuelto a hallar nicamente en memoria o por imitacin de aquel amor. Amor que se llamar cristiano y nunca con otras palabras. Amor divino. Amor de Jess. Amor.
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Jess andaba entre pecadores, pero no era pecador. Iba a baarse en el agua corriente bajo la mirada de Juan, pero no tena manchas dentro de s.
El alma de Jess era la de un nio de tal manera nio, que sobrepujaba a los sabios en sabidura y a los santos en santidad. Nada del rigorismo del puritano o del temblor del nufrago salido trabajosamente a la orilla. Pueden parecerles pecados a los sutilizadores escrupulosos las inobservancias involuntarias de alguno de los seiscientos mandamientos de la Ley. Pero Jess no era fariseo ni manaco. Saba lo que era pecado y lo que estaba bien y no perda el espritu en los laberintos de la letra. Conoca la vida; no rehusaba la vida, que ms que un bien, es condicin de todos los bienes. l comer y el beber no eran el mal; como tampoco el mirar el mundo; ni el mirar bondadosamente al ladrn apostado en la sombra, ni el compadecerse de la pobre mujer que se ha pintado los labios para cubrir la baba de besos no cedidos.
Y con todo, Jess va, entre la turba de pecadores, a sumergirse en el Jordn. El misterio no es misterioso para quien no vea en el rito renovado por Juan solamente el sentido ms familiar.
El caso de Jess es nico. El Bautismo de Jess es igual en apariencia al de los dems; pero se justifica por otros caminos. El Bautismo no es slo la purgacin de la carne como smbolo de la voluntad de purgar el alma, recuerdo de la primitiva analoga del agua que hace desaparecer las manchas materiales y puede significar la purificacin de las manchas espirituales. Esta metfora fsica, til en el simbolismo vulgar, ceremonia necesaria a los ojos carnales de los ms, que tienen necesidad de un apoyo material para creer en lo que no es material, no estaba hecha para Jess.
l ha ido a Juan para que se cumpliese la profeca del Precursor: el arrodillarse ante el Profeta del Fuego es el reconocimiento de ste, que ha sido embajador leal, que ha cumplido con su deber, que puede decir ya que ha hecho su obra. Jess, sometindose a este rito, da realmente a Juan la legtima investidura de Precursor.
Si en el Bautismo de Jess se quisiera ver una segunda significacin, se podra tal vez recordar que la inmersin en el agua es la supervivencia de un sacrificio humano. Los 59
pueblos antiguos acostumbraron durante siglos matar a los enemigos o a algunos de sus mismos hermanos como ofrenda a las divinidades airadas, para expiar algn grave delito del pueblo o para obtener una gracia extraordinaria, una salvacin que pareca desesperada. Los Hebreos haban destinado a Jehov la vida de los primognitos: en tiempos de Abraham el uso fue abolido por orden de Dios; pero no sin desobediencias posteriores.
Se mataba a las vctimas destinadas de varias maneras: entre ellas, en anegamiento. En Curio de Chipre, en Terracina, en Marsella, en tiempos histricos ya, se arrojaba todos los aos un hombre al mar, y la vctima era considerada como salvador de sus conciudadanos. El Bautismo era recuerdo del anegamiento ritual, y como esta ofrenda propiciatoria al agua se crea benfica para los sacrificadores y meritoria para la vctima, era breve el paso que haba que dar para considerarla como el principio de una nueva vida, de una resurreccin: aquel a quien se sumerga en el agua mora por la salvacin de todos y era digno de revivir. El Bautismo, aun despus de haberse olvidado este origen feroz, subsisti como smbolo del renacimiento.
Jess iba a comenzar entonces precisamente una nueva poca de su vida; es decir, su verdadera vida. Sumergirse en el agua atestiguaba la voluntad de morir; pero al mismo tiempo la certidumbre de resucitar. No baja al ro para lavarse, sino para significar su muerte y su consiguiente resurreccin.
EL DESIERTO
Apenas salido del agua, Jess va al Desierto; de la Multitud a la Soledad.
Haba estado hasta entonces entre las aguas y los campos de Galilea, y las encespedadas orillas del Jordn; ahora va a los montes pedregosos, donde no nace fuente, donde no espiga grano, donde nicamente crecen reptiles y espinos.
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Haba estado hasta entonces entre los braceros de Nazareth, entre los penitentes de Juan; ahora va a los montes solitarios, donde no se ven rostros ni se oyen voces humanas. El hombre nuevo pone por medio, entre s y aqullos, el Destierro.
La soledad es un sacrificio tanto ms meritorio cuanto ms doloroso. La soledad, para los ricos de alma, es Premio y no Expiacin. Una antevspera del bien cierto, una creacin de la belleza interior, una libre reconciliacin con todos los ausentes. nicamente en la soledad vivimos con nuestros semejantes: con aquellos que en la soledad hallaron los magnnimos pensamientos que nos consuelan de los bienes que abandonamos.
No puede soportar la Soledad el mediocre, el pequeo. El que no tiene nada que ofrecer. Quien tiene miedo de s y de su vaco. El que vive de continuo en la soledad del propio espritu, desolado desierto interior donde no crecen sino las hierbas venenosas de los parajes incultos. El inquieto, el aburrido, el acobardado, cuando no puede olvidarse en los dems, aturdirse en las palabras ajenas, engaarse en la vida ficticia de los que se engaan en l al mismo tiempo que l en ellos. El que no sabe vivir sin mezclarse, tomo pasivo, a los arroyos que vierten todas las maanas las cloacas de la ciudad.
Jess ha estado entre los hombres y volver entre los hombres porque los ama. Pero frecuentemente se esconder para estar solo, lejos aun de los discpulos. Para amar mejor a los hombres es menester abandonarlos de cuando en cuando.
Lejos de ellos nos acercamos a ellos. El pequeo recuerda nicamente el mal que le han hecho; su noche est agitada por el rencor y su boca atosigada por la ira. El grande no recuerda sino el bien y en gracia a aquel poco bien, olvida el mal recibido. Hasta lo que no fue perdonado en el acto, se borra del corazn. Y vuelve entre sus hermanos con el amor de antes.
Para Jess, estos Cuarenta das de soledad son la ltima preparacin. Durante Cuarenta aos el Pueblo Hebreo figuracin proftica, en este punto, de Cristo hubo de errar por el Desierto antes de entrar en el Reino prometido por Dios; durante Cuarenta das hubo de permanecer Moiss junto a Dios para escuchar sus leyes; durante Cuarenta das hubo de caminar Elas por el Desierto para huir la venganza de la mala reina. 61
Tambin el nuevo libertador ha de esperar cuarenta das antes de anunciar el nuevo Reino Prometido y permanecer a solas con Dios cuarenta das para recibir de l las supremas inspiraciones.
Pero no estar solo completamente. Estn con l las Fieras y los ngeles. Los seres inferiores al hombre y los seres superiores al hombre; los que le arrastran y los que le elevan; los seres todo materia y los seres todo espritu.
El hombre es una Bestia que ha de convertirse en ngel. Si la Bestia prevalece, el hombre cae por bajo de las Bestias, porque pone su entendimiento al servicio de la bestialidad; si el ngel triunfa, el hombre le iguala, y en vez de ser simple soldado de Dios, participa en cierto modo de la misma Divinidad. Pero el ngel cado, condenado a tomar forma de Bestia, es el enemigo encarnizado y tenaz de los hombres que se angelizan y quieren subir a la altura de la que l fue arrojado
Jess es el enemigo del mundo de la vida bestial de la mayora. Ha venido para que las Bestias se conviertan en hombres y los hombres en ngeles. Ha nacido para cambiar el Mundo y para vencerlo. Es decir, para combatir al Rey del Mundo, al Adversario de Dios y de los hombres, al maligno, al burlador, al seductor. Ha nacido para arrojar a Satans de la tierra, como el Padre lo arroj del Cielo.
Y Satans, al cabo de los Cuarenta das, llega al Desierto para tentar a su enemigo.
La necesidad de llenar todos los das el propio saco es el primer estigma de la servidumbre a la materia, y Jess quera vencer tambin a la materia. Cuando est entre los hombres comer y beber para hacer compaa a sus amigos, y tambin porque se debe dar al cuerpo lo que, segn ley, le pertenece, y, en fin, por visible protesta contra los hipcritas ayunos de los Fariseos. Uno de los ltimos actos de la misin de Jess ser una Cena; pero el primero, despus del Bautismo, un Ayuno. Ahora que est solo y no humilla a los compaeros de la vida sencilla ni puede ser confundido con los pietistas, se olvida de comer.
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Pero al cabo de Cuarenta das tuvo hambre. Satans esperaba, achatado e invisible, aquel momento. Si la Materia quiere Materia, le quedaba una esperanza. Y el Adversario habla
Satans no se da por vencido y desde la cima de un monte le muestra los reinos de la tierra:
Yo te dar todo este poder y la gloria de aquellos, porque a m me han sido dados y los doy a quien quiero Si te inclinas ante m, todo ser tuyo.
Y Jess responde:
Atrs, Satans, que est escrito: Adorars al Seor tu Dios y a l solo servirs.
"Acabadas as las tentaciones sigue Lucas el diablo se alej de l durante algn tiempo. Veremos tambin su vuelta y su ltima tentativa. Este dilogo ternario no parece, a primera vista, ms que un peloteo de textos de la Escritura. Satans y Jess no hablan con palabras propias, sino que compiten en lanzarse mutuamente las de los Libros. Semeja una contienda teolgica: es, por el contrario, la primera Parbola, ms que hablada, representada, del Evangelio.
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No es maravilla que Satans haya acudido con la absurda esperanza de hacer caer a Jess. Tampoco es maravilla que Jess sea sometido, en cuanto hombre, a la tentacin. Satans no tienta ms que a los grandes y a los puros. A los dems no tiene necesidad siquiera de susurrarles una palabra de invitacin. Son ya suyos desde la decadencia de la niez, en la juventud. No tiene que esforzarse porque le obedezcan. Caen en sus brazos antes que los llame. La mayora no se da cuenta ni siquiera de que existe. A ellos no se ha presentado, porque de lejos le han obedecido. Ms an: no habindolo conocido nunca, se inclinan a negarlo. Los diablicos no creen en el diablo. La ltima astucia del Diablo, se ha escrito, es propalar la voz de su muerte. Toma todas las formas; tan hermosas algunas, que no se dira que es l. Los Griegos, por ejemplo, monstruos de inteligencia y elegancia, no tienen un lugar para Satans en su Mitologa. Porque todos sus dioses, si se los estudia, muestran los cuernos de Satans bajo las coronas de laurel y de pmpanos. Satnico es Jpiter, prepotente y licencioso; Venus, adltera; Apolo, despellejador; Marte, homicida; Dionisios, borracho. Son de tal manera astutos los dioses de Grecia, que dan al pueblo pociones amatorias y esencias perfumadsimas para que no sienta el hedor del mal que embriaga a la tierra.
Pero si muchos no se dan cuenta de l y se ren como de un espectro inventado en la iglesia para las necesidades de la penitencia, es porque se ensaa ms precisamente contra los que le conocen y no le siguen.
Engaa la inocencia de los dos primeros seres creados; seduce a David el Fuerte; corrompe a Salomn, el Sabio; acusa ante el trono de Dios a Job el Justo. Todos los santos que se esconden en el desierto, todos los amantes de Dios sern tentados por Satans. Cuanto ms nos alejamos de l, ms se nos acerca. Cuanto ms en lo alto estamos, ms se empea en arrastrarnos a lo hondo. No puede ensuciar ms que al limpio; no se preocupa de la porquera que fermenta por s sola en el mal, bajo el aliento clido de la voluptuosidad. Ser tentados por Satans es indicio de pureza, signo de grandeza, prueba de la ascensin. Quien ha conocido a Satans y le ha visto la cara puede confiar ms en s mismo. Jess mereca ms que nadie esa consagracin. Satans le propone dos desafos y una oferta. Le pide que transforme la materia muerta en la materia que da vida, y que se arroje de lo alto, para que Dios, con salvarlo, lo reconozca por Hijo verdadero. Le ofrece la posesin y la glora de los reinos terrenos con tal que 64
Jess, en vez de servir a Dios, prometa servir al Demonio. Le pide el pan material y el milagro material y le promete el poder material. Jess no acepta los desafos y rehsa la oferta.
El no es el Mesas carnal y temporal esperado por la plebe juda, el Mesas de la Materia, como lo imagina, en su bajeza, el Tentador. No ha venido a traer alimento al cuerpo, sino alimento al alma: esa comida que es la verdad. Cuando sus hermanos, lejos de sus casas, no tengan bastante pan para calmar su hambre, partir los pocos panes que tienen los suyos y todos sern saciados y quedarn los cestos llenos. Pero, a menos que no haya necesidad, no ser repartidor del pan que procede de la tierra y a la tierra vuelve. Si trocase en panes las piedras del camino, todo el mundo le seguira por amor del propio cuerpo y fingira creer todo lo que dice; incluso los perros acudiran a su banquete. Pero no quiere eso. El que crea en l ha de creer en su palabra, a despecho del dolor, del hambre, de la minera. Es ms; quien quiera ser perfecto ha de dejar los campos que producen trigo y los dineros que se pueden gastar en pan. Ha de ir con l sin alforja ni dinero, con una tnica sola, y vivir como los pjaros del aire, desgranando espigas en los campos o pidiendo limosna a la puerta de las casas. Sin el pan terrestre se puede vivir; un higo olvidado entre las hojas, un pez pescado en el lago, pueden sustituirlo. Pero del pan celestial nadie puede prescindir, a menos que no quiera morir para siempre, como los que nunca lo probaron. No slo de pan vive el hombre, sino tambin de amor, de entusiasmo y de verdad. Jess est dispuesto a transformar el Reino de la Tierra en Reino de los Cielos, la loca Bestialidad en Santidad feliz, pero no se digna transformar las piedras en panes, la Materia en otra Materia.
Por razones de la misma naturaleza, Jess rechaza el otro desafo. Los hombres aman lo maravilloso. Lo maravilloso exterior, el Prodigio, la imposibilidad fsica convertida en posible a sus ojos. Tienen hambre y. sed de portentos. Estn prontos a postrarse ante cualquier taumaturgo, aun diablico y charlatn. A Jess, todos le pedirn un signo para ellos. Pero rehusar siempre. No quiere seducir con la maravilla. Curar a los enfermos especialmente a los enfermos de espritu y a los pecadores , pero muchas veces esquivar la ocasin, hasta de estos milagros, y rogar a los curados que callen el nombre del curador. Pero nunca usar de aquel poder para librarse a s mismo. Tambin en Getseman le tentar Satans para que no beba el cliz de la muerte inminente, y cuando 65
est clavado en la cruz, Satans repetir el desafo por boca de los judos: "Si eres el hijo de Dios, desciende de la cruz y slvate. Pero en la noche de la vspera y en el medioda de la muerte, Jess resistir a Satans y no recurrir a ningn milagro para librarse a s mismo. Los hombres habrn de creer, a despecho de todas las apariencias en contraro, en su grandeza, incluso en la hora ms terrible de su humillacin; habrn de creer en su divinidad, aun ante su aparentemente vilipendiada humanidad. Arrojarse del Templo abajo sin la absoluta necesidad de hacer cesar una pena ajena, con el solo objeto de conquistar a los hombres por la fascinacin del estupor y del terror; tentar a Dios; forzarle, casi, a hacer un milagro superfluo y temerario, nicamente para que Satans no gane la infame apuesta fundada en el sarcasmo y la protervia, no es cosa de Jess. Corazn, quiere hablar a los corazones; sublime, quiere sublimar; puro, quiere purificar; amor, quiere inflamar a los dems en amor; alma grande, quiere engrandecer a las pequeas almas abandonadas. . . En vez de arrojarse como un mago vulgar al precipicio que hay al pie del Templo, del Templo ascender a la Montaa para contar desde lo alto las bienaventuranzas de su Reino.
La oferta de los reinos de la tierra tiene que horrorizarle, y todava ms el precio que Satans pide. Satans podr ofrecer lo que es suyo; los reinos de la tierra estn con frecuencia fundados en la fuerza y se mantienen con el engao; all est su campo. Satans duerme todas las noches a la cabecera de los poderosos; ellos le adoran con sus hechos y le pagan tributo diario de pensamientos y de obras. Pero si Jess ofreciese a todos el pan sin trabajo; s Jess, como un funmbulo prestigioso, abriese un teatro pblico de milagros populares, podra arrancar a los reyes sus reinos sin doblar la rodilla ante el adversario. Si quisiera parecer el Mesas que los Judos suean en sus insomnios nostlgicos de esclavos, sabe el camino; podra corromperlos con la abundancia y la maravilla, hacer de toda la tierra un pas de riquezas y de encantamientos, y al punto ocupara todos los puestos de los procuradores de Satans.
Pero Jess no quiere ser conquistador de reinos terrenos. El reino que anuncia y prepara apenas si tiene algo de comn con los reinos de la tierra. Su reino, el Reino de los Cielos, crece todos los das, con un alma que cambie, porque adquiere un ciudadano nuevo arrebatado a los reinos terrestres. Cuando todo el mundo sea bueno y justo; cuando cada cual ame a su hermano como los padres aman a los hijos; cuando se amen incluso los 66
enemigos, si quedaren todava enemigos; cuando nadie piense en amontonar tesoros, y, en vez de quitar nada a los dems, cada cual d pan a quien tenga hambre y ropas a quien tenga fro, dnde estarn aquel da los reinos de la tierra? Qu necesidad habr de soldados cuando nadie quiera agrandar la tierra propia usurpando la del vecino? Qu necesidad de jueces ni esbirros cuando los hombres, transformados, ignoren el delito? Qu necesidad habr de reyes cuando cada cual lleve la ley en su propia conciencia y no haya ejrcitos que mandar ni jueces que escoger? Qu necesidad de monedas ni tributos cuando cada cual est seguro de su pan, con aquello se contente y no tenga que pagar salario a soldados ni servidores? Cuando haya cambiado el alma de todos, esos andamiajes que se llaman sociedad, patria, justicia, se desvanecern como alucinaciones de una larga noche. La palabra de Cristo no tiene necesidad de dineros y ejrcitos, y si se convierte en vida verdadera en las conciencias, todo lo que ata y ciega al hombre: el poder injusto y arbitrario, la gloria criminosa de las batallas, se deshar como las nieblas matutinas ante la luz del sol y la fuerza del viento. El Reino de los Cielos, que es uno, ocupar el lugar de los Reinos de la Tierra, que son muchos. Los hombres ya no estarn divididos en reyes y sbditos, en amos y esclavos, en ricos y pobres, en pecadores hipcritas y pecadores cnicos, en virtuosos soberbios y pecadores humillados, en libres y prisioneros. El sol de Dios lucir sobre todos. Los ciudadanos del Reino sern una sola familia de padres y hermanos, y las puertas del Paraso se abrirn de nuevo ante los hijos de Adn, hechos ya semejantes a Dios.
Jess ha vencido a Satans; ahora sale del Desierto para vencerlo entre los hombres.
EL RETORNO
Apenas baj de nuevo entre los hombres, supo Jess que el Tetrarca Herodes haba mandado encerrar a Juan en la fortaleza de Maqueronte.
La boca que clamaba en el Desierto estaba a la sazn amordazada, y quien fuese al Jordn no vera ya en el agua la larga sombra del austero Bautista. 67
Ha cumplido su oficio y ha de dejar el puesto a una voz ms poderosa. Juan espera, en la oscuridad de la crcel, que su cabeza, baada de sangre, sea llevada en una bandeja de oro a la mesa del festn de cumpleaos, como ltimo alimento de la mala mujer, traidora de hombres.
Jess sabe que empieza su da. Y, atravesando Samaria, vuelve a Galilea, para anunciar sin tardanza el advenimiento del Reino.
No va a Jerusaln. Jerusaln es la Capital. Jess viene para destruir a Jerusaln, esa Jerusaln de piedra y de soberbia, orgullosa sobre las colinas, dura de corazn como las piedras. Jess viene para combatir precisamente a los que se vanaglorian en las grandes ciudades, en las capitales, en las Jerusalenes del mundo.
En Jerusaln viven los poderosos del mundo, los Romanos, dueos de la Tierra y de la Judea, con sus soldados en armas. En Jerusaln manda el representante de los Csares: de Tiberio, borracho, asesino y feln, heredero de Augusto, el hipcrita pederasta, y de Julio, el adltero disipador.
En Jerusaln viven los sumos sacerdotes, los viejos custodios del Templo, los Fariseos, los Saduceos, los Escribas, los Levitas y sus esbirros; los descendientes de aquellos que arrojaron o asesinaron a los Profetas; los petrificadores de la ley; los fanticos de la letra; los altaneros depositarios de la beatera rida.
En Jerusaln estn los tesoreros del Templo, los tesoreros del Csar, los guardianes de los tesoros, los amantes de los tesoros, los publicanos con sus recaudadores y sus parsitos, los ricos con sus siervos y sus concubinas, los mercaderes con sus almacenes colmados, los bancos al aire libre, las bolsas sonantes de siclos, al calor del seno, sobre el corazn.
Jess viene contra todos stos. Viene para vencer a los Amos de la Tierra que pertenece a todos ; para confundir a los Amos de la Palabra que alienta donde Dios quiere ; para condenar a los Amos del Oro materia consumible y funesta.
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Viene para derrocar el reino de los soldados de Roma que oprimen los cuerpos ; el reino de aquellos sacerdotes del Templo que oprimen las almas ; el reino de aquellos amontonadores de moneda que oprimen a los pobres. Viene para salvar a los cuerpos, a las almas, a los pobres. Para ensear la libertad contra Roma, el amor contra los profanadores del Templo, la pobreza contra los ricos. No quiere, pues, comenzar su mensaje en Jerusaln, donde sus enemigos estn concentrados y son ms fuertes. Quiere rodearla, tomarla desde fuera, llegar a ella ms tarde con un pueblo detrs, cuando ya el Reino de los Cielos la haya cercado lentamente. La conquista de Jerusaln ser la ltima prueba; la tremenda batalla entre el ms grande de los profetas y la ciudad devoradora de profetas. Si va ahora a Jerusaln donde entrar luego como un rey, y ser reputado como un malhechor, le prendern al punto y no podr sembrar su palabra en tierras menos ingratas, menos pedregosas.
Jerusaln, como todas las capitales, cloacas mximas donde afluyen los desechos, las basuras, la podredumbre de las naciones, est habitada por una mezcolanza de frvolos, de elegantes, de ociosos, de escpticos, de indiferentes; por un patriciado de ritualistas, a quienes no queda sino la tradicin del ceremonial y el estril rencor de la decadencia; por una aristocracia de propietarios y especuladores, que componen el rebao de Mammn, y por una plebe indcil, turbulenta, ignorante, que vive entre la supersticin y el miedo a las espadas extranjeras. No era Jerusaln buen campo para la siembra de Jess.
Hombre de provincia, vuelve a su provincia. Quiere llevar el fausto Mensaje a los que, antes que los dems, deben recibirlo. A los pobres, a los pequeos, a los humildes, porque el mensaje es especialmente para ellos y lo esperan hace ms tiempo y gozarn de l ms que los dems.
Viene primeramente por los pobres y torna a los pases ms pobres. Por eso, dejando Jerusaln a un lado, llega a Galilea, y entra en la Sinagoga a ensear.
Las primeras palabras de Jess son sencillas, pocas. Parecen las de Juan:
"Ha llegado el tiempo; se aproxima el Reino de Dios, haced penitencia y creed en el Evangelio." 69
Palabras desnudas, breves, oscuras para los modernos por su misma sobriedad. Para entenderlas y entender la diferencia entre el mensaje de Juan y el de Jess, es menester volverlas a traducir a nuestro lenguaje, llenarlas otra vez de su significado eternamente vivo.
Ha llegado el Tiempo. El Tiempo esperado, profetizado, anunciado. Juan deca que pronto vendra un Rey a fundar un nuevo Reino; el Reino de los Cielos. El Rey ha venido y advierte que las puertas del Reino estn abiertas. l es el gua, el camino, la mano, antes de ser Rey en todo el esplendor de la glora celestial.
Este Tiempo no es precisamente el ao dcimoquinto del gobierno de Tiberio. El tiempo de Jess es ahora y siempre, es la eternidad, el momento de su aparicin, el momento de su retorno, el momento de su perfecto triunfo, que todava, cuando escribimos, no ha llegado. El tiempo ha llegado en todo instante, a toda hora es su plenitud con tal que los obreros estn dispuestos; todos los das son suyos; su era no est sealada con cifras; la eternidad no admite cronologas.
Cada vez que un hombre se esfuerza por entrar en el Reino, por realizar el Reino, por enriquecer el Reino, por consolidarlo, defenderlo y proclamar su perpetua santidad y perenne derecho frente a todos los reinos subalternos e inferiores porque son reinos humanos y no divinos, terrestres y no celestiales , entonces, siempre, ha llegado el tiempo. Este tiempo se llama la poca de Jess, la era cristiana, la nueva alianza. No nos separan de aquel tiempo ni siquiera dos mil aos; ni tampoco dos das, porque para Dios mil aos son como un solo da.
El Tiempo ha llegado; tambin hoy estamos en la plenitud de los tiempos. Tambin ahora nos llama Jess; el segundo da todava no ha transcurrido: la fundacin del Reino ha comenzado apenas. Nosotros, que estamos vivos todava en este ao, en este siglo y que no estaremos siempre vivos y acaso no veamos el fin de este siglo, nosotros digo, vivos, presentes, podemos tomar parte en este Reino, entrar en l, vivir, gozarlo. El Reino no es trasnochada fantasa de un pobre Judo de hace veinte siglos; no es una antigualla, un traje viejo, una memoria muerta, un frenes desvanecido. El Reino es de hoy. De maana. De siempre. Una realidad del futuro, llena de porvenir, viva, actual, nuestra. Un 70
trabajo preparado hace poco. Cada cual es libre de poner luego mano en l, de seguirlo inmediatamente. La palabra parece vieja, el mensaje parece antiguo, repetido por los ecos de dos milenios, pero el Reino como hecho, como cumplimiento, realizacin , es siempre nuevo, siempre joven; tiene todava que crecer, que florecer, que prosperar, que engrandecerse. Jess arroj en tierra la semilla, pero la semilla, en dos milenios humanos, transcurridos como un perezoso invierno en el espacio de sesenta generaciones humanas, no ha acabado todava de germinar. Ser esta estacin presente, despus del diluvio de sangre, la divina primavera esperada?
Aprenderemos lo que es este Reino, pgina por pgina, de las mismas palabras de Jess. Pero es menester que no lo imaginemos como un paraso de delicias, como una tediosa Arcadia de satisfechos, como un inmenso coro triunfal con los pies en las nubes y la cabeza entre las estrellas.
El Reino de Dios, en las palabras de Cristo, est contrapuesto al Reino de Satans; el Reino de los Cielos es la anttesis del Reino de la Tierra. El Reino de Satans es el Reino del Mal del engao, de la crueldad, de la soberbia ; el Reino de lo Bajo. Por lo tanto, el Reino de Dios significa el Reino del bien, de la sinceridad, del amor, de la humildad; el Reino de lo Alto.
El Reino de la Tierra es el Reino de la materia, y de la carne: el Reino del Oro y de la envidia, de la avaricia y de la lujuria; el Reino de todo aquello que aman los hombres locos y podridos.
El Reino de los Cielos ser su contrario: el Reino del espritu y del alma, el Reino de la renunciacin y de la pureza, el Reino de todos los valores que buscan los hombres que saben el no-valor de todo lo dems.
Dios es Padre, Bondad; el Cielo es lo que est sobre la Tierra, el Espritu, por tanto. El Cielo es la sede de Dios; el espritu es el dominio de la Bondad.
Quien se arrastra por la tierra, quien goza sobre la tierra, quien se complace en la materia, es la Bestia; quien vive mirando al cielo, deseando el cielo, esperando vivir para 71
siempre en el cielo, trabajando eficazmente por conseguir el cielo, es el Santo. La mayor parte de los hombres son bestias; Jess quiere que las Bestias se conviertan en Santos. Tal es el sentido sencillo y siempre vivo del Reino de Dios y del Reino de los Cielos.
El Reino de Dios es de los hombres y para los hombres. "El Reino de Dios est dentro de vosotros." Empieza en seguida; en esta vida, sobre la tierra, para nuestra felicidad. Depende de nuestra voluntad, de que respondamos o no. Haceos perfectos y el Reino de los Cielos se extender sobre la Tierra; el Reino de Dios crecer entre los hombres.
Aade, en efecto, Jess: Haced penitencia. Tambin aqu la antigua palabra ha sido desvirtuada de su sentido verdadero y magnfico. La palabra de Marcos es propiamente la "mutatio mentis", el cambio de la mente, la transformacin del alma. Metamorfosis es cambio de forma; un cambio de espritu. Se podra traducir ms bien como "conversin", que es la renovacin del hombre interior; ahora bien, las ideas de arrepentimiento" y de "penitencia" no son ms qu aplicaciones e ilustraciones de la invitacin de Jess, el cual pona como condicin del advenimiento del Reino y al mismo tiempo como la sustancia misma del nuevo orden la conversin completa, la inversin de la vida y de los valores comunes de la vida; la transmutacin de la vida, de los sentimientos, de los juicios de las intenciones; la que llam, en suma, hablando con Nicodemus, "el segundo nacimiento".
l explicar poco a poco en qu sentido y modo ha de acaecer esa transformacin total del alma humana; toda su vida estar consagrada a esa enseanza y al ejemplo. Pero, entretanto, se contenta con aadir esta sola conclusin
Creed en el Evangelio.
Por Evangelio los hombres de hoy entienden generalmente el cudruple Libro donde la historia de Jess est escrita y encuadernada. Pero Jess no escriba libros ni pensaba en volmenes. Por Evangelio entenda segn el llano y dulce significado de la palabra lo que la tradicin literaria llama la "Buena Nueva" y se podra traducir mejor como "Fausto Mensaje". Jess es un Mensajero (en griego, ngel) que lleva un anuncio feliz, una buena embajada. Lleva el Alegre Mensaje, de que los enfermos sern curados, los ciegos vern, los pobres se enriquecern de inacabables riquezas, los hambrientos gozarn, los 72
pecadores podrn ser perdonados, los inmundos lavados, los imperfectos podrn hacerse perfectos, las Bestias Santos y los Santos ngeles, semejantes a Dios.
Para que el Reino venga, para que cada cual se preocupe de ese advenimiento, es necesario primeramente creer en tal mensaje, creer que el Reino es realizable y prximo. S no hay fe en la promesa, nadie har las cosas necesarias para que la promesa pueda ser mantenida. nicamente la certidumbre de que el Anuncio no es un engao y de que el Reino no es la mentira de un aventurero o la alucinacin de un obseso; nicamente la seguridad de la sinceridad y la validez del Mensaje puede empujar a los hombres a poner mano en la obra de la fundacin.
Jess, con sus pocas palabras oscuras para los ms ha sentado los principios de su enseanza. La plenitud de los Tiempos: es menester comenzar ahora, en seguida. El advenimiento del Reino: victoria del Espritu sobre la Materia, del Bien sobre el Mal, del Santo sobre el Bruto. La Metanoia: transformacin total de las almas. El Evangelio: el alegre anuncio de que todo eso es verdad y perpetuamente posible.
CAFARNAUM
Estas cosas enseaba Jess a sus Galileos en los umbrales de las casitas blancas, en las sombreadas plazuelas de las ciudades, o en las arenas del lago, apoyado en una barca sacada a tierra, con los pies entre los guijarros, al atardecer, cuando el sol caa rojo en Occidente, llamando al reposo.
Muchos le escuchaban y seguan porque, dice Lucas, "su palabra era poderosa". Las palabras no eran del todo nuevas: pero era nuevo el hombre y el calor de su voz y el bien que haca aquella voz que surga del corazn y tocaba a los corazones. Era nuevo el acento de aquellas palabras y nuevo el sentido que cobraban en aquella boca, iluminadas por aquella mirada. No era el Profeta montaraz, vociferante en lugares ridos lejos de los hombres, solitario, distante, que obligaba a los dems a ir a l si queran orlo. Este es un 73
Profeta que vive como hombre entre los hombres, de todos amigo, que ama aun a los que nadie ama; un camarada, un compaero bondadoso y afable que va a sus hermanos, que se mueve para buscarlos donde estn, donde trabajan, en las casas, en los caminos habitados, y que come el pan y bebe el vino en la mesa, y si es preciso le echa una mano al pescador para sacar la red y dice a todo el mundo una buena palabra: al melanclico, al enfermo, al mendigo.
Los sencillos, como los animales y los nios, comprenden por instinto que los ama, y le creen, y son felices cuando llega hasta varan de cara, y se entristecen cuando se vuelve a marchar. A veces no saben dejarlo y van detrs de l hasta la muerte.
Jess pasaba sus das con ellos, caminando a pie de un pueblo a otro, o hablando, sentado, a los amigos de la primera hora. Siempre le fue cara la soleada playa de su Lago, a lo largo de la concha de agua plcida, serena, lmpida, apenas movida por el viento del desierto, apenas poblada por las barcas que bogan silenciosas y parecen, de lejos, sin dueo. La costa occidental del Lago fue su primer reino; donde hall los primeros oyentes, los primer persuadidos, los primeros discpulos.
En Nazareth, aunque la visit, se detuvo poco. Volver ms tarde, acompaado por sus Doce y precedido por el clamor de sus milagros, y le tratarn como todas las ciudades del mundo incluso ms ilustres en cortesa, Atenas y Florencia han tratado a aquellos de sus ciudadanos que las han hecho grandes entre todas. Despus de haberse burlado de l le han visto nio: cmo es posible, piensan, que sea un gran Profeta? , intentan arrojarlo a un precipicio.
En ninguna ciudad se detiene para quedarse. Jess es un Errante, lo que el hombre ventrudo y sedentario, apoyado en el quicio de la puerta, llamara Vagabundo. Su vida es un perenne Viaje. Antes que el otro aquel que fue condenado a la inmortalidad por Un condenado a muerte es el verdadero Judo Errante. Nace en la etapa de un viaje y no en una posada, porque en la de Beln no haba sitio para la peregrina encinta. Todava infante, lo llevan por los largos caminos abrasados de sol que conducen a Egipto. De Egipto vuelve al agua y al verdor de Galilea. Desde Nazareth va muchas veces, por la Pascua, a Jerusaln. La voz de Juan le llama al Jordn; una voz interior le empuja al 74
Desierto. Y despus de los cuarenta das de hambre y de tentacin empieza su continua peregrinacin de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de montaa en montaa, a travs de la divina Palestina. Frecuentemente lo hallaremos en su Galilea, en Cafarnaum, en Corozan, en Can, en Magdala, en Tiberades. Pero muchas ms veces aun atraviesa la Samaria y se sienta de grado junto al pozo de Sichar. Lo volvemos a hallar de cuando en cuando en la Tetrarqua de Filipo, en Bethsaida, en Gadara, en Cesarea y tambin en Gerasa, en la Perca de Herodes Antipas. En Judea se detiene, de mejor gana en Betania, a pocas millas de Jerusaln, o en Jeric. Pero no se arredra tampoco para atravesar los confines del antiguo Reino y descender entre los gentiles. Lo hallamos, en efecto, en Fenicia por la parte de Tiro y de Sidn, y la Transfiguracin sucedi en lo alto del monte Hermn, en Siria. Despus de la Resurreccin aparece en Emmas, en las orillas de su lago de Tiberiades y, finalmente, en Betania, junto a la casa del resucitado Lzaro.
Es el Viandante sin descanso, el Errante sin casa, el Vagabundo por amor, el Desterrado voluntario en su propia patria. l mismo dice que no tiene una piedra en que reclinar la cabeza; y es verdad que no posee un lecho propio en que tenderse todas las noches, ni una estancia que pueda decir suya. Su verdadera casa es el camino que lo lleva, juntamente con sus primeros amigos, en busca de amigos nuevos; su lecho es el surco de un campo, el banco de una barca, la sombra de un olivo. A veces duerme en las casas de los que le aman; pero es husped fugitivo, de corta estancia.
En los primeros tiempos, lo encontramos ms frecuentemente en Cafarnaum. Sus itinerarios all empezaban y all acababan. Mateo la llama "su ciudad". Cafarnaum ha pasado a nuestras lenguas en el sentido de confusin y algaraba. En efecto, la primera aldea de pescadores y campesinos, en los ltimos tiempos, haba engrosado, haba echado vientre. Situada en el camino de las caravanas que desde Damasco, a travs de la Iturea, iba al mar, haba llegado a ser poco a poco un emporio mercantil de gran importancia. Haban ido a establecerse all artesanos, traficantes, mercaderes,
comisionistas, tenderos. Los hombres de la finanza como las moscas corren a las peras podridas all haban acudido: publicanos, recaudadores y otros funcionarios del fisco. El pueblecito, entre agreste y pescador, se haba convertido en una ciudad abigarrada y heterognea donde la sociedad de entonces, incluso soldados y rameras, estaba toda representada. Pero Cafarnaum, mirndose en el Lago, ventilada por el aire de las colinas 75
prximas y por la brisa del agua, no estaba por completo putrefacta como las ciudades sirias y como Jerusaln. Haba todava labradores que todos los das iban al campo y pescadores que todos los das salan en sus barcas. Buena gente, pobre, sencilla, cordial; hombres a los que se poda hablar de algo ms que de mercancas y de dinero. Entre ellos se respiraba.
El sbado, Jess iba a la Sinagoga. Todo el mundo tena derecho a entrar y leer, e incluso a hablar sobre lo que se haba ledo. Era una simple casa, una estancia desnuda adonde se iba en compaa de amigos y de hermanos a conversar acerca de Dios.
Jess se levantaba, peda un volumen de las Escrituras ms frecuentemente los Profetas que la Ley y recitaba con voz tranquila dos, tres, cuatro, pocos versculos. Luego empezaba a hablar con elocuencia intrpida y tajante que confunda a los Fariseos, tocaba a los pecadores, conquistaba a los pobres, encantaba a las mujeres.
El viejo texto se transfiguraba de improviso, se haca transparente, actual para todos; pareca una verdad nueva, un descubrimiento hecho por ellos, un discurso odo por primera vez; las palabras acartonadas por la antigedad y resecas por las repeticiones, tomaban de nuevo vida y color: un nuevo sol las doraba una por una, slaba por slaba; palabras frescas, como acuadas en aquel momento, resplandecientes a todos los ojos como una imprevista revelacin.
En Cafarnaum nadie se acordaba de haber odo a un Rab as. Los sbados que hablaba Jess, la Sinagoga estaba llena; el pueblo se desbordaba hasta la calle. Todo el que poda ir, iba.
El Hortelano que aquel da haba dejado la azada y no tena que darle vueltas a la noria para dar agua a sus verduras alineadas; el Herrero, el buen herrero del pueblo, el hombre negro de humo, negro de polvo y de limaduras todos los das, pero hoy, da de sbado, lavado, arreglado, con la cara un tanto fosca pero limpia, aclarada, fregada en varas aguas, y lo mismo las manos, con la barba peinada y ungida con ungento de poco precio pero que, no obstante, huele como el de los ricos ; el Herrero que est todos los das al fuego, sucio y sudoroso, menos este da, que es sbado y va a la Sinagoga para 76
escuchar las antiguas palabras del "Antiguo de los Das", del Dios de sus padres, y va por devocin, pero tambin porque van sus parientes, sus amigos, sus vecinos, y se los encuentra a todos, y tambin, en fin, porque es largo el da, todo este da de fiesta sin trabajo, sin el martillo en la mano, sin tenazas, y en Cafarnaum no hay ms refugio que ste; el Albail el mismo que ha trabajado en esta pequea casa de la Sinagoga y la ha hecho pequea porque los viejos seores, buenas personas y timoratas, pero un poco avaras, no queran gastar demasiado ; el Albail que siente todava los brazos un poco doloridos y cansados por el trabajo de seis das y no cuenta las piedras que ha puesto y las paletadas de cal que ha echado en la pared entre piedra y piedra esta semana; el Albail que se ha vestido hoy el traje nuevo y se ha acurrucado en el suelo, l que todos los dems das est en pie y en movimiento, y con el ojo atento para que el trabajo salga bien, y el amo est contento, tambin el buen Albail ha ido a aquella casa que le parece un poco suya.
Han ido tambin los pescadores, el joven y el viejo, ambos quemados del sol y con los ojos entornados de tanto tenerlos a la llama del reflejo, y el viejo es ms hermoso por el contraste que hacen la cabellera y la barba blanca con el rostro ennegrecido y arrugado; los Pescadores han volcado las barcas en la arena, las han atado a un palo, han puesto las redes en el techo y han ido a la Sinagoga, aunque no estn acostumbrados a estar entre paredes y sientan tal vez cierta confusa nostalgia de los remolinos del agua en la proa.
Tambin estn all los labradores de los campos vecinos, labradores casi ricos, que llevan una tnica que no desdice entre las dems, y estn contentos de la mies, que pronto pedir la hoz; no quieren olvidarse de Dios, que hace granar la cebada y florecer las vias. Estn los Pastores, llegados por la maana, ovejeros y cabreros, que todava conservan el tufo del redil. Pastores que viven toda la semana en los pastos del monte, sin ver un alma, sin malgastar una palabra, solos con los plcidos animales que rumian en paz la hierba nueva.
Los pequeos propietarios, los pequeos tenderos, los seores de Cafarnaum, han ido todos. Son hombres devotos y de bien. Estn en las primeras filas, graves, con los ojos bajos, satisfechos de los negocios de los pasados das, satisfechos de su conciencia porque han observado la Ley sin engaar y sin mancharse. Se ven las filas de sus 77
espaldas cubiertas de finas vestiduras; espaldas arqueadas, pero amplias; espaldas de amos; espaldas de gente en regla con el mundo y con Dios. Hay tambin forasteros de paso, mercaderes que van a Siria y vuelven a Tiberiades. Han ido por condescendencia y por costumbre, quizs para encontrar un cliente, y mirando a todos a la cara con la arrogancia que da el dinero a las almas indigentes.
Al fondo de la estancia porque la Sinagoga no es ms que una habitacin alargada, blanqueada, poco ms grande que una escuela, que una hostera, que una cocina , estn acurrucados, como perros juntos a la puerta, como los que tienen siempre la sospecha de que van a ser arrojados, los pobres del pueblo, los ms pobres de todos, los que viven de cualquier trabajo a salto de mata, de tal cual limosna echada en cara y tambin oh, miseria! del tal cual pequeo latrocinio; los harapientos, los piojosos, los esclavos, los desgraciados; las viejas viudas que tienen a los hijos lejos; los hurfanos jvenes que no saben todava ganarse el pan; los viejos encorvados a quienes nadie reconoce; los enfermos sin fuerzas; los que padecen enfermedades incurables; aquellos a quienes la cabeza ya no dice la verdad y no saben ni pueden trabajar; los fracasados, los rechazados, los abandonados, los que comen cuando pueden y nunca lo suficiente para quitarse el hambre los que recogen lo que los dems tiran: los mendrugos, la cabeza de los pescados, los tronchos, las cortezas, y duermen cundo aqu, cundo all, y padecen el fro en el invierno y esperan todos los aos el verano, encanto de los pobres, cuando hay una fruta que coger a lo largo de los caminos. Tambin ellos, los pedigeos, los desventurados, los tiosos, los desfallecidos, cuando llega el sbado, van a la Sinagoga, para escuchar las historias de los libros. No los pueden echar fuera; tienen el mismo derecho que los dems; son hijos del mismo Padre y siervos del mismo Seor. Se sienten aquel da un poco ms consolados de su miseria porque pueden or la misma palabra que los ricos y los sanos. Aqu no les sirven comida distinta, peor, ms vil, como sucede en las casas, donde el amo se toma lo mejor y el pordiosero, en el umbral, debe contentarse con lo peor. Aqu el alimento es igual para el que tiene y para el que no. Las palabras de Moiss son las mismas, perpetuamente las mismas, para el que posee el ms pinge rebao y para el que no tiene siquiera un cuarto de cordero para el da de Pascua. Pero las palabras de los Profetas son mejores para ellos que las de Moiss. Ms duras para los grandes, pero mejores para los pequeos. La pobretera espera todos los sbados que alguien lea un captulo de Ams o de Isaas. Porque los Profetas defendan a los desnudos 78
y anunciaban el castigo y un mundo nuevo: "Y alguno que fue vestido de prpura se ver forzado a revolverse en el estircol."
Y he aqu que aquel sbado haba Uno que vena principalmente por ellos, que hablaba principalmente para ellos, que haba abandonado el Desierto para anunciar una Buena Nueva a los pobres y a los enfermos. Nadie haba hablado de ellos como l. Nadie haba demostrado quererlos tanto. Como aquellos viejos Profetas que no haban vuelto a consolarlos, tena por ellos una simpata que ofenda a los afortunados pero llenaba sus corazones de consuelo y esperanza.
Cuando Jess terminaba de hablar se daban cuenta de que los ancianos, los burgueses, los amos los seores, los fariseos, los hombres que saban leer y ganar, movan la cabeza con actitud de mal augurio y se levantaban torciendo el gesto y murmurando entre s, medio despechados y medio escandalizados, y apenas fuera, un rumor de cauta desaprobacin sala de entre los pelos de las grandes barbas negras y plateadas. Pero nadie se rea.
Les seguan los mercaderes erguidos, impertrritos, pensando ya en el maana. Quedaban en ltimo trmino los Trabajadores, los Pobres, los Pastores, los Campesinos, los Hortelanos, los Herreros, los Pescadores, y luego todos los mendigos en rebao, los hurfanos desheredados, los viejos sin salud, los leprosos sin casa, los desventurados sin compaa, los necesitados sin un cuarto; los roosos, los mancos, los abatidos, los desechados. No podan apartar los ojos de Jess. Hubieran querido que siguiese hablando, que revelase el da del nuevo Reino en que esperaban levantarse de toda aquella miseria y ver con sus propios ojos el desquite. Las palabras del joven haban hecho redoblar los latidos de sus corazones fatigados y heridos. Un consuelo de luz, una claridad de firmamentos y de glorias, una alucinacin de vendimias, de banquetes, de descansos y de abundancias nacan de aquellas palabras en las almas ricas de los pobres. Porque ni aun ellos haban entendido bien lo que el Maestro haba querido decir, y el Reino por ellos entrevisto tena semejanza an con el Pas de Jauja de los filisteos.
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Pero nadie le quera como ellos; nadie le querr despus como los hambrientos de paz y de verdad de Galilea. Hasta los pobres menos pobres, los trabajadores, los braceros, los pescadores, los que tenan menos hambre de pan, le amaban por el amor de aquellos.
Y todos, cuando sala de la Sinagoga, le esperaban en la calle para volverlo a ver; le seguan tmidos, atolondrados. Cuando entraba en casa de algn amigo para comer, casi sentan celos y haba quien se estaba frente a la puerta hasta que volva a aparecer. Entonces, atrevindose un poco ms, se le acercaban e iban todos juntos a lo largo de la orilla del Lago. Otros se agregaban en el camino, y cundo el uno, cuando el otro el valor, a cielo abierto, fuera de la Sinagoga, creca le interrogaban. Y Jess, parndose, responda a aquel populacho oscuro con palabras que no se olvidarn nunca.
Salan a veces, entrada la noche, cuando haba luna, y volvan por la maana temprano, poco despus de ponerse la luna y antes de salir el sol. Jess con frecuencia los esperaba en la playa y era el primero en saludarlos. Pero no siempre la pesca haba ido bien; cuando volvan con las manos vacas, rendidos y malhumorados, Jess los saludaba con palabras que hacan bien al corazn, y los desilusionados, aunque no hubiesen dormido, le escuchaban de buen grado.
Una maana, mientras Jess, a la orilla, hablaba a la gente que se haba parado en derredor suyo, dos barcas volvan haca Cafarnaum. Los pescadores, una vez en tierra, 80
empezaron a remendar las redes. Entonces Jess, entrando en una de las barcas, rog que la separasen un poco de tierra para no ser agobiado por el gento. Y en pie, junto al timn, enseaba a los que se haban quedado, en tierra. Y acabado que hubo de hablar, dijo a Simn:
Maestro, nos hemos cansado durante toda la noche y no hemos sacado nada, ni un pececillo. Pero, con todo, por obedecerte, echar las redes.
Apenas estuvieron un tanto apartados de la orilla, Simn y Andrs, su hermano, echaron en el agua una red grande. Y cuando la sacaron estaba tan llena de peces, que casi se rompan las mallas. Entonces los dos hermanos llamaron a los compaeros de la otra barca para que fuesen a ayudarlos, y, echadas otra vez las redes, de nuevo las sacaron colmadas. Simn, Andrs y los otros exclamaban: "Milagro!", y daban gracias a Jess, que les haba trado tal fortuna. Simn. naturalmente impetuoso, se arroj a los pies del Maestro, gritando:
Seor, aprtate de m, que soy pecador y no soy digno de tener un santo en mi barca.
De vuelta a la orilla, sacaron a tierra las barcas y, abandonadas las redes, los dos hermanos le siguieron. Y pocos das despus Jess vio a los otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, los que antes eran compaeros de Simn y Andrs, y los llam mientras estaban recomponiendo las redes rotas. Y tambin ellos, despidindose de su padre, que estaba en la barca con los criados, y dejando sin ms las redes rotas, le siguieron.
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Jess ya no estaba solo. Cuatro hombres, dos parejas de hermanos que fraternizaban ms profundamente en la fe comn, estaban dispuestos a acompaarlo a donde quisiese ir, a partir el pan con l, a repetir sus palabras, a obedecerlo como a padre y mejor que si fuese su padre. Cuatro pobres pescadores, cuatro sencillos hombres del Lago, hombres que apenas saban leer y a duras penas saban hablar; cuatro hombres humildes que nadie haba sabido distinguir de los dems, eran llamados por Jess para fundar con l un Reino que haba de ocupar toda la tierra. Por l haban dejado las fieles barcas que tantas veces empujaron al agua y tantas veces haban amarrado al desembarcadero, y las viejas redes y las nasas que haban sacado del agua millares de peces, y padre, familia y casa; lo haban dejado todo por seguir a aquel hombre que no prometa dineros ni tierras, y hablaba siempre de amor, de pobreza y de perfeccin.
Aunque su espritu permanezca siempre harto bajo en parangn con el del Maestro; aunque un poco toscos y rudos, y aunque a veces duden y vacilen y no entiendan sus verdades y sus parbolas, y al cabo le abandonen momentneamente, todo, al fin, les ser perdonado en atencin a la cndida y segura prontitud con que le han seguido al primer llamamiento.
Quin de nosotros, de cuantos vivimos, sera capaz hoy de imitar a los cuatro pobres de Cafarnaum? S un Profeta viniese y dijese al Mercader: deja el mostrador y la caja; y al Profesor: baja de la ctedra y arroja los libros; y al Ministro: abandona tus papeles y las mentiras que son redes para los hombres; y al Obrero: deja esos utensilios, que voy a darte otro trabajo; y al Labrador: interrumpe a la mitad el surco y deja el arado entre los terrones, que yo te prometo una recoleccin ms maravillosa; y al Maquinista: deja tu mquina y ven conmigo, que el espritu vale ms que el metal; y al Rico: regala todos tus bienes, que adquirirs conmigo un tesoro inapreciable si un Profeta nos hablase as a nosotros, hombres del presente, cuntos le seguiramos con la sencilla espontaneidad de aquellos antiguos pescadores?. Pero Jess no ha hecho una seal a aquellos mercaderes que estn traficando en las plazas y en las tiendas, ni a aquellos fariseos que mascullan de continuo las ms pequeas prescripciones legales y saben citar de memoria los versculos de los Libros, ni a los labradores harto apegados a la tierra y al ganado, ni mucho menos a los hartos, a los ahtos, a los contentos que no se preocupan de otros reinos porque su reino ha llegado hace tiempo. 82
No por azar elige Jess sus primeros soldados entre los Pescadores. El Pescador, que vive gran parte de sus das en la pura soledad del agua, es el hombre que sabe esperar. Es el hombre paciente que no tiene prisa, que echa su red y confa en Dios. El agua tiene sus caprichos, el Lago sus fantasas; los das no son nunca iguales. No sabe, al partir, si volver con la barca colmada o sin un pez siquiera que poner al fuego para su almuerzo. Se pone en manos del Seor, que manda la abundancia y la caresta; se consuela del da malo pensando en el bueno que viene y en el que vendr. No desea enriquecimientos imprevistos, contento con poder cambiar el fruto de su pesca por un poco de pan y de vino. Es puro de alma y de cuerpo; lava sus manos en el agua y baa su espritu en la soledad.
De estos pescadores de Cafarnaum, que hubieran muerto en la oscuridad sin que nadie, ni los vecinos, se hubiesen dado cuenta, Jess hizo Santos, a quienes los hombres, aun hoy, recuerdan y rezan. Los grandes hombres los crea Uno ms grande; de un pueblo sooliento, saca los despertadores; de un pueblo muelle, los guerreros; de un pueblo ignorante, los maestros.
En todo tiempo se elevan hogueras si hay mano que sepa encenderlas. Si aparece un David, encuentra enseguida sus Ghibborm; un Agamenn, sus hroes; un Arturo, sus Pares; un Carlomagno, sus Paladines; un Napolen, sus Mariscales. Y Jess hall, entre los aldeanos de Galilea, sus Apstoles.
Jess no buscaba guerreros armados, vencedores de enemigos, conquistadores de pueblos. Sus Apstoles deban, s, pelear; pero la buena batalla de las Perfecciones contra la Corrupcin, de la Santidad contra el Pecado, de la Salud contra la Enfermedad, del Espritu contra la Materia, del Futuro feliz contra el Pasado infecundo. Los Apstoles ayudarn a Jess a transmitir el venturoso mensaje a los dolientes, hablarn en su nombre en los lugares que l no visite en persona, y en su nombre proseguirn su obra despus que l haya muerto.
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LA MONTAA
El Sermn de la Montaa es el ttulo ms grande de la existencia de los hombres. De la presencia de los hombres en el infinito universo. La justificacin de nuestro vivir. La patente de nuestra dignidad de seres provistos de alma. La prenda de que podremos elevarnos sobre nosotros mismos y ser ms que hombres. La promesa de esta posibilidad suprema, de esta esperanza, de nuestra ascensin sobre la Bestia.
S un ngel, descendido hasta nosotros de un mundo superior, nos pidiese lo mejor y de ms alto precio que tuviramos en nuestras casas, la prueba de nuestra certidumbre, la obra maestra del espritu en lo ms alto de su poder, no le llevaramos ante las grandes mquinas engrasadas, ante los prodigios mecnicos de los que estpidamente nos envanecemos siendo as que han hecho la vida ms esclava, ms afanosa, ms corta son, las ms de las veces, materia al servicio de necesidades y superfluidades materiales ; mas le ofreceramos el Sermn de la Montaa y despus, nicamente despus, un centenar de pginas arrancadas de los poetas de todos los pueblos. Pero el Sermn sera siempre el diamante nico, refulgente en su lmpido esplendor de luz deslumbrante entre la coloreada miseria de las esmeraldas y de los zafiros.
Y si un da fuesen llamados los hombres ante un tribunal sobrehumano, y hubiesen de dar cuenta a los jueces de todos los errores cometidos y de las antiguas infamias renovadas todos los das, y de los estragos que duran desde hace milenios, y de toda la sangre salida de las venas de nuestros hermanos, y de todas las lgrimas vertidas por los ojos de los hijos de los hombres, y de nuestra dureza de corazn, y de nuestra perfidia, que es comparable nicamente con nuestra imbecilidad, no llevaramos ante ese tribunal las razones de los filsofos, por sabias y bien hiladas que sean, ni las ciencias, sistemas efmeros de smbolos y de recetas; ni nuestras leyes, turbias componendas entre la ferocidad y el miedo. No mostraramos, como compensacin de tanto mal y resarcimiento de nuestras empedernidas morosidades, como descargo de sesenta siglos de atroz historia y como atenuante nica de todas las acusaciones, nada ms que los pocos versculos del Sermn de la Montaa y los frutos que ha producido.
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Quien lo ha ledo una vez y no ha sentido, al menos en el breve momento de la lectura, un estremecimiento de agradecida ternura, un principio de llanto en lo ms hondo de la garganta, un ansia de amor y remordimiento, una necesidad confusa pero punzante de hacer algo para que aquellas palabras no sean tan slo palabras, para que aquel sermn no sea nicamente sonido y smbolo sino esperanza inminente, vida viva en todos los vivos, verdad presente, verdad para siempre y para todos; quien lo ha ledo una vez y no ha experimentado todo esto, mejor que ningn otro merece nuestro amor, porque todo el amor de los hombres no podr nunca compensarle de lo que ha perdido.
La Montaa sobre la cual estaba Jess el da del Sermn, era ciertamente menos alta que aquella desde donde Satans le haba hecho ver los reinos de la tierra. Desde all no se vea ms que la campia tendida al sol manso de la tarde, y de una parte el valo verdeplata del lago y de la otra la larga cresta del Carmelo, donde Elas venci las asechanzas de los secuaces de Baal. Pero desde aquel monte humilde, que nicamente la hiprbole de los cronistas llam montaa, y tal vez fuera un altozano o una roca apenas elevada de la tierra, desde aquel monte que ni siquiera mereca el nombre de monte, Jess hizo ver el Reino que no tiene fin ni confn, y escribi en la carne de los corazones no en tablas de piedra, como en el Sina el canto del hombre nuevo, el himno de la soberana excelencia.
"Cun bellos son los pies de aquel que sobre los montes anuncia y predica la paz!" . Isaas no fue nunca tan profeta como en el momento en que le brotaron del alma estas palabras.
Jess estaba sentado en una altura en medio de los primeros Apstoles, cercado por centenares de ojos que miraban sus ojos, y alguien le pregunt a quin correspondera ese Reino de Dios del que tanto hablaba siempre.
Jess respondi con las nueve Bienaventuranzas, que son como el peristilo, "flgido de fulgor", de todo el Sermn.
Las Bienaventuranzas, frecuentemente deletreadas todava hoy por aquellos mismos que han perdido su sentido, frecuentemente se interpretan mal. Muy a menudo se las amputa, 85
se las mutila, se las deforma, se las envilece, se las tuerce. Y con todo, compendian el primer da, aquel festivo da de la enseanza de Jess.
"Bienaventurados los pobres de espritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos". Lucas omiti las palabras "de espritu" y dijo, sin ms: los pobres. Alguien, moderno y malicioso, entendi los simples, los tontos, los beocios. Habra que escoger, en suma, entre los desheredados y los imbciles.
Jess no pensaba en aquel momento ni en los unos ni en los otros. Jess no simpatizaba con los ricos y detestaba con toda su alma la avidez de la riqueza, estorbo grandsimo al verdadero enriquecimiento del alma. Jess prefera a los pobres, y los confortaba porque tienen ms necesidad de calor, y les hablaba porque tienen ms necesidad de ser saciados con palabras de amor; pero estaba lejos de pensar que bastase el ser pobre material, socialmente pobre para sin ms tener derecho a gozar del Reino.
Jess nunca mostr admiracin de esa inteligencia que es slo inteligencia de cosas abstractas y memoria de frases; los puramente sistemticos y metafsicos, los sofistas, los escudriadores de la naturaleza, los devoradores de libros no hubieran hallado gracia ante sus ojos. Pero la inteligencia, el poder de entender los signos de lo porvenir y el sentido de los smbolos la inteligencia iluminadora y proftica, adueamiento amoroso de la verdad era tambin un don a sus ojos, y muchas veces lament que tan poca demostrasen sus oyentes y sus discpulos. La suprema inteligencia consista para l en comprender que la inteligencia sola no basta, que es menester tambin dar el alma para obtener la felicidad porque la felicidad no es sueo absurdo, sino siempre posible y al alcance de la mano , pero que la inteligencia debe ayudarnos en esa total transmutacin. No eran, pues, los tontos y los mentecatos a quienes llamaba bienaventurados.
Pobres de espritu son aquellos que tienen plena y dolorosa conciencia de su pobreza espiritual, de la imperfeccin de su propia alma, de la escasez de bien que hay en todos nosotros, de la indigencia moral en que yace la mayora. Solamente los pobres que saben de veras que son pobres padecen su pobreza, y porque padecen intentan salir de ella. Muy diferentes de los falsos ricos, de los ciegos, de los orgullosos ricos que se creen 86
perfectos e imperfectibles, en regla con todos, en gracia de Dios y de los hombres, y no sienten el ansia de ascender, porque se creen en lo alto, porque no se dan cuenta de su insondable miseria.
Aquellos, pues, que se confiesen pobres y padezcan por conquistar la verdadera riqueza que es la perfeccin, llegarn a ser santos como santo es Dios y de ellos ser el reino de los Cielos. Aquellos, por el contrario, que descansen satisfechos en el contento de s mismos, que no sientan el hedor de la basura amontonada y oculta bajo la vanagloria, no entrarn en el Reino.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseern la tierra". La tierra que aqu se promete no es el campo del terruo ni las monarquas con ciudades construidas. En el lenguaje mesinico, "poseer la tierra" significa participar en el nuevo Reino. El soldado que combate por la tierra terrestre tiene cierta necesidad de ser feroz. Pero el que combate en s mismo por la conquista de la nueva tierra y del nuevo cielo, no debe entregarse a la rabia, consejera del mal, ni a la crueldad, negacin del amor. Los mansos son aquellos que soportan la vecindad de los malos y la propia, muchas veces ms ingrata; que no se revuelven contra los malos, pero los vencen por la dulzura; y no se enfurecen a las primeras contrariedades, sino que vencen al eterno adversario con aquella plcida constancia que manifiesta ms fuerza de nimo que los estriles y sbitos furores. Son semejantes al agua, que es suave al contacto y hace sitio a todos, pero que asciende lentamente, penetra en silencio y consume mansamente, con la paciencia de los aos, los ms duros pedernales.
porque la luz del cielo no aprovecha a los hombres si los ojos de stos no la reflejan , y lloran la lejana de ese bien infinitas veces soado, infinitas veces prometido y, sin embargo, por culpa nuestra y de todos, cada vez ms lejano; los que lloran las ofensas recibidas, sin aumentar los afanes con las venganzas, y lloran el mal que han hecho y el bien que hubieran podido hacer y no han hecho; los que no se desesperan por haber perdido un tesoro visible, sino que ansan los tesoros invisibles; los que as lloran, apresuran con las lgrimas la conversin, y es justo que un da sean consolados.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos sern hartos". La justicia que Jess entiende aqu no es la justicia de los hombres, la obediencia a las leyes humanas, la conformidad a los cdigos, el respeto de los usos y transacciones establecidos por los hombres. El justo, en la lengua de los salmistas y los profetas, es el hombre que vive segn la voluntad de Dios, arquetipo supremo de toda perfeccin. No segn la Ley escrita por los escribas, registrada en los libros, diluida en la casustica talmdica, enturbiada por la sutileza de los fariseos, sino segn la ley nica y sencilla que Jess reduce a un mandamiento que los contiene todos: Ama a Dios sobre todas las cosas y a todos los hombres, prximos y lejanos, conciudadanos y extranjeros, amigos y enemigos, como a ti mismo. Aquellos que padecen un continuo deseo de esta justicia calmarn en el Reino su hambre y su sed. Aunque no consigan ser en todo perfectos, mucho les ser condonado por lo que la vspera padecieron.
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos hallarn misericordia". El que ame ser amado, el que socorra ser socorrido. La ley del Talin est abolida para el Mal, pero contina en vigor para el Bien. Cometemos de continuo pecados contra Dios, y esos pecados no nos sern perdonados mientras no perdonemos los cometidos contra nosotros. Cristo est en todos los hombres, y lo que a ellos hagamos nos ser hecho "Lo que hagis al ms pequeo de vosotros, me ser hecho a m". Si tenemos compasin de los dems podremos tener compasin de nosotros mismos; nicamente con la condicin que perdonemos el mal que los dems nos han hecho podremos esperar que Dios nos perdone el que nos hagamos a nosotros mismos.
"Bienaventurados los limpios de corazn, porque ellos vern a Dios. Son limpios de corazn los que no tienen otro deseo que la perfeccin, otra gloria que la victoria sobre el 88
mal que por doquier nos acecha. Quien tenga el corazn rebosante de locos deseos, de ambiciones terrestres y de todas las concupiscencias que acucian a la gusanera que se retuerce sobre la tierra, no podr ver nunca a Dios cara a cara, nunca le ser grato naufragar en su feliz magnificencia.
"Bienaventurados los pacficos, porque ellos sern llamados hijos de Dios". Los pacficos no son los mansos de la segunda Bienaventuranza. Estos no respondan al mal con el mal; los pacficos llevan el bien donde est el mal; firman las paces donde se enfurecen las guerras. Cuando Jess dijo que haba venido a traer guerra y no paz, entenda por ello la guerra al Mal, a Satans, al Mundo; al Mal, que es ofensa; a Satans, que mata; al Mundo, que es continua refriega; entenda, en suma, la guerra a la guerra. Los pacficos son precisamente los que mueven guerra a la guerra, los aplacadores, los procuradores de la concordia. El origen de toda guerra es el amor de si mismo el amor que se convierte en amor de las riquezas, orgullo de lo posedo, envidia de quien tiene ms, odio a los mulos y la nueva Ley viene a ensear la propia abnegacin, el desprecio de los bienes que se pueden medir, el amor a todos los hombres, incluso a aquellos que nos odian. Los pacficos que ensean y practican este amor, arrancan la raz de toda guerra; cuando todo hombre ame a sus hermanos como a si mismo, no habr guerras, ni pequeas, ni grandes, ni domsticas, ni imperiales, ni de palabra, ni de obra, entre hombre y hombre, entre casta y casta, entre pueblo y pueblo. Los pacficos habrn aquietado la tierra y sern llamados con justicia hijos de Dios, y entrarn los primeros en el Reino que Jesucristo viene a fundar,
"Bienaventurados los que sufren persecucin por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos". Yo os mando a fundar este Reino que es el Reino de Dios, de esa ms alta justicia que es el amor, de esa bondad paternal que se llama Dios; os mando, pues, para combatir a los sostenes de la injusticia, a los lacayos de la materia, a los proslitos del Adversario. stos, asaltados, se defendern; para defenderse, os ofendern. Seris torturados en el cuerpo, atormentados en el alma, privados de la libertad y tal vez de la vida. Pero si aceptis el sufrir alegremente para llevar a los dems la Justicia que os hace sufrir, esa persecucin ser ttulo indubitable para entrar en ese Reino que, en la parte que os corresponde, habis fundado.
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"Bienaventurados cuando os ultrajen y, mintiendo, digan de vosotros toda clase de males. Alegraos y regocijaos porque grande es vuestra recompensa en los cielos; que as antes que a vosotros han perseguido a los Profetas. La persecucin es especialmente material, en el orden fsico, en el orden jurdico y en el poltico. Os podrn quitar el pan y la pura luz del sol y la libertad y querrn quebrantaros los huesos. Pero no bastar la persecucin. Aguardad el insulto y la calumnia. No se contentarn con condenaros porque queris cambiar a los hombres bestias en santos; aquellos, tendidos en la basura hedionda de la animalidad, no quieren de ninguna manera salir de ella ni se contentarn con destrozaros el cuerpo. Os llegarn al alma, os acusarn de toda torpeza, os lapidarn con vituperios y contumelias; y los cerdos dirn que sois sucios, los asnos jurarn que sois ignorantes, los cuervos os acusarn de que comis carroa, los carneros os arrojarn por malolientes, los disolutos os tildarn de lujuriosos, y los ladrones os denunciarn por hurto. Pero vosotros debis alegraros cada vez ms, porque el insulto de los malos es consagracin de vuestra bondad, y el barro que os lanzaren los impuros, prenda de vuestra pureza. Esta es, como dir San Francisco, la perfecta Alegra "Sobre todas las gracias que Cristo concede a sus amigos est la de vencerse a s mismo y sufrir de buen grado penas, injurias, oprobios y molestias, porque de todos los dems dones de Dios no podemos gloriarnos, porque no son nuestros, sino de Dios; pero de la tribulacin y la afliccin podemos gloriarnos, porque eso es nuestro". Todos los Profetas que han hablado en la tierra han sido insultados por los hombres; lo mismo acaecer a los que han de venir. Precisamente en eso se conoce a los Profetas: cuando, llenos de fango y cubiertos de vergenza, pasan entre los hombres, alegre el semblante, sin dejar de decir lo que les dicta la conciencia. No basta el fango para cerrar los labios de los que han de hablar. Aunque maten al Profeta, no podrn reducirlo al silencio, porque su Voz, multiplicada por las resonancias de la muerte, se dir en todas las lenguas y por todos los siglos.
Con esta promesa concluyen las Bienaventuranzas. Los ciudadanos del Reino estn hallados y contraseados. Todo el mundo podr reconocerlos. Los refractarios estn advertidos; los que peligran, confortados.
Los avaros, los soberbios, los satisfechos, los violentos, los injustos, los guerreadores, los que ren, los que no tienen hambre de perfeccin, los que persiguen y ultrajan, no podrn entrar en el Reino de los Cielos. No podrn entrar hasta que ellos, a su vez, no hayan sido 90
vencidos y cambiados, convertidos en lo contrario de lo que son hoy. Los que parecen bienaventurados segn el mundo, aquellos a quienes el mundo envidia, imita y admira, estn ms lejos de la verdadera bienaventuranza que los dems a quienes el mundo desprecia y detesta. En este prembulo exultante Jess ha invertido las jerarquas humanas; ahora, continuando, invertir los valores de la vida y ninguna otra evaluacin ser tan divinamente paradjica como la suya.
EL RENOVADOR
Los Gimnosofistas del Eunuquismo y la secta poltronesca de los Saturninos esos hombres serios que llegan cuando ya estn hechas las cosas y las hechas no las rehacen nunca, sino que las repiten y depravan , han puesto siempre mala cara a eso que se llama o parece Paradoja. Para no fatigarse en distinguir las Paradojas sagradas de las que son mera diversin de cerebros inquietos o insanos, salen diciendo que las Paradojas no son ms que antiguas y reconocidas verdades vueltas del revs; falsedades, por tanto y esto lo hacen para cortar las alas a la vanidad , de facilsima invencin. Porque a ellos les parece, sin duda, ms difcil andar por el camino ya trillado y volver a deletrear, lnea por lnea, lo ya escrito antes que ellos naciesen por hombres que no tenan ciertamente su misma cobarde costumbre.
Si estos papagayos de lo Ya Dicho soportables como consignatarios de la tradicin, perniciosos como estorbo de lo Nuevo tuviesen a bien extraer del depsito de su atascada Memoria las poqusimas Ideas Madres sobre las cuales vive, o, mejor, agoniza el pensamiento moderno porque, si las situaciones dramticas, de creer a Carlos Gozzi, son treinta y seis, las filosficas no llegan a dos docenas, no siendo las otras ms que variantes o integrantes, o jirones o ruinas de aquellas pocas se daran cuenta, con gran escndalo, de que todas o casi todas son Vueltas del Revs, es decir, Paradojas.
Los mismos errores modernos no suelen ser sino antiguas ideas invertidas.
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Cuando Rousseau os dice que los hombres han nacido buenos, pero que la sociedad los ha hecho malos, vuelve del revs el conocido dogma del pecado original; y cuando el terico del Progreso afirma que de lo Peor viene lo Mejor; y el de la Evolucin que lo Complejo es transformacin de lo Simple; o el Monista que todas las Diversidades no son ms que manifestaciones de lo nico, y el Marxista que lo Econmico engendra lo Espiritual; cuando los modernos Filsofos Matemticos afirmaron que el hombre no era, como siempre se haba credo, centro del universo, sino una minscula especie animal sobre una de las infinitas esferas desparramadas en el infinito; y cuando los Protestantes gritaron: el Papa no cuenta y s slo las Escrituras; y los Revolucionarios de Francia: el Tercer Estado no es nada y debe serlo todo, qu hicieron sino volver al revs opiniones o doctrinas antiguas y comunes?
Pero el verdadero, el mayor Invertidor es Jess. El supremo paradojista, el Renovador radical y sin miedo. En eso est parte de su grandeza. De su eterna novedad y juventud. El secreto de que todo gran corazn, ms tarde o ms temprano, gravite hacia su Evangelio.
Se encarn para rehacer a los hombres, clavados en el error y en el mal; error y mal encuentra en el mundo; cmo no haba de invertir las mximas del mundo?
Releed las palabras de la Montaa. A cada paso Jess quiere que el Bajo sea reconocido como Alto, que el ltimo sea Primero, que el Descartado sea Preferido, que el Despreciado sea Venerado y, en fin, que las antiguas opiniones sean reconocidas como Error, y la opinin entonces comn como Corrupcin y Muerte. l ha dicho al Pasado, aterido en su agona, y a la Naturaleza harto de buen grado obedecida, y a la Opinin universal y vulgar, el NO ms contundente que registra la historia del mundo.
En esto es fiel al espritu de su raza, que de su misma cada ha podido deducir siempre razones para mayores esperanzas. El pueblo ms esclavo soaba con dominar a los dems pueblos con el Hijo de David; el ms despreciado se senta prometido a la Gloria; el ms castigado por Dios se crea el ms amado; el ms pecador estaba confiado de ser el nico que haba de salvarse. Pero esta absurda revancha de la conciencia hebrea se convierte en Cristo en una revisin de valores que llega, por la misma lgica de su 92
principio supraterrenal, a una divina reforma de muchos principios que la humanidad segua y respetaba.
El supuesto de que parte Jess es, en este punto, semejante al del que parti Buda: los hombres son infelices. Todos. Incluso aquellos que parecen felices; pero Siddharta, para suprimir el dolor, ensea que se suprima la vida. Jess recurre a otra esperanza, tanto ms sublime cuanto ms absurda parece. La mayora de los hombres son infelices porque no han sabido encontrar la verdadera vida; convirtanse precisamente en lo opuesto de lo que son; hagan lo contrario de lo que hacen y empezar sobre la tierra la fiesta de la felicidad.
Hasta aqu han seguido a la naturaleza, se han dejado guiar por sus instintos; han aceptado, y slo de palabra, una ley provisional e insuficiente; han adorado a los dioses falsos; han credo encontrar la felicidad en el vino, en la carne, en el oro, en el mando, en la crueldad, en el arte, en la ciencia, y no han hecho sino irritar su mal. Eso quiere decir que el camino es el equivocado; que se debe volver atrs, renunciar a lo que se haba seguido y volver a recoger lo que se haba arrojado; adorar lo que se quem y quemar lo que habamos adorado; vencer los instintos animales en vez de satisfacerlos; luchar con nuestra naturaleza en vez de halagarla; aceptar una nueva ley y vivirla en el espritu sin omisiones.
Si hasta ahora no se ha obtenido lo que se buscaba, no queda ms que invertir la vida presente, es decir, cambiar nuestra alma.
Nuestra infelicidad permanente es la prueba de que la experiencia del viejo mundo result fallida; que nos es hostil la naturaleza; que el pasado no tiene razn; que el vivir como bestias y segn los instintos elementales de las bestias, apenas embellecidos y barnizados de humanidad, es lo mismo que pudrirse en el descontento y resolverse en la desesperacin.
Los que, dolientes o burlones, han denunciado la infinita miseria del hombre, han visto bien. Los pesimistas tienen razn. Cmo refutar a los acusadores de nuestra bribonera, a los despreciadores de nuestra impotencia, a los burladores de nuestra ignominia? Todo 93
aquel que no ha nacida para resolverse contento en la lombriguera comiendo su racin de tierra; todo aquel que no slo tiene dos manos y un estmago, sino un alma y un corazn; todo aquel cuya alma es de temple ms sutil y, por tanto, incesantemente herida, no puede menos de sentir disgusto hacia los hombres. En los de condicin ms spera esa repugnancia se trueca en odio; en los de natural ms generoso y rico, en compasin y amor.
Cuando Gacomo Leopardi, despus de haber perdido, tal vez por culpa de los imperfectos cristianos que tenia en derredor, el amor al Cristo de su niez, se consuma en la desesperacin razonadora y conclua: "amargura y fastidio, eso es la vida y no otra cosa alguna", quin se atrevera a gritarle?: ''Cllate, desventurado!; si no sientes ms que amargura, depende del ajenjo que tienes en la boca, y si te aburres, la culpa es tuya, que has cauterizado con la piedra infernal del raciocinio los sentimientos que hubieran alegrado o, al menos, hecho soportable tu vida".
No. Leopardi no se equivocaba. Cuando uno ve a los hombres como son y no tiene esperanza de salvarlos, es decir, de cambiarlos, y no puede vivir como viven ellos, porque es muy de otra manera, y no consigue amarlos porque los cree condenados a la infelicidad y maldad eternas, y para l los brutos sern brutos siempre y los cobardes siempre cobardes y los bellacos siempre bellacos y los sucios ms enfangados cada vez en su suciedad, qu otra cosa puede hacer sino aconsejar al corazn que calle y esperar en la muerte?
El problema es ste: son inmutables los hombres, incapaces de transformacin ni mejora? Puede, por el contrario, el hombre trashumanizarse, santificarse, divinizarse? La respuesta es de tremenda gravedad. Todo nuestro porvenir est en esa pregunta. Incluso entre los hombres que estn sobre los dems hombres, la mayora no han tenido plena conciencia del dilema. Muchos han credo y creen que se puede cambiar la forma de la vida, pero no el fondo, y que al hombre todo le ser dado menos el cambiar la manera de ser de su espritu. El hombre, dicen, podr ser ms dueo del mundo, ms rico, ms docto; pero no podr cambiar nunca su estructura moral; sus sentimientos, sus instintos primeros sern siempre los mismos, como eran en los selvticos habitantes de las
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cavernas, en los constructores de las ciudades lacustres, en los brbaros de las primeras hordas, en los pueblos de los ms antiguos reinos.
Otros sienten el horror por el hombre tal como ha sido y como es; pero antes de ahondar en la desesperacin del nihilismo consideran al hombre como podra ser, tienen segura fe en una mejora del alma y se sienten felices en la divina pero terrible empresa de preparar la felicidad de sus hermanos.
No hay, para los hombres, otra eleccin. O la ms desconsoladora angustia o la fe ms intrpida. O Morir o Salvar.
El pasado es horrible, el presente es asqueroso. Demos toda nuestra vida, ofrezcamos todo nuestro poder de amar y de entender, para que el Maana sea mejor, para que el Futuro sea feliz. Si hasta aqu nos hemos equivocado y la prueba irrefutable es que estamos mal , trabajemos por el nacimiento de un hombre nuevo y de una vida nueva. Esta es la nica luz o la felicidad no les ser concedida nunca a los hombres, o si la felicidad puede ser nuestra comn y eterna posesin y esto es lo que ensea Jess no la podremos alcanzar ms que a ese precio: cambiar de camino, transformar el alma, crear valores nuevos, negar los antiguos, decir el NO de la santidad al SI engaador del Mundo. Si Cristo se hubiese equivocado, no nos quedara ms que la negacin absoluta y universal y el voluntario aniquilamiento. O el atesmo riguroso y total no el hipcrita y manco de los pusilnimes escpticos de hoy , o la fe operante en el Cristo y el Amor que salva y resucita.
FUE DICHO
La historia del hombre es la historia de una enseanza. Historia de una guerra entre los menos, fuertes de espritu, y los ms, fuertes en nmero. Es la historia de una educacin muchas veces fallida y muchas veces recomendada; de una educacin ingrata, dificultosa,
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padecida de mala gana, rechazada frecuentemente; de cuando en cuando preterida y de all a poco reanudada.
Los ms antiguos Legisladores, los Pastores de las naciones nacientes y principiantes, los Reyes fundadores de ciudades e institutores de justicia, los sabios Maestros empezaron hace mucho la doma de la bestia. Con la palabra hablada y esculpida domaron a los hombres lobos, desbastaron a los salvajes, refrenaron a los brbaros, amaestraron a los infantes encanecidos, suavizaron a los feroces, doblegaron a los violentos, a los vengadores, a los inhumanos. Con la suavidad de la palabra o el terror de las penas, Orfeos o Darcones, prometedores o amenazadores, en nombre de los dioses del Olimpo o de los dioses subterrneos, cortaron las uas que renacieron, pusieron bozales a las bocas dentadas, protegieron a los indefensos, a las vctimas, a los peregrinos, a las mujeres.
La vieja ley, la que se encuentra con pequeas diferencias en el Manava Dharmasastra y en el Pentateuco, en el Ta-hio y en el Avesta, en las tradiciones de Soln y de Numa, en las sentencias de Hesodo y de los Siete Sabios, es un primer esfuerzo, imperfecto, grosero, inadecuado, para extraer de la confusin de la animalidad un esbozo, un principio, un simulacro de humanidad.
Esta ley se reduca a pocas prohibiciones fundamentales: no robar, no matar, no jurar, no fornicar, no forzar al dbil, no vejar al extranjero y al esclavo. Son las virtudes sociales estrictamente necesarias para una convivencia til a todos. El legislador se contentaba con disminuir el nmero de las maldades ms comunes. Se satisfaca con unmnimum de inhibiciones: su ideal rara vez pasaba de ser una justicia aproximada.
Pero la ley supone antes y a su lado la existencia del mal, la tirana del instinto. Todo precepto suele presuponer su infraccin; toda norma, la prctica contraria. Por eso la ley antigua, la ley de los primeros pueblos no es ms que un dique insuficiente al bruto perpetuo y triunfante Es un conjunto de tolerancias y de medias soluciones entre la costumbre y la justicia, entre la naturaleza y la razn, entre la bestia recalcitrante y el modelo divino.
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Los hombres de los tiempos antiguos, los hombres carnales, fsicos, corporales, corpulentos, sanguneos, atezados, bien formados; los hombres de pelo fosco, de roja faz, devoradores de carne cruda, ladrones de ganado, despedazadores de enemigos dignos de ser llamados, como Hctor Troyano, "matadores de hombres los guerreros de fuerza y de apetito que, despus de haber arrastrado por los pies al antagonista muerto, se refocilaban mordiendo grandes pedazos de carnero y vaciando grandes tazas de vino; los hombres mal domados, mal subyugados a la Ley, como los que vemos en el Mahabarata y en la Ilada y en el Poema de Izdubar, hubieran sido, sin el terror de los castigos y de los dioses, todava ms feroces y desencadenados. En los tiempos en que por un ojo se peda la cabeza, por un dedo un brazo y por una vida cien vidas, la Ley del Talin, que peda slo ojo por ojo y vida por vida, era una sealadsima victoria de la generosidad y de la justicia, aunque a nosotros, despus de Jess, nos parezca espantosa.
Pero la Ley era ms frecuentemente desobedecida que observada: los fuertes la soportaban de mala gana; los poderosos, que deban protegerla, la rechazaban; los malvados la violaban abiertamente; los dbiles la burlaban Y aunque hubiera sido obedecida por entero y por todos cada da, no bastaba para vencer el mal hirviente y perpetuamente reaparecido, contenido a veces, pero nunca suprimido; hecho cada vez ms difcil, pero no imposible; condenado pero no abolido. Era una reduccin de la fiereza nativa, no su extirpacin total.
Y los hombres, maniatados pero recalcitrantes haban cado en la simulacin de la obediencia: hacan un poco de bien a la vista de todos, para poder hacer el mal en secreto con ms libertad; exageraban la observancia de los preceptos externos, para mejor traicionar el fundamento y el espritu de la Ley.
A este punto haban llegado cuando Jess hablaba en la Montaa. l saba que la Ley de Moiss haba sido enervada, ahogada en las muertas lagunas del formalismo. La obra milenaria de la educacin del gnero humano iba a empezar de nuevo. Era menester apartar y barrer las cenizas y encenderla de nuevo con el fuego del entusiasmo originario, volverla a conducir a su destino inicial, que es siempre la Metanoia, la mutacin del alma. Y para eso realizar la Antigua Ley, la Ley disecada y consumida. Mas para realizarla, nada 97
mejor que llevarla al extremo, exasperarla hasta la paradoja y crear, en fin, una Ley Nueva que sustituyese a la antigua y obrase una verdadera revolucin en la naturaleza humana.
Un pasaje del Evangelio parece negar que fuese ste el supremo propsito de Jess: "No creis que yo he venido a abolir la ley ni los Profetas: no he venido para abolirla, sino para cumplirla. Pero en el mismo Mateo, detrs de esa afirmacin tan rotunda, viene un pensamiento que la limita o la explica. Este pensamiento no ha sido comprendido tal vez en su sentido propio por muchos que estn dominados por la idea de que la Ley de Jess no es ms que la continuacin de la Ley de Moiss. "Hasta que no desaparezca cielo y tierra no desaparecer la ley ni una jota ni un pice antes de haber tenido pleno cumplimiento. Es decir: no suceder nunca como no puede suceder que desaparezca cielo y tierra que desaparezca la ms pequea parte de la ley "hasta tanto que toda cosa no haya tenido plena efectuacin. Estas ltimas palabras estn traducidas a la letra, porque aqu est la solucin del misterio. Jess no quiere decir ms que esto: Hasta que toda cosa es decir, todo lo que hay de santo y perfecto en la antigua Ley no se haya efectuado, no sea realmente regla constante de vida, los mandamientos antiguos estarn plenamente en vigor. Son un mnimumy, por lo tanto, el primer escaln necesario para ascender a la Ley nueva. Pero cuando todo se haya cumplido y la Ley antigua sea sangre de vuestra sangre y la Ley nueva se anuncie, entonces ya no tendris necesidad de las antiguas legislaciones defectuosas, y una Ley superior y mayor, que dejar muy atrs a la otra y en parte la negar, ocupar el lugar de aqulla.
Con los Fariseos, llevado de la polmica, Jess fue ms explcito: "La Ley y los Profetas han durado hasta Juan: desde entonces est anunciada la buena nueva del Reino de Dios, y cada cual entra en l por fuerza". (No por la violencia, sino por la fuerza ntima de su infinitamente grande perfeccin). Con Jess se abre, pues, la Ley nueva y es abrogada la antigua y declarada insuficiente.
l empieza frecuentemente con las palabras: "Ha sido dicho. . ". Y al punto, al antiguo mandamiento, purificado en la paradoja, o simplemente vuelto del revs, hace seguir el nuevo: "Pero yo os digo. . . ".
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Con estos "peros" empieza un nuevo da de la educacin humana. No es culpa de Jess si todava andamos a tientas en el crepsculo de la maana.
PERO YO OS DIGO
"Les fue dicho a los antiguos: no matar ... pero yo os digo: quien se enfurece contra su hermano ser sometido al tribunal; y el que haya dicho a su hermano: "raca", ser sometido al Sanedrn; y quien le haya dicho loco merece ser arrojado a la gehenna del fuego" . Jess va derecho al extremo. No admite ni la posibilidad de matar; no quiere creer que haya un hombre capaz de matar a un hermano. Ni tampoco de herirle. No concibe siquiera la intencin, la voluntad de matarlo. Un solo tomo de ira, una sola palabra de vituperio, un solo impulso de ofensa, son como una manera de asesinato. Los espritus blandos dirn: exageracin. Pero la lgica de Jess no se equivoca. El homicidio no es ms que la ltima consecuencia de un sentimiento. De la ira se pasa a las malas palabras; de las malas palabras, a las malas acciones; de los golpes, al asesinato.
No basta, pues, prohibir el acto final, el acto material y exterior. Este no es sino el momento resolutivo de un proceso interior, del cual se deriva. Es menester, por el contrario, cortar el mal en sus primeras races; quemar la mala planta del odio, que lleva frutos envenenados, desde la primera semilla.
Aquiles, el Plida ese mismo Aquiles que se enfureci porque le robaron la concubina y, ante el enemigo muerto, pide a los dioses que le conviertan en canbal para poder hincar los dientes en aquellas carnes , Aquiles deca a su madre, la de los pies de plata:
"Oh!, Ya proceda de los dioses o de los hombres, vyanse enhoramala la contienda y la bilis que hacen que el hombre, aun el prudente, se deje vencer de la ira; ira mucho ms dulce que miel que gotea en la boca, y que crece en el pecho de los hombres y sale como el humo".
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Aquiles, despus del desastre de sus compaeros, despus de la muerte de su ms caro amigo, descubre al cabo lo que es la ira, que sube y vence y ni un ro de sangre la ahoga. Lo sabe el hroe irascible, pero no se convierte. Y deja el enfado contra el Rey de los hombres, nicamente para desahogar sobre el destrozado cuerpo de Hctor el ansia de venganza.
La ira es como el fuego, no se puede apagar sino al primer chispazo. Despus es tarde. Con profunda razn Jess conden la primera injuria tan rigurosamente. Porque cuando todos sepan cortar al principio todo resentimiento y tragarse las imprecaciones, ya no habr rias de palabra ni de obra entre los hombres, y el homicidio no ser ms que ttrica memoria de nuestra antigua fiereza.
"Habis odo que fue dicho: No cometis adulterio. Pero yo os digo que quien mira a una mujer con deseo, ya ha cometido adulterio con ella en su corazn"
Jess no se detiene aqu tampoco en el caso material en que nicamente se fijan los hombres groseros. Se eleva siempre del cuerpo al alma, de la carne a la voluntad, de lo visible a lo invisible . . . El rbol se juzga por el fruto, pero la semilla se juzga por el rbol.
El mal que todos ven se ha visto harto tarde. En aquel punto de su madurez difcilmente se puede evitar. El pecado es la pstula que se abre de pronto, pero que no hubiese aparecido si la sangre hubiese sido purgada a tiempo de humores malignos.
Cuando un hombre ha convencido a la mujer de otro hombre y los dos se desean ya, la traicin es completa, el adulterio existe, consuman o no el acto externo. El hombre no se desposa nicamente con el cuerpo de la mujer, sino tambin con el alma; si esta alma se ha perdido para l, ha perdido ya lo ms, y el perder lo menos podr ser doloroso, pero no es lo esencial. Una mujer forzada y estuprada sin su consentimiento, por un extrao al que no ama, no es adltera. Lo que ms importa es la intencin, el sentimiento. El que quiere mantenerse puro ha de abstenerse incluso de la simple concupiscencia pasajera y muda. Porque si no se reprime la mirada del deseo, luego se reitera; y de las miradas se pasa pronto a las palabras, al beso, y el amor a ningn amado suele perdonar.
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Pensar, imaginar, desear una traicin, ya es traicin; quien no corta el primer hilo, difcilmente podr salvarse de la vasta red perversa que nace de una mirada, y Jess aconseja precisamente arrancarse el ojo y arrojarlo, si el mal procede del ojo, y cortarse la mano y tirarla, si el mal procede de la mano. Consejo que estremece a los pusilnimes e incluso a los fuertes; tremendo como la lgica de lo absoluto. Y con todo, los ms cobardes, cuando les amenaza la gangrena, se hacen cortar brazos y piernas, y si un tumor les supura en las vsceras estn dispuestos a dejarse abrir el vientre con tal de salvarse. Pero se trata de salvar el cuerpo: para conservar el alma sana, sin la cual el cuerpo no es ms que una mquina insensata de carne, todo sacrificio parece monstruoso.
"Habis tambin odo que fue dicho a los antiguos: No perjuraris. Pero yo os digo: No juris en absoluto; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies: ni por Jerusaln, porque es la ciudad del gran Rey. No juris ni por vuestra cabeza, porque no podis hacer blanco o negro ni uno solo de vuestros cabellos; mas sean vuestras palabras: S, s; no, no; lo dems procede del maligno".
Quien jura la verdad, tiene miedo; quien jura en falso, traiciona. El primero cree que el poder invocado podra castigarlo; el otro es un impostor que se aprovecha de la fe de los dems para mejor engaarlos. En uno y otro caso est mal el jurar. Llamar, sintindonos impotentes, a un ser superior para que sea testigo y esbirro en las miserables contiendas de nuestros intereses; jurar por nuestra cabeza o por la de nuestros hijos, cuando no podemos cambiar la apariencia de la ms mnima parte de nuestro cuerpo, es un desafo absurdo, casi una blasfemia. Quien dice la verdad siempre, no por miedo a los daos, sino por natural voluntad del alma, no tiene necesidad de recurrir a los juramentos. Los cuales son casi siempre de mala fe y no sirven ni siquiera para dar entera seguridad a quien aparenta satisfacerse con ellos. Porque son muchos ms en la historia del mundo los juramentos rotos que los mantenidos, y quien jura con ms palabras es precisamente aquel que ya est pensando hacer traicin.
"Les fu dicho a los antiguos. Honra a tu padre y a tu madre. Pero yo os digo: El que ama padre y madre ms que a m, no es digno de m. Antes bien: "Si uno viene a m y no
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odia a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y hermanos y hermanas, e incluso su propia vida, no puede ser mi discpulo".
Jess no condena el amor filial, pero lo vuelve a poner en su lugar, que no es el primero, como pensaban los antiguos. El modo mximo del amor, el ms puro para l, es el amor paterno. El padre ama en el hijo el porvenir, la novedad; el hijo ama en el padre lo pasado, lo viejo. Pero Jess viene para cambiar lo pasado, para destruir lo viejo; el honor a los padres, el encerrarse en la tradicin y en la familia, no es suficiente; puede ser un estorbo para la renovacin del mundo. El amor de todos los hombres es algo ms que el amor por aquellos que nos han dado la vida; la salvacin de todos los hombres es infinitamente preferible al servicio de la familia, constituida por pocos. Para tener lo ms, hay que abandonar, a veces, lo menos. Sera ms cmodo amar nicamente a los nuestros y de ese amor, muchas veces forzado o fingido, servirse como excusa para no amar a nadie ms. Pero quien ha dedicado su vida a algo que trasciende, a una empresa grande que quiere a todo el hombre y todos los minutos de sus horas hasta la ltima; quien quiere servir al universo con espritu universal, debe abandonar los efectos comunes, y, si no basta, renegar de ellos. Quien quiere ser padre en sentido profundo y divino, incluso sin la paternidad fsica, no puede ser nicamente hijo. "Deja que los muertos entierren a sus muertos.
En las tradiciones doctorales de los fariseos haba centenares de preceptos para la purificacin del cuerpo. Preceptos minuciosos, fastidiosos, complicados y sin verdadero fundamento terreno o celestial. Pero los, fariseos hacan consistir en esas tradiciones lo mejor de la fe. Porque cuesta menos trabajo lavar un vaso que el alma propia. Para las cosas muertas, basta con un poco de agua y un pao; para sta, hace falta llanto de amor y fuego de voluntad.
"No hay nada fuera del hombre que entrando en l pueda contaminarlo; pero lo que del hombre sale, eso s que contamina al hombre!. . . No comprendis que todo lo que de fuera entra en el hombre no lo puede contaminar, porque le entra, no en el corazn, sino en el vientre, y va a la letrina? . . . Lo que sale del hombre contamina al hombre; porque del interior, es decir, del corazn de los hombres, salen malos pensamientos,
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fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, avaricia, malicias, fraudes, lascivia, envidia, calumnia, soberbia, locura.
El bao con agua de pozo o de fuente, el bao corporal y ritual, no dispensa del lavatorio interior, mucho ms necesario, y vale ms comer con las manos sucias de sudor que rechazar al hermano hambriento con las manos lavadas a tres aguas.
El excremento sale del cuerpo, desaparece en la cloaca y enriquece los huertos y los campos. Pero hay seores bien vestidos tan llenos hasta la garganta de otra especie de estircol, que el hedor sale, junto con las palabras, de las bocas en vano enjuagadas y vueltas a enjuagar. Y esas heces no caen por los retretes bajo tierra, sino que ensucian la vida de todos, emponzoan el aire, manchan aun a los inocentes. De esos hombres excrementicios hemos de estar lejos aunque se laven doce veces al da; las jabonaduras de la piel no bastan si el corazn exhala pensamientos pestferos. El vaciador de letrinas, si no piensa en el mal, es, sin comparacin, ms limpio que el rico que, mientras chapotea en el agua olorosa de su bao de mrmol, medita alguna nueva fornicacin o prepotencia.
NO RESISTIR
Pero Jess no ha llegado todava a la ms estupenda de las revoluciones:
"Habis odo que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No hagis resistencia al malvado; antes bien, si alguien te abofetea la mejilla derecha, ofrcele la otra; y si alguien quiere llamarte a juicio para quitarte la tnica, djale tambin el manto. Y si alguien te obliga a andar mil pasos, t anda con l dos mil.
La antigua ley del Talin no poda ser abolida con palabras ms absolutas. Muchos de los que se dicen cristianos no slo no han observado este nuevo mandamiento, pero ni siquiera han fingido acatarle. El principio de la no resistencia frente a la violencia ha sido, 103
para una infinidad de creyentes, un escndalo insoportable e inaceptable del Cristianismo. La respuesta de los hombres a la violencia puede ser de tres maneras: la venganza, la fuga, el poner la otra mejilla. La primera es el principio brbaro del Talin, hoy arrinconado y enmascarado en los cdigos, pero dominante en el uso. Al Mal se suele responder con el Mal o por s o por medio de personas intermediarias, mandatarios de la horda incivil, llamados jueces y carniceros. Al Mal hecho por el primer ofensor se aaden los males cometidos por los justicieros. Muchas veces el castigo se vuelve sobre el vengador y la cadena terrible de las venganzas, y de las venganzas de las venganzas, se alarga sin tregua. El Mal es reversible. Recae, aun hecho con voluntad de bien, sobre el que lo comete. Se trate de naciones, de familias o de individuos, un primer crimen trae consigo y suscita expiaciones y castigos que se distribuyen, con siniestra imparcialidad, entre ofensores y ofendidos. La ley del Talin puede dar un consuelo bestial al que fue herido primero; pero en vez de detener el Mal, lo multiplica.
No es mejor partido la fuga. Quien se esconde redobla el valor del enemigo. El miedo a la venganza puede, alguna rara vez, detener la mano del violento. Pero el que huye invita al otro a seguirlo; quien se da por muerto excita al adversario a acabar con l: su debilidad se hace cmplice de la ferocidad ajena. Tambin aqu el Mal engendra el Mal.
El nico camino, a despecho del absurdo aparente, es el que Jess aconseja. Si uno te da un bofetn y t le contestas con dos bofetones, el otro contestar a puetazos y t recurrirs a los puntapis y sacars las armas, y uno de los dos perder, quizs por una nadera, la vida. Si huyes, tu adversario te seguir o, apenas te encuentre, alentado por la primera experiencia, la emprender contigo a puntapis. Poner la otra mejilla no quiere decir recibir la segunda bofetada. Significa cortar, desde el primer anillo, la cadena de los males subsiguientes. Tu adversario, que espera la resistencia o la fuga, se siente humillado ante ti y ante s mismo. Todo se lo esperaba menos una cosa as. Est confundido, con confusin que es casi vergenza. Tiene tiempo de recapacitar. Tu inmovilidad le hiela la rabia, le da tiempo a reflexionar. No puede acusarte de provocacin, porque no le respondes; no puede acusarte de miedo, porque ests dispuesto a recibir el segundo golpe y t mismo le muestras el punto en que puede herir. Todo hombre tiene un oscuro respeto del valor ajeno, especialmente si ese valor es moral, es decir, de la especie ms rara y difcil. El ofendido que no se resiente ni enfurece 104
y no escapa demuestra ms fuerza de nimo, ms dominio de s, ms verdadero herosmo que aquel que en la ceguera de la furia se lanza sobre el ofensor para restituirle doblado el mal recibido. La impasibilidad, cuando no es tontera; la suavidad, cuando no es cobarda, asombran como todas las cosas maravillosas, incluso a las almas ms vulgares. Hacen comprender a la bestia que aquel hombre es ms que un hombre. La misma bestia, cuando no se la incita a seguir, con la rplica o con la fuga cobarde, se siente desarmada, experimenta un respeto casi temeroso ante esta fuerza nueva que no conoca y que la confunde.
Cuanto ms que entre los mayores estmulos del que hiere se cuenta el gusto, saboreado ya con el pensamiento, de la ira del injuriado, de su resistencia, de la lucha que nacer del primer ataque. El hombre es animal agonstico. Pero aqu el placer desaparece, el gusto queda anulado; no hay ya un adversario, sino un superior que dice tranquilamente: No te basta? He aqu la otra mejilla, desahgate hasta que te hartes. Padezca mejor mi cara que mi alma. Podrs hacerme todo el mal que quieras pero no podrs obligarme a estar furioso como t, frentico como t, a ser estpido como t; no podrs obligarme a hacer el mal con la excusa de que otro me hace mal a m.
Para seguir a la letra las palabras de Jess es menester un tal dominio de la sangre, de los nervios y de todos los instintos del hombre inferior, que poqusimos tienen. Es un consejo amargusimo y repugnante a la naturaleza. Pero Jess no ha dicho nunca que sea fcil seguirlo. No ha afirmado nunca que sea posible obedecerle sin duras renuncias, sin batallas interiores speras y continuas, sin renegar del viejo Adn y sin el nacimiento de un hombre nuevo.
Pero los frutos de la no resistencia, aunque no siempre consigan granar, aunque se malogren al primer retorno del tiempo maligno, son superiores sin comparacin a los de la resistencia y de la fuga. El ejemplo de una dominacin espiritual tan fuera de lo corriente, tan imposible de pensar e incomprensible para el comn de los hombres; la fascinacin casi sobrenatural de una conducta tan contraria a las costumbres, a las tradiciones, a las pasiones ordinarias; este ejemplo, este espectculo de fuerza, este absurdo milagro, inesperado como todos los milagros, difcil de comprender como todos los prodigios; el ejemplo de un hombre sano y vlido que parece exteriormente semejante 105
a los dems hombres y con todo se comporta como un ser superior a los dems seres, tan por encima de las fuerzas que mueven a sus semejantes; que se conduce, l, hombre, de manera tan extraamente diversa de todos los hombres; este ejemplo, si se repite ms de una vez y no es imputable a una supina necedad, y no sin pruebas de valor fsico cuando el valor fsico es necesario para ayudar y no para daar, este ejemplo tiene una eficacia que podemos, aunque empapados de las ideas de retorsin y de represalia, imaginar. Imaginar con esfuerzo. Probar, no; porque de tales ejemplos hemos tenido harto pocos para que se pueda aducir una experiencia parcial, como refuerzo de la previsin.
Pero si el consejo de Jess no ha sido obedecido, o lo ha sido muy rara vez, no se puede decir que no sea realizable, ni mucho menos que se le haya de rechazar. Es repugnante a la naturaleza humana; pero las mayores conquistas morales repugnan a nuestra naturaleza. Son como una amputacin saludable de una parte de nuestra alma para algunos del retoo ms vivo de alma y es justo que la amenaza del corte repugne.
Pero, guste o no, el consejo de Cristo es el nico que puede resolver totalmente el problema de la violencia. No aade mal a mal, no centuplica el mal, evita el enconarse de la herida, resuelve el bubn cuando no es ms que una ampolla. Responder con golpes a los golpes y con delitos a los delitos es aceptar el principio del malhechor, reconocerse semejante a l. Responder con la fuga es, a veces, humillarse e incitarlo a continuar. Responder con palabras de razn al encolerizado o mal dispuesto suele ser vana fatiga. Pero responder con un sencillo gesto de aceptacin, ofrecer el pecho a quien te ha golpeado en la espalda, dar mil a quien quiere robarte ciento, soportar tres das a quien quiere agobiarte una hora, es el acto por excelencia heroico en su apariencia de cobarda, tan extraordinario que vence al embrutecido abofeteador con la irresistible majestad de lo divino. nicamente quien se ha vencido a s mismo puede vencer a los enemigos; solamente los santos persuaden a los lobos de la mansedumbre; nicamente quien ha transformado el alma propia puede transformar el alma de sus hermanos y hacer que el mundo sea menos doloroso para todos.
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ANTINATURA
El no resistir a la violencia repugna profundamente a nuestra naturaleza Pero Jess quiere que nuestra naturaleza llegue a sentir hasto de lo que hoy le gusta y halle contento en lo que ayer le causaba horror. Todas sus palabras presuponen esa total renovacin del espritu humano. Contradice sin temor algunas de nuestras ms comunes inclinaciones y de nuestros instintos ms profundos. Alaba lo que todo el mundo rehuye; condena lo que todos buscamos. No desmiente nicamente lo que los hombres ensean que muchas veces es diferente de lo que de veras hacen y piensan , sino que se opone a lo que efectivamente hacen y piensan a diario.
Jess no admite la perfeccin del alma natural, del alma primitiva. Cree en su futura perfeccin, que nicamente se lograr con el derrocamiento radical de su estado decado. Su objeto es la reforma del hombre; ms que la reforma, la reconstruccin del hombre. Con l empieza la nueva serie: es el modelo, el arquetipo, el Adn de la humanidad, de nuevo modelada y refundida. Scrates quiso reformar la razn; Moiss reform la ley; otros se contentaron con cambiar un ritual, un cdigo, un sistema, una ciencia. Pero Jess no quiere mudar una parte del hombre, sino todo el hombre, de pies a cabeza. Es decir, el hombre interior, el que es motor y origen de todas las acciones y palabras del mundo. No hay nada, pues, que no sea de su pertenencia. No reza con l el transigir y el adular. No entrar en componendas con la naturaleza mala e imperfecta; no encontrar razones especiosas para excusarla, como hacen los filsofos. No se puede servir a Jess y a la naturaleza corrompida. Quien est con Jess est contra la naturaleza antigua y bestial y trabaja por la anglica que ha de vencer. Todo el resto es ceniza y charlatanera.
Nada ms comn entre los hombres que el deseo de las riquezas. Amontonar dinero de todos modos, aun los ms infames, ha parecido siempre la mejor y ms respetada educacin. Pero el que quiera ser perfecto, dice Jess, abandone todo lo que tiene y cambie gustoso los bienes visibles y presentes por los futuros e invisibles.
Todo hombre piensa afanosamente en el maana; tiene siempre miedo de que le falte suelo bajo los pies, que no le baste el pan hasta la nueva cosecha, y tiembla de no tener
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bastante tela con que cubrir su cuerpo y el de sus hijos. Pero Jess ensea: No os preocupis por el maana. Bstale a cada da su trabajo.
Todo hombre quisiera ser el primero, aun entre sus iguales. Quiere ser superior de una manera o de otra a cuantos le rodean. Quiere dominar, mandar, parecer ms grande, ms rico, ms hermoso, ms sabio. La historia de los hombres apenas es otra cosa que el terror de la inferioridad. Pero Jess ensea: El que quiera ser el primero de todos, sea el ltimo de todos y el servidor de todos. El ms grande es el ms pequeo; el ms poderoso ha de servir al ms dbil. El que se ensalza ser humillado; quien se humille ser ensalzado.
La vanidad es otra plaga universal de los hombres. Envenena hasta el bien que hacen, porque ese poco bien lo suelen hacer nicamente para que se les vea. Hacen el mal a escondidas y el bien en la plaza. Jess manda todo lo contrario. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Cuando quieras rezar, encirrate en tu cuarto y no te ests golpeando el pecho por las esquinas en medio de la gente. Si ayunas, no te muestres por las calles desgreado y ttrico para hacer ver que haces penitencia, sino ngete los cabellos y mustrate de semblante alegre como los dems das. No hagas el mal nunca, ni en pblico ni en secreto; pero cuando hagas el bien, escndete para no dar a creer que lo haces para ser alabado.
El instinto de conservar la vida es el ms fuerte de cuantos nos gobiernan; no hay infamia, crueldad ni cobarda que no hagamos cuando se trata de salvar este poco de polvo animado, Pero quien quiere salvar su vida, advierte Jess, la perder, y quien la pierde, la salvar. Porque no es vida lo que los ms llaman vida y quien renuncia al alma pierde tambin la carne que la encierra .
Cada uno de nosotros quiere juzgar a sus hermanos; juzgando nos parece estar por encima de los juzgados, ser mejores, ms justos, inocentes. Acusar es como decir: nosotros no somos as, En efecto, son siempre los jorobados los primeros en sealar a quien tiene las espaldas un poco encorvadas. Pero Jess exclama: No juzguis y no seris juzgados; no condenis y no seris condenados; perdonad y os ser perdonado. Los hombres se envanecen de ser verdaderamente hombres, es decir, personas graves, 108
maduras y sabihondas; personas de peso y de respeto; que todo lo saben y de todo pueden razonar y sentenciar. A las palabras demasiado sinceras se las llama infantiles; al sencillo se le llama, con desprecio, nio. Pero cuando los discpulos le preguntaron quin es el ms grande en el reino de los Cielos, Jess respondi: "Yo os digo en verdad que si no cambiis y no os converts en nios no entraris en el Reino de los Cielos".
El que presume de serio, de devoto, de puro, de fariseo, rehuye todo lo ms que puede la compaa de los pecadores, de los cados, de los contaminados, y no acepta a su mesa ms que a los justos como le parece serlo l. Pero Jess anuncia sin cansarse que ha venido a buscar a los pecadores antes que a los justos, a los malos antes que a los buenos, y no se avergenza de sentarse a cenar en casa de los publicanos y de dejarse ungir los pies por una pecadora. Quien en verdad est limpio fcilmente se libra de ser corrompido por los corrompidos y no debe dejarlos morir en su podredumbre por miedo a ensuciarse.
La avaricia de los hombres es tan grande que cada cual se ingenia cuanto puede en tomar mucho de los dems y dar poco. Todos procuran tener; los elogios de la liberalidad no son, muchas veces, ms que un honesto disfraz de la avaricia. Pero Jess afirma: Mejor es dar que recibir,
Solemos odiar a la mayor parte de los hombres con quienes vivimos. Los odiamos porque tienen ms que nosotros, porque no nos dan todo lo que quisiramos, porque no se preocupan de nosotros, porque son diferentes de nosotros, porque existen, en fin. Llegamos a odiar a nuestros amigos, incluso a los que nos han hecho bien. Jess ordena amar a los hombres, aun a los que nos odian.
El que no observa este mandamiento no puede decirse cristiano. Aunque est dispuesto a morir, si no ama a quien le mata, no tiene derecho a llamarse cristiano
Porque el amor de nosotros mismos, origen primero y ltimo de nuestro odio hacia los dems, compendia todas las otras propensiones y pasiones. Quien vence el amor propio y el odio a los dems, puede ya decirse cambiado por entero. El resto es consecuencia y derivacin natural. El odio a s mismo y el amor a Dios y a los hombres, aun a los 109
enemigos, es el principio y el fin del Cristianismo. La mayor victoria sobre el hombre antiguo, feroz, ciego y brutal es sta y no otra alguna. Los hombres no podrn renacer a la felicidad de la paz hasta que no amen incluso a aquellos que los ofenden. Amar a los enemigos es el nico camino para que no quede sobre la tierra ni siquiera un enemigo.
Entretanto, estos fisgones de genealogas ideales no dicen si las ideas de Jess, sean viejas o nuevas, son dignas de tomarse en cuenta o no; entretanto, no se atreven a pretender que el volver a consagrar con la muerte una gran verdad, una verdad olvidada y no practicada, sea lo mismo que nada; entretanto, no miran bien si entre las ideas de Jess y las otras ms antiguas hay verdadera identidad de sentido y de espritu o solamente simple asonancia y lejano parecido de palabras; entretanto, para no equivocarse, no aceptan ni la ley de Jess ni las de los supuestos maestros de Jess, y siguen viviendo tranquilamente su vida puerca como si el Evangelio no se dirigiera tambin a ellos.
Hubo un tiempo en que se amaban entre s los de la misma sangre; y los ciudadanos de la misma ciudad se toleraban mientras el uno no hiciese mal al otro; para los extranjeros, si no eran huspedes, no haba ms que odio y exterminio. Dentro de la familia, un poco 110
de amor; dentro de la Polis, una justicia aproximada; fuera de las murallas y de los confines, odio inextinguible. Se levantaron entonces, a distancia de siglos, voces que pedan un poco de amor tambin para los prjimos para los que no eran de la misma casa, pero de la misma nacin; que pedan un poco de justicia para el extranjero, para los mismos enemigos. Hubiera sido un progreso admirable. Pero aquellas voces eran tan raras, tan dbiles, tan lejanas no fueron odas, y si fueron odas no fueron escuchadas.
Cuatro siglos antes de Cristo, un sabio de la China, Me-ti, escribi todo un libro, el Kiesiang-ngai, para decir que los hombres deban amarse. Deca: "El sabio que quiera mejorar el mundo puede mejorarlo nicamente si conoce con certeza el origen del
desorden; si no lo sabe, no puede mejorarlo. . . Por qu nacen los desrdenes? Nacen porque no nos amamos los unos a los otros. Los sbditos y los hijos no tienen respeto filial por los prncipes y los padres; los hijos se aman a s mismos, pero no a sus padres, y hacen agravio a sus padres en provecho propio. Los hermanos menores se aman a s mismos, pero no aman a sus hermanos mayores; los sbditos se aman a si mismos pero no aman a sus prncipes . . . El padre no tiene indulgencia para con el hijo; el hermano mayor para con el hermano ms pequeo: el prncipe para con los sbditos. El padre se ama a s mismo y no ama a su hijo y hace dao a su hijo en provecho propio . . . As, bajo el cielo, los salteadores aman su casa y no aman a los vecinos, y por eso saquean la casa de los dems para llenar la propia. Los ladrones aman a su cuerno y no aman a los hombres, y por eso roban a los hombres por el bien de su cuerpo. Si los ladrones considerasen los cuerpos de los dems hombres como el propio cuerpo. quin robara? Los ladrones desapareceran . Si se llegase al recproco amor universal, los estados no
se haran la guerra, las familias no seran turbadas, los ladrones desapareceran los prncipes, los sbditos, los padres y los hijos seran respetuosos e indulgentes y el mundo se mejorara."
Para Me-ti el amor o por traducir mejor, una benevolencia compuesta de respeto e indulgencia es la argamasa que ha de tener ms unidos a los ciudadanos y al Estado, es un remedio contra los males de la convivencia, una panacea social.
"Devuelve amabilidad por ofensa", sugiere tmidamente el misterioso Lao-tse. Pero la cortesa es prudencia y suavidad; no es amor. 111
Su contemporneo, el viejo Confucio, enseaba una doctrina que, segn su discpulo Tseng-tse, consista en la rectitud del corazn y en el amar al prjimo como a nosotros mismos El "prximo", tngase en cuenta, y no el "lejano", el extrao, el enemigo. Confucio predicaba el amor filial y la benevolencia general, necesaria a la buena marcha de los reinos; pero no pensaba en condenar el odio. En los mismos Lun-yu donde se leen las palabras de Tseng-tse, encontramos estas otras tomadas del ms antiguo texto confuciano, el Ta-hio : "Slo el hombre justo y humano es capaz de amar y de odiar a los hombres como conviene".
Su contemporneo Gautama recomend el amor de los hombres, de todos los hombres, aun los ms miserables y despreciados. Pero el mismo amor aade tambin se debe a los animales, a todos los seres vivientes. En el Budismo el amor del hombre hacia el hombre no se considera ms que como un ejercicio saludable para el desarraigo total del amor de s mismo, primero y ms fuerte sostn de la existencia. Buda quiere suprimir el dolor, y para suprimir el dolor no ve otro camino que anegar las almas personales en un alma universal, en el nirvana, en la nada. El budista no ama al hermano por amor del hermano, sino por amor de si mismo; es decir, para ahuyentar el dolor, para dominar el egosmo, para prepararse al aniquilamiento. Su amor universal es glido e interesado, egosta: una forma de la indiferencia estoica para el dolor como para la alegra.
En Egipto todo cadver llevaba consigo una copia del Libro de los Muertos, especie de apologa preventiva del alma ante el tribunal de Osiris. El muerto se alaba a s mismo de haber sido justo y dado an a quien no haba menester: "Yo no he hecho pasar hambre a nadie! No he hecho llorar! No he matado! No he ordenado el homicidio a traicin! No he cometido fraudes contra nadie! ... He dado pan al hambriento, agua al sediento, vestidos al desnudo; una barca a quien se haba detenido en viaje; sacrificios a los dioses; banquetes fnebres a los muertos". Est all la justicia y estn las obras de misericordia todas las habrn hecho en verdad? ; pero no se encuentra el amor, y mucho menos el amor a los enemigos. Si queremos saber cmo trataban los Egipcios a los enemigos, leamos una inscripcin del gran rey Pepi I Miriri: "Este ejrcito march en paz: entr como le plugo en el pas de los Hirushaitu. Este ejrcito march en paz.: deshizo el pas de los Hirushaitu. Este ejrcito march en paz: cort todas sus higueras y sus vias. Este ejrcito march en paz: prendi fuego a todas sus casas. Este ejrcito march en paz: 112
mat sus soldados por miradas. Este ejrcito march en paz: llevse consigo sus hombres, las mujeres y los nios en gran nmero".
Tambin Zarathustra dej una Ley a los Iranios. Esta ley manda a los devotos de Ahura Mazda que sean buenos con sus compaeros de fe: darn un vestido a los desnudos y no negarn el pan al trabajador hambriento. Seguimos en la caridad material para aquellos que no pertenecen y sirven y son vecinos. De amor no se habla.
Se ha dicho que Jess no ha aadido nada a la Ley mosaica y que ha repetido nicamente con ms nfasis los antiguos mandamientos. "Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusin por contusin..." as habla Moiss en el Exodo. "T devorars a todos los pueblos que el Seor tu Dios pondr en tu poder. No se apiade sobre ellos tu ojo. . . ". As estaba escrito en el Deuteronomio. Un paso ms y hemos llegado al amor: "No hars dao ni afligirs al forastero; porque tambin vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto". Es un principio: no hars mal a extranjero en memoria del tiempo en que tambin t fuiste extranjero. Pero el extranjero que vive entre nosotros no es enemigo, y el no hacerle mal no significa hacerle bien. El xodo ordena que no se le aflija; el Deuteronomio es ya ms generoso: "Si un forastero habita en vuestro pas y mora entre vosotros, no le reprochis; mas est entre vosotros como si entre vosotros hubiese nacido y amadlo como a vosotros mismos. . . ". Siempre el forastero, el forastero que habita entre vosotros y se hace vuestro conciudadano y se hace como uno de vosotros, amigo vuestro.
En el mismo libro leemos: "No busques la venganza ni conserves memoria de la injuria de tus conciudadanos". Es un paso ms: no hagas mal a quien te ofenda, con tal que sea de tu misma nacin. Hemos llegado, si no al perdn, al olvido generoso, aunque reservado slo a los prjimos.
"Amars al amigo como a ti mismo". Al amigo, es decir, al prjimo, al conciudadano, que es hermano tuyo de raza, que puede ayudarte. Pero al enemigo? Tambin hay algo para el enemigo: "Si encuentras al buey de tu enemigo o al asno que se le ha escapado, llvalos de nuevo a l. Si ves al asno del que te odia, caer bajo la carga, no seguirs adelante, sino que echars una mano para levantarlo". Oh, gran bondad de los judos 113
antiguos! Sera tan placentero echar al burro ms lejos para que a su amo le costase ms trabajo encontrarlo! Y cuando uno se encuentra en el camino al burro cado por la carga desproporcionada, tambin sera divertido sonrer entre las barbas y seguir adelante! Pero el corazn del antiguo Hebreo no est empedernido hasta ese punto. Es el asno animal harto precioso en aquel pas y en aquellos tiempos. No se vive bien sin, por lo menos, una burra en la cuadra. Y todo el mundo tiene una burra: el amigo y el enemigo; y hoy se ha escapado la tuya y maana podra escaparse la ma. No nos venguemos en las bestias aunque el amo sea un bestia. Porque si de ste soy enemigo, tambin l es enemigo mo.
Dmosle un buen ejemplo, un ejemplo, es de esperar, provechoso. Llevmosle el burro a casa; echmosle una mano para ponerle de nuevo la albarda y cargarle. Hagamos a los dems lo que los dems harn, es de esperar, por nosotros . . . Y en aquel momento, sobre las orejas y la grupa del burro, depongamos, misericordiosos, todo mal pensamiento.
Es harto poco. El viejo Hebreo ha hecho ya un tremendo esfuerzo sobre s preocupndose de la bestia de su enemigo. Pero los Salmos, en compensacin, resuenan a cada paso de improperios contra los enemigos y de invocaciones violentas al Seor para que los persiga y los destruya: "Sobre la cabeza de los que me rodean, recaiga el dao de sus labios! Caigan sobre ellos carbones encendidos; sean precipitados en el fuego; en abismos de donde no puedan salir ms! Sorprndales la ruina imprevista y caigan en la red que han tendido; en la fosa que han cavado se precipiten en perdicin! Entonces mi alma se regocijar en el Eterno!". En un mundo de tal suerte, es justo que Sal se asombre de que su enemigo David no le haya dado muerte y que Job se glore de no haberse alegrado de la desventura del enemigo. nicamente en los Proverbios encontramos alguna palabra que promete las de Jess: "No digis: yo devolver el mal: espera al Seor y El te salvar". El enemigo debe tener castigo, pero de manos ms poderosas que las tuyas. Mas el annimo moralista llega hasta la caridad. "Si el que te odia tiene hambre, dale pan que comer; y si tiene sed, dale de beber agua. Es un progreso: la misericordia no se detiene en el buey, sino que se extiende al amo. Pero de estas tmidas mximas, escondidas en un rincn de las Escrituras, no podan ciertamente brotar las maravillas de amor del Sermn de la Montaa. 114
Pero ah est, aaden, Hillel: el rabino Hillel, el gran Hillel, maestro de Gamaliel, Hillel Habbabl o Babilono. Este clebre Fariseo viva un poco antes de Jess y enseaba, dicen, las mismas cosas que despus ense Jess. Era, si se quiere, un Judo liberal, un Fariseo razonable, un Rabino inteligente; pero Cristiano? Por qu? Ha dicho, s, estas palabras: "No hagas a los dems lo que a ti no te gusta: sta es toda la ley, lo dems no es sino comentario". Son bellas palabras, para un maestro de la antigua ley, pero cun distantes, todava, de las del promulgador de la nueva ley! El precepto es negativo: no hacer. No dice: haz el bien a quien te haga mal. Sino: No hagas a los otros y estos otros son ciertamente los compaeros, los conciudadanos, los familiares, los amigos lo que t sentiras como mal. Es una blanda prohibicin de hacer dao, no un mandato absoluto de amar. En efecto, los descendientes de Hillel fueron los Talmudistas, que empantanaron la Ley en la laguna mxima de la casustica; descendientes de Jess fueron los mrtires que bendecan a sus martirizadores.
Tambin Filn, hebreo alejandrino, metafsico platonizante, una veintena de aos anterior a Jess, ha dejado un tratadillo sobre el amor de los hombres. Pero Filn, con todo su talento y todas sus especulaciones msticas y mesinicas, es siempre, como Hillel, un terico, un hombre de pluma, de tintero, de estudios, de libros, de sistemas, de conceptos, de abstracciones, de clasificaciones. Su estrategia dialctica saca a relucir en orden de desfile miles de palabras, pero no sabe encontrar la palabra que cambia en un instante el pasado, la palabra que rene los corazones. Ha hablado del amor ms que Cristo, pero no ha sabido decir y no habra sabido comprender lo que Cristo dijo a sus ignorantes amigos en la Montaa.
Es posible que en Grecia, manantial donde todos han bebido, no se encuentre el amor a los enemigos? En Grecia, gustan de decir los paganizantes, los enemigos de la "supersticin palestinense", est todo; para las cosas del espritu, es la China del Occidente, madre de toda invencin.
En el Ayax de Sfocles, el famoso Odiseo se conmueve ante el enemigo reducido a miserable estado. En vano la misma Atenea, la sabidura helnica personificada en la lechuza sagrada, le recuerda que "la risa ms placentera es rerse del enemigo. Pero Ulises no se persuade: "Yo le compadezco aunque sea enemigo, porque le veo tan 115
desventurado, ligado a una mala suerte. Y mirndole pienso en m. Porque veo que cuantos vivimos no somos otra cosa que fantasmas, sombras ligeras . . . No es justo hacer mal a un hombre si se muere, aunque le odiases. Me parece que estamos todava distantes. El astuto Ulises no lo es tanto que no se vean los motivos de su enternecimiento innatural. Compadece al enemigo porque piensa en s mismo y en que le podra ocurrir un mal semejante, y le perdona porque lo ve en triste estado y moribundo.
Uno ms prudente que Ulises, el hijo del escultor Sofronisco, se ha propuesto, entre otros, el problema de cmo debe comportarse el justo con el enemigo. Pero leyendo los textos se descubren, con extraeza, dos Scrates de parecer contrario. El Scrates de Jenofonte acepta francamente el sentir comn: a los amigos se les trata bien y a los enemigos mal; antes bien, es mejor adelantarse a los enemigos en el hacer mal: "Es hombre digno de alabanza dice Chercrates el que se adelanta a sus enemigos tratndoles mal y a sus amigos sirvindoles". Pero el Scrates de Platn no acepta la opinin corriente: "No se debe le dice a Critn devolver a nadie injusticia por injusticia, mal por mal, sea cualquiera la injuria que hayas recibido". Y lo mismo afirma en la Repblica, aadiendo en apoyo de su opinin que los malos no se hacen mejores por la venganza. Pero lo que reina en la cabeza de Scrates es el pensamiento de la justicia, no el sentimiento del amor: en ningn caso el hombre justo debe hacer el mal, pero, tengmoslo en cuenta, por respeto a si mismo, no por afecto al enemigo; el malo debe castigarse por s mismo o de otra manera lo castigarn, despus de muerto, los jueces infernales. El escolar de Platn, Aristteles, volver tranquilamente a la antigua idea: "El no resentirse por las ofensas dir en la Etica a Nicmaco es propio de un hombre vil y esclavo.
En Grecia, por tanto, hay poco que descubrir que haga al caso de los rebuscadores de precedentes cristianos. Pero los negadores de Jess, para hacer creer que el Cristianismo exista antes de Cristo, han encontrado tambin un rival a Jess en Roma, en los mismos palacios del Csar: Sneca. Sneca, el director de conciencia de los "jvenes seores" del gran mundo, en el estoicismo reformado; el aristcrata abstracto que no se conmueve nunca ante las penas de los humildes; el propietario que desprecia las riquezas y no las suelta; que afirma la igualdad entre libres y esclavos, y de esclavos se sirve; el ingenioso anatomista de casos, de escrpulos, de males, de vicios efectivos y de virtudes deseadas; el que canaliz la antigua doctrina de Crisippo, necia, aunque hasta cierto punto limpia, 116
hacia el estuario del preciosismo; Sneca, moralista, habra sido, pues, cristiano sin saberlo, en los mismos aos de la vida de Cristo. Porque rebuscando en sus obras, harto copiosas y muchas fueron escritas despus de la muerte de Jess, porque Sneca esper a suicidarse hasta el ao 65 , han encontrado que "el sabio no se venga, sino que olvida las ofensas", y que "para imitar a los dioses hay que hacer el bien aun a los ingratos, porque el sol brilla tambin sobre los malos y el mal soporta a los corsarios", y hasta que "es menester socorrer a los enemigos con mano amiga. Pero el "olvido" del filsofo no es el "perdn"; y el "socorro" puede ser beneficencia, pero no es amor. El soberbio, el estoico, el fariseo, el filsofo orgulloso de su filosofa, el justo satisfecho de su justicia, pueden despreciar las ofensas de los pequeos, las mordeduras de los adversarios y pueden tambin, por prurito de magnanimidad y por ganarse la admiracin de los pueblos, dar un pan al enemigo hambriento para humillarle ms duramente desde la altura de su perfeccin. Pero ese pan fue cocido casi siempre con la levadura de la vanidad, y esa mano amiga no hubiera sabido enjugar una lgrima ni limpiar una herida.
El mundo antiguo no conoce el Amor. Conoce la pasin por la mujer, la amistad por el amigo, la justicia para el ciudadano, la hospitalidad para el forastero. Pero no conoce el Amor. Zeus protege a los peregrinos y a los extranjeros; y al que llama a la puerta del griego no le ser negado un pedazo de carne, una taza de vino y un lecho. Los pobres sern albergados, los enfermos sern asistidos, los llorosos sern consolados con bellas palabras; pero los antiguos no conocern el Amor, el amor que sufre y se sacrifica, el amor hacia todos los que sufren y son abandonados, el amor hacia la gente baja, hacia la pobre gente, hacia la gente despreciada, pisoteada, maldita, desamparada; el amor para todos, el amor que no hace diferencia entre ciudadano y extranjero, entre bello y feo, entre delincuente y filsofo, entre hermano y enemigo.
En el ltimo canto de la Ilada vemos a un viejo lloroso, a un padre que besa la mano de un Enemigo, del mas terrible enemigo, del que le ha matado a sus hijos, y hace pocos das al hijo mas querido. Priamo, el viejo rey, el jefe de la ciudad profanada, el dueo de muchas riquezas, el padre de cincuenta hijos, est arrodillado a los pies de Aquiles, el mayor hroe y el mas infeliz de los Griegos, el hijo de una mitolgica diosa del mar, el vengador de Patroclo, el matador de Hctor. La cabeza blanca del viejo arrodillado se inclina ante la juventud orgullosa del vencedor. Y Priamo llora al hijo amado, al ms 117
fuerte, al ms hermoso, al ms amado de sus cincuenta hijos, y besa la mano que lo mat. "Tambin t le dice al matador tienes un padre canoso, caduco, lejano, indefenso. En nombre del amor de tu padre, devulveme al menos el cadver de mi hijo."
Aquiles, el feroz, el despiadado, el carnicero Aquiles, aparta suavemente al suplicante y se echa a llorar. Y ambos enemigos, el vencido y el vencedor, el padre que ya no tiene hijo y el hijo que no volver a ver a su padre, el Viejo todo blanco y el Joven de rubios cabellos rasurados, ambos lloran juntos, por primera vez, hermanados en el dolor. Los dems, en derredor, miran mudos y estupefactos. Nosotros mismos, despus de treinta siglos, no podemos dejar de conmovernos ante aquel llanto.
Pero en el beso de Priamo no hay perdn, no hay amor. El Rey se humilla a los pies de Aquiles porque, solo y enemigo, quiere obtener una gracia difcil y fuera de uso. Pero Aquiles no llora sobre Hctor muerto, ni por Priamo lloroso, por el poderoso que ha tenido que humillarse, por el enemigo que ha tenido que besar la mano homicida. Llora por el amigo perdido, por Patroclo, caro para l sobre los hombres todos; por Peleo, abandonado a Ftas; por su padre, a quien nunca ms ver, porque sabe que sus jvenes das estn contados. Y devuelve al padre el cuerpo de su hijo aquel cuerpo que durante tantos das ha arrastrado en el polvo porque Zeus quiere que le sea devuelto, no porque se haya aplacado su sed de venganza. Cada cual llora sobre s mismo; el beso de Priamo es una dura necesidad; la restitucin de Aquiles es obediencia a los dioses. En el ms noble mundo heroico de la antigedad no hay lugar para el amor que destruye al odio y ocupa el lugar del odio, para el amor ms fuerte que la fuerza del odio, ms ardiente, ms implacable, ms fiel; para el amar que no es olvido del dao, sino amor del dao recibido porque el mal es una desventura para quien lo comete ms que para nosotros ; no hay lugar para el amor de los enemigos.
De este amor ninguno habl antes de Jess: ninguno de los que hablaron del amor. No se conoci este amor hasta el Sermn de la Montaa.
Es una de las grandezas y una novedad de la doctrina moral de Jess: su novedad ms grande, su grandeza eternamente nueva, nueva tambin para nosotros por no entendida, imitada ni obedecida; infinitamente eterna como la verdad. 118
AMAD
"Habis odo que fue dicho: Ama a tu prjimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian, rogad por los que os hacen dao, que os ultrajan, que os persiguen. A fin de que seis imitadores de vuestro Padre que est en los cielos; porque l hace que su sol se levante sobre los malvados y sobre los buenos, y hace llover sobre los justos y sobre los injustos. Porque si amis a los que os quieren, qu mrito hay en ello? No lo hacen ya los publcanos? Y si acogis nicamente a vuestros hermanos, qu hacis de singular? No hacen los paganos otro tanto? Sed, pues, perfectos vosotros, como es perfecto vuestro Padre celestial."
Pocas palabras, desnudas, llanas, sin filosofa; pero son la carta magna de la nueva raza, de la tercera raza que va a nacer. La primera fue la de los Brbaros sin Ley, y su nombre fue la guerra; la segunda la de los brbaros desbastados por la Ley, y su ms alta perfeccin fue la Justicia, y es la raza que dura todava, pues la Justicia no ha vencido todava a la Guerra, y la Ley no ha acabado an de suplantar a la bestialidad. La tercera debe ser la raza de los Hombres verdaderos, no slo Justos sino Santos, no semejantes a las Bestias sino a Dioses.
La idea de Jess es sta: transformar a los hombres de Bestias en Santos por medio del Amor. Circe la maga, la consorte satnica de las antiguas mitologas, converta a los hombres en bestias por medio del placer. Jess es el antisatans, el anticirce, el que salva de la animalidad con una fuerza ms poderosa que el placer.
No se necesita menos para llevar a cabo esta obra, que parece desesperada, a todos los animales apenas desbestializados y a los hombres abocetados, que recurrir a la imitacin de Dios. Para aproximarse a la Santidad es preciso mirar a la Divinidad. Sed santos, porque Dios es santo. Sed perfectos, porque Dios es perfecto.
Este llamamiento no suena por primera vez en el corazn del hombre. Dijo Satans en el jardn: "Seris como Dioses". Dijo Jehov a sus jueces: "Sed Dioses: sed justos como justo es Dios." Pero ahora no se trata de ser sabios como Dios; no basta ni siquiera con 119
ser justos a semejanza de Dios. Dios no es nicamente sabidura y justicia; es nuestro Padre, es Amor. Su tierra da pan y flores incluso al homicida; quien blasfema de l, ve todas las maanas, al despertar, el mismo sol refulgente que calienta las manos de los que rezan en el campo. El Padre ama a quien le abandona y a quien le busca, a quien le obedece en su casa y a quien le vomita junto con el vino. Un Padre puede entristecerse, puede padecer, puede llorar; pero ningn malvado ser capaz de conseguir que se haga semejante a l, nadie le inducir a la venganza.
Y nosotros, que estamos tan por debajo de Dios, criaturas caducas y perecederas que apenas tenemos fuerzas para recordar el anteayer y no sabemos el maana, nosotros, criaturas inferiores y desventuradas, no tenemos mucho mayores motivos para portarnos con los hermanos de miseria como Dios lo hace con nosotros?
Dios es nuestro ideal supremo, el trmino de nuestro querer. Dejarlo solo, alejarse de l, no es alejarse de nuestro nico destino, hacer imposible, perpetuamente,
desesperadamente inasequible, aquella felicidad para la que hemos sido hechos, imaginada por nosotros, soada por nosotros, querida, buscada, invocada, perseguida en vano en todas las falsas felicidades que no son de Dios? "Seamos Dioses exclama Bossuet , seamos Dioses, que l nos lo permite, por la imitacin de su santidad." Quin rechazar el ser semejante a Dios, el estar con Dios? Dii estis. La divinidad est en nosotros; la bestialidad la envuelve y aprieta como una mala corteza que retarda nuestro crecimiento. Quin no querr ser a manera de Dios? Estis realmente contentos, hombres, de ser hombres, hombres como lo sois hoy, medio hombres, medio bestias, centauros sin gallarda, sirenas sin dulzura, demonios con hocico de faunos y pies de cabra? Estis satisfechos de vuestra humanidad bastarda e imperfecta, de vuestra animalidad, apenas refrenada, de vuestra santidad tan slo deseada? Os parece que la vida de los hombres, tal como fue ayer, tal como lo es hoy, sea tan grata, tan feliz, tan bienaventurada, que no se deba intentar nada para que no siga siendo as, para que sea completamente diferente, opuesta a la actual, ms semejante a la que desde hace miles y miles de aos imaginamos en el futuro y en el cielo? No se podra hacer de esta vida otra vida, trocar este mundo en un mundo ms divino, hacer descender, al fin, el cielo, la ley del cielo, sobre la tierra?
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Esta nueva vida, este mundo terrenal, pero celeste, es el Reino de los Cielos. Y para que el Reino venga a nosotros, hemos de encielarnos, divinizarnos, trashumanarnos nosotros mismos; hacernos semejantes a Dios.
El secreto de la imitacin de Dios es el Amor, el camino cierto de la trashumacin, el Amor, el Amor de Dios, el amor del hombre por Dios, el amor del amigo y del enemigo. Si este amor fuese imposible, sera imposible, sera imposible nuestra salvacin. Si fuese repugnante, seal sera de que nos repugna la felicidad. Si fuese absurdo, nuestras esperanzas de redencin no seran sino absurdo tambin.
El amor hacia los enemigos le parece locura a la razn comn. Quiere decirse que nuestra salud reside en la locura. El amor hacia los enemigos se parece al odio de nosotros mismos. Quiere decirse que llegaremos a la bienaventuranza slo a condicin de odiarnos a nosotros mismos.
Nada debe aferrarnos al punto a que hemos llegado. Porque se ha probado todo, se han agotado todas las experiencias. No diremos que nos ha faltado tiempo para todas las pruebas que hemos querido hacer. Desde hace semanas de Milenios estamos en la tierra probando y volviendo a probar. Hemos experimentado la ferocidad, y la sangre ha llamado a la sangre. Hemos experimentado la voluptuosidad, y la voluptuosidad nos ha dejado en la boca sabor a podredumbre y una sed ms ardiente. Hemos enervado nuestro cuerpo en los ms refinados y perversos placeres hasta hallarnos, consumidos y tristes, sobre un lecho de estircol. Hemos experimentado la Ley y no hemos obedecido la Ley y la hemos cambiado y desobedecido otra vez, y la Justicia no ha saciado nuestro corazn. Hemos experimentado la Razn, hemos hecho inventario de todo lo creado, contado las estrellas, descrito las plantas; las cosas muertas y las vivas, las hemos atado con el hilo fino de los conceptos, las hemos transfigurado en los vapores mgicos de las metafsicas y, al fin, las cosas eran siempre las mismas, y no nos bastaban y no se podan renovar, y los hombres y los nmeros no calmaban nuestra hambre, y los ms sabios han terminado con aburridas confesiones de ignorancia. Hemos experimentado el Arte y nuestra impotencia ha hecho despertar a los ms fuertes, porque lo Absoluto no est en las formas, la Diversidad rebosa de lo nico, la Materia trabajada no detiene lo Efmero. Hemos experimentado la Riqueza y nos hallamos ms pobres; la Fuerza y nos hemos 121
despertado ms dbiles. Nuestra alma no se ha aquietado en cosa alguna; nuestro cuerpo no ha encontrado descanso a ninguna sombra; y el corazn, siempre buscando, siempre desilusionado, est ms viejo, ms cansado, ms vaco, porque en ningn bien creado ha encontrado su Paz, en ningn placer su Contento, en ninguna conquista su Felicidad.
Jess nos propone una postrera experiencia: la experiencia del Amor. La que casi nadie ha hecho, o pocos han intentado, o en breves momentos de su vida. La ms ardua, la ms contraria a nuestro instinto, pero la nica que puede mantener lo que promete.
El hombre, tal como sale de la naturaleza, no piensa ms que en s mismo, no ama ms que a s mismo. Consigue poco a poco, con indecibles pero lentos esfuerzos, amar durante algn tiempo a su mujer, a sus hijos; soportar a sus cmplices de caza, de asesinato y de guerra. Puede amar rara vez a un amigo; ms fcilmente puede odiar a quien le ama; no quiere amar a quien le odia.
Y precisamente por esto Jess ordena el amor hacia los enemigos. Para rehacer al hombre por entero, para crear un hombre nuevo, es menester extirpar el centro ms tenaz del hombre viejo. Del amor de s mismo nacen todas las desventuras, los estragos, las miserias del mundo. Para domar al antiguo Adn, es menester arrancarle este amor de s mismo y sustiturselo por el amor ms contrario a su naturaleza presente: el amor de los enemigos. La transformacin total del hombre parece un absurdo tan sublime, que nicamente se puede llegar a ella por un camino, al parecer, absurdo. Una empresa extraordinaria, antinatural y loca, que slo puede obtenerse con una locura innatural, extraordinaria.
Hasta ahora el hombre se ama a s mismo y odia al que le odia; el hombre futuro, el habitante del Reino, debe odiarse a s mismo y amar a quien le odia. Amar al prjimo como a si mismo si este amor no se entiende en su recto sentido es una frmula insuficiente, una concesin al egosmo universal. Quien se ama demasiado a s mismo no puede amar perfectamente a los dems, y se encuentra por fuerza en conflicto con los dems. nicamente parece resolutivo el odio a nosotros mismos. Porque nos amamos, nos admiramos, nos acariciamos demasiado. Para vencer ese ciego amor es bueno considerar nuestra nada, nuestra bajeza, nuestra infamia. El odio de s mismo es 122
humildad y, por ende, principio de arrepentimiento y perfeccin. Y nicamente los humildes entrarn en el Reino de los Cielos, porque ellos solos saben el largo camino que de l nos separa. Nos airamos contra los dems porque nuestro ego ya nos parece ofendido sin razn, insuficientemente servido por los dems; matamos al hermano, porque nos parece un estorbo a nuestro bien: robamos por amor a nuestro cuerpo; fornicamos por complacer a nuestro cuerpo; la envidia, madre de rivalidades, de contiendas, de guerras, es el sentimiento de que otro tenga ms que nosotros de lo que nosotros no tenemos; el orgullo es la ostentacin de nuestra certidumbre de ser ms que los dems, de tener ms que los dems, de valer y saber ms que los dems. Todas aquellas cosas que las religiones, las morales, las leyes llaman vicios, pecados, delitos, tienen origen en este amor por nosotros mismos, en el odio por los dems que nace de este nico, solitario y desordenado amor.
Qu derecho tenemos para odiar a nuestros enemigos, si tambin nosotros hemos cado en la misma culpa por la cual nos parece lcito odiarlos, esto es, el odio?
Qu derecho tenemos a odiarlos, aunque hayan cometido algn mal, aunque los creamos perversos, cuando nosotros mismos, la mayora de las veces, hemos cometido los mismos males y estamos empecinados en las mismas perversidades?
Qu derecho tenemos a odiarlos, si casi siempre es tambin nuestra la responsabilidad de su odio, somos nosotros quienes les hemos inducido a odiarnos con los infinitos errores del monstruoso amor a nosotros mismos?
Y quien odia es infeliz; es el primero en padecer. Al menos en reparacin de este padecimiento, cuya verdadera causa, prxima o lejana, tantas veces somos, debemos responder con el amor a aquel odio, con la dulzura a aquella rudeza.
Nuestro enemigo es tambin nuestro salvador. Debemos estar todos los das agradecidos a los enemigos. Ellos solos ven claro y dicen sin fingimientos lo que en nosotros hay de feo y de innoble. Nos recuerdan nuestro verdadero ser; despiertan la conciencia de nuestra pobreza moral, principio esencial del segundo nacimiento. Les debemos, tambin por este ttulo, amor. 123
Porque nuestro enemigo ha menester amor, y el nuestro precisamente. Quien nos ama ya tiene su alegra y parte de su pago. No tiene necesidad de nuestra correspondencia. Pero el que odia es infeliz, odia porque es infeliz; el odio es un desahogo amargo de su pena. De esta pena tenemos nosotros quizs parte de culpa. Y aunque por imprudente confianza en nosotros mismos creamos no tenerla, con el amor debemos aliviar la infelicidad del que nos odia, aligerar su mal, pacificarle, hacerle mejor, convertirle tambin a l a la bienaventuranza del amor. Si le amamos le conoceremos mejor; conocindole mejor le amaremos todava ms. nicamente nos quiere bien el que nos conoce; el amor hace transparente a quien se ama. Si amamos a nuestro enemigo, su alma se nos aparecer ms clara, y cuanto ms penetremos en l tanto ms descubriremos que tiene derecho a nuestra piedad, a nuestro amor. Porque todo enemigo es un hermano desconocido; se odia frecuentemente a aquellos a quienes uno se parece; algo de nosotros mismos, ignorado quizs de nosotros mismos, hay en nuestro enemigo y es tal vez la causa de nuestra enemistad. Amando al enemigo, elevamos en el conocimiento nuestro espritu y llevamos el suyo hacia lo alto. De un odio que divide se puede hacer una luz que libera. Del psimo de los males, el mximo de los bienes.
Por eso ordena Jess la inversin en las relaciones entre los hombres. Cuando el hombre ame lo que hoy odia y odie lo que ama, el hombre ser otro, la vida ser lo opuesto a esta vida. Y si la vida de hoy est hecha de males y desesperaciones, la nueva, siendo todo lo contrario, ser toda bondad y consuelos. La felicidad, por primera vez, ser nuestra; el Reino de los Cielos comenzar en la tierra. Volveremos a encontrar el Paraso para la Eternidad. Que se perdi porque los primeros hombres quisieron conocer el bien y el mal. Pero por el amor perfecto, semejante al del Padre, el mal desaparecer. El mal ser do , destruido por el bien. El Paraso era el amor, el amor entre Dios y el hombre, entre el hombre y la mujer. El nuevo Paraso Terrenal ser el amor de cada hombre hacia todos los hombres, el Paraso reconquistado. Cristo, en este sentido, es el que vuelve a conducir a Adn a las puertas del Jardn y le ensea cmo puede entrar en l de nuevo y habitarlo por siempre
Los descendientes de Adn no le han credo; han repetido sus palabras y no las han seguido; y los hombres, por sordidez de su corazn, gimen an en un Infierno Terrestre, que de siglo en siglo se va haciendo ms infernal. Hasta que los tormentos sean tan 124
atroces e insoportables que en aquellos que los padezcan nazca de improviso el odio al odio; hasta que los moribundos rebeldes, en el frenes de la desesperacin, lleguen a amar a sus verdugos. Entonces, de la gran tiniebla dolorosa, surgir al fin la casta esplendidez de una milagrosa primavera.
PADRE NUESTRO
Los Apstoles pidieron a Jess una Oracin. Les haba dicho a todos que rezasen oraciones cortas y secretas. Pero no se contentaban con las recomendadas por los tibios sacerdotes librescos del Templo. Queran una oracin propia, que fuese como el distintivo de los que seguan a Jess.
Jess en la Montaa ense por primera vez el Padre Nuestro. Es la nica frmula de oracin que ha aconsejado Jess. Una de las oraciones ms sencillas del mundo. La ms profunda de cuantas se levantan de las casas de los hombres y de Dios. Una oracin, sin literatura, sin pretensiones teolgicas, sin jactancia y sin servilismo. La ms hermosa de todas.
Pero si el Padre Nuestro es sencillo, no todos lo entienden. La secular repeticin, la mecnica repeticin de la lengua y de los labios, la repeticin milenaria, formal, ritual, desatenta, indiferente, ha hecho de l una sarta de slabas cuyo sentido primitivo y familiar se ha perdido. Releyndolo hoy, palabra por palabra, como un texto nuevo, como si lo tuviramos por primera vez ante la vista, pierde su carcter de vulgaridad ritual y reflorece en su primer significado:
Padre nuestro: Luego hemos venido de ti y como a hijos nos amas: de ti no recibiremos ningn mal.
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Que ests en los Cielos: En lo que se contrapone a la Tierra, en la esfera opuesta a la Materia, en el Espritu, por tanto, y en aquella parte mnima y con todo eterna del reino espiritual, que es nuestra alma.
Santificado sea el tu nombre. No debemos adorarte nicamente con las palabras, sino ser dignos de ti, acercarnos a ti, con amor ms fuerte. Porque t ya no eres el vengador, el Seor de las Batallas, sino el Padre que ensea la bienaventuranza en la paz.
Venga a nos el tu Reino: El Reino de los Cielos, el Reino del Espritu y del Amor, el del Evangelio.
Hgase tu voluntad as en la Tierra como en el Cielo. Tu ley de Bondad y de Perfeccin domine en el Espritu y en la Materia, en todo el universo visible e invisible.
El pan nuestro de cada da dnosle hoy. Porque la materia de nuestro cuerpo, morada del espritu, tiene todos los das necesidad de un poco de materia para mantenerse. No te pedimos riquezas, que suelen ser estorbo pernicioso, sino tan slo aquello poco que nos permita vivir, para hacernos ms dignos de la vida prometida. No slo de pan vive el hombre, pero sin ese pedazo de pan el alma, que vive en el cuerpo, no podra nutrirse de las dems cosas ms preciosas que el pan.
Perdnanos nuestras deudas as como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdnanos, pues nosotros perdonamos a los dems. T eres nuestro eterno e infinito acreedor: nunca podremos pagarte. Pero muvate el que a nosotros, por nuestra naturaleza enferma, nos cuesta, ms condonar una sola deuda a uno solo de nuestros deudores, que a ti el cancelar todo lo que debemos.
Y no nos dejes caer en la tentacin. Somos dbiles, enligados todava en la carnalidad, en este mundo que, a veces; nos parece tan bello y nos llama a todas las molicies de la infelicidad. Aydanos para que nuestra mutacin no sea demasiado dificultosa y combatida, y nuestra entrada en el Reino no sufra dilaciones.
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Mas lbranos del Mal. T que ests en el Cielo, que eres Espritu y tienes poder sobre el Mal, sobre la Materia irreductible y hostil que por doquier nos rodea y de la que siempre no es fcil desarraigarse; t, adversario de Satans; T, negacin de la Materia, aydanos. En esta victoria sobre el Mal sobre el Mal que siempre vuelve a retoar, porque no ser de veras vencido sino cuando todos le hayamos vencido est nuestra grandeza; pero esa victoria decisiva ser menos lejana si nos socorres con su alianza.
Con esta peticin de ayuda termina el Padre Nuestro. Donde no se advierte la fastidiosa adulacin de las plegarias orientales, adornadas de elogios y de hiprboles que parecen inventados por un perro que adora a su amo con su alma canina porque le permite existir y comer. Ni se encuentra la splica lamentosa, quejumbrosa, del salmista que implora de Dios todos los socorros, y con ms frecuencia los temporales que los espirituales, y se queja si la cosecha no ha ido bien, si sus conciudadanos no lo respetan, e invoca plagas y saetas contra los enemigos, a quienes no sabe vencer por s solo.
Aqu el nico elogio es la palabra Padre. Una alabanza que es una obligacin, un testimonio de amor. A este Padre no se le pide otro bien temporal que un poco de pan dispuestos a ganarlo con el trabajo, porque tambin el anuncio del Reino es un trabajo necesario , y s pide, adems, el mismo perdn que concedemos a nuestros enemigos; una vlida proteccin, en fin, para combatir el Mal, enemigo comn a todos, opaca muralla que nos impide la entrada en el Reino.
Quien reza el Padre Nuestro no es orgulloso, mas tampoco se rebaja. Habla a su Padre con ntimo y plcido acento de la confidencia, casi de igual a igual. Est seguro de su amor y sabe que el Padre no ha menester de largos discursos para conocer sus deseos. "Vuestro Padre advierte Jess sabe lo que habis menester, antes que lo pidis". La ms bella de todas las oraciones es tambin recuerdo cotidiano de lo que nos falta para ser semejantes a Dios.
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OBRAS PODEROSAS
Jess, despus de haber promulgado la nueva Ley de la imitacin de Dios, baj de la Montaa.
No se puede estar siempre en lo alto de la Montaa. Apenas llegados a la cima, estamos destinados a bajar de ella. Necesaria, inapelablemente obligados a bajar. La subida es ya un compromiso de descenso. Una promesa de volver a lo bajo. La ascensin se paga con el descenso; est descontada, expiada, compensada con el descenso. La tristeza de descender es el precio con que se paga la alegra de subir. El gozo de la subida es un resarcimiento anticipado por la melancola del descenso.
Quien tenga que hablar ha de hacerse or: si habla siempre en las cimas, pocos permanecen con l en las cimas hace fro para los que no son todo fuego y a pocos llega su voz. Quien haya venido para dar no puede pretender que los hombres pulmones dbiles, corazones gastados, piernas sin nervio le sigan a lo alto, lanzndose a pechos por la cuesta arriba. Ha de buscarlos en las llanuras, en las casas donde se albergan: descender hasta ellos para elevarlos.
Jess sabe que para que la Buena Nueva sea de todos sabida no bastan los discursos elevados dichos en las montaas. Sabe que son menester palabras menos generales, palabras que se parezcan ms al hecho, palabras imgenes, palabras relatos, palabras que sean casi hechos. Y sabe que no bastan ni estas palabras siquiera,
El pueblo sencillo, tosco; el pueblo menudo que sigue a Jess est compuesto de hombres que viven en las cosas materiales, de hombres que llegan con cunta lentitud, con cunta fatiga! a las cosas espirituales solamente a travs de las pruebas materiales, los signos, los smbolos materiales. No entienden una cosa espiritual sin su encarnacin material, sin su incorporacin o revestimiento material. Sin un testimonio, sin una contraprueba material. Una imagen sensible los puede poner en camino de la revelacin moral; un prodigio es la confirmacin de una verdad nueva, de una misin puesta en litigio.
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La predicacin, que procede por axiomas y aforismos, no bastaba a aquellas imaginaciones orientales. Jess recurri a lo maravilloso y a la poesa. Hizo Milagros y habl en Parbolas.
Los Milagros que cuentan los Evangelistas han sido para muchos modernos la primera razn para dejar a Jess y al Evangelio. No pueden creer en el Milagro; el Milagro no cabe en sus cerebros arrugados; as, pues concluyen, el Evangelio miente, y si miente en tantos pasajes tampoco se le puede creer en los dems. Jess no puede haber resucitado a los muertos; luego sus palabras no tienen ningn valor.
Los que as razonan y razonan mal, porque una doctrina puede dar valor a los milagros, pero los milagros no siempre prueban las doctrinas dan a los Milagros un peso y una significacin mucho mayor que los que Jess les concediera.
Si hubieran ledo los Cuatro Evangelios, hubiesen visto que Jess muchas veces rehsa el hacer milagros. Que se resiste cuando se le requiere para que los haga; que no le da una suprema importancia a ste su divino poder. Se niega siempre que encuentra una buena razn para negarse. Si insisten despus de su repulsa, cede para premiar la fe de los enfermos que se lo piden. Pero por s, para salvarse a s mismo, no har milagros nunca. No quiere hacerlos en el desierto para quitarse de delante a Satans; no los har en Nazareth, cuando quieren matarle; ni en Gethseman, cuando van a arrestarlo; ni en la Cruz, cuando le desafan a que se salve. Su poder es para los dems, el bien de sus hermanos mortales.
Son tantos los que le piden una seal, una seal del cielo, una seal que persuada a los incrdulos que su Palabra es Palabra de verdad! "Esta perversa y adltera generacin pide una seal y ninguna seal le ser dada si no es la seal del Profeta Jons." Qu seal es sa? Los Evangelistas, que escribieron despus de la Resurreccin, entienden, que Jons, salido al cabo de tres das del vientre de la ballena, es la figura de Jess, que saldr al tercer da del sepulcro. Pero lo que sigue del texto demuestra que Jess entenda adems otra cosa: "Los Ninivitas se levantarn el da del juicio contra esta generacin y la condenarn, porque ellos se arrepintieron por la predicacin de Jons; y he aqu que hay uno que es ms que Jons." Nnive no pidi prodigios; la sola palabra la convirti. Los que 129
no se convierten con la predicacin de Jess que anuncia verdades infinitamente ms grandes que Jons estn por debajo de los Ninivitas, de los idlatras, de los brbaros.
No debis creerme nicamente porque hago milagros, pero debis recordar que la fe puede realizar tambin milagros. A los corazones endurecidos, cerrados a la verdad, no los convierte ni el milagro ms grande: "Si no escuchan a Moiss ni a los Profetas no se dejarn persuadir ni de un muerto resucitado." Las ciudades donde ha hecho los mayores prodigios le han abandonado, "Ay de ti, Corozan! Ay de ti, Bethsaida! Porque si en Tiro y en Sidn se hubieran hecho las obras poderosas que se han hecho entre vosotros, se hubieran ha mucho tiempo arrepentido, y tomado el cilicio y las cenizas."
Algunos pueden hacer obras que parezcan milagros, incluso los brujos charlatanes. En su tiempo, un tal Simn las hacia en Samaria; y tambin las hacan los discpulos de los Fariseos. Pero no se les tendr en cuenta. No bastan los milagros para entrar en el Reino. "Muchos me dirn aquel da: Seor, Seor, no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre ahuyentado a los demonios y hecho en tu nombre muchas obras poderosas? Y entonces yo les dir abiertamente: No os conozco; apartaos de m vosotros todos, hacedores de iniquidad." No basta arrojar a los demonios si no has arrojado lo que hay en ti, demonio de soberbia o de concupiscencia.
Tambin despus de su muerte vendrn otros a hacer milagros: "Se levantarn falsos mesas y falsos profetas, y harn grandes seales y prodigios capaces de seducir, si fuese posible, a los mismos elegidos." Os he puesto en guardia: no creis en tales seales ni prodigios hasta que no venga el Hijo del Hombre. Los milagros de los falsos profetas no prueban la verdad de sus palabras.
Por todas estas razones, Jess se abstena, cuanto le era posible, de los Milagros; mas no siempre poda resistir a las peticiones de los dolientes, y a veces su piedad no esperaba las demandas. Porque el Milagro es potencia de fe, y era grande la fe de los demandantes. Pero muchas veces, apenas efectuada la curacin, recomendaba a los agraciados el secreto: "Ve y no lo digas a nadie."
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De tres cosas no pueden prescindir los hombres para vivir. Y son el Pan, la Salud y la Esperanza.
Sin las dems consiguen bufando, imprecando vivir. Pero si no tienen al menos esas tres, llaman aprisa a la muerte. Porque entonces la vida se asemeja a la muerte. Es una muerte con dolor por aadidura. Una muerte agravada, empeorada, exasperada, sin el lenitivo de la insensibilidad siquiera. El hambre consume el cuerpo; el dolor hace odiar al cuerpo; la desesperacin el no esperar ya un mejoramiento, un descanso, un refrigerio le quita sabor a todo. Toda razn de ser y toda razn de obrar. Hay quien no se mata, porque aun matarse es hacer algo.
Quien quiera atraerse a los hombres debe dar el Pan, la Salud y la Esperanza. Debe quitarles el hambre, curarlos y crear la fe en una vida ms bella.
Jess ha dado esta fe. A los que le seguan en los desiertos y por los montes, les ha distribuido el pan espiritual y el material. No ha querido transformar las piedras en panes, pero ha hecho que los panes verdaderos bastasen para millares de personas. Y las piedras que los hombres llevaban dentro del pecho las ha cambiado en corazones que aman.
Y no ha rechazado a los enfermos. Jess no es un atormentador de s mismo, un flagelante. No cree que el dolor sea necesario para vencer al mal. El mal es mal y se le ahuyenta; pero tambin el dolor es mal. Bastan, para llegar a la verdadera salud, los dolores del alma; por qu ha de padecer sin necesidad tambin el cuerpo? Los Hebreos antiguos vean en la enfermedad un castigo nicamente: los Cristianos, sobre todo, una ayuda a la conversin.
Pero Jess no cree en la venganza sobre los inocentes y no espera de los tormentos, de las lceras o de los cilicios la verdadera salvacin. Dad al cuerpo lo que es del cuerpo y al alma lo que es del alma. No le disgusta estar sentado en torno a la mesa cordial de la cena; no rechaza a quien le sirve el vino viejo ni a la mujer que le vierte perfume sobre los cabellos y los pies. Jess puede ayunar varios das; puede contentarse con una rebanada de pan y medio pez asado y puede dormir en el suelo con la cabeza sobre una piedra. Pero no busca, mientras no es indispensable, el cansancio, el hambre, el 131
padecimiento. La salud es un bien para l, y son bienes aceptables, cuando nadie sufre con ello, el placer inocente de un almuerzo con los amigos, una copa de vino bebido en compaa, la fragancia de un vaso de nardo. Si un enfermo se le acerca, le cura. Jess no ha venido a negar la vida, sino a afirmarla. A afirmar, a instaurar una vida ms perfecta y feliz. No va a buscar deliberadamente a los enfermos. Su misin es ahuyentar el dolor espiritual, llevar la alegra espiritual. Pero si de paso acaece calmar tambin los dolores carnales, calmar un tormento, devolver con la salud del alma la del cuerpo, no sabe negarse. Se muestra, a veces, reacio, porque su oficio no es aquel; mira ms alto, y no quisiera parecer a los ojos del mundo un hechicero vagabundo o el Mesas mundano que la mayora espera. Pero, en fin, como quiere vencer el mal y hay hombres que le saben capaz de vencer todos los males, su amor accede a ahuyentar tambin los del cuerpo.
Cuando por las calles pisoteadas por los sanos le salen al encuentro, en grupos de diez, los leprosos, los repelentes, los desfigurados, horribles leprosos, y ve aquella blanca tumidez, las escamas a travs de las tnicas desgarradas, y aquella piel manchada, arrugada, escamosa, resquebrajada, la piel endurecida y rugosa que deforma la boca, ahoga los ojos, hincha las manos; mseros espectros dolientes de los que todo el mundo huye, separados de todos, que a todos dan asco, y gracias si tienen un poco de pan, una escudilla para el agua, el abrigo de una cueva para guarecerse, y con trabajo pronuncian las palabras con sus labios hinchados y tumefactos, y le piden, a l, tan poderoso en palabras y en obras, a l, ltima esperanza de aquellas desesperaciones, la salud, la curacin, el prodigio, cmo podra Jess apartarse como los dems, sin escucharlos?
Y los epilpticos que se retuercen en el polvo de la tierra, con el rostro contrado en un espasmo inmvil, la baba en la boca; los obsesos que ululan entre los sepulcros en ruina, como perros siniestros, nocturnos, inconsolables; los paralticos, troncos que sienten lo preciso para padecer, cadveres habitados por un alma encarcelada y suplicante; y los ciegos, los espantosos ciegos encerrados desde su nacimiento en la noche anticipacin de la negrura bajo tierra que andan tropezando entre los felices que van donde quieren; los ciegos abstrados, con la cabeza en alto y los ojos fijos, como si les hubiese de llegar la luz del fondo del infinito, y para quienes el mundo no es ms que una gradacin de durezas tentadas con las manos; los ciegos siempre solitarios que no saben del sol sino la tibieza o la quemazn. 132
Cmo poda Jess responder que no a aquellas miserias? Su amor, que sobrepuja a la piedad comn cuando su perfeccin trasciende sobre la de los dems, no puede rechazar imploraciones que conmoveran incluso a un pagano. Que aun siendo mudas enternecen.
LA RESPUESTA A JUAN
Jess cura, pero no tiene nada de brujo ni de exorcista. No recurre a tetragramas, a encantamientos, talismanes, humaredas, velos ni misterios. No llama en su ayuda ni a los Cielos ni a los Infiernos. Le basta una palabra, un grito, una dulce voz una caricia. Basta su voluntad y la fe de quien pide. A todos les pregunta: Crees t que yo pueda hacer eso? Y cuando la curacin est hecha: Ve, tu fe te ha curado.
El Milagro, para Jess, es la confluencia de dos buenas voluntades; el contacto vivo entre el poder de quien opera y la fe del paciente. La colaboracin de dos fuerzas. Una combinacin, una convergencia de certidumbres salvadoras.
Pasa de aqu para all, pasara . . . Si tuvieseis tanta fe como un grano de mostaza, podrais decir a este monte: Pasa de aqu all, pasara . . . Si tuvieseis tanta fe cuanto es el tamao de un grano de mostaza, podrais decir a esta morera: Desarrigate y plntate en el mar, y os obedecera." Los que no tienen ni siquiera la fe de una milsima parte de una semilla de mostaza juran que nadie tiene ese poder y que Jess es un impostor.
En los Evangelios se llama a los Milagros con tres palabras: Dunameis, fuerzas; Terata, maravillas; Serneia, seales. Son seales para quien recuerda los anuncios mesinicos; maravillas para quien es testigo de ellos. Mas para Jess son Dunameis, obras poderosas, relmpagos victoriosos de un poder sobrehumano.
Las curaciones de Jess tienen un doble carcter. No son slo curaciones de cuerpos, sino de espritus. Y precisamente de aquellas enfermedades espirituales que Jess quiere sanar para que el Reino de los Cielos pueda fundarse sobre la tierra. 133
La mayor parte de las enfermedades tienen doble naturaleza y se prestan por modo singular a la metfora. Jess cura mancos, paralticos, calenturientos, a un hidrpico, a una mujer que padeca un flujo de sangre. Cura incluso una herida de espada, la oreja de Malco cortada por Pedro en la noche de Gethseman; pero nicamente para que su Ley haz el bien a quien te hace mal sea observada hasta el fin.
Pero los curados por Jess son, casi siempre, Endemoniados, Paralticos, Leprosos, Ciegos, Sordomudos. Endemoniados es la antigua palabra para los enfermos de la mente: tambin el profesor Aristteles crea en la posesin de los demonios. Crease que los Obsesos, los Lunticos, los Epilpticos, los Histricos, estaban invadidos por espritus malignos. Las contradictorias y muchas veces verbosas explicaciones modernas de estos males no desvirtan el hecho de que los Demonacos, en muchos casos, lo sean en sentido verdadero y propio.
Esta interpretacin docta y popular de las enfermedades del espritu se acomodaba admirablemente para la enseanza alegrica y alusiva que Jess tanto apreciaba. Quera fundar el Reino de Dios y desarraigar el de Satans. Ahuyentar a los demonios era cosa que entraba en su misin. Entre las enfermedades corporales y las espirituales hay un paralelismo consagrado por el lenguaje y que tiene su fundamento en afinidades efectivas: El Colrico y el Epilptico, el Holgazn y el Paraltico, el inmundo y el Leproso, el Ciego y el que no sabe ver la Verdad, el Sordo y el que no quiere escuchar la Verdad.
Cuando Juan, encerrado en la prisin, envi a dos discpulos a Jess para que le preguntasen si era l el esperado o si deban esperar a otro, Jess les respondi: "Id y referid a Juan lo que habis visto y odo: los ciegos recuperan la vista y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y el Evangelio es anunciado a los pobres."
Jess no separa el Evangelio de las curaciones milagrosas. Son obras de orden semejante: quiere decir con esa respuesta que ha curado a los cuerpos para que las almas estn mejor dispuestas a recibir el Evangelio. Los que no vean la luz del sol ven ahora tambin la luz de la verdad; los que no oan siquiera las palabras de los hombres oyen ahora las de Dios; los que eran posedos de Satans estn ahora libres de Satans; 134
los que estaban podridos y llagados son ahora limpios como nios; los que no se podan mover, impedidos y baldados, siguen ahora mis pasos; los que haban muerto a la luz del alma, han resucitado a una palabra ma; y los pobres, despus de la Buena Nueva, son ms ricos que los ricos. He aqu mis credenciales, mis cartas de legitimidad.
Jess, mdico y libertador, no es lo que sus modernos enemigos quieren imaginarse de psima fe. Es el Dios, dicen, de los enfermos, de los dbiles, de los sucios, de los miserables, de los impotentes, de los siervos. Pero toda la obra de Jess es un don de Salud, de Fuerza, de Pureza, de Riqueza, de Libertad. Porque se acerca a los enfermos para ahuyentar la enfermedad; a los dbiles, para librarlos de la flaqueza; a los sucios, para lavarlos; a los esclavos, para libertarlos. No ama a los enfermos slo por enfermos; ama, como los antiguos, la salud, y de tal manera, que quiere devolvrsela al que la ha perdido.
Jess es el profeta de la felicidad, el defensor de la vida, de una vida ms digna de ser vivida. Los Milagros son prendas de su promesa.
TALITHA QUMI
"Los muertos resucitan". Es una de las seales que deben bastar al Bautista prisionero. A la buena hermana, a la hacendosa Marta, le dice: "Yo soy la resurreccin y la vida; el que cree en m, aunque est muerto, vivir; y todo aquel que viva y crea en m, ese no morir nunca." Las palabras del Evangelista Juan son parbola abstracta, casi teolgica, que invita a una experiencia rigurosamente individual.
Pero los Evangelistas conocen tres resurrecciones, acontecimientos histricos narrados con el aparato sobrio, pero explcito del testimonio. Jess ha resucitado a tres muertos: un joven, una nia y un amigo.
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Estaba por entrar en Nan "la bella" acurrucada al pie de un montecillo a pocas millas de Nazareth cuando se encontr con un entierro. Llevaban al sepulcro al hijo de una viuda. sta haba perdido a su marido poco tiempo antes; le haba quedado slo aquel hijo; ahora le llevaba a enterrar tambin. Jess vio a la viuda madre que iba entre las mujeres, llorando con ese llanto atnito y contenido de las madres que consterna. Tena en el mundo a tan slo dos hombres que la amaban; haba muerto ya el primero, haba muerto el segundo, uno tras otro: los dos desaparecidos. Quedaba sola, una mujer sola, sin un hombre. Sin marido, sin hijo, sin una ayuda, un apoyo, un consuelo si tuviera alguien con quien poder desahogarse, a quien poder contar sus penas, con quien poder llorar siquiera! Desaparecido el amor, memoria de la juventud; desaparecido el amor, esperanza de la edad declinante. Acabados aquellos dos pobres, sencillos amores. Un marido puede consolar de la prdida del hijo; un hijo puede compensar el esposo. Si al menos le hubiese quedado uno! Ya su rostro no ser besado.
Jess tuvo compasin de aquella madre. Aquel llanto era como una acusacin.
No llores dijo.
Se acerc al cadver y lo toc. Yaca el joven inmvil, envuelto en el sudario: pero con el rostro descubierto, con la lividez ansiosa de los muertos. Los conductores se detuvieron. Todos callaron. Incluso la madre, sorprendida, se aquiet.
Muchacho, te digo, levntate! A ti te digo. No es tiempo de yacer; t duermes tranquilo y tu madre se acongoja. Levntate!
Y el hijo, obediente, se incorpor en el fretro y empez a hablar. "Y Jess lo devolvi a su madre." Lo "devolvi" porque ya era suyo. Lo haba recobrado de manos de la muerte para restiturselo a quien no poda vivir sin l. Para que una madre dejase de llorar.
Otro da, volviendo de Gadara, se ech a sus pies un padre. Su hijita nica estaba a punto de morir. El hombre se llamaba Jairo, y aunque era de los jefes de la Sinagoga, crea en Jess.
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Se dirigieron juntos hacia la casa. A medio camino les sali al encuentro un criado de Jairo.
Llegan a la casa. Fuera haba msicos y otros que hacan ruido. Dentro, mujeres y familiares.
Entr en la estancia con slo tres discpulos y los padres y tomando la manecita de la muerta exclam:
Y al punto la nia se levant y ech a andar por la habitacin, porque, aade Marcos, tena doce aos. Pero estaba tan dbil y enflaquecida despus de todos aquellos das de enfermedad! Jess mand que la dieran enseguida de comer. No era un espritu visible, un espectro, sino un cuerpo vivo, que haba resucitado un tanto cansado para una nueva jornada, como quien despierta despus de sueos de fiebre.
Lzaro y Jess se amaban. Ms de una vez Jess haba comido en su casa de Betania con l y con sus hermanas.
Un da Lzaro enferm y enviaron a decrselo a Jess. Y Jess respondi: Esta enfermedad no es de muerte. Y se detuvo an dos das ms. Pero al tercer da dijo a sus discpulos: nuestro Lzaro se ha dormido; voy a despertarlo.
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Aquel reproche repetido conmovi a Jess, no porque temiese haber llegado tarde, sino porque siempre le entristeca la poca fe de los que le eran ms caros.
Y le dijeron:
Ven a ver.
Y Jess llor, y llorando es la primera vez que le ven llorar se encamin al sepulcro.
Quitad la piedra.
Seor, ya hiede, que hace cuatro das que muri. Pero Jess no le prest atencin:
Quitad la piedra.
Quitaron la piedra y Jess, una vez que hubo hecho una breve plegaria con el rostro levantado al cielo, se acerc al sepulcro y llam a grandes voces a su amigo:
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Y Lzaro sali del sepulcro, a los tropiezos, porque todava tena fajados pies y manos y el rostro cubierto con el sudario.
Y los cuatro, seguidos de los Doce y de un buen montn de Judos estupefactos volvieron a acostumbrarse a la luz; sus pies caminaban, aunque doloridos, y se tocaban las manos. Ya la gil Mara prepar la cena lo mejor que pudo en aquella confusin, despus de cuatro das de luto, y el Resucitado comi con sus hermanas y con los amigos. Mara apenas si probaba bocado de tanto como miraba al vencedor de la muerte que, enjugando el rostro, parta su pan y beba su vino como si aquel da fuese igual a todos los dems.
Estas son las resurrecciones que narran los Evangelistas. Y de sus relatos podemos sacar algunas observaciones que nos dispensan de todo comentario doctoral, esto es, intempestivo.
Jess resucita, por lo que sabemos, a tres muertos, y no los resucita para hacer ostentacin de su poder y herir la imaginacin de los pueblos, sino nicamente movido de dolor de quien amaba a aquellos muertos: para consolar a una madre, a un padre, a dos hermanos. Dos de estas resurrecciones fueron pblicas; una sola, la de la hija de Jairo, en presencia de pocas personas, y a estas pocas personas les recomend Jess que nada dijesen.
La cosa ms importante es otra. En los tres casos Jess habla al muerto como si no estuviese muerto, sino tan solo dormido. Del hijo de la viuda no tiene tiempo de hablar porque la decisin es repentina; pero tambin le dice, como a un muchacho que empezara en dormir pasada la hora: Joven, a ti te digo: levntate!
Cuando le dicen que la nia de Jairo ha muerto, responde: "No ha muerto: duerme". Cuando le confirman la muerte de Lzaro, insiste: "No est muerto: duerme."
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No pretende resucitar: s despertar. La Muerte no es para l ms que un Sueo. Un sueo ms profundo que el sueo comn diario. Tan profundo, que slo un amor sobrehumano lo rompe. Amor de los supervivientes ms que del durmiente. Amor de uno que llora cuando ve el llanto de aquellos a quienes ama.
Para el hombre del pueblo, que tan raramente se expansiona y divierte, que no come ni bebe nunca cuando quiere, el da de la boda es el ms memorable de toda la vida. Un parntesis de riqueza, de generosidad, de contento, en la larga y gris mediocridad de sus das.
Los seores, que todas las noches pueden banquetear; los modernos, que se tragan en un da lo que a un pobre antiguo le bastaba para una semana, no sienten la solemne alegra de ese da. Pero el pobre antiguo, el trabajador, el hombre de los campos, el oriental que viva todo el ao con pan de cebada, higos secos, algn pez que otro y tal vez huevo cocido, y nicamente en las grandes fiestas mataba un cordero o un cabrito; el hombre acostumbrado a penar, a medir, a pasarse sin tantas cosas, a contentarse con lo puramente necesario, vea en las bodas la fiesta ms verdadera y grande de toda la vida. Las dems fiestas, las populares y las religiosas, eran de todos, iguales para todos. Y se repetan todos los aos. Pero la boda era una fiesta completamente suya, solamente suya, y no vena para l ms que una vez en el curso de los aos.
As, pues, todas las delicias y todos los esplendores del mundo eran convocados en torno a los esposos para que no se olvidasen nunca de aquel da. Por la noche, las antorchas salan al encuentro de los esposos, rodeados de msicos, bailarines, acompaantes. En casa todas las abundancias: la carne de varias maceras; los odres de vino apoyados en las paredes; los vasos de ungento para los amigos. La luz, la msica, el perfume, la 140
alegra, la danza: nada faltaba al contentamiento de los sentidos. Todas las cosas que son lujo cotidiano de los prncipes y de los ricos triunfaban, en aquel da nico, en la pobre casa del pobre.
A Jess le gustaba aquella alegra ingenua. El regocijo de aquellos seres sencillos, arrancados por tan pocas horas a la melanclica parquedad de la vida usual, le conmova. En las bodas no vea nicamente una fiesta. El matrimonio es una tentativa de la juventud del hombre para sobrevivirse con el amor, con el encuentro de dos amores, con el acuerdo de dos juventudes enamoradas. Es la afirmacin de una doble fe en la vida, en la continuidad y deseo de la otra vida. El hombre que se casa es un rehn en poder de la sociedad de los hombres. Hacindose jefe de una sociedad nueva y padre de una generacin, se hace ms libre y se profesa ms esclavo.
El matrimonio es una promesa de felicidad y una aceptacin de martirio. En la ilusin y la conciencia que proyecta sobre el porvenir una temblorosa esperanza de alegra, est la grandeza heroica y santa del matrimonio. Que se hace y, sin embargo, si se escuchase a la razn egosta, no se hara. Quin ha visto fuera de ah una condena tan vorazmente deseada?
Para Jess, el matrimonio tiene una significacin todava ms profunda: es el principio de una perennidad. Lo que Dios ha atado no lo puede desatar el hombre. Cuando los corazones se han entendido y los cuerpos se han acercado, mediante el vnculo del matrimonio, no hay espada ni ley que pueda separarlos. En esta vida mudable, efmera, fugitiva, decadente, hay un lazo que debe durar siempre, hasta la muerte: el matrimonio. Un anillo de perpetuidad en un collar perecedero.
Frecuentemente, en los sermones de Jess, se repeta el recuerdo de las bodas y de los banquetes. Entre las parbolas ms hermosas, est la del rey que invita a las bodas de su hijo; las vrgenes que esperaban por la noche al amigo del esposo; el seor que ofrece el convite. l mismo se compara al esposo festejado por los amigos, cuando responde a quien se escandaliza porque sus discpulos coman y beban.
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No despreciaba el vino, como los hipcritas abstemios, y cuando d a sus Doce aquel vino que es su sangre, pensar en el vino mstico del Reino.
No hay que maravillarse, pues, de que haya aceptado la invitacin para las bodas de Can. Todo el mundo sabe el prodigio que hizo aquel da. Seis tinajas llenas de agua fueron cambiadas en vino, y en vino mejor que el que se haba terminado. Los viejos racionalistas dicen que fue el regalo de un vino guardado hasta aquel momento, una sorpresa de Jess al acabar la comida, para honrar a los esposos. Seiscientos litros de buen vino, aaden, es un buen regalo, y que acredita la generosidad del Maestro.
Estos infelices volterianos no han tenido en cuenta que slo Juan el hombre de las alegoras y los filosofemas relata el hecho de las bodas de Can.
Que no fue un juego ni de sorpresa ni de prestidigitacin , sino una verdadera transmutacin obtenida con el poder que Dios tiene sobre la materia, y, al mismo tiempo, una de aquellas parbolas representadas, en vez de referidas, por medio de acontecimientos verdaderos.
Para quien no se detiene en lo literal de la narracin, el agua convertida en vino es otra figuracin de la poca nueva que comienza con el Evangelio. Antes del Anuncio, la vigilia. En el desierto, el agua bastaba: el mundo estaba como abandonado y doliente. Pero ha venido la Buena Nueva: el Reino est prximo, la felicidad cercana. De la tristeza se est a punto de entrar en la alegra; de la viudez de la antigua Ley se pasa a las nuevas nupcias con la Ley nueva. El Esposo est con nosotros. No es hora de desfallecimiento, sino de alborozo.
Recordis las palabras del director del banquete al esposo? "Todos empiezan por poner en la mesa el vino bueno; luego, cuando la gente comienza a embriagarse, ponen el menos bueno; pero t has reservado el bueno hasta el ltimo momento.
Tal era el uso antiguo, el uso de los viejos Hebreos y de los Paganos. Pero Jess quiere trastocar tambin esta vieja costumbre anfitrinica. Los viejos daban primero lo bueno y luego lo malo; y l, despus de lo bueno, da lo mejor. El vino agrio e inmaduro, el mosto 142
que se bebe al principio de la comida es el vino de la antigua Ley, vino agrio y spero, difcil de beber. El vino que lleva Jess, ms exquisito y generoso, que alegra el corazn y calienta la sangre, es el vino nuevo del Reino, el vino destinado a las bodas del cielo con la tierra, el vino que da esa divina embriaguez que se llamar ms tarde la "locura de la cruz.
Las Bodas de Can, que San Juan refiere como el primer milagro de Jess, son una alegora de la renovacin evanglica.
Una maana, por la Pascua, volviendo de Betania a Jerusaln, Jess tuvo hambre. Se acerca a una higuera, y slo encuentra hojas. Aunque nacida en tierra de Medioda, era harto pronto para que tuviera fruto, aun siendo de especie temprana.
Pero Jess, segn Mateo y Marcos, se irrit contra la pobre planta y la maldijo:
Que nadie coma nunca tu fruto! Que jams nazca de ti fruto alguno!
Y la higuera, cuando por la tarde volvieron a pasar por all se haba secado.
Los Evangelistas, despus del relato de los efectos de la maldicin, vuelven a insistir sobre el pensamiento, muchas veces expresado por Jess, de que se puede obtener todo cuanto se pide con fe poderosa.
Muchos ven al mismo tiempo en este milagro una trasposicin figurada de un lamento que se repite muchas veces en boca de Jess. La higuera es Israel, la vieja nacin judaica, que ya apenas tiene ms que hojas intiles, incomestibles, de ritos y ceremonias, hojas que daan con su sombra, hojas vanas, destinadas a secarse sin haber nutrido a nadie. Jess, hambriento de justicia, hambriento de amor, buscaba entre aquellas hojas los frutos sustanciosos de la misericordia y de la santidad. No los ha encontrado. Israel no ha saciado su hambre, no ha correspondido a sus esperanzas. Ya no se puede esperar
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nada de ese viejo tronco frondoso, pero estril: que se seque para siempre! El fruto lo darn los dems pueblos.
El milagro de la higuera maldita no es, en el fondo, ms que una glosa visible de la parbola de la higuera estril que se lee en Lucas: "Un hombre tena una higuera plantada en su via; y fue a coger el fruto y no lo hall. Entonces, djole al viador: "He aqu que hace ya tres aos que vengo a buscar el fruto de esta higuera y no lo hallo; crtala; qu hace ah ocupando sitio intilmente?". Pero el otro le respondi: "Seor, djala todava este ao hasta que yo la haya cavado y abonado bien; y si en adelante da fruto, bien; y si no, la cortas".
El rbol no es condenado de buenas a primeras, sino al cabo de tres aos de esterilidad. Y se prorroga la condena un ao, por intercesin del servidor, y en aquel ao la planta ser cuidada y guardada con amor. Ser la ltima prueba. Si falla, le espera el hacha y el fuego.
Haca tres aos que Jess predicaba a los Judos, y piensa abandonarlos para anunciar el Reino a otros. Pero un servidor suyo, un discpulo, todava afecto a su pueblo, pide gracia: todava una tregua: Veamos si, a fuerza de amor, esta generacin adltera y bastarda se convierte. Pero cuando estn en el camino de Betania, la prueba est ya hecha: del Judasmo no hay que esperar ms que dos maderos en cruz; la mala higuera judaica merece ser quemada, y nadie ms comer sus frutos, daados y tardos.
PANES Y PECES
Dos fueron las multiplicaciones de los panes, y se parecen en todo menos en la proporcin de la cantidad es decir, precisamente donde reside el sentido espiritual que de ello se puede deducir.
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Miles de pobres han seguido a Jess a un lugar desierto, lejos de las aldeas. Hace tres das que no comen: tanta es el hambre del pan de vida de su palabra, Pero al tercer da, Jess se apiada de ellos hay mujeres y nios y ordena a sus discpulos que den de comer a la multitud. Pero no tienen sino unos cuantos panes y unos cuantos peces; y son miles de bocas. Entonces Jess los hace sentarse a todos en tierra, sobre la hierba verde, en grupos de cincuenta y de cien; bendice la poca comida que hay, todos se sacian y sobran cestas de vitualla.
Si confrontamos las dos multiplicaciones, advertiremos un hecho singular. La primera vez, los panes eran cinco y las personas cinco mil, y quedaron doce espuertas de sobras. La segunda vez, los panes eran siete dos ms, las personas cuatro mil mil menos , y al cabo sobraron slo siete espuertas. Con menos pan se calma el hambre de ms gente y sobra ms; cuando los panes son ms, se satisface a menos personas y queda menos. Cul es el sentido moral de esta proporcin a la inversa? Cuanto menos comida tengamos, ms podremos distribuir. Lo menos da lo ms. Si los panes hubiesen sido menos, se hubiese saciado el doble de gente y se tendran ms sobras. Si con cinco panes se ha satisfecho a cinco mil personas, con un pan solo se calmaba el hambre de cinco veces ms gente. El verdadero pan, el pan de la verdad, satisface tanto ms cuanto menos hay. La Antigua Ley es abundante, copiosa, dividida en porciones innumerables. La componen cientos de preceptos escritos en los libros y otros mil inventados por los Fariseos. A primera vista, es una mesa gigantesca donde puede saciarse todo un pueblo. Pero aquellos preceptos, aquellas reglas, aquellas frmulas son ya, en gran parte, hojas secas, virutas, costras, jirones. Nadie puede vivir con esos alimentos: cuanto ms son, menos sacian. El pueblo de los humildes y de los sencillos no consigue calmar su hambre de justicia con aquellas innumerables, pero incomestibles viandas. Basta, por el contrario, una sola palabra que las rena todas y sobrepase las petrificadas gazmoeras de los saciados y los hartos: una palabra que llene el alma, que reconcilie el corazn, que calme el hambre de justicia, y las multitudes sern hartas y habr que comer aun para aquellos que no estaban presentes aquel da.
El pan espiritual es por s mismo milagroso. Un pan de trigo da para pocos, y cuando se ha acabado no queda ya para nadie. Pero el pan de verdad, el pan de la alegra, el pan mstico, no se acaba, no puede acabarse nunca, Partidlo en mil pedazos, y siempre hay; 145
distribuidlo a millones, y siempre queda intacto. Cada cual ha tomado su parte como los hombres y las mujeres que tenan hambre en el desierto, y cuanto ms se reparti ms queda para los que vengan.
Otro da que los discpulos se hallaron sin pan, Jess les advirti que se guardasen de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos. Y los discpulos, tardos casi siempre en entenderlo, decan entre s: "Habla as porque no hemos trado pan. Pero Jess, notndolo, les reproch: "Oh, gente de poca fe! Qu es eso de hablar de que no tenis pan? No comprendis todava ni os acordis de los cinco panes, de los cinco mil hombres y de las cestas que recogisteis? . . . Cmo no os percatis de que no es de pan de lo que os hablaba? Pero guardaos de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos! Esto es, de los ciegos guardianes de la Ley.
Son Doce, los elegidos, y, con todo, no saben penetrar la primera intencin ni creen cuanto es menester.
Tambin en la barca, la noche de la Tempestad, tuvo Jess que reprenderlos. El Maestro se haba quedado dormido a popa, reclinada la cabeza sobre el cabezal de un remo. De pronto se levant viento; un huracn se desencaden sobre el lago; las olas chocaban contra la barca y pareca que de un momento a otro fuesen a volcarla. Los discpulos, aterrados, despiertan a Jess: "Slvanos; estamos perdidos. Por qu no te cuidas de nosotros?.
Y Jess, levantndose, dijo al viento: "Calla", y al mar: "Clmate", y, cesado el viento, torn la bonanza.
Entonces grit a los discpulos: "Por qu habis tenido miedo, gente de poca fe? Por qu no tenis fe? Dnde est, pues, vuestra fe?".
Y los salvados, avergonzados, decan: "Qu hombre es ste a quien el mar y los vientos obedecen?".
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Es uno, oh, Simn Pedro!, que no tiene miedo. Es uno que sobrepasa la naturaleza humana, uno que tiene grande la fe, grande el amor, grande la voluntad. Ninguna cosa animada o inanimada resiste a estas tres grandezas. Ha renunciado a todo lo que es temporal y obtiene la victoria sobre el tiempo; ha renunciado a los bienes de la carne y, con todo, puede salvar a la carne; ha renunciado a lo que viene de la materia, y, sin embargo, es dueo de la materia.
Antes de Cristo, pocos aos antes de Cristo, un gran hombre de Italia, capitn de muchas guerras, corrompido, pero digno de mandar en la putrefaccin de la Repblica, se encontr en el mar, en un verdadero mar, en una navecilla de pocos remos, en busca de un ejrcito que no llegaba con suficiente rapidez para darle la victoria. Y se levant viento y la tempestad se ensa con la barca y el piloto quera volver al puerto. Pero Csar, tomando de la mano al piloto, le dijo. "Sigue adelante y no tengas miedo. Csar est contigo, y contigo su fortuna navega.
Aquellas palabras de orgullosa fe envalentonaron a la tripulacin, y cada cual, como si en sus almas hubiese entrado un poco de la fuerza de Csar, se ingeni en vencer la violencia del agua. Pero, no obstante el esfuerzo de los marineros, la nave estuvo a punto de sumergirse y tuvo que volverse atrs. La fe de Csar no era ms que orgullo y ambicin, fe en s mismo; la fe de Jess era toda amor; amor del Padre, amor de los hombres.
Con esa fe pudo ir al encuentro de la barca de los discpulos que bogaban penosamente con viento contrario, caminando sobre las aguas como sobre los pastizales de una pradera. Creyeron, en la oscuridad, que era un fantasma, y tambin aquella vez tuvo que tranquilizarlos: "No temis: soy yo. Apenas subi a la barca, ces el viento, y en pocos instantes estuvieron a la orilla. Y tambin aquella vez los discpulos se asombraron, porque aade Marcos su corazn estaba endurecido y no haban comprendido el suceso de los panes.
El recuerdo, aunque parezca ingenuo, es revelador. Porque el milagro de los panes explica, en cierta forma, todos los dems. Toda parbola, dicha con palabras de poesa, o expresada con prodigios visibles, no es ms que un pan elaborado de distintas maneras 147
para que los suyos al menos los suyos! comprendan la nica verdad necesaria: el espritu es el nico alimento digno del hombre, y el hombre que de ese alimento se nutre es seor del mundo.
Ordena a los favorecidos por el milagro que no digan a nadie quin los cur; quiere que oraciones y limosnas se hagan en secreto; cuando los discpulos reconocen en l al Mesas, les recomienda que no lo repitan; despus de la Transfiguracin, pide silencio a los tres testigos; y cuando ensea, habla casi siempre en parbolas, que no todos son capaces de entender.
A la segunda vista, que vale ms que la primera, este misterio ya no es misterio. Jess no tiene nada de esotrico. No tiene una doctrina secreta para transmitirla a pocos hierofantes. Su obra fue pblica y ostensible. Habl siempre en las plazas de las ciudades, a las orillas de los lagos, en las sinagogas, en medio de la gente. Prohibi que hablasen de sus milagros para no ser confundido con brujos y exorcistas; aconsej hacer el bien ocultamente, para impedir que la vanagloria destruyese el mrito; quiso que los Doce no dijeran que era el Cristo, antes de su entrada en Jerusaln, pblica inauguracin de su Mesianismo, y habl por parbolas para que le entendieran mejor los sencillos, que escuchan de mejor gana un relato que un sermn y recuerdan mejor una historia que un razonamiento.
Tres Evangelistas refieren un discurso de Jess que parece decir lo contrario: haberlo hecho a propsito para que no lo entendiesen todos. "Porque a vosotros les dice a los Discpulos os es dado conocer los misterios del Reino de los Cielos; pero a ellos no les es dado... Por eso les hablo en parbolas, porque aunque tienen ojos no ven, y aunque tienen orejas no oyen ni entienden". Pero Jess no quiere decir ms que esto: Vosotros 148
entendis estos misterios; pero la mayora no los entiende, aunque tengan orejas y entendimiento como vosotros. Y a esos, para que entiendan, les hablo en parbolas, es decir, en un lenguaje figurado de sucesos y, sin embargo, ms fcil y familiar. A los nios se les ensea con aplogos; a los sencillos, con historias; y esos son tardos como los sencillos e incipientes como los nios. Para vencer su sordera adapto mi palabra a su condicin. Son todo fantasa y poca inteligencia, y las parbolas son un llamamiento a la imaginacin antes que al raciocinio. No las uso, pues, para esconder sino para revelar mejor las verdades incluso a aquellos que no sabran verlas en formas puramente intelectuales. Que si luego siguen sin entenderlas, la culpa es de la terquedad que obtura muchas veces los ojos y los odos del alma.
humildes, los ms ignorantes, le entendiesen. Las parbolas no eran para ocultar su enseanza a los profanos, sino para hacerla ms explcita y aprehensible al vulgo. Que algunas veces tambin la inteligencia de los Doce fuese inferior a esta tarea, es una melanclica conclusin que Jess no ignoraba.
La maravillosa excepcionalidad de su Mensaje ha oscurecido su originalidad potica, no menos maravillosa. Jess no ha escrito nunca nada escribi una sola vez en la arena y el viento borr para siempre su escrito ; pero hubiera sido el mayor poeta de todos los tiempos en un pueblo de tan poderosa imaginacin, en el pueblo que ha producido el Salterio, la Historia de Ruth, el Libro de Job y el Cantar de los Cantares.
Su victoriosa juventud de espritu, el terruo agreste y popular en que haba crecido, la lectura de pocos libros pero de los ms ricos de todas las poesas , su amorosa comunin con la vida de los campos y de los animales y, sobre todo y ante todo, el divino y apasionado afn de iluminar a quien sufre en la oscuridad, de salvar al que se est perdiendo para siempre, de llevar la felicidad suprema a los ms infelices porque la verdadera poesa no se enciende a la luz de las antorchas, sino a la luz de las estrellas y del sol, y no se encuentra en los legados escritos por los tatarabuelos, sino en el amor, en el dolor, en la profundidad conmovida del alma hicieron de Jess un inventor de imgenes vivas y eternas, con las cuales ha realizado un milagro nuevo no rubricado por los Evangelistas. El milagro de comunicar las verdades ms altas por medio de relatos tan 149
sencillos, familiares, llenos de gracia, que al cabo de veinte siglos resplandecen con esa juventud nica de la eternidad.
Algunos de esos relatos no son ms que refundiciones idlicas o picas de revelaciones expuestas por l otras veces con palabras conceptuales; pero hay algunos que dicen cosas nunca dichas en otra forma en sus predicaciones. Las parbolas son el comentario figurado del Sermn de la Montaa, como poda hacerlo un Poeta al que corresponda, con ms propiedad que a todos los nacidos en la tierra, el nombre de Divino.
LA LEVADURA
Las seoras de ciudad no hacen pan en su casa. Pero las viejas campesinas, las amas de casa, saben lo que es la Levadura. Un pedazo de masa del amasijo anterior, grande como el puo de un nio. Disuelto en agua hirviendo y amasado con la masa nueva, hace fermentar y crecer hasta tres fanegas de harina.
De las semillas de las plantas, la de la Mostaza es de las ms pequeas. Apenas si se ve. Pero de aquel granito, puesto en buena tierra, nace un bello arbusto, en cuyas ramas pueden posarse los pjaros. Y tampoco es grueso el grano del Trigo. El labrador lo siembra y se va a sus quehaceres. Duerme, se despierta, sale de casa, vuelve. Pasan los das, pasan las noches y no piensa en el grano. Pero en la tierra hmeda ha germinado la semilla; nace una hierbecilla y sobre la hierbecilla una espiga, grcil y verde primero, que poco a poco grana y amarillea; y ya el campo pide la hoz y el labrador puede empezar la siega.
As sucede con el Reino de los Cielos y su Anuncio. La palabra parece cosa de nada qu es una palabra? Slabas, sonidos que muchas veces salen de los labios y con dificultad entran en los odos, y nicamente cuando proceden del corazn llegan a los corazones; es una cosa de nada, pequea, corta, un aliento, un soplo, un sonido, que va y viene y el viento se la lleva. Y con todo, la palabra del Reino es como la Levadura: si se 150
la mezcla con la harina buena, harina limpia, sin cizaa ni arvejas, fermenta y crece. Es como la semilla de los campos que germina en tierra, paciente como la tierra que la esconde; pero cuando llega la primavera, verdea y se vigoriza, y apenas comienza el esto htela dispuesta para la recoleccin.
El Evangelio consta de pocas palabras: el Reino est prximo, cambiad vuestras almas; pero si caen en hombres bien dispuestos, en sencillos que quieran ser grandes, en justos que quieran ser santos, en pecadores que busquen en el bien la felicidad que en vano buscaron en el mal, entonces esas palabras echan races, arraigan en lo hondo, echan yemas y capullos, florecen en racimos y espigas y triunfan en un esto esplndido que no ser seguido de agostamientos otoales.
Son pocos en torno a Jess, los que creen de veras en el Reino y se preparan para el Gran Da. Pocos hombres y pequeos, dispersos como briznas de levadura en medio de las naciones divididas y de los imperios sin confines. Pero esas pocas docenas de hombrecillos de ninguna importancia, en medio de un pueblo predestinado, llegarn a ser, por contagio del ejemplo, miles y miles y al cabo de trescientos aos reinar en el puesto de Tiberio un hombre que se arrodillar ante los herederos de los Apstoles.
Pero para disfrutar del Reino prometido hay que renunciar a todo lo dems No hacen lo mismo en los intereses temporales los hombres temporales? Si un hombre, labrando en campo ajeno, encuentra un Tesoro al punto lo esconde de nuevo y corre a vender cuanto posee para comprar aquella tierra. Si un mercader, en busca de joyas maravillosas, dignas de reyes, encuentra una ms gruesa y pura de cuantas ha visto en su vida, una perla que ni siquiera el gran Rey en su palacio tiene, va y vende cuanto posee, incluso las dems perlas de menos precio, para comprar aquella perla nica y extraordinaria.
Si el cavador y el mercader, hombres materiales que se contentan con ganancias caducas, estn dispuestos a vender todos sus bienes para adquirir un Tesoro que les parece ms precioso que cuanto poseen y eso que se trata de un tesoro material y perecedero , con cunta mayor razn no han de renunciar, si es preciso, aun a cuanto tienen de ms caro los que quieran conquistar el Reino de Dios? Si el cavador y el mercader, por una ganancia de dinero, expuesta al hurto y a la consuncin, estn dispuestos a un sacrificio 151
provisional que les dar tal vez el cien por cien, no debemos, a cambio de una ganancia infinitamente superior, de naturaleza mucho ms alta, por un tesoro eterno, dar lo que de mejor tenemos, aunque nos haya parecido hasta hoy de precio inestimable?
Pero antes de la renunciacin debemos considerar la nueva empresa. Hay que sondear nuestra alma, medir las fuerzas. No nos suceda como a aquel hombre que quera fabricar una Torre, una hermosa Torre que se elevase al cielo como las de Jerusaln y no hizo primero el clculo de los gastos, sino que llam a los cavadores y les hizo cavar los fundamentos; llam a los albailes e hizo que empezasen las cuatro paredes maestras. Pero cuando la torre empezaba apenas a elevarse del suelo y todava no llegaba a los techos de las casas, tuvo que dejarlo porque ya no tena para pagar la cal y los ladrillos, las piedras y los canteros. Y la Torre qued de aquella suerte baja y truncada, en memoria de su presuncin, y sus vecinos se burlaban de l.
Un Rey que quiere llevar a la guerra a otro Rey, hace primero el recuento de sus soldados y, si no puede contar ms que con diez mil y el otro tiene veinte mil, abandona toda idea de guerra y enva una embajada de paz antes de que el enemigo se mueva.
En el Reino no se entra ms que hacindonos dignos y limpios. El Reino es un festn y es preciso ir a l vestidos de fiesta. Aquel Rey que celebraba las bodas de su hijo y cuyos invitados no acudieron, llam a la gente baja, los transentes, los mendigos, a cualquiera que fuese; pero cuando entr en la sala del banquete y vio a uno todo lleno de fango y suciedad, le hizo arrojar fuera, a rechinar los dientes en el hielo de la noche.
Al banquete del Reino, si los primeramente llamados no acuden, todos son invitados: incluso los miserables y los pecadores. El Rey haba invitado con tiempo a los elegidos; pero el uno haba comprado una heredad; el otro, cinco pares de bueyes; un tercero, se casaba precisamente aquel da. Todos atendan a su inters y no acudieron a la invitacin. Y hubo quien ni siquiera se excus. Entonces el Rey mand que recogiesen por la calle a los tuertos, a los cojos, a los desarrapados, a la nfima plebe. Y an quedaba sitio: entonces dio orden de hacer entrar a la fuerza a los que pasaban al pie del palacio, fuesen quienes fuesen, y empez el banquete.
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Era una cena real, una rica fiesta, una magnificencia. Pero, en fin de cuentas, consista en atracarse de cordero y pescado, en embriagarse de vino y de sidra. Con el nuevo da, terminado el holgorio y levantadas las mesas, cada cual haba de volver a su casa y a su miseria. Si alguno de los primeros invitados prefiri otro placer material a aquel placer material, se le poda disculpar.
Pero la invitacin al banquete del Reino promete una felicidad espiritual, absoluta, saciante, perpetua. Qu diferencia de los recreos pasajeros de la vida terrestre, las borracheras que hacen vomitar, los atracones que llenan el vientre, las crpulas que dejan los huesos cansados y el alma envilecida? Y, sin embargo, los invitados que Jess ha escogido entre todos los hombres, y ha llamado antes que a nadie para la fiesta divina de los renacidos, no han contestado. Tuercen el gesto, murmuran, escapan y van a sus acostumbrados y sucios quehaceres. Prefieren la inmundicia de los bienes carnales al esplendor de la alta esperanza, nica razn razonable de vivir.
Entonces todos los dems son llamados en su lugar: los mendigos, en vez de los ricos; los pecadores, en vez de los fariseos; las prostitutas, en vez de las damas; los ignorantes, en vez de los instruidos; los enfermos y dolientes, en vez de los sanos y de los felices.
Hasta los ltimos que lleguen, con tal que lleguen a tiempo, sern admitidos a la fiesta. El dueo de la via vio en la plaza a unos braceros que esperaban trabajo y les mand a podar sus cepas y contrat en un denario el jornal. Ms tarde, a medioda, vio a otros sin trabajo y tambin los envi. Y ms tarde todava otros ms, y a todos los contrat. Y todos trabajaron, quines en podar, quines en cavar. Y lleg la noche. Al amo a todos pag y a todos el mismo denario. Pero los que haban empezado por la maana temprano se quejaban: por qu los que han trabajado menos que nosotros ganan lo mismo? Pero el amo les oy y les respondi: No he convenido acaso con vosotros el daros un denaro? Por qu, pues, os quejis? Si me place dar lo mismo a los trabajadores de ltima hora, os quito algo a vosotros?
La aparente injusticia del amo no es sino generosa justicia. A todos da cuanto ha prometido, y el que lleg el ltimo, pero trabaj con igual esperanza, tiene derecho como los dems a gozar de aquel Reino por el cual ha penado hasta la noche. 153
Ay, sin embargo, del que tarda demasiado! El da preciso nadie lo sabe, y el que despus de la hora no haya entrado, llamar a la puerta, pero nadie le abrir y padecer en las tinieblas de afuera.
El amo ha ido a las bodas y sus criados no saben cundo volver. Bienaventurados aquellos que le hayan esperado y a quienes encuentre despiertos. El mismo amo los sentar a la mesa y los servir. Pero si los encuentra dormidos y ninguno sale luego a recibirlo y le hacen golpear a la puerta antes de abrirle y salen a su encuentro somnolientos, desarreglados, medio desnudos, y no halla en casa la luz encendida ni el agua caliente, coger a los criados por un brazo y los echar sin misericordia.
Todo el mundo est dispuesto porque el Hijo del Hombre vendr como Ladrn nocturno y no hace saber de antemano la hora de su venida. O como un Esposo que debe llegar y alguien le ha detenido en el camino y ha tardado. En la casa de la Esposa esperan Diez Vrgenes para salir a su encuentro con las luces del acompaamiento. Cinco, las Previsoras, han preparado el aceite para la lmpara y estn a la escucha para or las voces y los pasos del que se acerca. Cinco, las Descuidadas, no han pensado en el aceite y, cansadas de esperar, se adormecen. Y he aqu que de pronto se oye a lo lejos el murmullo de la comitiva nupcial que se acerca. Las Cinco Previsoras encienden las lmparas y salen luego contentas al encuentro del Esposo. Las otras Cinco se despiertan sobresaltadas y acuden a las compaeras para tener un poco de aceite; pero aqullas dicen: "Por qu no lo habis preparado antes? Id a quien lo vende!". Y las Descuidadas corren de una casa a otra para conseguir un poco de aceite, pero todos duermen y nadie responde y las tiendas estn cerradas y los perros vagabundos corren ladrando tras sus tnicas ligeras. Vuelven a la casa de las bodas, pero hallan la puerta cerrada. Las Cinco Prudentes han entrado ya y festejan al Esposo. Las Cinco Locas llaman, suplican, gritan, pero nadie acude a abrir. Por las rendijas de las celosas ven la roja luz de la cena; sienten el ruido de los platos, el tintineo de las copas, los cnticos de los jvenes, el son de los instrumentos, pero no pueden entrar. Tendrn que quedarse all, en la oscuridad, y el viento y el miedo harn temblar a las excluidas del festn.
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LA PUERTA ESTRECHA
"Entrad por la puerta estrecha, porque la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la perdicin y son muchos los que por ella pasan; pero la puerta estrecha y el camino angosto conducen a la vida y son pocos los que la encuentran. Los que quieran entrar al fin, no podrn, porque el amo de la casa, cuando haya cerrado la puerta, ya no admitir a nadie.
Hasta el Da Grande, hasta que no sea demasiado tarde, pedid y os ser dado, llamad y se os abrir. Los hombres, que son duros, perezosos, despiadados, no resisten a la obstinacin del postulante, y, al cabo, ceden. Si los hombres, que son hombres, no son siempre insensibles a las splicas, cunto ms segura no ser la respuesta de un Padre que nos quiere?
Un hombre, a medianoche, llama a la puerta de un amigo y le despierta. Y a travs de la puerta le dice: "Prstame tres panes, que me ha llegado de improviso un husped y no tengo nada que darle. Pero el otro, medio dormido, responde: "No me molestes, que estoy cansado y no quiero levantarme. Y tengo aqu en la cama conmigo a mis nios que duermen, y si me levanto se despertarn y lloriquearn. Pero el otro no se da por vencido y llama de nuevo a la puerta y levanta la voz y le pide con las manos juntas que le haga ese favor, porque por all no tiene otros amigos y es tarde ya y el husped, hambriento, le espera. Y tanto importuna a la puerta, que el amigo se tira de la cama y le hace pasar y le da cuantos panes necesita.
El amigo era poltrn, pero de corazn generoso. Adems, incluso los malos, hacen lo que l. Haba en una ciudad un juez que no respetaba a nadie. Un hombre triste y desdeoso que todo lo quera hacer segn su comodidad. Cierta viuda iba todos los das en su busca pidindole justicia y, aunque tena razn, siempre la rechazaba y no quera escucharla. Pero la viuda soportaba en paz los desdenes y no se cansaba de importunarle. Al cabo, el juez, para quitarse de encima a aquella mujer que le rompa los odos con tantas splicas, instancias y solicitaciones, extendi la sentencia y la mand en paz.
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Pero es menester no pedir ms de lo justo. Quien haya realizado lo que deba, comer y beber, pero no tendr sitio especial ni ser mejor servido que su hermano y mucho menos que su superior.
Cuando el criado, despus de haber estado en el campo sembrando o guardando el ganado, vuelve a casa, el amo no le llama consigo a la mesa, sino que primero se hace servir l y luego le da a su vez la cena justa. Es una parbola dedicada por Jess a sus Apstoles, que ya se disputan los mejores puestos del Reino. Se considerar, por ventura, obligado a su servidor porque ha hecho lo que le haba sido mandado? As tambin vosotros, cuando hayis hecho todo lo que os ha sido mandado, decid: "Somos criados intiles; hemos hecho lo que tenamos el deber de hacer.
Hacer es la nica cosa que importa. Los hay que dicen que s a las rdenes que se les dan y luego no trabajan. Ellos son ms culpables que aquellos que se negaron de palabra, pero luego, arrepentidos, obedecieron. Un padre tena dos hijos y le dijo al mayor: "Ve a la via y trabaja. Y el hijo dijo que s, pero, en vez de ir a la via, se tumb a la sombra a dormir. Y el padre le dijo al menor: "Ve t tambin a la via a trabajar con tu hermano. Pero el hijo respondi: "No; hoy quiero descansar, porque no me siento bien. Pero despus, pensando en el anciano que no poda hacer por s las faenas y que se haba entristecido con la negativa, se sobrepuso a su cansancio y fue a la via, y trabaj hasta la tarde de buena gana.
Escuchar la palabra del Reino no basta. Consentir slo con la boca y seguir la vida de antes, sin intentar siquiera la transmutacin del corazn, es menos que nada. "El que a m viene y escucha mis palabras y las pone en prctica, ser semejante a un hombre previsor que, queriendo construirse una casa, ha cavado y cavado profundamente, y ha sentado los cimientos sobre la roca. Y cuando ha llovido y llegado la crecida, el aluvin ha arremetido contra la casa y ha soplado el vendaval, pero la casa no se ha derrumbado porque estaba asentada sobre la roca. Pero el que oye mis palabras y no las pone en prctica, es semejante a un hombre necio que ha fundado su casa sobre la arena, sin base. Y ha cado la lluvia y llegado la crecida y han soplado los vendavales, y la riada ha embestido la casa y la ha echado por tierra y la ruina ha sido grande.
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La misma enseanza hay en la parbola del sembrador: "El sembrador sali a sembrar su semilla; y en tanto sembraba, una parte de la semilla cay al borde del camino; fue pisoteada, y los pjaros del cielo la picotearon. Y otra cay en lugares rocosos, donde no haba mucha tierra; y luego apunt, porque el terreno no era profundo; pero, al salir el sol, se agost; y como no tena races, se sec. Y otra cay entre los espinos, y los espinos, nacidos al mismo tiempo que la semilla, le ahogaron. Y otra cay en buen terreno, y, una vez nacida, dio el ciento por uno. Esta es la parbola que los Doce no fueron capaces de entender. Y Jess tuvo que ser el glosador de s mismo. La semilla es la Palabra. En aquel que no la entiende, viene Satans y se la lleva. Quien la entiende y la recibe con alegra, pero no la arraiga en su alma, a la primera persecucin se olvida. Hay quien la escucha y acoge, pero no sabe sobreponerse a los cuidados del mundo, de las riquezas, de los honores, y estos espinos usurpadores la sofocan. Pero el que escucha la Palabra y la entiende y la hace duea de su espritu y regla de su vida es, en verdad, semejante al campo feraz donde el grano produce ciento por uno.
Y no basta tampoco escucharla, entenderla, practicarla. El que la ha recibido no ha de guardarla solamente para s.
Quin es el que teniendo una luz la pone debajo de la cama o debajo del celemn? La luz ha de estar en medio de la casa y en alto para que todos la vean y sean por ella iluminados.
Un seor que tena que partir para un largo viaje dio a cada uno de sus criados una mina [3] para que la hiciese producir. Y cuando volvi les pidi cuenta. El primero le dio diez minas, porque con la primera haba ganado otras diez. Y el seor le hizo administrador de todos sus bienes. Y el segundo le dio cinco. Pero el tercero se present
La mina, usada como unidad de peso y como unidad monetaria en muchos pueblos antiguos, tuvo distinto
valor en cada regin y en cada poca. La usada por los hebreos en tiempo de Jesucristo pesaba, segn los datos de Flavio Josefo, 1068,65 gramos. Las haba de oro y plata.(N. del T.)
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ante l todo temeroso y le mostr, envuelta en un pequeo pauelo, la mina que le haba entregado.
"Seor, aqu tienes tu mina; yo saba que eres hombre duro que siegas donde no has sembrado y recoges donde no has repartido; tuve miedo y la escond".
Y el seor:
"Criado malicioso y holgazn, te juzgar por tus propias palabras. Tomadle la mina y ddsela al que tiene diez.
"Yo os digo replic el seor que al que ms tiene ms le ser dado, pero al que no tiene, incluso lo que tiene le ser quitado. Y al criado intil, arrojadlo a las tinieblas de fuera, donde habr llanto y crujir de dientes".
El que ha recibido la Palabra debe hacer que redoble sus beneficios. Le fue dado un Tesoro tal, que si lo deja infructuoso es justo que le sea arrebatado. A quien nada aadi, le ser quitado incluso lo que tiene; y el que lo ha duplicado, ms recibir. No son pobres stos, a los que es menester regalar porque no tienen, sino labradores infieles y holgazanes a quienes se les confi el campo ms fructfero del universo.
Bienaventurado el mayordomo a quien el amo halle atento a repartir razonablemente a sus inferiores la parte de trigo que les corresponde. Pero si el mayordomo empieza a pegar a los criados y criadas y no piensa ms que en comer y en emborracharse, cuando el amo vuelva el da que menos se espera har que le den de latigazos y le condenar a la misma suerte que a los infieles.
Porque el criado que no sabe la voluntad del amo y, no conocindola, no la cumple, recibir pocos golpes; pero el que la saba y, no obstante, hace todo lo contraro, ser golpeado y arrojado de la casa donde mandaba. Los Portadores de la Palabra no tienen
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excusa si no son los primeros en obedecerla. Al que mucho le fue dado, mucho le ser tambin pedido.
EL HIJO PRDIGO
Un hombre tena dos hijos. Se le haba muerto la mujer, pero le haban quedado aquellos dos hijos. Slo dos. Pero dos son siempre mejor que uno. Si el primero est fuera, est en casa el segundo; si el ms pequeo se pone enfermo, el mayor trabaja por los dos; y si uno se muere tambin los hijos se mueren, tambin los jvenes se mueren, y a veces antes que los viejos , y si uno de los dos se muere, queda, al menos, uno que cuida a su pobre padre.
Este hombre amaba a sus hijos, no slo porque eran sangre suya, sino porque era de condicin afectuosa. Quera a los dos, al mayor y al pequeo; tal vez un poco ms al pequeo que al mayor, pero tan poco ms, que ni l se daba cuenta. Por el ltimo hijo, todos los padres y todas las madres tienen cierta preferencia; por ms pequeos; por ms guapo que todos, y por menos favorecido ante la ley; y adems es el ltimo que ha sido nio y despus del suyo no ha habido en la familia otro nacimiento; de suerte que su niez, todava tan reciente, se alarga, se prolonga, se extiende casi hasta los umbrales de la juventud, como una persistente sombra de ternura. No parece que fue ayer cuando mamaba, cuando daba los primeros pasos con la faldita corta, cuando le saltaba al cuello a su padre para ir a caballo?
Pero este hombre no se mostraba parcial. Tena a sus dos hijos como a sus ojos y sus manos, igualmente queridos, uno a la derecha y uno a la izquierda, y cuidaba que el uno y el otro estuviesen contentos y a ninguno de los dos le faltase nada.
Pero entre los hijos de un mismo padre, hay quin piensa de una manera y quin de otra, No sucede casi nunca que dos hermanos tengan la misma ndole. O que se parezcan siquiera. 159
El mayor era un joven serio, prudente, reposado, que pareca ya un hombre hecho y derecho, maduro, un marido, un padre de familia. Respetaba a su padre, pero ms como a amo que como a padre, sin una palabra ni seal de sentimiento; trabajaba puntualmente, pero era agrio y duro con los criados; cumpla las devociones que estn mandadas, pero que no se le acercasen los pobres. A prestarle crdito, aunque la casa estuviese llena de bendiciones de Dios, nada era para ellos. Finga querer a su hermano, pero en su interior le roa el gusano de la envidia. Cuando se dice quererse como hermanos", se dice lo contrario de lo que se quisiera decir. Rara vez los hermanos se quieren de verdad. La historia hebrea, dejando a un lado las dems, empieza con Can; sigue con Jacob, que engaa a Esa; con Jos, vendido por sus hermanos; con Absaln, que mat a Ammn; con Salomn, que mandaba degollar a Adonas. Gotear de sangre sobre un largo camino de celos, de luchas, de traiciones. Dgase, en vez de fraternal, amor paterno; nos equivocaremos menos.
El segundo hijo pareca de otra sangre. Era ms joven y no se avergonzaba de la juventud. Chapoteaba en la juventud como en un lago caliente. Tena todos los caprichos, los ardores, las gracias y desgracias de su edad. Con su padre, segn las lunas: un da hubiera renegado de l y al siguiente levantndole a las nubes; era capaz de mostrrsele enfadado semanas enteras y despus, de pronto, echarse a su cuello todo contento. Ms que trabajar, le gustaba pasear con los amigos, y no deca que no cuando le convidaban a beber; y miraba a las mujeres, y ambicionaba vestir bien y presentarse mejor que los dems. Pero de buen corazn: pagaba a quien no poda pagar, a escondidas haca caridades a los hermanos, no despeda a nadie dejndole desconsolado. Rara vez se le vea en la sinagoga, y por eso, y por otras maneras suyas de portarse, los burgueses de la vecindad, las gentes de bien, las personas ejemplares y timoratas, religiosas y hacendosas, no le vean con buenos ojos, y le recomendaban a sus hijos que no anduviesen con l. Cuanto ms que aquel joven quera hacer de gran seor ms de lo que le permita el haber de su padre buen hombre, segn decan, pero dbil y ciego, y deca cosas que no estn bien en un hijo de familia educado como es debido. La vida humilde de aquel humilde pueblo le asqueaba; deca que era mejor correr aventuras en los pases ricos, populosos, lejanos, ms all de los montes y los mares, donde estn las grandes ciudades lujosas y los prticos de mrmol y los vinos de las islas, y las tiendas
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llenas de sedas y plata, y las mujeres vestidas de gala, como reinas maceradas en aromas, que daban, sin hacerse rogar, su carne a cambio de un puado de oro . . .
All, en el campo, haba que vivir ordenadamente y no haba manera de desahogar el humor gigantesco y nmada. El padre, aunque rico, aunque bueno, meda las dracmas como si fuesen talentos; su hermano le miraba de mal ojo si se compraba una tnica nueva o volva a casa un poco alegre; en su familia no se conoca ms que el campo, el surco, el pastoreo, el ganado: una vida que no le pareca vida, sino agotamiento.
Y un da haba pensado en ello varias veces sin valor para decirle endureci su corazn y su rostro y le dijo a su padre:
Dame la parte que me toca de lo mo, y nunca jams te volver a pedir nada.
El anciano sufri ante tales palabras, pero nada dijo, y fuese a su aposento para no dejar ver que lloraba. Y ninguno de los dos habl ms de aquello durante cierto tiempo. Pero su hijo padeca, estaba enfadado y haba perdido con el mpetu y bro, hasta los colores del rostro. Y el padre, al ver llorar a su hijo, padeca cada vez ms, pensando que lo perda. Pero al cabo el amor paterno venci al amor de s mismo. Se hizo la estimacin pericial y el padre dio a sus dos hijos la legtima y se reserv lo dems para s. El joven no perdi tiempo: vendi lo que no poda llevarse consigo y, juntando una buena cantidad, sin decir nada a nadie, una noche mont en un buen asno y parti. Al hermano mayor no le disgust en modo alguno aquella marcha: "Este ya no se atrever a volver, y ahora soy yo el hijo nico, y yo solo mando, y nadie me quitar el resto de la herencia."
Pero el padre llor en secreto todas sus lgrimas, todas las lgrimas de sus viejos y arrugados prpados, y cada surco de su viejo rostro se ba de llanto. Desde aquel da ya no fue l, y se necesit todo el amor que tena al hijo que le quedaba para vencer el descorazonamiento de aquella separacin.
Pero una voz le deca, que acaso no le haba perdido para siempre, que vera a su segundo vstago y obtendra la gracia de volver a besarlo antes de morir, y aquella voz le ayudaba a soportar la separacin con menos angustia. 161
Entretanto, el joven fugitivo se acercaba a grandes jornadas al pas opulento y en fiesta donde pensaba vivir. Y a cada vuelta del camino palpaba los saquillos del dinero que pendan de la silla. Presto lleg al pas de su deseo y empez la fiesta. Le pareca que aquellos dineros que haba llevado consigo no se acabaran nunca. Tom en alquiler una hermosa casa, compr cinco o seis esclavos, se visti como un prncipe; pronto tuvo amigos y amigas que le acompaaban a almorzar y a comer y beban vino cuanto les caba en el vientre. Con las mujeres no regate y escogi las ms bellas que haba en la ciudad que supieran bailar y tocar y vestirse con magnificencia. Nunca le parecan demasiados los regalos para gozar las ms desesperadas torturas del placer. El seorito provinciano, venido del campo sin distracciones, tenido a raya en la poca de la sensualidad prepotente, sediento de grandezas, desahogaba ahora la lujuria contenida y la aficin al fausto en aquella vida enervante peligrosa como un puente sin baranda.
Una vida que no poda durar. Quita y no pon, presto se acaba el montn, dicen los labradores cuando van al granero para llevar el trigo al molino. Los sacos del Prdigo tenan un fondo, como todos los sacos, y lleg el da en que ya no hubo ni oro ni plata ni cobre siquiera, sino pedazos de tela y de cuero que se amontonaban lacios, sobre los ladrillos del suelo. Desaparecieron los amigos y desaparecieron las mujeres; esclavos, lechos y mesas fueron vendidos, y con lo recaudado hubo para comer mal que bien, pero poco. Para mayor desgracia, hubo en aquel pas una gran caresta, y el Prdigo se hall hambriento en medio de un pueblo de hambrientos. Nadie le miraba; las mujeres se haban ido a otras ciudades, y los amigos de las noches de borracheras a duras penas conseguan ir viviendo ellos mismos.
El desventurado, casi desnudo, se fue al campo con un seor que posea una heredad. Tanto se recomend a su favor, que le acept en calidad de porquero, porque era joven y sano y no sobraban porqueros, que nadie, por poco que pudiese, quera tal oficio. Para un judo no poda haber mayor castigo que aqul. Hasta en Egipto, a pesar de que all se adoraba a los animales, nicamente a los porqueros les estaba prohibida la entrada en el templo, y ningn padre les daba a sus hijas por mujeres, ni nadie se hubiera casado por todo el oro del mundo con la hija de un porquero.
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Pero el Prdigo no tena donde escoger y tuvo que cuidar a los cerdos. No le daban salario, y la comida era escasa porque haba poco para todos. Mas para los cerdos no hay caresta, porque comen de todo y en aquel pas tenan bellotas a placer y se hartaban. El msero hambriento miraba con envidia a aquellos animalotes negros y rosados que hozaban en la tierra, mascullando cscaras y races, y deseaba llenar el vientre de aquella comida y lloraba recordando la justa abundancia de su casa y los festines de la gran ciudad. A veces, vencido del hambre, coga debajo del hocico gruente de los cerdos una cscara negruzca de bellota, templando la amargura del arrepentimiento con aquel desabrido y leoso dulzor... Y ay, si le viera el amo!
Su vestido era una sucia zamarra de esclavo que heda a establo; su calzado, un par de sandalias rotas, atadas con juncos, de cualquier manera; en la cabeza, un trapo de ningn color. Su bello rostro de mozo galn, tostado por el sol de las colinas, se le haba descarnado y alargado, tomando un color mortecino entre plomizo y barroso.
Quin llevar ahora sus ntidas capas de lana hilada y tejida en casa, que dej en las arcas de su hermano? Dnde estarn las bellas tnicas de seda teida de prpura, que hubo de vender por pocos dineros a los prenderos? Los criados de su padre vestan mejor que l. Y coman ms que l.
Y, volviendo en s, dijo: "Cuntos criados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo me muero de hambre?"
Hasta entonces, apenas apuntaba el pensamiento del regreso, lo haba rechazado. Volver en aquel estado, despus de haber hecho llorar a su padre y haber cedido ante su hermano! Volver sin un traje, descalzo, sin un dracma, sin el anillo signo de libertad desfigurado, afeado por aquella famlica esclavitud, hediondo, contaminado de aquel oficio abominable, y dar la razn a los prudentes vecinos, al prudente hermano, humillarse a los pies del anciano a quien abandon sin un saludo! Volver como un andrajo de oprobio donde le vieron salir como un rey. Volver a la escudilla en que haba escupido. A una casa donde ya no haba nada suyo.
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No. Algo suyo haba siempre. Su padre. Si l perteneca a su padre, su padre le perteneca a l. Era descendencia suya, carne de su carne, haba sido engendrado por l en un momento de amor. El padre, an ofendido, no podra renegar su propia sangre. Si no le quiere como a hijo, al menos le tendr como criado. En el puesto de un extrao, de un hombre nacido de otro padre. "Me levantar y llegar a mi padre y le dir: Padre, pequ contra el cielo y contra ti, y no soy digno de seguir llamndome hijo tuyo; tenme como a uno de tus criados." No vuelvo como hijo, sino como servidor, como trabajador: no te pido amor, al que no tengo derecho sino un poco de pan en tu cocina.
Y el joven, entregando los cerdos a su amo, se encamin a su tierra. Peda un pedazo de pan a los campesinos, que se lo daban, y regaba aquel pan de misericordia y de limosna con la sal de sus lgrimas, a la sombra de los sicomoros. Los pies, despellejadas y heridos, apenas le sostenan; estaba descalzo, pero la fe en el perdn le llevaba, paso a paso, hacia su casa.
Al cabo, un da, cuando el sol estaba ya en lo alto, lleg a la vista de la quinta de su padre. Pero no se atreva a llamar ni a entrar. Y daba vueltas en torno a la casa, espiando si alguien sala. Y he aqu que su padre se asoma a la puerta y le ve de lejos su hijo no es aqul, cun cambiado est; pero los ojos de un padre, aun consumidos por el llanto, no pueden por menos de reconocerlo y corre a l, y le aprieta contra su pecho, y le besa una y otra vez, y no se cansa de posar sus viejos labios plidos en aquel rostro consumido, en aquellos ojos que han cambiado de expresin, pero que siguen siendo hermosos; en aquellos cabellos polvorientos, pero rizados y suaves; en aquella carne que es suya.
El hijo, confuso y enternecido, no sabe responder a los besos. Y apenas libre de los brazos paternales, se arroja al suelo y repite temblando el discurso preparado:
Padre, pequ contra el cielo y contra ti, y no soy digno de que me llames tu hijo.
Pero si el joven se humilla hasta rehusar el nombre de hijo, el viejo se siente, en aquel momento, ms padre: le parece que vuelve a ser su padre por segunda vez. Y sin
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responderle siquiera, con los ojos nublados y hmedos, pero con la voz sonora de los buenos tiempos, llama a los esclavos:
Traed la mejor y ms bella tnica y vestidle con ella: ponedle un anillo en la mano y calzado en sus pies. El hijo del Amo no ha de entrar en su propia casa como un mendigo. El traje ms bello, el calzado nuevo, el anillo al dedo. Y los criados han de servirle, porque tambin l es amo.
Y traed un ternero cebado y matmoslo, y comamos y hagamos fiesta, porque mi hijo haba muerto y resucit; se haba perdido y ha sido encontrado.
El ternero cebado se reservaba para la fiesta; pero qu fiesta ms hermosa que sta para m? Haba llorado por muerto a mi hijo, y helo aqu conmigo: lo haba perdido en el mundo, y el mundo me lo restituye. Estaba lejos, y est con nosotros; era un mendigo en puertas extraas; y ahora banquetear en su propia mesa.
Y los siervos obedecieron, y el ternero fue muerto, desollado, descuartizado y puesto a cocer. Y se sac de la bodega el vino ms viejo. Y fue aparejada la mejor estancia para la cena del regreso. Y algunos criados fueron a llamar a los amigos del padre, y otros a los msicos para que acudan luego con sus instrumentos.
Y cuando todo estuvo dispuesto, el hijo se hubo baado, y su padre lo bes repetidas veces como para comprobar con la boca que estaba all con l su verdadero hijo y no la visin de un sueo empez el banquete y se escanciaron los vinos, y los msicos acompaaron los cantos de la alegra.
El mayor estaba en el campo a trabajar, y al volver por la tarde, cuando estuvo cerca de su casa, oy msica y ruido y palmoteo y el pisotear de los danzantes. Y no sala de su asombro: "Qu ha sucedido? Acaso m padre se ha vuelto loco? ; O ha llegado de improviso a nuestra casa un cortejo de bodas?"
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Enemigo del bullicio y de las caras nuevas, no quiso entrar para ver por s qu pasaba. Sino que, llamando a un muchacho que de la casa sala, le pregunt el porqu de todo aquel ruido.
Tu hermano ha venido. Y tu padre ha matado el ternero cebn, por haberle vuelto a tener consigo sano y salvo.
A estas palabras, sinti un ahogo en el corazn y se qued plido. No de contento, sino de rabia y celos. Volvi a encendrsele en su interior la antigua envidia, porque le pareca que toda la razn estaba de su parte. Y no quiso entrar en su casa; y permaneci fuera, airado.
Ven, que tu hermano ha vuelto y ha preguntado por ti y se alegrar de verte y le festejaremos juntos. Pero el Prudente no pudo contener sus palabras y, por primera vez en su vida, se atrevi a condenar a su padre en su propia cara:
Eso es; hace tantos aos que te sirvo como un esclavo y nunca traspas una orden tuya, y jams me diste un cabrito para cenar con mis amigos. Y ahora que ese hijo tuyo vuelve a casa, despus de haber malgastado tu hacienda en los lupanares, has matado para l el ternero cebado.
Con estas pocas palabras descubre toda la bajeza de su nimo, escondida hasta entonces bajo el manto farisaico de la prudencia. Echa en cara a su padre la obediencia propia, le echa en cara su avaricia "Y no me has dado un cabrito siquiera" y le reprocha, l, hijo sin amor, el ser un padre demasiado amante: "Este hijo tuyo." No dice hermano. Que lo reconozca, si quiere, el padre como tal hijo, que l no quiere reconocerlo como hermano. "Se ha gastado tu dinero con prostitutas." Los dineros que no son suyos, con mujeres que no son suyas. "Mientras que yo he estado contigo, sudando en tus tierras, sin recompensa alguna."
Pero el padre, del mismo modo que ha perdonado al otro hijo, perdona a ste tambin:
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Hijo mo, t ests siempre conmigo y todo lo mo es tuyo. Pero era menester banquetear y alegrarse porque tu hermano haba muerto y ha resucitado, se haba perdido y lo encontramos.
El padre est seguro de que estas palabras bastan para cerrarle la boca: "Haba muerto y ha resucitado, se haba perdido y lo encontrarnos." Qu ms razones son menester? Y cules seran ms fuertes? Haya hecho lo que haya hecho: "Ha malgastado lo mo con las mujeres, ha malgastado cuanto ha podido. Me abandon sin un adis, dejndome llorando. Aunque se hubiera portado peor an, no por eso dejara de ser m hijo. Aunque hubiese robado por los caminos, asesinado a inocentes y me hubiera ofendido mucho ms, no puedo olvidar que es hijo mo, sangre ma. Se haba ido y ha vuelto, haba desaparecido y ha reaparecido, haba muerto y ha resucitado. Y para festejar este milagro no me parece demasiado un ternero. T no me has dejado nunca; he gozado siempre de ti; todos mis cabritos son tuyos con slo pedrmelos; todos los das has comido a mi mesa. Pero l, estaba tan lejos hace tantos das, tantas semanas, tantos meses! No le vea sino en sueos. Haca tanto tiempo que no coma un pedazo de pan conmigo! No tengo derecho de celebrarlo, al menos hoy?"
Jess se detuvo aqu. No sigui la parbola. No era menester. El significado de la parbola no necesita aadiduras. Pero ninguna boca humana ha contado una historia ms hermosa que sta y que tan profundamente se apodere del corazn de los hombres, despus de la de Jos.
Estn en libertad ciertos intrpretes para sus conjeturas y entretenimientos. Que el Prdigo es el hombre nuevo purificado por la prueba del dolor, y el Prudente el Fariseo que observa la antigua ley, pero no conoce el amor. O bien que el Prudente es el pueblo judaico que no comprende el amor del Padre, el cual acoger al pagano, a pesar de que se haya revolcado en los torpes amores de la gentilidad y haya vivido en compaa de los cerdos.
Jess no propona enigmas. l mismo dijo, al fin de la parbola, que hay ms alegra en el cielo por un pecador arrepentido que por todos los justos que se gloran de su justicia
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espuria, por todos los puros que se enorgullecen de su pureza externa, por todos los rgidos fariseos que ocultan la sequedad de su corazn bajo el aparente respeto a la ley.
Los verdaderos justos sern acogidos en el Reino, pero de ello estbamos seguros. No nos han hecho temblar y sufrir y no es menester alegrarse. Pero por el que ha estado a punto de perderse, que ha padecido ms por rehacerse su alma, por vencer la bestialidad que en l haba, que ha merecido ms su puesto porque para obtenerlo ha tenido que renegar de todo su pasado, por ese se elevarn los cantos de jbilo.
"Quin de vosotros que tenga cien ovejas y ha perdido una, no deja a las noventa y nueve en el desierto y va tras la perdida hasta haberla hallado? Y una vez que la halla se la echa a la espalda, lleno de gozo, y, llegado a casa, llama a sus amigos y a sus vecinos, dicindoles: "Alegraos conmigo, que hall la oveja que se me haba perdido."
"O qu mujer que tenga diez dracmas, si ha perdido una, no enciende el candil y barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla? Y, una vez hallada, llama a las amigas y a las vecinas, diciendo: "Alegraos conmigo, porque hall la dracma que haba perdido?"
Y qu es una oveja en comparacin de un hijo resucitado, de un hombre salvo? Ni qu vale una dracma en parangn de un extraviado que recobra la santidad?
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Un da un Rey quiso ajustar cuentas con sus subalternos. Y uno por uno los fue llamando a su presencia. Entre los primeros le llevaron a uno que le deba diez mil talentos, Como no tuviera con qu pagar al Rey, mand que ste fuese vendido juntamente con su mujer, sus hijos y cuanto posea para satisfacer una parte de la deuda. El siervo, desesperado, se arroj a los pies del Rey. Pareca un montn de ropas del que surgan sollozos y promesas: Ten paciencia, espera un poco ms y te lo pagar todo; pero no consientas que mi mujer y mis hijos sean enviados a la feria como ovejas, separados de m, llevados quin sabe adnde.
El Rey se enterneci tambin l tena hijos pequeos y le dej en libertad, condonndole aquella deuda grandsima.
El siervo sali que pareca otro; pero su corazn, aun despus de tan gran favor, era el mismo. Y habindose encontrado con uno de sus compaeros que le deba cien dineros una pequeez en comparacin con los diez mil talentos lo cogi por el cuello: Pgame lo que me debes o hago que te prendan los esbirros!. El desventurado agredido de aquella suerte, hizo lo que su perseguidor haba hecho poco antes en presencia del Rey: se arroj a sus pies, se encomend a su favor, llor, jur que le pagara de all a pocos das, le bes la orla del vestido, le record su antigua hermandad, le rog que esperase en nombre de sus hijos que en casa le esperaban.
Pero aquel desalmado, que era Siervo y no Rey, no tuvo compasin: tom al deudor por un brazo, lo entreg al tribunal e hizo que lo metiesen en prisin. Se extendi la nueva entre los dems siervos de palacio y a todos los entristeci. Y como luego lleg a odos del Rey, ste, mandando llamar al despiadado, le entreg a los torturadores: Yo te condon aquella tan gran deuda; no debas t condonar la de tu hermano, que era mucho ms pequea?; no debas tener compasin de l?
Los pecadores, cuando reconocen el mal que hay en ellos y lo abjuran con corazn humillado, estn ms cerca del Reino que los falsos devotos que se adornan con la alabanza de la propia devocin.
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Dos hombres subieron al Templo a orar: el uno era Fariseo y el otro Publicano. El Fariseo, con las flacterias colgadas sobre la frente y en el brazo izquierdo relucientes las largas cenefas de su manto, arrogante y en pie, como quien se encuentra en su casa, oraba as: Te doy gracias, oh Dios, de que yo no sea como los dems hombres, rapaces, injustos, adlteros, o como ese publicano. Yo ayuno dos veces por semana, pago todos los diezmos y observo todos los artculos de la Ley.
El Publicano, por el contrario; no tena siquiera valor para levantar los ojos y pareca como avergonzado de comparecer ante el Seor. Suspiraba y se golpeaba el pecho, y no deca sino estas palabras: Oh, Dios, ten misericordia de este pecador.
"Yo os digo que ste volvi a su casa justificado, con preferencia a aqul otro; porque el que se ensalza ser humillado y el que se humilla ser ensalzado."
Un doctor de la Ley pregunt a Jess quin es el prjimo. Jess contest: Un hombre, un hebreo, bajaba de Jerusaln a Jeric, por las gargantas de los montes. Lo asaltaron unos ladrones y, despus de haberle herido y despojado, le dejaron en el camino medio muerto. Pasa un Sacerdote, uno de aquellos que iban a fiestas y reuniones y se vanagloriaban de conocer por lo menudo la voluntad de Dios, ve al desgraciado tendido en tierra, pero no se detiene y, para evitar contactos inmundos, atraviesa al otro lado del camino. Poco despus he ah un Levita. Tambin era de los rgidos, de los intransigentes, y conoca al dedillo todas las ceremonias sagradas, y crease, ms que sacristn, uno de los dueos del Templo. Mira de soslayo el cuerpo sangrante y sigue su viaje. Y pasa, por ltimo, un Samaritano. Para los Judos, los Samaritanos, eran infieles, traidores, poco menos detestables que los Gentiles, porque no queran sacrificar en Jerusaln ni aceptar la reforma de Nehemas. El Samaritano, sin embargo, no se detiene a ver si el infeliz tendido entre las piedras del camino es circunciso o no, si es de Jud o de Samaria. Pero se acerca, y al verlo reducido a tal extremo se mueve al punto a compasin. Y sacando de la alforja las cantimploras, le vierte en las heridas un poco de aceite y de vino, le venda como puede con un pauelo, pone al desconocido atravesado sobre su borrica, le lleva a una poblacin, manda que lo acuesten, intenta hacerle volver en s llevando a su boca algo caliente y no lo deja hasta verlo recobrado, pudiendo hablar y comer. Al da
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siguiente, llama aparte al husped y le da dos dineros: Cudalo, atindelo lo mejor que puedas, y lo que gastes de ms yo te lo pagar cuando vuelva por aqu.
El prjimo, pues, es el que sufre, el que ha menester ayuda. Sea el que sea. Incluso tu enemigo, si necesita de ti, aunque no te lo ruegue, es tu prjimo.
La caridad es ttulo valiossimo para la admisin en el Reino. Lo supo el Rico Epuln, vestido de prpura y lino finsimo, que diariamente banqueteaba con sus amigos. A la puerta de su palacio estaba Lzaro, el pobre, el hambriento, lleno de lceras, que se hubiera contentado con las migajas y los huesos que caan debajo de la mesa de Epuln. Los perros tenan compasin de Lzaro y de su miseria y, no pudiendo hacer otra cosa por l, le laman las llagas, y l acariciaba aquellas dciles bestias amorosas con su mano descarnada. Pero el rico no tena compasin de Lzaro y no se le ocurri invitarlo ni una sola vez a su mesa, ni le mandaba siquiera un bocado de pan o las sobras de la cocina destinadas a la basura, que los marmitones mismos rehusaban. Sucedi que uno y otro, el pobre y el rico, murieron, y el pobre fue recibido en el seno de Abraham, y el rico fue precipitado a sufrir en el fuego. Y una terrible sed le atormentaba, sin que nadie le consolase. De lejos vio a Lzaro en compaa de los Patriarcas, y de entre las llamas grit: Padre Abraham, ten piedad de m y ordena a Lzaro que me moje los labios con la punta del dedo, porque me consumo en esta llama.
No le haba dado una migaja siquiera cuando vivan, y ahora no peda ser librado del fuego, ni un vaso de agua, o un sorbo siquiera, ni una gota; se contentaba con la poqusima humedad que poda llevarle la punta de un dedo, del dedo pequeo del pobre. Pero Abraham respondi: Hijo mo: recuerda que recibiste en vida toda clase de bienes y Lzaro todos los males. Ahora l es consolado y t torturado. Si t le hubieses dado la mnima parte de tu cena, pues que sabas que tena hambre y estaba acurrucado a tu puerta peor que un perro, y hasta los perros le tenan ms compasin que t; si le hubieras dado un bocado de pan tan slo una vez, tendras ahora algn ttulo para pedir la punta de un dedo suyo mojada en agua.
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El rico se complace en su patrimonio y se duele de tener que dar una mnima parte, porque cree que la vida no pasa nunca y que el futuro ha de ser igual al pasado. Pero la muerte llega para l tambin y cuando menos lo piensa.
Haba una vez un Propietario que un ao obtuvo de sus tierras ms que ningn otro. Y fantaseaba a propsito de aquella nueva riqueza. Deca: Echar abajo mis graneros y construir otros ms grandes en que quepan todas mis cosechas de trigo, de cebada, de maz, y har otros parajes para el heno y la paja, y otros establos para los bueyes que compre, y un gran establo en que quepan todas mis ovejas y cabras. Y dir a mi alma: Ya tienes en reserva mucha riqueza para muchos aos; descansa, come, bebe, disfruta y no pienses en ms.
Y no le pas por la mente ni un instante la idea de destinar una parte de aquellos beneficios de la tierra a consolar a los pobres de su pueblo. Pero aquella misma noche en que haba imaginado tantas mejoras, muri el rico, y al da siguiente fue sepultado, solo y desnudo, bajo tierra, y no hubo nadie que intercediese por l en el Cielo.
Quien no sabe hacerse amigo de los pobres, quien no emplea la riqueza en aliviar la miseria, no piense que entrar en el Reino. A veces, los Hijos del siglo saben hacer mejor sus negocios terrenales que no los suyos celestiales los Hijos de la luz. Como aquel mayordomo que haba engaado a su amo y tena que dejar su puesto. Y llamando a todos los deudores, condon a cada uno parte de su deuda, de suerte que cuando fue despedido de su mayordoma, se haba granjeado aqu y all, con su estratagema fraudulenta, muchos amigos que no le dejaron morirse de hambre. Se habase procurado un bien para s y para los dems engaando y robando a su amo: era un ladrn, pero un ladrn juicioso. Si los hombres emplearan en salvar su espritu la diligencia que ste us para mantener su cuerpo, cuntos ms no seran los convertidos a la fe del Reino!
El que no se convierte a tiempo ser cortado como la higuera improductiva. Pero la conversin ha de ser perfecta, porque las recadas alejan mucho ms de lo que haban acercado los remordimientos. Un hombre estaba posedo de un espritu maligno y consigui ahuyentarlo de s. El demonio se fue a lugares ridos en busca de descanso; mas como no lo hallase, pens en volver a donde primero estaba. Se da cuenta, sin 172
embargo, de que la casa, el alma de aquel hombre, est desocupada, barrida, adornada, de tal suerte que cuesta trabajo reconocerla. Entonces va, llama a otros siete espritus ms malignos que l y al frente de la banda consigue entrar de nuevo en la casa, de modo que el hombre aquel se hall en peor situacin que antes.
En el da del triunfo los lamentos y las justificaciones valdrn menos que el susurro del viento entre las caas. Entonces se har la ltima e inapelable Seleccin. Como la del pescador que, luego de sacar del mar la red llena de peces, se sienta en la playa y echa en las cestas los que son comestibles, y arroja el resto a la basura. Se les otorga una larga tregua a los pecadores para que tengan tiempo de cambiar. Pero, venido el da, quien no ha llegado a las puertas o no es digno de franquearlas, quedar fuera eternamente. Un buen labrador haba sembrado su campo de buen trigo. Pero he aqu que un enemigo suyo va de noche a aquel campo y lo siembra, a manos llenas, de cizaa malfica. Al cabo de cierto tiempo, el campo comienza a verdear, y los criados advierten la cizaa y van a decrselo al amo.
No; no sea que por arrancar la cizaa arranquis tambin el trigo. Dejad que todo crezca. Cuando llegue el da de la siega; dir a los segadores: segad primero la cizaa, atadla en haces y quemadla hasta reducirla a cenizas; pero el trigo, el buen trigo, llevadlo a mis graneros.
Tambin Jess espera, como buen colono, el da de la siega para hacer la separacin definitiva de los buenos y de los malos. Cierto da le rodeaba una multitud inmensa para escucharle, y al ver a todos aquellos hombres y mujeres que tenan hambre de justicia, tuvo compasin de ellos y dijo a sus Discpulos:
La siega es, en verdad, abundante; pero son pocos los obreros; rogad, pues, al dueo de la mies que mande ms segadores.
Su voz no llegaba a todas partes; no bastan los Doce; son menester otros anunciadores, para que la Buena Nueva sea llevada a todos cuantos padecen y esperan. 173
LOS DOCE
La suerte, no sabiendo de qu otro modo hacer pagar a los grandes su grandeza, los castiga con discpulos. Todo discpulo, precisamente por serlo, no lo comprende todo, sino solamente a medias, es decir, a su manera, segn la capacidad de su espritu; por eso, aun sin querer, traiciona la enseanza del maestro; la deforma, la hace vulgar, la empequeece, la corrompe.
El discpulo tiene casi siempre compaeros, y, no estando solo, siente celos de los dems, quisiera ser, al menos, el primero entre los segundos; y por eso difama y acecha a sus condiscpulos; cada cual cree ser, o por lo menos quiere que se le crea, nico intrprete perfecto del maestro.
El discpulo sabe que es discpulo y alguna vez se avergenza de ser uno que come a la mesa de otro. Entonces tuerce y destroza el pensamiento del maestro, para hacer creer que tiene un pensamiento propio, diverso de aqul. O ensea todo lo contrario de lo que le ha sido enseado: que es la manera ms grosera y servil de ser discpulo.
En todo discpulo, aun en los que parecen ms adictos y leales, hay la semilla de un Judas.
Un discpulo suele ser un parsito, un pasivo. Un intermediario que roba al vendedor y estafa al comprador. Un gorrn que, invitado a almorzar, pellizca los entremeses, lame las salsas, prueba la fruta, pero no se atreve con los huesos porque no tiene dientes o tiene slo los de leche para romperlos y chupar la medula sustanciosa. El discpulo, tal vez, parafrasea las frases, oscurece lo elevado, complica las cosas claras, multiplica las dificultades, nubla la evidencia, aumenta lo accesorio, enerva lo esencial, enagua el vino fuerte, y, no obstante, despacha su vomitivo como elixir destilado o quintaesenciado. En vez de antorcha que difunde luz y fuego, es lucecilla que humea y no le alumbra ni an a l mismo.
Con todo, nadie ha podido prescindir de tales discpulos y secuaces. Porque los grandes, demasiado extraos a la multitud, tan distantes y solitarios, han menester sentir alguien 174
cerca de s: no se sostienen sin la ilusin de que hay alguien que oye sus palabras, que recibe su idea y la transmite lejos a los dems, antes de su muerte y despus de la muerte. Este nmada, que no tiene casa propia, desea un hogar amigo. Este desarraigado, que no puede tener una familia de su carne, quiere a sus hijos espirituales. Este capitn, cuyos soldados han de nacer nicamente despus que su sangre haya impregnado la tierra, tiene la ambicin de sentirse rodeado de un pequeo ejrcito.
Hay aqu una de las formas de lo trgico inmanente en toda grandeza: los discpulos suelen ser repugnantes y peligrosos; pero nadie puede prescindir de ellos, aun de los falsos. Los profetas sufren si no los encuentran; sufren, ms quiz, cuando los han hallado.
Porque un pensamiento est unido por muchos hilos, ms an que un hijo, a toda el alma. Tan preciso, delicado, frgil tanto ms incomunicable cuanto ms nuevo. Confirselo a otro, injertarlo en un pensamiento ajeno, necesariamente ms bajo, ponerlo en manos de quien no ha de saber respetarlo un depsito tan raro: un pensamiento grande, un pensamiento nuevo es una responsabilidad desmesurada, una tortura continua, un continuo padecer.
Con todo, los grandes hombres sienten el afn de repartir a todos lo que han recibido, y para ellos solos es demasiado grande el trabajo; sienten la vanidad, que logra sentarse aun junto a la ms alta sabidura, y la vanidad ha menester palabras cariosas, elogios aun ofensivos, asentimientos aun puramente verbales, consagraciones, por mediocres que sean: victorias, aun en apariencia.
Cristo estaba exento hasta de las pequeeces de los grandes: pero al aceptar todas las cargas de la humanidad, no quiso tampoco eximirse de las que dan los discpulos. Antes que por los enemigos quiso ser atormentado por los amigos.
Los sacerdotes le hicieron morir slo una vez: los discpulos le hicieron sufrir todos los das. Su Pasin no hubiera sido completa de crueldad de no haberle herido, adems de los Saduceos, y los Esbirros, y los Romanos, y la Plebe, el abandono de los Apstoles.
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Sabemos quines eran. Como Galileo, entre Galileos los escogi; pobre, los adopt entre los pobres; sencillo, pero de una sencillez divina que sobrepujaba a todas las filosofas, llam a los sencillos, cuya sencillez permaneca envuelta en la tierra. No quera escoger entre los ricos, porque vena a combatir el abuso de las riquezas: no entre los Escribas y los Doctores, porque vena a derogar su Ley; no entre los filsofos, porque en Palestina no los haba, y de haberlos hubieran intentado apagar su mstica sobrenatural bajo el celemn de la dialctica.
Saba que a aquellas almas rudas pero intactas, ignorantes pero entusiastas, hubiera podido, al fin, cambiarlas segn su deseo, hacerlas ascender hasta l, moldearlas como el limo de ro, que es barro, pero una vez modelado y cocido, puede convertirse en sublime belleza. Pero fue menester, para tal mutacin, la llama descendida de la Tercera Persona. Hasta Pentecosts prevaleci demasiadas veces su imperfecta naturaleza, cmplice de todas las cadas.
A los Doce se les debe perdonar mucho porque, excepto en algn momento, tuvieron fe en l: porque se esforzaron en amarle como quera ser amado, y sobre todo porque, despus de haberle abandonado momentneamente en el huerto de Getseman, no le olvidaron nunca y dejaron para la eternidad la memoria de sus palabras y de su vida.
Pero si miramos de cerca, en los Evangelios, a aquellos discpulos de que tenemos alguna noticia, no podemos menos de sentir apretado el corazn. Aquellos hombres afortunados que recibieron la gracia inestimable de vivir con Cristo, junto a Cristo, de caminar, de comer con l, de dormir en la misma habitacin, de verle el rostro, de tocar su mano, de besarlo, de escuchar sus palabras de su misma boca, estos doce afortunados, a quienes millones de almas han envidiado eternamente a travs de los siglos, no siempre se mostraron dignos de la suprema felicidad que slo a ellos toc.
Los vemos, duros de cabeza y de corazn, incapaces de entender las ms lmpidas parbolas del Maestro; torpes para entender, aun despus de su muerte, quin era Jess y de qu suerte era el Reino que anunciaba; faltos muchas veces de fe, de amor, de fraternidad; ambiciosos de recompensas; envidiosos unos de otros; impacientes de la recompensa con que han de cobrarse de su espera; intolerantes para quien no est con 176
ellos; vengativos con quien no quiere recibirlos; soolientos, indecisos, terrenos, avaros, cobardes. Uno le niega tres veces; otro espera a venerarlo cuando ya est en el sepulcro; uno no cree en su misin, porque procede de Nazareth; otro no quiere creer en su Resurreccin; otro, en fin, lo vende a sus enemigos y lo seala, con el ltimo beso, a sus captores; algunos, despus de discursos harto elevados, "se echaron atrs y ya no iban con l."
Jess hubo de reprocharles varas veces su tarda comprensin. Cuenta la parbola del Sembrador y no comprenden su sentido: "No entendis esta parbola; pues cmo entenderis las otras?" Les advierte que se guarden de la levadura de los Fariseos y creen que habla del pan material: "No reflexionis ni comprendis todava? Tenis el corazn endurecido? Teniendo ojos, no veis? Y no tenis memoria?"
Creen, casi siempre, como la baja plebe, que Jess es el Mesas carnal, poltico, guerrero, venido a levantar de nuevo el trono temporal de David. Incluso cuando est para subir al cielo, siguen preguntndole: "Seor, es ste el tiempo en que piensas restablecer el Reino de Israel?" Y antes, el da de la Resurreccin, los dos discpulos de Emmas dicen: "Nosotros esperbamos que sera l quien rescatase a Israel, y en cambio. . . "
Litigaron entre s por saber quin tendra el primer puesto en el nuevo Reino, y Jess tuvo que amonestarles: "De qu venais hablando por el camino?" Y callaban, porque haban discutido sobre quin de ellos era el ms grande. Y l, una vez que se hubo sentado, llam a los Doce y les dijo: "Si alguien quiere ser el primero, sea el ltimo de todos y el servidor de todos . . . "
Celosos de sus privilegios, denuncian ante Jess a uno que ahuyentaba demonios en su nombre. "No se lo prohibis respondi Jess , porque no hay nadie que despus de haber hecho alguna obra poderosa en mi nombre pueda hablar mal de m. Porque quien no est contra nosotros est con nosotros."
Despus de un sermn en Cafarnaum, algunos se molestaron por sus palabras. Por lo cual muchos de sus discpulos, una vez que las oyeron, decan: "Duro es este lenguaje, quin puede escucharlo?" Y lo dejaron. 177
Con todo Jess no economiza avisos a quien quera seguirle. Un Escriba le dice que le seguir por doquier. Y Jess a l: "Las raposas tienen sus guaridas y los pjaros del cielo sus nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza." Otro, y era discpulo suyo, quera enterrar primero a su padre. Pero Jess le respondi: "Sgueme y deja que los muertos entierren a sus muertos." Y otro: "Seor: te seguir, pero antes permteme que me despida de los de casa." Jess le respondi: "Quien despus de haber puesto la mano al arado mira atrs, no es apto para el Reino de Dios."
Se le acerc tambin un Joven Rico que observaba los mandamientos. Y Jess, mirndole con ternura, le dijo: "Te falta una cosa: vete, vende cuanto tienes y dselo a los pobres, y tendrs un tesoro en el cielo; luego, sgueme." A estas palabras, aqul se entristeci y se fue dolido, porque tena muchas riquezas.
Para seguir ms perfectamente a Jess ha de dejar el hombre su Casa, sus Muertos, su Familia, su Dinero todos los amores comunes, todos los bienes comunes. Lo que l da a cambio compensar toda renunciacin. Pero pocos son capaces de semejante abandono, y algunos, despus de haber credo, sucumbirn.
A los Doce, pobres casi todos, les era fcil renunciar, y, con todo, no consiguieron siempre ser como Jess quera.
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Jess pronuncia sus famosas palabras contra los ricos: "Es ms fcil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios." A Pedro, estas palabras tan intransigentes respecto de la riqueza le parecen duras. Y se atrevi a decirle:
Ves? Lo hemos dejado todo y te hemos seguido: qu se nos dar por ello?"
Parece un prestamista que pregunta qu intereses le pagarn. Y Jess, para consolarlo, le promete que se sentar en un trono para juzgar a una tribu de Israel las once restantes sern juzgadas por los otros once y aade que cada cual tendr cien veces ms de lo que ha dejado.
Jess afirma que nicamente lo que sale del hombre puede contaminarlo; pero Pedro no entiende. Pedro entonces le dice: "Explcanos esa parbola". Y Jess: "Tambin vosotros segus todava privados de inteligencia? No comprendis. . . " De los Discpulos, tan escasos de entendimiento, Pedro es uno de los ms duros. Su sobrenombre Cefas, Piedra, pedazo de roca no procede nicamente de la solidez de su fe frecuentemente Jess le reprochaba su poca fe y la negacin de la ltima noche es dolorosa prueba de ello sino de su dureza de cabeza.
No era un espritu despierto ni en el sentido propio ni en el translaticio. Tena el sueo fcil, aun en los momentos supremos. Se adormil en el monte de la Transfiguracin, se adormil la noche de Getseman, despus de la ltima cena, donde Jess haba hablado con palabras que daran perpetuo insomnio a un escriba.
Con todo, su petulancia era grande. Cuando Jess, la ltima noche, anuncia que ha de sufrir y morir, Pedro prorrumpe: "Seor, contigo estoy dispuesto a ir a la prisin y a la muerte. Aunque t fueses para todos ocasin de cada, no para m. Aunque hubiera de morir contigo, no te negar." Y Jess: "Pedro, yo te digo que hoy, antes que cante el gallo me habrs negado tres veces."
Jess le conoca mejor de lo que l se conoca a s mismo. Y cuando estaba en el patio de Caifs, calentndose en el brasero, mientras los sacerdotes interrogaban e insultaban a su Dios, neg por tres veces que l fuera uno de los que iban con l. 179
En el momento de la detencin haba hecho contra lo que Jess enseaba un simulacro de resistencia: haba cortado una oreja a Malco. No haba entendido an, tras los aos de cotidiana compaa, que a Jess le repugnaba toda forma de violencia material. No comprenda que si Jess hubiera querido salvarse se hubiera escondido en el desierto sin que nadie lo supiese, o hubiera escapado de las manos de los soldados, como tiempo atrs en Nazareth. Jess dio tan poco valor a aquella accin, contrara a su voluntad, que cur al punto la herida y reprendi al intempestivo vengador.
No era la primera vez que Pedro se mostraba inferior a la grandeza de los sucesos. Tena, como todos los espritus incultos, cierta tendencia a ver la escoria material en las manifestaciones espirituales, lo bajo en lo elevado, lo vulgar en lo trgico. En el monte de la Transfiguracin, cuando se despert, vio a Jess, todo refulgente de blancura, hablando con otros dos, con dos Profetas: Moiss y Elas. Y lo primero que se le ocurri, en vez de adorar y callar, fue construir un refugio para aquellos personajes: "Maestro dijo Pedro , es bien que permanezcamos aqu; hagamos tres tiendas; una para ti, una para Moiss y otra para Elas." Y San Lucas aade, para disculparlo: "No saba lo que se deca."
Cuando vio a Jess andar seguro sobre el lago, se le ocurri hacer lo mismo. "Y Pedro, saltando de la barca, empez a caminar sobre las aguas hacia Jess. Pero viendo la violencia del viento, se asust y, como empezaba a hundirse, grit: "Seor, slvame." Y Jess, tendiendo al punto su mano, le agarr, y: "Hombre de poca fe le dijo por qu has dudado?" El buen pescador, familiarizado con el lago y con Jess, crea poder hacer lo que su Maestro, y no saba que es menester un alma mucho ms grande, una fe mucho ms firme que la suya para domear las tempestades.
El fuerte amor hacia Cristo, que compensa todas sus debilidades, le llev un da casi a contradecirle. Haba anunciando Jess a sus discpulos que padecera y que le mataran. Entonces, Pedro, llevndoselo aparte, empez a reprocharle, diciendo: "Dios no lo quiera, Seor; eso no suceder en modo alguno!" Pero Jess, volvindose a Pedro, le dijo: "Vete de aqu, aprtate, Satans, que me eres un escndalo. No piensas conforme al pensamiento de Dios, sino como los hombres." Nadie ha pronunciado un juicio tan tremendo sobre Simn, apodado Piedra. Fue llamado a trabajar por el Reino de Dios y pensaba como los hombres. Su mente, empaada todava por las ideas populares del 180
Mesianismo perseguido, condenado y ajusticiado. No viva todava en su nimo la idea la Expiacin divina, la idea de que no hay salud sin un ofrecimiento de dolor y de sangre. Amaba a Jess, pero su amor, con ser tan afectuoso y grande, tena todava algo de terrenal, y se rebelaba contra el pensamiento de que su Dios hubiera de ser vilipendiado, de que su Rey hubiera de morir. Pero haba sido el primero en reconocer en Jess al Cristo, y esa primaca es de tal manera grande que nada ha podido borrarla.
nicamente despus de la Resurreccin fue por completo de su Maestro. Y cuando se le aparece, a las orillas del Mar de Tberades, Jess le pregunta: "Me amas?" Pero Pedro no se atreve a decir, despus de haberle negado, que le ama. Le responde, como asustado: "S, t sabes que te quiero bien." Pero Jess peda amor y no simple amistad. Y repite otra vez: "Me amas?" Y Pedro de nuevo: "S, te quiero bien." Pero Jess insta: "Simn de Jons, me quieres de veras?" Y entonces Pedro, vencido, responde al cabo, casi impaciente con palabras que Jess le arranca: "Seor, t lo sabes todo y ya sabes que te amo."
Por tres veces, en la noche que precedi a su muerte, le haba negado Pedro. Ahora, despus de la victoria sobre la muerte, Pedro confirma de nuevo su amor por tres veces. Y a ese amor, que ser iluminado dentro de poco por la sabidura perfecta, permanecer fiel hasta el da en que muera, en Roma, en un rbol de suplicio igual al de Cristo.
Cuando echaron a andar todos juntos hacia Jerusaln, Jess mand por delante a algunos de ellos para que le preparasen alojamiento. Atravesaban la Samaria y en un poblado fueron acogidos malamente. "Pero aqullos no quisieron recibirle, porque se diriga a Jerusaln. Viendo lo cual, dijeron Santiago y Juan, sus discpulos: Seor, quieres que digamos que caiga fuego del cielo y los abrase? Pero l, volvindose a ellos, les reprendi. Para ellos, Galileos feles a Jerusaln, los Samaritanos eran siempre enemigos. En vano haban odo el Sermn de la Montaa "haced el bien a los que os odian, rogad por los que os persiguen" ; en vano haban recibido las instrucciones sobre la manera de comportarse entre los pueblos " si alguno no os recibe . . . al salir de aquella casa y de aquella ciudad sacudid el polvo de vuestros pies". Ofendidos en la persona de Jess, presuman de poder mandar el fuego del cielo. Les pareca hacer justicia justa reduciendo a cenizas a una aldea culpable de inhospitalidad.
Con todo, aunque tan lejanos de aquella renovacin amorosa que constituye la realidad del Reino, pretendan ocupar, en los das del triunfo, los primeros puestos.
"Y Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, se le acercaron y le dijeron: Maestro, nosotros deseamos que nos hagas lo que vamos a pedirte. Y l les pregunt: Qu queris que os haga? Y ellos: Concdenos que cuando ests en tu gloria, nos sentemos uno a tu diestra y a tu siniestra el otro. Pero Jess les dijo: No sabis lo que peds . . . Y los otros diez, odo que hubieron tal, se indignaron con Santiago y con Juan. Pero Jess, llamndoles a s les dijo: El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea siervo de todos; porque el mismo Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir."
El Salvador aprovech la ingenua petulancia de los Hijos del Trueno para repetir la palabra que conviene a todos los magnnimos. Solamente los nulos, los pusilnimes, los parsitos, los intiles, quieren ser servidos tambin por los inferiores si es que alguien existe por bajo de ellos. Pero el que es superior, precisamente por superior, est siempre al servicio de los pequeos.
Este milagroso absurdo que repugna al egosmo de los egoarcas, a la altanera de los superhombres y a la miseria de los avaros, porque lo poco que tienen ni a ellos mismos 182
les sirve es prueba del fuego del Genio. El que no puede o no quiere servir es seal de que no tiene nada que dar: est enfermo, impotente, imperfecto, vaco. Pero el genio no es verdadero si no se desborda en beneficio de los inferiores.
Servir no siempre es lo mismo que obedecer. A veces se puede servir mejor a un pueblo ponindose a la cabeza de l, para salvarlo aunque no quiera. En el servir no hay servilismo.
Santiago y Juan entendieron las fuertes palabras de Jess. A uno de ellos, a Juan lo encontraremos despus entre los ms amorosos y prximos. En la ltima cena apoya su cabeza en el pecho de Jess y desde lo alto de la cruz el Crucificado le encomendar la Virgen Madre para que la tenga consigo como un hijo.
Toms le debe su popularidad a lo que debiera ser su vergenza. Toms el Gemelo podra ser el patrn de la modernidad, al contrario de Toms de Aquino, que fue el orculo de la Edad Media. Toms fue el precursor de Spinosa y de todos los dems negadores de las resurrecciones. El hombre que ni siquiera se contenta con el testimonio de los ojos ms respetuoso pero ms engaador sino que quiere el de las manos. Pero su amor por Jess le hizo digno de perdn. Cuando fueron a decirle al Maestro que Lzaro haba muerto, a los discpulos les repugnaba la idea de ir a Judea, entre los enemigos. Toms fue el nico que dijo: "Vayamos nosotros tambin, para morir con l. El martirio que entonces no tuvo, lo hall, despus de la muerte de Cristo, en la India.
Mateo es el ms simptico entre los Doce. Era un alcabalero, una especie de subpublicano, y, probablemente, el ms instruido de todos sus compaeros. Su adhesin a Jess no fue por eso menos espontnea que la de los pescadores. "Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el banco de la recaudacin de contribuciones, y le dijo: Sgueme. Y l, dejndolo todo, se levant y se dispuso a seguirle. Y le dio un gran convite en su casa. . . ". Mateo no dejaba tan slo un montn de redes rotas, sino un empleo, un sueldo, una ganancia segura y creciente. La renuncia a las riquezas era fcil para quien no tena casi nada. De los Doce, Mateo era ciertamente el ms rico antes de la conversin de ningn otro se cuenta que pudiese ofrecer "un gran convite" y por eso
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su rpida obediencia y el levantarse, al primer llamamiento, del banco donde se amontonaba la plata, es un sacrificio mayor y, por tanto, ms meritorio.
A Mateo debemos, segn el antiqusimo testamento de Papas, la primera coleccin de dichos y hechos memorables de Jess, esto es, el primer Evangelio. En este libro hallamos el texto ms completo del Sermn de la Montaa. La gratitud de los hombres hacia el pobre alcabalero debiera ser mayor aun. Sin l muchas palabras de Jess las ms hermosas tal vez se habran perdido. Este manejador de dracmas, siclos y minas, a quien su oficio, tenido por infame, deba predisponer a la avaricia, ha guardado para nosotros un tesoro que vale ms que todas las monedas acuadas en la tierra antes y despus de l.
Tambin Felipe de Betsaida saba hacer cuentas. A l se dirige Jess, cuando la multitud hambrienta le rodea, para preguntarle cunto ser menester para comprar pan a toda aquella gente. "Doscientos dineros no bastan", respondi Felipe; y aquella suma que hoy seran ciento sesenta pesetas tal vez le pareci un despropsito. Pero Felipe haba de ser un propagandista de la fama de su maestro. El fue quien anunci a Natanael el advenimiento de Jess y a l se dirigieron los Griegos de Jerusaln que queran hablar con el nuevo Profeta.
Natanael hijo de Tolmai, ms conocido por el nombre de Bartolom respondi con un sarcasmo al anuncio de Felipe: "Puede nunca salir nada bueno de Nazareth?". Pero tanto insisti Felipe, que lo condujo a la presencia de Jess, el cual, apenas lo hubo visto, exclam: "He aqu un verdadero Israelita, en el que no hay engao. Natanael le pregunt: De qu me conoces? Jess le respondi: Antes de que Felipe te llamase, te he visto cuando estabas bajo la higuera. Natanael exclam: Maestro, t eres el Hijo de Dios, t eres el Rey de Israel! Jess replic: "Porque te he dicho que te he visto bajo la higuera crees? Cosas mayores vers.
Menos entusiasta e inflamable fue Nicodemus, que, en efecto, nunca quiso aparecer como discpulo de Jess. Nicodemus era viejo, haba estado en las escuelas de los Rabinos, era amigo de los sanedritas jerosolimitanos. Pero las referencias de los milagros le haban impresionado y fue de noche en busca de Jess para decirle que le crea enviado por Dios. 184
Jess le respondi: "En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios". Nicodemus no entendi estas palabras o acaso le espantaron: haba ido a ver a un taumaturgo y crea hallar una sibila. Y con ese burdo sentido prctico del hombre que no se quiere dejar coger, pregunta: "Cmo puede renacer un hombre cuando ya es viejo? Puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y nacer?" Jess le responde con profundas palabras: "S no nace una segunda vez en el Espritu, no podr entrar en el Reino". Pero Nicodemus sigue sin entender: "Cmo es posible todo eso?" Jess le responde: "Cmo? T eres doctor de Israel y no comprendes estas cosas?" .
Siempre le queda cierto respeto por el joven Galileo; pero su simpata fue tan circunspecta como su visita. Cierta vez, cuando los jefes de los sacerdotes y los Fariseos idearon coger a Jess, Nicodemus se aventur a defenderle: "Condena nunca nuestra ley a ningn hombre sin antes orle y saber lo que ha hecho?" . Es un legalista. Habla en nombre de nuestra ley, no en nombre del hombre nuevo. Nicodemus es siempre el hombre viejo, el curial, el cauto amigo de la letra. Bastan unas cuantas palabras para que calle: "Eres t, por ventura, tambin de Galilea? Investiga y vers que de la Galilea no sale ningn Profeta. Perteneca de derecho al Sanedrn; pero no hay memoria de que levantara su voz en defensa del acusado, cuando fue llevado ante Caifs. Era de noche tambin entonces; pero probablemente, para escapar a la burla de sus colegas y al remordimiento del asesinato legal, se qued en la cama. Despert cuando Jess ya haba muerto, y entonces fuera la avaricia! compr cien libras de mirra y loe para el embalsamamiento.
Nicodemus es el perpetuo arquetipo de los tibios a quienes la boca de Dios escupir en el da de la ira. Es el espritu medio que quisiera decir que s con el alma y a quien la carne le sugiere el no del miedo. Es el hombre de los libros, el discpulo nocturno, que quisiera ser, pero no quisiera parecer; a quien no le disgustara renacer, pero que no sabe romper la corteza arrugada del cuerpo envejecido: el hombre de los respetos y las precauciones. Cuando aquel a quien admiraba ha sido ajusticiado, cuando los enemigos estn saciados y no hay peligro de comprometerse, entonces llega a derramar blsamos en aquellas heridas que fueron abiertas tambin por su cobarda.
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Pero una antigua tradicin cuenta que, al fin, fue bautizado por Pedro y condenado a muerte por haber credo en aquel a quien no supo salvar de la muerte.
Su cometido era tal que hubiera dado que pensar incluso a hombres que fueran ms ricos en inteligencia y en ciencia. La ingenuidad y la ignorancia deprimen menos el nimo que otras cualidades del espritu ms odorferas para el moderno olfato.
Cristo peda a sus enviados una prueba que parece imposible y no se puede pedir sino a los sencillos, para los cuales, por un milagro de su misma sencillez, lo imposible se hace posible alguna vez. "Os envo como a ovejas entre los lobos. Como animales pacficos entre bestias feroces; pero con orden de no dejarse devorar, sino de reducir a los despedazadores de corderos a la mansedumbre del cordero. Y para triunfar en tan paradjica hazaa, el divino paradojista exhorta a sus embajadores a ser al mismo tiempo serpientes y palomas. "Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. La grosera psicologa animalista del vulgo se rebelara contra semejante aproximacin. El reptil de la traicin no puede vivir en el mismo nido del cndido voltil del amor. La serpiente, que hizo que fuese arrojado Adn del Paraso, tiene cualidades harto diversas de la paloma fiel que anunci a No la vuelta de la Paz. El envenenador que se desliza en la sombra no tiene nada que ver con el pjaro que eleva al sol su leve blancura.
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Pero los groseros yerran casi siempre en sus pensamientos. La sencillez es una fuerza que vence a todas las astucias. La prudencia no es astucia. Los astutos casi vencen siempre en el primer momento y suelen ser vencidos antes del fin. Por ms que puedan los ingenuos parecer imbciles, el ltimo resultado demuestra que su sencillez ocultaba una prudencia superior a todas las malicias. Los sencillos, los ignorantes, los cndidos, tienen una fuerza que confunde a los ms avispados: el poder de la Inocencia. El nio que hace callar al viejo con sus preguntas; el aldeano que tapa la boca del filsofo con sus respuestas, son los smbolos ordinarios de la fuerza victoriosa de la Inocencia. La sencillez sugiere palabras y actos que vencen todas las artimaas de las diplomacias usuales.
Aquellos hombres a quienes enviaba Jess a la conquista de almas eran rudos lugareos, pero podan, sin contradiccin ni dificultad, ser humildes como ovejas, avisados como serpientes, sencillos como palomas. Pero ovejas sin cobarda, serpientes sin veneno, palomas sin lascivia.
La desnudez era el primer deber de aquellos soldados. Iban a buscar a los pobres. Deban ser ms miserables que los pobres. Pero mendigos, no, "porque el obrero es digno de su alimentacin. El pan de vida que haban de distribuir a los hambrientos de justicia mereca en compensacin el pan de trigo. Pero los obreros haban de ir a su maravilloso trabajo enteramente desprovistos. "No hagis provisiones de oro, ni de plata, de ni de cobre, en vuestros cinturones, ni de alforjas, ni de dos tnicas, ni de calzado, ni de bastn". Los metales, pesados mediadores de la Riqueza, son un peso para el alma; un peso que arrastra haca el fondo. El brillo del oro hace olvidar el esplendor del sol; el brillo de la plata hace olvidar el esplendor de las estrellas; el brillo del cobre hace olvidar el esplendor del fuego. Quien se apega al Metal se esposa con la Tierra y permanece unido a la tierra; no conoce el Cielo y el Cielo no lo reconoce.
No basta predicar a los pobres el amor de la pobreza, la rica hermosura de la pobreza. Los pobres no creen en las palabras de los ricos hasta que los ricos se hacen voluntariamente pobres. Los Discpulos, destinados a predicar la bienaventuranza de la pobreza a pobres y ricos, tenan que dar todos los das a todos los hombres, en todas las casas, el ejemplo de la Miseria feliz. No haban de llevar nada consigo, salvo el traje que llevaban encima y las sandalias con que se calzaban; no haban de aceptar nada: 187
nicamente el poco "pan cotidiano" que hallaban en la mesa de su husped. Los sacerdotes errantes de la diosa Siria o de otras divinidades de Oriente, llevaban consigo, juntamente con los simulacros, la alforja para los donativos, el saco de la colecta. Porque el vulgo no da valor a las cosas que no se pagan.
Los Apstoles de Jess, por el contrario, haban de rechazar cualquier don o paga. "Dad gratuitamente lo que gratuitamente habis recibido". Y como la riqueza, por mejor ocultarse, cambia su forma originaria de metal en ropa, los mensajeros del Reino haban de renunciar incluso a los trajes para mudarse, al calzado, al bastn a todo aquello de que se puede prescindir.
Han de entrar en las casas abiertas a todos en un pas que no conoca todava los cerrojos del miedo y conservaba algn recuerdo de la hospitalidad de los nmadas y hablar a los hombres y las mujeres que las habitan. Su misin es advertir que est prximo el Reino de los Cielos; explicar de qu modo el Reino de la Tierra poda convertirse en el Reino del Cielo, y exponer la nica condicin para el feliz cumplimiento de todas las profecas: el arrepentimiento, la conversin, la transformacin del alma. Para probar que eran enviados por Uno que tena autoridad para pedir este cambio, tienen poder para devolver la salud a los enfermos, para ahuyentar con la palabra a los "espritus inmundos", es decir, a los demonios y los vicios que hacen a los hombres semejantes a los demonios.
Mandan a los hombres que se renueven; pero al momento los ayudan con todos los poderes que les estn concedidos para comenzar esta renovacin. No los dejan solos con una orden de tan difcil ejecucin.
Despus de la palabra proftica el Reino est prximo volvan a ser obreros; trabajaban en restaurar, en repulir, en rehacer aquellas almas que haban sido abandonadas por sus pastores legales en la selva desnuda de hojas del formalismo farisaico. Decan lo que era menester hacer para ser dignos de la nueva tierra celestial y al punto, como auxiliares solcitos, ponan manos a la obra que requeran. Eran, en suma, para colmo de la paradoja, asesinos y resucitadores. Mataban en cada convertido al
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hombre viejo; pero sus palabras eran como bautismo eficaz de un segundo nacimiento. Llevaban consigo, peregrinos sin bolsa ni equipaje, la verdad y la vida la paz.
"Y cuando entris en la casa, saludadla". Y el saludo era ste: "La paz sea con vosotros"; quien los acoja tendr paz; quien los rechace continuar su dura guerra. Y al salir de aquella casa o de aquella ciudad que no los ha querido, han de sacudir el polvo de sus pies. No ya porque el polvo de las casas o de las ciudades que no los han querido escuchar sea infecto o venenoso. El sacudirse los pies es una respuesta simblica a aquella sordidez y avaricia de corazn. Lo habis rechazado todo y nosotros no querernos aceptar nada vuestro, ni lo que se ha pegado a nuestras sandalias. Como vosotros no queris darnos un momento de vuestro tiempo ni un pedazo de vuestro pan, os dejaremos hasta el ltimo tomo de polvo de vuestros caminos.
Porque los Apstoles, por fidelidad a la sublime paradoja de Aquel que los enva, llevan consigo la paz y al mismo tiempo la guerra. No todos querrn convertirse. Y en la misma casa, habr algunos que crean y otros que no. Y nacer entre ellos la divisin y la guerra spera prenda para obtener la paz absoluta y estable. Si todos escuchasen la voz al mismo tiempo, si todos pudieran ser transformados el mismo da, el Reino de los Cielos sera fundado en un instante, sin sangrientos prefacios de batallas.
Y aquellos que no quieren cambiar porque no entienden el anuncio o se creen ya perfectos echarn mano a los convertidores y los acusarn ante los tribunales. Los detentadores de la Riqueza y de la Antigua Ley sern crueles contra los pobres que ensean a los pobres la Nueva Ley. Habr Ricos que no querrn conceder que su dinero es miseria peligrosa; los Escribas no querrn admitir que su ciencia no es ms que ignorancia homicida: "Y os fustigarn en las sinagogas".
"Pero cuando os pongan en sus manos, no estis preocupados de cmo hablaris o de lo que habris de decir". Jess est seguro de que los pobres pescadores, aunque no hayan asistido nunca a las ctedras de elocuencia, hallarn por inspiracin suya las palabras necesarias en la hora de la acusacin. Un solo pensamiento, cuando es grande y est profundamente inculcado en el corazn, engendra otros pensamientos derivados o accesorios y al mismo tiempo la forma perfecta para expresarlos. El hombre seco, que no 189
tiene nada en s, que no tiene fe en nada, que no siente, no arde, no sufre, ser inhbil aun despus de haber encanecido escuchando a los sofistas de Atenas y a los retricos de Roma, para improvisar una de aquellas rplicas iluminadoras y poderosas que conturban la conciencia de los jueces ms sordos.
Que hablen, pues, sin miedo y sin ocultar nada de lo que les fue enseado. Antes bien "lo que yo os digo en las tinieblas, decidlo vosotros en la luz; y lo que os fue susurrado al odo, predicadlo sobre los techos. Jess, con estas palabras, no pide a sus discpulos mayor ardor del que se haba impuesto a s mismo. l ha hablado en las tinieblas, es decir, en la oscuridad: ha hablado a sus primeros fieles, pero lo que les ha dicho a lo largo de los caminos desiertos o en las estancias solitarias deben repetirlo, a ejemplo suyo, en las plazas de las ciudades, ante las multitudes. Ha susurrado en sus odos la verdad, porque la verdad puede espantar, las primeras veces, a los que no estn preparados, y porque ellos eran pocos y no haba necesidad de gritar. Pero aquella verdad se grita ahora para que todos la oigan y no pueda haber nadie que diga, en aquel Da, que no la ha odo. El tesoro de la Buena Nueva se distribuye generosamente como los tesoros de la tierra y de metal.
Si los hombres pueden matar el cuerpo del que reparte la verdad, no podrn matar su alma; de la muerte de un solo cuerpo nacern a la vida miles de almas nuevas. Pero ni siquiera morir vuestro cuerpo, porque hay Uno que lo protege. "No se venden dos pjaros por un cuarto? Pues ni uno de ellos cae a tierra sin la voluntad de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza estn contados. No temis, pues: valis mucho ms que los pjaros". Los pjaros del aire, que no siembran, no se mueren de hambre; vosotros, que ni siquiera llevis un bastn, no moriris a manos de vuestros enemigos antes de la hora sealada.
Llevan consigo un secreto harto precioso para que pueda deshacerse la carne que lo contiene. Jess, aun estando lejos, est siempre con ellos. Lo que se les hace a ellos, a l se le hace. Entre el mandante y el mandatario se crea por siempre una mstica identidad "Y quien haya dado de beber, aunque no sea ms que un vaso de agua fresca, a cualquiera de mis pequeos, porque es discpulo mo, os digo en verdad que no dejar de tener su premio". 190
Cristo es la fuente de agua viva destinada a calmar la sed de todos los fatigados, y, sin embargo, tendr en cuenta el vaso de agua que haya restaurado al ms pequeo de sus amigos. Aquellos que llevan consigo el agua viva que purifica y salva, pueden haber menester un da del agua pesada, sumida en el fondo de los pozos de las aldeas. Quien les ofrezca un poco de esa agua comn y material tendr, en cambio, un manantial que da al alma una embriaguez ms fuerte que los ms fuertes vinos.
Los Apstoles, que viajan con una sola tnica, con un solo par de sandalias, sin cinturones ni sacos, pobres como la pobreza, desnudos como la verdad, sencillos como la alegra, son, pese a su aparente miseria, como formas diversas de un Rey que ha venido a fundar un Reino ms vasto y feliz que todos los reinos, para regalar a los pobres una riqueza que vale ms que todas las riquezas mensurables, para ofrecer a los infelices una alegra ms profunda que todos los deleites. Le place a este nuevo Rey, como a los Reyes de Oriente, manifestarse bajo diferentes formas, aparecerse a los hombres de incgnito, con otras vestiduras. Pero las que prefiere, aun hoy, son estas tres: de Poeta, de Pobre y de Apstol.
MAMN
Jess es el Pobre. El Pobre infinita y rigurosamente pobre, pobre de absoluta pobreza. El prncipe de la pobreza, el seor de la perfecta miseria. El pobre que est con los pobres, que ha venido para los pobres primeramente, que habla a los pobres, que da a los pobres, que trabaja para los pobres. El pobre de la grande, absoluta pobreza. El pobre feliz y rico, que acepta la pobreza, que quiere la pobreza, que se desposa con la pobreza, que canta a la pobreza. El mendigo que da limosna. El desnudo que viste a los desnudos. El hambriento que da de comer. El pobre milagroso y sobrenatural que cambia a los falsos ricos en pobres y a tantos pobres en ricos verdaderos.
Hay pobres que son pobres porque nunca fueron capaces de ganar nada. Hay otros pobres que son pobres porque reparten todas las tardes lo que han ganado por la 191
maana. Y cuanto ms dan, ms tienen. Su riqueza la riqueza de estos segundos pobres aumenta a medida que se distribuye. Es un acervo que cuanto ms se quita de l, ms crece.
Jess era uno de estos pobres. Frente a uno de ellos, los ricos, segn la carne, segn el mundo, segn la materia: los ricos, con sus cajas de talentos, de minas, de rupias, de florines, de ceques, de escudos, de esterlinas, de francos, de marcos, de coronas, de dlares, no son sino lamentables pordioseros. Los argentarios del oro, los epulones de Jerusaln, los banqueros de Florencia y de Francfort, los lores de Londres, los multimillonarios de Nueva York no son, en comparacin de estos pobres, sino desventurados indigentes, desnudos y necesitados de todo, servidores sin salario de un amo feroz, ocupados en asesinar todos los das su propia alma.
La miseria de estos indigentes es de tal manera espantosa, que se ven reducidos a recoger los pedruscos que encuentran en el polvo de la tierra y a hurgar en los excrementos. Una miseria tan repugnante que ni los pobres consiguen hacerles la caridad de una sonrisa.
La riqueza es un castigo como el trabajo. Pero un castigo ms duro y vergonzoso. El sealado con el sello de la riqueza ha cometido, quiz sin saberlo, un crimen infame, uno de esos delitos misteriosos e imposibles de imaginar que no tienen nombre en las lenguas de los hombres.
El rico est bajo el peso de la venganza de Dios y Dios quiere probarle para ver si aqul sube a la divina pobreza. Porque el rico ha cometido el pecado mximo, el ms abominable e imperdonable. El rico es el hombre que ha cado por haber permutado. Poda tener el Cielo y ha querido la Tierra: poda habitar en el paraso y ha escogido el infierno; poda conservar su alma y la ha cedido a cambio de la materia: poda amar y ha preferido ser odiado; poda tener la felicidad y ha deseado el podero. El dinero, en sus manos, es el metal que lo entierra, vivo todava, bajo su helado peso; es el tumor que le consume, vivo an, en su putrefaccin: es el fuego que lo carboniza y lo reduce a aterradora momia negra, sorda, ciega, muda, paraltica momia negra, carroa espectral
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que extiende eternamente la mano vaca en los camposantos de los siglos. Porque nadie dar la limosna de un recuerdo a este pobre imposible de reconocer.
No hay para l ms que una salvacin: volver a ser pobre, convertirse en un verdadero y humilde pobre, arrojar de s la horrenda miseria de la riqueza para entrar de nuevo en la pobreza. Pero tal resolucin es la ms difcil que pueda tomar el rico. El rico, por el hecho mismo de estar daado y podrido por la riqueza, es impotente incluso para imaginar que la renuncia de la riqueza sera el principio de su redencin. Y como no sabe imaginar una abdicacin semejante, no puede deliberar siquiera, no puede pesar las alternativas. Est prisionero en la crcel infranqueable de s mismo. Para libertarse tendra que estar ya en libertad.
El rico no se pertenece, sino que pertenece, como una cosa animada, a las cosas inanimadas, El dinero es un dueo despiadado que no consiente junto a s otros amos. El rico, dado por entero al cuidado de sus riquezas, al afn de aumentar sus riquezas, a los goces materiales que le ofrecen los pedazos de materia que se llaman riquezas, no puede pensar en el alma. No puede suponer siquiera que su alma enferma, asfixiada, mutilada, carcomida, tenga necesidad de cura. Se ha trasladado por completo a aquella parte de mundo que tiene derecho a llamar suya segn los contratos y las leyes, y frecuentemente ni tiempo tiene, ni fuerza, ni ganas de disfrutarla. Ha de servirla, salvarla pero no puede servir, no puede salvar a su alma. Toda su potencia de amor es prisionera de esa porcin de materia que lo gobierna, que ha sustituido a su alma, que le ha arrebatado todo resto de libertad.
La horrible suerte del rico est en este doble absurdo: que para tener el poder de mandar a los hombres se ha convertido en esclavo de las cosas muertas; que para adquirir una parte y una parte tan pequea, al fin y al cabo! ha perdido el todo.
Nada es nuestro mientras es slo nuestro. El hombre no puede poseer nada poseer realmente fuera de s mismo. El nico secreto para poseer las dems cosas es renunciar a ellas. Al que todo lo rehsa todo se le da. Pero al que quiere para s, todo para s, una porcin de los bienes del mundo, pierde al mismo tiempo la que adquiere y todas las dems. Y asimismo es incapaz de conocerse, de poseer, de engrandecerse l 193
mismo. Y ya no tiene nada, nada definitivamente: ni siquiera las cosas que en apariencia le pertenecen, pero de las cuales, en realidad, es posedo; y nunca ha posedo su alma, es decir, la nica propiedad que vale la pena poseer. Es el ms abandonado y despojado mendigo de todo el universo. No tiene nada. No puede dar nada. Cmo, pues, podra amar a los dems, darse a s mismo y cuanto le pertenece a los dems, ejercer aquella amorosa caridad que tan cerca del Reino le llevara?
No es nada y no tiene nada. El que no existe no puede cambiar; el que no posee no puede dar. Cmo podra, pues, el rico, que ya no se pertenece, que ya no tiene alma, transformar la nica propiedad del hombre en algo ms grande y precioso?
"Y qu le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si luego pierde su alma?" . Esta pregunta de Cristo, ingenua como todas las revelaciones, da el sentido exacto de la amenaza proftica.
El rico no pierde nicamente la eternidad, sino que, arrastrado al fondo por su riqueza, pierde tambin su vida de aqu abajo, su alma, la felicidad de la vida terrestre.
"No se puede servir a Dios y a Mammn". El espritu y el oro son dos amos que no toleran particin ni comunidad. Son celosos: quieren todo el hombre. Y el hombre, aunque quiera, no se divide en dos. O todo de aqu o todo de all.
El oro, para quien obedece al espritu, no es nada; el espritu, para quien obedece al oro, es una palabra que no tiene sentido. Quien escoge el espritu arroja el oro y todas las cosas que con oro se compran; quien desea el oro renuncia al espritu y a todos los beneficios del espritu: la paz, la santidad, el amor, la perfecta alegra.
El primero es un pobre que no consigue gastar toda su inmensa riqueza; el otro es un rico que nunca llega a evadirse de su infinita miseria.
El pobre posee, por la ley misteriosa de la renunciacin, incluso lo que no es suyo, es decir, el universo entero; el rico no posee siquiera, por la dura ley del perpetuo deseo, lo poco que cree suyo. Dios da inmensamente ms de lo mucho que ha prometido. 194
Mammn quita hasta lo poqusimo que promete. Quien renuncia a todo, lo tiene todo por aadidura; el que quiere una parte para s solo, al fin se encuentra con que no tiene nada.
Cuando se ahonda en el horrible misterio de la riqueza, se comprende por qu los maestros del hombre han visto en ella el propio reino del demonio. Una cosa que cuesta menos que todas las dems se paga ms que todas las dems, se compra con todas las dems. Una cosa que no es nada, cuyo valor efectivo es nulo, se adquiere con todo el resto, dando en cambio toda el alma, toda la vida. Se trueca la cosa ms preciosa por la ms vil.
Con todo, este absurdo infernal tiene su explicacin en la economa del espritu. El hombre se siente tan natural y universalmente atrado por esa nada llamada riqueza, que para disuadirle de este insensato anhelo era necesario poner un precio tan fuerte, tan elevado, tan desproporcionado, que el hecho mismo de pagarlo fuese una prueba perentoria de demencia y de culpa. Pero ni aun estos duros pactos del mercado lo eterno por lo efmero, el podero por la servidumbre, la santidad por la condenacin bastan para alejar a los hombres de la absurda permuta demonaca. Los pobres se desesperan porque no pueden ser ricos; su alma est inficionada como la de los ricos. Son, casi todos, pobres involuntarios, que no han podido asir el oro y han perdido el espritu; son miserables ricos que todava no tienen cuartos.
Porque la nica pobreza que da la verdadera riqueza la espiritual es la pobreza voluntaria, aceptada, gozosamente deseada. La pobreza absoluta que deja libres para la conquista de lo absoluto. El Reino de los Cielos no promete a los pobres hacerlos ricos, sino que quiere que los ricos, para entrar en l, se hagan libremente pobres.
La trgica paradoja que implica la riqueza justifica el eterno consejo de Jess a los que queran seguirlo. Todos deben dar lo que tienen de ms a los que estn necesitados, pero el rico ha de darlo todo. Al joven que se les acerca y pregunta qu debe hacer para ser de los suyos, responde: "Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dselo a los pobres y tendrs un tesoro en los cielos".
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El despojarse de la riqueza no es un sacrificio, ni una prdida. Por el contrario, para Jess y para todos los que saben es una ganancia inmensa. "Vended vuestros bienes y haced limosnas; haceos bolsas que no se desgasten, un tesoro que no se agote nunca, en el cielo, donde el ladrn no se acerca ni la polilla lo roe. Porque donde est vuestro tesoro all est vuestro corazn . . . Da, pues, a quien te pide, y a quien te quite lo tuyo no se lo exijas . . . Porque hay ms felicidad en dar que en recibir".
Es menester dar, y dar sin tacaera, con nimo alegre y sin clculo. El que da para obtener algo a cambio, no es perfecto. El que regala para tener compensacin de los dems en otra cosa, no adquiere nada. La recompensa est en otra parte: en nosotros. Es menester dar las cosas, no para que nos sean pagadas con otras, sino slo con bienes de mayor precio. "Cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos a su vez te inviten y te devuelvan el favor. Cuando hagas un convite, llama a los pobres, los cojos, los ciegos, y sers dichoso de que no tengan manera de corresponderte, porque el premio te ser dado en la resurreccin de los justos".
Antes de Jess, ya haba sido aconsejada a los hombres la renuncia de las riquezas. Jess no ha sido el primero en poner en la pobreza uno de los grados de perfeccin. Vardhmana, el Jina o Triunfador, aadi a los mandamientos de Parcva, fundador de los Desarraigados, el aparigraha, la renuncia a toda posesin. Su contemporneo Budha, exhort a igual renunciacin a sus discpulos. Los Cnicos se despojaron de todo bien material para ser independientes del trabajo y de los hombres y poder consagrarse, con nimo libre, a la verdad. Cratetes, noble tebano, discpulo de Digenes, distribuy sus riquezas a sus conciudadanos y se hizo mendigo. Platn quera que los guerreros de su Repblica no poseyeran nada. Los Estoicos, vestidos de prpura y sentados en mesas incrustadas de piedras preciosas, prodigaron elogios elocuentes a la pobreza. Arstfanes represent en escena al ciego Plutn que dispensa la riqueza, a modo de castigo, solamente a los malvados.
Pero en Jess el amor de la pobreza no es slo una regla asctica ni es una tnica orgullosa de la ostentacin. Timn de Atenas, que a fuerza de generosidades imprudentes se qued pobre, luego de haber dado de comer a un rebao de parsitos, no es el pobre 196
segn el corazn de Cristo. Timn es pobre por culpa de su vanidad: dio a todos, sin distincin, incluso a quien no lo necesitaba, por adquirir fama de magnnimo y liberal. Cratetes, que se despoja de cuanto tiene por imitar a Digenes, es esclavo del orgullo; quiere hacer algo distinto de los dems, conquistarse un nombre de filsofo y de sabio. La mendicidad de los Cnicos es una forma pintoresca de la vanidad; la pobreza de los guerreros de Platn es una medida de prudencia poltica. Las primeras repblicas vencieron y florecieron mientras los ciudadanos se contentaron, como en la antigua Esparta y en la antigua Roma, con una estrecha pobreza, y decayeron apenas estimaron el oro ms que la vida "sobria y pdica. Pero los antiguos no despreciaron la riqueza en s. La consideraban peligrosa cuando estaba acumulada en pocas manos; la estimaban injusta cuando no se gastaba con juiciosa liberalidad. Pero Platn, que desea para los ciudadanos una condicin media, igualmente distante de la abundancia y de la inopia, incluye la riqueza entre los bienes del hombre. El ltimo de todos, pero no lo olvida. Aristfanes se arrodillara ante Plutn si el ciego dios recobrase la vista y concediese las riquezas a los hombres de bien.
En el Evangelio, la pobreza no es un adobo filosfico ni una moda mstica. No basta ser pobres para tener derechos a la ciudadana del Reino.
No basta abandonar las riquezas y hacerse pobre para, sin ms, ser perfecto. La pobreza del cuerpo es un requisito preliminar, como la pobreza de espritu. Quien no est convencido de su bajeza no piensa ascender a la altura; quien no se ha desprendido de toda propiedad material, faja que venda los ojos y ata las alas, no sabe recobrar el apetito por los bienes esenciales.
El pobre, cuando no le pesa su pobreza, cuando se glora de la pobreza en vez de afanarse por convertirla en riqueza, est bastante ms cerca de la perfeccin moral que el rico. Pero el rico que se ha despojado a favor de los pobres y ha preferido vivir al lado de sus nuevos hermanos, est ms prximo an de la perfeccin que quien naci y creci en la pobreza. El que le haya tocado una gracia tan rara y prodigiosa, es ya una prenda de mayores esperanzas. Renunciar a lo que nunca se ha tenido puede ser meritorio, porque la imaginacin agranda las cosas ausentes; pero renunciar a cuanto se ha posedo y que de todos fue envidiado es indicio de suprema perfectibilidad. 197
El pobre, que es sobrio, casto, sencillo y contentadizo, porque le faltan facultades y ocasiones, tiende a buscar una compensacin en placeres ms altos que no cuestan dinero y en una superioridad espiritual que los satisfechos no pueden discutirle. Pero muchas veces sus virtudes derivan de impotencia o de ignorancia; no prevarica porque no puede; no atesora porque no tiene ms que lo necesario; no es borracho, ni frecuenta el burdel porque los taberneros y las rameras no fan. Su vida, muchas veces dura, servil, sin luz, atena sus culpas. El dolor le hace volver los ojos a la altura en busca de consuelo.
Hacemos tan poco por los pobres que no tenemos derecho a juzgarlos. Tal como son, abandonados por sus hermanos, lejos de quien podra hablar a su corazn, esquivados por quien no puede soportar su asquerosa proximidad, excluidos de los mundos de la inteligencia y del arte que les haran ms soportable la miseria en algunos momentos, los pobres son, en la miseria universal, los menos impuros de todos los hombres. Cuanto ms amados seran ms perfectos: quines los han dejado solos, tendrn corazn para condenarlos?
Jess amaba a los pobres. Los amaba por la compasin que tena de ellos; los amaba porque los senta ms cerca de su alma, ms preparados para entenderlo. Los amaba porque todos los das le daban la felicidad de servir, de poder dar pan a los hambrientos, fuerza a los dbiles, esperanza a los dolientes.
Jess amaba a los pobres porque en ellos, por cierta equidad, vea a los ms legtimos habitantes del Reino; amaba a los pobres porque hacan ms fcil, con el estmulo de la caridad, la renuncia de los ricos. Pero ms que a nadie amaba a los pobres que fueron ricos y que por amor del Reino se haban hecho pobres. Su renuncia era el acto ms grande de fe en su promesa.
Haban dado lo que en lo absoluto no es nada, pero lo es todo a los ojos del mundo, por la esperanza de participar de una vida ms perfecta. Haban tenido que vencer en s mismos uno de los instintos ms profundamente arraigados en el hombre, Jess, nacido pobre, entre los pobres, para los pobres, no ha abandonado nunca a sus hermanos. Les ha dado la abundancia fructfera de su divina pobreza. Pero buscaba, en su corazn, al pobre que 198
no fue siempre pobre; al rico dispuesto a hacerse pobre por amor suyo. Lo buscaba: tal vez nunca lo hall a su paso. Pero se senta ms tiernamente hermano de aquel invocado ignoto que de todos los dciles mendicantes que se apretaban a su alrededor.
Cuando le piden el tributo para el Templo no quiere recurrir a la bolsa de los amigos, y ordena a Pedro que eche la red: en la boca del primer pez que saque habr el doble del dinero que se le pide. Hay en tal milagro una sublime irona que nadie ha visto. Yo no poseo monedas; pero las monedas son tan despreciables y sin valor, que el agua y la tierra las vomitaran a una palabra ma. El lago est lleno de ellas. Yo s dnde estn y en cantidad suficiente para comprar, con slo las sueltas, a todos los sacerdotes del templo de Jerusaln y a todos los reyes de las naciones, pero no muevo un dedo para recogerlas. Un subalterno mo las tomar de la boca de un pez y se las dar al recaudador, porque los sacerdotes, a lo que parece, las necesitan para vivir. Los animales mudos pueden llevar monedas; yo soy rico hasta tal punto que ni verlas quiero. Yo no soy animal mudo, sino alma que habla, y las almas no tienen plata ni alforjas. No soy yo, pues, quien te da esas dracmas, sino el lago. Yo no tengo nada que comprar y regalo cuanto poseo. Mi patrimonio inacabable es la Verdad. 199
Pero un da Jess tuvo que considerar una moneda. Le preguntaron si era lcito al verdadero israelita pagar el censo. Y respondi al punto: "Mostradme la moneda del censo. Y se la mostraron; mas no quiso tomarla en su mano. Era una moneda imperial, una moneda romana, que llevaba impresa la faz de Augusto. Pero l quera ignorar de quin era aquel rostro. Pregunt: "De quin es esta imagen y esta inscripcin?". Le respondieron: "De Csar. Entonces arroj a la cara de los ladinos demandantes la palabra que les llen de estupor: "Dad, pues, a Csar lo que es de Csar y a Dios lo que es de Dios".
Muchos son los sentidos de estas pocas palabras: baste, por ahora, detenerse en la primera: dad. Dad lo que no es vuestro. Los dineros no nos pertenecen. Son hechos para los poderosos, para las necesidades del poder. Son propiedad de los reyes y del reino del otro reino, del que no es nuestro. El rey representa la fuerza y es protector de la riqueza; pero nosotros nada tenemos que ver con la violencia y rehusamos la riqueza. Nuestro Reino no tiene poderosos ni ricos; el Rey que est en los Cielos no acua moneda. La moneda es un medio para el cambio de bienes terrenales; pero nosotros no buscamos los bienes terrenales. Lo poco que necesitamos un poco de sol, un poco de aire, un poco de agua, un pedazo de pan, un manto nos es dado gratuitamente por Dios y por los amigos de Dios. Vosotros os afanis toda la vida por juntar un gran montn de esos discos grabados. Nosotros no sabemos qu hacer con ellos. Para eso los restituimos; los restituimos a quienes los han hecho acuar, a quien ha puesto en ellos su retrato, para que todo el mundo sepa que son suyos.
Jess nunca tuvo necesidad de restituir, porque nunca tuvo una moneda. Orden a sus discpulos que en sus viajes no llevasen sacos para los donativos. Hizo una sola excepcin que da espanto. Del inciso de un Evangelio se deduce que un Apstol tena en depsito la bolsa de la comunidad. Este discpulo era Judas. Con todo, tambin l devolver el dinero de la traicin antes de desaparecer en la muerte. Judas es la misteriosa vctima inmolada a la maldicin de la moneda.
La moneda lleva consigo, juntamente con la grasa de las manos que la han cogido y sobado, el contagio del crimen. De todas las cosas inmundas que el hombre ha fabricado para ensuciar la tierra y ensuciarse, la moneda es, acaso, la ms inmunda. 200
Esos pedazos de metal acuado que pasan y vuelven a pasar todos los das por las manos, todava sucias de sudor y de sangre; gastados por los dedos rapaces de los ladrones, de los comerciantes, de los banqueros, de los intermediarios, de los avaros; esos redondos y viscosos escupitajos de las casas de la moneda, que todo el mundo desea, busca, roba, envidia, ama ms que el amor y aun que la vida; esos asquerosos pedacitos de materia historiada que el asesino da al sicario, el usurero al hambriento, el enemigo al traidor, el estafador al cohechador, el hereje al simonaco, el lujurioso a la mujer vendida y comprada; esos sucios y hediondos vehculos del mal, que persuaden al hijo a matar a su padre, a la esposa a traicionar a su esposo, al hermano a defraudar a su hermano, al pobre malo a acuchillar al mal rico, al criado a engaar a su amo, al malandrn a despojar al viajero, al pueblo a asaltar a otro pueblo; esos dineros, esos emblemas materiales de la materia, son los objetos ms espantosos de cuantos el hombre fabrica. La moneda, que ha hecho morir a tantos cuerpos, hace morir todos los das a miles de almas. Ms contagiosa que los harapos de un apestado, que el pus de una pstula, que las inmundicias de una cloaca, entra en todas las casas, brilla en los mostradores de los cambistas, se amontona en las cajas, profana la almohada del sueo, se esconde en las tinieblas ftidas de los escondrijos, ensucia las manos inocentes de los nios, tienta a las vrgenes, paga el trabajo del verdugo, circula a la faz del mundo para encender el odio, para atizar la codicia, para acelerar la corrupcin y la muerte.
El pan, santo ya en la mesa familiar, se convierte en la mesa del altar en el cuerpo inmortal de Cristo. Tambin la moneda es el signo visible de una transubstanciacin. Es la hostia infame del Demonio. Los dineros son los excrementos corruptibles del Demonio. El que pone su corazn en el dinero y lo recibe con afn, comulga visiblemente con el Demonio. Quien toca el dinero con voluptuosidad, toca, sin saberlo, el estircol del Demonio.
El puro no puede tocarlo; el santo no puede soportarlo. Saben con indudable certeza cul es su repugnante esencia. Y sienten hacia la moneda el mismo horror que el rico hacia la miseria.
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Conoce aquel rostro. Sabe, como todos, que Octaviano lleg a ser, por una sucesin de circunstancias exorbitantes, monarca del mundo con el sobrenombre adulador de Augusto. Conoce aquel perfil de fingido joven, la cabeza llena de ondulantes rizos, la gran nariz que avanza, como queriendo ocultar la crueldad de la boca, pequea, fina, apretada. Es una cabeza, como todas las de los reyes, separada del busto, destacada del cuerpo, truncada al terminar el cuello: imagen siniestra de una voluntaria y eterna decapitacin.
Pero Jess no quiere nombrar con sus labios al emperador, porque no reconoce su poder. Csar es el rey del mundo; Jess es el rey de un nuevo reino contrapuesto al mundo y donde no habr reyes. Csar es el rey de lo pasado, el jefe de los armados, el acuador de la plata y el oro, el administrador falible de la justicia insuficiente. Jess es el rey de lo futuro, el libertador de los siervos, el que renuncia a toda riqueza, el maestro del amor. No hay nada comn entre ellos. Jess ha venido para desarraigar la dominacin de Csar, para disolver el imperio de Roma y todo imperio terrenal; pero no a sustituir a Csar. Si los hombres le escuchan, ya no habr ningn Csar. Jess no es el heredero que conspira contra el reinante para sentarse en su puesto, sino el disolvente pacfico de todos los reinantes. Csar es el ms fuerte y famoso de sus rivales, pero tambin el ms extrao. Porque su fuerza est en el sueo de los hombres, en la enfermedad de los pueblos. Pero ha llegado el que despierta a los durmientes, el que abre los ojos a los ciegos, el que restituye la fuerza a los dbiles. Cuando todo se haya cumplido y se haya fundado el Reino un Reino que no ha menester de soldados, jueces, esclavos ni moneda, sino nicamente de almas nuevas y amantes el imperio de Csar se desvanecer como un montn de cenizas bajo el hlito victorioso del viento.
Mientras dure su apariencia, podemos darle lo que es suyo. El dinero, para los hombres nuevos, no es nada. Demos a Csar, prometido a la nada, esa nada de plata que no nos pertenece.
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Jess, que anticipa siempre, con la pasin del deseo, advenimiento del segundo Paraso Terrenal, no se preocupa de los gobiernos, porque la nueva tierra que anuncia no necesitar gobiernos. Un pueblo de santos no sabra qu hacer de los reyes, de los tribunales y los ejrcitos. El Divino Libertador ha venido, aun en la poltica humana, para derrocar. Una sola vez habla de los reyes, y slo para desarraigar la idea vulgar y establecida. "Los reyes de las naciones dice a sus discpulos dominan sobre ellas, y a los que las mandan se les llama bienhechores. Que no sea as entre vosotros; antes bien, el mayor de vosotros sea igual al pequeo, y el que gobierna como el que obedece." Es la teora de la perfecta igualdad en el orden humano. El grande es pequeo; el amo es servidor; el rey es esclavo. Si el que gobierna ha de ser como el que obedece, tambin la recproca es verdadera, y el que sirve tiene los mismos derechos y honores del que gobierna. Puede haber santos eminentes entre los santos, bienaventurados que fueron pecadores hasta la vspera; inocentes que fueron ciudadanos del Reino desde su nacimiento. Puede haber diferencias de grandeza espiritual en la perfeccin comn; pero toda categora de superior e inferior, de seor y sbdito, ser, al fin, abolida. La autoridad presupone, aun mal ejercida, un rebao que conducir, una minora que castigar, una bestialidad que amansar. Pero cuando todos los humanos sean santos, ya no sern menester el mando y la obediencia, la ley y el castigo, guas ni defensas. El reino del espritu puede desentenderse de los mandatos de la fuerza.
Los hombres ya no se odian ni desean las riquezas: toda razn y necesidad de gobierno desaparece al da siguiente de esos dos inmensos cambios. El camino que conduce a la libertad perfecta no se llama destruccin, sino santidad, y no se encuentra en los sofismas de Godwin o de Stirner, de Proudhon o de Kropotkin, sino nicamente en el Evangelio de Jesucristo.
Pero la total conversin de los hombres al Evangelio no se ha verificado an, y los reyes son todava necesarios. Los animales necesitan un pastor, y cuanto ms rebeldes y tercos, tanto ms fuertemente armado debe estar el pastor. Pero las bestias humanas, enfurecidas por la soberbia, creen que el nmero puede sustituir a la unidad y lo bajo colocarse en el lugar de lo alto, y no quieren a los reyes. Los reyes verdaderamente reyes, aun los mediocres, estn por encima de los indecisos caprichos de las multitudes ciegas y locas. Los reyes que gobiernan con esa autoridad que ha de ser nica para que sea eficaz, 203
y que responden de sus errores, siempre menos atroces que los de la plebe, nicamente ante Dios. Pero los hombres de hoy no quieren esos reyes. No son capaces de amarlos, ni de soportarlos siquiera. Prefieren un enjambre de tiranuelos, inhbiles y viciosos, que los oprimen y ordean en nombre de la libertad. Los prefieren porque disimulan su tirana con cierto aspecto de licencia que tiene todas las cargas de la autoridad sin sus beneficios. Hace siglos que los verdaderos Reyes han desaparecido de la tierra, y los bellotvoros que la habitan no son mejores. Incapaces ya de la obediencia necesaria a los brutos e indignos todava de la libertad divina de los santos.
ESPADA Y FUEGO
Siempre que los aduladores de los poderosos han querido santificar la ambicin de los ambiciosos, la violencia de los violentos, la ferocidad de los feroces, la belicosidad de los belicosos, las conquistas de los conquistadores; siempre que los sofistas asalariados o los declamadores frenticos han intentado conciliar la brutalidad pagana y la mansedumbre cristiana, hacer servir a la cruz de empuadura de la espada, justificar la sangre vertida por instigacin del odio con la sangre que corri en el Calvario para ensear el amor; siempre, en suma, que se quiere legitimar la guerra con la doctrina de la paz y hacer de Cristo el fiador de Gengis Khan, de Bonaparte, o, con refinamiento infame, el heraldo de Mahoma, veris aducir, con la puntualidad inexorable de los lugares comunes, el clebre texto evanglico que todo el mundo se sabe de memoria y muy pocos han entendido.
"No creis que yo he venido a traer la paz a la tierra; he venido a traer la espada." Algunos, desmesuradamente doctos, aaden: "He venido a traer el fuego a la tierra." Otros, validos de una memoria monstruosa, se arrancan con el versculo decisivo: "El Reino de los Cielos lo arrebatan los violentos."
Qu ngel de elocuencia, qu iluminador sobrenatural podr revelar a estos endurecidos eruditos el verdadero sentido de las palabras que repiten con tan frvola petulancia?
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Las arrancan del contexto evanglico con la misma delicadeza con que un orangutn puede arrancar las flores del jardn de Titania. No consideran las palabras que anteceden ni las que siguen; no consideran la ocasin en que fueron dichas; no dudan un instante que puedan tener un valor diferente del vulgar.
Cuando Jess dice que ha venido a traer la espada o, como est escrito en el pasaje paralelo de Lucas, "la divisin" est hablando a los discpulos que van a partir a anunciar la proximidad del Reino. Y despus de haber nombrado la espada explica con ejemplos familiares lo que ha querido decir: "Porque he venido a poner divisin entre el hijo y el padre, la hija y la madre, la nuera y la suegra y tendr cada cual por enemigos a los de su misma casa. Porque de ahora en adelante, de cinco que haya en una casa, tres estarn contra dos y dos contra tres. . . " La espada, pues, no significa la guerra. Es una imagen para significar la divisin. La espada corta, divide, desune; y la predicacin del Evangelio dividir tambin a los hombres de una misma familia. Porque entre los hombres estn los sordos y los oyentes, los tardos y los diligentes, los que niegan y los que creen. Hasta que todos hayan sido convertidos y hermanados por la Palabra, la discordia reinar en la tierra. Pero la discordia no es la guerra ni el estrago. Los que han odo y credo los Cristianos no asaltarn a los que no escuchan ni creen. Usarn, s, las armas contra los hermanos refractarios y remisos; pero esas armas sern la predicacin, el ejemplo, el perdn, el amor. Los no convertidos provocarn, tal vez, la verdadera guerra, la guerra de violencia y de sangre; pero la provocarn precisamente porque no estn convertidos, precisamente porque aun no son cristianos. El triunfo del Evangelio es el fin de todas las guerras de las guerras de hombre a hombre, de familia a familia, de casta a casta, de pueblo a pueblo. Si el Evangelio, al principio, es causa de separaciones y discordias, la culpa no es de las verdades que ensea el Evangelio, sino de quienes no se deciden a practicarlas.
Cuando Jess proclama que viene a traer el fuego, nicamente un brbaro puede pensar en el fuego homicida, digno auxiliar de las guerras. "Cmo quisiera que ya estuviera encendido?" Porque el fuego deseado por el Hijo del Hombre es el ardor del sacrificio, la llama fulgurante del amor. Hasta que todas las armas ardan en ese fuego, el Reino perfecto estar lejos an. Para renovar la infecta familia de los hombres es necesario un incendio de dolor y de pasin. Los glidos deben arder; los insensibles, gritar; los tibios, 205
encenderse como antorchas en la noche. La suciedad amasada en la vida secreta de los hombres, que hace de cada alma una cloaca, la podredumbre que obtura los odos y sofoca los corazones, ha de ser reducida a cenizas por el fuego espiritual que ha venido a encender Jess, y que no es destruccin, sino salvacin.
Pero para atravesar ese muro de llamas es necesario un valor que no todos tienen. Que slo los valientes poseen. Por eso puede decir Jess que "el Reino de los Cielos lo conquistan los violentos" y la palabra violentos tiene, efectivamente, en el texto, el significado manifiesto de "fuertes", de hombres que saben tomar por asalto las puertas, sin dudar ni temblar. La espada, el fuego, la violencia son palabras que no pueden ser tomadas en el sentido literal que gusta a los abogados del exterminio. Son palabras figuradas que nos vemos forzados a usar para hacernos entender por las torpes imaginaciones de la multitud. La espada es el smbolo de las divisiones entre los primeros y los ltimos persuadidos; el fuego es el amor purificador; la violencia es la fuerza de nimo necesaria para conquistar el Reino. Quien lo entiende de otro modo o no sabe leer o voluntariamente hace traicin.
Jess es el hombre de la Paz. Ha venido a traer la paz. Todo el Evangelio es anuncio y enseanza de paz. La misma noche del nacimiento las voces celestiales cantan en el cielo el augurio proftico: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. En la montaa, una de las primeras promesas que fluyen del corazn y de los labios de Cristo es la dirigida a los pacficos. "Bienaventurados los que procuran la paz, porque sern llamados hijos de Dios." A los Apstoles que estn a punto de partir les ordena que auguren la paz en todas las casas donde entren. A los discpulos, a los amigos, les recomienda perfecta concordia: "Estad en paz los unos con los otros". Al acercarse a Jerusaln, la contempla llorando y exclama: "Oh, si hubieses conocido en este da las cosas que pueden dar la paz!" Y la noche decisiva, mientras los mercenarios armados le atan, pronuncia la suprema condenacin de la violencia. "Todos aquellos que echan mano a la espada, por la espada perecern."
No ignora los males de la discordia. "Todo reino dividido en partes contraras ser convertido en desierto; y toda ciudad o casa dividida en partes contrarias no podr sostenerse." Y en el sermn sobre los ltimos tiempos anuncia, entre las seales del fin, 206
junto con las carestas, los terremotos y las tribulaciones, las guerras: "Porque se levantarn nacin contra nacin y reino contra reino . . . y oiris hablar de guerras y rumores de guerras."
La discordia, para Jess, es un mal; la guerra, un delito. Los apologistas de las grandes matanzas confunden adrede el Antiguo y el Nuevo Testamento. Pero el nuevo es nuevo precisamente porque reforma el antiguo.
La guerra puede llamarse divina cuando es considerada como un castigo. Pero es castigo tambin de s misma. La guerra es la manifestacin ms cruel del odio que alienta y hierve en los corazones de los hombres. Para desahogar el odio que llevan dentro de s, los hombres se ven inclinados a destruirse por medio de las armas. La guerra aparece al mismo tiempo como una culpa porque exista, aun antes de las hostilidades, en el alma de los enemigos; es castigo porque el odio, al estallar, lleva a la mutua matanza de los que odian.
Pero si el odio fuese abolido en todos los corazones, la guerra sera incomprensible; la pena ms horrible desaparecera juntamente con el mximo pecado. Llegara al fin el da en que, con el deseo, Isaas, "de sus espadas harn azadas, y hoces de sus lanzas; una nacin no levantar ya la espada contra otra nacin, y no volvern a ejercitarse para la guerra."
Este da anunciado por Isaas ser aquel en que el Sermn de la Montaa sea ley reconocida sobre toda la tierra.
La familia y el Estado, asociaciones imperfectas cuando se piensa en la bienaventuranza del cielo, son necesarias en la espera terrestre del paraso. Pero en tanto sean necesarias, debern, por lo menos, ser menos impuras y menos imperfectas. El que gobierna deber sentirse igual al que obedece; la unin del hombre y la mujer ha de ser perpetua y leal.
En el matrimonio ve Jess en primer trmino, la unin de dos cuerpos. En este punto ratifica la imagen de la Antigua Ley. "No son ya dos carnes, sino una sola." El esposo y la esposa son un solo cuerpo, indivisible, inseparable. Aquel hombre no tendr otra mujer; aquella mujer no conocer otro hombre hasta que la muerte los separe. El apareamiento del varn y la hembra, cuando no es el desahogo de una lujuria vagabunda, o de una fornicacin furtiva, cuando es el encuentro y el ofrecimiento de dos virginidades sanas; cuando est precedido por una libre eleccin, una pasin casta, un pacto pblico y sagrado, tiene un carcter casi mstico incancelable. La eleccin es irrevocable, la pasin est confirmada, el pacto es perpetuo. En los dos cuerpos que se unen hay dos almas que se reconocen y encuentran en el amor. Las dos carnes se convierten en una carne; las dos almas como que se hacen un alma sola.
Los dos han confundido su sangre; pero de tal comunin nacer una criatura nueva, formada con la sustancia de uno y otra, y que ser la forma visible de su unidad. El amor los hace semejantes a Dios, obreros de la siempre nueva y maravillosa creacin.
Pero esta carnal y espiritual unin de los dos la ms perfecta de las imperfectas asociaciones de los hombres no ha de ser nunca turbada ni interrumpida. El adulterio la corrompe; el divorcio la despedaza. El adulterio es la corrupcin disimulada de la unidad; el divorcio, su negacin. El adulterio es un divorcio secreto fundado en la mentira y en la traicin; el divorcio, seguido de otra unin matrimonial, es un adulterio con apariencias legales.
Jess condena siempre, de una manera solemne y absoluta, el adulterio y el divorcio. Todo su ser tena horror a la infidelidad y a la traicin. Llegar el da, advierte hablando de la vida celestial, en el cual no se desposarn hombres y mujeres; pero hasta ese da el matrimonio tiene que tener, al menos, todas las perfecciones que su imperfeccin permite. Y Jess, que siempre procede de lo exterior a lo interior, no llama adltero tan 208
slo al que roba la mujer del hermano, sino tambin al que la mira, por la calle, con ojos de deseo. Y no es adltero nicamente el que comercia ocultamente con la mujer ajena, sino el que despus de haber repudiado a la suya, se casa con otra. En un pasaje parece, a primera vista, conceder el divorcio al marido de la adltera; pero, ni aun en este caso, el delito de la esposa repudiada podra justificar el delito que el traicionado cometera tomando otra mujer.
Ante una ley tan absoluta y rigurosa, hasta los discpulos se rebelan. "Si tal es el caso del hombre respecto a la mujer, no tiene cuenta casarse." Pero l les respondi: "No todos son capaces de comprender esta palabra; mas slo aquellos a quienes les es dado. Porque hay eunucos que han nacido as del seno de su madre; hay eunucos que lo han sido por los hombres, y hay eunucos que se han hecho eunucos por amor del Reino de los Celos. Que el que puede comprender, comprenda!"
El matrimonio es una concesin a la naturaleza humana y a la propagacin de la vida. "No todos se sienten capaces de permanecer siempre castos, vrgenes y solos, sino nicamente aquellos a quienes les es dado." El perfecto celibato es una gracia y un premio de la victoria del espritu sobre el cuerpo.
El que quiera dar todo su amor a una obra grande, debe condenarse a la castidad. No es fcil servir a la humanidad y al individuo. El hombre que ha de realizar una misin difcil, que exigir todos sus das hasta lo ltimo, no puede atarse a una mujer. El matrimonio quiere el abandono a otro ser pero el salvador ha de concederse a todos los seres. La unidad de dos almas no le basta y hara ms difcil, tal vez imposible, la unin con todas las dems almas. Las responsabilidades que lleva consigo la eleccin de una mujer, el nacimiento de los hijos, la creacin de una pequea comunidad en medio de la grande son de tal manera graves, que seran cotidiano impedimento a empresas mucho ms graves.
El hombre que quiere conducir a los hombres, transformarlos, no puede atarse, para toda la vida, a una sola criatura. Tendra que ser infiel a su mujer o a su misin. Ama demasiado a la universalidad de sus hermanos para amar a una sola de sus hermanas. El hroe es solitario. La soledad es su condena y su grandeza. Renuncia a los goces del amor 209
marital; pero el amor que hay en l se multiplica para comunicarse a todos los hombres en una sublimacin de sacrificio que sobrepuja a todos los xtasis terrenales. El hombre sin mujer est solo, pero libre; su alma, sin estorbo de pensamientos comunes y materiales, puede ascender ms arriba. No procrea hijos de carne, pero puede mejor hacer renacer a segunda vida a los hijos de su espritu.
Los resucitados, en el gran da del triunfo, ya no tendrn tentaciones. En el Reino de los Cielos la conjuncin del hombre y la mujer, aun santificada por la perpetuidad del matrimonio, ser abolida. Su fin mximo es la procreacin de nuevos hombres; pero en ese tiempo la muerte ser vencida y no ser necesaria la continua renovacin de generaciones. "Los hijos de este siglo se casan y son dados en matrimonio; pero aquellos que sean reputados dignos de tener parte en el mundo futuro y en la resurreccin de los muertos, no toman mujer ni tienen marido, ni pueden morir ya; son semejantes a los ngeles y son hijos de Dios al ser hijos de la resurreccin."
Con la conquista de la vida eterna y del estado angelical dos promesas y dos certezas de Cristo lo que pareca soportable se hace increble; lo que pareca puro se hace torpe; lo que era santo, imperfecto. En ese mundo supremo estn ya consumadas todas las pruebas de la especie humana. El decado hombre primitivo se content con el ayuntamiento fugaz de la mujer robada; se elev despus hasta el matrimonio, hasta la unin nica con la mujer nica; el santo se elev ms todava y lleg a la castidad voluntaria. Pero el hombre angelizado en el cielo ha vencido a la carne, incluso en el recuerdo: su amor, en un mundo donde no existen pobres, infelices ni enemigos, se transfigura en una contemplacin trashumana.
Cuando esto llegue, el ciclo de los nacimientos quedar cerrado. El cuarto reino estar para siempre constituido. Los ciudadanos de ese reino sern los mismos eternamente, aqullos y no otros, por todos los siglos. La mujer no parir con dolor. La sentencia de destierro est revocada; la serpiente est vencida. El Padre acoge de nuevo con fiestas al Hijo huido. El paraso ha sido recuperado y ya no se perder nunca ms.
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PADRES E HIJOS
Jess hablaba en una casa, tal vez en Cafarnaum. Y hombres y mujeres, hambrientos de justicia, deseosos de alivio y de consuelo, haban llenado la casa, y se apretaban a su alrededor, mirndole como se mira al padre recobrado, al hermano que cura, al benfico salvador. Aquellos hombres y mujeres tan hambrientos estaban pendientes de su palabra, de tal modo que Jess y sus amigos ni siquiera podan comer un bocado. Habl mucho tiempo y hubieran querido que siguiese hablando hasta la noche, sin dejarlo, sin descansar un instante. Haca tanto tiempo que le esperaban! Sus padres y sus madres haban esperado en dura miseria y larga resignacin miles de aos. Ellos mismos haban esperado mucho tiempo en la penumbra lastimosa de una confusa nostalgia. Todos haban suspirado, noche tras noche, por un resquicio de luz, una promesa de felicidad, una palabra de amor. Y ahora tenan ante sus ojos al que daba los premios de tan larga espera. Ahora los exigan sin ms tardanza. Aquellos hombres y aquellas mujeres estaban en torno a Jess como acreedores privilegiados e impacientes que, al fin, tenan a mano al divino Deudor, tanto tiempo esperado, y queran su parte hasta el ltimo cntimo. Poda dejar de comer el pan siglos y siglos haban estado sus padres sin probar apenas el pan de la verdad, y aos y aos llevaban ellos mismos sin poder calmar el hambre con el pan de la esperanza.
Jess, pues, sigue hablando a la gente que ha llenado la casa. Repite las imgenes ms impresionantes de su inspiracin, cuenta las nuevas ms persuasivas del Reino, los mira con aquellos ojos anhelantes que penetran en el fondo de las almas como el sol maanero en la cerrada oscuridad de las casas. Todos nosotros daramos los das que nos quedan porque nos mirasen aquellos ojos, por mirar un minuto aquellos ojos rutilantes de infinita ternura, por escuchar una vez siquiera aquella voz arrobadora que transforma en msica melodiosa la lengua popular semita. Aquellos hombres, que ya murieron; aquellas mujeres, que ya estn muertas; aquellos hombres y mujeres pobres; aquellos infelices, cuyos cuerpos hoy son polvo en el aire del desierto o barro bajo las pezuas de los camellos; aquellos hombres y aquellas mujeres, a quienes nadie envidiaba en vida y que nosotros, vivos, nos vemos reducidos a envidiar despus de tan remota y oscura muerte; aquellos hombres y aquellas mujeres escuchaban aquella voz, vean aquellos ojos.
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Pero he aqu que se oye un rumor, un susurro a la puerta de la casa. Alguien quiere entrar. Uno de los presentes, advierte a Jess: "Ah estn tu madre, y tus hermanos y tus hermanas, que vienen a buscarte [4]. Pero Jess no se mueve: "Quin es mi madre? Y quines son mis hermanos?" Y mirando en derredor a los que all estaban sentados en torno a l, dice: "He aqu mi madre y mis hermanos! El que cumpla la voluntad de Dios, se es mi hermano y hermana, y madre."
Mi familia est aqu. Y no tengo ms familias. Los lazos de sangre no tienen importancia, si no estn confirmados en el espritu. Mi padre es el Padre Celestial: mis hermanos son los pobres que han llorado; mis hermanas son las mujeres que han dejado los amores por el Amor. No entenda renegar con estas palabras de la Virgen Dolorosa, de cuyo vientre era fruto: quera decir que desde el da de su voluntario destierro no perteneca ya a la pequea familia de Nazareth, sino sobre todo a su misin de salvador de la gran familia humana.
La filiacin espiritual, en la nueva economa de la salvacin, supera y sobrepuja a la simple filiacin carnal. "Si uno viene a m y no odia a su padre y a su madre y a su mujer e hijos y hermanos y hermanas, e incluso a su propia vida es decir, quien prefiere estos amores a mi amor no puede ser m discpulo." El amor particular debe subordinarse al amor universal. Es necesario elegir entre los antiguos efectos del hombre antiguo y el amor nico del hombre nuevo.
La familia desaparecer cuando los hombres, en la vida celestial, sern mejor que hombres. Ahora suele ser estorbo para el que ayuda a los dems a conquistar el paraso. "Y no llamis a nadie en la tierra vuestro Padre, porque uno solo es Padre vuestro: es decir, el de los Cielos." El que deja la familia ser recompensado hasta lo infinito: "En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos por amor del reino de Dios, que no reciba otro tanto cien veces en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna."
Los hebreos llamaban frecuentemente con el nombre de hermanos a todos los parientes inmediatos y no exclusivamente a los hermanos o hermanas propiamente dichos. (N. del T.)
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El Padre que est en los cielos es seguro; vuestros hermanos en el Reino son seguros; pero los padres y hermanos de aqu abajo pueden convertirse hasta en vuestros asesinos. "Seris traicionados incluso de vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y condenarn a muerte a muchos de vosotros. . . "
Con todo, los padres, principalmente, deben ser fieles. Porque los padres, segn Jess, tienen muchos ms deberes para con los hijos que stos para con los padres. La antigua Ley slo recuerda expresamente los derechos de los primeros. "Honra a tu padre y a tu madre", dice Moiss. Pero aade: "Protege y ama a tus hijos." Se cree que los hijos son propiedad de quien los ha hecho. La vida en esa edad parece tan bella y preciosa, que nunca podrn pagar su deuda. Siempre habrn de ser siervos, perpetuamente sometidos. No han de vivir sino para el padre y a las rdenes del padre.
Tambin aqu el genio divino del gran Renovador ve lo que les falta a los antiguos, e insiste sobre la otra parte. Los padres deben dar, sin ahorro ni descanso. Aunque los hijos sean malos, aunque abandonen a su padre, aunque nada merezcan a los ojos de la obtusa prudencia del mundo. El Padre Nuestro es en su mitad un requerimiento de los hijos al Padre. Es el ruego que todo hijo podra dirigir a su propio padre.
Y los padres, aun dndolo todo, pueden ser abandonados. Si los hijos los dejan para lanzarse a la mala vida, deben ser perdonados cuando vuelvan arrepentidos, como fue perdonado el hijo prdigo. Si los dejan en busca de una vida ms alta y perfecta como los que se convierten al Reino , sern premiados doblemente en esta vida y en la otra.
Pero los padres, de todas suertes, son deudores. La tremenda responsabilidad que han aceptado con dar vida a nuevas criaturas debe ser satisfecha. Para ser semejantes al Padre que est en los cielos, deben dar a los que piden y a los que callan, a los que lo merecen y a los que han desmerecido, a los que se sientan a la mesa familiar y a los que andan vagabundos por la tierra, a los buenos y a los malos, a los primeros y a los ltimos. No deben cansarse nunca, ni siquiera con los hijos que les huyen, que los ofenden, que reniegan de ellos.
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"Quin hay de vosotros que al hijo que le pide pan le d una piedra? O que si le pide un pez le d una serpiente?" Quin negar, pues, al hijo que se aleja sin pedir nada el don supremo: el amor aun sin esperanza de correspondencia?
Todos son hijos del Hijo del Hombre, pero nadie poda llamarle padre segn la carne. La nica alegra que no engaa entre las engaadoras alegras de los hombres es la de abrazar, o tener en las rodillas, a un nio de cara rosada por una sangre que es tambin nuestra, que nos ra con el primer esplendor de sus ojos, que balbucee nuestro nombre, que nos haga recobrar la ternura perdida de la primera infancia. Sentir junto a la piel adulta, endurecida por soles y vientos, una carne nueva, naciente, en la que parece conservar la sangre todava un poco de la dulzura de la leche; una carne que parece hecha de ptalos tibios y vivientes, y sentir que esa carne es nuestra, formada en la carne de nuestra mujer, nutrida con la leche de sus pechos, y espiar las manifestaciones, la floracin lenta del alma en esa carne que nos pertenece, que pertenece a aquella que nos pertenece; ser el nico padre de esa criatura nica, de esa flor que est abrindose a la luz del mundo, reconocerse en ella, ver de nuevo nuestras miradas en sus pupilas estupefactas, volver a or nuestra voz en su boca fresca, aniarnos con ese nio, para ser dignos de l, para estar ms cerca de l; hacernos ms pequeos, mejores, ms puros; olvidar todos los aos que nos acercaron silenciosos a la muerte, olvidar por un momento la soberbia de la virilidad, el orgullo de la ciencia, las primeras arrugas del rostro, las amarguras, las suciedades, las indignidades de la vida y volver a ser vrgenes junto a aquella virginidad, serenos al lado de aquella serenidad, y buenos con una bondad desconocida antes ser, en suma, padres de ese hijo nuestro, que crece da por da en nuestro lecho, en nuestra casa, en brazos de nuestra esposa, es quizs, y sin quizs, el ms alto deleite humano concedido al hombre, que posee un alma dentro de su barro.
Jess, a quien nadie llam padre, se sinti especialmente atrado por los nios y por los pecadores. La inocencia y la cada eran, para l, prendas de salvacin: la inocencia, porque no necesita limpieza alguna; la abyeccin, porque siente ms agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio est ms en peligro: esa, medio corrompida y medio intacta; los hombres que estn infectos por dentro y quieren parecer cndidos y justos; los que han perdido en la niez la limpieza nativa y no sienten todava el hedor de la putrefaccin interna. 214
Jess amaba con ternura a los nios y con piedad a los criminales; a los puros y a aquellos que necesitan purificarse. Iba hacia los pecadores porque ellos no siempre tenan fuerzas para encaminarse a l; pero llamaba a s a los nios porque los nios comprenden por instinto quin les quiere y corren a l de buen grado.
Las madres le ofrecan sus hijos para que los tocase. Los discpulos, con su acostumbrada rudeza, las increpaban, y Jess tuvo que reprenderles esta vez tambin: "Dejad a los nios y no impidis que se acerquen a m, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Y en verdad, en verdad os digo que el que no reciba el Reino de Dios, como un nio no entrar en l en modo alguno."
Los discpulos, hombres burdos, orgullosos de su autoridad de hombres hechos y de lugartenientes del Seor, no comprendan por qu su Maestro quera emplear el tiempo con los muchachos que todava no saben silabear bien ni entendan el sentido de las palabras de los mayores. Pero Jess, poniendo en medio de ellos a uno de aquellos nios, respondi: "En verdad os digo que si no cambiis y no os hacis como nios no entraris en el Reino de los Cielos. Quien se haga, por tanto, humilde como este prvulo, se ser grande en el Reino de los Cielos. Y el que recibe a un prvulo como ste en mi nombre, me recibe a m. Pero a quien escandalice a uno de estos pequeuelos que creen en m, mejor le sera que le fuera atada al cuello una rueda de molino, y se le precipitara en el fondo del mar."
Tambin aqu es total la revisin de valores. En el tiempo antiguo, el nio era quien deba respetar al hombre, venerar al viejo e imitarlos en su conducta. El pequeo deba tomar al mayor como modelo. La perfeccin tena lugar sealado en la madurez y, mejor, an, en la vejez. El hijo era respetado nicamente en cuanto contena la esperanza de una futura virilidad. Jess vuelve las cosas del revs. Los mayores deben tomar ejemplo de los pequeos; los ancianos deben esforzarse por volverse nios; los padres deben imitar a sus pequeuelos. En el mundo donde prevaleca la fuerza, donde nicamente se apreciaba el arte de enriquecerse y de sobresalir, el nio era tenido apenas por una larva de humanidad. En el nuevo mundo, en el mundo anunciado por Cristo, donde reinarn la pureza confiada y el amor de la inocencia, los nios son los arquetipos de la ciudadana feliz. El nio, que pareca un hombre imperfecto, es ms perfecto que el hombre. El 215
hombre, que se imaginaba haber llegado a la plenitud de la edad y del alma; debe volver atrs, despojarse de la complicacin satisfecha, retroceder hacia la infancia. De imitado se convierte en imitador, del primer puesto desciende al ltimo.
Jess, por su parte, reafirmaba su niez, y se declaraba sin recato, idntico a los nios que le rodeaban: "El que recibe a un prvulo como ste, a m me recibe." El santo, el pobre, el poeta, se presenta bajo esta nueva forma que las rene todas; el nio: limpio y cndido como el santo, desnudo y necesitado como el pobre, maravillado y contemplador como el poeta.
Jess no ama a los nios nicamente como modelos inconscientes de los candidatos a la perfeccin del Reino, sino como a verdaderos mediadores de la verdad. Su ignorancia est ms iluminada que la doctrina de los doctores; su ingenuidad es ms fuerte que el ingenio que se refleja en las palabras tejidas en razonamientos. Un espejo ntido y libre recibe ms fcilmente los reflejos de la revelacin.
"Yo te bendigo, oh Padre exclam un da porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los inteligentes y se las has revelado a los prvulos." A los sabios le hace sombra su misma sabidura, porque creen saberlo todo; a los inteligentes les estorba su misma inteligencia, porque no son aptos para recibir otra luz que la intelectual. nicamente los sencillos comprenden la sencillez, los inocentes la inocencia, los amantes el amor. La revelacin de Jess, manifestada con preferencia a las almas virginales, quiere humildad, purificacin, misericordia. Pero el hombre, al crecer, se corrompe, se enorgullece, aprende la horrible voluptuosidad del odio. Se aleja cada da ms del paraso: es cada vez menos capaz de volverlo a hallar; se complace en el descenso progresivo; se vanagloria de la ciencia intil que oculta la nica verdad necesaria.
Para hallar el nuevo paraso, el reino de la inocencia y del amor, es necesario volverse nios, que son ya, por privilegio nativo, lo que los dems habrn de volver a ser con gran trabajo.
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Jess busca, s, la compaa de los hombres y de las mujeres, de los pecadores y de las pecadoras, pero slo se siente con sus verdaderos hermanos cuando toca la cabeza de los nios que las madres galileas le tienden como una ofrenda.
MARTA Y MARA
Tambin las mujeres sentan el divino encanto de Jess. Este ser, que tiene ser y carne de hombre y no ha escogido esposa, se ve envuelto durante toda su vida, y despus de la muerte, en un suave calor de santa ternura femenina. El virgen peregrino es amado de las mujeres como nadie fue ni podr ser amado nunca. El casto que ha condenado el adulterio y la fornicacin tiene sobre ellas el inestimable prestigio de la inocencia.
Las mujeres que no sean puramente hembras se arrodillan ante quien no se les doblega. El marido con todo su amor legal y su imperio, el mujeriego que corre como un stiro tras de su presa, el elocuente adltero, el temerario estuprador no tiene sobre el espritu de la mujer el dominio que puede tener sobre ellas el que las ama sin tocarlas, el que las salva sin pedirles a cambio ni siquiera un beso. La mujer, aun la esclava de su cuerpo, de su debilidad, de su deseo y del deseo del varn, se siente atrada por quien la ama sin pedirle ms que un vaso de agua, una sonrisa, un poco de atencin callada.
Las mujeres amaban a Jess. Se paraban cuando le vean pasar, le seguan cuando hablaba a los amigos y a los desconocidos, se cercaban a la casa donde haba entrado, le presentaban sus hijos, le bendecan a grandes voces, le tocaban sus vestiduras para curarse de sus males, eran felices vindole. Todas hubieran podido gritar como la mujer que alz la voz en medio de la multitud: "Bendito el vientre que te llev y los pechos que te dieron de mamar."
Muchas le seguirn hasta la muerte: Salom, madre de los Hijos del Trueno: Mara de Cleofs, madre de Santiago el Menor, Marta y Mara de Betania.
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Hubieran querido ser sus hermanas, sus siervas, sus esclavas; para asistirle, para ofrecerle el pan, para servirle el vino, para lavar sus vestiduras, para ungir sus pies cansados, sus cabellos largos y flotantes. Algunas tuvieron la felicidad de seguirle, y la mayor quiz de poderle ayudar con sus dineros. "Y con l estaban los Doce y ciertas mujeres que haban sido curadas de espritus malignos y de enfermedades, a saber: Mara, llamada Magdalena, de la cual haban salido siete demonios, y Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes y Susana, y muchas otras, las cuales ayudaban a Jess con sus recursos."
Las mujeres, cuya piedad es don natural del corazn antes de ser voluntad de perfeccin, eran, como lo han sido siempre, ms generosas que los hombres.
Cuando aparece en casa de Lzaro, dos mujeres, las dos hermanas del resucitado, parecen locas de alegra. Marta se precipita a su encuentro para preguntarle si no le falta nada, si quiere lavarse, si quiere comer en seguida. Y, entrando en su casa, le gua al lecho para que descanse, y le lleva una manta por si tiene fro, y corre al pozo a traer agua nueva y fresca. Y luego, se pone en movimiento para preparar al peregrino una buena comida, ms abundante que la acostumbrada en la familia. Enciende a toda prisa un buen fuego, va en busca de pescado fresco, de huevos del da, de higos, de aceitunas; hace que una vecina le preste un trozo de cordero matado el da antes; de otra se hace dar un perfume de precio; de otra tercera, ms rica que ella, una escudilla florida. Saca del arca el mantel ms nuevo y de la bodega el vino ms viejo. Y mientras los leos crepitan en la chimenea, y el agua del caldero empieza a borbotar anunciando el prximo hervor, la pobre Marta, sudorosa, sofocada, afanosa, prepara la mesa, va del hogar a la masera y da un vistazo a la calle para ver si el hermano vuelve a casa, y otro a su hermana, que no hace nada.
Mara, en efecto, apenas Jess ha traspasado el umbral, cae en una especie de xtasis inmvil del que nadie puede sacarla. No ve sino a Jess, no oye ms que la voz de Jess. Nadie ms existe en aquel momento para ella. No se harta de mirarlo, de escucharlo, de sentirlo presente, vivo, cerca de ella. Si la mira, goza con sentirse mirada; si no la mira, se queda fija; si habla, sus palabras se le quedarn grabadas una por una en el corazn hasta la muerte; si calla, entiende su silencio como una revelacin ms directa. Casi la 218
fastidia todo aquel trajn y aquel ajetreo de su hermana. Necesita, Jess, acaso, una cena rica? Mara se ha sentado a sus pies y no se mueve, aunque Marta y Lzaro la llamen. Est al servicio de Jess, pero de otra manera. Le ha dado su alma, solamente el alma, pero toda su alma embelesada, y el trabajo de sus manos sera intempestivo y superfluo. Es una contemplativa, una adoratriz. Se mover tan slo para cubrir con perfumes el cadver de su Dios; se mover si l le pidiese su vida y su sangre. Lo dems, el afn de Marta, es quehacer material que no le compete.
Las mujeres, pues, le amaban y l corresponda a este puro amor con la piedad. Ninguna mujer que a l se dirigiera fue despedida descontenta. El llanto de la viuda de Nan le hace llorar tanto, que le resucita al hijo muerto; las imploraciones de la Cananea, no obstante ser extranjera, le vencen, y cura a su hija; la Desconocida paraltica haca dieciocho aos, "toda encorvada e incapaz de enderezarse", es curada, aun siendo sbado, y a pesar de que los jefes de la sinagoga clamasen que era sacrilegio. En los primeros tiempos de su viaje, libra de la fiebre a la suegra de Pedro y de los malos espritus a la Magdalena; resucita a la hija de Jairo y sana a la desconocida que padeca haca doce aos un flujo de sangre.
Los doctores de su tiempo no estimaban a las mujeres en las cosas espirituales. Las toleraban en las fiestas divinas, pero nunca hubieran pensado en ensear a una mujer las razones mayores y secretas. "Quema las palabras de la Ley deca un proverbio rabnico de aquellos tiempos antes que enserselos a las mujeres!" Jess, por el contrario, no desdeaba hablar con ellas incluso de los ms altos misterios. Cuando descansa, solo, junto al pozo de Sichar, y llega la Samaritana de los cinco maridos, no se arredra, aunque sea mujer y enemiga de su pueblo, de anunciarle la verdad de su mensaje. "Est por llegar la hora, ms an, ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores adorarn al Padre en espritu y verdad; porque tales son los adoradores que el Padre pide; Dios es espritu y los que le adoran es menester que le adoren en espritu y verdad."
Llegan en esto los discpulos y no comprenden lo que el Maestro est haciendo: "y se quedaron sorprendidos al ver que hablaba con una mujer." No saban an que la Iglesia de Cristo tendra una Mujer como mediadora entre los hijos y el Hijo aquella que rene 219
en s, nica entre todas, las dos supremas perfecciones de la mujer: la Virgen Madre que sufri por nosotros desde la noche de Beln hasta la noche del Calvario.
PALABRAS. EN LA ARENA
En otra ocasin, en Jerusaln, Jess se encuentra frente a una mujer: la adltera. Una caterva vociferante la empuja hacia delante. La mujer, oculto el rostro con las manos, y los cabellos, est frente a l sin hablar. Jess ha enseado la unidad perfecta del esposo y de la esposa y detesta el adulterio. Pero detesta todava ms la vileza de los espas, el encarnizamiento de los despiadados, el impudor de los pecadores que quieren constituirse en jueces del pecado. Jess no puede defender a la mujer que ha desobedecido bestialmente la ley de Dios; pero tampoco quiere condenarla, porque sus acusadores no tienen derecho a pedir su muerte. Y se inclina a la tierra y escribe en el polvo, con la punta del dedo. Es la primera y ltima vez que vemos a Jess humillarse en esta mortificante operacin. Nadie ha sabido nunca lo que escribi en aquel momento, ante aquella mujer que temblaba en su vergenza como una cierva alcanzada por una jaura de perros malos. Escribi precisamente sobre la arena para que el viento se llevase las palabras que los hombres tal vez no hubieran podido leer sin miedo. Pero los desvergonzados azuzadores insistan, porque queran lapidar a la mujer. Entonces Jess, alzndose del suelo, los mir uno por uno a los ojos y en el alma: "El que de vosotros est sin pecado, arroje la primera piedra contra ella."
Todos nosotros somos, con frecuencia, solidariamente culpables de los delitos de nuestros hermanos, cmplices de sus pecados, aunque muchas veces sin castigo. La adltera no hubiera hecho traicin sin la tentacin de los hombres, si su marido hubiese sabido hacerse amar; el ladrn no robara si el corazn de los ricos fuese menos duro: el asesino no matara, si antes no le hubiesen maltratado y ofendido; no habra prostitutas si los hombres supiesen mortificar la lujuria. nicamente los inocentes tendran derecho a juzgar. Pero no hay inocentes en la tierra, y si los hubiese, su misericordia sera ms fuerte que la justicia misma. 220
Los petulantes espas no haban pensado nunca semejantes pensamientos; pero las palabras de Jess tuvieron el poder de turbarlos. Cada uno de ellos volvi a ver sus traiciones, sus secretas, y tan recientes, fornicaciones. Cada alma fue como una cloaca, que, levantada la lpida, enva al aire tufaradas de horrendo hedor. Los ms viejos fueron los primeros en marcharse. Luego, poco a poco, todos los dems, sin mirarse a la cara, se escaparon, y se perdieron de vista. La plaza qued vaca. Jess se haba inclinado de nuevo al suelo, y escriba; la mujer haba sentido las pisadas de los fugitivos y ya no oa ninguna voz de muerte, pero no osaba alzar los ojos, porque saba que uno solo haba quedado, el inocente, el nico que tena derecho a arrojar las piedras homicidas. Jess, por segunda vez, se alz de nuevo y no vio a nadie.
Ninguno, Seor.
Por primera vez la adltera tuvo fuerzas para mirar a la cara de su libertador. No entenda bien sus palabras. Su pecado era tambin pecado, segn l, puesto que le ordenaba que no pecase ms. Con todo, haba hecho que los dems no la condenasen, y ahora tampoco l quera condenarla. Quin era aquel hombre, tan diferente de todos los dems, que detestaba el pecado, pero se compadeca de los pecadores? Hubiera querido dirigirle una pregunta, murmurar una palabra de agradecimiento, recompensarle, al menos, con una sonrisa. Pero Jess haba comenzado de nuevo a escribir en el polvo del patio, con la cabeza baja, y se vean nicamente las ondas de sus cabellos brillar al sol y los dedos que se movan con lentitud sobre la tierra iluminada.
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LA PECADORA
Pero ninguna mujer le am como la Pecadora que le ungi con leo de nardo y le ba con sus lgrimas en casa de Simn.
Todos tenemos presente el hecho. La imagen de la llorosa, sueltos los cabellos sobre los pies del caminante, sobrevive en todas las memorias. Pero a pocos se les aparece claro el verdadero sentido del hecho. Tanto lo han desfigurado las interpretaciones vulgares y literarias. Los decadentes del siglo pasado, los cinceladores de preciosidades lascivas, que se sienten atrados del hedor de la corrupcin, como las moscas por los excrementos y los cuervos por la carroa, han buscado en el Evangelio las mujeres que olan a pecado y que se pudieran parecer ms a las mujeres de sus frenticos sueos de impotentes. Y se han apropiado, vistindolas con los terciopelos de los adjetivos, con la seda de los verbos, con las joyas y pedrera de las metforas, a la desconocida arrepentida con el nombre de Mara de Magdala a la desconocida adltera de Jerusaln, a la bailarina Salom, a la siniestra Herodas.
El episodio de la uncin ha sido profundamente falseado por esos injustos disfraces. Es ms sencillo, pero mucho ms profundo. El elogio de Jess a la portadora de nardo no es el elogio del pecado carnal, ni siquiera del amor comn tal como lo entiende la generalidad de los hombres.
La Pecadora que entra silenciosamente en casa de Simn con un vaso de alabastro, ya no es una pecadora. Ha visto y contemplado antes de aquel da a Jess; ha odo sus palabras; su voz la ha conturbado; sus palabras la han estremecido. La mujer pecadora ha aprendido que hay un amor ms dulce que la voluptuosidad, una pobreza ms rica que los estateres y los talentos. Cuando entra en casa de Simn, no es la misma mujer de antes, la que los hombres del pas sealaban con el dedo hacindose un guio, la que el Fariseo conoce y desprecia. Su alma ha cambiado. Ha cambiado toda su vida. Su carne, ahora, es casta; su mano es pura; sus labios ya no saben de la acidez del minio; pero sus ojos han aprendido a llorar. Est lista, segn la promesa del Rey, para entrar en el Reino.
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Sin esa promesa no se puede entender la historia que sigue. La Pecadora salvada quiere recompensar con algn agradecimiento a su salvador. Y toma una de las cosas ms preciosas que le han quedado, un vaso sellado, lleno de nardo, y va a ungir con aquel leo costoso los cabellos de su Rey.
Su primer pensamiento, pues, es un pensamiento de gratitud. Su acto lo es de pblico reconocimiento. La Pecadora quiere dar gracias ante todo el mundo a aqul que ha limpiado su alma, que ha resucitado su honor, que la ha apartado de la vergenza, que la ha dado una esperanza tan gloriosa que sobrepuja a todas las alegras.
Entra con su alabastro cerrado, apretado contra el pecho, tmida y cautelosa como una nia que entra el primer da en la escuela, como una absuelta que sale de la crcel en aquel momento. Entra con la vasija de perfume, sin hablar, y alza los ojos tan slo un momento, el momento que basta para ver, entre el batir de sus prpados, dnde est Jess echado [5]. Se acerca al lecho temblndole las piernas, las manos, los finos prpados, las rodillas porque siente que todos la miran, que estn fijas en ella las pupilas de tantos hombres, curiosos de su cuerpo ondulante, de lo que va a hacer.
Rompe el cuello del frasco de alabastro y vierte la mitad del leo sobre la cabeza de Jess. Las gruesas y pesadas gotas brillan sobre los cabellos como gemas lquidas. Toda la estancia se llena de aquella fragancia; todos los ojos se quedan estupefactos.
La mujer, siempre en silencio, vuelve a tomar el vaso abierto y se arrodilla a los pies del portador de paz. Vierte en la palma de su mano el leo que quedaba y va ungiendo poco a poco el derecho y el izquierdo, con la atencin delicada de una madre que lava por primera vez a su primera criatura. Luego ya no resiste ms, no se puede sostener, no consigue contener por ms tiempo la ola de ternura que le aprieta el corazn, le agarrota la garganta, le hincha los ojos. Quisiera hablar para decir que su agradecimiento es un puro, simple, cordial agradecimiento por el bien que ha recibido, por la nueva luz que la ha hecho abrir los ojos. Pero cmo hallar en aquel momento, ante todos aquellos hombres, las palabras que debiera decir, las palabras expresivas de la inmensa gracia,
En los banquetes, los hebreos (al igual que los griegos), coman recostados sobre lechos o divanes colocados en torno de la mesa.(N. del T.)
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dignas de l? Por otra parte, los labios le tiemblan de tal suerte que no podra pronunciar dos slabas; no sera su discurso sino un balbuceo roto por los sollozos, As, pues, no pudiendo hablar con la boca, habla con los ojos: sus lgrimas caen una a una, rpidas y calientes, sobre los pies de Jess, como otras tantas silenciosas ofrendas de su reconocimiento. Aquel llanto libra a su corazn de la opresin; sus lgrimas refrescan su pena; no ve ni siente nada, como no sea un deleite inefable, que no ha conocido nunca, ni en las rodillas de su madre ni en los brazos de los hombres, que penetra su sangre, que le hace temblar y desfallecer, que la tortura con punzante delicia, deshaciendo todo su ser en el xtasis extremo en que el gozo hace sufrir y el dolor llega al jbilo, en que el dolor y la alegra son una sola cosa terrible.
Llora con aquel llanto su vida interior, su miserable vida de la vspera. Piensa de nuevo en su pobre carne manchada por los hombres. A todos ha tenido que sonrer; ha tenido que mostrar falso rostro de alegra a los que la despreciaban, a los que odiaba. Pero sus lgrimas son, al propio tiempo, lgrimas de alegra y de consuelo. No llora nicamente su vergenza, ya redimida, sino por la demasiada dulzura de la vida que empieza de nuevo.
Llora su castidad rescatada, su alma reconquistada contra el mal, su pureza milagrosamente recobrada, su condena abrogada, felizmente revocada. Su llanto es el llanto de alegra del segundo nacimiento, del jbilo por la verdad descubierta, de la alegra por la conversin repentina, por el hallazgo de su alma que pareca perdida, por la esperanza maravillosa que la ha sacado de la suciedad de la materia para elevarla a la iluminacin del espritu. Las gotas de nardo y de llanto son otras tantas ofrendas por esas gracias inefables.
Con todo, no llora nicamente sobre s misma, no llora nicamente su dolor y su alegra. Las lgrimas que baan los pies de Jess son tambin por l.
La Desconocida ha ungido a su Rey como a un Rey antiguo. Le ha ungido la cabeza, como se unga a los sumos sacerdotes y a los monarcas de Judea; le ha ungido los pies como se unge a los seores y a los huspedes los das de fiesta. Pero al mismo tiempo le unge para la muerte y la sepultura. Jess, que est por entrar a Jerusaln, sabe que aquellos son los ltimos das de su vida terrena. "Esta dice a sus discpulos vertiendo tal 224
perfume sobre mi cuerpo, ha querido prepararme para la sepultura. Todava vivo, lo ha embalsamado la piedad de una mujer.
Cristo recibir todava, antes de morir, un tercer bautismo, el bautismo de la infamia, el bautismo de la ofensa suprema: los soldados del Pretorio le escupirn a la cara. Pero, entre tanto, ha recibido al propio tiempo el bautismo de la gloria y el bautismo de la muerte. Es ungido como Rey que ha de triunfar en el Reino celestial, y perfumado como cadver que ser depositado en la gruta. El smbolo de la uncin rene los dos misterios gemelos: del Mesianismo y de la Crucifixin.
La pobre Pecadora, escogida misteriosamente para ese rito proftico, tiene acaso un presentimiento confuso del terrible sentido de aquel anticipado embalsamamiento. La segunda vista del amor, ms fuerte en la mujer que en el hombre, esa especie de poder premonitorio de la sensibilidad exaltada y conmovida, debe haberle hecho notar que aquel cuerpo por ella perfumado ser, de all a pocos das, un cadver helado y sangriento. Otras mujeres, y acaso ella misma, irn a la tumba para cubrirle una vez ms de aromas; pero ya no le hallarn.
Por tal presentimiento, la llorosa sigue llorando sus lgrimas a los pies de Jess entre la estupefaccin de todos, que no saben ni entienden nada. Y ahora, los pies del Libertador estn hmedos de llanto, y la sal del llanto se ha mezclado con el perfume del nardo. La pobre Pecadora no sabe cmo enjugar aquellos pies que sus ojos han regado. No lleva consigo un pao blanco, y su tnica no le parece digna de tocar la carne de su seor. Entonces piensa en sus cabellos, en sus largos cabellos que tanto gustaron por su finura y suavidad. Se suelta las trenzas, se quita horquillas y peinetas. La abundancia negroazul de la cabellera le cae sobre el rostro cubriendo su rubor y su piedad. Y con las trenzas deshechas de sus cabellos, tomadas con ambas manos, enjuga lentamente los pies que han llevado a su Rey hasta aquella casa.
Ya ha cesado de llorar. Todas sus lgrimas han sido derramadas y enjugadas. Ha terminado su papel; pero slo Jess ha comprendido su silencio.
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HA AMADO MUCHO
Entre los hombres que estaban presentes a la cena, ninguno, excepto Jess, comprendi el amoroso servicio de aquella desconocida. Y todos, como sorprendidos y maravillados, callaban. No comprendan, pero respetaban oscuramente la gravedad de la enigmtica ceremonia. Todos menos dos, que quisieron juzgar el acto de la mujer para ofender al husped. Aquellos dos fueron el Fariseo y Judas Iscariote. El primero no habl; pero sus miradas hablaron ms claramente que sus labios. El traidor, prevalindose de su familiaridad con el Maestro, se atrevi a hablar.
Pensaba Simn: "S ste fuese profeta, debera saber qu clase de persona es la que lo toca; debera saber que es una pecadora."
El viejo hipcrita tiene para las meretrices el desprecio de quien las ha frecuentado mucho o de quien nunca las ha conocido. Pertenece, como sus hermanos, al cementerio sin lmites de los sepulcros blanqueados, que por dentro estn llenos de suciedad. Se contentan con evitar el contacto material con lo que creen impuro, aunque el alma sea una cisterna de impureza. Su moral es un sistema de abluciones y lavados: dejan morir a un herido abandonado en el camino para no mancharse de sangre; harn padecer hambre a un pobre para no tocar moneda en da de sbado. Cometen latrocinios, adulterios y homicidios; pero se lavan tantas veces al da, que se imaginan que sus manos son puras como las de los nios de pecho.
Ha ledo la Ley y todava resuenan en sus odos las execraciones y los anatemas del antiguo Israel contra las meretrices: "No haya ninguna meretriz entre las hijas de Israel . . . Ningn nacido de meretriz pblica entre en la asamblea del Seor . . . No llevis a la casa del Seor, por voto alguno, la ganancia de la meretriz ni el precio del perro, porque una y otro son cosas abominables a ojos del Seor." Y Simn, prudente burgus, recordaba con igual satisfaccin las admoniciones del autor de los Proverbios: "`Por una meretriz se queda uno sin pan que comer . . . La meretriz es fosa profunda; el compaero de las meretrices disipa sus bienes." Y el viejo propietario no sabe qu hacer porque una de esas mujeres haya entrado en su casa y toque a su husped. Sabe que la meretriz Rahal di la victoria a Josu y fue la nica que escap del estrago de Jeric; pero se 226
acuerda de que el invencible Sansn, terror de los Filisteos, se perdi por una ramera. El Fariseo no acierta a comprender cmo un hombre a quien el pueblo llama profeta no se ha percatado an de qu clase de mujer ha ido a hacerle tan deshonroso honor. Pero Jess ha ledo en el corazn de la Pecadora y lee en el corazn de Simn, y responde con la parbola de los Dos Deudores.
Un acreedor tena dos deudores: el uno le deba quinientos dineros y el otro cincuenta. Y como no tenan con qu pagarle, perdon la deuda a los dos. Quin de ellos le querr ms? Y Simn respondi: Supongo que aquel a quien ms perdon. Y Jess le dijo. Has juzgado rectamente. Y volvindose a la mujer, dijo a Simn: Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; pero ella me ha regado los pies con lgrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. T no me has dado el beso; pero ella, apenas ha entrado, no ha dejado de besarme los pies. No me has ungido la cabeza con leo; pero ella me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo que ha amado mucho, porque muchos pecados le han sido perdonados; mientras que poco ama aquel a quien se le ha perdonado poco. Luego dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados . . . Tu fe te ha salvado; vete en paz".
La parbola y la glosa de Jess muestran cun grande es, hoy mismo, la incomprensin de tal episodio. Nadie, o casi nadie, recuerda ms que estas palabras: "mucho le ser perdonado porque ha amado mucho. Una lectura atenta del texto persuade que la interpretacin comn y vulgar es contraria a la verdad. Algunos llegan a imaginar que Jess le ha perdonado sus pecados, porque ha amado mucho a los hombres. La mayora piensa que fue perdonada por haber manifestado su amor por l. El ejemplo de los Dos Deudores nos advierte que el sentido de las palabras de Jess mal repetidas y peor estudiadas es el contrario. La mujer haba pecado mucho, y, en virtud de su conversin, le fue perdonado mucho, y porque le fue perdonado mucho, ama mucho a quien la convirti, a quien la salv, a quien la perdon: el nardo y las lgrimas derramadas son expresin de su agradecido amor. Si la Pecadora, antes de entrar en la casa aquella noche, no hubiera sido otra ya, si no estuviera ya transformada por la virtud del perdn, no habran bastado todos los perfumes de la India y del Egipto, ni todos los besos de su boca y todas las lgrimas de sus ojos para obtener de Jess la remisin de su vida transcurrida en el mal. El perdn no es la compensacin de estos actos de homenaje, 227
sino que tales actos son el agradecimiento por el perdn obtenido, y son grandes porque grande fue el perdn, como grande haba sido tambin el pecado.
Jess quiz no hubiera rechazado a la Pecadora aunque siguiera siendo Pecadora; pero tal vez no habra aceptado aquellas pruebas de amor de no haber tenido la certeza de su arrepentimiento y de su cambio: ahora poda ya, aun segn los preceptos del rigorismo fariseo, hablar con ella. "Tu fe te ha salvado; vete en paz.
Simn no sabe qu responder; pero de entre los Discpulos se eleva una voz ronca y colrica, que Jess conoce hace mucho tiempo: es la voz de Judas. "A qu tanto desperdicio? Ese perfume hubirase podido vender en trescientos dineros a beneficio de los pobres". Y los dems discpulos, cuentan los Evangelistas, aprobaban las palabras de Judas y se indignaban contra la mujer.
Judas es el hombre que tiene la bolsa: el ms infame de todos ha escogido la cosa ms infame: el dinero. Y a Judas le gusta el dinero. Le gusta en s, le gusta cmo posibilidad de podero. Judas habla de los pobres; pero no piensa en los pobres a los cuales Jess ha distribuido el pan en las soledades del campo, sino en sus propios compaeros, harto pobres todava para conquistar Jerusaln, para fundar el imperio temporal, donde Judas espera ser uno de los amos. Es envidioso adems de avaro; envidioso como todos los avaros. Aquella uncin silenciosa que recuerda la consagracin del Rey y del Mesas; aquellos honores que una mujer ha rendido a su jefe, le hacen sufrir.
Pero Jess responde a las palabras de Judas como ha respondido al silencio de Simn. No ofende a los ofensores; pero defiende a la mujer postrada a sus pies: "Por qu dais ocasin de tristeza a esta mujer? Ha hecho una buena accin para conmigo; porque a los pobres los tendris siempre con nosotros y podris hacerles todo el bien que queris; pero no me tendris siempre a m. Ha hecho cuanto poda: ha querido ungir por anticipado mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo, que por todo el mundo, dondequiera que sea predicado el Evangelio, lo que esta mujer ha hecho ser contado, en memoria suya.
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La tristeza inefable de esta profeca escap, tal vez, a los que junto a l estaban sentados. Todava no se pueden persuadir de que Jess, para vencer, habr de ser derrotado; que, para triunfar eternamente, tendr que morir. Pero Jess siente que se acerca el da. "No me tendris a m siempre . . . Me ha embalsamado para la sepultura. La mujer escuch con terror la confirmacin de su presentimiento, y otra oleada de lgrimas subi a sus ojos. Entonces, oculto el rostro por los cabellos destrenzados, sali sin decir palabra, como sin decir palabra haba entrado.
Los discpulos callaban: no persuadidos, pero confusos. Simn, para hacer olvidar su mortificacin, llenaba los vasos de los invitados con su mejor vino. Pero la mesa taciturna pareca, al amarillo parpadeo de las luces, un banquete de espectros por donde hubiera pasado la sombra de la muerte.
QUIEN SOY?
Con todo, los Discpulos lo saban. Aquellas palabras de muerte no eran las primeras para ellos. Deban acordarse de aquel da, no muy lejano, cuando en un camino solitario, por la parte de Cesarea de Filipo, Jess haba preguntado qu deca de l la gente. Deban recordar la respuesta que brot, como una llamarada repentina, como un impetuoso grito de fe, del fondo del alma de Pedro. Y el resplandor que haba deslumbrado a tres de ellos en la cima de la montaa. Y las puntuales profecas de Cristo acerca de la infamia de su muerte.
Haban odo y haban visto, y no obstante todos menos uno esperaban todava. Las verdades resplandecan en ellos, breves instantes, como relmpagos en la oscuridad. Luego volva la noche, ms negra que antes. El hombre nuevo que reconoca al Cristo en Jess, el hombre nacido por segunda vez, el Cristiano, desapareca para dejar el sitio al Judo, ciego y sordo que no vea ms all de la Jerusaln de cal y canto.
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La pregunta que Jess haba dirigido a los Doce en el camino de Cesarea hubiera debido ser el principio de la total conversin a la nueva doctrina. Qu necesidad poda tener Jess de saber lo que los dems pensaban de l? Semejante curiosidad prende tan slo en las almas inciertas, en los que no se conocen, en los dbiles que no saben leer en s mismos, en los ciegos, poco seguros del terreno que pisan. En cualquiera de nosotros parecera ms legtima que en l una pregunta como esa. Porque nadie sabe verdaderamente quin es; nadie conoce con certeza su condicin, su misin, el nombre con que se le ha de llamar. El nombre eterno rigurosamente adecuado a nuestro destino; nuestro nombre en lo absoluto. El que se nos da cuando todava somos mudos, juntamente con la sal y el agua del bautismo; el nombre que la madre pronuncia con tanta dulzura; el nombre registrado en los registros de la ciudad, escrito en los volmenes del nacimiento y de la muerte; el nombre inscrito, por ltima vez, sobre el rectngulo del sepulcro, no es nuestro verdadero nombre. Cada uno de nosotros tiene un nombre secreto, que expresa nuestra invisible y autntica condicin, y que nosotros mismos no sabremos hasta el da del nuevo nacimiento, hasta la plena luz de la resurreccin.
Pocos tienen el valor de preguntarse a s mismos: Quin soy? Y todava menos los que pueden responder. La pregunta: Quin eres?, es la ms grave que un hombre puede dirigir a otro. Los dems son, para cada uno de nosotros, un misterio cerrado, incluso en los tormentos supremos de la pasin, cuando dos almas intentan desesperadamente ser un alma sola. Pero todos somos un misterio para nosotros mismos. Vivimos, desconocidos, entre desconocidos. Muchas de nuestras miserias nacen de esa universal ignorancia. Este que hace de rey y se ve rey, no es, en absoluto, ms que un pobre servidor, predestinado desde antes del principio de los tiempos a la mediocridad de las mansiones subalternas. Mirad bien a aquel otro que viste y hace de juez: ha nacido mercader; su puesto est en la feria. Aquel que escribe poesas, no ha entendido la voz que le habl interiormente: tena que ser orfebre, porque el oro que puede convertirse en moneda, le gusta, y las filigranas, el mosaico, las piedras falsas, le atraen. se otro a quien han hecho jefe de ejrcito, estaba preparado para la ctedra: qu profesor tan experto y elocuente hubiera sido! Y aqul que vocea en la plaza, alborotados los cabellos, llamando al pueblo a la revolucin, es un hortelano malogrado: el rojo de los tomates, las hileras de cebollas, las cabezas de ajo y las coles seran el premio debido a sus verdaderas aptitudes. Por el contrario, ste, que renegando poda la via y extiende el abono sobre la 230
tierra cavada, hubiera podido estudiar en los cdigos el arte de eludirlos; nadie sabe inventar lazos y trampas como l; y cunta elocuencia gasta, aun ahora, en los pequeos duelos de intereses, pobre abogado, prncipe desterrado en cuadras y terruos!
Solemos caer en tales errores porque no sabemos. Porque no tenemos ojos espirituales lo bastante fuertes para leer en el corazn que late dentro de nosotros y en los corazones que laten bajo la carne de los prjimos, tan hondamente separados. Nos engaamos tantas veces por culpa de esos nombres que no sabemos, ilegibles para nosotros, que slo el genio suele vislumbrar.
Pero qu poda importarle a Jess lo que decan de l los hombres del lago y de los pueblos? A Jess, que poda leer en las almas los pensamientos ocultos a ellos mismos. A Jess, que era el nico que saba, con indecible certeza, sin necesidad de comprobacin, y mucho antes de aquel da, cul era su verdadero nombre y su verdadero ser.
En efecto, no interroga para saber, sino para que sus fieles, al cabo, supiesen tambin. Sabemos, ahora que tocamos al fin, su verdadero nombre. Y a las primeras respuestas ni siquiera contesta. "Algunos dicen que eres Juan Bautista resucitado; otros, que Elas o Jeremas, o uno de los antiguos profetas resucitados" . Qu le importan tales groseras suposiciones de los simples y los extraos? Quiere que de ellos, precisamente de los apstoles, destinados por Dios a dar testimonio de l entre los pueblos, venga la respuesta definitiva, Quiere or la confesin espontnea de aquellos que ms de cerca le ven vivir y le oyen hablar. El nombre que ninguno de ellos ha pronunciado hasta entonces; como si a todos les diese miedo, debe interrumpir como una confesin de amor de una de aquellas almas; debe ser deletreado por una de aquellas bocas.
Y entonces en Simn Pedro sucede la iluminacin que le supera a s mismo, y le hace en verdad Primero definitivamente. Ya no contiene sus palabras: acuden a sus labios casi sin quererlo l, en un grito del que l mismo, un minuto antes, no se crea capaz: "T eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo. Tus palabras lo son de vida eterna y nosotros hemos credo y conocido que eres el Santo de Dios. 231
Al cabo, de la dura Piedad ha fluido el manantial que ha calmado la sed, hasta hoy, de sesenta generaciones. Era su derecho y su premio. Pedro haba sido el primero en seguirle en su divina peregrinacin: le corresponde a l ser el primero en reconocer, en el peregrino anunciador del Reino, al Mesas que todos esperan en el desierto de los siglos y que al cabo ha llegado, y es el que est ante sus ojos, pisando el polvo del camino.
El Rey Puro, el Sol de Justicia, el Prncipe de la Paz, aqul que el Padre deba enviar en su da, que los Profetas haban anunciado en los crepsculos de la tristeza y del castigo y haban visto descender sobre la tierra como un rayo, en la plenitud de la victoria y de la gloria; el que los pobres, los heridos, los hambrientos, los ofendidos esperaban siglo tras siglo como la hierba seca espera el agua, como la flor espera el sol, como la boca espera el beso y el corazn el consuelo; el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, el Hombre que esconde a Dios en su masa de carne, el Dios que ha envuelto su divinidad en el barro de Adn, es l, el dulce hermano cotidiano, que se mira tranquilo en los ojos estupefactos de los elegidos.
Ha terminado la espera; se cerr la vigilia. Y por qu no le haban sabido reconocer hasta aquel da? Por qu no se lo haban dicho a nadie? Cundo ha nacido, en aquellas almas, harto sencillas, la primera idea del verdadero nombre de aquel que tantas veces los ha tomado de la mano y les ha hablado al odo? Podan pensar nunca que uno de ellos humilde como ellos, obrero y pobre como ellos pudiera ser el Mesas salvador, anunciado y esperado por los santos y los pueblos? No lo descubrieron con las solas fuerzas ni con el sentido de todos, ni por las seales de las escrituras. nicamente con una inspiracin de lo alto que se manifest por la iluminacin repentina del entendimiento. Como sucedi aquel da en el alma de Pedro. "Bienaventurado t, Simn, hijo de Jons, porque esto no te ha sido revelado por la carne y la sangre, sino por mi Padre que est en los cielos". Los ojos carnales no hubieran sabido ver lo que han visto sin una revelacin de lo alto. Pero no dejar de tener consecuencias el que Pedro haya sido elegido para semejante proclamacin. Es un premio que atrae otras recompensas. "T eres Piedra y sobre esta Piedra edificar mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecern contra ella. Yo te dar las llaves del Reino de los cielos, y todo lo que atares en la tierra ser atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra ser desatado en los cielos". 232
Graves palabras de las cuales ha surgido el mayor reino que los hombres han conocido sobre la tierra: el nico de los antiguos reinos que todava vive en la misma ciudad que vio nacer y deshacerse el ms soberbio de los imperios temporales. Por esas palabras padecieron muchos, muchos fueron martirizados, muchos fueron muertos. Por negar o mantener, por interpretar o cancelar esas palabras, millones de hombres se dejaron matar en las plazas y en las batallas, se dividieron los reinos, las sociedades fueron sacudidas, escindidas, guerrearon las naciones, se conmovieron los emperadores y los mendigos. Pero su sentido, en boca de Cristo, es sencillo y llano. T, Pedro, debes ser duro y fuerte como la roca, y sobre la roca de tu fe en m, que has sido el primero en confesar, se funda ahora la sociedad cristiana, humilde ncleo del Reino. Contra esta Iglesia, que ahora tiene doce ciudades tan slo, pero que se extender hasta los confines de la tierra, no podrn prevalecer las fuerzas del mal, porque vosotros sois el espritu, y ese espritu no puede ser domeado y apagado por la materia. Vencers para siempre y cuando te hablo a ti entiendo hablar a todos aquellos que te sucedern, unidos en la misma certidumbre a las puertas del infierno y abrirs a todos los elegidos las puertas del Cielo. Atars y desatars en mi nombre; lo que por ti sea prohibido despus de m muerte, ser prohibido maana tambin, en la nueva humanidad que encontrar a mi vuelta; lo que t mandes ser justo, porque no hars sino repetir, aunque sea con otras palabras, lo que te he dicho y enseado. Sers, en tu persona y en la de tus herederos legtimos, el pastor del interregno, el gua temporal y provisional que prepara, juntamente con los compaeros obedientes a ti, el Reino glorioso de Dios y del Amor.
A cambio de esta revelacin y esta promesa, te pido una prueba difcil: la del silencio. A nadie, por ahora, debes decir quin soy. M da est prximo, pero no ha llegado an; y asistiris a lo que no esperis, antes bien, a lo contrario de lo que esperis. Yo s la hora en que debo hablar y en que debis hablar. Pero cuando rompamos el silencio, mi grito y el vuestro sern odos en los espacios ms distantes de la tierra y del cielo.
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SOL Y NIEVE
Altsimo es el monte Hermn y tiene tres cimas, cubiertas de nieve incluso en la estacin del fuego. Es el monte ms alto de la Palestina, ms alto que el Tabor. Del monte Hermn, dice el Salmista, viene el roco de las colinas de Sin. En ese monte, el monte ms alto en la vida de Cristo, que tiene por etapas las alturas Montaa de la Tentacin, Montaa de las Bienaventuranzas, Montaa de la Transfiguracin, Montaa de la Crucifixin , Jess se transfigur, tornndose resplandeciente de luz.
Slo tres discpulos estaban con l: Pedro y los Hijos del Trueno. El alpestre y los tempestuosos; compaa apropiada al lugar y al momento. Oraba solo, aparte, en lo alto, ms en lo alto que ellos y que todos, tal vez con las rodillas en la nieve. Quin no ha visto, por el invierno, en el monte, parecer oscura y gris, en comparacin, toda otra blancura? Un rostro plido parece extraamente ennegrecido, la ropa blanqueada con leja parece sucia, el papel tiene el color del barro seco. Aquel da se vio lo contrario, sobre aquella altura cndida y desierta, sola en el cielo.
Jess, solo, oraba aparte. De pronto, su rostro resplandeci como el sol, y sus vestiduras se hicieron cndidas como la nieve que brilla al sol, cndidas como no podra teirlas o imaginarlas pintor alguno. Sobre la candidez de la nieve un candor ms fuerte, un esplendor ms poderoso que todos los esplendores conocidos, venca a toda luz terrenal.
La Transfiguracin es la fiesta y la victoria de la luz. La carne de Jesucristo toma el aspecto ms sutil, ms leve, ms espiritual, por decirlo as, de la materia. Su cuerpo, que esperaba la muerte, como que se convierte en luz de sol, luz de cielo, luz intelectual y sobrenatural; su alma, extasiada en la oracin, se hace ostensible a travs de la carne, traspasa con fulgor candente la consistencia del cuerpo y de la tela, como llama que, penetrando las paredes donde estaba encerrada, las hace transparentes.
Pero la luz no es igual en el rostro y en las vestiduras. La luz del rostro es la del sol; la de las vestiduras se asemeja al brillo de la nieve. El rostro, espejo del alma, tiene el color del fuego; la tnica, materia adjunta y servil, el del hielo. Porque el alma es sol, fuego, amor;
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pero las vestiduras, todas las vestiduras, incluso esa pesada vestidura que se llama cuerpo, es opaca, glida, muerta y no puede brillar sino por luz refleja.
Pero Jess, todo luz, fulgurante el rostro de tranquilos relmpagos, relucientes sus vestiduras de radiante blancura oro que brilla en medio de la plata , no est solo. Dos grandes muertos, cndidos como l, se le acercan y hablan. Moiss y Elas. El primero de los Libertadores, el primero de los Profetas. Hombres de luz y de fuego vienen a atestiguar la nueva Luz que brilla sobre el Hermn. Todos los que han hablado con Dios quedan envueltos, caldeados en luz. La piel del rostro de Moiss, cuando descendi del Sina, resplandeca de tal forma que tuvo que cubrirse con el velo para no deslumbrar a los presentes. Y Elas fue arrebatado al cielo en un carro de fuego, tirado por caballos de fuego. Juan, el nuevo Elas, anunci el bautismo de Fuego, pero su faz, aunque ennegrecida por el sol, no brill como el sol. El nico esplendor que le toc fue el de la bandeja de oro donde colocaron su cabeza sangrienta, donativo regio a la ttrica concubina de Herodes.
Pero en lo alto del Hermn est Aqul cuyo rostro resplandece ms que el de Moiss y que ha de ascender al cielo de modo mucho ms perfecto que Elas aqul que Moiss haba profetizado, y que haba de venir despus de Elas. Han venido a su lado, pero para eclipsarse despus. Ya no son necesarios luego de este ltimo testimonio. El mundo podr prescindir, de ahora en adelante, de sus leyes. Una nube luminosa oculta a los tres resplandecientes a los ojos de los tres oscuros que esperan, y de la cumbre desciende una Voz que grita: "Este es el Hijo que amo. Odle!.
La nube no vela la luz, sino que la aumenta. Como de la nube en la tempestad procede el relmpago que ilumina de pronto el campo, de esta nube, luminosa de por s, desciende la llama que aniquila el antiguo pacto y confirma para siempre la nueva promesa. La nube de humo que guiaba a los Hebreos fugitivos en el desierto hacia el Jordn, la nube negra que envolva al Arca y la ocultaba en los das del miedo y la abominacin, se ha convertido finalmente en una nube de tan fuerte luz que oculta incluso el candor solar del rostro que ser abofeteado en las tinieblas inminentes.
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Pero, desaparecida la nube, Jess est otra vez solo. Los dos precursores y testigos han desaparecido. Su rostro ha recobrado el color natural; su tnica es la de todos los das. El Cristo vuelto a ser el hermano amoroso de antes, se dirige a los compaeros amortecidos: "Levantaos y no temis, pero no contis a nadie lo que habis visto hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos" .
La Transfiguracin es una prefiguracin y sombra de la Ascensin; pero, para que Jess resucite con gloria, ha de morir antes en ignominia.
Jess saba lo que le esperaba en Jerusaln, y en todos sus pensamientos, como dir ms tarde uno que fue digno de representarle, llevaba esculpida la muerte. Por tres veces haban intentado matarlo antes de entonces. La primera vez en Nazareth, cuando lo condujeron al borde del monte sobre el cual estaba construida la ciudad y queran despearlo. Una segunda vez, en el Templo, los Judos, ofendidos de sus palabras, echaron mano a las piedras para lapidarlo. Y una tercera vez, por la fiesta de la Dedicacin, en invierno, cogan ya las piedras del camino para hacerle callar. 236
Pero las tres veces se libr, porque su da an no haba llegado. Conserv en el alma estas promesas de muerte, para s solo, hasta sus ltimos tiempos. No quera entristecer a sus discpulos, que tal vez se hubieran escandalizado de seguir a un condenado a muerte, moribundo ya en su nimo. Pero despus de la triple consagracin de su Mesianidad el grito de Pedro, la luz del Hermn, el ungento de Betania ya no poda callar. Conoca muy bien los ingenuos deseos de los Doce. Saba que, pasados los raros momentos de entusiasmo y de iluminacin, no siempre eran capaces de pensamientos que no fuesen los acostumbrados del pueblo, humanos hasta en los ms altos sueos. Saba que esperaban al Mesas como victorioso restaurador de la edad de oro y no como al Hombre de los Dolores. Le esperaban Rey en el trono y no ajusticiado en el patbulo; triunfante entre homenajes y no despreciado con salivazos y golpes; viniendo a resucitar a los muertos y no para ser crucificado como un malhechor.
Era necesario para que la nueva certidumbre no se hundiese en ellos el da de la ignominia que fuesen antes advertidos. Que aprendiesen de la misma boca del Mesas que el Mesas haba de ser condenado, que el victorioso haba de morir en una aparente pero atroz derrota, que el Rey de todos los Reyes haba de ser insultado por los servidores del Csar, que el Hijo de Dios haba de ser crucificado por los ciegos servidores de Satans.
Tres veces haban intentado darle muerte; por tres veces anuncia a los Doce, despus de la confesin de Pedro, su prxima muerte. Y de tres clases sern los hombres que den la orden de su muerte: los Ancianos, los Sumos Sacerdotes, los Escribas.
Tres sern los coautores de su muerte: Judas, que lo traiciona; Caifs, que lo condena; Pilatos que concede la ejecucin de la condena.
Y sern de tres clases los ejecutores materiales de la pena: los esbirros, que lo arrastrarn; los judos que gritarn bajo el pretorio: "Crucifcale!"; y los soldados romanos, que lo clavarn en el madero.
Tres grados, como l mismo dice a los discpulos, tendr el castigo. Primero ser escarnecido y ultrajado; luego, escupido y flagelado, y, finalmente, muerto. Pero no 237
deben asustarse ni llorar. Su muerte es promesa de una segunda vida. Al cabo de tres das resucitar del sepulcro para no morir ya nunca. El Cristo no trae abundancia de oro ni de trigo, sino la inmortalidad para cuantos le obedezcan y la cancelacin de todo pecado. Pero la inmortalidad y la liberacin han de ser pagadas con sus contrarios: con la prisin y la agona, El precio es duro y caro, pero los pocos das de la pasin y del sepulcro son necesarios para comprar milenios de vida y de libertad.
Los discpulos, ante estas revelaciones, se turban y no quieren creer. Pero Jess ha empezado ya a sufrir, representndoselos en su pensamiento y dicindoles con palabras, los das terribles del fin. Ahora ya los herederos de su palabra lo saben todo, y Cristo puede encaminarse hacia Jerusaln, porque cuanto estaba anunciado se ha cumplido hasta el final.
MARAN ATHA
Pero, por un da al menos, ser semejante al Rey que los pobres esperan todas las maanas del ao a las puertas de la santa ciudad.
Esta vez Jess no entra, como otras veces, oscuro caminante mezclado con el ro de la peregrinacin, en la metrpoli maloliente, tendida, con sus casas blancas como sepulcros, bajo las soberbias torres del Templo destinado al incendio. Esta vez, que es la ltima, Jess est acompaado de sus fieles, de sus prximos, de sus paisanos, de las mujeres que llorarn, de los Doce que se escondern, de los Galileos que van para conmemorar un milagro antiguo pero con la esperanza de asistir a un milagro nuevo. Esta vez no est solo: la vanguardia del Reino est con l. Y no llega ignorado: el grito de las resurrecciones le ha precedido. Tambin en la capital donde reinan el hierro de los Romanos, el oro de los Mercaderes, la casta de los Fariseos, hay ojos que espan hacia el Monte de los Olivos, y corazones que laten de un modo desusado.
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Esta vez no quiere entrar a pie en la ciudad que, debiendo ser trono de su reino, le ofrecer un sepulcro. Llegado a Betfag, enva dos discpulos en busca de un asno. Lo hallarn atado en una cerca: que lo suelten y se lo lleven, sin pedir permiso a nadie. Si el amo os dice algo, responded que el Seor lo necesita.
Se ha dicho con harta frecuencia que Jess quiso por cabalgadura un asno en seal de humildad y mansedumbre, como si quisiera significar simblicamente que iba hacia su pueblo como Prncipe de la Paz. Pero se ha olvidado que los asnos, en la juventud de los tiempos y de la fuerza, no eran los pacientes burros de carga de hoy da, huesos cansados en desgarrada piel, venidos a menos en tantos siglos de esclavitud, dedicados
nicamente a llevar cestas y sacos por los pedruscos de las cuestas empinadas. El asno antiguo era un animal bravo y guerrero; hermoso y gallardo como el caballo. Homero entenda de parangones y no quiso ciertamente menospreciar a Ayax el forzudo, el magnfico Ayax, cuando se le ocurri compararlo con el asno. Pero los Hebreos vean en los asnos sin domar ocasin para otros parangones. "El hombre es mentecato y temerario de corazn dice Sofar Naomatita a Joby nace semejante a un potro de asno salvaje. Y Daniel cuenta que cuando Nabucodonosor, en expiacin de sus tiranas, "fu arrojado de entre los hombres, su corazn descendi hasta semejar el de los animales y su morada fue con los asnos salvajes".
Jess ha pedido expresamente un asno sin domar, en el cual no haya montado nunca nadie, semejante, en suma, al asno salvaje. Porque en aquel da la bestia por l escogida no representa simblicamente la humildad del caballero, sino ms bien al pueblo Judo, que ser domado por Cristo; al animal indcil y terco, duro de cuello, que ningn monarca ni profeta pudo domar y que hoy est atado al palo, como Israel est atado con la cuerda romana bajo la torre Antonia. Mentecato y temerario de corazn, como en el libro de Job; compaa adecuada al rey de la psima vida; esclavo de los extranjeros, pero al mismo tiempo recalcitrante y rebelde hasta el trmino de todo tiempo, el pueblo hebreo ha hallado al fin su jinete. Slo por un da: tambin se rebelar contra l, contra el legtimo, aquella misma semana, pero por poco tiempo. La capital nefanda ser destruida, el templo derrocado y la estirpe deicida ser dispersada, como la paja del eterno acribador, sobre la faz de la tierra.
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Tan dura es la grupa del asno, que los amigos le echan sus capas encima. Pedregosa es la cuesta que baja del Monte de los Olivos, y los compaeros, jubilosos, arrojan sobre el pedregal sus mantos de fiesta. Acto, tambin, de consagracin. Quitarse el manto es principio de desnudez, principio de esa desnudez que es deseo de confesin y muerte de la falsa vergenza. Desnudez del cuerpo, promesa de la verdadera desnudez del espritu. Voluntad de amor en la suprema limosna: dar cuanto tenemos. "S alguien te pide la tnica, t dale tambin el manto".
Y empieza el descenso al calor del sol y de la gloria, entre ramos recin cortados e himnos del saludo de esperanza.
Era el comienzo del bello abril y de la primavera. La hora dorada del medioda se extenda en torno a la ciudad, por los campos despiertos, por las vias verdes y los huertos, con su rusticidad fortificante. El cielo, abierto al infinito, era de una serenidad maravillosa. El inmenso cielo flor de lis, lindo y gozoso como una dulce promesa. No se vean las estrellas, pero, sin embargo, pareca relucir, junto con nuestro sol, el quieto brillo de los dems soles distantes. Un viento tibio, todava con sabor a paraso, inclinaba con suavidad las ingenuas cimas de los rboles y cambiaba el color de las tiernas hojas vrgenes. Era uno de esos das en que el azul parece ms azul, el verde ms verde, la luz ms brillante, el amor ms amoroso.
Los que acompaaban a Cristo en su descenso se sentan arrobados en aquel feliz arrebato del mundo y del momento. Nunca, como en aquel da, se haban sentido tan llenos de esperanza y de adoracin. El grito de Pedro se converta en el grito del ejrcito pequeo y fervoroso que bajaba hacia la ciudad reina. "Hossanna al hijo de David!", decan las voces de los jvenes y de las mujeres. Tambin los discpulos, aun advertidos de que aqul sera el ltimo sol, aunque saben que aqul es el acompaamiento de un moribundo, tambin los Discpulos, tras aquel jbilo impetuoso, vuelven a esperar.
El cortejo se aproximaba a la ciudad, misteriosa, sorda y enemiga, con la furia sonora de un torrente desbordado. Estos campesinos, estos aldeanos, van delante, rodeados de un mvil simulacro de bosque, como queriendo llevar dentro de las murallas hediondas, a las estrechas callejas, un poco de campo y de libertad. Los ms atrevidos han cortado a lo 240
largo del camino ramas de palmera, ramas de olivo, ramas de mirto, ramas de sauce, como para la fiesta de los Tabernculos. Y las agitan en alto mientras claman las apasionadas palabras de los salmos mirando al ardiente rostro del que viene en nombre de Dios.
Ahora ya la primera legin cristiana est a las puertas de Jerusaln y las voces de homenaje no se acallan: "Bendito el Rey que viene en nombre del Seor! Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Estos gritos llegan a odos de los Fariseos que han acudido, altivos y severos, a ver qu sediciosa gritera era aqulla. Y los gritos han escandalizado a aquellos prudentes odos, han conturbado a aquellos corazones recelosos. Algunos de ellos, bien envueltos en sus capas doctorales, gritan a Jess de entre la muchedumbre: "Maestro, reprende a tus discpulos! No sabes que tales palabras slo al Seor pueden dirigirse y al que venga en su nombre?". Y l, sin detenerse:
Las piedras tcitas e inmviles que Dios, segn Juan, hubiera podido transformar en hijos de Abraham; las ardientes piedras del Desierto, que Jess no quiso cambiar en panes, aunque invitado a ello por el Adversario; las enemigas piedras de los caminos que por dos veces fueron ya recogidas para lapidarlo; las piedras sordas de Jerusaln eran menos sordas, menos insensibles que el alma de los Fariseos.
Pero con aquella respuesta Jess ha confirmado ser el Cristo. Es, adems, una declaracin de guerra. En efecto, el nuevo Rey, apenas entrado en su ciudad, da la seal del asalto.
detenido, petrificada, all arriba, guardando la ciudad real. El carro mvil de los fugitivos se haba convertido en pesada ciudadela de piedra y mrmol, fastuoso burgo de palacios y escalinatas, umbroso de columnatas, luminoso de patios, cerrados por murallas a plomo sobre el valle, protegido por torres y baluartes como una fortaleza. No era nicamente el recinto para el santo de los santos y el altar de los sacrificios; no era ya tan slo el Templo, el lugar sagrado, el santuario mstico de un pueblo. Con sus torreones, sus casas para los centinelas, los almacenes para las ofrendas, las cajas de depsito, las plazas para el comercio, las estancias de reunin y esparcimiento, era todo menos un asilo de recogimiento y oracin. Todo: fortaleza en caso de asedio, banco de depsito, feria en tiempo de peregrinaciones y de fiestas, bazar en toda ocasin, bolsa de contratacin, foro para las disputas de los politiquillos, las pedanteras de los doctores, los chismes de los desocupados: lugar de paseo, de cita, de trfico. Construido por un rey infiel para ganar la fidelidad de un pueblo sofistico y sedicioso, y para satisfacer la soberbia y la avaricia de la casta sacerdotal, arns de guerra y plaza de mercado, haba de aparecer a los ojos de Cristo como natural punto de reunin de todos los enemigos de su doctrina.
Jess sube al Templo para destruir el Templo. Dejar a los Romanos de Tito el trabajo de desmantelar las murallas, de resquebrajar los muros, de quemar los edificios, de reducir a escombros humeantes y malditos el gran castillo de Herodes. Pero destruye, ha destruido ya no pocos de los valores que aquel Templo orgulloso manifiesta en sus bloques sobrepuestos y alineados, con sus terrazas enlosadas y sus puertas de oro. Jess, al subir haca el templo, es el Transfigurado de la montaa contra los escribas disecados entre los pergaminos, el Mesas del nuevo Reino contra el usurpador del reino envilecido en las componendas y putrefacto en las infamias; es el Evangelio frente a la Torah [6], el Futuro frente al Pasado, el Fuego del Amor frente a la Ceniza de la Letra. Ha llegado el da del choque y del golpe. Jess, entre los cnticos de la banda fervorosa, sube hacia el suntuoso cubil de sus enemigos. Conoce el camino, lo reconoce. Cuntas veces lo ha recorrido de nio, yendo de la mano, confundido entre los peregrinos, en medio del clamor y el polvo de los grupos galileos! Ms tarde, mozo ignorado confundido en la muchedumbre, bajo el ardor del sol, fatigado y rendido, ha mirado a lo alto de los muros, con el ansia vehemente de llegar a la cima, de encontrar all arriba, en el recinto
Con el nombre de Torah designaban los hebreos la Ley de Moiss y los libros que la contenan. (N. del T.)
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solemne, un poco de sombra para sus ojos, un poco de agua para su boca, una palabra de consuelo para su corazn.
Pero hoy todo ha cambiado. No es conducido sino que conduce. No va precisamente para adorar, sino para castigar Sabe que all dentro, tras las bellas fachadas del sepulcro excelso, no hay ms que cenizas y podredumbre: sus enemigos, que venden cenizas y se nutren de podredumbre El primer adversario que le sale al paso es el Demonio del Lucro.
Entra en el Patio de los Gentiles, el ms espacioso y poblado de todos. La gran terraza enlosada y llena de sol no es el atrio de un santuario, sino una sucia plaza de feria. Un estrpito inmenso, un gran vocero se levanta de la apretada gusanera de banqueros, de revendedores, de corredores y compradores que dan y toman dinero. All estn los ganaderos con sus bueyes y pequeos rebaos de ovejas; los vendedores de palomas y de trtolas junto a los jaulones alineados en el suelo; los pajareros con las jaulas rumorosas de pajarillos; los bancos de los cambiadores con sus bolsas llenas de cobre y de plata. Los mercaderes palpan los flancos de los animales destinados a los sacrificios, con los pies hundidos en el estircol reciente, o llaman con montonos gritos a las esposas recin paridas, a los peregrinos que han ido a ofrecer un pinge sacrificio, a los leprosos que han de ofrecer pjaros vivos por la curacin obtenida y deseada. Los plateros, con la moneda pendiente de la oreja para ser reconocidos, manejan con sus uas afiladas y casi libidinosas los montones relucientes y sonoros; los corredores se deslizan por entre el barullo de los tenderetes; los provincianos, avaros y recelosos, se desahogan en confabulaciones misteriosas antes de desatar las bolsas para cambiar la calderilla de las ofrendas votivas, y de cuando en cuando un carnero hastiado ahoga con su mugido profundo el grcil balido de los corderillos, las estridencias de las mujeres, el tintineo de dracmas y siclos.
No es nuevo para Jess el espectculo. Saba que la casa de Dios se haba convertido en la Casa de Mammn, y que en vez de orar el espritu en silencio, los hombres materializados, en complicidad con los sacerdotes, traficaban all con el estircol del demonio. Pero esta vez no se guard para s el desdn y el asco. Para deshacer el Templo empieza por deshacer el mercado. El divino pobre, acompaado de sus pobres, se precipita contra los servidores del dinero. Cogiendo unos pedazos de cuerda y 243
trenzndolos a manera de ltigo, se abre camino entre la gente estupefacta. Los bancos de los cambiadores caen al primer empuje, las monedas se desparraman por el suelo entre gritos de sorpresa y de rabia; se vuelcan los asientos de los vendedores de pjaros sobre los pichones picoteadores. Los pastores, vindolas mal dadas, empujan hacia las puertas a bueyes y ovejas; los pajareros cogen las jaulas bajo el brazo y se las ingenian para desaparecer. Los gritos llegan al cielo, gritos de escndalo o de aprobacin; de los dems patios acude ms gente al estrpito. Jess, rodeado por los ms decididos de los suyos, blande el ltigo en alto y persigue a los monederos hasta las puertas, repitiendo a grandes voces: "Llevaos de aqu todo esto! La casa de Dios es casa de Oracin, y vosotros habis hecho de ella una cueva de ladrones!".
Los ltimos manipuladores de dinero desalojan el patio como harapos desperdigados por el viento.
El acto de Jess no era tan slo la justa purificacin del santuario, sino tambin la manifestacin pblica de su repugnancia hacia Mammn y los siervos de Mammn. El Negocio ese dolo moderno es para l una forma de latrocinio. Un mercado, pues, es una cueva de bandidos corteses, de salteadores tolerados. Pero quien no desciende a las transacciones del mundo ni busca ganancia que no sea espiritual, no puede soportar eso que la costumbre alaba y las leyes permiten. De todos los modos del latrocinio legal que se llama comercio, ninguno es tan detestable y merecedor de vituperio como el de la moneda. S uno da una oveja a cambio de dinero, podemos estar seguros de que se hace dar asaz ms dinero de lo que la oveja vale efectivamente. Pero, al menos, te da algo que no es el odioso smbolo mineral de la riqueza, te da un ser vivo que te proporciona lana en primavera, que te parir el corderos y que podrs, si gustas, comrtelo. Pero el cambio de dinero por dinero, de metal acuado por metal acuado, es algo antinatural, absurdo y demonaco. Todo lo que huele a banco, a cambio, a descuento, a usura, es una vergenza misteriosa y repelente que ha aterrado siempre a las almas sencillas, es decir, limpias y profundas. El campesino que siembra el trigo, el sastre que cose el traje, el tejedor que teje la lana y el lino, tienen, hasta cierto lmite, pleno derecho a que su ganancia aumente, porque aaden algo que no haba en la tierra, en la tela, en el velln. Pero que un monte de monedas d en parir otras monedas, sin fatiga ni esfuerzo, sin que el hombre produzca nada visible, consumible ni fructuoso, es un escndalo que excede y 244
confunde a todas las fantasas. En el mercader de moneda, en el amontonador de plata y oro, se ve ms directamente al esclavo de los sortilegios del Demonio. Y el Demonio, reconocido, les da precisamente a ellos, a los hombres de la banca y de la finanza, el dominio de la tierra: ellos son, aun hoy, los que mandan en los pueblos, los que suscitan las guerras, los que matan de hambre a las naciones, los que atraen hacia s, con un sistema infernal de succin, la vida de los pobres transmutada en oro reluciente de sudor y de sangre.
Cristo, que tiene compasin de los ricos, pero que menosprecia la riqueza, primera muralla que dificulta la vista del Reino de los Cielos, ha limpiado la cueva de los ladrones y ha purificado el Templo donde ensear todava grandes verdades que le quedan por decir. Pero con aquel acto justiciero ha puesto en contra suya a toda la burguesa mercantil de Jerusaln. Los desahuciados pedirn a sus amos el castigo de aquel que arruina el comercio de la colina santa. Los hombres de Dinero hallarn fcil atencin en los hombres de la Ley, ya envenenados por otros motivos. Cuanto ms que Jess, al desbaratar el mercado del Templo, ha condenado la conducta de muchos sacerdotes y aun los ha herido en sus mismos intereses. Precisamente los bazares ms acreditados eran propiedad de los hijos de Ans, es decir, de prximos parientes del sumo sacerdote Caifs. Todas las palomas que se vendan a las recin paridas en el Patio de los Gentiles eran de los nidos de los cedros de Ans, y el sacerdote abastecedor obtena cuarenta saas al mes slo de las trtolas. Los cambiadores, que no hubieran debido estar en el Templo, pagaban a las grandes familias saduceas de la aristocracia sacerdotal un buen diezmo sobre los muchos millares de ciclos que produca al ao el cambio de monedas extranjeras en moneda hebraica. Y el Templo mismo, no era, acaso, un gran banco nacional, con cajas de caudales y de seguridad en las cmaras del tesoro?
Jess ha herido a los veinte mil sacerdotes judos en el prestigio y en la bolsa. Destruye el valor de la letra falseada, en nombre de la cual ordenan y prosperan. Arroja de all, adems, a sus asociados, traficantes y banqueros. Si vence, es la ruina comn. Pero las dos castas amenazadas se hermanan ms estrechamente para quitar de en medio al peligroso rival. Mercaderes y sacerdotes del Templo se ponen de acuerdo, tal vez aquella misma noche, para la compra de un traidor y de una cruz. La burguesa proporcionar el poco dinero que es menester; aquellos sacerdotes hallarn el pretexto; el gobierno 245
extranjero, a quien interesa el congraciarse con la burguesa y la casta sacerdotal, prestar sus soldados.
Pero Jess, al salir del Templo, se ha encaminado, por entre los olivos, hacia Betania.
La sentencia pronunciada y llevada a cabo por Jess contra los honrados ladrones haba levantado gran rumor en la ciudad. Aquellos latigazos haban hecho el efecto de otras tantas pedradas en la madriguera de Jerusaln. Los zurriagazos del ltigo justiciero haban despertado de pronto a los pobres con estremecimientos de alegra y a los seores con aprensiones de miedo.
Y a la maana temprano todos haban subido all arriba, de las callejuelas umbrosas y de los barrios nobles, del taller y de la plaza, dejando todo quehacer, con la inquieta ansiedad de quien espera milagros o venganzas. Haban ido los braceros, los laneros, los tintoreros, los zapateros, los carpinteros, todos cuantos detestaban a los mercaderes, a los usureros, a los esquilmadores de la msera pobreza, a los logreros que conseguan enriquecerse incluso a expensas de la indigencia. Haban ido de los primeros los lamentables desechos de la ciudad, los andrajosos, los desastrados, los piojosos, presa de la eterna mendicidad, con las costras de la lepra, las llagas al descubierto, los huesos a flor de piel, certificando su hambre. Haban ido los peregrinos extraviados, los de Galilea que acompaaban a Jess en su descenso triunfal y con ellos los hebreos de las colonias de Siria y de Egipto, con sus mejores vestiduras, como parientes lejanos que reaparecen de cuando en cuando en la casa paterna para las fiestas de familia.
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Pero suban tambin, en grupos de cuatro o cinco, los Escribas y los Fariseos. Coligados y hermanados, eran dignos de estar juntos. Los Escribas eran los Doctores de la Ley; los Fariseos, los puritanos de la Ley. Casi todos los Escribas eran Fariseos; muchos Fariseos eran Escribas. Imaginad un profesor que aada a la pedantera doctoral la gazmoera de los hipcritas, o un santurrn doblado de pedagogo casuista, y tendris la imagen moderna de un Escriba fariseo o de un Fariseo escriba. Un tartufo laureado, un acadmico hipcrita, un cuquero filosofante, pueden dar, poco ms o menos, una idea parecida.
Suban, pues, aquella maana al Templo con mucha altanera por fuera y psimas intenciones por dentro. Iban, orgullosamente, envueltos en sus largos mantos, con las franjas al viento, henchido el pecho, turbios los ojos, enarcadas las cejas, la boca desdeosa, la nariz inquieta y temblorosa, a un paso que denotaba la majestad y la indignacin de quienes se tenan por jerifes de Dios.
Jess, en medio de millares de pupilas que le estaban mirando, les esperaba. No era la primera vez que se le acercaban, en derredor. Cuntas escaramuzas, aqu y all, por los pueblos, entre l y los Fariseos provincianos! Eran Fariseos los que queran la seal del cielo como prueba sobrenatural del mesianismo porque los Fariseos, al contrario de los escpticos Saduceos, ahogados en el epicuresmo, crean en el prximo advenimiento del Salvador. Pero lo imaginaban nicamente como a un judo de estrecha observancia, al par de ellos, y hasta llegaban a pensar que para ser dignos de recibirlo les bastaba conservarse limpios por fuera y guardarse de la transgresin de la regla ms insignificante del Levtico. El Mesas, el hijo de David crean ellos no se dignara salvar al que tuviese el menor contacto, aun lejano, con los extranjeros y los paganos; a quien no observara el ms pequeo mandamiento de la purificacin legal; a quien no estuviese al corriente en el pago de todos los diezmos; a quien no respetase a toda costa el descanso del sbado. Jess no poda ser, a sus ojos, en modo alguno, el divino Esperado. Seales aparatosas y mgicas no se haban visto: se haba contentado con sanar a los enfermos, con predicar, con ensear y practicar la caridad. Le haban visto comer con los publicanos y con los pecadores y, adems, se haban dado cuenta, con sobresalto, de que sus discpulos no siempre se lavaban las manos antes de sentarse a la mesa. Pero lo peor, el mximo horror, el escndalo insoportable para ellos era la inobservancia del sbado: Jess no vacilaba en curar aunque fuese da sbado, ni consideraba delito hacer el bien 247
ese da a sus hermanos infelices; antes bien, se preciaba de ello francamente, proclamando que el sbado haba sido hecho para el hombre y no el hombre para el sbado!
Una sola duda haba en el nimo de los Fariseos acerca de Jess: era un mentecato o un impostor? Para ponerlo a prueba haban intentado varias veces hacerle caer en trampas teolgicas o en lazos dialcticos; pero sin resultado. Mientras erraba por los pueblos, llevando detrs unas docenas de aldeanos, le haban dejado, seguros de que un da u otro hasta el ltimo pedigeo, desengaado, le dejara solo. Pero ahora la cosa se pona grave. He aqu se decan que, acompaado de una partida de campesinos, se ha permitido entrar en el Templo con aires de seoro, induciendo a esos desgraciados ignorantes a aclamarlo como Mesas, y, usurpando funciones de los sacerdotes, y como dndoselas de rey, ha desalojado de mala manera a los mercaderes. Hasta ahora hemos sido harto condescendientes y misericordiosos; desde ahora nuestra bondad sera contraproducente e intempestiva. El escndalo insoportable agregaban los humansimos profesores la reiterada profanacin, el pblico reto piden castigo y venganza; el falso Cristo debe ser quitado de en medio, y pronto. Y Escribas y Fariseos suban al Templo para convencerse de si el flagelador de los mercaderes se atrevera a comparecer en el lugar sagrado.
Jess, en medio del mareante aflujo de los peregrinos, los esperaba a ellos precisamente. Precisamente a ellos quera decirles, delante de todos, a la luz del sol, lo que de ellos pensaba. Lo que Dios pensaba de ellos. La verdad definitiva sobre ellos. El da anterior haba condenado con el ltigo a los revendedores de ganado y a los defraudadores de la moneda. Hoy le tocaba a los mercaderes de la palabra, a los usureros de la ley, a los estafadores de la verdad. La sentencia de aquel da no los ha exterminado; a cada generacin resurgen con nuevos hombres; pero en sus rostros est escrito para siempre, imborrable, dondequiera que hayan nacido y manden:
"Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipcritas?" Los pecados de stos pueden reducirse a uno; pero es el ms venenoso de todos, el que menos se puede perdonar. El pecado contra el Espritu. La ofensa a la verdad, la traicin a la verdad y al espritu; la devastacin de las ms puras riquezas que tiene el mundo. Los ladrones roban los bienes 248
deleznables, los asesinos matan el cuerpo perecedero. Pero estos hipcritas ensucian las palabras de lo absoluto, roban las promesas de eternidad, asesinan las almas. En ellos todo es ficcin: el hbito y el discurso, la enseanza y la prctica. Sus hechos niegan sus palabras, su interior no responde a lo externo, su secreta suciedad desmiente todas sus exigencias. Hipcritas, porque echan sobre los hombros de las gentes cargas pesadas, que ellos no quieren tocar ni con el dedo. Hipcritas, porque se cubren con mantos de amplas franjas y anchas filacterias para que se los reverencie en las plazas y se los llame maestros, siendo as que han escondido la llave del conocimiento y pretenden cerrar las puertas del reino de los cielos y ni ellos entran ni quieren dejar entrar a los dems. Hipcritas, porque hacen largas oraciones a la vista de todos y luego devoran las casas de las viudas y se aprovechan de los dbiles y los abandonados. Hipcritas, porque lavan la parte de fuera del plato y del vaso y por dentro estn llenos de rapia e intemperancia. Hipcritas, porque cuidan de la minuciosidad de los ritos y purificaciones exteriores y no se cuidan de lo dems: cuelan el mosquito y se tragan el camello. Hipcritas, porque observan las mnimas prescripciones, pagan el diezmo de la menta, de la ruda, del eneldo y del comino, pero no tienen en s mismos justicia, misericordia ni fidelidad. Hipcritas, porque levantan monumentos a los profetas y adornan los sepulcros de los antiguos justos, pero persiguen a los justos que viven en su tiempo y se disponen a matar a los profetas. "Serpientes, raza de vboras, cmo escaparis a la condenacin y al fuego? He aqu que os mando profetas, sabios y doctores; de ellos, a unos mataris y crucificaris; a otros los flagelaris en vuestras sinagogas, persiguindolos de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre justa vertida en la tierra, desde la sangre del justo Abel a la sangre de Zacaras, a quien matasteis entre el templo y el altar."
Han aceptado la herencia de Can. Son los descendientes, los nietos de Can. Los degolladores de sus hermanos, los verdugos de los Santos, los crucificadores de los Profetas. Y, como a Can, Dios ha impreso en sus rostros una seal misteriosa. El fratricida fugitivo se libr por esa seal, a travs de los primeros seres vivos, y as se librarn tambin los Fariseos homicidas, porque Dios quiere servirse de ellos para las altas obras de aquella justicia suya que parece a los pequeos ojos de los pequeos estolidez y locura. Un decreto eterno conmina con la muerte, y la ms atroz, a muchos de los imitadores de Dios. Pero jams un hombre sencillo asesinar a un Santo y ni siquiera a un pecador, crislida maravillosa de posible santidad. Y el Santo ya no lo sera s truncase la 249
vida de otro Santo, del hermano que le ha dado su Padre. Pero ah est, para todos los siglos y para todos los pueblos, la raza perdurable de los Fariseos. De los que nunca fueron sencillos como el nio, ni conocen el camino de la salvacin; de los que no son pecadores a los ojos de la carne, pero s de la cabeza a los pies, encarnacin del pecado ms feo; de los que quisieran parecer santos y odian a los santos verdaderos. Ellos sern quienes, adecuados elementos de una espantosa matanza, ejerzan el oficio de verdugos de los profetas. Fieles a este oficio, invulnerables como los indgenas del infierno, sealados como Can, vivaces como la hipocresa y la crueldad, han sobrevivido a todos los imperios y a todas las disgregaciones. Con rostros diversos, con procedimientos y pretextos diversos, han llenado el mundo, prolficos y tenaces, hasta el da de hoy. Y cuando no han podido matar con los clavos y con el fuego, con el hacha y la cuchilla, han empleado, con eficaz resultado, la lengua y la pluma.
Jess, mientras les habla en la clara luz del patio, rodeado de testigos, sabe que habla a sus jueces y a los que sern, por mediacin de terceras personas, los verdaderos autores de su muerte. Su silencio ante Caifs y Pilatos est ya justificado desde ese da. Los ha condenado y le condenarn; los ha juzgado antes y no tendr nada que aadir cuando quieran juzgarlo.
Al hablar de ellos, le acuden a los labios imgenes de muerte. Vboras y sepulcros. Las negras sierpes traidoras que apenas te acercas vacan en tu sangre todo el veneno que en sus dientes tenan escondido. Los blancos sepulcros, bellos por de fuera, pero por dentro llenos de podredumbre pestilente.
Los fariseos, los que estaban ante Jess y todos cuantos de ellos descienden por fecunda filiacin, se ocultan de grado en la sombra de los muertos para preparar sus maleficios. Glidos como la piel de las sierpes y la piedra de las tumbas, ni el fuego del sol, ni el fuego del amor, les calentarn nunca. Saben todas las palabras, menos la palabra de la vida.
"Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipcritas, porque sois como sepulcros que no se ven y de los que nada sabe quien sobre ellos anda?" El nico que lo saba era Jess, y por eso no permanecer ms de tres das en el sepulcro que le estn preparando. 250
El Maestro se volvi a contemplar los altos muros vestidos de mrmol que el fausto calculador de Herodes haba elevado sobre la colina y respondi:
Ves ese edificio grande? Pues no quedar piedra sobre piedra que no sea derribada.
El admirador de un momento antes, palideci. Nadie tuvo nimo para contestar, pero todos, perplejos y estupefactos, rumiaban entre s tales palabras. Duras palabras para aquellos odos de Judos carnales, para aquellos corazones mezquinos de lugareos ambiciosos. Otras palabras duras, duras de or, duras de comprender, duras de creer, haba dicho en los ltimos tiempos el que los amaba. Pero de palabras tan duras como stas no tenan recuerdo. Saban que era el Cristo y que haba de sufrir y morir; pero esperaban que luego resucitara en la gloria victoriosa del nuevo David y que dara a Israel la abundancia y a ellos, fieles en la peligrosa peregrinacin de la miseria, los premios mayores y el dominio. Y si la tierra haba de ser regida por la Judea, en la Judea debera mandar Jerusaln y los sitiados del mundo deberan estar en el Templo del gran rey. Si ahora la ocupaban los Saduceos infieles, los Fariseos hipcritas, los Escribas traidores, el Cristo los arrojara para poner en su lugar a sus Apstoles. Cmo poda, pues, ser destruido el Templo, memoria esplendorosa del Reino pasado, fortaleza esperada del Reino nuevo?
Esta frase de las piedras resultaba ms dura que las piedras mismas para Simn, llamado Piedra, y para sus compaeros. No haba dicho el Bautista que Dios poda cambiar las piedras del Jordn en hijos de Abraham? No haba dicho Satans que el Hijo de Dios poda cambiar las piedras del desierto en panes de harina? No haba dicho el propio Jess, al penetrar en el reino de Jerusaln, que las piedras mismas, en defecto de los 251
hombres, gritaran el saludo y cantaran los himnos? Y no era l quien haba hecho caer de las manos de los enemigos las piedras que haban recogido para matarlo, y de las manos de los que acusaban a la adltera?
Pero los discpulos no acertaban a comprender la frase de las piedras del Templo. No podan, no saban comprender que aquellas piedras, grandes y macizas, arrancadas pacientemente de los montes, arrastradas de lejos por los bueyes, escuadradas y pulimentadas por mazas y escalpelos, puestas una sobre otra segn las reglas del arte por los maestros para hacer el templo ms maravilloso del universo, que aquellas piedras clidas y relucientes de sol, fuesen de nuevo separadas y deshechas por la ruina.
Apenas hubieron llegado al Monte de los Olivos y sentado Cristo frente al Templo no supieron contener su curiosidad:
Explcanos, pues, cundo sucedern esas cosas y cul ser la seal de tu venida.
La respuesta fue el Discurso de las ltimas Cosas; el segundo Sermn de la Montaa. Entonces, al comienzo del anuncio, haba dicho de qu modo era menester renovar toda el alma para fundar el Reino; ahora, a dos pasos de la muerte, ensea cul ser el castigo de los obstinados y cmo ser su segundo descenso.
Este discurso, menos odo que el otro y todava ms olvidado, no responde, como creen muchos, a una pregunta sola. Las preguntas de los discpulos son dos: Cundo suceder eso que has dicho, esto es, la ruina del Templo? Y cules sern las seales de tu venida? Y dos son las respuestas. Jess anuncia los sucesos que precedern al fin de Jerusaln y, despus, describe las seales de su nueva aparicin. El discurso proftico, aunque aparezca seguido todo l en los Evangelios, tiene dos partes. Las profecas son dos, bien distintas: la primera, se cumpli antes de desaparecer la generacin de Jess, cuarenta aos apenas despus de su muerte. Los das de la otra profeca, no han llegado an, pero tal vez no pase esta generacin sin que se vean las primeras seales. [7]
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OVEJAS Y CABRITOS
Jess conoce las flaquezas de sus discpulos. Flaqueza del espritu y tambin de la carne. Y los pone en guardia contra los dos peligros que les amenazan: el engao y la persecucin.
"Cuidad que nadie os seduzca, porque muchos vendrn bajo mi nombre y dirn: Yo soy el Cristo . . . y seducirn a muchos . . . Entonces, si alguno os dice: He aqu o he all el Cristo, no le creis, porque se levantarn falsos cristos y falsos profetas para seducir, si fuese posible, aun a los elegidos. Vendrn bajo mi nombre, y dirn: Yo soy; y el tiempo est prximo. No los sigis."
Pero si escapan a los lazos de los mesas hechiceros, no podrn librarse de las persecuciones de los enemigos del Cristo verdadero. "Entonces os pondrn en tribulacin y os matarn y seris odiados por todas las gentes a causa de mi nombre. Os prendern y os perseguirn, entregndoos a las sinagogas y encarcelndoos, llevndoos ante reyes y gobernadores, a causa de mi nombre. . . Seris traicionados incluso de padres y hermanos, de parientes y amigos. Y el padre al hijo, y los hijos se levantarn contra los padres y los harn condenar a muerte. Y entonces muchos se escandalizarn y se harn traicin y se odiarn uno a otro. Y con multiplicarse la iniquidad se enfriar la caridad de muchos. Pero ni un cabello de vuestra cabeza se perder. En premio a vuestra constancia tendris la vida, y quien haya perseverado hasta el fin ser salvo."
Entonces comenzarn las seales del castigo inminente. "Y cuando oigis hablar de guerras y de rumores de guerras no os espantis, porque es menester que estas cosas sucedan primero; pero el fin no vendr tan luego. Se levantarn nacin contra nacin y reino contra reino; habr grandes terremotos y en diversos lugares pestes y hambres; habr fenmenos espantosos y grandes seales del cielo."
Tales sern las escaramuzas preliminares. El orden del mundo se turbar. La tierra, que est en paz, ver a hombre contra hombre, pueblo contra pueblo. Y la tierra misma, empapada en sangre, se levantar contra los hombres; temblar bajo sus pies: desmoronar sus casas; vomitar cenizas, como si arrojase por la boca de los montes 253
todos sus muertos, y negar a los fratricidas hasta el alimento que todos los estos amarillea en los campos.
Entonces, cuando todo esto haya acaecido, vendr el castigo sobre el pueblo que no quiso renacer en Cristo y no acept el Evangelio sobre la ciudad que degella a los profetas, que clava en el Monte de la Calavera a su Seor y persigue a sus testigos.
"Cuando veas a Jerusaln rodeada de ejrcitos, sabed que su desolacin est prxima. Cuando veis la abominacin de la desolacin de que ha hablado el profeta Daniel instalada en el lugar santo, los que estn en Judea huyan a los montes y los que estn en las ciudades vyanse de ellas y los que estn en los campos no entren en la ciudad. El que est en el terrado de la casa no baje a coger lo que en su casa tenga, y quien est en el campo no vuelva para recoger el manto. Y ay de las mujeres encinta o de las lactantes en aquellos das! Y rogad que vuestra fuga no sea en invierno ni en da de sbado, porque entonces habr tan gran afliccin como no la hubo nunca desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habr jams. Porque habr en la tierra gran angustia y gran clera contra este pueblo. Caern bajo el filo de la espada y sern conducidos como esclavos entre todas las naciones, y Jerusaln ser pisoteada por los Gentiles hasta que los tiempos de los Gentiles se hayan cumplido."
La primera profeca ha terminado. Jerusaln ser tomada y destruida y del templo, manchado por la "abominacin de la desolacin", no quedar piedra sobre piedra.
Pero Jess todava no lo ha dicho todo, no ha hablado hasta aqu de su segunda venida.
Jerusaln ser pisoteada por los Gentiles hasta que los tiempos de los Gentiles se hayan cumplido." Cules son los "tiempos de los Gentiles, tempora nationum?" La palabra del texto griego lo expresa con mayor precisin que las otras lenguas: son los tiempos adecuados, apropiados, convenientes a los Gentiles: es decir, aquellos en los cuales los no Judos se convertirn al Evangelio que fue, antes que a los dems, anunciado a los Judos. Por eso el verdadero fin no llegar hasta que el Mensaje no sea llevado a todas las naciones. "Y este Evangelio del reino ser predicado en todo el mundo, para ser testimonio a todas las naciones; y entonces vendr el fin." 254
El segundo advenimiento de Cristo desde el cielo, la Parusa, ser el trmino de este mundo y el principio del verdadero mundo, del reino entero. El fin de la Judea fue anunciado por seales principalmente humanas y terrenales; este otro fin ser precedido de seales principalmente divinas y celestiales. "El sol se oscurecer y la luna no dar su luz y las estrellas caern del cielo; y sobre la tierra habr consternacin entre las naciones, angustiadas por el estrpito del mar y de las olas; los hombres desfallecern de terror en expectacin de lo que ha de suceder a la tierra entera, porque las potencias de los cielos se conmovern. Y entonces aparecer en el cielo la seal del Hijo del Hombre y todas las tribus de la tierra se golpearn el pecho y vern al Hijo del Hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria."
Por el fin de Jerusaln, solo la pequea Tierra se afanaba. Pero por este fin universal se conmueve el Cielo. En la gran oscuridad repentina no se oir ms que el zumbido de las aguas y los gritos de espanto. Es el Da del Seor. El da de la ira del Seor que de antiguo anunciaron Ezequiel y Jeremas, Isaas y Joel. "El Da del Seor est cercano y vendr como tempestad mandada por el Omnipotente. Da de tinieblas y de calgine . . . La tierra, que a su venida era un paraso de delicias, queda devastada y desierta . . . Se aterrorizarn las gentes y sus rostros palidecern. Todos los brazos languidecern y desfallecern todos los corazones. Y sern heridos de espanto; angustias y dolores les sobrecogern; pasarn fatigas como una parturienta; cada cual mirar estupefacto a su vecino. . . He aqu que llega el da del Seor, da de horror, de indignacin, de ira y de furor, para reducir la tierra a desierto y barrer de ella a los pecadores. Las estrellas del cielo y sus constelaciones no darn luz y se ennegrecern; el sol se oscurecer en su salida y la luna no esparcir su claridad. Los cielos se enrollarn como un pergamino y toda su milicia caer como cae la hoja de la via y de la higuera."
Este es el da del Padre, da de oscuridad en el cielo y de terror en la tierra. Pero luego empieza el da del Hijo.
No aparece esta vez en el fondo de un Establo, sino en lo alto del Firmamento; no ya escondido y miserable, sino en la potencia y esplendor de la gloria. "Y enviar a sus ngeles, los cuales, a son de trompeta vibrante, reunirn a sus elegidos por los cuatro
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vientos, de un extremo al otro del cielo." Y cuando los sonidos celestiales hayan despertado a todos los durmientes en los sepulcros, comenzar la irrevocable eleccin.
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria con todos los ngeles, entonces se sentar en su trono glorioso. Y todas las gentes estarn reunidas ante l; y l separar a los unos de los otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos; y pondr las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces, el Rey dir a los de su derecha: Venid, vosotros, benditos de mi Padre; tomad posesin del reino que os ha sido preparado desde el origen del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era extranjero y me acogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en prisin, y vinisteis a verme. Entonces los Justos le respondern: Seor: cundo te hemos visto con hambre ni te hemos dado de comer? O con sed y dndote de beber? Cundo te hemos visto forastero y te hemos hospedado, o desnudo y te hemos vestido? Cundo te hemos visto enfermo o en prisin y hemos ido a verte? Y el Rey les responder: En verdad os digo que cuanto habis hecho al ms pequeo de uno de estos hermanos mos a m lo habis hecho."
Entonces dir tambin a los de la izquierda: "Idos, malditos, al fuego eterno, que est preparado para el diablo y sus ngeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber: fui forastero y no me acogisteis: estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en prisin y no me visitasteis." Entonces aqullos respondern a su vez: "Seor: cundo te hemos visto tener hambre o sed, o ser forastero o estar desnudo o enfermo o en prisin, y no te hemos asistido? Entonces l les responder: En verdad os digo que lo que no le habis hecho a uno de los ms pequeos de stos, tampoco a m me lo habis hecho. Y stos irn al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
Jess, ni aun en su gloria de juez del ltimo da, olvida a los pobres y los infelices a quienes tanto ha amado en su primera venida. Quiso aparecer como uno de los "ms pequeos" que tienden la mano a las puertas y de los que tienen asco los "grandes". Fue sobre la tierra, en tiempo de Tiberio, el que tuvo hambre de pan y de caridad, el que tuvo sed de agua y de martirio, el que fue como extranjero en su pas y no reconocido por sus hermanos, el que se desnud por vestir al que tiritaba, el que estuvo enfermo de tristeza 256
sin que nadie le consolase, el encarcelado en la vil prisin de la carne, en la angosta prisin llamada Tierra. Fue el divino hambriento de almas, el sediento de fe de esas mismas almas, el forastero venido de una patria inefable, el desnudo bajo el ltigo y los salivazos, el enfermo de la sagrada locura del amor hacia los hombres.
El cdigo de la eleccin tiene un solo ttulo: caridad. l ha seguido viviendo todo el tiempo que corre entre el primero y el segundo advenimiento bajo las apariencias de los desgraciados y de los pobres, de los enfermos y de los martirizados, de los peregrinos y de los esclavos. Y ahora paga sus deudas. Las misericordias hechas por amor de Dios a "los pequeuelos", a l le fueron hechas, y l dar las recompensas en nombre de todos. Aquellos que no le recibieron cuando apareci en los innumerables cuerpos de los miserables sern condenados a la pena eterna, porque, apartando de s al desventurado, apartaron a Dios; negando el pan, el agua y el abrigo al pobre, condenaron al Hijo de Dios al fro, a la sed, al hambre. El Padre no ha menester de vuestros socorros, porque todo es suyo y os ama hasta en el momento en que lo maldecs. Pero se debe amar al Padre, no slo por s mismo, sino tambin en la persona de sus hijos. Y los que no calmaron la sed del sediento tendr sed por la eternidad; los que no consolaron al preso, sern presos de la Gehenna por toda la eternidad; los que no recibieron al forastero, jams sern recibidos en los cielos; y los dientes de aquel que no asisti al calenturiento rechinarn con escalofros de eterna fiebre.
El gran Pobre, en el da de su gloria, retribuir a cada cual con sus infinitas riquezas, segn justicia. Quien ha amado a Dios sobre todo, y por l dado un poco de vida a los pequeos, tendr la vida para siempre; quien ha abandonado a los pequeos en las penas, tendr pena para siempre. Y entonces el cielo desnudo se poblar de otros soles ms potentes, las estrellas brillarn con ms fuerza en el cielo y habr un nuevo cielo y una nueva tierra, y los elegidos vivirn, no como hoy aqu, abajo, sino semejantes a ngeles.
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Hasta el fin, los Doce quedan callados como doce piedras. Tienen al lado la verdad y no la ven; tienen en medio de ellos la Luz y la Luz no les penetra. Si estuviesen, al menos, entre las piedras, como los diamantes, que devuelven, partido en reflejos, el rayo que los hiere! Pero son piedras toscas, sacadas apenas de la oscuridad de la cantera; piedras sordas, piedras opacas, piedras a las que calienta el sol, pero sin abrasarlas; piedras que se encienden por fuera, pero no restituyen el resplandor. No han comprendido an que Jess no es un vulgar adivino, discpulo de los Caldeos o de Tagetes, y que nada tiene que ver con las presuntuosas bravatas de los astrlogos. No han comprendido que una prediccin a fecha fija no tendra sobre los hombres eficacia inmediata para una reforma que requiere perpetua vigilancia. Tal vez no han comprendido bien que el Apocalipsis revelado en el Monte de los Olivos es una doble profeca, que se refiere a dos sucesos diferentes y lejanos uno de otro. Tal vez aquellos pescadores, para los que un lago era el mar y la Judea el universo, confundieron el fin del pueblo hebreo con el fin del gnero humano, el castigo de Jerusaln con la segunda venida de Cristo.
Pero los discursos de Jess, aunque aparezcan yuxtapuestos en la redaccin de los Sinpticos, nos demuestran dos predicciones distintas, dos grandes plazos.
La primera anuncia el fin del reino judaico, el castigo de Jerusaln, la destruccin del Templo; la segunda, el fin del mundo, la reaparicin de Jess, el juicio universal y el principio del reino glorioso. La primera se da como prxima "no pasar esta generacin sin que estas cosas hayan sucedido" y como local y limitada, porque se refiere nicamente a la Judea y de modo particular a su metrpoli. No se saben el da ni la hora de la segunda, porque algunos acontecimientos, lentos en realizarse, han de preceder al fin que ser, a diferencia del otro, universal.
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La primera, en efecto, se cumpli ya al pie de la letra, punto por punto, sin haber pasado siquiera cuarenta aos despus de la Crucifixin, cuando todava vivan muchos de los que haban conocido a Jess. La segunda venida, la Parusa triunfante, cotidianamente recordada en el Smbolo de los Apstoles, es esperada an por los que creen a quien dijo en aquel da: "Pasarn el cielo y la tierra; pero mis palabras no pasarn."
Pocos aos haca que haba muerto Jess cuando se empezaron a mostrar las seales del primer anuncio. Los falsos profetas, falsos cristos, los falsos apstoles pulularon en Judea como las culebras que salen de sus escondrijos a la llegada de la cancula. Antes de que Poncio Pilato saliese para el destierro se alz en Samaria un impostor que prometa descubrir los vasos sagrados del Tabernculo enterrados por Moiss en lo alto del Monte Garizim. Los Samaritanos crean que esa exhumacin sera el preludio del advenimiento del Mesas, y una gruesa mesnada se reuni amenazadora en el monte hasta que la dispersaron las espadas romanas.
Bajo Cuspio Fado, el procurador que gobern del 44 al 66, surgi cierto Teuda que se las daba de gran personaje y prometa grandes prodigios. Cuatrocientos hombres lo siguieron; pero fue preso y decapitado; y los que le haban prestado fe reducidos a nada. Despus lleg un hebreo de Egipto, que consigui reunir cuatro mil desesperados y acamp en el Monte de los Olivos, anunciando que a una seal suya se veran caer las murallas de Jerusaln. El procurador Flix lo atac y le oblig a huir al desierto.
Entre tanto, en Samaria se haca un gran nombre el famoso Simn Mago, que embaucaba a las gentes con prodigios y encantamientos y se llamaba la Potencia de Dios, y todos le seguan. Viendo los milagros de Pedro quiso hacerse cristiano, imaginndose que el Evangelio no era ms que uno de tantos misterios orientales y que bastaba iniciarse en l para adquirir nuevos poderes. Simn Mago, rechazado por Pedro, se convirti en padre de herejas. Crea que de Dios sali la Ennoia y que sta se halla ahora prisionera en los seres humanos. Segn l, la Ennoia haba encarnado en Elena de Tiro, ramera que le segua por doquier, y la fe en l y en Elena era condicin necesaria para salvarse. De l aprendieron Cerinto, el primer gnstico, contra el cual escribi Juan su Evangelio, y Menandro, que se vanagloriaba de ser el salvador del mundo. Otro, Elkasai confunda el antiguo y el nuevo pacto, fantaseaba acerca de mltiples encarnaciones adems de la del 259
Verbo, y se perdi en la magia y la astrologa con sus discpulos. Hegesipo cuenta que un tal Tebutis, por celos de Simen, segundo obispo de Jetusaln, cre una secta que reconoca en Jess al Mesas, pero que en todo lo dems permaneca fiel al antiguo judasmo. Pablo, en las epstolas a Timoteo, pone en guardia a los "santos" contra Himeneo, Fileto y Alejandro, "obreros fraudulentos, disfrazados de apstoles de Cristo", que tergiversaban la verdad y esparcan la mala semilla de las herejas en las primeras iglesias. Un Dositeo se atribua el nombre de Cristo, y un Nicols engendraba con sus errores la secta de los Nicolastas, condenados por Juan en el Apocalipsis. Y los Zelotes fomentaban continuos tumultos afirmando que se deba expulsar a los Romanos y a todos los gentiles para que Dios volviese al fin a triunfar con su pueblo.
La segunda seal, la persecucin, no se hizo esperar. Apenas los discpulos empezaron a predicar el Evangelio en Jerusaln, Pedro y Juan fueron arrojados a la prisin; puestos en libertad, de nuevo fueron presos y flagelados, con orden de no volver a hablar en nombre de Jess. Esteban, uno de los nefitos, ms ardientes, es conducido fuera de la ciudad por el pueblo y lapidado.
Bajo el gobierno de Agripa, comienzan de nuevo las tribulaciones. En el 42, el descendiente de Herodes hizo morir por el hierro a Santiago el Mayor, hermano de Juan, y por tercera vez Pedro fue encarcelado. En el 62, Santiago el Menor, llamado el Justo, fue arrojado desde el terrado del Templo, y muerto a pedradas. En el 50, Claudio haba expulsado de Roma a los Judos convertidos al cristianismo. En el 58, por la conversin de Pomponia Grecina, empez tambin en la capital del Imperio la guerra a los convertidos. En el 64, el incendio de Roma, querido y llevado a cabo por Nern, da pretexto a la primera gran persecucin. Una muchedumbre innumerable de cristianos obtiene el martirio en Roma y en las provincias. Muchos son crucificados; otros, envueltos en la tnica molesta; algunos, embutidos en pieles de animales, son dados a comer a los perros; muchos, figurantes forzados de comedias infernales, constituyen un espectculo en los anfiteatros y acaban su vida entre los dientes de los leones. Proceso, Martiniano, Basiliso y Anastasio, en Roma; Hermgoras, Fortunato, Eufemia, Dorotea, Tecla y Erasma, en Aquileya; Ursicino, Vital y Valeria, en Rvena; Gervasio, Protasio, Nazario y Celso, en Miln; Alejandro, en Brescia; Paulino, Flix y Constanza, en Etruria, son asesinados en aquellos aos. Pedro muere en la cruz clavado cabeza abajo. 260
Pablo acaba bajo el hacha una vida que haba sido, despus de su conversin, una serie de tormentos. Diez aos antes de su muerte, el 57, haba sido flagelado cinco veces por los Judos, azotado con varas por los Romanos tres veces, siete veces encarcelado, tres veces nufrago y en Listra lapidado y dejado por muerto. La mayor parte de los dems discpulos sufrieron la misma suerte. Toms fu martirizado en la India, Andrs crucificado en Patras y Bartolom en Armenia. En la cruz, como su Maestro, acabaron Simen Zelotes y Matas. No faltaron las guerras y los rumores de guerras. Cuando Jess fue muerto, duraba todava en el mundo la paz de Augusto. Pronto, sin embargo, se levanta "pueblo contra pueblo, y nacin contra nacin". Bajo Nern, los Britanos derrotan y hacen una gran matanza a los Romanos; los Partos se rebelan y hacen pasar bajo el yugo a las legiones; la Armenia y la Siria se agitan contra el dominio extranjero; la Galia se alza con Julio Vindez. Nern est prximo a su fin: las legiones de Espaa y de la Galia proclaman emperador a Galba; Nern, tras huir de la Casa de Oro, consigue ser cobarde hasta en el suicidio. Galba entra en Roma, pero no portador de paz. Ninfidio Sabino en Roma, Capito en Germania, Clodio Marco en frica, le disputan el Imperio. Todos estn descontentos de l: el 15 de enero del 69 los pretorianos le asesinan y aclaman a Otn. Pero las legiones de Germania haban proclamado ya a Vitelio, y se dirigen hacia Roma. Vencido Otn en Bedriaco, se mata. Pero tampoco Vitelio consigue reinar. Las legiones de Siria eligen a Vespasiano, el cual manda a Italia a Antonio Primo. Los vitelianos, son derrotados en Cremona y en Roma; Vitelio, el cerdo voraz, es asesinado el 20 de diciembre del 69. Entre tanto, estalla en el septentrin la insurreccin de los Btavos con Claudio Civil, cuando todava no est domada en Oriente la de los judos. En menos de dos aos es invadida Italia por dos veces, dos veces tomada Roma, dos emperadores se matan y otros dos son muertos. Y hay guerras y rumor de guerras en el Rhn y en el Danubio, en el Po y en el Tber, a orillas del mar del Norte, a los pies del Atlante y del Tabor.
Los dems azotes anunciados por Jess acompaan en aquellos aos la conmocin del Imperio. Calgula el Loco se lamentaba que durante su reino no sucediese nada espantable, y deseaba carestas, pestes y terremotos. No se cumplieron los deseos del epilptico pederasta e incestuoso; pero en tiempo de Claudio una serie de cosechas escasas llev la caresta hasta Roma. Bajo Nern, a la caresta se aadi la peste, y slo en Roma, en un solo otoo, el tesoro de Venus Libitina registr treinta mil muertos. 261
En el 61 y el 62 los terremotos sacudieron el Asia, la Acaya, la Macedonia; especialmente las ciudades de Hierpolis, de Laodicea y de Colosas experimentaron graves daos. En el 63, le toc a Italia: en Npoles, Nocera y Pompeya tembl la tierra; toda la Campania fue presa del terror. Y, por si no bastase, tres aos despus, en el 66, la Campania fue devastada por trombas areas y marinas que destruyeron las cosechas y agravaron las amenazas del hambre. Y mientras Galba entraba en Roma (68), la tierra, con un ruido formidable, tembl bajo sus pies. Todo haba sucedido: ahora haba llegado la plenitud de los tiempos para el suplicio de la Judea.
El terremoto que sacudi a Jerusaln el viernes del Glgota fue como la seal de las convulsiones judaicas. Durante cuatro aos el pas de los Deicidas no tuvo paz la paz de la derrota y de la esclavitud hasta el da en que no qued piedra sobre piedra del Templo.
Pilatos, Cuspio Fado y Agripa haban tenido que dispersar las bandas de los falsos Mesas. Bajo el procurador Tiberio Alejandro, el primer levantamiento serio del partido de los fanticos, de los Zelotes, termin con la crucifixin de Santiago y Simen, hijos de Judas el Galileo, que lo haban capitaneado. El procurador Ventidio Cumano (4852) no tuvo un da de tranquilidad; los Zelotes, a los que se unan, ms feroces an, los Sicarios, no cedieron. Bajo el procurador Flix no cesaron los tumultos; bajo Albino, las llamas de la revolucin estallaron con mayor mpetu. Por ltimo, en tiempo de Gessio Floro (6466), ltimo procurador de Judea, el incendio que desde tanto tiempo apuntaba sin apagarse nunca, prendi en todo el pas. Los Zelotes se apoderaron del Templo; Floro tuvo que huir; Agripa, que fue en calidad de pacificador, fue apedreado. Jerusaln cay en poder de Menahen, otro hijo de Judas el Galileo; Zelotes y Sicarios, dueos del campo, hicieron estragos en los no judos y en los judos que parecan tibios a sus ojos furiosos.
Y he aqu, por fin, "la abominacin de la desolacin" profetizada por Daniel y recordada por Cristo. La profeca de Daniel se haba cumplido ya una primera vez cuando Antoco Cuarto Epifanes haba profanado el Templo poniendo en l la imagen de Jpter Olmpico. En el 39, Calgula el Loco, que se haba proclamado Dios y como Dios se haca adorar en varios lugares, haba ordenado al procurador Petronio que colocase la estatua imperial en el recinto del Templo; pero haba muerto antes de que la orden fuese llevada a cabo por 262
el procurador. Jess, sin embargo, aluda a muy otra cosa que a las imgenes. El lugar santo, ocupado por los Sicarios durante la gran rebelin, se convirti en refugio de asesinos, y los patios majestuosos fueron baados en sangre, incluso en sangre sacerdotal. Y la Ciudad Santa padeci tambin la abominacin de la desolacin porque, en septiembre del 66, Cestio Gallo, a la cabeza de cuarenta mil hombres, llegando para dominar a los insurrectos, acamp en torno a Jerusaln con aquellas enseas imperiales de las que los Judos tenan horror corno idoltricas y que, por condescendencia de los emperadores, no haban sido hasta entonces introducidas en la ciudad.
Pero Cestio Gallo, encontrando ms resistencia de la que imaginaba, se retir, y la retirada se troc en fuga, con gran jbilo de los Zelotes, que vieron en aquella victoria una seal de la divina ayuda. En aquel tiempo, entre el primero y el segundo asedio, cuando ya la doble abominacin haba desolado el templo y la ciudad, los cristianos de Jerusaln, recordando el vaticinio de Jess, huyeron a Pella, del otro lado del Jordn. Pero Roma no quera ceder ante los Judos. Se le dio el mando de la empresa punitiva a Tito Flavio Vespasiano, que, reuniendo el ejrcito en Tolemaide, en el 67, march contra Galilea y la someti. Mientras los romanos tomaban cuarteles de invierno, Juan de Giscala, uno de los jefes de los Zelotes, refugindose en Jerusaln, al frente de bandas de Idumeos, derrib el gobierno aristocrtico y la ciudad se vio llena de tumultos y de sangre. Vespasiano, al partir para Roma y asumir el imperio, confi el mando a su hijo Tito que, por las fiestas de Pascua del 70, lleg ante Jerusaln, y la cerc. Entonces comenzaron los das horribles. Los Zelotes, tomados de frenes furibundo, aun en el colmo del peligro, se dividieron en facciones, que se disputaron por las armas el dominio de la ciudad.
Juan de Giscala ocupaba el Templo; Simn de Gerasa, la ciudad baja; y sus partidarios degollaban a aquellos a quienes los Romanos no haban muerto an. Entre tanto, Vespasiano se apoderaba de dos recintos de murallas y de una parte de la ciudad; el 5 de julio cay en su poder tambin la Torre Antonia. A los horrores de los asesinatos fratricidas se aadieron los del hambre. La caresta era tal, que, segn refiere Flavio Josefo, se vio a madres que mataron a sus hijos para comrselos. El 10 de agosto, el Templo fue tomado y quemado; los Zelotes consiguieron guarecerse en la ciudad alta, pero, vencidos por el hambre, tuvieron que rendirse el 7 de septiembre. 263
Las profecas de Jess se cumplan. La ciudad fue destruida por orden de Tito, y del Templo, arruinado por el incendio, no qued piedra sobre piedra. Los Judos que haban sobrevivido al hambre o a la espada de los Sicarios, fueron asesinados por la soldadesca victoriosa. Los que todava quedaron fueron deportados a Egipto, a trabajar en las minas, y muchsimos fueron muertos, para diversin de la plebe, en los anfiteatros de Cesarea y de Berito. Algunos centenares, de los ms bellos, fueron llevados prisioneros a Roma, para figurar en el triunfo de Vespasiano y de Tito, y en Roma, Simn de Jaira y otros Jefes Zelotes fueron degollados ante los dolos que odiaban.
"Yo os digo que no pasar esta generacin sin que todas estas cosas se hayan cumplido." Era el ao 70 despus de Cristo, y muchos de sus contemporneos no haban descendido an al sepulcro cuando estas cosas ocurran. Uno al menos de los que le escuchaban en el Monte de los Olivos, Juan, fue testigo del castigo de Jerusaln y de la ruina del Templo. En el tiempo profetizado, las palabras de Jess fueron confirmadas, con atroz exactitud, por una historia de sangre y de fuego.
LA PARUSIA
El primer fin, el fin parcial, local, el fin del pueblo deicida, se ha cumplido. Conforme a la sentencia de Cristo, las piedras del Templo estn diseminadas entre los escombros, y los fieles del Templo han muerto en los suplicios o estn dispersos entre las naciones.
Queda la otra profeca, la segunda. Cundo volver el Hijo del Hombre sobre la nube del cielo, precedido por las tinieblas, anunciado por las trompetas de los ngeles? Nadie, dice Jess, puede decir el da de su advenimiento. El Hijo del Hombre es comparado a un relmpago que alumbra de pronto de Levante a Poniente, a un ladrn que viene cautelosamente en la noche, a un amo que se ha ido lejos y vuelve de improviso a sorprender a sus servidores. Es menester velar y estar dispuestos. Purificaos, porque no sabis cundo llegar, y ay del que no sea digno de presentarse ante l? "Cuidad de vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se entorpezcan por la crpula, por la 264
embriaguez y por las afanosas solicitudes de esta vida, y ese da os coja de improviso, como un lazo; porque de esa manera precisamente vendr sobre todos los habitantes del mundo entero.
Pero si Jess no anuncia el da, nos dice qu cosas han de cumplirse antes de ese da. Esas cosas son dos: que ser predicado el Evangelio del Reino a todos los pueblos y que los Gentiles no pisotearn ms a Jerusaln. Esas dos condiciones estn cumplidas en nuestros tiempos y tal vez el gran da se acerca. No hay ya en el mundo nacin civil o tribu brbara donde los sucesores de los Apstoles no hayan predicado el Evangelio; desde 1918, los Musulmanes ya no mandan en Jerusaln, y hasta se habla de una resurreccin del Estado judaico. Cuando, segn las palabras de Oseas, los hijos de Israel, durante tanto tiempo sin rey y sin altar, se convierten al hijo de David y se vuelven temblorosos a la bondad del Seor, el fin de los tiempos estar prximo.
La Parusa no puede estar lejos. Una vez ms, en estos aos, las naciones se han lanzado contra las naciones, y la tierra ha temblado haciendo estragos de vidas, y las pestes, las carestas, los motines han diezmado los pueblos. Las palabras de Cristo son traducidas y predicadas en todas las lenguas. Soldados que creen en Cristo, aunque no todos fieles a los herederos de Pedro, mandan en aquella ciudad que despus de su ruina estuvo en poder de Romanos, de Persas, de Arabes, de Egipcios y de Turcos.
Pero los hombres no se acuerdan de Jess y su promesa. Viven como si el mundo hubiese de durar siempre como hasta aqu y no se afanan ms que por sus intereses terrestres y carnales. "En efecto dice Jess , como en los das antes del Diluvio se coma y se beba, se tomaba mujer o marido, hasta el da en que No entr en; el arca, y nada advirti la gente hasta que vino el diluvio que se los llev a todos, as suceder al advenimiento del Hijo del Hombre. As sucedi en los das de Lot: se coma, se beba, se compraba y se venda, se plantaba, se edificaba; pero el da en que Lot sali de Sodoma cay del cielo una lluvia de fuego y azufre que a todos los hizo perecer. Lo mismo suceder el da en que el Hijo del Hombre se manifieste".
Lo mismo sucede en nuestros das, pese a las guerras y las pestes que han segado millones de vidas en pocos aos. Se come y se bebe, se casan, se fabrica, se compra y se 265
vende, se escribe y se juega. Y nadie piensa en el gran da que, como el ladrn, llegar, ignorado, en la noche; nadie espera al verdadero dueo que volver de improviso; nadie escruta el cielo para ver si el relmpago surge de Oriente para brillar hasta Poniente.
La vida larval de los vivos es como un sueo delirante de febril pesadilla. Parecen despiertos porque deliran tras los bienes que son barro y veneno. No miran a lo alto, no temen ms que a sus hermanos. Tal vez esperan que los despierten, a ltima hora, los muertos que resucitarn al aproximarse el Resucitado.
EL INDESEADO
Mientras Jess condena a Jerusaln y su Templo, los vividores del Templo y los seores de Jerusaln estn preparando su condena.
Todos cuantos poseen, ensean y mandan, esperan nicamente el momento propicio para asesinarlo sin peligros. El que tiene un nombre, una dignidad, una escuela, una tienda, un oficio sagrado, una fraccin de autoridad, est contra l. Creen, con la imbecilidad propia de los tribunales populares, que se salvarn condenndolo a muerte, y no saben que su muerte sealar precisamente el principio de los castigos.
Para imaginarse bien el odio que acumulaban las clases altas de Jerusaln contra Jess odio de los sacerdotes, odio de los escribas, odio de los mercaderes es menester recordar que la santa ciudad viva en apariencia para la fe; pero, en realidad, a costa de la fe. Slo en la metrpoli del judasmo se podan ofrecer a Dios sacrificios valederos y aceptables, y por eso acudan todos los aos, especialmente en los das de las grandes fiestas, masas de Israelitas de las tetrarquas palestinenses y de todas las provincias del Imperio. El Templo no era solamente el nico santuario de los judos, sino que, para cuantos estaban adscritos a l y para los dems que a sus pies vivan, era la gran ubre nodriza que alimentaba a la capital con los productos de las vctimas, de las ofrendas, de los diezmos y, sobre todo, con las ganancias que lleva consigo la continua afluencia de 266
forasteros. Flavio Josefo cuenta que se reunieron en Jerusaln, en circunstancias extraordinarias, hasta tres millones de peregrinos.
La poblacin estable coma todo el ao mientras el Templo existi; la fortuna de los traficantes de ganado, de los vendedores de vveres, de los cambistas de moneda, de los posaderos y de los artesanos mismos, dependa de la fortuna del Templo. La casta sacerdotal, que sin los Levitas que eran un buen nmero contaba en tiempos de Cristo veinte mil descendientes de Aarn, obtena sus rentas de los diezmos en especie, de los impuestos del Templo, del rescate de los primognitos los primognitos de los hombres pagaban cinco siclos por cabeza y se alimentaban con la carne de los animales sacrificados, de los cuales slo se quemaba la grasa. Les correspondan las primicias de los rebaos y de las cosechas; hasta el pan les daba el pueblo, porque toda cabeza de familia haba de entregar a los sacerdotes la vigsimo cuarta parte del pan que se coca en su casa. Muchos de ellos, como hemos visto, lucraban incluso con la cra de los animales que los fieles haban de comprar para las ofrendas; otros estaban en sociedad con los cambistas, y no es imposible que algunos de ellos fueran verdaderos banqueros, porque el pueblo sola depositar sus ahorros en las cajas del Templo.
Un haz convergente de intereses proceda, pues, de la mole herodiana para llegar hasta el tenderete del feriante y el zaquizam del vendedor de sandalias. Los sacerdotes vivan del Templo y muchos de ellos eran mercaderes y ricos; los ricos se aprovechaban del Templo para aumentar sus ganancias y mantener el pueblo a raya; los mercaderes hacan negocios con los ricos que pueden gastar, con los sacerdotes que les asociaban a ellos y con los peregrinos atrados al Templo de todas partes del mundo; los braceros y los pobres vivan de los residuos y migajas que caan de la mesa de los sacerdotes, de los ricos, de los mercaderes y de los peregrinos.
La religin era, pues, entonces, la industria mxima y tal vez nica de Jerusaln; el que atentase contra aquella religin, contra sus representantes y contra el monumento visible que era la sede ms famosa y fructfera del culto judo, por fuerza haba de ser considerado como enemigo del pueblo de Jerusaln, y particularmente de las castas ms acomodadas y prsperas.
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Jess, con su Evangelio, amenazaba indirectamente las posiciones y los medios de vida de tales clases. Si todas aquellas prescripciones rituales iban a ser abolidas, ya no haba lugar para los Escribas y doctores de la Ley, que de su enseanza sacaban para vivir. Si Dios desdeaba los sacrificios de animales, los sacerdotes judos podan cerrar ya su santuario y cambiar de oficio; los traficantes de bueyes, de corderos, de ovejas, de cabritos, de palomas y de pjaros veran disminuir y. acaso, desaparecer sus ingresos. Si para ser amados de Dios era necesario cambiar de vida y no bastaba lavar el vaso y pagar puntualmente los diezmos, la influencia y la autoridad de los Fariseos se reducan a la nada. Si llegaba el Mesas, en fin, y declaraba abolida la primaca del Templo de Jerusaln e intiles aquellos sacrificios, la capital del culto se convertira, de un da a otro, en ciudad desposeda y, andando el tiempo, en oscuro lugar de empobrecidos, en un desierto.
Jess, que prefera a los pescadores, con tal que fuesen puros y amantes, antes que a los sinedritas; que prefera los pobres a los ricos: que estimaba ms a los nios ignorantes que a los escribas orgullosos de su ciencia, haba de atraer por fuerza sobre su cabeza el odio de los levitas, de los mercaderes y de los doctores. El Templo, la Academia y el Banco estaban contra l. Cuando la vctima est dispuesta llamarn, aunque a regaadientes, a la espada romana para que la sacrifique por la tranquilidad de ellos.
Ya desde haca algn tiempo la vida de Jess era blanco de asechanzas. Al decir de los Fariseos, desde los ltimos tiempos de su estancia en Galilea, Herodes lo buscaba para matarlo. Tal vez fue ese aviso lo que le llev a Cesarea de Filipo, fuera de Galilea, donde predijo su Pasin.
Desde su llegada a Jerusaln los jefes de los sacerdotes, los Fariseos y los Escribas, estaban en derredor suyo para tenderle lazos y espiar sus palabras. Aquel enjambre inquieto y venenoso solt tras l a algunos espas que, dentro de pocos das, se convertirn en testigos falsos y, como refiere Juan, hasta se dio orden a ciertos guardias de prenderlo; pero no tuvieron valor para ejecutarlo. Los latigazos a los ganaderos y los cambiadores, la invectiva contra Escribas y Fariseos pronunciada a grandes voces, las alusiones a la ruina del Templo colmaron la medida. El tiempo apremiaba. Jerusaln estaba llena de forasteros y muchos le escuchaban. Poda producirse algn desorden, un tumulto, una sublevacin tal vez de las bandas provincianas, menos afectas a los 268
privilegios e intereses de la metrpoli. Para cortar el riesgo desde el principio, no vean medio ms seguro que quitar de en medio a Jess. No haba tiempo que perder. Y las vulpejas del altar y del negocio, que ya se haban entendido con medias palabras, decidieron reunir el Sanedrn para poner en consonancia la ley con el asesinato.
El Sanedrn era la asamblea de los notables, el consejo supremo de la aristocracia dominante en la capital. Estaba compuesto de sacerdotes, celosos de la clientela del Templo que se haban erigido en depositarios de la ley y de la tradicin: de Ancianos, que representaban los intereses de la burguesa opulenta y moderada.
Todos estuvieron de acuerdo en que haba que prender a Jess con engao y matarlo por blasfemo del sbado y del Seor. nicamente Nicodemus intent una defensa procesal; pero al punto le taparon la boca.
"Qu hacemos? decan Este hombre hace milagros y muchos le siguen. Si le dejamos, todo el mundo creer en l y los Romanos vendrn a destruir nuestra ciudad y nuestra nacin". Es la razn de Estado, la salvacin de la Patria a que apelan siempre los hipcritas para enmascarar de legalidad ideal la defensa de su particular inters.
Caifs, que aquel ao era Gran Sacerdote, resolvi las dudas con la mxima que ha justificado siempre ante la sabidura del mundo la inmolacin del inocente. "Vosotros no entendis nada y no reflexionis que os tiene cuenta que un hombre solo muera por el pueblo y que no perezca toda la nacin". La mxima, en boca de Caifs, y en aquella ocasin, y por lo que se sobrentenda, era infame y, como todos los discursos pronunciados en el Sanedrn, hipcrita. Pero elevada a un sentido superior cambiando "nacin" por "humanidad" , el presidente del patriciado circunciso enunciaba un principio que el propio Jess haba aceptado en su corazn.
No saba Cafs l, a quien estaba reservado, como Sumo Sacerdote, el entrar en el Sancta Sanctorum para ofrecer expiaciones por los pecados del pueblo hasta qu punto sus palabras tan groseras de expresin y cnicas en la intencin, se conformaban en el fondo con el pensamiento de su vctima.
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La idea de que slo el Justo poda satisfacer por la injusticia, de que slo el Perfecto poda purgar los delitos de los pecadores, de que slo el Puro poda liquidar las deudas de los innobles, de que slo Dios, en su infinita magnificencia, poda expiar las culpas que el hombre ha cometido contra l; esa idea, que le parece al hombre el pice de la locura, precisamente porque es el summum de la sabidura divina, no brillaba ciertamente en el alma infecta del Saduceo, cuando arrojaba como cebo a los setenta cmplices el sofisma destinado a acallar los eventuales remordimientos. Caifs, que haba de ser, juntamente con las espinas de la corona y la esponja del vinagre, uno de los instrumentos de la Pasin, no crea ofrecer en aquel momento un testimonio solemne, aunque velado e involuntario, de la divina tragedia que estaba por comenzar.
Con todo, el principio de que el inocente puede pagar por los culpables, de que la muerte de uno solo puede favorecer la salvacin de todos, no era completamente ajeno a la conciencia antigua. Los mitos heroicos de los paganos conocan y celebraban los sacrificios voluntarios de los inocentes. Recordaban a Plades, que se ofreca al suplicio, en lugar de Orestes, culpable; a Macaria, de la sangre de Heracles, que salvaba con su propia vida la de sus hermanos; a Alcestes, que aceptaba la muerte para desviar de su Admeto la venganza de Artmide; a las hijas de Erecteo, que se inmolaban para que su padre escapase a los golpes de Neptuno; al viejo rey Codro, que se arrojaba al Iliso para que sus Atenienses alcanzasen la victoria; a Decio Mure y su hijo, que se consagraban a los Manes en el fragor de la batalla, para que triunfasen los Romanos de los Samnitas, y a Curcio, que se lanzaba armado al precipicio por la salud de la patria, y a Ifigenia, que ofreca el cuello al cuchillo para que la flota de Agamenn navegase felizmente hacia Troya. En Atenas, durante las fiestas Tergelias, se mataba a dos hombres para apartar de la ciudad las sanciones divinas; Epimnides el sabio, para purificar Atenas profanada por el asesinato de los secuaces de Ciln, recurri a sacrificios humanos sobre las tumbas; en Curio de Chipre, en Terracina, en Marsella, se arrojaba todos los aos al mar, en pago de los delitos de la comunidad, a un hombre, considerado como salvador del pueblo.
Pero estos actos, aun si eran espontneos, solan ofrecerse por la salvacin de un hombre solo o de un grupo reducido de hombres; y lejos de expiar los pecados, aadan casi siempre un nuevo crimen a los que se pretenda expiar; casos de afecto privado o de delitos supersticiosos. 270
No se haba visto un hombre que cargase con todos los pecados de los hombres, a todo un Dios que se encarcelase en la carne para salvar al gnero humano y hacerle capaz de ascender de la bestialidad a la santidad, de la humillacin de la tierra al Reino de los Cielos. El Perfecto que, sin mancharse, asume todas las imperfecciones, el Puro que carga con todas las infamias, el Justo que toma sobre s las injusticias de todos, haba aparecido, con aspecto de miserable y fugitivo, en los das de Caifs. El que ha de morir por todos, el pobre Galileo, que inquieta a los ricos y a los sacerdotes de Jerusaln, est all en el Monte de los Olivos, a poca distancia del Sanedrn. Los setenta, que no saben que en aquel momento cooperan a los designios del perseguido, deciden mandarlo prender antes que llegue la Pascua. Pero como son cobardes, como todos los tiranos, no tienen ms que un temor: el miedo a la gente que ama a Jess: "Y los prncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban la manera de prenderlo con engao y matarlo, porque decan: No lo hagamos durante la fiesta, no suceda algn tumulto popular. A sacarlos de apuros vino, al da siguiente, uno de los Doce: el que tena la bolsa, Judas Iscariote.
EL MISTERIO DE JUDAS
Dos nicos seres en el mundo han sabido el secreto de Judas: Cristo y el Traidor.
Sesenta generaciones han fantaseado acerca de ello, pero el hombre de Carioth, aunque ha dejado en la tierra nubes de discpulos, sigue permaneciendo tenazmente indescifrado. Comprendemos sin esfuerzo lo demonaco de los Herodes, el rencor de los Fariseos, la clera vengativa de Ans y de Caifs, la cobarde debilidad de Pilatos. Pero no comprendemos con igual evidencia la abominacin de Judas. Los cuatro evangelistas nos dicen poco de l y de las razones que le persuadieron a vender a su Rey.
"Satans dicen entr en l". Pero estas palabras no son ms que la definicin de su delito. El mal se apoder de su corazn: de improviso, pues antes de aquel da; antes tal vez, de la cena de Betania, Judas no estaba en manos de su adversario, Pero, por qu se
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precipit en ellas de repente? Por qu Satans entr precisamente en l y no en ninguno de los dems?
Los Treinta Dineros son una suma bien pequea, especialmente para un hombre a quien la riqueza le atraa. En moneda de hoy no llegan a cien pesetas, y aunque su valor efectivo, o, como dicen los economistas, su poder adquisitivo fuese en aquel tiempo diez veces mayor, no nos parece que cien pesetas sean precio suficiente para inducir a un hombre, que sus compaeros lo describen como avaro, a cometer la ms repugnante perfidia que recuerda la historia. Se ha dicho que treinta dineros eran el precio de un esclavo Pero el texto del xodo dice, por el contrario, que treinta siclos eran la indemnizacin que tena que pagar el amo de un buey que hubiese coceado a un esclavo o a una esclava. El caso era harto diverso para que los doctores del Sanedrn pudiesen pensar en aquel momento en la observancia escrupulosa de un precedente.
El indicio ms tremendo en favor de la tradicin que atribuye a avaricia el crimen de Judas, es el oficio que ste se haba reservado entre los Doce. Entre ellos haba un antiguo recaudador, Mateo, al cual casi por derecho hubiera correspondido la guarda de los pocos dineros necesarios a la comunidad para sus gastos. En lugar de Mateo vemos, como depositario de las ofrendas, al hombre de Carioth. El simple manejo de las monedas, aunque sean de oro, suele contagiar; y el evangelista San Juan
terminantemente dice que Judas era "ladrn", y aade: "como tena la bolsa, se llevaba lo que en ella le echaban.
Con todo, no se puede por menos de pensar: Cmo un hombre avariento de dinero permaneci tanto tiempo en tan pobre compaa? De querer vivir del robo, hubiera buscado un puesto ms adecuado y fructfero del que acept. Y de tener necesidad de aquellos miserables Treinta Dineros, no se los hubiera podido procurar de otra manera, incluso huyendo con la bolsa, sin necesidad de proponer a los sacerdotes la compra de Jess?
Estas reflexiones de sentido comn en torno a un delito tan extraordinario han llevado a muchos, desde los primeros tiempos cristianos, a buscar, adems de la avaricia, otros motivos de la venta infame. Una secta de herejes, los Cainitas, invent que sabiendo 272
Judas que Jess, por voluntad suya y del Padre, haba de morir a traicin para que nada faltase al dolor de la gran expiacin , se haba sometido a aceptar con tristeza la gran infamia de la venta para que todo se cumpliese. Instrumento necesario y voluntario de la Redencin, segn ellos, Judas habra sido hroe y mrtir digno de ser venerado y no maldecido.
Segn otros, el Iscariote, que amaba a su pueblo, esperaba su liberacin y tal vez propenda a los sentimientos de los Zelotes; se haba unido a Jess esperando que fuese el Mesas tal como la gente baja se lo imaginaba entonces: el Rey del desquite y de la restauracin de Israel. Cuando, poco a poco, y pese a su cerrazn, se dio cuenta, por las palabras de Jess, de haber tropezado con un Mesas muy diferente, para desahogar la rabia de su desilusin lo entreg a sus enemigos. Pero esta fantasa, a la que ni los textos cannicos ni los apcrifos mismos dan fundamento alguno, no bastara para explicar la conducta del vendedor de Cristo: hubiera podido abandonar a los Doce y echarse en busca de compaeros ms adecuados, que entonces, como se ha visto, no faltaban.
Otro ha dado la siguiente explicacin: Judas haba credo firmemente en Jess, pero ya no crea en l. Ante sus palabras acerca del fin prximo, ante el retraso de la manifestacin victoriosa, haba acabado por perder toda fe en aquel a quien hasta entonces haba seguido. No vea acercarse el Reino y s venir la muerte. Tal vez, husmeando entre el pueblo, haba odo algo de lo que la pandilla tramaba, y tema que el Sanedrn no se contentase con una sola vctima y condenase a cuantos desde tiempo atrs andaban con Jess. Vencido por el miedo que habra sido la forma adoptada por Satans para apoderarse de l pens adelantarse, y as salvar la vida por medio de la traicin. La incredulidad y la cobarda habran sido, pues, los mviles ignominiosos de su ignominia.
Un ingls, clebre comedor de opio, hace, por un camino contrario, una nueva apologa del Traidor. Judas, segn l, crea; es ms: crea demasiado. Estaba de tal manera persuadido de que Jess era el Cristo, que quiso empujarle, entregndolo al Tribunal, a manifestar por fin su legtima Mesianidad. No poda creer tan fuerte era su esperanza que Jess muriese. O, si verdaderamente haba de morir, saba con certeza que resucitara al punto, para comparecer de nuevo a la diestra del Padre como Rey de Israel y del mundo. Para apresurar el gran da, en el cual les sera dada por fin a los discpulos la 273
recompensa de su fidelidad, Judas, seguro de la intangibilidad de su divino Amigo, quiso forzarle la mano y, ponindolo frente a frente de aquellos a quienes haba de desheredar, ofrecerle la ocasin de mostrar su condicin de verdadero Hijo de Dios. El acto de Judas, segn esta teora, no habra sido una traicin, sino error debido a no haber entendido en su sentido exacto la enseanza del Maestro. No habra traicionado, pues, por afn de ganar, por venganza o cobarda, sino por imbecilidad.
Otros, por el contraro, prefieren razonar acerca de la venganza. No se traiciona sin odiar. Por qu odiaba Judas a Jess? Piensan de nuevo en la cena en casa de Simn y en el nardo de la Magdalena. El reproche de Jess, dicen, debi de enfadar al discpulo, que acaso otras veces fuera reprendido ya por su hipocresa y falsedad. Al rencor por la reprensin se aadi la envidia, que alienta siempre en las almas vulgares. Y apenas le pareci que poda vengarse sin peligro, se fue al palacio de Caifs.
Pero pensaba, en verdad, que su denuncia llevara a Jess a la muerte? O supona ms bien que se contentaran con azotarlo y prohibirle que hablase al pueblo? La continuacin de su historia hace pensar que la condena de Jess le estremeci como una consecuencia terrible e inesperada de su beso. Mateo cuenta la desesperacin de Judas de tal manera que hace suponer que verdaderamente el traidor experiment el horror de lo que por su culpa haba sucedido. Las monedas que ha recibido le queman; y cuando los sacerdotes las rehsan, las arroja en el Templo. Tampoco despus de la restitucin tiene tranquilidad, y corre a ahorcarse para morir el mismo da que su vctima. Un remordimiento tan furibundo, que con tanta vehemencia le impulsa a quitarse la vida, hace pensar en los terrores de descubrimientos imprevistos y repentinos.
Las oscuridades, pese a los aspavientos de los descontentadizos, se amontonan en torno al misterio de Judas. Pero todava no hemos invocado el testimonio de Aquel que saba mejor que todos, mucho mejor que Judas, el verdadero secreto de la traicin. Solamente Jess, que vea en el fondo del alma de Iscariote, como en el alma de todos, y que saba antes lo que Judas haba de hacer, podra decir la ltima palabra. Jess escogi a Judas para que fuese uno de los Doce, y portador, como los otros, del Feliz Anuncio. Lo habra escogido, lo habra tenido consigo, junto a s, en su mesa, durante tanto tiempo, de
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haberle tenido por malhechor incurable? Le habra confiado lo que le era ms caro, lo que en el mundo haba para l de ms precioso: la predicacin del Reino de Dios?
Hasta los ltimos das, hasta la ltima noche, Jess no trata a judas de diferente manera que a los dems. A l tambin, como a los otros Once, da su cuerpo bajo la especie de pan, y su sangre bajo la especie de vino. Tambin los pies de Judas aquellos pies que le haban llevado a casa de Caifs son lavados y enjugados por aquellas manos que iban a ser clavadas, con la complicidad de Judas, al da siguiente. Y cuando llega Judas, entre el reflejo de las espadas y el resplandor de las antorchas, bajo la negra sombra de los Olivos y besa el rostro baado todava de sudor sanguneo, Jess no le rechaza, sino que le dice:
Amigo! Es la ltima vez que Jess habla a Judas, y aun en este momento no sabe hallar otra palabra que la acostumbrada, que aqulla que le dirigi la primera vez. Judas no parece ser, para l, el hombre de las tinieblas que viene en la oscuridad para entregarle a los esbirros, sino el amigo, el mismo que pocas horas antes se sentara junto a l, en torno al plato del cordero y de las hierbas, y que ha puesto la boca en su vaso; el mismo que tantas veces, en la hora del descanso, a la sombra de las frondas o de los muros, escuch junto con los dems, como discpulo, como compaero, como hermano, las grandes palabras de la Promesa. Cristo ha dicho en la mesa de la Cena: "Ay de aquel hombre por quien es traicionado el Hijo del Hombre! Ms le valiera a ese hombre no haber nacido". Pero ahora que el Traidor est ante l y se ha consumado la traicin, y a la perfidia de la traicin aade Judas el ultraje del beso, a los labios de Aquel que ha ordenado el amor a los enemigos acude la dulce, la acostumbrada, la divina palabra:
El testimonio mismo del traicionado aumenta nuestra perplejidad, en vez de descorrer el velo del aterrador secreto. Sabe que Judas es un ladrn y le confa la bolsa; sabe que Judas es perverso, y le confa un tesoro de verdades infinitamente ms precioso que todas las monedas del universo; sabe que Judas ha de traicionarlo, y le hace participe de 275
su Cuerpo y de su Sangre en la ltima cena; ve a Judas guiando a los que le ofenden, y le llama una vez ms, como antes, como siempre, con el santo nombre de la amistad.
"Ms le valiera no haber nacido!". Estas palabras, ms que una condena, pueden ser una frase compasiva al considerar el triste destino de Judas. Si Judas odia a Jess, no vemos en ningn momento que Jess sienta enfado por Judas. Porque Jess sabe que el infame comercio de Judas es, en cierta manera, necesario, como la debilidad de Pilato, la rabia de Caifs, los salivazos de los soldados, los maderos de la cruz. Sabe que Judas har lo que piensa, y no le llena de imprecaciones, como no maldice al pueblo que le quiere ver muerto o el martillo que lo clava en el leo. Una sola splica le dirige: "Haz pronto lo que piensas hacer.
El misterio de Judas est atado con doble nudo al misterio de la Redencin, y seguir siendo para nosotros, tan pequeos, un misterio.
Ninguna analoga nos puede iluminar. Tambin Jos fue vendido por uno de sus hermanos que se llamaba Judas, como el Iscariote, y fue vendido a los mercaderes Ismaelitas por veinte monedas de plata. Pero Jos, figura carnal de Cristo, no fue vendido a sus enemigos, no fue vendido para que lo mataran. Y en compensacin de aquella perfidia lleg a ser tan rico que pudo enriquecer a su padre, y tan generoso que pudo perdonar a sus hermanos.
Jess no fue tan slo traicionado, sino vendido; traicionado, por dinero; vendido a bajo precio, cambiado por moneda corriente. Fue objeto de cambio, mercadera pagada y consignada. Judas, el hombre de la bolsa, el cajero, no se present nicamente como delator, no se ofreci como sicario, sino como traficante, como vendedor de sangre.
Si Jess no hubiera sido vendido faltara algo a la completa ignominia de la expiacin; si lo hubieran pagado caro, con trescientos siclos en vez de treinta, en oro y no en plata, la ignominia habra disminuido.
Y si hubiera sido vendido como esclavo, como tantos cuerpos dotados de alma eran vendidos en aquellos tiempos en las plazas; si hubiera sido vendido como una propiedad 276
en renta, como un capital humano, como viviente instrumento de trabajo, la ignominia tambin hubiera sido menor. Pero fue vendido como se vende el inocente cordero que el carnicero compra para matar, para vender despus en pedazos a los que han de comer la carne. El carnicero Caifs no tuvo nunca tan inmensa vctima. Hace casi dos milenios que los cristianos se alimentan de aquella vctima, y todava est intacta.
Cada uno de nosotros ha contribuido, con su parte, para comprar a Judas esa vctima inagotable. Todos hemos contribuido a reunir la cantidad visible que cost la sangre del Libertador; Caifs fue nuestro mandatario. El campo de Aceldama, que fue pagado con aquella moneda; el campo que fue pagado con el precio de la sangre, es nuestra herencia, es cosa nuestra. Y aquel campo se ha agrandado extraordinariamente, se ha dilatado hasta ocupar media faz de la tierra, ciudades enteras, ciudades populosas, pavimentadas, iluminadas, barridas, ciudades de tiendas y burdeles, que resplandecen de norte a medioda. Y para que el misterio sea cada vez mayor, los dineros de Judas, multiplicados mil veces por las traiciones de tantos siglos, por los sucios negocios realizados, y lo que es ms, aumentado con los intereses, han llegado a ser incontables. Ahora ya los contadores arspices de esta edad pueden atestiguarlo todos los recintos del Templo no bastaran para contener las monedas producidas hasta el da de hoy por aquellas Treinta que arroj all, en el delirio del remordimiento, el hombre que vendi a su Dios.
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Antes de dejar a sus amigos los que esta noche le abandonarn quiere, una vez ms, en la mesa de la paz, probar un bocado en el mismo plato que ellos. Antes de que le laven la cara los salivazos de la soldadesca siria y de la hez judaica, quiere arrodillarse a lavar los pies de aquellos que han de caminar hasta la muerte sobre los caminos de la tierra para contar su muerte. Antes de que su sangre corra de las manos, de los pies, del pecho, quiere dar las primicias de ella a aqullos que han de ser como una alma sola con l hasta el fin. Antes de sufrir la sed, clavado en los maderos clavados, quiere beber con sus compaeros el jugo de la uva en el mismo vaso. La vspera de su muerte ser como una anticipacin del mstico banquete de la gloria.
Era la maana del jueves, el primer da de los zimos. Los Discpulos preguntan:
Dnde quieres que vayamos a hacer los preparativos para comer la Pascua?
El Hijo del Hombre es menos que las raposas y no tiene casa. Ha dejado la de Nazareth para siempre; est lejos la de Simn de Cafarnaum, que fue, en los primeros tiempos, como suya, y muy fuera de la ciudad la de Marta y Mara, en Betania, donde era casi el amo.
En Jerusaln no tiene ms que enemigos o amigos vergonzantes: Jos de Arimatea le acoger como husped solamente la noche despus, en la oscura gruta del sepulcro.
Pero el condenado a muerte, el ltimo da, tiene derecho a la gracia que pide. Todas las casas de Jerusaln son suyas. El Padre le dar aqulla que mejor se acomode a esconder la ltima satisfaccin del perseguido. Y Jess enva a dos discpulos con esta orden misteriosa:
Id a la ciudad y os saldr al encuentro un hombre que llevar un cntaro de agua. Seguidle, y donde entre, decid al dueo de la casa: El Maestro manda que te digamos: mi tiempo est prximo. Dnde est la habitacin en que he de comer la Pascua con mis discpulos? Y l os ensear, en lo alto de la casa, una estancia amueblada y dispuesta: haced luego all los preparativos necesarios.
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Se ha dicho que aquel amo era un familiar de Jess y que entre ellos haba ya un acuerdo anterior. Es un error: Jess hubiera mandado a aquellos dos directamente a l, dicindoles su nombre, y no recurrira al expediente del hombre del cntaro.
Muchos eran aquella maana de fiesta los hombres que deban de subir de la fuente de Silo con cntaros de agua. Los discpulos no han de elegir: el primero que les salga al paso. No lo conocen, porque si no, le pararan, en vez de ir detrs de l para ver dnde entra. Su amo, puesto que tiene un servidor, no ha de ser de los ms pobres, y en su casa, como en la de toda persona acomodada, habr ciertamente una habitacin a propsito para una cena. Y ste debe saber, al menos de odas, quin es el Maestro: en aquellos das no se habla en Jerusaln sino de l. La embajada es tal que no podr rehusarse. "El Maestro manda que te digamos: Mi tiempo est prximo". Su tiempo es el de la muerte. Quin podr rechazar de su casa a un moribundo que quiere saciar su hambre por ltima vez?
Fueron los discpulos, hallaron al hombre de la herrada, entraron en la casa, hablaron con el dueo y prepararon lo necesario para la cena: el cordero asado, los panes redondos sin levadura, las hierbas amargas, la salsa roja, el vino de accin de gracias, el agua caliente. En la estancia dispusieron los divanes y las almohadas en torno a la mesa, y sobre la mesa extendieron su buen mantel blanco, y sobre el mantel, los pocos platos, los candelabros, el jarro lleno de vino y la copa, una sola copa, donde todos posaran los labios. No se olvidaron de nada: los dos eran prcticos en tales preparativos. Desde nios, en la casa materna que se espejaba en el lago, haban asistido, con curiosa mirada, a los preparativos de la fiesta ms cordial del ao. Y no era la primera vez que coman juntos la Pascua desde que estaban en compaa de aquel a quien amaban. Pero en este da, que era el ltimo, y acaso la atroz verdad haba por fin penetrado en sus espritus obtusos: para esta cena, que era la ltima que los trece iban a gustar juntos; para esta Pascua, que era la ltima de Jess y la ltima verdaderamente vlida del viejo judasmo porque se iba a sellar un nuevo pacto para los hombres de todos los pases ; para este banquete de fiesta, que es un recuerdo de vida y un aviso de muerte, los discpulos hicieron las humildes faenas serviles con una ternura nueva, con esa alegra tranquila y pensativa que casi mueve a las lgrimas.
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Al ponerse el sol, llegaron los otros diez con Jess y se colocaron en torno a la mesa preparada. Todos estaban mudos, como apesadumbrados por presentimientos que les daba miedo hallar en los ojos de sus compaeros. Se recordaba la cena, casi fnebre, en casa de Simn, el olor del nardo, la mujer y su llanto silencioso, las palabras de aquellos das, las advertencias reiteradas de la infamia y de la muerte, y las seales del odio que aumentaba en derredor suyo los indicios ya manifiestos de la conjura que estaba por salir de la sombra con sus antorchas.
Pero dos de ellos por razones opuestas estaban ms tristes, ms impresionados que todos: los dos que no veran la noche siguiente. Los que iban a morir Cristo y Judas el vendido y el vendedor, el Hijo de Dios y el aborto de Satans.
Judas lo haba estipulado ya todo; llevaba encima los treinta dineros, bien apretados para que no sonasen no se los volveran a coger! Pero no estaba tranquilo. El enemigo haba entrado en l, pero tal vez no haba muerto del todo el amigo de Cristo. Verle all, en medio de los suyos, sereno, pero con la expresin dolorida de quien es nico en saber un secreto, en conocer un delito, una traicin; verlo todava libre, junto a quienes le aman, todava vivo, con toda su sangre en las venas, bajo la delicada proteccin de la piel . . . Pero los compradores no queran esperar ms; para aquella misma noche estaba concertada la entrega, y slo a l se esperaba. Pero, y s Jess, que deba de
estar enterado, lo denunciase a los Once? Y si stos, para salvar al Maestro, se le echasen encima, para atarlo, tal vez para matarlo? Empezaba a percatarse de que precipitar a Cristo a la muerte no bastara para salvarse l de la muerte, tan temida y, sin embargo, tan prxima.
Todos estos pensamientos entenebrecan cada vez ms su ttrico rostro, y de cuando en cuando lo consternaban. Mientras los ms diligentes andaban dando los ltimos toques a los preparativos, l miraba de soslayo los ojos de Jess lmpidos ojos velados apenas por la amorosa melancola de la separacin como para leer en ellos la revocacin de la muerte inminente. Jess rompi el silencio.
He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros; porque os digo que ya no comer ninguna otra, hasta que no se cumpla en el Reino de Dios. 280
En ninguna otra palabra de Cristo a sus amigos se haba mostrado tanta fuerza de amor contenido como en sta! Tanta nostalgia del da de la unin ntima, de la fiesta tan antigua, y, con todo, destinada a una renovacin superior. Saben que los ama; pero, pobres corazones combatidos, cunto, nunca lo han sabido con tanta agudeza como en esta noche. Esta cena, l lo sabe, es la pausa extrema de reposada dulzura antes de la muerte, y, con todo, la ha deseado "ardientemente", con ese ardor con que se desean las cosas ms deseables, ms largamente deseadas; con ese fervor del que algo conocen los apasionados, los que aman, los que combaten por la luz de una victoria, los que padecen por la alteza de un premio. Ha deseado ardientemente comer con ellos esta Pascua. Haba celebrado otras; haba comido con ellos mil veces, en los bancos de la barca, en las casas de los amigos, de los desconocidos, de los ricos, al borde de los caminos, en los prados de las montaas, a la sombra de las rocas y de las frondas. Con todo, haca mucho tiempo que deseaba ardientemente comer con ellos esta cena, que es la ltima!
Los cielos de la Galilea feliz, los mansos vientos de la pasada primavera, el sol de la Pascua anterior, los ramos de pocos das ha: quin se acuerda ahora de ellos! Ahora no piensa ms que en sus primeros amigos, en sus ltimos, que diezmar la traicin, que desbandar el miedo, pero que estn hasta este momento, alrededor de l, en la misma habitacin, a la misma mesa, unidos por el mismo dolor que sobre ellos pesa, pero tambin por la luz de una certidumbre sobrenatural.
Ha sufrido hasta este da, pero no por s: por el deseo ardiente de esta hora nocturna en que ya se respira el triste are de los adioses. Y en aquella confesin de amor el rostro de Cristo, que dentro de poco ser abofeteado, se ilumina con esa imperial tristeza que por modo tan extrao se parece a la alegra.
EL LAVATORIO DE PIES
En trance de ser separado de los que ama, quiere dar una prueba suprema de ese amor. Siempre los am a todos, incluso a Judas; siempre los am con un amor que excede a 281
todo amor, con un amor tan sobreabundante que a veces no supieron contenerlo en sus pequeos corazones; tan grande era. Pero ahora, cuando est por dejarlos, todo el afecto que aun no ha dicho en palabras se deshace en un desbordamiento de melanclica ternura.
En esta cena, donde ocupa el lugar de jefe de la familia, quiere ser para sus amigos ms benigno que un padre y ms humilde que un siervo. Es Rey y se humillar al oficio de los esclavos; es Maestro y se pondr por debajo de los Discpulos; es Hijo de Dios y aceptar el papel del ms despreciado de los hombres; es el Primero y se arrodillar ante los inferiores, como si fuese el ltimo. Muchas veces les ha dicho a ellos, soberbios y celosos, que el amo debe servir a sus siervos, que el Hijo del Hombre ha venido para servir, que los primeros deben ser como los ltimos. Pero sus palabras no han llegado a ser todava comprendidas por aquellas almas, que hasta aquel ltimo da han disputado entre ellos acerca de prioridades y precedencias.
El acto tiene ms poder sobre los espritus incultos que la palabra. Jess se apresta a repetir, bajo la especie simblica de un servicio humillante, una de sus enseanzas capitales. "Se levant de la mesa refiere Juan , se quit el manto y, tomando una toalla, se la ci. Luego ech agua en la jofaina y comenz a lavar los pies a los Discpulos y a secrselos con la toalla que se haba ceido".
nicamente una madre o un esclavo hubieran podido hacer lo que hizo aquella noche Jess. La madre, a sus hijos pequeos y a nadie ms; el esclavo, a sus dueos y a nadie ms. La madre, contenta, por amor; el esclavo, resignado, por obediencia. Pero los Doce no son ni hijos ni amos de Jess. Su doble filiacin le eleva sobre todas las madres terrestres; Rey de un Reino futuro, pero ms legtimo que todas las monarquas, es el Seor todava no reconocido por todos los seores.
Sin embargo, est satisfecho de lavar y secar aquellos veinticuatro pies callosos y malolientes, con tal de imbuir en los corazones remisos, todava llenos de orgullo, la verdad que su boca ha dicho en vano durante tanto tiempo. El que se ensalza ser humillado; el que se humilla ser ensalzado.
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"Despus que les hubo lavado los pies y pustose su manto, se acomod de nuevo a la mesa y les dijo: Comprendis lo que os he hecho? Vosotros me llamis Seor y Maestro: si yo, pues que soy el Seor y el Maestro os he lavado los pies, tambin vosotros debis lavaros los pes uno a otro. Porque yo os he dado ejemplo, a fin de que vosotros hagis tambin lo que yo he hecho. En verdad, en verdad os digo que el servidor no es ms grande que su seor, ni el apstol ms grande que aquel que lo ha enviado. Pues que sabis estas cosas, dichosos vosotros si las ponis en prctica."
Porque Jess no ha hecho slo una advertencia de condescendiente humildad, sino dado un sublime ejemplo de amor. "Este es m mandamiento: que os amis los unos a los otros como yo os he amado. Ningn amor es ms grande que el amor de aquel que da la vida por sus amigos, y vosotros sois mis amigos si hacis las cosas que os mando."
Pero en aquel acto, tan profundo en su aparente bajeza, haba, adems de un sentido de amor, otro de purificacin. "El que se ha baado dice Jess no ha menester sino lavarse los pies; todo lo dems est completamente limpio; y tambin vosotros estis limpios, pero no todos."
Los Once tenan cierto derecho al beneficio del lavatorio. Durante semanas y meses aquellos pies haban andado los polvorientos, los fangosos, los sucios caminos de Judea, para seguir a Aquel que daba la vida. Y despus de su muerte han de caminar, aos y aos, por caminos ms largos, ms desconocidos, en pases de los cuales hoy no saben ni aun siquiera el nombre. Y el barro extranjero ensuciar, a travs de las sandalias, los pies de quienes irn, como peregrinos y forasteros, a repetir el llamamiento del Crucificado.
TOMAD Y COMED
Aquellos trece hombres parecen reunidos para obedecer al antiguo rito convival que rememora la liberacin de su pueblo de la miseria egipcia. Parecen, a primera vista, trece
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aldeanos observantes, que esperan ante la mesa blanca, que huele a cordero y a vino, la hora de una cena ntima y festiva.
Pero nicamente en apariencia. Es, por lo contrario, una vspera de despedidas y separaciones. Dos de aquellos Trece el que es Dios y el que tiene dentro de s a Satans morirn, antes que sea noche otra vez, de muerte tremenda. Los otros se desperdigarn maana, como los segadores al primer turbin de la granizada.
Pero aquella cena, que es preparativo para un fin, es tambin maravilloso principio. La observancia de la pascua judaica est por transformarse, en medio de aquellos trece hebreos, en algo incomparablemente ms alto y universal, en algo imposible de igualar, en algo inefable: en el gran Misterio Cristiano.
La Pascua, para los Hebreos, no es ms que la fiesta conmemorativa de la salida de Egipto. Aquella victoriosa evasin de la abyeccin de la dependencia, acompaada por tantos prodigios, guiada por el manifiesto patrocinio de Dios, no fue nunca olvidada por aquel pueblo que, sin embargo, deba sentir en el cuello el yugo de otras deportaciones. Para perenne recuerdo del precipitado xodo fue prescrita una festividad anual que tom el nombre de Trnsito: Pesach, Pascua. Era una especie de banquete, que haba de recordar la comida improvisada y presurosa de los fugitivos. Un cordero o un cabrito asado al fuego, es decir, del modo ms simple y hacedero, y el pan sin levadura, porque no haba tiempo de que fermentase la masa. Y haba de comerse con el cngulo puesto, las sandalias en los pies, los bastones en las manos y deprisa, como gente que est por salir de viaje. Las hierbas amargas son las mseras verduras arrancadas del camino por los fugitivos para engaar el hambre de la interminable peregrinacin. La salsa rojiza en que se moja el pan recuerda los ladrillos que los esclavos judos haban de cocer para el Faran. El vino es una aadidura: la alegra de la huida, la promesa de las vias esperadas, la embriaguez del agradecimiento al Eterno.
Jess no trueca el orden del gape milenario. Despus de la oracin hace pasar de mano en mano la copa del vino invocando el nombre de Dios. Luego, reparte a cada cual las hierbas amargas y llena, por segunda vez, la copa que, bebiendo de ella un sorbo cada uno, da la vuelta a la mesa. 284
Qu sabor tendr aquel vino en la boca del traidor cuando Jess, en el oprimente silencio, pronuncia las palabras de nostalgia y de esperanza que no son ya para Judas, sino para los que puedan subir al eterno banquete del Paraso?
Tomad y bebed, porque en verdad os digo que no volver a beber del jugo de la vid hasta el da en que lo beba con vosotros en el Reino de Dios.
Adis doloroso, pero, al mismo tiempo, confirmacin de una solemne promesa. Ante los ojos de los pobres apstoles pas la resplandeciente visin del inmenso festn celeste. No crean que hubiese que aguardar mucho tiempo. Despus de la vendimia, ya prxima, pensaban, luego que el mosto ha cocido y se echa en las cubas el vino dulce, el Maestro volver, como ha prometido, para invitarnos a las grandes bodas de la Tierra con el Cielo, al convite eterno. Somos hombres entrados en aos, hombres ancianos, ms que maduros, en cuanto hace a la edad: si el esposo tardase, ya no nos encontrara entre los vivos, y su promesa sera una irrisin para los que han credo.
Y tranquilizados por esa esperanza de una reunin prxima y gloriossima, entonan a coro, segn es uso, los salmos de la primera accin de gracias. Es un canto de alabanza al Padre de Aquel que les est sirviendo.
"Tiembla, oh tierra, en presencia del Seor, en presencia del Dios de Jacob, que convierte la roca en lago, la dura piedra en manantial . . . l levanta al desgraciado del polvo, saca del estircol al pobre, para darle un puesto entre los nobles, entre los nobles de su pueblo."
Con qu alegre persuasin entonan estas antiguas palabras, coloreadas, en aquel momento, de un sentido nuevo! Tambin ellos son miserables y sern sacados del polvo de la miseria por mediacin del Hijo de Dios; tambin ellos son pobres y l los sacar dentro de poco del barro de la mendicidad para hacerlos dueos de una riqueza inagotable.
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Entonces Jess, que ve la insuficiencia de su conocimiento, toma los panes que hay sobre la mesa, los bendice, los parte, y en el acto de ofrecer un pedazo a cada cual, pone ante sus ojos la verdad:
Tomad, comed; este es m cuerpo que por vosotros se da: haced esto en memoria ma.
No volver, pues, tan presto como creen. Tras de los breves das del retorno despus de la Resurreccin, su segundo advenimiento se retrasar tanto que podran olvidarse de l y de su muerte.
"Haced esto en memoria ma." La fraccin del Pan, en la mesa comn, entre los que esperan, ser la seal de la nueva hermandad. Cada vez que partis el Pan no slo estar presente entre vosotros, sino que por medio de l os uniris ntimamente a m. Como el pan que habis comido en la cena ser vuestro alimento hasta maana, as este Pan que ahora os doy, que es mi propio cuerpo mi cuerpo, que yo ofrecer por todos en la muerte saciar vuestra hambre hasta el da en que se abran los graneros inacabables del Reino y seis como ngeles bajo la mirada del Padre. No os dejo, pues, slo un recuerdo: estar presente, con una presencia misteriosa, pero real, en cada partcula de pan que sea consagrada, y este Pan ser alimento necesario para las almas y de este modo quedar con vosotros hasta la consumacin de los siglos.
Esta noche, entre tanto, comed estos panes sin levadura, estos panes amasados por mano del hombre, hechos de agua y de trigo; estos panes que sintieron el ardor del horno y que mis manos, no fras an, han partido y que mi amor ha transmutado en mi carne, para que sea vuestro perenne alimento.
En verdad que es muy dulce cosa comer el pan bueno con los amigos: la blanca miga del pan de harina, cubierto con la corteza tostada y crujiente. Muchas veces lo habis mendigado conmigo, en casa de los pobres, y tendris que mendigarlo en mi nombre durante toda la vida. Os darn las migajas sobrantes en el fondo del arca, los mendrugos mohosos que los perros rechazan, las cortezas que los nios y los viejos abandonaron, medio masculladas, en el hogar. Pero vosotros conocis el cansancio, y las noches en ayunas, y el plido rostro de la pobreza. Sois sanos, tenis las mandbulas fuertes de los 286
masticadores de pan duro. No perderis nimos porque no se os invite a las mesas de los satisfechos.
Pero, en verdad, es infinitamente ms suave al corazn de quien os ama el transmutar el pan que procede de la dura tierra y del trabajo duro en su propio Cuerpo, cuerpo que ser eternamente ofrecido por vosotros, en el Cuerpo que descender todos los das del cielo como vehculo de la gracia.
Acordaos de la oracin que os he enseado: El pan nuestro de cada da dnosle hoy. Vuestro verdadero pan de hoy y de siempre es este pan: mi Cuerpo. El que dignamente coma mi cuerpo, que todas las maanas, por innumerables siglos, se ofrecer en bocados innumerables de pan transustanciado, nunca tendr hambre. El que lo rechace no ser saciado por toda la eternidad.
Bebed de l todos, porque esta es mi sangre, la sangre del Nuevo Testamento, la cual es vertida en pro de muchos.
Su sangre no ha cado todava en la tierra, mezclada con sudor, bajo los Olivos, y no ha goteado an de los clavos sobre la cima del Glgota. Pero su deseo de dar vida con su vida, de comprar con su padecer todo el dolor del mundo, de entregarse por entero a quienes ama es de tal manera fuerte, que desde luego supone cumplida la inmolacin cruenta y posible del donativo.
Con sangre, que representa visiblemente la vida, el Dios de Abraham y de Jacob haba establecido el pacto con el pueblo de su propiedad. Cuando Moiss hubo recibido la Ley mand matar unos terneros y la mitad de su sangre recogi en vasijas y la otra derram sobre el altar. Entonces Moiss tom aquella sangre y roci con ella al pueblo y dijo: he aqu la sangre del pacto que el Seor ha hecho con vosotros, sobre todas aquellas palabras."
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Pero despus de un experimento de siglos Dios haba anunciado, por boca de los Profetas, que el Antiguo Pacto iba a caducar y que otro era ya necesario. La sangre de los animales, esparcida sobre las cabezas tercas y sobre los rostros blasfemos, no tena en s misma virtud alguna. Otra sangre, de ms alta y preciosa condicin, se requera para el Nuevo Pacto para el ltimo pacto del Padre con la descendencia perjura. Con diversos modos haba intentado inducir a los antiguos haca la puerta estrecha de la salvacin. La lluvia de fuego sobre Sodoma, el lavatorio en el agua del Diluvio, la esclavitud de Egipto, el hambre del Desierto los haban aterrado sin reformarlos.
Ahora ha venido un libertador divino y al propio tiempo ms humano que el antiguo capitn del xodo. Moiss liberta a un Pueblo, habla en lo alto del monte, anuncia una tierra prometida. Pero Jess viene a salvar no slo a su pueblo, sino a todos los pueblos, y no escribe la ley sobre piedra, sino en los corazones; su tierra prometida no es un pas de pinges pastos y vias de grandes racimos, sino un reino de santidad y de perenne alegra. Moiss mat a un hombre, y Jess resucita a los muertos; Moiss cambi el agua en sangre y Jess, despus de haber cambiado el agua en vino en el banquete nupcial de Can, cambia el vino en sangre, en su Sangre, en la melanclica cena de su desposorio con la muerte. Moiss muere, colmado de aos y de gloria, en la cima solitaria, glorificado por su gente, y Jess morir joven, entre los insultos de aquellos a quienes ama.
La sangre de los terneros, sangre impura de animales terrestres, de vctimas involuntarias e inferiores, ya no tiene eficacia alguna. El Nuevo Pacto es sellado esta noche con las palabras de aquel que ofrece, bajo la apariencia del vino, su propia Sangre.
No slo para los Doce que all estn; ellos representan a sus ojos, toda la humanidad que vive en aquel tiempo y toda la que ha de nacer. La sangre que verter maana en la Colina del Calvario es sangre verdadera, sangre limpia y ardiente, que se agrumar en la cruz en manchas que todas las lgrimas cristianas no podrn borrar nunca. Pero aquella sangre es, a la vez, figura de un alma que se ha ofrecido para hacer semejantes a s las almas encerradas en los cuerpos de los hombres; que se ha prodigado a aqullos que la han buscado y a los que la han rehuido; que ha padecido por los que la han amado y por 288
los que la han maldecido. Este bautismo de sangre, que viene despus del bautismo de agua de Juan, despus del bautismo de lgrimas de la mujer de Betania, despus del bautismo de salivazos de Judos y Romanos; este bautismo de sangre, que parece, por su rojez, el de fuego anunciado por el Profeta del Fuego, y que se mezclar a las lgrimas que las mujeres derramarn sobre el cadver ensangrentado, es el misterio mximo que el traicionado ensea a sus traidores.
Os he repartido bajo las apariencias del pan mi cuerpo, que maana ser quebrantado, y ahora os ofrezco mi sangre bajo las apariencias de este vino que bebo por ltima vez. ptimo alimento es el pan de trigo, y excelente bebida el vino de la uva; pero el Pan y el Vino que os he dado esta noche saciarn vuestra hambre y vuestra sed, por virtud de mi sacrificio y del amor que me hace buscar la muerte y que reina aun ms all de la muerte.
Ulises aconsejaba a Aquiles que hiciese dar a los Aqueos, antes de la batalla, "pan y vino, porque aqu estn la fuerza y el valor." Para el griego la fuerza de los miembros est en el pan, y el valor homicida en el vino: en el vino que embriaga a los hombres para que puedan destruir sin cansancio! El Pan que reparte Cristo no refuerza la carne, sino el alma, y su Vino da la divina embriaguez del amor, ese amor que el Apstol llamar, con escndalo de los descendientes de Ulises, la locura de la cruz.
Tambin Judas ha mordido aquel pan y ha tragado aquel vino ha gustado aquel Cuerpo del que ha hecho comercio, ha bebido aquella Sangre que l ayudar a derramar; pero no ha tenido fuerza bastante para confesar su infamia, para arrojarse al suelo, llorando, a los pies del que hubiera llorado con l. Entonces el nico amigo que le queda a Judas le advierte:
Los Once, que tendrn valor para dejarlo solo entre los esbirros de Caifs, pero que nunca hubieran pensado en venderlo por dinero, se estremecen. Y cada cual mira al otro a la cara con desconfianza, casi con terror de ver en el compaero la lividez acusadora. Y todos, uno tras otro, preguntan:
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Tambin Judas, escondiendo bajo las apariencias del estupor ofendido su confusin creciente, consigue sacar un hilo de voz:
Pero Jess, que maana no se defender, no quiere acusar tampoco y se contenta con repetir, con palabras ms precisas, la dolorosa profeca
Y como todos seguan mirndole fijamente, suspensos en penosa duda, insiste por tercera vez:
No aadi ms. Pero, siguiendo hasta el fin el uso antiguo, llen la copa por cuarta vez y la dio a todos para que bebiesen. Y de nuevo las trece voces se elevaron para cantar el himno, el gran Hallel que cerraba la liturgia pascual. Jess repeta las fuertes palabras del salmista, que son como proftica oracin fnebre antes de la sepultura:
"El Eterno est a favor mo; no tengo miedo; qu me pueden hacer los hombres? . . . Me haban rodeado como abejas; se han apagado como fuego de espinos. . . Yo no morir, no; vivir. . . El Eterno me ha castigado severamente, pero no me ha entregado en poder de la muerte. Abridme las puertas de la justicia para que pueda entrar y celebrar al Eterno! . . . La piedra rechazada por los constructores se ha convertido en piedra angular. Atad con cuerdas a la vctima y conducidla a los lados del altar. . . "
La vctima estaba dispuesta y los habitantes de Jerusaln veran al da siguiente un altar nuevo, de pino y hierro. Pero los Discpulos, confusos y soolientos, no entendieron, tal vez, ni las alusiones infaustas ni las triunfantes de los antiguos cnticos.
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Acabado el himno, salieron al punto de la habitacin y de la casa. Judas, una vez fuera, desapareci en la noche. Los Once que quedaban siguieron, sin decir palabra, a Jess que se diriga, como otras noches, hacia el Monte de los Olivos.
ABBA, PADRE
Haba all arriba un huerto y un molino de aceite que le daba nombre: Getseman. En aquel lugar pasaban las noches Jess y los suyos, ya porque, acostumbrados al aire libre y quieto de los campos, los olores y ruidos de la ciudad no les molestasen, ya porque temiesen ser presos a traicin en medio de las casas de sus enemigos.
Pero tan triste y afanoso estaba que no supo estar solo. Llam a los tres que ms amaba: Simn Pedro, Santiago y Juan. Y cuando estuvieron aparte de los otros, "comenz a dar seales de tristeza y de angustia."
Si le contestaron y qu le contestaron, nadie lo sabe. Pero no debieron de consolarle con las palabras que proceden del corazn cuando se sufre del sufrimiento del amado, porque se alej tambin de ellos y se fue ms lejos, solo, a orar.
Hinca las rodillas en tierra, se inclina hasta tocar el rostro en el suelo y ora as:
Abba, Padre, toda cosa te es posible. Padre mo, si es posible, pase de m este cliz.
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Est solo, solo en la noche, solo en medio de los hombres, solo ante Dios y puede mostrar sin vergenza su debilidad. Al cabo, es hombre tambin, hombre de carne y sangre, hombre que respira y se mueve y sabe que su muerte est prxima, que se va a parar la mquina de su cuerpo, que su carne ser traspasada, que correr su sangre por la tierra.
Es la segunda tentacin. Segn la palabra del Evangelista, despus que Satans fue derrotado, en el Desierto, "se retir de l por algn tiempo". Lo ha dejado hasta este instante. Ahora, en este nuevo Desierto, en esta tiniebla en que Jess est solo, espantosamente solo, ms solo que en el Desierto, donde las bestias feroces le servan y ahora, por el contrario, las fieras doctas y disfrazadas le estn cerca, pero para despedazarlo en este Desierto consternado y nocturno, Satans vuelve a acechar a su enemigo. La otra vez le prometa grandezas de reinos, victorias, prodigios; quera atraerlo hacia s con el cebo del podero. Ahora recurre a lo contrario: confa en su debilidad. El Cristo que comienza su vida pblica, encendido en confiado amor, no se dobleg. Pero Satans espera que el Cristo que est por morir, abandonado de los ms queridos, traicionado por el discpulo, buscado por los enemigos, ser vencido por el miedo, ya que no lo fue por la codicia.
Jess sabe que debe morir, que ha venido para morir, para dar la vida con su muerte, para confirmar con la muerte la verdad de la mayor vida anunciada; no ha hecho nada para no morir; ha aceptado voluntariamente morir por los suyos, por todos los hombres, por los que no le conocen, por los que le odian, por los que no han nacido; ha profetizado su muerte a los amigos, les ha dado una prueba de su muerte al darles su Cuerpo y su Sangre. Cmo pues, pide al Padre que aleje el cliz de su boca? Ha escrito sus palabras en el polvo de la plaza y las ha borrado al punto; las ha escrito en el corazn de unos pocos, pero sabe cun delebles son las palabras esculpidas en los corazones de los hombres. Si su doctrina ha de quedar para siempre en la tierra, y de modo que no pueda olvidarse nunca, debe escribirla con sangre, porque slo con la sangre de nuestras venas se pueden escribir las verdades sobre las pginas de la tierra, para que las pisadas de los hombres y las lluvias de los siglos no las decoloren. La cruz es, en cierto modo, la conclusin lgica del Sermn de la Montaa. El que trae el Amor es objeto de odio, y no se vence al odio ms que aceptando la condena. El mximo bien, que es el Amor, ser pagado por los hombres con el mximo mal que tienen a su disposicin: el asesinato. 292
Pero todo cuanto sabemos, por fe y revelacin, de su divinidad, se rebela poderosamente contra la idea de que pueda haber sucumbido a la tentacin. Si la muerte, conocida de antemano, le hubiese de veras aterrado, no estaba todava a tiempo de librarse? Saba, de muchos das atrs, que queran prenderlo, y no le faltaba manera, aun en aquella noche, de escapar a los perros que estaban preparados para morderle. Bastaba con que, solo o con unos cuantos fieles, tomase el camino del Jordn y, atravesando la Perea, por caminos a trasmano, se acogiese a la Tetrarqua de Filipo, donde ya se haba refugiado poco antes, para evitar la enemiga de Antipas. La polica judaica era tan escasa y primitiva que difcilmente lo habra alcanzado. Si se queda, quiere decir que no teme a la muerte ni a los horrores que la acompaarn. Considerado con la grosera lgica humana, aquello es un suicidio divino suicidio por mano ajena, en nada semejante a aquellos de los hroes antiguos, que recurran a la espada de un amigo o de un esclavo. Haba predicado la Verdad y nicamente faltaba ya, para que fuese perpetuamente recordada, asociarla a lo terrible de una muerte inolvidable. Y aquella sangre, como un licor estimulante, despertar por siempre tambin a los discpulos.
Pero si el cliz que Jess quiso apartar de s no es el terror de la muerte, qu otra cosa puede ser? La traicin del discpulo a quien aliment aquella noche con su Cuerpo y con su Sangre? O la prxima negacin del otro discpulo, en cuya fidelidad, despus del grito de Cesarea, haba grandes motivos para confiar? O el abandono de todos los dems, que huirn como corderos asustados cuando el lobo ha arrebatado a la madre? O el dolor de la negacin, ms vasta, del abandono de todo su pueblo, del pueblo que, despus de haberlo aplaudido, ahora lo desprecia, ignorando que la sangre del que vino a salvarlo nunca ser lavada de su frente?
O tal vez ha entrevisto, en la ltima oscuridad de aquella vigilia, la suerte que iba a corresponder a sus hijos ms lejanos en el tiempo, los extravos de muchos cristianos, las divisiones que surgirn entre ellos, las deserciones, los tormentos, los estragos, y, apenas llegada la hora del triunfo, la debilidad de algunos de los mismos que debieran guiar a las multitudes, los cismas funestos, los desmembramientos de la Iglesia, los delirios de la locura hertica, la propagacin de las sectas, las confusiones introducidas por los falsos profetas, las innovaciones de los reformistas rebeldes, las locuras perniciosas de los amontonadores de abismos, las simonas y disolucin de algunos que le niegan con sus 293
obras mientras le glorifican con gestos y palabras, las persecuciones de cristianos contra cristianos, el abandono de nuevos Fariseos y de nuevos Escribas que torcern y traicionarn su enseanza, la incomprensin de sus palabras cuando caigan en manos de los cavilosos, de los sutilizadores, de los visionarios, de los contadores de slabas, pesadores de lo imponderable, divisores de lo inseparable, que destripan y desmenuzan, con prosopopeya doctoral, las cosas vivas con la presuncin de resucitarlas?
El cliz, en suma, no sera el propio mal, sino el que los dems cometern, los vivos y prximos y los no nacidos y lejanos. No pedir, pues, al Padre, la conmutacin de su muerte, sino que sean libres de los males que les amenazan, ahora y ms tarde, los que creen en l. Su tristeza sera de amor y no de miedo.
Pero acaso, nadie sabr nunca el verdadero significado de las palabras que el Hijo dirige al Padre, en la soledad de los Olivos. Un gran cristiano de Francia ha llamado a la narracin de esta noche el Misterio de Jess. El Misterio de Judas es el mayor misterio humano del Evangelio; la Oracin de Getseman es el ms inescrutable misterio divino de la historia de Cristo.
SUDOR Y SANGRE
Y cuando hubo orado se volvi atrs, para reunirse con los discpulos que acaso le esperaban. Pero los tres se haban dormido. Acurrucados en el suelo, envueltos como pudieron en sus mantos, Pedro, Santiago y Juan, los fieles, los elegidos, se haban dejado vencer por el sueo. Las oscuras aprensiones, las continuas emociones de los ltimos das, la opresora melancola de la cena, acompaada de palabras tan graves, de presentimientos tan luctuosas, los haban sumergido en aquel decaimiento, que ms parece sopor que sueo.
La voz del Maestro quin oir dentro de s el acento de aquella voz en el oscuro silencio siniestro? los llama: 294
No habis sido capaces de velar conmigo ni una hora siquiera? Velad y orad para no caer en tentacin porque el espritu est pronto, pero la carne es dbil.
Oyeron, entre sueos, aquellas palabras? Respondieron, avergonzados, llevndose las manos a sus enturbiados ojos, que ni aun la vaga luz de la noche soportaban? Qu podan responder, en el sobresalto del despertar, al que ya no dormir ms?
Jess se aparta de nuevo, ms angustiado que nunca. Le acecha tambin a l aquella tentacin contra la que ha puesto en guardia a los durmientes? Va quizs a huir? O a renegar de s mismo, como renegarn de l los dems? O a oponer violencia a violencia y hacer pagar la vida propia con la de otros? O a pedir una vez ms, con ms insistente splica, que el peligro sea apartado de su cabeza?
Ahora Jess est solo de nuevo, ms solo que antes, en una soledad absoluta que parece la desolacin del infinito. Hasta entonces poda creer que all cerca velaban los amigos ms amados. Tambin ellos, en el colmo de la pena, le han abandonado con el alma antes de abandonarlo con el cuerpo.
Le han dejado solo. No han sabido concederle ni la ltima gracia que pide, ellos que tanto han recibido. A cambio de su sangre y de su vida, de todas sus promesas, de todo su amor, una sola cosa les pide aquella noche: que resistan al sueo. Pero ni ese poco ha obtenido. Con todo, padece y combate en aquel momento, tambin por ellos, que duermen. l, que se dio todo, no recibe nada. En esta noche de repulsas se rechaza toda demanda. Ni el Padre parece orle ni le oyen los hombres.
Tambin Satans se ha esfumado en la oscuridad que le pertenece, y Cristo est solo, tremendamente solo. Solo como suelen estarlo todos aquellos que sobre todos se elevan, que sufren en la oscuridad para dar luz a todos. Todo hroe es siempre, el nico despierto en un mundo de dormidos, como el piloto que vela en la nave, en la soledad del mar y de la noche, mientras los compaeros descansan.
Jess es el ms solo de estos perpetuos solitarios. Todos duermen en derredor suyo. Duerme la ciudad que dilata su blancura cortada por sombras ms all del Cedrn; y 295
duerme a aquella hora en todas las ciudades, en todas las casas del mundo, la ciega casta de los efmeros. Vela nicamente en aquella hora la mujer que espera la llamada del hombre, el ladrn apostado en la sombra con la mano en el mango del cuchillo; tal vez algn filosofastro que anda buscando si acaso no existir Dios.
Pero no duermen aquella noche los jefes de los judos y sus esbirros. Los que deberan defender a Jess, los que podran, al menos, consolarle, los que dicen amarle y que, a su manera, de cuando en cuando le aman realmente, estn aletargados. Pero no duermen los que le odian, los que quieren ofenderle y matarle. Caifs no duerme, y el nico discpulo que vela en aquel momento es Judas.
Y hasta que no llega Judas, su Maestro est solo, con su tristeza semejante a la muerte. Y para sentirse menos solo, vuelve a rogar a su Padre y acuden a sus labios de nuevo las palabras de imploracin. En el conflicto que conmueve su ser porque la voluntad acepta alegre lo que ha querido, mientras que la carne se estremece el esfuerzo sobrehumano, le da por ltimo la victoria. Tiembla, pero vence; est agotado, rendido, pero vence.
El espritu ha triunfado una vez ms de la carne; pero el cuerpo es ya solamente como un tronco que sangra y se deshace. La tensin del extremo contraste ha violentado hasta las races su parte terrestre, y suda corno si hubiera realizado un trabajo insoportable. Suda por todas partes; pero no solamente con ese sudor que cae de las sienes del hombre que camina al sol o trabaja en el campo o delira con la fiebre. Sobre la hierba del Monte de los Olivos empieza a verter la sangre que ha prometido a los hombres, Gruesas gotas de sangre mezcladas al sudor caen sobre la tierra como una primera ofrenda de la carne sometida. Es el principio del triunfo definitivo, como desahogo y descanso de aquella humanidad suya, que es la mayor carga de su expiacin.
Entonces, de aquellos labios hmedos de lgrimas, hmedos de sudor, hmedos de sangre, brota la nueva oracin
Padre mo, si no es posible que este cliz se aparte de m sin que yo lo beba, hgase tu voluntad. No como yo quiero, sino como quieres t! 296
Se levanta del suelo, tranquilo, y vuelve con los discpulos De nada haba valido el contristado reproche de Jess, Extenuados por el sopor, se haban vuelto a dormir los tres. Pero esta vez Jess no los llama ha hallado un consuelo mayor del que pueden darle y se arroja al suelo otra vez para decir al Padre de nuevo las grandes palabras de la abnegacin:
Antes los hombres solan pedir a Dios que satisficiera sus deseos particulares a cambio de cnticos y ofrendas. Quiero la prosperidad deca el orante , quiero la salud, la fuerza, el florecimiento de los campos, la ruina de los enemigos. Pero he aqu que ha venido el Renovador y trueca aquella vulgar plegaria. No se haga, dice, lo que a m me place, sino lo que te place a ti. "Hgase tu voluntad, as en la tierra como en el cielo". nicamente en la concordia entre la voluntad soberana del Padre y la voluntad subordinada del hombre, en la convergencia e identificacin de las dos voluntades, est la bienaventuranza. Qu importa, pues, que la voluntad del Padre me entregue a los torturadores y me clave, como a bestia maldita y daina, sobre dos trozos de madera? Si creo en el Padre, s que me ama ms de lo que yo pueda amarme y que conoce ms de lo que yo pueda saber. No puede, pues querer ms que mi bien, aunque ese bien sea, ante los ojos humanos, el ms horrible de los males, y yo quiero mi verdadero bien si quiero lo que el Padre quiere. Si su aparente locura es infinitamente ms cuerda que nuestra sabidura, el martirio por l dispuesto ser incomparablemente ms benfico que todo placer terrenal.
Que los discpulos duerman, que todos los hombres duerman, Cristo no est solo. Est contento de padecer, contento de morir; en los tormentos de la agona goza de la paz.
Ahora puede prestar odo, casi con deseo, para escuchar, en el estupor de la noche, los pasos de Judas que ya sube.
De pronto no siente ms que el latido de su corazn, tanto ms tranquilo cuanto que est ms prxima la hora de la abominacin. Pero despus de un instante le llega el eco de pasos cautelosos que se acercan, y all abajo, entre los arbustos que adornan el camino,
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rojos temblores de luz aparecen y desaparecen en la oscuridad. Son los servidores de los asesinos que suben detrs del Iscariote.
Jess se acerca a los discpulos que siguen durmiendo y los llama con voz firme;
Los otros ocho, que dorman ms lejos, se han despertado ya al ruido; pero no tienen tiempo de responder al Maestro, porque, segn est hablando, llega la chusma y se detiene.
Este ejrcito de ocasin ha subido con antorchas y linternas, como si se tratase de una fiesta nocturna. Los rostros plidos de los Discpulos, la cara lvida de Judas, parecen temblar en la mvil rojez de los hachones. El semblante de Cristo, manchado de sangre coagulada, pero ms resplandeciente que las luces, se ofrece al beso del Iscarote.
T sabes lo que vienes a hacer, y sabes que aquel beso es el primer tormento y el ms duro de soportar. Aquel beso es la seal para los esbirros que no conocen las facciones de Jess "aqul a quien yo bese, l es, cogedlo y llevroslo, asegurndolo bien", haba 298
dicho el comerciante de sangre, por el camino, a los galopines que lo seguan pero aquel beso es, al mismo tiempo, una horrible mancha en aquella Boca que dijo, ac en el infierno de la tierra, las palabras ms paradisacas.
Los salivazos, los moquetes, las bofetadas de la canalla judaica y de la soldadesca romana, y la esponja empapada en vinagre que tocar aquellos labios, son menos insoportables que aquel beso de una boca que le llam amigo y maestro, que bebi en su vaso, que comi en su mismo plato.
A quin buscis?
A Jess Nazareno.
Yo soy.
Y apenas hubo dicho "Yo soy", ya fuese por el timbre de la voz segura o por el relmpago de los divinos ojos, los perros se echan atrs, Pero Jess piensa, aun en aquel momento, en la salvacin de los suyos:
En el mismo momento, aprovechando la confusin de los esbirros, Simn, recobrndose de pronto del sueo y del espanto, echa mano a una espada y corta una oreja a Malco, criado de Caifs. Pedro, aquella noche, es todo impulsos y contradicciones. Despus de la cena haba jurado que l, sucediese lo que sucediese, no dejara a Jess; luego, en el huerto, se duerme y no hay manera de tenerle despierto; ahora, de improviso y tardamente, se convierte en defensor sanguinario; y un poco ms tarde negar haber conocido a su Maestro.
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Vuelve tu espada a la vaina; porque todo el que hiere con la espada, perecer por la espada. Me negar, acaso, a beber el cliz que el Padre me ha dado?
Y ofrece las manos a los verdugos ms prximos, que se apresuran a atarlo con la cuerda que llevan. Mientras estn ocupados en atarle, el prisionero les echa en cara su cobarda:
Habis salido con espadas y con palos para prenderme, como si fuese un ladrn. Todos los das me sentaba en el Templo a ensear y no me habis echado mano; pero sta es vuestra hora: el poder de las tinieblas.
l es la luz del mundo, y las tinieblas quieren apagarla. Pero nicamente podrn taparla, y por poco tiempo, como el sol, en un medio da de julio, se ve envuelto de pronto por los nubarrones foscos del temporal; pero de nuevo se enciende al cabo de una hora, ms alto y refulgente. Los guardias, que tienen prisa de volver en triunfo a recibir la propina, no se dignan responder. Y se encaminan hacia la bajada, arrastrndolo por la cuerda como los carniceros llevan el cordero al matadero. "Entonces confiesa Mateo todos los discpulos le abandonaron y huyeron". El Maestro les haba prohibido defenderle con la fuerza; en vez de herir con rayos a los enemigos, ofreca las manos para que le atasen; Salvador de los otros, no quera librarse a s mismo. Qu hacer? Resolvieron desaparecer, no fuese que les tocase a ellos tambin el ser conducidos ante los poderosos a quienes el da antes soaban con derrocar, pero que ahora, al resplandor de las luces y de las espadas, les parecan, en su imaginacin deslumbrada, repentinamente
formidables. Dos nicamente siguieron, si bien a distancia, al infame cortejo, y los encontraremos despus en el patio de Caifs.
Todo aquel ruido haba despertado a un joven que dorma en la casa del molino. Curioso, como todos los jvenes, no quiso perder tiempo en vestirse, y envuelto en una sbana sali a ver qu suceda. Los esbirros, creyndole un discpulo que no haba tenido tiempo de escapar, lo atraparon; pero el joven, desembarazndose de la sbana, la dej en sus manos y huy desnudo.
No se ha sabido nunca quin fuese este misterioso personaje que desaparece de pronto en la noche, como de pronto haba aparecido. Tal vez el joven Marcos nico de los 300
Evangelistas que cuenta el suceso , y si fuera l podra pensarse que aquella noche naci en el nimo del involuntario testigo del principio de la Pasin el primer impulso de ser, como fue, en efecto, su historiador.
ANS
En poco tiempo el Reo fue conducido al palacio de Ans, donde habitaba tambin su yerno, el gran sacerdote Caifs. Aunque la noche iba ya de vencida y desde el da antes la pandilla haba sido advertida de que se esperaba tener a buen recaudo al Nazareno por la maana temprano, muchos de los jueces estaban en la cama y no era posible comenzar enseguida el proceso. La prisa de acabarlo todo aquella misma maana, para no dar tiempo a que el pueblo se conmoviese, ni a que reflexionase Pilato, era muy grande en los jefes. Pero no slo se dejan vencer del sueo los defensores de la justicia, sino tambin los hacedores de injusticia. Fueron enviados algunos guardias, que haban vuelto del Monte de los Olivos, a despertar a los principales de los Escribas y de los Ancianos, y entre tanto el viejo Ans, que no haba dormido en toda la noche, quiso interrogar, por su cuenta, al profeta.
Ans, hijo de Seth, haba sido durante siete aos sumo sacerdote y aun cuando depuesto, en el 14, a la elevacin de Tiberio, segua siendo el jefe real de la Asamblea juda. Saduceo, jefe de una de las ms preponderantes y opulentas familias del patriciado sacerdotal, segua disfrutando de la hegemona en su casta por mediacin de la persona de su yerno. Cinco hijos suyos fueron, uno tras otro, sumos sacerdotes, y ser uno de ellos, tambin Ans de nombre, quien mandar lapidar a Santiago, el pariente del Seor.
Jess es llevado ante l. Por primera vez el antiguo carpintero de Nazareth se encuentra frente a frente con el prncipe religioso de su pueblo, con su mayor y ms encarnizado enemigo. Hasta entonces se ha encontrado en el Templo con subalternos y gregales, Escribas y Fariseos; ahora est ante el cabecilla, como acusado y no como acusador. Es el primer interrogatorio del da. Cuatro autoridades le interrogarn en el transcurso de pocas 301
horas: dos poderosos del Templo, Ans y Caifs, y dos poderosos de la Tierra, Antipas y Pilato.
Con la primera demanda Ans quiere saber de Jess quines son sus discpulos. Al antiguo sacerdote poltico, que no da importancia como todos los Saduceos, a las esperanzas mesinicas, le interesa conocer quines son los que siguen al nuevo profeta, y en qu medio han sido reclutados, para ver hasta qu punto se ha extendido la nueva Religin. Pero Jess le mira sin responderle. Cmo ha podido pensar el revendedor de palomas que Jess pueda traicionar a quienes le han traicionado?
Entonces le pregunta en qu consiste su enseanza. Jess le contesta que no es a l a quien le toca responder:
Yo he hablado abiertamente al mundo; he enseado siempre en las sinagogas y en el Templo donde se renen todos los Judos, y no he dicho nada en secreto. Por qu me preguntas a m? Pregunta a los que me han odo: ellos saben lo que he dicho.
Es la verdad: Jess no es un esotrico; aunque haya dicho alguna vez a sus discpulos palabras que no ha repetido por las plazas, los ha exhortado, sin embargo, a predicar pblicamente lo que les ha dicho en sus casas. Pero Ans debi de poner mala cara ante una respuesta que implicaba la suposicin de un juicio justo, porque uno de los guardias que estaba junto al acusado le dio un bofetn y dijo:
La bofetada del fmulo es el principio de las injurias que acompaarn a Cristo hasta la Cruz. Pero el ofendido, con la mejilla enrojecida por aquellas sucias huellas, se vuelve al abofeteador:
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El malandrn, confuso por tanta mansedumbre, no sabe replicar. Ans empieza a entrever que el Galileo no es un aventurero adocenado, con lo que le aumenta el deseo de quitarlo de en medio. Viendo, con todo, que no consigue averiguar nada, se lo manda atado a Caifs para que se d luego principio a la ficcin del juicio regular.
Juan, que no era una cara nueva para los familiares de Caifs, entr en el patio del palacio casi al mismo tiempo que Jess; pero Simn ms vergonzoso o miedoso no quiso entrar y permaneci, en pie, a la puerta. Entonces, Juan, despus de un instante, no viendo a su compaero y deseando, tal vez, tenerlo al lado para consuelo o defensa, sali, y convenciendo a la desconfiada portera, le hizo entrar a su vez. Pero al pasar el umbral, la mujer le reconoci:
Y junto con Juan se sent en torno a un brasero que los criados haban encendido en el patio, porque la noche, no obstante ser de abril, era fra. Pero la mujer no se dio por vencida, y acercndose al fuego y mirndole bien:
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La portera se volv, torciendo la cabeza, a la puerta; pero los hombres, desconfiando de aquellas calurosas negativas, se fijaron ms y decan:
Entonces Simn comenz a jurar y perjurar que no le conoca; pero otro, pariente de aquel Malco a quien haba cortado una oreja, puso trmino a la disputa con su testimonio:
Pero Pedro, enredndose ms y ms en sus mentiras, empez a protestar diciendo que lo confundan con otro y que no era de los amigos de aquel Hombre.
En tal momento, Jess, atado entre los guardias, atravesaba el patio, despus del coloquio con Ans, para ir a la otra parte, donde estaba Cafs, y oy las palabras de Smon y le mir. Un momento tan slo fij sus ojos en l aquellos ojos en los cuales el que ahora renegaba haba sabido descubrir un da el resplandor de la divinidad ; un momento tan slo le mir con aquellos ojos, ms irresistibles en la dulzura que en el enojo. Y aquella mirada hiri para siempre el pobre corazn convulso del pescador, y hasta la muerte no pudo olvidar aquellas pupilas suaves y dolorosas posadas sobre l en aquella noche de sobresaltos; aquellos ojos que dijeron en un relmpago ms cosas y ms conmovedoras que las que pudieran decir mil palabras.
Tambin t, que has sido el primero, en el que ms he confiado, el ms duro, pero el ms inflamable; el ms ignorante, pero el ms ferviente; tambin t, Simn, el mismo que proclamaste cerca de Cesarea mi verdadero nombre; tambin t que conoces todas mis palabras y que tantas veces me has besado con esa misma boca que dice que no me conoce; tambin t, Simn Piedra, hijo de Jons, reniegas de m ante los que se disponen a matarme? Tena razn aquel da en llamarte escndalo y reprocharte el que no 304
pensabas segn Dios, sino segn los hombres. T podas, al menos, desaparecer, como han hecho los dems, s no te sentas con fuerzas para beber conmigo el cliz de infamia que tantas veces te describ. Huye, que yo no te vea ms hasta el da en que est verdaderamente libre, y t verdaderamente rehecho en la fe. Si tienes miedo por tu vida, por qu ests aqu?; si no tienes miedo, por qu me repudias? Judas, al menos en el ltimo momento, ha sido ms sincero que t; ha ido con mis enemigos, pero no ha negado que me conociese. Simn, Simn: te haba dicho que me dejaras como los dems; pero ahora eres ms cruel que los dems. Te he perdonado ya en m corazn; perdono a quienes me hacen morir, y te perdono a ti tambin y te amo como te he amado siempre; pero podrs t perdonarte a ti mismo?
Simn, bajo el peso de aquella mirada, haba bajado la cabeza, y el corazn le lata dentro del pecho como un encarcelado furibundo, y no habra podido pronunciar otro no. Un escozor insoportable le quemaba el rostro descompuesto como si en vez del brasero tuviese cerca la boca del infierno. El remordimiento y el dolor le hacan desfallecer; una angustia intolerable lo deshaca; le pareca como si de pronto se helase y de repente se consumiera en llamas. Haba dicho un minuto antes que no conoca a Jess; pero ahora le pareca conocerlo en verdad, por vez primera en aquel momento, como si aquellos ojos le hubieran traspasado con el fulgor de una espada de arcngel.
Consigui levantarse con trabajo, y se dirigi, tambalendose, a la puerta. Apenas afuera, en la taciturna soledad del crepsculo, cant un gallo lejano. Aquel canto risueo y gozoso fue para Simn como el grito que despierta de pronto al adormecido bajo una pesadilla. Como el recuerdo imprevisto de palabras odas en otro tiempo, como el regreso a la casa de la infancia, al huerto maanero, tendido entre el lago y la campia; como una voz hace mucho tiempo olvidada, que ilumina una vida cual un relmpago en la noche. Entonces pudo verse, en la incierta luz de la alborada, a un hombre que iba caminando como un borracho, escondida la cabeza entre el manto, sacudidas las espaldas por los sollozos de un llanto inconsolable.
Llora, Simn, ahora que Dios te concede la gracia de llorar. Llora por ti y sobre l, llora por tu hermano traidor, llora por tus hermanos fugitivos, llora por la muerte de quien muere tambin por tu pobre alma, llora por todos aquellos que vendrn despus de ti y 305
harn lo que t, y renegarn de su libertador, y no pagarn el rescate con precio de arrepentimiento. Llora por todos los apstatas, por todos los renegados, por todos los que dirn, como t, "yo no soy de los suyos" Quin hay de nosotros que no haya hecho, al menos una vez, lo que Simn? Cuntos de nosotros, nacidos en la Iglesia de Cristo, despus de haber invocado con los labios infantiles su nombre y haber doblado la rodilla ante su rostro manchado de sangre, no hemos dicho, por miedo a una sonrisa: Nunca le he conocido?
Al menos t, desventurado Simn, aunque seas Piedra, viertes todas las lgrimas de tus ojos y escondes tu rostro desfigurado. Y no pasarn muchos das sin que el Resucitado te bese otra vez, porque el llanto del arrepentimiento ha lavado tu boca perjura.
LA TUNICA SAGRADA
El verdadero nombre de Caifs es Jos. Caifs es sobrenombre y es la misma palabra que Cefas, sobrenombre de Simn esto es, Piedra. Entre estas dos Piedras est cogido, en aquel amanecer de viernes, el Hijo del Hombre. Simn Piedra representa a los amigos medrosos que no saben librarlo; Jos Piedra, a los enemigos que a toda costa le quieren perder. Entre la negacin de Simn y el odio de Jos; entre el jefe de la Sinagoga moribunda y el jefe de la Iglesia que va a nacer; entre esas dos piedras, Jess es como el grano de vida entre dos piedras de molino.
El Sanedrn est ya reunido y le espera. Estn, con Ans y Caifs, que lo presiden, Juan, Alejandro y toda la espuma humeante de las clases altas. Estaba compuesto, regularmente, por veintitrs sacerdotes, veintitrs Escribas, veintitrs Ancianos y dos presidentes: setenta y uno en total, tantos como los discpulos de Jess, sobre poco ms o menos. Pero algunos faltaban aquel da: aquellos en los cuales poda ms el temor a los tumultos que la indignacin contra el acusado; aquellos pocos que no levantaran el dedo para condenarlo, pero tampoco para disculparlo abiertamente: entre ellos, ciertamente, Nicodemus, el discpulo nocturno, y Jos de Arimatea, el piadoso sepulturero. 306
Pero con los presentes bastaba para ratificar con canallesca mscara de legalidad el decreto de homicidio escrito ya en sus corazones. [8] A los delegados del Templo, de la Escuela y de la Banca se les hacan mil aos la espera del momento de firmar, cada cual por su motivo, la sentencia de venganza. La gran sala del Consejo, llena ya de gente, daba la impresin de un cubil de espectros. Se anunciaba tmidamente el nuevo da: las llamas anaranjadas de las antorchas lengeteaban, apenas visibles, entre las blanquecinas claridades del alba. En aquella siniestra semioscuridad esperaban los jueces: viejos, rechonchos, narigudos, displicentes, envueltos en sus blancos mantos, cubierta la cabeza con un pao, las barbas acariciadas y reverendas, los ojos retadores, sentados en semicrculo, parecan un concilio de brujos esperando un banquete vivo. El resto de la sala estaba ocupado por los clientes de la camarilla, sentados, por los guardias, con sus bastones en mano; por la baja servidumbre de la casa. Pero el ambiente era denso y pesado, como sino hubiese all nicamente alientos de vivos.
Jess, con la cuerda anudada a los pulsos, fue empujado al centro del cubil como se empujaba al condenado a las bestias en los anfiteatros imperiales. Ans, un poco herido por la primera respuesta del acusado, haba reunido a toda prisa, entre la gentuza all presente, algunos testigos falsos para desbaratar, si fuese menester, toda eventual contestacin y defensa. El simulacro de juicio empez con el llamamiento de estos papagayos amaestrados.
Puedo destruir este Templo, construido por mano de hombre, y en tres das reedificar otro que no ser hecho por mano de hombre.
La acusacin, para aquellos tiempos y aquella audiencia, era gravsima: de sacrilegio y blasfemia. Porque el Templo de Jerusaln, en el pensamiento de sus parsitos, era el domicilio nico e intangible del Seor, y amenazar al Templo era reputado por ofensa a su verdadero dueo, al dueo de todos los Judos. Pero Jess no haba dicho nunca aquellas
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En realidad, no bastaba. Todo el juicio a Jess, tanto el efectuado por los fariseos como el posterior ante Pilatos, est viciado de irregularidades jurdicas insalvables, ya sea que se tome como referencia la ley hebrea o bien la romana. Cf. Denes Martos, Los Deicidas, La Editorial Virtual http://www.laeditorialvirtual.com.ar (N. del E.)
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palabras; o a lo menos, no en aquella forma ni con tal significado. Haba, s, anunciado que del Templo no quedara piedra sobre piedra, pero no por obra suya. Y la referencia al templo no hecho por el hombre y rehecho en tres das formaba parte de otro discurso, en el que haba hablado figuradamente de su Resurreccin. As es que los falsos testigos no lograban ponerse de acuerdo sobre aquellas palabras confusa y maliciosamente referidas y discutan entre s; de suerte que hubiera bastado una rplica de Jess para confundirlos y dejarlos pegados a la pared. Pero Jess callaba.
Pero Jess no respondi nada. Los silencios de Jess estn de tal manera llenos de sobrenatural elocuencia que tienen la virtud de irritar a sus jueces. Ha callado a la primera demanda de Ans, calla ahora al primer apstrofe de Caifs y callar ante Antipas y ante Pilato. Las cosas que podra decir las ha dicho mil veces; otras que pudiera responder no las comprenderan o serviran de nuevos pretextos para morderle.
Jess no habla, pero mira en derredor, con sus grandes ojos serenos, los rostros anhelantes y convulsos de los asesinos y juzga para la eternidad a aquellos fantasmas de jueces. En un instante, cada cual es sopesado y condenado por aquella mirada que va derecha al alma. Son, pues, dignas de escuchar sus palabras aquellas almas corrompidas e infectas, aquellas almas viles e innobles? Llegar nunca, por un increble prodigio de humillacin, rebajarse hasta el punto de justificarse ante ellos?
Lo podra hacer el hijo de la partera, el obtuso discpulo y rival de los sofistas. [9] A los jueces de Atenas poda declamarles el septuagenario discutidor que durante tantos aos haba fastidiado a los desocupados del gora, un bellsimo y bien repartido discurso apologtico, que de las regiones intrincadas de la dialctica descenda poco a poco a las cavilaciones curialescas. El viejo ironista, que se haba propuesto una reforma del arte de pensar ms bien que de la manera de vivir, tanto que no haba desdeado el prestar con usura, y no bastndole Xantpa, haba tenido dos hijos con la concubina Mirto, y le
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gustaba acariciar, ms de lo conveniente, a los jovenzuelos bien formados. Estaba, s, dispuesto a morir y supo morir con entereza; pero en el fondo hubiera preferido bajar al sepulcro por el camino ms natural. Tan es as, que al fin de su especiosa memoria de defensa intent aplacar a los jueces recordando su vejez "Es intil que me matis; he de morir pronto lo mismo" , y ofreci pagar treinta minas de multa para que le pusiesen en libertad.
Pero Cristo a quien tantos Pilatos pstumos, con intento de rebajarle, han querido parangonar con Scrates no tiene nada de sofista ni de abogado y desdea, como el ngel de Dante, los "argumentos humanos , responde con el silencio, y si se ve obligado a contestar, habla cndida y brevemente.
Caifs, irritado por aquella taciturnidad que juzga irrespetuosa, halla, por fin, la manera de hacerle hablar.
Te conjuro; por Dios vivo, que nos digas si eres de veras el Cristo, el Hijo de Dios vivo!
Mientras le examinaban con el acostumbrado procedimiento insidioso, acumulndole falsedades, o preguntndole verdades de todos sabidas, Jess no dice palabra. Pero la invocacin al Dios Vivo, aun en la boca infame del Gran Sacerdote, es decisiva. Al Dios que vive, al Dios que vivir eternamente y vive en todos nosotros y est presente aun en aquella caverna de infames, no puede negarse Jess. Con todo, como que vacila un momento, antes de cegar a aquellos tuertos con el resplandor de su formidable secreto.
Ahora ya no es Caifs nicamente el que pregunta, sino que, concitados todos, se alzan y gritan, tendiendo hacia l sus uas afiladas:
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Jess no puede negar, como ha hecho Simn, la irrecusable certidumbre que es razn de toda su vida y de su muerte. Tiene una responsabilidad para con su pueblo y para con todos los pueblos. Responsable es el que puede responder, el que sabe responder, el que finalmente, llamado cara a cara, responde. Pero quiere, como en Cesarea de Filipo, que sean los dems quienes proclamen su nombre verdadero, y cuando lo dicen, no lo rechaza, aunque la muerte sea la pena de tal confirmacin.
Vosotros mismos lo habis dicho. Adems, os digo que un da veris al Hijo del Hombre estar sentado a la diestra del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.
Con sus mismos labios ha pronunciado su sentencia. La jaura rabiosa que le rodea tiene en la boca la baba del jbilo y de la clera. Ha proclamado ante los asesinos lo que haba confesado secretamente a sus ms amantes amigos. Si le han traicionado, no se ha traicionado a s mismo ni ha traicionado a su Padre. Ahora puede apurar ya el cliz hasta las heces: ha dicho cuanto tena que decir.
Caifs triunfa. Fingiendo un horror que no experimenta porque, como todos los Saduceos, no cree en el Reino Mesinico ni se preocupa, por lo dems, sino de los honores y provechos del Templo se rasga las vestiduras sacerdotales, gritando:
Ha blasfemado! Ha blasfemado! Qu menester hemos de ms testigos? Nosotros mismos lo hemos odo de su boca! Qu decs?
Es reo de muerte.
Todos, sin ms examen y sin que nadie se levantase a contradecir, lo condenaron a muerte como blasfemo y falso profeta.
La comedia jurdica ha terminado y las larvas enmascaradas se sienten libres de un peso insoportable. El Gran Sacerdotes ha rasgado su tnica y deja colgando sus jirones como seales gloriosas de una batalla ganada. No sabe que el mismo da se rasgar un pao 310
ms precioso que el que lleva, ni imagina que su actitud, miedosamente simblica, es el reconocimiento de otra condena. El sacerdocio que le tiene por jefe est invalidado y abolido para siempre. Sus sucesores sern meras apariencias, sacerdotes espurios e ilegtimos, y de all a pocos aos tambin la suntuosa vestidura de mrmol y piedra del santuario judaico ser despedazada por la clera romana.
Mientras los cabecillas se retiran para aconsejarse de la manera de obtener la ratificacin del Procurador y de llevar a cabo por modo expedito la sentencia aquella misma maana, Jess es arrojado como pasto a la canalla presente en el palacio, igual que se arrojan las entraas del animal muerto a la jaura que tom parte en la caza. Tambin a los malandrines que comen los residuos del Templo se les concede, en concepto de propina, el derecho a alguna diversin. El hombre bestia, cuando est seguro de su impunidad, no conoce mejor solaz que ste: desahogarse contra el inerme, y con mayor gusto cuando el inerme es inocente. El natural fiero, adormilado, pero no domado, que hay en el fondo de cada cual, surge imprudente y rechinante: el rostro se convierte en hocico, los dientes en agudos colmillos, las manos en garras; y la voz no sale ya en armonas articuladas, sino como rebuzno o rugido. Si brilla una gota de sangre, todos quieren lamerla; no hay entonces licor ms embriagador que la sangre, ni mosto ms confortante ni ms hermoso a la vista, tan bermejo como es, que el agua de Pilato.
Pero la tigrera desatraillada toma con facilidad las formas del juego; tambin los tigres juguetean; tambin los nios, en cuanto son capaces con sus pequeas fuerzas, tigrean. Los captores, esperando que el extranjero d el visto bueno para la muerte del ms inocente de sus hermanos, quieren dar a la vctima un jocoso anticipo del suplicio. Se divierten. Se les da permiso para jugar con su Rey; para divertirse con su Dios. Se lo 311
creen bien merecido. En vela toda la noche y la noche ha sido fra luego, la caminata hasta el Alto de los Olivos, con temor de una resistencia, temor no del todo vano, puesto que uno de ellos ya ha dejado una oreja; luego, la espera hasta la maana: un trabajo extraordinario, precisamente en aquellos das de fiesta, en que la Ciudad y el Templo se llenan de forasteros y hay tanto que hacer para todos.
Mas no saben por dnde empezar. Est atado, sus amigos han desaparecido; pero aquel hombre que los mira con unos ojos como hasta entonces no han encontrado nunca, con una mirada fija que parece ms all de las cosas, y que, no obstante, les llega dentro como el rayo de un sol penetrante; aquel hombre atado, extenuado, con el rostro baado por un nuevo sudor que deshace las gotas de la sangre coagulada en las mejillas; aquel hombre desvalido; aquel provinciano sin protectores ni defensores, condenado a muerte por el ms alto tribunal de la gente juda; aquel harapo con forma humana, destinado a la cruz de los esclavos y los ladrones; aquel juguete que los poderosos han entregado a sus lacayos como un mueco de saturnal; aquel hombre que no habla, no gime, no llora, sino que les mira como si tuviese compasin de ellos, como un padre puede mirar a un hijo enfermo, como un amigo mira al amigo delirante; aquel hombre, ludibrio de todos, infunde en sus almas de tunantes un misterioso respeto.
Pero uno de los Escribas o de los Ancianos dio el ejemplo, y acercndose a Jess, le escupi en la cara. Harto preocupado de su limpieza ritual, no quera contaminar sus manos lavadas, preparadas para la Pascua, tocando a un hombre, a quien ya se poda considerar impuro como un cadver: tan prximo a la muerte estaba. Pero queda la saliva. Qu es la saliva? Desecho del cuerpo, desprecio materializado en un lquido. Y sobre el rostro iluminado por el sol virgen de la maana y por la divinidad; sobre el rostro transfigurado por la luz del sol y por la luz del amor; sobre el ureo rostro de Cristo, los salivazos de los Judos cubrieron la primera sangre de la Pasin.
Pero la chusma de criados y de esbirros no se contenta con los salivazos ni tiene miedo a ensuciarse las manos. El ejemplo de los principales ha vencido tambin el respeto a la mirada fraternal y doliente del Sentenciado. Los guardias que estn ms cerca de l le abofetean; los que no pueden llegarle a la cara, le dan puetazos y empujones, y las
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palabras que profieren las bocas de aquellos feroces insensatos hieren ms que los golpes.
El rostro que fue blanco como flor de espino y refulgente como el oro del sol se empaa con la lividez amoratada de los golpes. El cuerpo gentil y hermoso, empujado de una y otra parte, se tambalea en aquella oleada tumultuosa. A los que vomitan sobre l las heces de sus pechos pervertidos, Jess no les dice palabra. Haba respondido al guardia que le abofete en presencia de Ans; a estos bellacos desencadenados no tiene nada que decirles.
Pero uno de ellos coge un trapo sucio, tapa con l el rostro sanguinolento y abofeteado, anudando atrs las puntas y apartndose.
El rostro est velado. Hubo en aquel acto de aquel bribn una compasin inconsciente, pues que le evita, al menos, la vista de sus feroces hermanos? O les era insoportable aquella mirada de amor doliente?
Los crueles aniados se disponen en corro, y ora el uno, ora el otro, le tiran del borde de la tnica, le dan un puetazo en la espalda, un golpe en el dorso, un palo en la cabeza.
Oh, Cristo! Profetzanos quin te ha pegado! Por qu no responde? No ha profetizado exclaman la ruina del Templo, guerras y terremotos, la ascensin del Hijo del Hombre a las nubes y tantas otras patraas? Pues cmo no adivina un nombre tan fcil, una persona tan prxima? Qu profeta es ste? Ha perdido de pronto toda su virtud, o no la ha tenida nunca? A esos pobres galleos rsticos ha podido embaucarlos con sus historias; pero aqu estamos en Jerusaln, que lo que es de profetas algo entiende, y, cuando no andan a derechas, los mata."
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Pero Caifs y los otros tienen prisa y piensan que la jaura servil se ha divertido ya bastante. Hay que llevar a Cristo ante Pilato para que ste d su visto bueno a la sentencia: el Sanedrn puede juzgar; pero desde que la Judea est bajo los Romanos, no tiene ya el jus gladii. Y los prncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, seguidos por los guardias que llevan a Jess atado, y por la horda vociferante que aumenta a lo largo del camino, se dirigen hacia el palacio del Procurador [10].
PONCIO PILATO
Desde el 26 era Procurador, en nombre de Tiberio Csar, Poncio Pilato, ignorado de los historiadores antes de su llegada a Judea. Si Pilatus viene de Pileatus, puede suponerse que fuera liberto o descendiente de liberto, porque el pleo era el gorro de los esclavos libertados.
Haca pocos aos que estaba all, pero bastantes para haberse ganado el odio asprrimo de sus gobernados. Es verdad que todo cuanto sabemos de l nos es referido casi nicamente por Judos, es decir, por enemigos declarados, pero parece que al fin lleg a cansar a sus mismos amos, porque en el 36 el legado de Siria, Lucio Vitelio, le mand a Roma a disculparse ante Tiberio. El emperador muri antes que Pilato llegase a la metrpoli; pero, segn una antigua tradicin, fue desterrado por Calgula a las Galias, donde se suicid.
El odio de los judos contra l haba nacido del profundo desprecio que mostr desde un principio por aquel pueblo indcil e intratable, que a Pilato, educado en las ideas de Roma, debi de parecerle un nidal de vboras, estirpe sucia e inferior, digna apenas de ser domada con el palo de los mercenarios. Imaginmonos a un Virrey ingls de la India, suscrito al Times, lector de Stuart Mill o de Shaw, que tiene en su biblioteca a Byron y a Swinburne, admirador de las "magnficas suertes progresivas", destinado a administrar a un pueblo andrajoso, sofstico, hambriento y turbulento, teniendo que habrselas con una
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En realidad, Poncio Pilato no era procurador sino prefecto (N. del E.)
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selva de castas, de mitologas, de supersticiones que l detesta en su interior, desde lo alto de su dignidad de hombre blanco, de europeo, de britnico y de liberal. Pilato, como de sus preguntas a Jess aparece, es uno de aquellos escpticos del romanismo decadente, infestados de pirronismo y devotos de Epicuro, un enciclopedista del helenismo, que ni crea en los dioses de la patria, ni se imaginaba que existiese un Dios verdadero, ni mucho menos que se pudiese hallar entre aquella plebe piojosa y andrajosa, en medio de aquel sacerdocio faccioso y receloso, en aquella religin que quizs a l se le antojaba mezcolanza brbara de orculos sirios y caldeos. La nica fe que le quedaba, o que aparentaba tener por razn de oficio, era la nueva religin romana, cvica y poltica como la republicana, pero centralizada por entero en el culto del emperador. Su primer conflicto con los judos naci precisamente de esa religin. Al cambiarse la guarnicin de Jerusaln, orden que los soldados entrasen de noche en la ciudad sin quitar de sus insignias las imgenes de plata del Csar. A la maana siguiente, apenas los Judos se dieron cuenta, fue muy grande el horror y el tumulto: era la primera vez que los Romanos faltaban al respeto exterior que haban guardado siempre a la religin de sus sbditos palestinos. Las imgenes del Csar divinizado, ostentadas junto al Templo, eran para ellos una provocacin idoltrica, el principio de la abominacin de la desolacin. Todo el pas se conmovi; se envi una diputacin a Cesarea para que Pilato las mandase quitar; durante cinco das estuvieron, da y noche, en torno suyo con ruegos y splicas. Finalmente, el Procurador, para librarse de aquel fastidio, los convoc en el anfiteatro, y a traicin los mand rodear de soldados con las espadas desnudas, prometiendo que ni uno siquiera escapara si no cejaban en su actitud. Pero los Judos, en vez de pedir clemencia, ofrecieron el cuello a las espadas, y Pilato, vencido por aquel tesn heroico, dio orden de que volviesen las enseas a Cesarea.
Pero si esta condescendencia no aplac el odio de los Judos hacia el nuevo Procurador, aument en Pilato el desprecio y el deseo del desquite. Poco tiempo despus introdujo en el palacio de Herodes donde resida cuando estaba en Jerusaln unas tablas votivas dedicadas al Emperador. Mas los sacerdotes se enteraron y de nuevo el pueblo se constern y se irrit. Le pidieron que al punto desistiese de aquella ostentacin de idolatra, amenazndole con recurrir a Csar y referirle las vejaciones y crueldades cometidas por l hasta entonces. Pilato tampoco se dobleg esta vez. Los Judos apelaron a Tiberio, el cual respondi que se devolviesen las tablillas a Cesarea. 315
Por dos veces haba sido vencido Pilato; pero a la tercera se sali con la suya. Procedente de la ciudad de las termas y de los acueductos, amigo, como todos saben, de los lavatorios, se dio cuenta de que en Jerusaln faltaba el agua y pens en mandar construir una hermosa cisterna y un acueducto de varias millas de longitud. El trabajo era costoso, y para pagarlo, usurp una buena suma del tesoro del Templo. El tesoro era muy rico porque todos los Judos dispersos por el imperio acudan con las ofrendas y las mandaban de lejos cuando no podan ir en persona ; pero los sacerdotes denunciaron el sacrilegio, y el pueblo, azuzado por ellos, se conmovi de tal suerte que, al llegar Pilato para las fiestas de Pascua a Jerusaln, miles de hombres se amontonaron tumultuosamente en torno a su palacio. Mas esta vez distribuy entre la multitud un gran nmero de soldados disfrazados que, en un momento dado, empezaron a repartir palos entre los ms exaltados; as que en poco tiempo todos huyeron y Pilato pudo proveerse de agua tranquilamente en la cisterna pagada con el dinero de los Hebreos y servirse de ella en sus diversas abluciones. [11]
No haba pasado mucho tiempo despus de este conflicto, cuando aquellos mismos prncipes de los sacerdotes que por tres veces se haban levantado contra Pilato; aquellos mismos que haban intentado obtener su deposicin; los mismos que le odiaban denodadamente, como Romano, como smbolo de la dominacin extranjera y de su esclavitud, y ms aun como persona como tal Poncio Pilato, como insidioso enemigo de su culto y rapaz de su dinero, recurran a l para poder desahogar otro odio, ms poderoso en aquel momento en sus corazones infectos, porque no haba modo de llevar a cabo las sentencias de muerte si no eran ratificadas por el representante del Csar.
En aquel alba del viernes, Poncio Pilato, todava sooliento y bostezante, los espera, envuelto en su toga, en el palacio de Herodes, mal dispuesto haca aquellos voceadores fastidiosos que, con sus embrollos, le han obligado a levantarse antes de lo que acostumbra.
La chusma de los acusadores y azuzadores desemboca, por fin, en la explanada que hay delante del Pretorio. Pero se detienen fuera, porque si entraran en una casa donde hay
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G. Papini aparentemente sigue en esto fielmente a Flavio Josefo. Un anlisis ms detallado de los hechos revela una casi necesaria complicidad entre Pilato y la casta sacerdotal de Jerusaln. Cf. Denes Martos, Los Deicidas, La Editorial Virtual http://www.laeditorialvirtual.com.ar (N. del E.)
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levadura y pan cocido con levadura estaran, contaminados para todo el da y no podran comer la Pascua. Creen que la sangre del inocente no mancha; pero la levadura, s!
Aquellos que se adelantan son enemigos suyos, y aquel hombre, a lo que parece, es enemigo de ellos, y Pilato, instintivamente, se inclina en favor de l. No es que le tenga compasin no es tambin judo, como los dems, y pobre, por aadidura? ; pero si, por ventura, fuese inocente, no se allanar, en verdad, a satisfacer el capricho de aquella aborrecida gusanera.
Entonces Pilato, que no quiere gastar tiempo en querellas religiosas, y que no cree que se trate de un crimen capital, contesta secamente:
Apunta ya en estas palabras la veleidad de salvar al hombre aqul sin tomar partido ostensiblemente por l. Pero la concesin del Procurador, que en otro caso hubiera alegrado a Caifs y a los suyos, esta vez les sabe a remilgo, porque el Sanedrn no puede condenar sino a penas leves, mientras que ellos quieren a la sazn la ms grave de todas y para ejecutarla no pueden prescindir del brazo romano.
T sabes muy bien replican que no tenemos derecho a dar muerte a nadie.
Pilato comprende al punto la sentencia que han pronunciado contra aqul que est ante l y quiere saber de qu delito se le acusa; lo que parece merecedor del ltimo suplicio a estos rabiosos santurrones, podra ser culpa venial a los ojos de un Romano. Las raposas 317
del Templo han resuelto ya esta dificultad antes de ponerse en movimiento. Saben bien que Pilato no les dara satisfaccin si le dijesen que aquel hombre predica una nueva religin y que anuncia el Reino de Dios. Dirn, pues, una falsedad. Al que comete una infamia no le importa aadir otras, accesorias y subordinadas. Pilato no puede ser vencido ms que con sus armas, haciendo un llamamiento a su lealtad para con Roma y el Emperador, y a motivos de su mismo cargo. Se han entendido ya para dar a la acusacin un color poltico. Si le dicen que Jess es un falso Mesas, Pilato sonreir; pero si afirman que es un sedicioso, un levantisco, que incita a la plebe contra Roma, no vacilar en condenarle a muerte.
"Hemos descubierto afirman que este hombre soliviantaba a nuestra nacin y prohiba pagar los tributos al Csar, diciendo ser el Cristo, Rey de los, Judos. Levanta al pueblo, predicando por toda la Judea; ha comenzado por la Galilea y ha venido hasta aqu.
Tantas mentiras como palabras. Jess ha ordenado dar al Csar lo que es del Csar; no ha hablado de los Romanos; dice ser Cristo, pero no en el sentido grosero y poltico de Rey de los Judos, y no solivianta al pueblo, en fin, sino que quiere hacer de un pueblo infeliz y grosero un pueblo dichoso y de santos. Aquellas acusaciones, no obstante su gravedad en caso de ser verdaderas, aumentan las sospechas de Pilato. Se puede pensar nunca que estas vboras traidoras, que detestan a Roma y le detestan a l, y que muchas veces han intentado hacerle saltar, ni piensan en otra cosa que en barrer a los dominadores extranjeros, se hayan encendido de pronto en tanto celo que se convierten en delatores de un supuesto rebelde de su misma nacin?
Pilato no est persuadido y quiere enterarse por s mismo, interrogando en secreto al acusado. Vuelve a entrar en el Pretorio y ordena que sea llevado Jess a su presencia. Dejando a un lado las acusaciones de menor importancia, va a lo esencial:
Pero Jess no responde. Cmo va a entender este Romano, que ignora las promesas de Dios; este ateo pirroniano, que restringe toda su religin al culto facticio y demonaco de 318
un hombre vivo y de qu hombre, de Tiberio! ; cmo va a comprender en un instante este liberto, educado por los legistas y los retricos de Roma en el lodazal ms hediondo de aquellos tiempos, en qu sentido puede llamarse Jess Rey de un Reino no fundado todava, de un reino espiritual, tan diverso de todos los dems reinos?
Jess lee en el fondo del alma de Pilato y no le responde, como no respondi antes a Ans ni a Caifs. El Procurador no acierta a comprender aquel silencio de un hombre sobre el cual pende la muerte.
Pero Jess sigue callando. Pilato, que de ninguna manera quisiera darse por vencido ante los que le odian a l al mismo tiempo que a aquel hombre, insiste con la esperanza de arrancarle un no al cual asirse para ponerlo en libertad.
Si Jess negase se traicionara a s mismo: Ha confesado ser el Cristo a sus Discpulos y a sus Jueces: no quiere librarse y mentir. Para hacer recapacitar al Romano, responde, segn su costumbre, con otra pregunta:
Soy yo acaso judo? Tu nacin y los prncipes de los sacerdotes te han puesto en mis manos. Qu has hecho? Eres de veras el Rey de los Judos?
La respuesta de Pilato, aparte el apstrofe desdeoso del principio, es conciliadora. Por quin me tomas? No sabes que soy Romano y que no creo en lo que creen tus enemigos? Son los sacerdotes los que te acusan, no yo; pero han tenido que ponerte en mis manos; tu salvacin est en m; dime que no es verdad lo que aseguran y eres libre. Jess no quiere escapar a la muerte; pero, no obstante, intentar todava iluminar a este 319
pagano. El Padre lo puede todo: no podra, pues, Pilato ser convertido por aquel Moribundo?
Mi potestad real dice no procede de este mundo. Si fuese de este mundo, mis sbditos combatiran para que no fuese entregado a los Judos; pero mi reino no es de aqu abajo.
El servidor de Tiberio no entiende. La diferencia entre el "aqu abajo" y el "all arriba" es oscura para l. All arriba piensa l estn, si es que en verdad existen, los dioses bienhechores o envidiosos de los hombres; en el Hades estn las sombras de los muertos, si es que queda algo de nosotros cuando consumen el cuerpo el fuego o los gusanos; la nica realidad verdadera es el "aqu abajo", la gran tierra con todos sus reinos. Y de nuevo pregunta:
S, es verdad, yo soy Rey. He nacido para esto y para esto he venido: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.
Entonces Pilato, molesto por lo que le parece truculenta mistiquera, responde con el clebre apstrofe:
Qu es la verdad?
Y sin esperar la respuesta se levanta para marcharse. El escptico Romano, que acaso ha asistido muchas veces a las infinitas disputas de los filsofos de su tiempo y se ha persuadido, oyendo tantas metafisiqueras contradictorias y tantas cavilaciones sofsticas, que la verdad no existe o que si existe no les es dado a los hombres conocerla, no piensa un solo momento que pueda decirle la verdad aquel humilde hebreo, que est ante l como un malhechor. A Pilato le fue concedida la suerte, en aquel nico da de su vida, de contemplar el rostro de la Verdad, la suprema Verdad humanada, y no lo supo ver. La 320
Verdad viviente, la Verdad que podra resucitarlo y hacer de l un hombre nuevo, est ante l, cubierta de carne humana, de simples vestiduras, con el rostro abofeteado y las manos atadas. Pero no adivina tampoco, en su soberbia, cun extraordinaria fortuna le ha correspondido, fortuna que millones de hombres le envidiarn despus de su muerte, Quien le hubiese dicho que slo por este encuentro, slo por el terrible honor de haber hablado con Jess y haberlo entregado a la cruz, ser conocido su nombre, aunque infame y maldito, de todos los siglos y de todo el gnero humano, le hubiera parecido un orate.
CLAUDIA PROCULA
En el momento en que Pilato se dispona a salir afuera de nuevo a dar respuesta a los Judos que barbotaban impacientes e inquietos a las puertas, se le acerc un criado enviado por su mujer.
No hagas dao alguno a ese justo le mandaba a decir , porque esta noche he sufrido mucho en sueos por causa suya.
Ninguno de los Cuatro Historiadores nos dice cmo recibi el Procurador la imprevista intercesin de su mujer. Ni sabemos nada de ella, fuera de su nombre. Se llamaba, segn el Evangelio apcrifo de Nicodemus, Claudia Prcula, y si el nombre es verdadero, puede ser que perteneciese a la familia Claudia, ilustre y poderosa en Roma. Puede suponerse que fuese, por nacimiento y relaciones, de condicin superior a su marido y que Pilato, simple liberto, le debiese precisamente a ella, a su influencia, su importante magistratura en Judea.
Si fuese as, el ruego de Claudia Prcula no debi de dejar insensible a Pilato, especialmente si la amaba. Y que en verdad la amase es muy probable por el hecho de haber pedido permiso para llevarla consigo al Asia, ya que la antigua ley Oppia, aunque mitigada por un senadoconsulto del tiempo en que eran cnsules Cetego y Varrn, 321
prohiba a los procnsules el llevar consigo a sus mujeres, y habra sido menester un permiso particular de Tiberio para que Claudia Prcula pudiera seguir a Poncio Pilato a Judea.
Las razones de su intercesin quedan, por la brevedad del relato, en el misterio. Las palabras de Mateo aluden a un sueo que la haba hecho sufrir por causa de Jess. Es probable que hubiera odo hablar, tiempo atrs, del nuevo profeta; acaso le haba visto en aquellos das, y aquel hombre, tan diferente de los dems judos y que no tena nada del vulgar demagogo o del fariseo de ojos bajos, debi de impresionar gratamente a su imaginacin de romana fantasiosa. Ella no entenda el lenguaje que se hablaba en Jerusaln; pero algn dragomn de la curia pudo haberle referido algunas palabras de Jess, bastantes para persuadirla que no poda ser, como decan, un criminal peligroso.
Por aquel tiempo los Romanos, y especialmente las mujeres, empezaban a sentirse atradas por los cultos de Oriente, que satisfacan el deseo de inmortalidad personal mejor que la vieja religin latina, fro comercio legal de sacrificios para fines utilitarios y polticos. Muchas damas patricias, en la misma Roma, se haban hecho iniciar en los misterios de Mitra, de Osiris y de la Gran Madre, y algunas mostraban tambin cierta propensin al judasmo. Precisamente bajo Tiberio la gran cantidad de hebreos que haba en Roma fueron expulsados de la capital porque, segn Flavio Josefo, algunos de ellos haban engaado a una matrona, Fulvia, convertida al judasmo. Y Fulvia, segn resulta de una indicacin de Suetonio, no era la nica.
Posible es que Claudia Prcula, viviendo en Judea, sintiese curiosidad por conocer ms de cerca las creencias del pueblo administrado por su esposo y que, deseosa de novedades, como todas las mujeres, intentase saber qu nuevas doctrinas iba predicando el profeta galileo de quien se hablaba en Jerusaln. El hecho es que ella se convenci de que Jess era un "Justo", inocente, por tanto. El sueo de aquella noche sueo terrible, pues que le haba hecho sufrir la afirm en tal persuasin, y no es de maravillar que, confiando en el ascendiente que las mujeres tienen sobre los maridos, aunque los maridos ya no las amen, hiciese llegar hasta Pilato aquel mensaje implorante.
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A nosotros nos basta con que haya llamado "Justo" al que los Judos queran asesinar. Junto con el Centurin de Cafarnaum y la mujer Cananea, Claudia Prcula es la primera pagana que crey en Jess, y la iglesia griega la venera como santa.
En el nimo de Pilato, ya inclinado a la neutralidad, si no a la clemencia, por su animadversin contra Caifs y acaso tambin por las palabras del acusado, la embajada de su mujer reforz su buena disposicin primera. Claudia Prcula no haba dicho: Slvalo; sino: Gurdate de hacerle dao alguno. Era el mismo pensamiento de Pilato, que, como si tuviese un confuso presentimiento de la gravedad de cuanto iba a suceder, no quera participar en la muerte de aquel misterioso mendigo que se presentaba como Rey. Haba dicho al punto que lo juzgasen ellos; pero no quisieron. Entonces se le ocurri otro expediente para librarse del compromiso. Vuelve de nuevo adonde est Jess y le pregunta si es galileo.
Pilato se cree a salvo. Jess no pertenece a su jurisdiccin, sino a la de Herodes Antipas. Este, por coincidencia, est por aquellos das en Jerusaln, adonde ha ido, como de costumbre, para la Pascua. El Procurador ha encontrado una escapatoria legal para contentar a su esposa y eximirse de aquella enojosa cuestin. Adems, se hace simptico a los Judos con remitir a uno de ellos el juicio decisivo, y al mismo tiempo mortifica al Tetrarca, a quien odia de todo corazn, porque sospecha, y no sin motivo, que es un espa cerca de Tiberio. Y sin perder tiempo manda a los soldados que lleven a Jess a Antipas.
EL MANTO BLANCO
El tercer juez ante el cual es llevado Jess era hijo del Sanguinario cerdo Herodes "el Grande", que lo haba tenido de una de sus cinco mujeres. No desmenta la casta, porque hizo mal a sus hermanos como aqul haba hecho mal a sus hijos. Cuando su hermano Arquelao, hermano uterino precisamente, fue acusado por sus sbditos, se ingeni en hacerlo desterrar. A otro hermano Herodes Filipo le quit la mujer. A los diez y siete 323
aos comenz a reinar como Tetrarca de Galilea y de Perea, y para congraciarse con Tiberio se le ofreci como relator secreto de los hechos y dichos de sus hermanos y de los dignatarios romanos que haba en Judea. En uno de sus viajes a Roma se enamor de Herodas, que era sobrina y cuada suya, por hija de su hermano Aristbulo, y esposa de su hermano Herodes, y sin titubear ante el doble incesto, la persuadi a seguirle, juntamente con Salom, hija de la adltera. Su primera mujer, hija de Aretas, rey de los Nabateos, se acogi a su padre, que le hizo la guerra a Antipas y le derrot.
Esto suceda mientras Juan el Bautista adquira renombre entre el pueblo. El Profeta dijo algunas palabras de condenacin contra los dos incestuosos adlteros, y ello bast para que Herodas persuadiese al Tetrarca de que lo mandase prender y encerrar en la fortaleza de Maqueronte. Todos saben cmo el sucio Tetrarca, encendido por las lascivias de la procaz Salom y meditando acaso un nuevo incesto, acab por entregarle en una bandeja de oro, la cabeza del Profeta del Fuego.
Pero la sombra de Juan, despus de la decapitacin, le intranquilizaba, y cuando se empez a hablar de Jess y de sus milagros, dijo a sus cortesanos:
Parece que tena entre ceja y ceja al nuevo profeta y que en cierto momento pens jugarle la misma pasada que al Precursor. Pero pensndolo ms despacio, decidi, por poltica o por supersticin, no habrselas ms con profetas, y crey preferible obligar a Jess a salir de la Tetrarqua. Cierto da, algunos Fariseos, ganados muy probablemente por Herodes, fueron a decirle a Jess:
Id a decirle a esa raposa respondi que conviene que yo siga mi camino hoy, maana y pasado maana, porque no es conveniente que un profeta muera fuera de Jerusaln.
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Y ahora en Jerusaln, prximo a la muerte, comparece ante la raposa. Este traidor espa, adltero e incestuoso, asesino de Juan y enemigo de los profetas, es el ms adecuado para condenar a la inocencia. Pero Jess le ha caracterizado bien: es ms raposa que tigre y no siente vergenza de sustituir a Pilato. Antes bien, refiere Lucas, "se alegr grandemente, porque de mucho tiempo atrs deseaba verle, porque haba odo hablar de l y esperaba verle hacer algn milagro."
El hijo del Idumeo y de la Samaritana se ha escaldado con el fuego de Juan y acoge a Jess como un viejo domador. Con el brazo sealado por la dentellada, de un len, mira a una nueva fiera que le llevan a ver. Pero tiene el empeo como todos los brbaros orientales, de ver algn prodigio, y se imagina a Jess como a un milagrero vagabundo que pudiese repetir a voluntad cualquier brujera. Le odia como ha odiado a Juan; pero le odia tambin porque le tiene miedo: los profetas tienen un poder que l no comprende, pero que le atemoriza: acaso la decapitacin de Juan le haba acarreado alguna desgracia. Desea tambin que Cristo muera; pero no tiene ningn deseo de hacerse cmplice de su muerte.
Viendo que en aquel momento no haba que esperar milagros, empez a hacerle muchas preguntas: pero Jess nada responde. Ha roto su silencio por Ans, por Caifs, por Pilato; pero no lo romper por este bribn coronado.
Ans y Caifs son enemigos suyos declarados; Pilato, un ciego que anda a tientas creyendo salvarlo; pero ste es una raposa cobarde y astuta que no merecera siquiera un insulto.
Los jefes de los sacerdotes y los Escribas, por miedo de que al matador de Juan le faltasen, como en efecto le faltaron, nimos para matar a Jess, haban seguido a su vctima hasta all y le acusaban con vehemencia. Estas furiosas imputaciones y el silencio del acusado atizaron el oculto rencor de Antipas, que, despus de haber vilipendiado con sus soldados al divino silencioso, le ech sobre los hombros un manto blanco y lo devolvi a Pilato.
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Tambin l, como el Romano, pero por razones diferentes, tiene repugnancia en condenar al que fue bautizado por Juan, y del que piensa que es tal vez el mismo Juan resucitado de entre los muertos para vengarse. Pero al despedirlo le hace un regalo que es inconsciente testimonio de la condicin del que va a morir. El manto resplandeciente de blancura es, como atestigua Flavio Josefo, el hbito del Rey de los Judos, y Jess es acusado precisamente de querer ser Rey de los Judos. El astuto Antipas quiso escarnecer la supuesta pretensin de Jess con la irona del regalo: pero al mismo tiempo, cubrindolo con aquella blancura, que es seal de inocencia y de soberana, la innoble raposa envi a Pilato una embajada simblica, que confirmaba involuntariamente el mensaje de Claudia Prcula, la pregunta de Caifs y la confesin de Cristo.
"QUE MUERA!"
Pilato crea haberse quitado de encima el molesto encargo que sus adversarios queran imponerle. Pero cuando vio de nuevo ante l a Jess, envuelto en aquel manto cndido y regio, comprendi que haba de decidirse a toda costa.
El encarnizamiento de aquellos que por tantos motivos le eran sospechosos, la compasin de su mujer, las respuestas del acusado, la abstencin de Antipas, le inclinaban a negar a los Judos la vida que le pedan. Tal vez, mientras Jess era conducido al Tetrarca, haba interrogado a alguno de su squito acerca del supuesto sedicioso, y tales noticias, s las obtuvo, le confirmaron en su decisin. En las palabras de Jess no haba nada que pudiese dar recelo a Pilato; antes bien, haba mucho que poda agradarle o, por lo menos, parecerle ventajoso para la autoridad de Roma.
Jess enseaba el amor a los enemigos, y los Romanos eran tratados en Judea como enemigos; llamaba bienaventurados a los pobres, con lo que exhortaba a la resignacin y no a la resistencia; aconsejaba dar al Csar lo que es del Csar, es decir, pagar los tributos al emperador; era contrario al formulismo farisaico que haca tan espinosas las relaciones de los Romanos con los dominados; coma con los publicanos y con los gentiles 326
y, finalmente, anunciaba que su Reino no era de este mundo sino de un mundo que a Pilato le pareca tan metafsico y remoto que no crea pudiese poner en peligro a Tiberio y a quien le sucediese. Pilato, si conoci todas estas cosas, debi de pensar, con la superficialidad de todos los escpticos, mxime cuando se creen polticos finos, que hubiera sido bueno para l y para Roma el que muchos Judos siguiesen a Jess en vez de prepararse para la rebelin en los concilibulos de los Zelotes.
Est, pues, decidido a salvar a Jess; pero quiere en su indulgencia poner un toque sarcstico, una intencin ofensiva para los jefes de los sacerdotes que por tres veces se han levantado contra l y ahora le molestan para que haga de verdugo en su favor. Hasta el ltimo momento fingir considerar a Jess como Rey de los Judos. He aqu dice a vuestro Rey, el Rey que os merecis, pueblo miserable y prfido! Un carpintero de pueblo, un vagabundo, un loco que fantasea reinos ms all de la tierra y se hace seguir de unas cuantas docenas de pescadores y aldeanos como una mujerzuela. Vedlo a qu estado est reducido, cun deshecho, cmo le habis maltratado! Y por qu le queris matar? Conservadlo: no sois dignos de tener un Rey mejor que ste. Tambin yo, como habis hecho vosotros, me divertir un rato atormentndolo, y luego lo soltar.
Y, haciendo sacar a Jess, sali a la puerta y dijo a los prncipes de los sacerdotes y a los dems que se amontonaban alargando el rostro para or, al cabo, la sentencia
Me habis trado a este hombre como soliviantador del pueblo; y he aqu que despus de haberle examinado en presencia vuestra no he hallado en l ninguna de las culpas que le imputis. Y tampoco Herodes, pues que nos lo ha vuelto a mandar. No ha hecho, pues, nada que merezca la muerte. As es que le infligir un castigo y luego le pondr en libertad.
No era aquella la respuesta que esperaban los perros ansiosos que se agitaban en la plaza. Un grito bestial se alz de pronto de aquellas bocas desencajadas:
Que muera!
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Harto leve pena les parecan los azotes para aquel a quien juzgaban peligroso enemigo del Dios de los Ejrcitos y . . . del Dios Negocio. Muy otra cosa se necesita para satisfacer a los carniceros del Templo. Han venido a pedir sangre y no perdn.
Que muera! gritaban Ans y Caifs, y a su lado silbaban las vboras fariseas, chillaban los negociantes de los animales para los sacrificios, los cambistas de moneda del tributo, los alquiladores de burros de carga, los mozos de las caravanas.
mercaderes de la feria pascual, los taberneros de la ciudad, los Levitas, los servidores del Templo, los dependientes de los usureros, los galopines de los sacerdotes, toda la gentuza servil apretujada ante el Pretorio.
Crucifcale!
Crucifcale! Crucifcale!
Jess, plido y sereno en la blancura de su manto burlesco, mira dulcemente a la multitud que quiere darle lo que en su corazn ha aceptado tanto tiempo ha. Muere por ellos, con la divina esperanza de salvarlos a ellos tambin con su muerte, y ellos estn all encima, gritando como si pretendiera escapar a la muerte que tiene aceptada. Sus amigos no estn all, se esconden; todo su pueblo quiere clavar su carne; nicamente un extranjero, un romano, un idlatra, defiende su vida; pero no advierte que con su falsa piedad no 328
logra otra cosa que alargar y hacerle ms amarga la agona. Am y es odiado; resucit a los muertos e intentan matarlo; quiere salvar y se conjuran para perderlo; es inocente y va ser sacrificado a los culpables.
Pero el testarudo Pilato no se rinde a los gritos de los Judos. Quiere salvarlo a toda costa. No quiere que se salgan con la suya tampoco esta vez aquellos puercos enfurecidos.
No ha conseguido transferir a Antipas la ingrata responsabilidad de una condena capital; no consigue persuadir a aquel pueblo tigresco y obtuso de la inocencia de su Rey. Quieren ver un poco de sangre; estn ansiosos de disfrutar, en aquellos das de fiesta, del espectculo de una crucifixin. Intentar contentarlos con un cambio, dndoles la carroa de un homicida en vez del cuerpo de un inocente.
Os digo que no hallo en l culpa alguna. Pero es costumbre que por la Pascua yo os suelte un preso. A quin queris que ponga en libertad: a Barrabs o a Jess, que llaman Cristo?
El pueblo, cogido de improviso, no saba qu contestar. Hasta entonces el nombre era uno solo, nica la vctima, nico el suplicio pedido: todo les pareca claro como el cielo de aquella maana de mediados de abril. Pero este pagano vengativo se dicen entre s con tal de poner a salvo a ese inventor de escndalos, echa a rodar otro nombre que todo lo embrolla. Quera apalearle nicamente, en vez de clavarlo en la cruz, y ahora quiere darnos otro delincuente en lugar del que nosotros queremos. Pero all estaban los Ancianos, los Escribas y Sacerdotes, dispuestos a no dejar escapar a Jess de ninguna manera, y en un instante sugirieron lo que haba que decir. De suerte que cuando Pilato les pregunt por segunda vez:
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El hombre que el Procurador ofreca como sangre de rescate a los aficionados a las crucifixiones no era un espantaperros cualquiera. En la tradicin vulgar ha quedado memoria de l como de un salteador de caminos, adscrito a la plebe de los criminales de oficio. Pero su sobrenombre Bar Rabban, que quiere decir Hijo del Rab, o ms bien Discpulo del Maestro, porque los alumnos de los Rabinos eran tambin llamados hijos nos advierte que perteneca, por nacimiento o por estudio, a la casta de los Doctores de la Ley. Marcos y Lucas dicen expresamente que estaba acusado de haber cometido un homicidio durante una sedicin, un asesinato poltico, por tanto. Barrabs, educado en las escuelas de los Escribas en la nostalgia del triunfo y en el odio hacia los dominadores paganos, era probablemente un Zelote y haba sido apresado en algn motn, fallido, tan frecuentes en aquellos aos. Era, pues, posible que la bandera saducea y farisea, que en el fondo tena los mismos sentimientos que los Zelotes, aunque los ocultase por razn de estado o los olvidase por falta de nimos, se contentase con aquel trueque?
A los ojos de aquella gente Barrabs, aunque asesino, es ms: por asesino precisamente era un patriota, un mrtir, un perseguido por los extranjeros, y Jess, por el contrario, aunque no hubiera matado a nadie, quera hacer algo que estimaban ms pernicioso que un homicidio: sustituir la ley de Moiss, arruinar el Templo. En el primero, en suma, vean una especie de hroe nacional; en el otro, un enemigo de la Nacin. No dudaron mucho en la eleccin.
Tampoco esta vez ha sabido salvar y salvarse Poncio Pilato. Debiera haberse dado ya cuenta de que los jefes de los Judos no iban a dejar que se escapara la carne en que ya haban dejado la seal de sus dientes, la nica que poda aplacar su hambre. La ansiaban aquel da, como el aire y el pan. No se apartaran de all, no se iran a comer hasta no ver a Jess clavado con cuatro clavos en dos maderos.
Poncio Pilato es cobarde. Tiene miedo a cometer una injusticia; tiene miedo de no dejar contenta a su mujer; tiene miedo de dar una satisfaccin a sus enemigos; pero, al mismo tiempo, tiene miedo de librar a Jess, tiene miedo de mandar que los soldados dispersen aquel rebao gruidor y osado, tiene miedo de imponer, con decidido acto de imperio, 330
que Jess el inocente sea puesto en libertad y no Barrabs, el asesino. Un Romano verdadero, un Romano a la antigua, de buena estirpe, o bien hubiera luego dado satisfaccin a aquellos borrachos pedigeos sin perder un minuto en defender a quien crea un oscuro alucinado, o bien habra decretado desde un principio que aquel hombre era inocente y estaba bajo la augusta proteccin del Imperio.
Pilato, a fuerza de estratagemas, de dilaciones, de indolentes interrogatorios, de trminos medios y medias tintas, de titubeos, de resoluciones torpes y luego retractadas, de movimientos mal hechos, se encontraba precipitado de pronto donde no hubiera querido caer. Pero el no haber acabado desde luego la cuestin con un s o un no, haba aumentado la insolencia de los jefes y la efervescencia del pueblo. Y ahora no le quedaba ya ms que dos caminos: o ceder vergonzosamente despus de tantos repliegues y resistencias, o ponerse en trance de suscitar un tumulto que poda convertirse, en aquellos das en que Jerusaln albergaba a casi un tercio de la Judea, en un levantamiento peligroso.
Zarandeado por el ondear de sus cobardes pensamientos, aturdido por los gritos, no sabe sino pedir consejo otra vez a aquellos a quienes debiera y quisiera mandar.
Crucifcale! Crucifcale!
Crucifcale! Crucifcale!
Qu sabe este odioso extranjero murmuran entre s si ha hecho algn mal o no? Segn nuestra fe, es un impostor, un blasfemo, un enemigo del pueblo y debe morir; aunque no haya fecho nada, debe morir, porque sus palabras son ms peligrosas que toda maldad.
Nosotros tenemos una Ley, y segn esa Ley debe morir, porque se ha llamado Hijo de Dios!
El silencio de Jess domina sobre el tumulto bestial. Se disputan su cuerpo y apenas parece darse cuenta de ello. De una parte, un Gentil, que no sabe nada de l y que nada comprende, que no le defiende por amor, sino por odio; que no le defiende abiertamente, sino con astucias y cabildeos; que tiene ms terror de una revuelta que de una injusticia; que se obstina en su parecer por amor propio y no por certidumbre de la inocencia. De otra parte, un sacerdocio amenazado, una burguesa flagelada, un vulgo ms fcil de llevar a lo peor, como todos los vulgos. Cualquiera puede profetizar fcilmente la solucin.
Pero Poncio Pilato no abandona la partida. Regalar a Barrabs a sus cmplices, pero no les da a Jess. Vuelve a su primera idea: castigarlo. Tal vez cuando vean la lividez y la sangre arrancada por los golpes, se contenten con tal anticipo de suplicio y dejen en paz al Inocente que mira con la misma compasin al cobarde pastor y a los lobos furiosos.
El Procurador ha dicho que no halla en l culpa alguna, y sin embargo lo castigar con los azotes. Esta contradiccin, esta media injusticia, este compromiso, es muy del estilo de Pilato; pero ser, como las dems tentativas, un fracaso y, a la postre, una vergenza ms antes de la derrota final.
Crucifcale!
Pero l entra en el Pretorio de nuevo y entrega a Jess a los soldados romanos para que lo azoten.
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REY CORONADO
La soldadesca mercenaria, que en las provincias constitua el grueso de las legiones, no esperaba otra cosa. Todo aquel tiempo los militares de guardia en el pretorio haban tenido que asistir, inmviles y callados, a aquella misteriosa algazara colonial, de la que slo entendan una cosa: que su jefe no era ciertamente quien haca mejor papel. Se haban divertido un rato viendo las muecas, los gritos, las gesticulaciones de aquel bullicio judaico, y se haban dado cuenta de que el Procurador, cejijunto, y embarazado, no acertaba a salir de aquel barullo matinal. Le miraban como los perros miran al cazador poco diestro que anda dando vueltas de aqu para all, sin decidirse a tirar, por ms que la presa no est lejos.
Ahora, por fin, se sacaba algo. Tambin para ellos iba a haber diversin. Apalear las espaldas de un Judo odiado por los Judos mismos era para ellos un juego en el que podan intervenir, sin peligros ni gran trabajo. Con eso se calentaban las manos, estiraban los miembros entumecidos por el fresco de la maana y se desperezaban.
Llamada toda la compaa al patio del palacio, le quitaron de encima a Jess el manto blanco regalado por Antipas es el primer botn de la empresa y luego las dems vestiduras. Los lictores desataron las varas, que se disputaron los ms robustos. Era gente avezada y que saba flagelar con gallardo continente y segn las reglas del arte.
Jess, medio desnudo, atado a una columna, para que al doblarse no amortiguase la fuerza de los golpes, ruega en silencio a su Padre por los soldados que sudan azotndolo. No ha dicho, por ventura: Amad a los que os odian; haced bien a los que os persiguen; ofreced la mejilla izquierda a quien os abofetea la derecha? No puede en aquel momento recompensar a sus fustigadores mejor que intercediendo cerca del Padre para que sean perdonados. Tambin ellos son prisioneros y obedientes y no saben quin es Aqul a quien flagelan con tanta alegra; ellos mismos fueron azotados alguna vez por haber faltado, y no les parece cosa singular que el Procurador, un Jefe, un Romano, haga castigar de aquel modo a un hombre a quien tienen por delincuente de una raza sometida e inferior.
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Dad con fuerza, legionarios, que un poco de esa sangre que empieza a correr de la carne viva tambin se vierte por vosotros. Es la primera sangre que quitan los hombres al Hijo del Hombre: en la Cena, su sangre tena la apariencia del vino; en el Alto de los Olivos, la sangre que juntamente con el sudor goteaba proceda de una tortura completamente espiritual e interna. Pero hoy, al cabo son manos de hombres las que hacen salir aquella sangre de las venas del Cristo; manos nudosas de soldados al servicio de los poderosos y los ricos, manos de flageladores en espera de los clavadores. Aquella espalda lvida, hinchada, sanguinolenta, est ya dispuesta para adherirse al leo; escoriada y desollada de aquella suerte, le escocer ms an cuando la tiendan sobre el palo mal cepillado de la cruz. Ahora podis dejarlo ya; el patio del cobarde extranjero est manchado de sangre tambin. El ostiario lavar hoy mismo esas manchas; pero aun despus de lavadas volvern a florecer en las blancas manos de Poncio Pilato.
Los golpes prescriptos le han sido administrados ya por los legionarios; pero una vez que han tomado gusto, no quieren dejar escapar a su juguete. Hasta el momento han obedecido una orden; ahora quieren divertirse a su modo. Este hombre, segn dicen los voceadores de la plaza, pretende ser Rey; dmosle, pues, gusto al loco, y as haremos rabiar tambin a los que no quieren reconocer su dignidad real.
Un soldado se quita la capa de escarlata la clmide bermeja de los legionarios y se la echa encima de los hombros sangrientos; otro rene un haz de espinos secos, que estn all para encender por la noche el brasero del cuerpo de guardia, teje un par de ellos a modo de corona y le cie la cabeza; un tercero se hace dar por un esclavo una caa, se la pone a la fuerza entre los dedos de la mano derecha y luego, riendo a carcajadas, le empujan a un asiento. Pasando uno a uno ante l, se arrodillan en son de burla y gritan:
Pero no todos se contentan con aquel homenaje burlesco. Uno larga una bofetada en la mejilla donde an se advierte la huella de los dedos de los servidores de Caifs; otros le escupen en los ojos; otro, ms ingenioso, le arranca la caa y le da con ella en la cabeza, de suerte que los espinos de la corona, clavndosele ms, forman en torno a su frente un cerco de gotas, rojas cual su manto. 334
Y hubieran tal vez dado con alguna nueva y ms grosera invencin si el Procurador, acudiendo a la jovial algazara, no hubiese dado orden de sacar afuera otra vez al apaleado Rey. Los legionarios haban adivinado, con aquel burlesco disfraz, la intencin sarcstica de Pilato, el cual sonri y tomando de la mano a Jess lo llev a la terraza embaldosada del Pretorio, y mostrndolo a las bestias all amontonadas, grit:
He aqu al Hombre!
Y vuelve a Cristo de espaldas hacia la turba ululante, para que vean los cardenales de los golpes y los cuajarones sanguinolentos. Como si dijera:
Contemplad a vuestro Rey, el nico Rey que os merecis, en su verdadera majestad, con el atuendo que mejor le conviene! Su corona es de espinas punzantes, su manto purpreo es la clmide de un mercenario; su cetro es una caa seca, cortada en uno de vuestros ridos barrancos. Son los ornamentos que merece este Rey de burlas, renegado injustamente por un pueblo innoble como sois. Tenais sed de su sangre? Ah tenis su sangre; mirad cmo se hace grumos en torno a las llagas de los azotes y cmo gotea de las espinas de la corona. Es poco, pero debiera bastar, porque es sangre inocente, y es ya una gracia muy grande el que por daros contento la haya hecho yo derramar. Y ahora, marchaos de aqu, que bastante me habis atronado los odos!
Pero los Judos no se aquietaron con aquellas palabras ni ante aquella vista. Harto ms se necesitaba que una azotaina y un disfraz para que se fuesen en paz! Pilato crea burlarlos; pero se dara cuenta de que no estaba el tiempo para bromas. Dos veces haba chocado con ellos por querer contrariarles, y no sern las ltimas. Unos cuantos golpes y una farsa soldadesca dicen entre s no bastan para castigar como se merece al enemigo de Dios; todava hay rboles en Judea y clavos para clavarlo. Y las voces enronquecidas repiten a coro:
Crucifcale! Crucifcale!
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Pilato se da cuenta, demasiado tarde, de que se ha metido en un avispero del cual ya no sabr salir. Todas sus decisiones son contrariadas con una pertinacia que no ha sabido prever. Una ltima iluminacin le ha dictado aquellas grandes palabras:
He aqu al Hombre!
Pero l mismo no sabra darse cuenta de su verdadero significado, que est muy por encima de la bajeza de su espritu. No advierte que ha hallado la verdad que buscaba: una media verdad, pero ms profunda que todas cuantas pueden haberle enseado los filsofos de Roma y de Grecia. No sabra decir por qu Jess es verdaderamente el Hombre, el smbolo de toda la humanidad dolorida y humillada, traicionada por sus jefes, engaada por sus maestros, crucificada todos los das por los reyes que devoran a los sbditos, por los ricos que hacen llorar a los pobres, por aquellos sacerdotes que piensan en su vientre ms que en Dios. Jess es el Hombre de Dolores anunciado por Isaas, el hombre de msero aspecto a quien todos rechazan y que ser muerto por todos; pero tambin el Hijo nico de Dios nico, que ha tomado la naturaleza de hombre y descender de nuevo, un da, en la gloria del poder y del nuevo sol, entre el clamor de las trompetas anunciadoras de la Resurreccin. Pero hoy, a los ojos de Pilato, a los ojos de los enemigos de Pilato, no es ms que un hombre msero, un hombre de nada, carne de varas y de clavos, un hombre y no el Hombre, un mortal y no un Dios. Qu espera, pues, Pilato, con sus discursos sibilinos, para entregarlo al verdugo?
Con todo, Pilato no cede an. Junto a este Silencioso el romano se siente invadido por un desfallecimiento opresor que nunca ha sentido. Quin es, pues, ste, a quien todo un pueblo quiere ver muerto, y a quien l no se decide a salvar ni a sacrificar? Se vuelve una vez ms a Jess:
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No tendras poder alguno sobre m si no te viniese de lo alto; por eso el que me ha puesto en tus manos es ms culpable que t.
Caifs y sus camaradas son los culpables principales: los dems son canes azuzados e instrumentos obedientes. El mismo Pilato es un instrumento indcil del odio sacerdotal.
Pero el Procurador, desorientado, no hallando ningn nuevo expediente para cortar el nudo que le aprieta, vuelve a insistir:
Si le sueltas, no eres amigo de Csar. El que se alza por rey es contrario a Csar.
Haban hallado, al fin, el punto flaco y sensible para herir al pusilnime. La fortuna de cualquier magistrado romano, por elevado que fuese, dependa, en aquel tiempo, del favor de Csar. Una acusacin de aquella suerte, presentada con habilidad por abogados maliciosos y no faltaban entre los Hebreos, como advertir ms tarde leyendo el memorial de Filn poda perderle. Pero, no obstante la amenaza, Pilato grita la ltima y ms estpida pregunta
Los jefes de los sacerdotes, dndose cuenta de que estn a punto de vencer, responden con la ltima mentira
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Pilato se rinde. Si no cede, teme suscitar un tumulto que puede prender en toda la Judea. Su conciencia le parece tranquila; cree haber probado todos los caminos para librar a ese hombre que no quiere librarse.
Ha intentado salvarlo remitiendo el juicio a los mismos sanedritas, que no pueden condenar a muerte; ha intentado salvarlo mandndoselo a Herodes; ha intentado salvarlo afirmando que no ha hallado en l culpa alguna; ha intentado salvarlo ofreciendo soltarlo en vez de Bar Rabban; ha intentado salvarlo mandndolo azotar, con la esperanza de que aquel ignominioso castigo bastase a calmar los nimos; ha intentado salvarlo queriendo suscitar un movimiento de compasin en aquellos corazones endurecidos. Pero todos sus intentos han fallado y l no quiere que por aquel hombre se levante toda una provincia. Y mucho menos que, por causa de l, le acusen ante Tiberio y sea destituido.
Pilato se cree inocente de la sangre de este inocente. Y para que todos tengan una idea visible y memorable de tal inocencia, manda traer una palangana, con agua y se lava las manos a la vista de todos, diciendo:
Entonces orden que se soltase a Bar Rabban y entreg al Justo a los soldados para que lo crucificasen.
Pero el agua que ha corrido por sus manos no basta para lavarlo. Sus manos han quedado ensangrentadas hasta el da de hoy y rojas seguirn perpetuamente. Tena poder para salvar a aquel hombre, y no ha querido. Sus tergiversaciones, las mltiples formas de cobarda de su alma atosigada por la irona del escepticismo, han llevado a Jess al lugar de la Calavera. Si le hubiera credo culpable de veras y consentido en el 338
asesinato sera menos vil. Pero sabe que Jess no tiene culpa; que Jess, como le ha dicho Claudia Prcula, como l mismo ha repetido, es un Justo. Un Poderoso que por miedo de que le venga a l algn mal deja asesinar a un Justo, l, que ha sido mandado para proteger a los justos contra los asesinos, no tiene excusa. Pero yo he hecho, dice Pilato, cuanto he podido por arrancarlo de manos de los injustos. No es verdad. Ha probado muchos caminos y no ha escogido el nico eficaz para su intento. No se ha ofrecido l, no se ha sacrificado a s mismo, no ha querido poner en peligro su dignidad y su fortuna. Los Judos odian a Jess, pero tanto como a l odian a Pilato, que de tantas maneras los ha vejado y escarnecido. En vez de proponer, a cambio de Jess, al sedicioso Bar Rabban, hubiera debido proponerse l, Poncio Pilato, Procurador de Judea, y el pueblo tal vez aceptara el cambio. Ninguna otra vctima fuera de l hubiera podido saciar la rabia de los Judos. Pero no era menester morir. Bastaba con desafiarlos a que lo denunciasen a Csar como enemigo de Csar. Tiberio le hubiera quitado de su puesto y tal vez desterrado; pero en el destierro y la desgracia hubiera tenido el feliz consuelo de la inocencia. La temida pena, que ahora le persuade a arrojar a Jess en manos de sus adversarios como vctima propiciatoria, igual ha de caer sobre l a los pocos aos. Los Judos y los Samaritanos le acusarn; el presidente de Siria lo depondr y Calgula le enviar al confn de las Galias. Pero al destierro le seguir la sombra del gran silencioso, asesinado con su consentimiento. En vano ha hecho construir en Jerusaln la hermosa cisterna llena de agua; en vano se ha lavado ante la multitud con aquel agua. Aquel agua es agua juda, agua turbia y maleficada, agua que no limpia. Ningn lavado podr limpiar sus manos de las manchas que ha dejado en ellas la sangre divina de Jess.
LA PARASCEVE
Ascenda el sol en el desnudo cielo de abril y estaba ya en lo ms alto de su camino. En la lucha entre el tmido defensor y los rabiosos acusadores haba transcurrido la mayor parte de la maana, y haba que darse prisa. No podan, por antigua ley mosaica, permanecer los cuerpos de los ajusticiados en el lugar del suplicio, despus de la puesta del sol, y los das de abril no son tan largos como los de junio. 339
Caifs, adems, aunque apoyado por tantos acalorados partidarios, no estar tranquilo hasta tanto que los pies del peregrino se detengan fijos en la cruz con puntas de hierro. Se acuerda de cuando entr, pocos das antes, entre el ondear de las palmas y el jbilo de los himnos. En la ciudad tiene confianza; pero est lleno por aquel entonces de provincianos llegados de todas partes, que no tienen los mismos intereses y las mismas pasiones que la clientela que vive junto al Templo. En particular aquellos Galileos, que han acompaado hasta ahora a Jess, que le queran, podran intentar un golpe de mano, y retrasar, ya que no impedir, la fiesta votiva de aquel da.
Tambin Pilato tiene prisa por quitar de su vista aquel intempestivo inocente; no quiere pensar ms en l; espera olvidar cuando est ya muerto aquellas miradas, aquellas palabras y, sobre todo, aquel agrio malestar suyo que tanto se parece al remordimiento. Aunque sus manos estn lavadas y secas, le parece que aquel hombre, en su silencio, le condena a una pena ms atroz que la misma muerte; le parece ser l el culpable ante aquel flagelado moribundo. Para ahogar su despecho contra los que son la principal causa de todo aquello, dicta a un escribano la leyenda del titulus o cartel que el sentenciado ha de llevar colgado del cuello en tanto no se clave en lo alto de la cruz. Dice as: Jess Nazareno, Rey de los Judos. Y el escribano traza aquellas palabras en tres lenguas, en grandes caracteres rojos, sobre la madera blanqueada.
Los jefes judos que se han quedado all, para apresurar los preparativos, leen, alargando el cuello, el sarcstico escrito y se ofenden:
No escribas le dicen a Pilato Rey de los Judos, sino que este hombre ha dicho: Yo soy el Rey de los Judos.
Son las ltimas palabras suyas que recuerda la historia y las ms profundas. Me habis conducido a regalaros la vida de este hombre; pero no reniego de lo que he dicho: Jess es un Nazareno, que quiere decir tambin Santo; y es vuestro Rey, y quiero que todos 340
sepan y por eso he mandado escribir esas palabras en latn y griego, adems de en hebreo cmo trata a Santos y Reyes vuestra raza mal nacida. Y marchad, que ya os he soportado bastante. Quod scripsi, scripsi.
Entretanto, los soldados haban vuelto a vestir al Rey con sus vestiduras de pobre y le haban colgado el cartel al cuello. Otros haban sacado de los almacenes del Pretorio tres macizas cruces de pino, los clavos, el martillo y las tenazas. La escolta estaba dispuesta. Pilato pronunci la frmula usual:
Iba delante el Centurin, a caballo, aqul a quien Tcito llama, con terrible brevedad, exactor mortis. Inmediatamente detrs, en medio de los legionarios armados, Jess y dos ladrones que haban de ser crucificados con l. Los tres llevan la cruz a cuestas, segn el uso romano. Y tras ellos el tumulto y pisoteo de la chusma necia, que iba aumentando a cada paso, de cmplices y de curiosos.
Era la Parasceve, el da de la Preparacin, la ltima vigilia de Pascua. Pieles de cordero estaban tendidas al sol, por millares, en los terrados; y cada casa lanzaba su columna de humo que se abra en el aire, delicadamente, como la corola de una flor, para perderse luego en el cielo, vibrante de fiesta. De los callejones desembocaban en las calles las viejas narices malignas, mascullando anatemas; niitos con la cara sucia, que correteaban con paquetes bajo el brazo; hombres barbudos que llevaban a cuestas un cabrito o una barrica de vino; burreros llevando de la cabezada a los asnos con el hocico bajo; muchachas que clavaban sus ojos desvergonzados y melanclicos en los forasteros que andaban, muy circunspectos, aturdidos por aquel barullo de fiesta. Las amas de casa estaban en los hogares muy afanadas, disponiendo lo necesario para el da siguiente, porque, una vez cado el sol, todas las manos estaban dispensadas, durante veinticuatro horas, de la condena de Adn. Los corderos, despellejados, descuartizados, estaban dispuestos ya para el fuego; los zimos, oliendo todava a horno, estaban amontonados
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en la masera; los hombres trasvasaban el vino, y los nios, para echar una mano a su vez, limpiaban sobre la mesa las hierbas amargas.
No haba nadie que no tuviese quehacer, nadie que no gozase en su corazn pensando en aquel da reposado y festivo, en que todas las familias estaran en derredor del padre y comeran en paz y beberan el vino de accin de gracias, y Dios sera testigo de aquella alegra, porque le llamaran de todas las casas los salmos de los agradecidos. Incluso los pobres, en tal da, se sentan casi ricos; y los ricos, por las inslitas ganancias, casi ms generosos: y los hijos, en quienes la experiencia no haba amortiguado an las ilusiones, ms amantes; y las mujeres, ms amadas.
Se vea por doquier aquella confusin pacfica, aquel tumulto bonachn, aquel risueo holgorio que antecede a las grandes solemnidades populares. Un olor de esperanza y de primavera purificaba el hedor antiguo de aquella gusanera de circuncisos. Y un diluvio de luz se volcaba del gran sol oriental sobre las cuatro colinas.
En tal ambiente de fiesta, a travs de tal ajetreo de fiesta, en medio de tal multitud en fiesta, va, lento como un entierro, el cortejo siniestro de los que llevan la cruz. Todo habla en derredor de ellos de alegra y de vida, y ellos van a la tristeza y a la muerte. Todos esperan ansiosos la noche para reunirse con aquellos a quienes aman, para sentarse a la mesa preparada, para beber el vino ardiente y claro de los das felices, para tenderse en la cama a esperar la maana del sbado ms deseado del ao; y aquellos Tres, separados de los que les besaron, se tendern sobre el leo de la infamia y no bebern ms que un sorbo de vino amargo, y sern arrojados, fros, a la fra tierra.
La gente se aparta ante el pisotear del caballo del Centurin y se detiene a mirar a los mseros que jadean y sudan bajo la temerosa carga. Los dos ladrones parecen ms seguros y valientes; pero el primero, el Hombre de los dolores, parece a cada paso no tener fuerza para dar el siguiente. Extenuado por la terrible noche, por los cuatro interrogatorios, por las penosas andanzas, por las bofetadas, los palos, la flagelacin; desfigurado por la sangre, el sudor, los salivazos, el esfuerzo de este ltimo trabajo, no parece ya el joven animoso que das atrs haba desembarazado con el ltigo la cueva del Templo. Su hermoso rostro iluminado se deformaba ahora en la contraccin del dolor; los 342
ojos, rojos de llanto contenido, se haban escondido en las fosas de las rbitas; sobre las espaldas, laceradas por las varas, se le pegaban las vestiduras en las partes llagadas aumentando su martirio; las piernas sentan la fatiga ms que todos los otros miembros y se doblaban al peso del cuerpo y de la cruz. "El espritu est dispuesto; pero la carne es dbil." Y desde la vspera, que haba sido el principio de su agona, cuntos golpes haban herido aquellas carnes! El beso de Judas, la huda de los amigos, las ligaduras de las manos, las amenazas de los jueces, las injurias de los guardias, la cobarda de Pilatos, los gritos de muerte, los ultrajes de los legionarios, y aquel ir con la cruz a cuestas entre las sonrisas y los desprecios de aquellos a quienes ama.
Los que le ven pasar no se apiadan de l: "Lo llevan dicen a crucificar; bien empleado est." O intentan, a lo sumo, los que saben leer, descifrar el cartel que le cuelga sobre el pecho. Muchos, sin embargo, le conocen de vista o de nombre y le sealan con el dedo a los ms prximos con aire resabido y satisfecho. Algunos se mezclan con la turba que sigue detrs, para disfrutar hasta el fin el espectculo, siempre nuevo, de la muerte de un hombre; y muchos ms haran lo mismo si no fuese da de gran quehacer. Los que haban empezado a esperar en l ahora le desprecian porque se ha dejado prender como si fuera un ladronzuelo, y para hacerse querer de los Sacerdotes y los Ancianos mezclados al acompaamiento, arrojan sobre l algn fuerte vituperio. Raros eran los que en su corazn se estremecan al verle en aquel estado y ante aquel aparato en derredor; ya porque sintiesen, sin saber quin era, la compasin natural que tiene el pueblo por los condenados; ya porque conservasen en el fondo de su alma un resto de amor hacia el Maestro que amaba a los pobres, que curaba a los enfermos, que anunciaba un Reino mucho ms justo que estos otros que suelen desgarrar la tierra.
Pero eran los menos y casi se avergonzaban de aquella secreta ternura hacia uno a quien haban credo menos odiado y ms poderoso. La mayor parte rean tranquilos y contentos, como si aquel cortejo mortuorio formase parte de la fiesta inminente.
Slo algunas mujeres, la cabeza envuelta en sus velos, le seguan, un tanto apartadas, llorando, pero intentando ocultar aquel llanto que poda parecer delictuoso.
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No haban llegado an a la puerta de los Jardines, pero estaban por llegar, cuando Jess, agotadas sus fuerzas, tropez, cay al suelo y all qued tendido bajo la Cruz. Su rostro haba palidecido, hacindosele de pronto como de nieve; sus prpados, enrojecidos, cerraban los ojos: se le hubiera tenido por muerto a no ser por el aliento afnico que sala de su boca entreabierta.
Todos se detuvieron y un apretado cerco de hombres alargaba rostro y manos hacia el cado, gritando desaforados. Los Judos que le seguan desde la casa de Caifs, no queran darse a razones.
Es un engao! gritaban Levantadlo! Es un hipcrita. Tiene que llevar la cruz hasta el fin. Esa es la ley. Un puntapi, como a los borricos, y adelante! Otros chanceaban
Mirad al gran Rey, que iba a conquistar reinos! No sabe llevar siquiera dos trozos de madera, y quera ponerse armadura! Deca que era ms que hombre y es una mujercilla que se desmaya al primer esfuerzo. Haca andar a los paralticos, y l no sabe tenerse en pie! Echadle entre los dientes un vaso de vino, que le devuelva la fuerza!
Pero el Centurin, que tena prisa, como Pilato, de terminar aquel molesto servicio, comprendi, como conocedor de hombres que era, que el infortunado no podra arrastrar la cruz hasta el alto de la Calavera, y busc, con una mirada, alguien que pudiese tomar sobre s aquel peso. Volva en esto, del campo, un hombre de Cirene, llamado Simn, que al ver tanta gente se haba escondido entre la muchedumbre y contemplaba, con aire de asombro y conmiseracin, el cuerpo aqul, abatido y anhelante bajo los dos maderos. El Centurin, al verle, y como le pareciese bien dispuesto, y adems de fuerte complexin, le llam y le dijo:
El Cirineo, sin decir palabra, obedeci. Acaso por bondad, pero de todas maneras, por necesidad, porque los soldados romanos, en los pases de ocupacin, se toman el derecho de obligar a ayudarles a quien quiera que fuese. "Si un soldado te impone un trabajo 344
escribe Arriano gurdate de resistir y hasta de murmurar, porque de otra manera sers apaleado."
Del misericordioso que prest sus buenas espaldas campesinas para aliviar las de Cristo nada ms sabemos; pero s que sus hijos, Alejandro y Rufo, fueron cristianos, y es muy probable que fuese l precisamente quien los convirti con el relato de la muerte de la que fue obligado testigo.
Dos soldados levantaron en pie al cado y lo empujaron hacia adelante. La caravana emprendi de nuevo el camino bajo el sol de medioda. Pero los dos ladrones murmuraban entre dientes que nadie pensaba en ellos; que no era justo que se le quitase todo el peso a aquel hombre que finga caerse y a ellos no, y que era una parcialidad real y verdadera, tanto ms cuanto l, segn los sacerdotes, era mucho ms culpable. Desde aquel momento, tambin los dos compaeros de pena empiezan, envidiosos, a odiarle y llegarn hasta el insulto cuando estn clavados, a su lado, en las cruces que llevan a cuestas.
EL JUDIO ERRANTE
En este punto se intercala en el relato de la Pasin, una antigua leyenda. Es una leyenda florecida en la imaginacin de los cristianos ms de mil aos despus de la muerte de Cristo; pero contiene un smbolo tan profundo, que la humanidad no la ha podido olvidar y ms de un poeta la ha hecho suya para resucitarla.
Entre los Judos que insultaban a Jess cuando cay, haba uno ms despiadado y ladrado que todos. Cuando los soldados hubieron, al fin, levantado al inmortal moribundo, le dio un manotazo en un hombro, gritndole:
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El golpeado, segn el Judo habra referido ms tarde, se volvi, y, mirndole fijamente, respondi:
Y aquel hombre, dejando en el suelo a un hijo suyo que llevaba en brazos, se alej, y desde entonces anda los caminos de la tierra, sin parar ms de tres das en un mismo lugar, sin cansarse, sin poder morir. Uno de los muchos que dicen haberle conocido, refiere que es de "estatura mediana, color moreno, delgado, ojos hundidos y barbilla con pocos pelos; conoce todas las lenguas, pero no habla sino a los cristianos. Afirma que volvi a Jerusaln para verla destruida; anda descalzo, no tiene bolsa, no se sabe de dnde le vienen los dineros ni nunca le sobran. Si le dan ms de lo que necesita, l se los da de limosna a los pobres. Su nombre ms conocido, y tiene muchos, es Ahasverus, el hombre que ha rechazado a Dios.
La leyenda no est corroborada por ningn texto de los primeros tiempos cristianos. Pero es verdadera con una verdad ms tremenda que histrica.
Que en aquellos das innumerables Judos escarnecieron el agotamiento y la desventura de Jess, es ciertsimo, e igualmente cierto que Alguien vaga errante an por todos los pases, esperando el retorno de aquel a quien apart de su cuerpo como un miembro podrido. Ese Alguien es el pueblo judo que, pocos aos despus de la crucifixin de aqul a quien haba rechazado, hubo de dispersarse, como rebao acosado por el fuego, por todas las tierras conocidas, y an sigue fugitivo y errabundo, en todas partes extranjero y sospechoso, sin sede estable, sin reino que pueda decir suyo, desanidado de la antigua patria que cost tanta sangre a sus padres. A ese Alguien, que quit la vida al Salvador, le ha sido concedida una inmortalidad material, carnal, visible, en la persona de los hijos sobre los que ha de caer por voluntad de sus padres la sangre de Cristo. Porque ese espectador viviente de la Pasin, que lleva all donde emigra los textos de los Profetas desatendidos y de la Ley traicionada, debe quedar como testigo de los anuncios, que precedieron al primer advenimiento y debe esperar el segundo, hasta que se convierta al Hijo nacido de una virgen de su sangre.
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El Judo Errante no es, pues, como piensan muchos, imagen de una humanidad empujada a andar por la tierra el perenne camino de los siglos y marcada en la frente con una seal roja e imborrable, como Can, por haber matado a su hermano. El Judo Errante es verdaderamente el Judo, distinto y separado del resto de los hombres; pero no es una sola persona, sino un pueblo entero. Su perenne longevidad es la longevidad, verdaderamente extraordinaria, de esta nacin, que todos los pueblos, durante siglos y siglos han diezmado y asesinado, a la que le ha sido arrebatada y quemada la casa, que fue perseguida y vejada en todos aquellos lugares donde ha buscado refugio, y, sin embargo, vive todava, con su lengua y su ley, separada de los dems, sobreviviendo a todas las estirpes coetneas suyas por caso nico en la historia.
Pero esa raza no se ha convertido an ni tiene la misma repugnancia a llevar dinero encima que el Judo de la leyenda. Antes bien, ha encontrado una patria nueva en el Oro, y por medio del oro amontonado en sus cajas domina a muchos que dicen creer en el menospreciador del dinero, y ella los ha corrompido a su imagen y semejanza.
Pero los Judos pobres, los Judos descalzos, los Judos hambrientos, los Judos piojosos que todos los aos salen de sus hediondos ghettos de Eslavia para pedir al otro lado del mar un pan ms blanco y ms seguro, sin la obsesin de la matanza repentina, son figura viviente del verdadero Ahasverus que no ha visto an volver al Crucificado.
Un orculo inefablemente misterioso afirma que la segunda venida de Jess a la tierra no se verificar hasta que no sea cristiano su pueblo. Y el Judo seguir recorriendo, provisto de muchos bolsillos, los caminos del mundo, para acaparar los dineros producidos por los treinta siclos de Judas, hasta el da en que obedezca a la invitacin milenaria de Cristo.
Y entonces, dejando de rastrillar el oro que cae del orificio excremental de Satans, compartir con los pobres sus bienes para seguir al divino Pobre a quien no quiso conceder, hace diecinueve siglos, ni siquiera la caridad de un instante de reposo.
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EL LEO VERDE
La fnebre procesin, cada vez ms engrosada por los desocupados que en aquella vspera de fiesta no tenan otra diversin, continuaba su camino hacia el Calvario. Las mujeres, que al principio se haban mantenido alejadas del sentenciado, ahora que se acercaba el momento en que ya no podran tocarle siquiera, se haban aproximado y dejaban or sus sollozos y ver sus lgrimas sin miedo a los sacerdotes que las miraban de reojo.
Hijas de Jerusaln, no lloris por m, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vendrn das en que se dir: Bienaventuradas las estriles, bienaventuradas las entraas que no han parido y los pechos que no han amamantado. Entonces los hombres comenzarn a decir a los montes: Caed sobre nosotros! Y a los collados: Cubridnos! Porque s as han tratado al leo verde, qu harn con el que est seco?
Sufre con toda su carne que de all pronto ser sujeta al patbulo, colgada de unos clavos, como el carnicero cuelga al cordero abierto en canal, del techo de la tienda. Pero sabe que descender de la cruz para ir luego a sentarse, con sus fieles servidores, al eterno banquete del Reino. El llanto de las mujeres es una prueba de amor y no lo rechaza; pero antes que por l debieran llorar por ellas mismas, que sufren y sufrirn ms todava, y por sus hijos, que vern las seales, los estragos y ruinas que l ha descrito. Y pensando en aquellos das, mucho ms prximos de lo que creen los doctores que van a su lado para vigilar su agona, aade una imprevista y tremenda bienaventuranza a las de la Montaa:
La sangre pedida por los Judos no tardar en llover de nuevo sobre ellos; llenas estarn de ella las calles de esta ciudad que ahora vomita a Cristo fuera de sus murallas, como si fuese una podredumbre, y el fuego no dejar piedra sobre piedra de la casa de Caifs. Entonces los aterrados, no hallando salida por parte alguna, porque los asediados se matarn unos a otros, y de fuera estarn acampadas, dispuestas a la matanza, las 348
legiones de Tito, invocarn desesperadamente a las montaas silenciosas para que los salven de las espadas de los Sicarios y de los Romanos. Pero las colinas, hechas de piedra como el corazn de los deicidas, no respondern sino con el eco de sus alaridos, y los pequeuelos de las madres caern en los tibios charcos de sangre que han de compensar, aunque slo en pequea parte, la sangre de Cristo.
El castigo se aproxima. S esto hacen con el leo verde, qu no harn con el leo seco? El leo verde es el todava vivo, el que sigue teniendo sus races en la tierra fresca, y recibe la lluvia sobre sus hojas y los pjaros sobre sus ramas; es el rbol que todava florece bajo el calor del sol y los soplos del viento. Es la buena planta que da sombra al peregrino, frutos para el hombre, ramas para el fro. Es imagen del Santo que a todos distribuye sus bienes y tiene, dentro de su corteza seca, un alma viva.
Pero el Leo Seco es el rbol estril que el buen leador derrib con el hacha, el tronco muerto que se ennegrece en la tierra, porque la medula est podrida y la corteza no sirve sino para quemar en la chimenea. Es el hombre intil y avaro, el pecador que no da buen fruto, y en vez de espritu vivificador tiene dentro de s una hez putrefacta, a quien el Juez arrojar, segn la palabra de Juan, al fuego inextinguible.
Si los hijos y los maridos de las mujeres Judas crucifican al inocente que da vida, cmo han de ser castigados los malhechores que dan la muerte?
Entretanto, llegan al lugar de la Calavera, y los soldados, tomando azadones y palas, empiezan a hacer hoyos en que plantar las cruces.
El Centurin se ha detenido fuera de la antigua muralla, en medio del tierno verdor juvenil de los huertos suburbanos. La ciudad de Caifs no quiere suplicios dentro de sus muros; ensuciaran el aire embalsamado por las virtudes de los Fariseos y conmoveran el suave corazn de los Saduceos; por eso expele a los condenados a muerte, antes de la muerte.
Se detienen en lo alto de una gibosidad del terreno que se parece, por lo redonda y calcrea, a una Calavera. Aquella semejanza parece predestinar aquel lugar a las matanzas; pero el verdadero motivo de la eleccin es que all se cruzan los caminos de 349
Jaffa y de Damasco y hay siempre numeroso trnsito de peregrinos, mercaderes, provincianos y correos, y se quiere que la cruz, destinada a infundir terror y escarmiento, se alce donde muchos puedan verla.
El sol, el benigno sol de primavera, el alto sol del medio da, hace brillar la blancura del altozano y los azadones que cortan el suelo con sonoras mordeduras. En los huertos prximos, las primeras flores gozan la tibieza del aire; los pajarillos cantores, escondidos en el follaje, hienden el cielo con las saetas argentinas de sus gorjeos; las palomas vuelan en parejas sobre aquella clida paz gergica. Cun hermoso sera vivir aqu, en los
jardines bien regados, junto a un pozo, en el perfume de la tierra que se despierta y torna a vestirse, esperando la luna de la siega, en compaa de seres amados y que aman! Das de Galilea; das de paz; das de sol y de amistad entre las vias y el lago; das de luz y de libertad, transcurridos a lo largo de los caminos con los que saben escuchar, que acaban en el justo contento de la cena; das tan breves que pareca que no se haban de acabar!
A nadie tienes ya contigo, Cristo. Ests solo como estabas solo en la noche. Y no brilla para ti ese sol que calienta las espaldas de tus asesinos. Ya no tienes ningn da ante ti ni ms camino que andar; ha terminado tu peregrinacin; podrs descansar al cabo; este Crneo de piedra es la meta de llegada. Aqu, dentro de pocas horas, tu espritu encarcelado volar libre de su crcel.
El rostro del Dios-Hombre est hmedo de sudor fro. Los golpes de la azada le martillean la cabeza como si se la golpearan; el sol, que tanto le agradaba, imagen del Padre, justo aun con los injustos, ahora le deslumbra y exaspera el escozor de sus prpados. Siente por todo su cuerpo una languidez, un temblor, un deseo de descanso al que con toda su alma se resiste no ha prometido padecer hasta lo ltimo, cuanto sea necesario? , y al mismo tiempo le parece amar con ms desgarradora ternura a los que deja, incluso a los que trabajaron por su muerte. Y del fondo de su alma, como un canto de victoria sobre la carne rota y debilitada, brotan las palabras que nunca olvidaremos:
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Ninguna plegaria ms divina que esta se elev a los cielos desde que hay hombres y oran. Los hombres, que ni la inocencia perdonan a los inocentes, no han imaginado nunca antes de aquel da que se pudiera pedir perdn por los que nos dan la muerte. Perdn condicionado por la ignorancia, pero siempre inefablemente superior al poder natural del hombre cuando no sea aumentado por Dios o conseguido por la imitacin de Cristo. Porque no saben lo que hacen. La motivacin limita la amplitud del perdn; pero es postulada por la necesidad de no perdonar sin la garanta de arrepentimiento el mal voluntariamente querido. La ignorancia de los hombres es tan desmesurada que muchas veces no sabemos verdaderamente lo que hacemos; con frecuencia, bajo el impulso de la maldad terrena, de la imitacin, de la costumbre, de las pasiones, la voluntad, sin dar tiempo a que la conciencia intervenga, obedece ciegamente, aun conservando una ficcin de mando, y cuando, a lo ltimo, la conciencia aparece, ya no quedan ms que cenizas y vergenzas.
Jess haba enseado lo que deban saber; pero, cuntos lo saban? Incluso los suyos, los nicos que saban que Jess era Cristo, haban sido vencidos por el miedo de perder esta ltima vspera de vida; tambin ellos, al huir, haban demostrado no saber lo que hacan. Y mucho menos lo saban los Fariseos, temerosos de perder su preeminencia; los Doctores, temerosos de perder sus privilegios; los Ricos, temerosos de perder su dinero; Pilatos, temeroso de perder su cargo, y menos todava los Judos, soliviantados por sus jefes, y los soldados, obedientes a sus oficiales. Ninguno de ellos sabe quin es Cristo y qu ha venido a hacer y por qu razn muere. Algunos lo sabrn, pero despus, ms tarde, y lo sabrn por suprema intercesin de aquel a quien estn matando.
Ahora ha vuelto a confirmar, a punto de morir, su ms divina y difcil enseanza el amor a los enemigos y puede tender las manos al martillo. Las cruces estn ya levantadas: las calzan luego con piedras para que no se venzan al peso, y rellenan de tierra los hoyos, apisonndola con los pies.
Las mujeres de Jerusaln se acercan a l con un jarro. Es una mezcla de vino, incienso y mirra, imaginada por la misericordia de los verdugos, para adormecer la conciencia. Porque los mismos que hacen sufrir fingen, como ltimo insulto, tener compasin de aquel sufrimiento y creen que atenundolo una gota, tienen mayor derecho a hacer 351
apurar el resto del cliz. Pero Jess, apenas prueba el menjurje, de una amargura de hiel, lo rechaza. Mejor que el vino del consuelo hubiera aceptado una sola palabra; pero aquel da nicamente la supo decir uno de los Ladrones arrastrados con l a lo alto de la Calavera.
El incienso y la mirra que le ofrecan hoy no tenan el mismo perfume de aquel incienso y aquella mirra que le llevaron al Establo los magos venidos de las lejanas de Oriente. Y en vez del oro que ilumin la sucia oscuridad del portal est el hierro gris de los clavos que han de teirse de rojo. Y aquel vino, que pareca un tsigo de tan amargo, no se pareca al vino nupcial de Can, ni tampoco al que haba bebido la noche antes, negro y tibio como la sangre que brota de una herida.
CUATRO CLAVOS
En lo alto de la cuesta de la Calavera, las Tres Cruces, altas, oscuras, con los brazos abiertos, como gigantes dispuestos al abrazo, campean sobre el gran cielo amoroso de primavera. No dan sombra, pero estn orladas por las reverberaciones centelleantes del sol. Es tanta la belleza del mundo aquel da, a aquella hora, que no parece posible pensar en tormentos; no sera cosa de adornar con flores del campo aquellas antenas de madera y colgar de una a otra festones de hojas nuevas, cubrir los patbulos con murallas de verdor y sentarse a la sombra, hermanos reconciliados y benvolos, durante la siesta?
Pero los Sacerdotes, los Escribas, los Fariseos, los sdicos, los vengativos, venidos all para estimular el apetito con el espectculo de tres agonas, pisotean de impaciencia y espolean, a fuerza de dicterios, la lentitud de los Romanos.
El Centurin da una orden. Dos soldados se acercan a Jess y le quitan con rpidos y bruscos movimientos cuantas vestiduras lleva. El Crucificado ha de estar completamente desnudo: como el que entra en un bao, dice un antiguo.
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Apenas despojado le pasan dos cuerdas por las axilas y le izan sobre la cruz. A la mitad del tronco hay una clavija que hace de asiento, donde el cuerpo encontrar precario y doloroso sostn. Otro soldado, apoyada la escalera en uno de los brazos de la cruz, sube all con un martillo, coge la mano que cur a los leprosos y acarici los cabellos de los nios, la extiende sobre el leo y coloca un clavo en medio de la palma abierta. Los clavos son ms bien largos y con una cabeza ancha, en la que se puede dar fcilmente. El herrero improvisado da un golpe que traspasa la carne, y luego otro y un tercero, de suerte que se clava la punta y va entrando hasta no dejar fuera sino la cabeza. Un poco de sangre salpica de la mano horadada a la mano martilladora; pero el diligente obrero no para atencin en ello y sigue golpeando con fuerza sobre el delicado yunque, hasta que el trabajo no est concluido. Entonces baja y hace lo mismo con la otra mano.
Todos han guardado silencio, con la esperanza de or los alaridos del crucificado. Pero Jess calla ante los verdugos como ha callado ante los jueces.
Ahora les toca el turno a los pies. Es un trabajo que se puede hacer desde el suelo, porque las cruces romanas no son muy altas, tanto, que dejando en ellas por mucho tiempo los cuerpos de los ajusticiados, pueden llegar perros y chacales a hozar en las entraas y comrselas.
El enclavador levanta las rodillas de Jess, para que las plantas de los pies se adhieran por completo a la madera, y tomando la medida a tientas, para que la punta de hierro penetre entre los dos metatarsos, asesta el golpe en el dorso del primer pie e hinca el clavo hasta asegurarlo fuertemente. Lo mismo hace con el otro pie y, por fin, vuelve arriba la vista, para cerciorarse de si la obra est acabada o falta algo que hacer. Se le ha olvidado el cartel, que le haban quitado a Jess del cuello y tirado al suelo. Lo coge, vuelve a tomar la escalera y con dos tachuelas lo clava en lo alto de la cruz, sobre la cabeza coronada de espinas.
Al cabo, vuelve a bajar, arroja el martillo a un lado y mira a ver si sus compaeros han terminado. Tambin los Ladrones estn ya clavados y las tres Cruces tienen su ofrenda de carne. Los soldados pueden descansar ya y repartirse las vestiduras de aquellos que no han de necesitarlas ms. Los despojos eran los gajes eventuales de los ejecutores y les 353
pertenecan por la ley. Cuatro eran los soldados que tenan derecho a las ropas de Jess y cuatro partes hicieron de ellas. Quedaba la tnica, que estaba tejida toda de una pieza y no tena costura. Era una lstima cortarla y que luego a nadie sirviera. Pero uno de ellos, viejo jugador, hall el remedio. Sac los dados, los arroj en el casco, como los asaeteadores de la paloma en Virgilio, y la tnica fue echada a suertes. El que es Rey ya no posee en el mundo ms que las espinas de la corona, que le han dejado en la cabeza para mayor vilipendio.
Todo ha concluido; las gotas de su sangre caen lentas de las manos al suelo y las de los pies tien de rojo el zcalo de la cruz. Los asesinos pueden estar contentos de s mismos y de los verdugos extranjeros. Ya estn seguros de que no se les escapar: su boca se abrir dentro de poco en la agona; pero quedar vaca de palabras. El que ellos crean envenenador del pueblo, enemigo del Templo y del Negocio, est sujeto con cuatro slidos sostenes en el rbol de la ignominia. Los seores de Jerusaln podrn, desde aquella noche, dormir sueos ms tranquilos.
Un clamor de carcajadas demonacas, de exclamaciones jubilosas, de feroces insultos, se elev de la chusma que hormigueaba sobre el Calvario. He ah en alto exclamaban aquel pajarraco de mal agero, como lechuza clavada por las alas a la puerta del campesino; el pobre que no quera ms que una sola tnica est completamente desnudo; el peregrino que no tena una piedra donde descansar la cabeza, tiene hoy buena almohada de madera; el impostor que engaaba con sus milagros no tiene ya las manos libres para amasar el barro que da vista a los ciegos; el que odiaba a Jerusaln, est colgado a la vista de la santa ciudad; el maestro de tantos discpulos tiene por toda compaa a dos ladrones que le insultan y cuatro soldados que se aburren. Llama ahora a tu Padre para que te salve o a una legin de ngeles que te quite de ah y nos disperse con espadas de fuego. Entonces creeremos nosotros tambin que eres el Cristo y hundiremos la cara en el polvo para adorarte.
T que destruyes el Templo y en tres das lo reedificas, slvate a ti mismo! Si de veras eres el Hijo de Dios, baja de esa cruz! 354
Es una invitacin que recuerda la de Satans en el Desierto. Tambin ellos, como Satans, quieren un prodigio. Se los han pedido tantas veces! Un gran milagro le dicen sera que consiguieras desclavar los cuatro clavos y bajar de la cruz, y que relampaguease en el cielo el poder del Padre asaetendonos como a deicidas; pero t ves muy bien que los clavos son fuertes y no ceden y que nadie viene, ni del cielo ni de la tierra, en tu socorro.
Al mismo tiempo le escarnecan los Escribas, los Ancianos y hasta los soldados que nada tenan que ver, e incluso los Ladrones que padecan al par que l:
Ha salvado a otros y no puede salvarse a s mismo! No es el Rey de Israel? Si es Cristo, el Elegido de Dios, descienda de la cruz para que veamos y creamos. Y confe en Dios; si Dios lo quiere, librtelo ahora, ya que ha dicho: Yo soy el Hijo de Dios.
Ha dicho seguan blasfemando que vena a dar la vida; pero no consigue salvarse l de la muerte! Se ha vanagloriado de ser Hijo de Dios y Dios no se mueve para arrancar del patbulo a su primognito. De modo que siempre ha mentido: no es verdad que haya salvado a nadie, ni es verdad que Dios sea su padre, y si ha mentido en eso, ha mentido tambin en lo dems y merece esa muerte. No era menester esta prueba; pero tambin esta prueba ha sido clara, como todo el mundo puede ver; nuestra conciencia no puede estar ms tranquila A estas horas, si fuese posible el milagro, no estara ah agonizando; pero el cielo est vaco y el sol, linterna de Dios, nos alumbra para que podamos ver mejor las contracciones de su rostro y el estertor de su pecho.
Lstima terminaban que los Romanos no permitan nuestra antigua pena contra los blasfemos, porque nos hubiramos desahogado mejor lapidndote, y cada cual hubiera tenido su parte de satisfaccin en tomar tu cabeza por blanco de nuestras piedras, en llenarte de golpes, de cardenales, de sangre y revestirte de una tnica de piedras, y ocultarte bajo un montn de cascotes. Una vez, ante la adltera, dejamos las piedras; pero hoy nadie se hubiera echado atrs y hubieras pagado por ti y por ella. Tambin la cruz es cosa buena; pero hay menos satisfaccin para quien mira. S al menos estos extranjeros nos hubieran permitido dar un martillazo en los clavos! No respondes? No tienes ganas ya de predicar? No logras bajar? Por qu no te dignas convertirnos 355
tambin a nosotros? S hemos de amarte, demustranos primero que Dios te ama hasta el punto de hacer un gran milagro para arrancarte a la muerte!
Pero el divino crucificado calla. El tormento de la fiebre que ya empieza no es tan atroz como las palabras de los hermanos que lo crucifican una segunda vez sobre la cruz de la espantosa ignorancia.
DIMAS
Los Ladrones que haban sido crucificados con Jess empezaron a tenerle mala voluntad por el camino, cuando le vieron libre del peso de la cruz. En ellos nadie se fijaba, que hubiesen de morir ellos tambin de la misma muerte, a nadie les conmova; a l le maltrataban pero se daban cuenta, al menos, de que exista, y todos se preocupaban de l y a l acudan como si estuviese solo. Por l vena detrs toda aquella gente gente importante, gente instruida y de dinero por l lloraban las mujeres y hasta el Centurin se conmova. Este embaucador provinciano pensaban es el Rey de la fiesta y llama la atencin de todos como si, en efecto, fuera un rey. Quin sabe si nos hubiera llegado a nosotros el vino con mirra, de no haberlo l rechazado con asco.
Pero uno de ellos, cuando oy las grandes palabras del compaero envidiado "perdnalos, porque no saben lo que hacen" se call de pronto. Aquella oracin era para l tan nueva, le produca sentimientos tan extraos a su espritu y a toda su vida, que le record de improviso aquella edad, la ms olvidada, la primera, cuando l era tambin inocente y pensaba que haba un Dios al que se poda pedir paz como los pobres piden pan a la puerta de los seores. Pero en ningn cntico, por mucho que quisiera recordar, haba una peticin como aqulla, tan fuera de lo corriente, tan inesperada en uno a quien van a matar. Con todo, aquellas inesperadas palabras hallaban en el disecado corazn del Ladrn cierto enlace con algo en que hubiera querido creer, especialmente en aquel momento que estaba por comparecer ante un Juez ms terrible que los de los tribunales. Aquella oracin de Jess hallaba un encastre imprevisto entre pensamientos 356
que l, el ladrn, no hubiera podido expresar con razones habladas, pero que le parecan, de vez en vez, iluminaciones en la oscuridad de su destino. Haba sabido con toda verdad lo que haca? Y los dems, haban pensado en l, haban hecho por l lo que era menester para apartarlo del mal? Haba habido alguien que de veras le quisiese, que le hubiera dado de comer cuando tena hambre y una capa cuando tena fro, y una palabra de amistad cuando surgan, en su alma amargada y solitaria, las tentaciones? A tener un poco ms de pan y de amor, hubiera cometido lo que le haba llevado al Calvario? No estaba l tambin entre los que no saben bastante lo que hacen? No eran acaso Ladrones como l los Levitas que traficaban con las ofrendas, los Fariseos que estafaban a las viudas, los Ricos que a fuerza de usuras estrujaban a los desgraciados? Ellos eran los que le haban condenado a muerte; pero, qu derecho, en fin, tenan a matarlo si nunca haban hecho nada por salvarlo y se manchaban con su mismo delito?
Esto pensaba en su corazn sobresaltado, mientras esperaba que le clavasen a l tambin. La proximidad de la muerte, y de qu muerte! aquella plegaria inaudita del que no era ladrn, pero haba de sufrir la misma pena que los ladrones; el odio que deformaba los rostros de los mismos que le haban condenado a l tambin, trabajaban su pobre alma herida inclinndola a sentimientos que no haba experimentado nunca desde la infancia, a sentimientos cuyo nombre no saba siquiera, pero que podan asemejarse al arrepentimiento y a la ternura.
Cuando estuvieron los tres en la cruz, el otro Ladrn, aun entre el espasmo producido por los clavos, continu insultando a Jess. Y probaba a su vez a vomitar de su boca, rodeada de babosa pelambre, los desafos de los Judos.
Si era verdaderamente el Hijo de Dios, por qu no pensaba en libertar tambin a sus compaeros de desgracia? Por qu no se apiadaba de ellos? Luego tenan razn arga los de abajo: era un embustero, un hijo de nadie, un abandonado, un maldito. Y el sarcasmo del rabioso Ladrn se aumentaba por despecho de una esperanza fallida. Una esperanza que apenas si haba asomado como sueo inverosmil de una salvacin
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milagrosa. Pero un desesperado espera hasta en lo imposible, y aquel desengao casi le pareca una traicin.
Pero el Buen Ladrn, que haca un rato le escuchaba y escuchaba tambin lo que vociferaban los dems rabiosos all abajo, se dirigi al compaero:
Ni siquiera tienes miedo de Dios, t que te hallas aqu sufriendo el mismo suplicio? En cuanto a nosotros, es justicia, porque recibimos la pena digna de nuestras acciones; pero l no ha hecho nada de malo.
El Ladrn ha llegado, a travs de la conciencia de su culpa, a la certidumbre de la inocencia del misterioso perdonador que tiene al lado. Nosotros hemos cometido crmenes dignos de castigo; pero ste "no ha hecho nada de malo" y, sin embargo, se le castiga igual que a nosotros; por qu, pues, le insultas? No temes que Dios te castigue por haber humillado a un inocente?
Y le volva a la mente lo que haba odo contar de Jess, pocas cosas, y para l poco claras. Pero saba que haba hablado de un Reino de paz y que l mismo habra de presidir. Entonces, en un mpetu de fe, como si invocase cierta comunidad entre aquella sangre que brotaba al mismo tiempo de sus manos de criminal y la de aquellas manos de inocente, prorrumpi en estas palabras:
Jess, acurdate de m cuando vayas a tu Reino! Hemos sufrido juntos; no reconocers al que estaba a tu lado en la cruz; al nico que te ha defendido cuando todos te ofendan?
Y Jess, que a nadie haba respondido, volvi la cabeza cuanto poda hacia el Ladrn compasivo, y le respondi
No le promete nada terrestre; de qu le aprovechara que le desclavasen de la cruz y se arrastrase unos cuantos aos ms, llagado y menesteroso, por los caminos del mundo? 358
No ha pedido, en efecto, como el otro, ser salvado de la muerte. Se contenta con que le recuerde despus de la muerte, cuando vuelva glorioso. Jess, en vez de la vida temporal y perecedera, le promete la vida eterna, el Paraso, y sin tardanza: "hoy mismo".
Ha pecado. Ha quitado a los ricos una parte de su riqueza; tal vez ha robado tambin a los pobres. Pero Jess ha tenido siempre por los pecadores enfermos de una enfermedad ms atroz que las del cuerpo, una compasin que no ha querido esconder. No ha venido, acaso, para devolver el calor del establo a la oveja perdida entre las zarzas del campo? Un solo instante de verdadera contricin le basta. El ruego del Ladrn fue inmediatamente escuchado.
Nada ms sabemos de l; solamente su nombre, conservado por un apcrifo. La Iglesia, fundada en aquellas promesas de Cristo, lo ha recibido entre sus santos con el nombre de Dimas.
LA OSCURIDAD
La respiracin de Jess se haca cada vez ms trabajosa. De le dilataba el pecho con afanosa convulsin por aspirar un poco ms de aire; la cabeza le martilleaba, por causa de las heridas; el corazn le lata acelerado, vehemente, como si quisiera escaprsele; la fiebre ardorosa de los crucificados le quemaba todo el cuerpo, como si la sangre se hubiera convertido en sus arterias en fuego corriente. Estirado en aquella incmoda postura; clavado en el madero sin libertad alguna de movimientos; sostenido por las manos que se le desgarraban si se abandonaba, pero que cansaban mucho el tronco azotado y maltrecho si, para no gravitar sobre ellas, se mantena recto, descansando sobre los clavos de los pies, aquel cuerpo joven y divino, que tantas veces haba sufrido en fuerza de contener un alma demasiado grande, era ya una hoguera de dolor en que ardan, al mismo tiempo, todos los dolores del mundo. 359
La crucifixin era, en verdad, como confes un gran retrico y verdugo que muri asesinado antes de Cristo, el ms cruel y horrible de los suplicios. El que causaba ms dolor y por ms tiempo. Si sobrevena el ttano, un sopor compasivo apresuraba la muerte; pero los haba que resistan, padeciendo ms cada vez, hasta el da siguiente y ms. La sed de la fiebre, la congestin del corazn, la turgencia de las venas, el estiramiento de los msculos, los vrtigos y los dolores agudsimos de cabeza, la angustia lacerante y creciente, no bastaban para vencerlos. Pero los ms, al cabo de doce horas, expiraban.
La sangre de las cuatro heridas de Jess se haba coagulado en torno a la cabeza de los clavos; pero cada sacudida haca fluir otros hilos que caan, lentos, a lo largo de la cruz y goteaban en tierra. La cabeza se haba doblado, por el dolor del cuello, hacia un lado; los ojos, aquellos ojos mortales a los que se haba asomado Dios para mirar la tierra, estaban ya vidriados por la agona; y los labios, lvidos, agrietados por el llanto, resecados por la sed, contrados por la afanosa respiracin, mostraban los efectos del ltimo beso, del beso apestoso de Judas.
As muere el Hombre-Dios, que ha librado de la fiebre a los afiebrados, que ha dado el agua de la vida a los sedientos, que ha despertado a los muertos de los fretros y de los sepulcros, que ha devuelto el movimiento al petrificado por la parlisis, que ha ahuyentado a los demonios de las almas bestializadas, que ha llorado con los que lloraban, que ha hecho renacer a vida nueva a los malos en vez de castigarlos, que ha enseado con palabras de poesa y pruebas milagrosas el amor perfecto que los brutos delirantes, revolcndose en el sueo y en la sangre, nunca hubieran podido descubrir. Ha cerrado las llagas y han llagado su cuerpo intacto; ha perdonado a los malhechores, entre malhechores; ha amado infinitamente a todos los hombres, incluso a aquellos que no merecan su amor, y el odio le ha clavado aqu, donde el odio es castigado y castiga; ha sido justo como la justicia y se ha consumado en su perjuicio la injusticia ms dolorosa; ha llamado a la santidad a los hombres envilecidos y ha sucumbido a manos de los envilecedores; ha trado la vida y le dan, en cambio, la muerte ms ignominiosa.
Tanto se necesitaba para que los hombres pudiesen aprender de nuevo el camino del Paraso; elevarse de la borracha bestialidad a la embriaguez de los santos; resucitar de la 360
inerte imbecilidad, que parece vida y es muerte, a las magnificencias del Reino de los Cielos,
Que la mente se incline ante el misterio indescifrable de esta necesidad que a algunos escandaliza; pero que el corazn de los hombres no olvide a qu precio se sald nuestra enorme deuda. Diecinueve veces cien aos los hombres renacidos en Cristo, dignos de conocer a Cristo, de amar a Cristo y de ser amados de Cristo, han llorado, al recuerdo de aquel da y de aquel martirio. Pero todas nuestras lgrimas, recogidas como en amargo mar, no bastan para apagar una sola de aquellas gotas que cayeron, rojas y lentas, sobre el monte de la Calavera,
Un brbaro rey de brbaros ha dicho la palabra ms fuerte salida de boca cristiana pensando en aquella sangre. Le lean a Clodoveo la historia de la Pasin, y el rey feroz suspiraba y lloraba, cuando de pronto, no pudiendo contenerse, echando mano al puo de su espada, grit:
Palabras ingenuas, palabras de soldado violento que contradicen las palabras de Cristo a Pedro entre los Olivos; pero hermosa con la hermosura de un amor cndido y vigoroso. Porque no basta llorar, por quien no ha dado lgrimas nicamente, sino que es necesario combatir. Combatir en nosotros todo lo que nos separa de Cristo; combatir entre nosotros a todos los enemigos de Cristo.
Porque si ms tarde millones de hombres han llorado pensando en aquel da, aquel viernes, alrededor de la Cruz, todos menos las Mujeres rean. Y los que rean no todos han muerto, que han dejado hijos y nietos y muchos de ellos estn bautizados; pero tambin hoy se ren a nuestro lado, y sus descendientes se reirn hasta el Da en que Uno solo pueda rerse. Si el llanto no borra la sangre, qu pena podr expiar aquella tremenda risa!
Mirad todava una vez ms a los que ren en torno a la cruz donde muerden a Cristo los dolores ms devoradores! 361
Helos all, arracimados en las laderas del Calvario como una banda de chivos encendidos por el odio. Miradlos bien, miradlos a la cara uno por uno; los reconoceris a todos, porque no han muerto todava.
Ved cmo alargan los hocicos oliscadores, los cuellos nudosos, las narices enarcadas y ganchudas, los ojos rapaces que asoman por entre las cejas hirsutas. Observadlos cun horribles son en aquellas posturas espontneas de implacable cainismo. Contadlos bien, por que estn todos, iguales a los que conocemos, hermanos de quienes encontramos a toda hora en nuestro camino. No falta ninguno.
Estn, en primera fila, los Bonzos de abultado vientre, de corazn algodonoso, de grandes orejas enzarzadas de pelos, de grandes labios que son, en ciertos momentos, crteres de blasfemias. Y codo con codo, los Escribas protervos, lagaosos y glandulosos, con el rostro de un amarillo excrementicio, zurcidores de mentiras, eructando podredumbre y tinta. Y los Epulones que echan hacia delante el impdico embarazo de su bandullo repleto, brutos que se lucran con el hambre, que engordan en las carestas, que convierten en numerario la paciencia de los pobres, la belleza de las vrgenes, el sudor de los esclavos. Y los torpes Monederos, expertos en trficos ilcitos y vejaciones, que viven para robar y alcahuetear. Y los leosos Legistas, adiestrados en vulnerar la Ley contra el inocente. Y detrs, los altaneros pilares de la sociedad, la mezcolanza de los tunantes defraudadores, de los pcaros matones, de los bribones deslenguados, de los pedigeos lastimeros, de los haraganes desarrapados; la baja hez lobuna que come debajo de las mesas y grue entre las piernas de quien no alarga un mendrugo o un puntapi.
Ellos son los eternos enemigos de Cristo, que parecen hoy alegres coribantes de infame saturnal, y han vomitado sobre la faz de Cristo la saliva infecta, la baba hedionda, las heces fangosas del alma. Alguno de ellos tal vez ha pasado esta noche en la crpula y el da antes ha jurado en falso; tal vez alguno ha engendrado un bastardo, ha pesado con pesas falsificadas, ha dicho que no a quien lloraba.
Y esta espuma fangosa de humanidad sucia y ladrona exhala de la letrina del corazn su desprecio por quien la redime, se encarniza contra aquel que perdona, lanza sus vituperios sobre Cristo, que arde en amor por ella, sobre Cristo que por ella muere. Nunca 362
como en aquel da se vieron tan netamente contrapuestos, en la anttesis de una tragedia voraginosa, el bien y el mal, la inocencia y la infamia, la luz y las tinieblas.
Parece como si la misma naturaleza quisiera esconder el horror de aquel espectculo. El cielo, que haba estado raso toda la maana, se oscureci de improviso. Una niebla densa, como procedente de las marismas del infierno, se alz detrs de las colinas, y poco a poco se extendi a todos los puntos del horizonte. Un escuadrn de negras nubes avanz sobre el sol, aquel dulce y claro sol de abril que haba calentado las manos de los homicidas, lo cerc, lo asedi y; por fin, lo cubri de un denso velo de tinieblas. "Y hasta la hora nona hubo oscuridad en toda la regin.
LAMMA SABACTANI
Muchos, atemorizados por la invasin de aquellas tinieblas misteriosas, huyeron del alto del Calvario y se volvieron enmudecidos a sus casas. Pero no todos. El aire estaba tranquilo; todava no llova y en la sombra blanqueaban, destacndose, los tres plidos cuerpos colgados. Queran saturarse hasta el fin de aquella agona: por qu abandonar el teatro antes de que el drama haya concluido con el ltimo grito?
Y los que quedaban alargaban el odo en la oscuridad para or si el abominado protagonista entremezclaba alguna palabra con su estertor gemebundo.
Los padecimientos del Crucificado se agrandaban por minutos. Su cuerpo, de temple delicado de suyo, desfallecido por la tensin de los ltimos tiempos, deshecho por la lucha de la ltima noche, extenuado por los espasmos de las ltimas horas, no se sostena ya, Y el espritu sufra an ms que el cuerpo desgarrado, que todava, por poco tiempo, le encarcelaba. Pareca como que le haban dejado para siempre y que su alma de nio divino envejeca de pronto con una vejez sin precedente. Todos estaban lejos de l: los compaeros de los aos felices, los confidentes de su ternura, los pobres que le miraban con amor, los nios que ofrecan la cabeza a sus caricias, los curados que no acertaban a 363
separarse de sus pasos, los discpulos cuya alma haba rehecho. Junto a l no haba ms que una partida de canbales furiosos que esperaban, mofndose, su muerte.
nicamente las mujeres no le haban abandonado. Apartadas a un lado, lejos de la Cruz, por miedo a los hombres voceadores, Mara, su madre; Mara Magdalena, Mara de Cleofs, Salom, madre de Juan y de Santiago y tal vez tambin Juana de Cusa y Marta asistan, aterradas, a su fin. Tuvo todava fuerzas para confiar a Juan la herencia ms cara y sagrada que dejaba en la tierra: la Virgen Dolorosa. Pero despus, a travs del velo del llanto, ya no vio a nadie y pareci estar solo en la muerte, como solo haba estado en los momentos ms solemnes de su vida. Dnde estaba el Padre, propicio y benvolo, al que hablaba antes con la certidumbre de la respuesta y de la ayuda? Por qu no le socorra ofrecindole una seal de su presencia o, al menos, hacindole la gracia de llamarlo as sin ms tardanza?
Era el primer verso de un salmo [12] que se haba repetido a s mismo infinitas veces, porque en l hallaba muchos vaticinios de su vida y de su muerte. Ya no tena fuerza de gritarlo, como en el Desierto; pero a su conturbado espritu volvan una por una las invocaciones dolientes: "Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado? ... En ti confiaron nuestros padres; confiaron y t los salvaste; clamaron a ti y vironse libres . . . Pero yo soy un gusano y no un hombre: el oprobio de la gente, el desprecio del pueblo. Todos los que me ven se mofan de m, tuercen el gesto, mueven la cabeza diciendo: Encomindese al Eterno y que el Eterno lo libre, lo salve, ya que le ama! S, t eres quien me ha sacado del seno de mi madre, y me has hecho descansar en paz sobre el pecho materno. No te alejes de m, que la angustia est prxima y no hay quien me ayude! Los toros de Basn me rodean, abren la boca contra m, como len que desgarra, que ruge. Yo soy como agua que se esparce; todos mis huesos estn descoyuntados; mi corazn es como de cera: se deshace en mis entraas. Mi fuerza se seca como la arcilla; la lengua se me pega al paladar; t me tiendes en el polvo de la muerte. Porque perros me rodean;
12
Salmo 22
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una caterva de malvados me cerca; me han taladrado manos y pies. Me miran, me observan; se reparten entre ellos mis vestidos y echan mi tnica a suerte. Pero t, Seor, no te alejes; t, que eres mi fuerza, ven presto en mi ayuda".
Las splicas de este salmo proftico que tan de cerca recuerdan al Hombre de Dolores de Isaas, suben del corazn herido del Crucificado como ltimo aliento de su humanidad agonizante.
Pero ciertas bestias ms prximas a la cruz creyeron que llamaba a Elas, el profeta siempre vivo, que en la imaginacin popular estaba ligado a la aparicin del Cristo.
En aquel momento uno de los soldados cogi una esponja, la impregn en vinagre, la clav en una caa y la acerc a los labios de Jess.
El legionario, que no quiere molestias, deja la caa. Pero luego de algn tiempo y el tiempo parece infinito y quieto en aquella oscuridad, en aquella expectacin, en aquella penosa suspensin de todos se oy de lo alto la voz, que pareca ya lejana, de Cristo:
Tengo sed.
El soldado cogi de nuevo la esponja, la moj otra vez en su cantimplora llena de posta la mixtura de agua y vinagre de los soldados romanos y de nuevo la acerc a la vida boca que tambin para l haba pedido el perdn. Jess, apenas hubo acercado los labios, exclam:
Todo se ha consumado.
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Aqul que tantas veces apag la sed ajena y deja en el mundo una fuente de vida que nunca se ha de secar donde los cansados encuentran la fuerza, los putrefactos la juventud, los inquietos la paz ha sufrido siempre una sed de amor jams satisfecha. Y aun ahora, en la sequedad agotadora de la fiebre, no tiene sed de agua, sino de una palabra de compasin que rompa la opresin de la desconsoladora soledad. El Romano le da, en vez del agua pura de los torrentes galileos; en vez del vino cordial de la ltima cena, un poco de su agria bebida; pero el acto pronto y benigno de aquel oscuro esclavo le dice, entre las sombras de muerte que ya le rodean, que un corazn ha sentido piedad de su corazn.
Si un extranjero a quien nunca ha visto antes de hoy ha hecho algo, aunque sea tan poco, por compasin hacia l, es seal de que el Padre no le ha abandonado. El cliz est vaco: toda la amargura est apurada. Con el fin de los tormentos, va a llegar la hora del triunfo. Y recogiendo sus ltimas fuerzas grita en medio de la oscuridad
Y Jess, clamando de nuevo con gran voz, e inclinando la cabeza, rindi el espritu. Aquel alto grito, tan potente que consigui librar el alma de la carne, reson en las tinieblas y se perdi en los espacios de la tierra. "A aquel grito, cuenta Mateo, el velo del Templo se rasg en dos, de arriba abajo, y la tierra tembl y las rocas se resquebrajaron y las sepulturas se abrieron y los cuerpos de muchos santos que dorman en el sueo de la muerte resucitaron y, saliendo de los sepulcros, se aparecieron a muchos". Pero los corazones de los espectadores fueron ms duros que las rocas: estos muertos, que tenan apariencia de vida, no resucitaron al supremo llamamiento.
Casi mil novecientos aos han pasado desde el da en que se dio aquel grito, y los hombres han centuplicado los fragores de su vida para no orlo. Pero entre la bruma y el humo de nuestras ciudades, en la oscuridad cada vez ms profunda en que los hombres encienden las hogueras de su miseria, aquel grito supremo de alegra y de liberacin, aquel grito inmenso que continuamente nos llama a cada uno de nosotros, resuena an en el alma de quien no ha sabido olvidar.
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Cristo ha muerto. Ha muerto en la cruz como los hombres han querido, como ha escogido el Padre y como el Hijo acept. La agona ha terminado y los Judos estn satisfechos. Ha expiado hasta lo ltimo y ha muerto. Ahora comienza nuestra expiacin.
LA CRUZ INVISIBLE
Cristo ha muerto y su cuerpo agujereado sigue pendiente de una Cruz invisible plantada en medio de la tierra. Bajo esa cruz gigantesca, goteando sangre todava, van a llorar los crucificados en el alma, y todos los tirones de los Judas no han podido desarraigarla
Pero los escarnecedores no han muerto. Su estirpe es longeva. Los bisnietos de Can y de Caifs no han cesado de infamar ni de burlarse. La locura de la cruz es un escndalo demasiado fuerte para su prudencia.
Cunto ruido, cunta maravilla vocean los grajos de la erudicin por un hombre muerto en la cruz. Vosotros nos arguyen decs que ese hombre era un Dios; pero nosotros sabemos, nosotros que lo sabemos todo y hemos ledo todos los libros, que la muerte violenta de un hroe, de un semidis, de un ser divino, en suma, no es cosa tan nueva que justifique tan duradero apasionamiento. Jess es uno ms en la lista: queris que la desmenucemos desde el principio?
No hay necesidad de ello. Tambin nosotros conocemos a esos fantoches fabulosos de la edad legendaria. Y sabemos que no es el caso de sacarlos de los adornados poetas y los viejos mitgrafos para hacer de ellos objeto de comparaciones sacrlegas. Queris, acaso, recordarnos al pobre Osiris, a quien su envidioso hermano Set el Rojo, despus de haberlo encerrado en un cajn, arroj al mar, donde los peces hicieron menudos pedazos el msero cuerpo del monarca de Egipto? O al bello Tammuz babilonio, que muri bajo las patas del jabal como su hermano y primo Adon? O al monstruo Eabani, muerto en una ria por los habitantes de Nipur cuando acompaaba al amigo Izdubar? O al cantarn Orfeo, a quien las Basridas despedazaron porque honraba nicamente a Anoto y no se 367
dignaba tocar su ctara en honor de Baco? O al casto Hiplito que, por no haber correspondido a los abrazos de Fedra, fue muerto por un toro salido del mar? O al valiente cazador Orin, que fue asaeteado por Artemisa porque se atrevi a desafiarla a jugar al disco? O a la otra vctima de Artemisa, Acten, que fue despedazado por los perros yendo de caza, por haber incurrido en el enojo de la diosa? O al forzudo Hrcules, barrendero de cuadras, que despus de haber gozado de varias mujeres muri abrasado por la camisa que Neso, el centauro experto en esguazos, haba dado con engao a la celosa Deyanira? Al buen Hrcules, a quien poco despus habra resucitado su hermano Iolao, ponindole ante las narices, al glotn, un buen plato de codornices? O al Titn, que por haber enseado a los hombres el uso del fuego y otras tiles industrias, fue dado como cebo a los buitres, pero siempre vivo e inmortal y consolado por las Ocenidas? O al famossimo Dionysos Zagreo, a quien sus hermanos hicieron pedazos y echaron a cocer en una caldera, pero que no mucho despus resucit, segn la fbula, para consuelo de las mnades y los vendimiadores?
Todos ellos son creaciones de la mitologa popular, refundidas y embellecidas por los poetas; seres alegricos, a quienes ningn viviente ha conocido. Pero Jess fue hombre real y verdadero, y vivi entre los hombres que contaron su historia poco despus de su muerte, en tiempos prximos y conocidos. Aquellos otros no fueron muertos por haber dado una ley nueva, una revelacin inolvidable, sino que todos, exceptuando Prometeo, representacin de los primeros civilizadores y dispensador nicamente de bienes materiales, murieron por venganza, por desgracia, por celos, por orgullo, por casualidad. Los motivos del padecer y del morir de estas criaturas fantsticas fueron personales, privados, mezquinos. Ninguno de ellos sacrific su vida por la salud de los hombres, y el mismo Prometeo, de haber previsto la ira de Jpiter, hubiera ocultado a los mortales desagradecidos el terrible don del fuego.
Pero sin recurrir a la mitologa arguyen los descendientes de Caifs sabemos de otros que, a la par de Jess, sufrieron por dar a los hombres la verdad y fundaron, como l, escuelas y religiones. Pero cules, por favor, que sean comparables, ni aun de lejos, a Jess?
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Acaso el buen burcrata Confucio, que tuvo mujer e hijos, y fue recaudador de los impuestos sobre los pastos, superintendente de obras pblicas, y muri pacficamente en su lecho a los setenta y tres aos? O Verdhamana, jefe del jainismo, que muri de muerte natural a los setenta y dos? O Zarathustra, que fue muerto en guerra durante el asedio de Bakhdi? O el Budha Sidharta, nacido de rey, que engendr un hijo hermoso de una bella esposa, y se apag a los ochenta aos por haber comido carne de cerdo demasiado gorda?
El nico muerto por sentencia de un tribunal fue Scrates; pero nadie ha credo nunca que Scrates fuese un Dios o hablara en nombre de Dios, y mucho menos que revelase verdades sobrehumanas. No quiere salvar a los hombres, sino que se esfuerza en ensear a los atenienses el arte de razonar con mayor precisin. Ha trado, dicen, la filosofa del cielo a la tierra. Pero Jess ha trado, por decirlo as, el cielo a la tierra. Scrates promete una reforma parcial de la inteligencia; Jess la felicidad y la eternidad. Y, por otra parte, el agudo profesor de Mayutica haba llegado ya a los setenta aos y no fue martirizado; antes bien, le permitieron larga defensa y muri de muerte sin dolor, entre sus discpulos, que no le haban hecho traicin ni abandonado.
Jess ha enseado algo infinitamente mejor que una sofstica depurada o una moral cvica a los hombres a su semejanza, segn las palabras de su anunciado Ezequiel: "Yo os dar un corazn nuevo y depositar en vosotros un nuevo espritu y arrancar de vuestra carne el corazn de piedra y pondr en vosotros mi espritu."
Nos invita a la imitacin de Dios, a someternos al gobierno de Dios, es decir, a ser divinamente libres. Sed santos, como Dios es santo; perfectos, como Dios es perfecto; perdonad como Dios perdona; amaos como Dios os ama.
Tambin Jess, como la serpiente del jardn, pero con fin opuesto, ha dicho a los hombres: Sed semejantes a Dios. Pero muchos de los hombres no han querido obedecerle. Dios est muy alto y el fango tiene sus dulzuras. Al gusano envuelto en la suciedad del cieno le hace falta mucho trabajo para trocarse en santo y aproximarse a aquella perfeccin que es la nica felicidad digna de ser buscada, la nica que no desilusiona. 369
Y han rechazado lo que Cristo haba ofrecido con toda su sangre implorante. Y por no or su voz que llamaba a una empresa harto difcil, han intentado ahogarla en la cruz. Han tenido terror a perder sus bienes de piedra, de metal y de papel y no han credo en los infinitos bienes que en cambio prometa. Y por esa negativa y ese temor han clavado a Cristo en la cruz, donde ha muerto aquel da en el alto de la Calavera, clamando en la obscuridad.
Y cada vez que uno de nosotros no responde a su grito, da un nuevo golpe en los clavos que le sujetaron hace tantos siglos a la indestructible Cruz.
AGUA Y SANGRE
Cristo ha muerto, al fin, como han pedido los jefes de su pueblo, pero ni el ltimo grito los ha despertado. Y toda la multitud que se haba reunido para este espectculo, dice Lucas, se retiraba dndose golpes de pecho. Pero hay dentro de aquellos pechos corazones que de veras laten por el gran corazn que se ha parado? No hablan, se apresuran a irse a casa, a cenar: tal vez hay en ellos ms espanto que amor.
Pero un extranjero, el Centurin Petronio, que haba asistido silencioso al suplicio, se recobra y suben a sus labios de pagano las palabras de Claudia Prcula:
No conoce el verdadero nombre del muerto; pero sabe, al menos, con certeza que no es un malhechor. Es el tercer testimonio romano en favor de la inocencia de aquel que, por Pedro y sus sucesores, ser perpetuamente romano.
Los Judos no piensan en palinodias. Pero piensan, por el contrario, en que se les echar a perder la Pascua si no llevan al punto de all los cadveres sangrientos. La noche se acerca y apenas se ponga el sol empezar el Gran Sbado. Por eso mandan a decir a 370
Pilato que haga romper las piernas a los condenados y los mande enterrar. El crurifragio era uno de los crueles hallazgos de la crueldad para acortar el padecimiento de los crucificados: una especie de gracia, que permita acabar pronto en casos apresurados. Los soldados, recibida la orden, se acercan a los Ladrones y les quiebran las rodillas y los muslos a golpes de maza.
A Jess le haban visto morir y podan ahorrarse el trabajo de los mazazos. Pero uno de ellos, como para descargo de su conciencia, echando mano a la lanza, le dio un gran golpe en el costado y vio con maravilla que de la herida sala sangre y agua.
Aquel soldado se llamaba, segn antigua tradicin, Longinos, y se dice que algunas gotas de aquellas sangre cayeron sobre sus ojos, que tena enfermos, y los sanaron de repente. Cuenta el Martirologio que desde aquel da Longinos crey en Cristo y fue monje durante veintids aos en Cesarea, hasta que, por su fe, le cortaron la cabeza. Claudia Prcula, el Legionario compasivo que ha mojado por ltima vez los labios del agonizante, el Centurin Petronio y Longinos son los primeros Gentiles que han recibido a Jess el mismo da en que Jerusaln lo expuls.
Pero no todos los Judos se han olvidado de l. Ahora que est muerto; ahora que est fro como todos los muertos e inmvil como los verdaderos cadveres; ahora que es un cadver mudo, inofensivo, tranquilo, un cuerpo sin alma, una boca silenciosa, un corazn que ya no palpita, he aqu que asoman de las casas donde se haban encerrado desde primera noche, los amigos de la hora vigsimo quinta, los secuaces tibios, los discpulos secretos, los admiradores de incgnito, que por la noche ponen el candil bajo el celemn, y de da, cuando hay sol, desaparecen. Todos hemos conocido a esos amigos: almas cautas, temblorosas ante la idea del "qu dirn", que le siguen a uno, pero de lejos; nos reciben, pero cuando nadie nos pueda ver juntos; nos estiman, pero nunca tanto que confiesen esa estimacin a nadie ms que a s mismos; nos quieren, pero no hasta el punto de perder una hora de sueo o un cntimo rooso para socorrernos. Mas cuando llega la muerte, a la que ha contribuido tambin la avaricia y la vileza de tales hombres nauseabundos, comienza la fiesta para ellos. Son ellos los que lloran las lgrimas ms selectas y brillantes, guardadas precisamente para aquel da; ellos son los que tejen con las mismas manos industriosas las flores de las guirnaldas y las flores de la retrica 371
funeraria, y es preciso ver con cunto garbo, con cunta valenta y compuncin se avienen a ser plaideras, necrologistas, epigrafistas y conmemoradores. Al verlos multiplicarse de aquella manera se dira que el muerto no tuvo ms fieles compaeros que ellos, y las almas buenas casi sienten un poco de lstima por aquellos desventurados supervivientes que han perdido, a lo que parece, la mitad, o, por lo menos, una cuarta parte de su ser.
A Cristo, para su mayor martirio, no le faltaron amigos de tal condicin, y dos de ellos salieron a la luz al oscurecer del viernes. Eran dos graves y egregias personas, dos notables de Jerusaln y del Consejo, dos seores ricos por lo comn, estos fetos de amigos son, como es natural, ricos en una palabra, dos Sanedritas: Jos de Arimatea y Nicodemus. Para no mancharse las manos con la sangre de Jess, no se haban dejado ver en la sesin del Sanedrn, y se haban encerrado en su casa, lanzando acaso, de su amoroso pecho, algn suspiro, y creyendo salvar as su reputacin y su conciencia. Pero no pensaron que la complicidad, aun siendo pasiva, hace el juego de los asesinos, y que el abstenerse, cuando es un deber el oponerse, equivale a consentir. Jos de Arimatea y Nicodemus haban, pues, participado, aunque ausentes y no consentidores, en la muerte de Cristo, y su pstumo duelo pudo expiar en parte su culpa, pero no eximirlos de ella.
Mas por la noche, cuando los colegas no pueden ya desconfiar de ellos y han dejado, satisfechos, el alto de la Calavera y no hay riesgo ya de comprometerse ante los ojos de la alta sociedad sacerdotal y burguesa, porque el muerto muerto est y no molesta ya a nadie, los dos discpulos nocturnos, "ocultos por miedo a los Judos", creen amansar su remordimiento ocupndose en sepultar al ajusticiado.
El ms valiente de los dos, Jos "cobrando nimos", como observa Marcos, que pone de relieve un hecho tan inslito en aquel conejo togado , se presenta a Pilato y le pide el cuerpo de Jess. Pilato, estupefacto porque hubiese muerto ya pues muchas veces los crucificados resistan hasta dos das llam a Petronio que haba presidido la ejecucin, y oda su referencia, "don" el cuerpo al Sanedrita. El Procurador, aquel da, fue generoso, porque, generalmente, los soldados romanos hacan pagar a los parientes aun los cadveres. No poda decir que no a persona tan notable, y rica por aadidura, y acaso la facilidad del donativo fue ms bien efecto del tedio que del bien parecer. Le haban 372
molestado toda la maana con aquel intempestivo Rey, y ni aun despus de muerto le dejan tranquilo!
Jos, obtenido el permiso, se fue en busca de una buena sbana blanca y de vendas, y se encamin al lugar del Calvario. De camino, o all arriba, se encontr con Nicodemus, que tal vez era amigo suyo por semejanza de carcter y que iba all con el mismo pensamiento. Tampoco Nicodemus se haba parado en gastos y llevaba consigo, a lomos de un criado, cien libras de una mixtura de mirra y loe.
Llegados a la cruz, mientras los soldados desclavaban a los dos Ladrones para arrojarlos a la fosa comn de los condenados, se pusieron a desclavar a Jess.
Jos, Ayudado por Nicodemus y de algn otro, arranc con trabajo tan bien clavados estaban los clavos de los pies. La escalera segua all. Uno de ellos, subindose en ella, quit tambin los de las manos, apoyando el cuerpo, ya sin sostn, sobre su hombro, para que no cayese. Luego los otros le ayudaron a bajarlo y el cuerpo fue depositado sobre las rodillas de la Dolorosa, que lo haba dado a luz. Despus se encaminaron todos a una huerta prxima, donde haba una gruta destinada para la sepultura de Jess. El huerto era del rico Jos y la gruta la haba hecho cavar l para s y los suyos, porque en aquel tiempo todo judo acomodado tena una tumba familiar apartada de todas las otras, y los muertos no estaban condenados a esa promiscuidad de nuestros cementerios administrativos provisionales, geomtricos y democrticos como toda nuestra moderna magnfica barbarie.
Apenas llegados al jardn los dos honorables enterradores, hicieron sacar agua del pozo y lavaron el cuerpo. Las Tres Maras la Virgen, la Contemplativa, la Liberada no se haban movido del lugar en que muri aquel a quien amaban. Tambin ellas, ms expertas y delicadas que los hombres, andaban solcitas para que el sepelio, hecho as de noche y a toda prisa, no fuese indigno de aqul a quien lloraban. Les correspondi a ellas arrancar de la cabeza la injuriosa corona de los legionarios de Pilatos y las espinas que se le haban clavado en la piel; a ellas, desenredar y rizar los cabellos emplastados con sangre, y cerrar los ojos que tantas veces les haban mirado con casta ternura. Muchas lgrimas de las piadosas mujeres cayeron sobre aquel rostro, que recobraba en la 373
tranquila palidez de la muerte la antigua dulzura de rasgos, llanto que lo lav con agua ms pura que la del pozo de Jos.
Todo el cuerpo estaba sucio de sudor, de sangre, de polvo: las heridas de las manos, de los pies y del pecho todava manaban una agilla sanguinolenta. Terminado el lavatorio, el cadver fue envuelto en los perfumes de Nicodemus, que no se escatimaron, pues eran abundantes, y se cubrieron incluso las bocas negras que los clavos dejaron. Desde la noche en que la Pecadora, anticipndose a este da, haba vertido sobre los pies y la cabeza del Perdonador el vaso de nardo, el cuerpo de Jess no haba recibido ms que salivazos y golpes. Pero ahora el plido ajusticiado era cubierto, como aquel da, de perfumes y de lgrimas, ms preciosas que los perfumes.
Luego, cuando las cien libras de Nicodemus hubieron cubierto a Jess de una colcha olorosa, ataron la sbana alrededor del cuerpo con largas vendas de lino y la cabeza fue envuelta en un sudario, y sobre el rostro, despus que todos le besaron en la frente, tendieron otro pao.
La gruta estaba abierta y no tena ms que un nicho, porque, hecha haca poco tiempo, aun no haba servido. Jos de Arimatea, que no supo salvar a Cristo vivo en alguna de sus casas, le ceda, ahora que el furor del mundo se debilitaba, la oscura habitacin subterrnea que para su futura carroa se haba hecho cavar. Los dos Sanedritas recitaron en alta voz, segn el uso, el salmo mortuorio, y finalmente, depuesto con cuidado el cndido envoltorio en el antro, cerraron la abertura con una gran piedra y se alejaron taciturnos, seguidos de los dems.
Pero las mujeres no les siguieron. No lograban apartarse de aquella piedra que las separaba de aquel a quien haban amado ms que a su propia belleza. Cmo podan dejar solo, en la doble tiniebla de la noche y del sepulcro, a quien tan tristemente solo haba estado en su larga agona? Y oraban, con voz que apenas se oa; y recordaban juntas un da, un gesto, una palabra del Maestro; y si una intentaba consolar a otra, sollozaba sta ms fuerte y le llamaban por su nombre, apoyadas en la piedra, y desahogaban, por fin, en la sombra hmeda y negra del huerto, aquel puro y santo amor, ms grande que el amor, que ya no podan contener en sus pequeos corazones. 374
Luego, finalmente, las venci el fro y el terror de la noche y partieron tambin, con los ojos abrasados, tropezando, ya en la maleza, ya en las piedras, prometindose una a otra volver all apenas transcurrida la fiesta.
En uno de los Evangelios apcrifos ms antiguos leemos que los testigos de la resurreccin oyeron una voz que deca: Anunciaste la obediencia a los que dorman? Y se oy responder desde la cruz: S. En la primera epstola de Pedro encontramos la afirmacin de esta predicacin a los durmientes. Y Pablo, que supo de las cosas divinas mucho ms de lo que le fue concedido decir, afirma que Cristo "haba descendido tambin a las regiones inferiores de la tierra". El Smbolo de los Apstoles ha ratificado de modo inapelable la antigua certidumbre cristiana.
La imaginacin de los pueblos antiguos haba fantaseado varias veces sobre un descenso a los infiernos. En Babilonia se contaba que Istar haba penetrado en el terrible reino de Nergal para devolver la vida a su Tammuz, y que fue tambin el hroe Izdubar para pedir al sabio Sitnapistim el secreto de la eterna juventud. En Grecia los poetas contaban de Hrcules que por una boca del cabo Tenaro haba penetrado en el mundo inferior, para sacar de l como trofeo al espantoso Cerbero; de Teseo y Peritoo, que se haban aventurado all para devolver entre los vivos a la raptada Persifone; de Dionysos, que entre tantas proezas, quiso descender all para rescatar a Semel, su madre; de Orfeo, que quiso arrancar a Plutn a la perdida Eurdice; de Ulises, que forz a las sombras, con el hechizo de la sangre, a que acudiesen hacia l para que Tiresias pudiese decirle cmo 375
volvera a la patria; de Eneas, que fue conducido a los infiernos para que Virgilio encontrase modo de alabar a los hroes no nacidos an. Tambin de Pitgoras se deca que una vez haba ido al infierno; pero el nico relato que de su viaje nos queda es una tarda parodia.
En todos estos cuentos acerca de personas fabulosas vemos que los hroes quieren dar una prueba de su arriesgada bravura o desean conocer alguna cosa que a ellos solos interesa, como Izdubar y Ulises, o tambin, y es el caso ms comn, desean librar de la muerte a un ser que les fue caro slo a ellos. Cuando no se trata, como en la Eneida, de un mero expediente literario. Pero ninguno de ellos va para salvar a los muertos olvidados, para liberarlos del poder infernal, para llevarles a su vez un mensaje de ms alta vida. Istar, para atemorizar al portero del Aralu, amenaza con resucitar a los muertos; pero con qu salvajes intenciones! "Yo resucitar a los muertos grita la hija de Sin para que vayan a comerse a los vivos, y as sern ms numerosos los muertos que los vivos".
En estas imaginaciones harto humanas del vulgo no hay nada que recuerde, ni aun de lejos, el descenso de Cristo. A l le mueve el impulso divino de una justicia que no est sujeta a las humanas divisiones del tiempo. Entre los que duermen en el sueo de la tierra no estn slo los brutos que nada conocieron fuera de sus bueyes y su mujer; los perversos, que mancharon su alma con todos los malos deseos y las manos con sangre fraterna; los perezosos, que se dejaron abrasar del sol sin reconocer siquiera en aquel ojo fulgurante la imagen de un Padre exorable; los ricos, que no tuvieron ante s otros dioses que la Riqueza y el Comercio; los Reyes que fueron, como deca Aquiles, en su ira, no pastores, sino devoradores de pueblos; los idlatras, que creyeron congraciarse con sus dioses adorando imgenes de piedra, revolcndose en la embriaguez de orgas lascivas, degollando hombres y animales, cegados por supersticiones abominables; los satisfechos, que se detenan en la letra de unas leyes groseras, que se crean perfectos en un mundo que juzgaban perfecto y no tenan la esperanza, ni siquiera la idea, de una futura renovacin del mundo.
Estaban, bien que raros y dispersos en el interminable cementerio milenario de las antiguas edades, aquellos que sin tener todava la ayuda de una revelacin completa 376
haban logrado una pureza de vida que, aun estando muy lejos de la perfeccin, se pareca a sta, como la sombra representa, con su negro diseo, el cuerpo coloreado y vivo. Algunos de ellos no slo haban fijado las primitivas leyes y precarias alianzas de los hombres, sino que las haban perfeccionado y, en ocasiones, superado. Los ms sealados haban reunido a los pueblos primeramente divididos en tribus y haban hecho de ellos una sola nacin dentro de la cual el fiero derecho de la guerra sin perdn, al menos, se mitigaba y refrenaba; otros haban libertado a su pueblo de la esclavitud extranjera o haban enseado las artes que hacen ms fcil la vida y las que hacen olvidar, por un instante, el dolor. Entre la innumerable legin de los bestializados y los podridos haba surgido, de cuando en cuando, un hombre de temple ms noble, que no haba negado al pobre su fuego y su pan, que haba domado su cuerpo, domesticado las pasiones ms innobles y obedecido, aunque penosamente, a una regla interior, que era como un presentimiento de santidad. Y haban existido, finalmente, en el pueblo que Cristo ha escogido por suyo, los Patriarcas, guardianes amorosos de rebaos y familias; los Legisladores que escucharon en la montaa, en medio de las llamas, los mandamientos del Eterno; los Profetas que, durante tantos siglos, con tanto amor y tanta esperanza, haban anunciado el advenimiento de un libertador que disolvera las injusticias y los dolores del mundo como barre el mistral las nubes sofocantes de los valles.
Para esos pocos justos, primicias de santidad antes de los santos, bienhechores de los hombres antes del Salvador; que anunciaron a Cristo y le prepararon los caminos, que fueron, en suma, al menos en el deseo, cristianos antes de Cristo, era necesario, con esa necesidad que es al mismo tiempo justicia y amor, el descenso de Jess al vasto reino de los muertos. Aquel a quien haban prefigurado sin saber su nombre, y esperado sin poderlo ver cuando gozaban de la luz del sol, apenas muere en la cruz se acuerda de ellos y desciende a libertarlos para llevarlos consigo a la gloria.
Un antiguo texto apcrifo refiere ese descenso: el derribo de las puertas, la victoria sobre Satans, la exultacin de los justos de la antigua ley y la ascensin de aquel pequeo ejrcito de bienaventurados al Paraso. Y en tanto se encuentran all arriba a Enoch y Elas, que no murieron en la tierra, como los dems, sino que fueron arrebatados, vivos aun, al cielo, ven llegar a un hombre desnudo y ensangrentado, con una cruz al hombro. 377
Es el Buen Ladrn, al que le fue cumplida la promesa que el Crucificado le ha hecho, aquel mismo da, en el Calvario. Estas representaciones son ms bellas que ciertas. Pero la tradicin cristiana, sin pretender conocer al pormenor la historia del descenso y los nombres de los libertados, ha puesto entre los artculos de la fe la evangelizacin de los muertos, y la sombra de Virgilio, trece siglos despus, le podr recordar a Dante, en el humo del infierno, el advenimiento del "poderoso, con signo de victoria coronado.
NO ESTA AQUI
No haba nacido an el sol del da que para nosotros es el domingo, cuando las mujeres se encaminaron al huerto. Pero sobre las colinas de Oriente una esperanza blanca, ligera como el reflejo remoto de una tierra vestida de lirios y plata, se elevaba lentamente entre el palpitar de las constelaciones, venciendo el tenue fulgor y el centelleo de la noche. Era una de esas albas serenas, que hacen pensar en los inocentes que duermen y en la belleza de las promesas, y en que el aire limpio y benigno parece haber sido conmovido un momento antes por un vuelo de ngeles. Das virginales que se preparan con lcidas palideces, con alegre verecundia, con frescos estremecimientos, con alentadoras candideces.
Iban las mujeres, abstradas por la tristeza, en el crepsculo perfumado, como hechizadas por una inspiracin que no saban explicar. Volvan a llorar sobre la roca? O a ver una vez ms a quien supo ganar sus corazones sin maltratarlos? O a deponer en torno al cadver del inmolado aromas ms fuertes que los de Nicodemus? Y hablando para s, decan:
Eran cuatro, porque a Mara de Magdala y Mara de Betania se haban unido Juana de Cusa y Salom; pero eran mujeres y debilitadas por el dolor.
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Pero cuando llegaron all el estupor las detuvo. La oscura boca de la gruta se abra en la oscuridad. No creyendo en sus ojos, la ms atrevida tante el umbral con mano temblorosa. A la luz del da, que aumentaba a cada instante, vieron la piedra all al lado, apoyada en las peas.
Las mujeres, mudas de espanto, se volvieron para mirar a su alrededor, como esperando que alguien llegase a decirles qu haba sucedido en aquellas dos noches que haban estado lejos de all. Mara de Magdala pens al punto que los Judos haban hecho robar entretanto el cuerpo de Cristo, no satisfechos an de lo que le haban hecho sufrir estando vivo. O que, tal vez, despechados por aquella sepultura que les pareca harto honrosa para un ajusticiado, le hubieran arrojado a la fosa infame de los lapidarios y los crucificados.
Pero no era ms que un presentimiento. No descansara tal vez Jess todava all dentro, en sus fajas olorosas? A entrar no se atrevan; pero tampoco podan decidirse a volver sin haber sabido algo de cierto Y apenas el sol, emergiendo por entre las crestas de las colinas, alumbr la abertura de la gruta, cobraron nimos y entraron.
Al pronto no vieron nada; pero un nuevo espanto las estremeci. A la derecha, sentado, un jovencito vestido de blanco sus vestiduras, en aquella oscuridad, eran cndidas y resplandecientes como la nieve pareca esperarlas.
No os asustis. El que buscis no est aqu: ha resucitado. Por qu buscis entre los muertos al que vive? No recordis lo que dijo en Galilea, que sera entregado a los pecadores y resucitara al tercer da?
Las mujeres escuchaban, temblorosas y atnitas, sin poder responder. Pero el joven continu:
Id a sus hermanos y decidles que Jess ha resucitado y que pronto volvern a verle.
Las cuatro, temblando de espanto y de alegra, salieron de la gruta para correr de inmediato adonde las mandaban. Pero cuando hubieron dado unos pasos, que ya estaban 379
casi fuera del huerto, Mara de Magdala se detuvo, y las dems, sin esperarla, siguieron su camino hacia la ciudad. Ni ella misma saba por qu se quedaba. Acaso las palabras del desconocido no le haban persuadido y no se haba dado cuenta siquiera de si el recinto estaba de veras vaco; no poda ser aqul un cmplice de los sacerdotes que quisiera engaarlas?
De pronto se volvi y vio, cerca de ella, destacndose sobre el follaje y el sol, a un hombre. Pero no lo reconoci, ni aun cuando le dijo:
Mara crey que era el hortelano de Jos, que haba ido all temprano a trabajar.
Lloro porque se han llevado a mi Seor y no s dnde le han puesto. Si has sido t, dime dnde lo has puesto, y yo ir por l.
El Desconocido, enternecido por tan apasionado candor, por tan ingenua puerilidad, no respondi ms que una sola palabra, un nombre, el de ella; pero con la voz conmovida e inolvidable con que otras veces la haba llamado:
Mara !
Rabboni! Maestro!
Y cay a sus pies, en la hierba hmeda, y quiso estrechar en sus manos aquellos pies desnudos que aun mostraban la doble llaga de los clavos.
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No me toques, porque aun no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo hacia mi Padre y vuestro Padre. Y diles que les preceder en Galilea.
Mara le sigui con la vista hasta que desapareci; luego se levant de la hierba, alterado el semblante, como fuera de s, ciega de felicidad, y corri a unirse con sus compaeras.
Estas haban llegado poco antes a la casa donde los discpulos estaban escondidos, y con palabras presurosas y anhelantes haban referido el extraordinario caso: el sepulcro abierto, el joven vestido de blanco, las cosas que haba dicho, el Maestro resucitado, la embajada a los hermanos.
Pero los hombres, todava amedrentados por la catstrofe y en aquellos das de peligro ms torpes e indolentes que las pobres mujeres, no queran creer aquellas novedades. Alucinaciones, delirios de mujeres, decan. Cmo puede haber resucitado tan pronto? Nos dijo que volvera, pero no enseguida: tantas cosas terribles tendremos que ver antes de ese da!
Crean en la resurreccin del Maestro; pero nunca antes del da en que resuciten todos los muertos, cuando l retorne glorioso, Ahora, no, repetan: es demasiado pronto, no puede ser verdad: sueos matutinos de exaltadas, engaos de espectros.
Lleg en esto, anhelante por la carrera y la excitacin, Mara de Magdala. Lo que haban dicho las otras era verdad en todo. Pero haba ms: ella misma le haba visto con sus propios ojos y le haba hablado, y de pronto no le haba reconocido; pero le reconoci luego, no bien la llam por su nombre; haba tocado sus pies con sus mismas manos, haba visto las heridas de aquellos pies; era l, vivo, como antes, y la haba mandado, como el joven del sepulcro, que fuera en busca de sus hermanos para que supiesen que haba resucitado como tena prometido.
Simn y Juan, saliendo, al fin, de su estupor, se lanzaron fuera de la casa y corrieron hacia el jardn de Jos. Juan, que era el ms joven, adelant al otro y lleg primero al 381
sepulcro. Y asomando la cabeza a la entrada, vio en el suelo las vendas, pero no entr, Simn lo alcanz anhelante, y se precipit hacia la gruta. Las vendas estaban cadas por el suelo; pero el sudario que cubra la cabeza del cadver estaba doblado a una parte. Tambin Juan entr y vio y crey. Y sin decir palabra se volvieron a casa a toda prisa, siempre corriendo, como si esperasen hallar al Resucitado entre los dems que all haban dejado.
EMMAS
Empieza de nuevo para todos, despus del solemne intervalo de la Pascua, el quehacer de los das pobres e iguales.
Dos amigos de Jess, de los que estaban en la casa con los discpulos, haban de ir aquel da, para sus faenas, a Emmas, pueblecito distante de Jerusaln un par de horas de camino. Partieron apenas Juan y Simn volvieron del sepulcro. Todas aquellas noticias les haban impresionado un tanto, pero sin acabar de persuadirlos de un hecho tan portentoso e inesperado. Gente que iba a lo seguro y nada crdula, no acertaban a comprender que fuese verdad todo aquello que haban odo contar: si el cuerpo del Maestro no estaba all, no podan habrselo llevado manos de hombres?
Cleofs y su compaero eran dos buenos Judos que dejaban un lugar para el ideal en su nimo, preocupado por solicitudes harto reales. Pero aquel lugar no era, en verdad, muy grande, y aquel ideal tena que adaptarse al hueco que le quedaba libre, si no quera verse expulsado como un husped molesto. Tambin ellos, como todos los Discpulos, esperaban la venida de un libertador, pero que antes que nada libertase a Israel. Un Mesas, en suma, que fuese hijo de David ms bien que hijo de Dios; guerrero a caballo en vez de un pobre andariego; azote de enemigos y no acariciador de enfermos y de nios. Las palabras de Cristo haban logrado ablandar la antigua cscara de aquel 382
mesianismo carnal; pero la Crucifixin los conturb. Queran a Jess y sufrieron con su sufrimiento; pero aquel fin repentino, infamante, sin gloria y sin resistencia, contrastaba demasiado con lo que ellos esperaban y especialmente con lo mucho ms que deseaban. Que fuese un salvador humilde, caballero en asnos mansos y no en caballos de batalla, y un poco ms espiritual y suave de lo que hubieran querido, podan comprenderlo, aunque con trabajo, y soportarlo, si bien de mala gana. Pero que el libertador no hubiese querido libertar ni a los dems ni a s mismo; que el salvador no hubiese hecho nada por librarse; que el Mesas hubiera acabado, a manos de los Judos, en el patbulo de los bandidos y de los parricidas, era, en opinin de ellos, una desilusin demasiado fuerte y un escndalo sin disculpa. Se compadecan del Crucificado con toda sinceridad; pero al mismo tiempo estaban tentados de suponer que se haban engaado acerca de su ser verdadero. Aquella muerte y qu muerte! tomaba en las almas estrechas de aquellos hombres prcticos un aire luctuoso de derrota.
Hablando de estas cosas iban, en la tarde paternal encendida de sol, y de cuando en cuando se acaloraban, porque no siempre estaban de acuerdo. De pronto vieron, con el rabillo del ojo, moverse una sombra en el suelo cerca de ellos. Se volvieron. La sombra era de un hombre que los segua como queriendo escuchar lo que hablaban. Se detuvieron, segn se acostumbra, a saludarlo, y el viajero les hizo compaa. No les pareca cara desconocida la suya; pero por ms que le miraban no acertaban a reconocerlo. El recin llegado, en vez de responder a sus mudas preguntas, les interrog:
Cleofs, que deba ser el ms viejo, respondi con cierto movimiento de extraeza:
T solo eres forastero en Jerusaln, que nada sabes de las cosas que han pasado estos das.
Lo de Jess de Nazareth, profeta poderoso en obras y en palabras ante el pueblo y ante Dios, y a quien los jefes de los sacerdotes y nuestros jueces han condenado a 383
muerte en la cruz. En cuanto a nosotros, esperbamos que fuese destinado a rescatar a Israel; pero ya hace tres das que estas cosas han sucedido. Es verdad que algunas mujeres nos han asombrado porque, habiendo ido esta maana al sepulcro, lo hallaron vaco; y dicen que han tenido ciertas visiones y que Jess vive. Algunos de los nuestros han ido al sepulcro y lo han hallado desierto como haban dicho las mujeres; pero a l no le han visto.
Cun insensatos sois exclam el forastero y lentos en creer las cosas que han dicho los profetas! No era, acaso, necesario que Cristo padeciese todas esas cosas antes de entrar en la gloria? No recordis lo que fue anunciado, desde Moiss hasta nuestros tiempos? No habis ledo a Ezequiel y Daniel? No conocis siquiera nuestros cantos al Seor y sus promesas?
Y con voz casi airada recitaba las antiguas palabras, declaraba las profecas, rememoraba los rasgos del Hombre de Dolores representado por Isaas. Los dos le escuchaban, dciles y atentos, sin replicar, porque hablaba enardecido y las viejas admoniciones cobraban en sus labios un calor tan nuevo y significados tan claros, que les pareca imposible no haberlos visto por s mismos. Aquellas palabras les causaban la misma impresin que si fuesen el eco de otras parecidas, odas en otros tiempos pero confusamente, como una voz tras una pared, durante la noche.
Haban llegado, entretanto, a las primeras casas de Emmas y el peregrino hizo ademn de despedirse, como queriendo proseguir su camino. Pero los dos amigos no acertaban a separarse del misterioso compaero y le suplicaron que permaneciese con ellos. Caa el sol y, casi al ponerse, daba un tono ms dorado y clido al campo; pero las tres sombras eran ms largas que antes sobre el polvo del camino.
Qudate con nosotros decan que pronto se hace de noche y declina el da. Tambin t estars desfallecido y es hora de probar un bocado.
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Cuando estuvieron a la mesa, el Husped, sentado en medio, cogi el pan, lo parti y dio un poco a cada uno de los amigos. Ante aquel acto, los ojos de Cleofs y del otro se abrieron, como cuando se nos despierta de pronto y el sol est dando en el lecho. Ambos se levantaron, con un sobresalto de escalofro, plidos, lvidos, y, al cabo, reconocieron al muerto a quien haban comprendido mal y calumniado. Pero aun no haban tenido tiempo de besarle, cuando desapareci de su vista.
No haban sabido reconocerle por el rostro ni por sus palabras, que, sin embargo, tanto se parecan a sus palabras de cuando viva; no le haban conocido, mientras hablaba, en la luz de las pupilas, ni en el sonido de la voz. Pero bast que tomase en las manos aquel pan, como un padre que lo reparte a sus hijos, por la noche, despus de una jornada de trabajo y de viaje, para que en aquel acto amoroso, que tantas veces le haban visto hacer en las cenas improvisadas y familiares, descubriesen, al fin, sus manos, sus manos bendicientes y heridas. Y la niebla se disip y se hallaron cara a cara con el esplendor del Resucitado. Cuando, viviendo entre ellos, fue su amigo, no le haban entendido; cuando, a lo largo del camino, fue su maestro, no le haban reconocido; pero apenas cumple el amoroso oficio de servir a sus siervos y les ofrece el pedazo de pan que era vida y esperanza de vida, entonces al punto lo reconocieron.
Y as, sin comer y cansados como estaban, emprendieron de nuevo el camino que haban hecho, y llegaron, ya de noche, a Jerusaln.
No nos arda el corazn en el pecho mientras nos hablaba y nos explicaba los profetas? Por qu no supimos reconocerle entonces?
Los Apstoles seguan velando. Los recin llegados, sin tomar aliento, contaron el encuentro y lo que les haba dicho en el camino, y cmo no le reconocieron hasta el momento de partir el pan. Y en respuesta a la nueva confirmacin, tres o cuatro voces gritaban a un tiempo:
Pero aquellas cuatro apariciones, aquellos cuatro testimonios no bastaron a disipar las dudas de todos. A varios, aquella resurreccin tan pronta, tan fuera de lo corriente, que se haba realizado de noche, de una manera oculta, les pareca ms bien una alucinacin del dolor y del deseo que verdad efectiva. Quines afirmaban haberle visto? Una mujer se decan que tiempo atrs haba sido posesa de los demonios; un calenturiento que no pareca el mismo desde que haba negado a su Maestro, y dos simples que ni siquiera pertenecan al nmero de los Apstoles y que Jess haba preferido, quin sabe por qu, a los amigos ms ntimos. A Mara pensaban poda haberla engaado un fantasma; Simn, para recobrarse de su cobarda, no haba querido ser menos; los otros podan ser unos impostores o unos visionarios. Si Cristo haba resucitado verdaderamente, no se hubiera dejado ver de todos, cuando estaban reunidos? Por qu aquellas preferencias? Por qu aquella aparicin a sesenta estadios de Jerusaln? Tales eran los pensamientos de varios de los apstoles.
Crean en la resurreccin; pero se la imaginaban como una de las seales de la ltima revolucin del mundo, cuando todo se hubiera cumplido. Pero ahora que se hallaban ante la resurreccin de l solo, en aquel da que todo lo dems segua como antes, se daban cuenta de que el retorno de la vida a la carne, y a una carne que no se haba dormido plcidamente en el ltimo sueo, sino de la que haba sido arrancada la vida con el hierro; de que aquella idea de la resurreccin, retrocediendo del futuro lejano al inmediato presente, chocaba con todas las dems ideas que formaban el tejido de su pensamiento, y que existan antes, pero no aparecan en contraste hasta que se present bruscamente el emparejamiento entre dos rdenes superpuestos: el milagro que ellos esperaban como remoto y el hecho actual.
Si Jess ha resucitado pensaban quiere decir que es verdaderamente Dios; pero hubiera nunca accedido un verdadero Dios, un hijo de Dios, a dejarse matar y de una manera tan infame? Si su poder era tal que venca a la muerte, por qu no haba fulminado a los jueces, confundido a Pilato, petrificado los brazos de los que le clavaban. Por qu misterio incomprensible el Omnipotente se haba dejado arrastrar a la ignominia de los dbiles?
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As razonaban para s algunos discpulos, que haban escuchado y no haban comprendido. Cautos como todos los sofistas, no se aventuraban a negar francamente la Resurreccin en la propia cara de los que la afirmaban; pero se reservaban su opinin, rumiaban para s las razones de lo posible y de lo imposible, deseando una confirmacin manifiesta, que no se atrevan a esperar.
Nadie respondi. El estupor pudo ms que la alegra, incluso en aquellos que no era la primera vez que volvan a verlo. En sus rostros ley el Resucitado la duda que en casi todos alentaba, la pregunta que no osaban exteriorizar con palabras:
Ests, en verdad, vivo o eres una sombra que viene a tentarnos de las cavernas de los muertos?
Por qu os turbis? dijo el Resucitado . Por qu alientan dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies; yo soy, yo; tocadme y ved; porque un espritu no tiene carne y huesos como veis que los tengo yo.
Y extendi hacia ellos las manos, mostr por una y otra parte las seales todava sangrientas de los clavos y se abri la tnica por el pecho, para que vieran la herida de la lanza en el costado. Algunos, levantndose en sus lechos, se arrodillaron y vieron, en los pies desnudos, los dos agujeros profundos, entre dos anillos amoratados.
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Pero no se arriesgaron a tocarlo, como si temieran verlo desaparecer de improviso, as como de improviso se haba aparecido. Se preguntaban, adems: sentira, quien se aventurase a abrazarle, la tibia reciedumbre del cuerpo o pasaran sus brazos a travs de la inconsistencia de una sombra vana?
Era l, con su rostro, y su voz y los rasgos innegables de la crucifixin; con todo, haba en su aspecto algn cambio, que no habran podido describir, aunque hubiesen tenido en aquel momento el espritu tranquilo.
Aun los ms recalcitrantes se vean obligados a creer que el Maestro estaba entre ellos, con todas las apariencias de una vida recomenzada; pero su pensamiento se abismaba en las ltimas dudas, y permanecan callados, casi temerosos de tener que creer en sus sentidos, como si esperasen despertar de un momento a otro, y atrapar de nuevo el perdido mundo de las realidades cmodas, desconcertados por aquella flagrante aparicin que destrua sus sueos. Tambin Simn callaba: qu hubiera podido decir, sin traicionarse con el llanto, a aquel que le haba mirado con sus mismos ojos, en el patio de Caifs, mientras l, Simn, juraba no haberle conocido nunca? Para deshacer sus ltimos titubeos, pregunt Jess:
No quera ya otro alimento que aquel que haba pedido, casi siempre en vano, en toda su vida. Pero para aquellos hombres carnales era necesaria una prueba tambin carnal; a quien piensa nicamente en la materia y de materia se alimenta, le era necesaria esta demostracin material. La ltima noche haban cenado juntos; tambin ahora, que se encuentran, comer con ellos.
Haba quedado, en un plato, un poco de pescado asado. Simn se lo alarg al Maestro, que se acerc a la mesa y comi el pez con un pedazo de pan, mientras todos le miraban fijamente, como si le vieran comer por primera vez.
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Cuando hubo acabado, levant los ojos hacia ellos y les dijo:
Estis persuadidos ahora? O no comprendis todava? Os parece posible que pueda comer un fantasma como lo he hecho yo en presencia vuestra? Cuntas veces he tenido que reprocharos vuestra dureza de corazn y vuestra poca fe! Y he aqu que segus siendo los mismos de antes y no habis querido creer a los que me haban visto! Nada, sin embargo, os haba ocultado de lo que sucedera en estos das. Pero vosotros, sordos y desmemoriados, os y os olvidis luego, leis y no entendis. No os deca, cuando estaba con vosotros, que se cumpliran todas las cosas que estaban escritas y las que yo haba anunciado? Que el Cristo haba de sufrir y al tercer da resucitara de entre los muertos, y que en su nombre se predicaran el arrepentimiento y el perdn a todas las gentes, empezando por Jerusaln? Ahora sois testigos de estas cosas, y yo mantendr las promesas que el Padre os ha hecho por mediacin ma. Id, pues, por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas. Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Y como el Padre me ha enviado a m, yo os envo a vosotros. Id, pues, a amaestrar a todos los pueblos ensendoles a observar, todas las cosas que os he dicho. Y el que crea ser salvo y el que no crea, condenado, Yo me quedar aqu algn tiempo todava y nos volveremos a ver en Galilea; pero tambin despus estar con vosotros hasta el fin de los siglos.
A medida que hablaba, los rostros de los discpulos se iluminaban de una olvidada esperanza y sus ojos brillaban como los de los ebrios. Era aquella la hora de ms consuelo despus del abatimiento de aquellos das. Su presencia indudable demostraba que lo que pareca increble era cierto, y que no los haba abandonado y no los abandonara nunca. Sus enemigos, que parecan victoriosos, estaban vencidos.
La realidad visible entraba obediente en el marco de las antiguas profecas. Las cosas que el Maestro haba dicho, las saban de antes; pero slo cuando la boca de l las repeta estaban verdaderamente vivas en ellos.
Aquellas palabras haban enardecido a los ms tibios, reavivado el recuerdo de otras palabras, de otros das ms soleados, y sentan de pronto un entusiasmo, un ardor que no experimentaban tiempo haca, un deseo ms fuerte de abrazarse, de quererse, de no 389
separarse nunca de l. La resurreccin del Maestro era para ellos una garanta de triunfo; si haba podido salir de la cueva funeraria, sus promesas eran promesas de un Dios, y las mantena hasta el fin. No haban credo en vano ni estaban solos ya: la crucifixin haba sido la oscuridad de un da para que la luz fulgurase ms fuertemente en todos los das que haban de venir.
TOMS, EL GEMELO
En aquella cena, Toms, llamado el Gemelo, no estaba. Pero al da siguiente sus amigos corrieron a buscarle, impresionados an con las palabras de Jess
Hemos visto al Seor le decan ; era verdaderamente l, y nos ha hablado, y ha comido con nosotros.
Toms era de los que haban sufrido la ms profunda conmocin con la vergenza del Glgota. Cierta vez se haba declarado dispuesto a morir con su Maestro; pero huy con los dems, cuando subieron las linternas de los esbirros al monte de los Olivos. Su fe se haba oscurecida en aquella sombra que se cerni sobre el Calvario. A pesar de los avisos, nunca hubiera credo que tal sera el fin de su maestro. Aquel colmo de infamia al que Jess se haba dejado conducir con la resignacin de un cordero, le haca sufrir cuando pensaba en ello casi ms que la prdida de aquel que le haba amado. Aquel ments a sus esperanzas terrenas le haba ofendido como el descubrimiento de un fraude y excusaba a sus ojos, incluso el oprobio de su abandono. Toms, como Cleofs y sus semejantes, era un sensualista; ante la poderosa invitacin de Cristo, haba subido, por decirlo as, de un vuelo demasiado alto, a un mundo que no era el suyo. Su fe irreflexiva le haba ganado como por sorpresa, con un entusiasmo contagioso. Pero apenas la llama que lo inflamaba todos los das qued enterrada, o tal pareca, bajo la piedra ignominiosa del odio, su alma se apag y se hel y recobr su primitivo modo de ser, el que buscaba con los sentidos las cosas sensibles, y esperaba en la materia mudanzas materiales, y aguardaba de la materia nicamente certezas y consuelos de orden material. Sus ojos se negaban a mirar 390
las cosas que sus manos no hubieran podido tocar, y por eso se vean condenados a no ver lo invisible: gracia reservada nicamente a los que la creen posible. l crea en el Reino, especialmente cuando las palabras y la presencia de Jess deleitaban su corazn; pero no en un reino espiritual, sino en un reino terrestre, en un reino donde hombres vivos, regados de sangre clida, hubieran comido y bebido en mesas slidas y concretas, gobernando con leyes nuevas una tierra ms hermosa, que Dios les adjudicara.
Toms, despus del escrdalo de la cruz, no estaba, ni con mucho, dispuesto a creer, de odas, en la resurreccin. Harto crudamente pensaba he visto desmentida mi primera confianza, para que pueda fiarme ahora de mis compaeros de engao. Y a los que llevaban gozosos la noticia les replic:
Si no veo en sus manos las llagas de los clavos y no pongo el dedo en la llaga de los clavos y mi mano en el costado, no lo creer,
Dijo de primera intencin: si no veo. Pero se recobr luego: tambin los ojos pueden traicionar y muchos fueron cegados por las visiones. Y su pensamiento corre a la experiencia carnal, a la prueba atroz y brutal: poner el dedo donde estuvieron los clavos; poner la mano, toda la mano, donde entr la lanza. Hacer como el ciego, que, a veces, se equivoca menos que los que ven.
Reniega de la fe, vista suprema del alma; reniega de la vista misma, el sentido ms divino del cuerpo. No tiene confianza ya ms que en las manos, carne que oprime carne. Aquel doble reniego le deja a oscuras, en el tanteo de la ceguera, hasta que la Luz hecha hombre, por una suprema condescendencia amorosa, no le devuelva la luz de los ojos y la del corazn.
Pero esa respuesta ha hecho de Toms uno de los hombres ms famosos del mundo; porque esa es la eterna virtud de Cristo: la de eternizar an a aquellos que le han ofendido. Todos los cortos del espritu, todos los pirronistas de tres al cuarto, todos los chupatintas de las ctedras y de las academias, los tibios cretinos atiborrados de prejuicios, los medrosos, los sofistas, los cnicos, los piojos de la ciencia y los barrenderos de los cientficos; todos los gusanos de luz celosos del sol, todos los gansos que no 391
admiten el vuelo de las guilas, han elegido como a protector y presidente a Toms el Gemelo. De l no saben nada ms que esto: si no toca, no cree. Aquella respuesta les parece a ellos el Himalaya del juicio humano. Enhorabuena que otros vean en las tinieblas, oigan en el silencio, hablen en la soledad, vivan en la muerte; la comprensin de sus cerradas molleras no llega a tanto. Lo que ellos llaman "la realidad" es su dominio y de all no se van. En efecto, propenden al oro que no quita el hambre, a la tierra en la que ocuparn un pequeo agujero, a la gloria que es un corto bisbiseo en el silencio de la eternidad, a la carne que se convertir en barro agusanado, y en aquellos mgicos y estrepitosos descubrimientos que, despus de haberlos hecho esclavos, apresurarn para ellos el formidable descubrimiento de la muerte. Estas y otras semejantes son las cosas "reales" con que se deleitan los devotos de Toms. Pero, acaso, si les diera la idea alguna vez de leer lo que sucedi despus de aquella respuesta, se apresuraran a dudar tambin del que dud de la resurreccin.
Ocho das despus los discpulos estaban en la misma casa de la otra vez y Toms con ellos. Haba esperado todos aquellos das, que tambin a l le sera concedido el ver al Resucitado, y a veces temblaba, pensando que su respuesta era tal vez la razn que le mantena lejos. Pero, de pronto, he aqu una voz en el umbral
Jess est all y busca con los ojos a Toms. Viene ahora por l, solamente por l, porque el amor que le tiene es ms grande que todas las ofensas. Y le llama por su nombre, y se acerca para que lo vea bien, cara a cara.
Pon aqu tu dedo y mira mis manos. Alarga tu mano y pnmela en el costado tambin; y no seas incrdulo, sino ten fe.
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Con estas palabras, que parecen una simple salutacin ordinaria, Toms confes su derrota, ms hermosa que todas las victorias, y desde aquel punto fue por entero de Cristo. Hasta entonces le haba venerado como a un hombre ms perfecto que los dems; ahora le reconoce como a su Dios.
Porque me has visto has credo; bienaventurados los que no han visto y han credo, sin embargo! Bienaventurados los que creen sin haber visto! Porque las nicas verdades que tienen un valor decisivo en la realidad, pese a los disectores de cadveres, son aquellas que la vista carnal no ve y que las manos de carne no podrn nunca palpar. Las verdades de la fe vienen de lo alto: el que tiene el alma cerrada por todas partes no las recibe y las ver nicamente el da en que el cuerpo, con sus cinco desconfiados porteros, sea como un traje arrugado y consumido, abandonado sobre una cama, en espera de que lo oculten bajo tierra como placenta hedionda.
Toms no crey hasta que no vio. Una leyenda antigua cuenta que su mano qued, hasta su muerte, roja de sangre. Leyenda verdadera con toda la verdad de su terrible smbolo, si entendemos que la incredulidad puede ser una forma de asesinato. El mundo est lleno de tales asesinos, que han empezado por asesinar su propia alma.
EL RESUCITADO RECHAZADO
Los primeros que haban acompaado a Jess en su primera vida estaban seguros, al fin, de que haba comenzado su vida segunda e inmortal. Pero despus de cun dudosa testarudez se han resignado a aceptar la realidad del innegable retorno!
Con todo, los enemigos de Cristo, para quitar de en medio la piedra harto gruesa que les es obstculo para otras negaciones, han acusado precisamente a los sorprendidos y perplejos Discpulos de haber inventado, querindolo o no, el mito de una resurreccin. 393
Fueron ellos dicen Caifs y sus modernos secuaces los que sustrajeron de noche el cuerpo y extendieron luego la noticia de la gruta vaca, para que cualquier mstico incauto creyera ms fcilmente que Jess haba resucitado y hacer as de manera que los embaucadores pudieran perseverar en sus pestferas hechiceras en nombre de un hechicero muerto. Y Mateo refiere que los judos, por una gruesa suma de dinero, compraron a algunos falsos testigos para que afirmasen, en caso de necesidad, haber visto a Simn y sus cmplices violar el sepulcro y llevarse a cuestas un gran envoltorio blanco.
Pero los enemigos modernos, por un ltimo respeto a los que han fundado con sangre la Iglesia indestructible o, ms bien por estar profundamente persuadidos de la sencillez de espritu de los primeros mrtires, han renunciado a la suposicin del truco mortuorio. Ni Simn dicen ni los dems eran de la estofa de que se hacen los comediantes y prestidigitadores: harto ms picarda hubieran debido tener para eso en sus toscos cerebros aquellos pobres borregos seducidos; tienen todo el aire de ser ms burlados que burladores; pero si no prestidigitadores, fueron, s, vctimas imbciles de sus fantasas, o de la picarda ajena.
Los Discpulos afirman gravemente los abstemios de lo trascendente tenan tan fuerte esperanza de ver a Jess resucitar, como haba prometido, y esta resurreccin era tan necesaria y urgente para compensar la ignominia de la cruz, que se vieron inducidos, y casi obligados, a considerarla y anunciarla como inminente. En aquel ambiente de espera supersticiosa, bast la visin de una histrica, el sueo de un alucinado, el deslumbramiento de un iluso, para que se difundiese en el pequeo crculo de los supervivientes desconsolados la voz de las apariciones. Algunos de ellos, no pudiendo creer que el Maestro los hubiera engaado, prestaban fcilmente fe al que afirmaba haberlo visto despus de la muerte, y a fuerza de repetir las fantasas de aquel delirio apasionado, acabaron por creerlas en serio y por imbuir en los ms ingenuos tal creencia. Slo con esta condicin, con la confirmacin pstuma de la afirmada divinidad del muerto concluyen era posible mantener la cohesin entre los que le haban seguido y crear el primer consorcio estable de la Iglesia universal.
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Pero quienes pretenden disolver con acusaciones de imbecilidad o de fraude la certidumbre y el testimonio de la primera generacin cristiana, olvidan muchas y harto esenciales cosas.
Entre otras, el testimonio de Pablo. Saulo el Fariseo haba estado en la escuela de Gamaliel y haba podido asistir, aunque fuera de lejos y como enemigo, a la muerte de Cristo, y conoci, de seguro, las hiptesis de sus primeros maestros, los fariseos, acerca de la resurreccin. Pero Pablo, que recibi noticias directas de labios de Santiago el Menor y de Simn; Pablo, famoso en todas las iglesias de los Judos y de los Gentiles, escriba de esta forma en la primera epstola a los Corintios: "Cristo muri por nuestros pecados, fue sepultado, resucit al tercer da, se apareci a Pedro y luego a los Doce. Despus se apareci a ms de quinientos hermanos en una sola vez, de los cuales viven, an los ms y algunos han muerto." La epstola a los Corintios est reconocida como autntica, incluso por los ms sutiles olfateadores de falsificaciones, y no puede haber sido escrita despus de la primavera del 58, es decir, cuando an no haban pasado treinta aos desde la crucifixin. Muchos de los que haban conocido a Cristo, y no eran uno ni dos, vivan todava aquel ao y hubieran podido fcilmente desmentir al Apstol si no hubiesen sido ciertas sus afirmaciones. Corinto estaba a las puertas de Asia, poblada por muchos Asiticos, en relaciones continuas con la Judea, y las epstolas paulinas eran mensajes pblicos que se lean pblicamente en las reuniones, y de las que se hacan copias para mandar a las dems iglesias. El solemne y pacfico testimonio de Pablo poda llegar, y lleg ciertamente, a Jerusaln, donde los enemigos de Jess, vivos parte de ellos todava, hubieran podido impugnarlos con otros sentimientos. Si Pablo hubiese credo posible una refutacin eficaz, nunca se hubiera atrevido a escribir aquellas palabras. Que se pudiera, pues, a tan poca distancia del suceso, afirmar pblicamente un prodigio tan contrario a las creencias comunes y a los intereses de enemigos vigilantes, demuestra que la Resurreccin no era una fantasa de unos cuantos alucinados, sino una certidumbre que razonablemente no se poda negar y s muy fcilmente atestiguar. De la aparicin de Cristo a los quinientos hermanos no tenemos otro testimonio que el consignado en la citada epstola a los de Corinto; pero ni por un momento podemos creer que Pablo, una de las ms grandes y puras almas del primitivo Cristianismo, haya podido sacarla de su cabeza, l que durante tanto tiempo haba perseguido a los que crean en la realidad de la Resurreccin. Esa aparicin de Jess a los quinientos debi de suceder en Galilea, en el 395
monte del que habla Mateo, y es sumamente probable que el Apstol hubiera conocido a alguno de los que estuvieron presentes en aquella reunin memorable.
Pero hay ms. Los Evangelistas, que refieren con cierto desorden, pero con gran candidez, los recuerdos de los primeros compaeros de Jess, confiesan, tal vez sin pretenderlo, que los Apstoles no esperaban en modo alguno la Resurreccin y, ms an, que les cost trabajo admitirla. Leyendo con atencin a los cuatro historiadores, vemos que los Apstoles siguen dudando, incluso en presencia del Resucitado. Cuando las mujeres, la maana del domingo, corren a advertir a los discpulos que el sepulcro est desierto y Jess vivo, las acusan de delirar. Cuando, ms tarde, se apareci a muchos en Galilea, "all lo vieron y lo adoraron dice Mateo pero algunos dudaron." Y cuando se apareci por la noche, en el cenculo, los hay que desconfan de sus ojos y dudan hasta que le ven comer. Toms duda tambin despus, hasta el momento en que el cuerpo de su Seor est precisamente frente a su cuerpo.
Hasta tal punto desconfan de verlo resucitar, que el primer efecto de su aparicin es el espanto. "Crean que era un espritu." No son, pues, tan crdulos y fciles de engaar como se figuran sus difamadores. Y estn tan lejos de la idea de verle volver vivo entre los vivos, que apenas lo ven, lo confunden con otro. Mara de Magdala cree que es el hortelano de Jos de Arimatea; Cleofs y su compaero no son capaces de reconocerlo en todo el camino; Simn y los dems, cuando viene a la orilla del Lago, "no saban que era Jess". Si realmente le hubieran esperado, con la mente despierta y caldeada por el deseo, hubieran sentido aquel espanto? No le hubieran, por el contrario, reconocido al instante? Se tiene la impresin, leyendo los Evangelios, de que los amigos de Cristo, lejos de inventar su retorno, lo aceptaron como por cierta coaccin invencible, rendidos ante la evidencia despus de muchos titubeos. Lo contrario, exactamente, de lo que quisieran demostrar los que les acusan de haberse engaado y haber engaado.
Pero, por qu esos titubeos? Porque las advertencias de Jess no haban conseguido deshacer, en aquellas almas tardas e indciles, la antigua repugnancia judaica a la idea de la resurreccin. La creencia en la resurreccin de los muertos fue extraa, durante siglos y siglos, a la mente de los hebreos. En algunos profetas, como Daniel y Oseas,
encontramos algn vestigio de ella; pero no aparece verdaderamente explcita ms que 396
en un pasaje de la historia de los Macabeos. En tiempos de Cristo, el pueblo tena de ella una nocin confusa, como de milagro lejano que perteneca a la economa del Apocalipsis; pero no la crea posible antes de la catstrofe final del gran da; los Saduceos la negaban resueltamente y los Fariseos la admitan, pero no ya como privilegio inmediato de uno solo, sino como recompensa remota y comn a todos los justos. Cuando el supersticioso Antipas deca de Jess que era Juan resucitado entre los muertos, quera decir, con una imagen enrgica, que el nuevo profeta era un segundo Juan.
La repugnancia a admitir una derogacin tan extraordinaria de las leyes de la muerte era tan profunda en el pueblo judo, que los mismos Discpulos del Resucitador, que haba anunciado su propia resurreccin, no estaban dispuestos a admitirla, sin experiencias y contrapruebas. Y eso que haban visto resucitar, a la palabra poderosa de Cristo, al hijo de la viuda de Nan; a la hija de Jairo, al hermano de Marta y Mara: los tres muertos que Jess haba despertado, por la compasin de un llanto de madre, de un llanto de padre, de un llanto de hermana. Pero era costumbre de los Doce tergiversar y olvidar. Estaban demasiado sumidos en los pensamientos de la carne para avenirse a creer, sin dilaciones, en una revancha tan anticipada sobre la muerte. Pero cuando estuvieron persuadidos su certidumbre fue tan firme y fuerte, que de la semilla de aquellos primeros testigos naci una interminable cosecha de resucitados a la fe del Resucitado que los siglos no han acabado de recoger an.
Las calumnias de los Judos, las acusaciones de los testigos falsos, las vacilaciones de los Discpulos, las insidias de los enemigos implacables pero poderosos, los sofismas de los bastardos de Tom, la fantasas de los heresiarcas, las contorsiones de los galantes espritus directamente interesados en matar definitivamente a Jess, los repliegues y tijeretazos de los ideosos, las minas y los asaltos de la alta y la baja crtica, no han podido arrancar del corazn de millones de hombres la certidumbre de que el cuerpo desclavado de la cruz del Calvario resucit al tercer da, para no morir ms. El pueblo escogido de Cristo lo llev a la muerte, creyendo acabar con l; pero la muerte lo rechaz como lo haban rechazado los judos, y la humanidad an no ha saldado cuentas con el ajusticiado que sali de la gruta para mostrar el costado dnde la lanza romana dej al descubierto para siempre el Corazn que ama a los que le odian.
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Los pusilnimes que no quieren creer en su primera vida ni en su segunda vida, en su vida inmortal, se apartan de la vida verdadera: de la vida que es adhesin generosa, amor confiado, esperanza de lo invisible, certidumbre de las cosas que no estn patentes. Son lamentables muertos que nos parecen vivos los que, como la muerte, lo rechazan. Los que arrastran el peso de sus cadveres, todava calientes y respirantes sobre la tierra paciente, se ren de la Resurreccin. A estos Muertos, mientras persistan en rechazar la Vida, les ser vedado el segundo nacimiento, el nacimiento en el espritu; pero no les ser negada, el ltimo da, una irrefutable y espantosa resurreccin.
EL RETORNO AL MAR
Concluido el drama con el ms grande dolor y la ms grande alegra, vuelve cada uno a su destino. Jess va a su Padre, el rey a su reino, el gran sacerdote torna a sus jofainas de sangre, el coro a su silencio expectante, los pescadores a sus redes.
Aquellas redes maceradas por las aguas, deshilachadas, desfondadas por los pesos inslitos, tantas veces arregladas, remendadas, compuestas, retejidas, que los primeros pescadores de hombres haban dejado, sin volver la vista atrs, en la playa de Cafarnaum, haban sido acabadas de acondicionar y puestas a un lado por alguno de esos hombres demasiado prudentes que no salen nunca de casa, porque los sueos son breves y el hambre dura lo que la vida. La mujer de Simn, el padre de Juan y de Santiago, el hermano de Toms, haban conservado esparaveles y trasmallos, como aparejos que pueden hacer falta, como memoria de los ausentes, como si una voz le estuviera diciendo a los que quedaban: Ellos tambin volvern. Bueno es se decan el Reino; pero est por venir, y el lago es bueno hoy mismo y fructfero en peces; santa es la santidad, pero no slo del espritu se vive; y un pescado en la mesa es ms grato al hambriento que un trono dentro de un ao.
Y la prudencia de los sedentarios, aferrados a la casa nativa como el musgo a la piedra, acert por una vez: los pescadores volvieron. Los pescadores de hombres reaparecieron 398
en Galilea y volvieron a coger las viejas redes. Haban recibido la orden del mismo que los sac de all para que fuesen testigos de su ignominia y de su gloria. No le haban olvidado ni podran nunca olvidarlo; siempre hablaban de l, entre ellos, y con todos aquellos que queran escucharlos. Pero el Resucitado les haba dicho: Nos volveremos a ver en Galilea. Y salieron de la infausta Judea, de la iracunda meretriz dominada por sus amantes homicidas y emprendieron de nuevo el camino de la dulce aldea serena de donde los haba sacado con suave violencia el amoroso robador de almas. Cun bellas eran las viejas casas agrietadas por la humedad, con las blancas banderas de la ropa lavada y la hierba nueva que verdeaba al pie de los muros y las mesas lustradas por las manos humildes de los viejos y el horno que cada ocho das arrojaba chispas por su boca renegrida? Y era bello el tranquilo pueblecito, casi marino, con sus corrillos de chicos negros y desnudos, el sol cayendo de plano sobre la plazuela del mercado, los sacos y cestas a la sombra de los portales y aquel hedor a pescado que, juntamente con la brisa, lo llenaba a cada aurora. Pero, sobre todo, era bello el lago: turquesa lquida con entonaciones de berilo en las montaas perfectas; lvida llanura pizarrosa en las tardes nubladas; estanque lechoso de palo, con arrugas y ondulaciones de jacintos, en los ocasos cordiales; sombra pavorosa, listada de blanco, en las noches de estrellas; sombra plateada y amorosa en las noches de luna. En aquel lago, que pareca el golfo tutelar de un pueblo feliz y olvidado, haban descubierto sus ojos por primera vez la belleza de la luz y del agua, ms nobles que la tierra densa y fea y ms fraternales que el fuego. La barca, con los trapecios de las velas, los bancos gastados, el timn, altivo y pintado de rojo, era para ellos, desde sus primeros aos, ms querida que la otra casa que los esperaba, cubo blanqueado y quieto, a la orilla. Aquellas interminables horas de tedio y de esperanza, espiando el centellear de las ondas, las sacudidas de la red, el ennegrecimiento del cielo, haban llenado la parte ms larga de su pobre y sencilla vida.
Hasta el da en que un Patrn ms pobre y poderoso los llam consigo, como obreros de un sobrenatural y peligroso trabajo. Las pobres almas, trasplantadas de su mundo ordinario, se haban esforzado en quemarse en aquella viva llama. La nueva vida los estruj como racimos en el lagar, como a aceituna en el molino, para que de sus corazones speros manasen lgrimas de amor y de piedad. Pero fue necesario que se alzase sobre el Calvario la cruz para que llorasen con llanto verdadero; y que el Crucificado volviese a comer de su pan para que de nuevo se encendiesen en esperanza. 399
Y haban vuelto, trayendo consigo certidumbres y esperanzas que haban de transformar al mundo. Pero antes de partir para la obra que les estaba encomendada esperaban volver a ver al que amaban, en los lugares que l am. Volvan diferentes de cuando partieron, ms intranquilos y melanclicos, casi extranjeros, como si regresaran del pas de los Lotfagos y vieran ya, con unos ojos ms puros, una tierra nueva confederada con el cielo por modo indivisible. Pero las redes estaban all, colgadas de las paredes, y las barcas amarradas se balanceaban al choque de la resaca. Los pescadores de hombres comenzaron de nuevo, acaso por nostalgia, tal vez por necesidad, a ser pescadores en el lago.
Siete discpulos de Cristo estaban juntos, una noche, en el puerto de Cafarnaum: Simn, llamado Piedra, Toms el Gemelo, Natanael de Can; Santiago, Juan y otros dos.
Y dice Simn
Voy a pescar.
Y saltaron a la barca y salieron; pero aquella noche no pescaron nada. Al aclarar el da, un tanto malhumorados por la noche perdida sin fruto, remaron hacia la orilla. Y cuando estuvieron prximos a ella, vieron en la vacilante luz del alba una figura de hombre junto al agua, que pareca esperarlos: "los discpulos, sin embargo, no reconocieron que era Jess".
Y ellos respondieron:
No.
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Obedecieron y en poco tiempo estuvo la red tan llena que les costaba gran trabajo sacarla. Y todos temblaban, porque ya haban adivinado quin era el que aguardaba.
Pedro, sin decir nada, se puso a toda prisa la tnica, porque estaba desnudo, y se arroj al agua para llegar antes que los otros. La barca slo distaba de tierra unos doscientos codos, y en pocos instantes los siete estuvieron alrededor del Seor. Y nadie le pregunt: Quin eres? Porque le haban reconocido.
En la playa haba unos carbones encendidos sobre los cuales unos cuantos peces estaban asndose y, al lado, una servilleta con pan. Y Jess dijo:
Venid y comed.
Y por ltima vez parti el pan, lo distribuy y lo mismo hizo con el pescado. Concluido que hubieron de comer, Jess se volvi a Simn, y bajo aquella mirada, el infeliz, que hasta entonces estaba callado, palideci:
Ante aquella pregunta, que respiraba ternura, pero para l tan atroz, Pedro se sinti transportado a otra parte, cerca de otro fuego, donde otros le haban interrogado, y record la respuesta de entonces, y la mirada del que iba a morir, y su gran llanto en la noche. Y no se atrevi a responder como hubiera querido. El s, en su boca, parecera jactancia y atrevimiento; y el no, sera mentira y vergenza.
No dice que "le ama; de amor, tantas veces proclamado y traicionado luego, no se atreve a hablar. Te quiero" es ms templado y menos comprometedor. Y no es l mismo quien lo confiesa; se contenta con decir: "ya lo sabes t", t que lo sabes todo y ves en
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los corazones ms cerrados. Te quiero", pero no tiene el valor de aadir, ante los dems que estn enterados: "ms que todos".
Cristo le dice:
Seor, t sabes que te quiero. Por qu quieres hacerme sufrir todava? No sabes, sin que yo te lo diga, que te quiero, que te amo ms que antes, como no te he amado nunca, y que dar la vida por no renegar de tu amor?
Ya no habla de amor, pero quiere que las tres negaciones de Jerusaln sean borradas ante todos por tres nuevas afirmaciones. Ms Pedro no puede resistir el reiterado tormento.
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Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras ms joven te ceas t mismo e ibas donde queras; pero cuando seas viejo, tenders las manos y otro te ceir y te conducir adonde no quisieras ir.
A la muerte, a la cruz semejante a aquella en que me han clavado am. Sabe, pues, lo que quiere decir amarme. Mi amor es gemelo de la muerte. Porque os amaba me han muerto; por vuestro amor hacia m os matarn a vosotros. Piensa, Simn de Jons, cul es el pacto que conmigo haces y la suerte que te est reservada. Ya no estar visible cerca de ti para concederte la paz del perdn despus de las cadas de la cobarda. Despus de mi muerte, las defecciones y las deserciones son mil veces ms graves. T responders de ti y de todos los corderos que dejo a tu custodia, y en premio, al cabo del trabajo, tendrs dos maderos y cuatro clavos, como yo, y la vida eterna. Escoge: es la ltima vez que puedes escoger y es una eleccin que haces para siempre, eleccin definitiva de que te pedir cuenta como el amo al servidor que dej en su puesto. Y ahora, que has sabido y decidido, ven conmigo.
Sgueme!
A Simn, el primado y el suplicio; a Juan, la longevidad y la espera. Quien tiene el mismo nombre que el Precursor del primer advenimiento, ser el anunciador del segundo. El historiador del fin ser perseguido y preso, vivir solitario; pero vivir ms que todos y podr ver con sus propios ojos el derrumbamiento de las piedras separadas de las piedras sobre la colina maldita de Jerusaln. En su desierto azulado y sonoro gozar y sufrir, en visin, en medio de la luz refulgente y en la inmensa noche del mar, la gesta del ltimo advenimiento. Pedro ha seguido a Cristo, ha sido crucificado por Cristo y ha dejado tras de s una perenne dinasta de Vicarios de Cristo; pero Juan no ha podido descansar en la
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muerte. Espera con nosotros, contemporneo de todas las generaciones, silencioso como el amor, inmortal como la esperanza.
LA NUBE
Volvieron otra vez a Jerusaln, dejando, y esta vez para siempre, las redes; peregrinos de un viaje que ser interrumpido nicamente por etapas de sangre.
En el mismo lugar por donde Jess haba descendido en la gloria de los hombres y a la sombra de las ramas en flor, debe ascender de nuevo, despus del parntesis del deshonor y de la resurreccin, a la gloria del cielo. Durante cuarenta das desde aquel en que resucit tantos como permaneci en el Desierto, despus de la figuracin de la muerte en el agua del Jordn qued entre los hombres.
Aunque su cuerpo se mostrase como antes, su vida as era de oculta y sobrehumana! era una soberana sublimacin en medio de este mundo carnal y visible, en espera del da en que, Redentor triunfante, subiese a la altura, de donde, poco ms de treinta aos antes, haba descendido sobre la tierra entenebrecida para abrir un claro de luz, a travs del cual pudiese sta contemplar la magnificencia del cielo.
No haca, como antes, vida comn con los apstoles, porque estaba apartado ya de la vida mortal de los vivos; pero ms de una vez reapareci en sus reuniones para confirmar las promesas supremas y acaso para transmitir a los ms aptos ciertos misterios que no fueron escritos en ningn libro, pero que se transmitieron, durante toda la edad apostlica y ms adelante, bajo el sello del secreto, y se conocieron ms tarde con el nombre de Arcana Disciplina.
La ltima vez que lo vieron fue en el monte de los Olivos, donde, antes de la muerte, haba anunciado la ruina del Templo y de la ciudad y las seales de su retorno, y donde, en las tinieblas de la noche y de la angustia, Satans, antes de huir vencido, le haba 404
dejado baado de sudor y de sangre. Era una de las ltimas noches de mayo y las nubes, doradas en la hora dorada, como archipilagos celestiales en el oro del sol poniente, parecan ascender de la clida tierra al cielo, que pareca ms prximo como vapores de ofrendas ingentes y perfumadas. En los campos, absortos en el trabajo de la ltima granazn, los pjaros empezaban a llamar a los nidos a los polluelos, y la brisa vespertina sacuda, con ondas ligeras, las ramas y sus colgantes de frutos sin madurar an. De la ciudad lejana, todava intacta, se levantaba una humosa polvareda, dominada por los pinculos, los torreones y los blancos cubos del Templo.
Y los discpulos repiten, otra vez, la pregunta que haban dirigido a Jess, en el mismo lugar, la tarde de las dos profecas. Ahora que ha vuelto, como haba prometido decan qu ms esperamos?
Queran tal vez hablar del Reino de Dios, que, a su entender, era en cierto modo una misma cosa con el Reino de Israel, porque en la Judea haba de comenzar la divina restauracin de la tierra.
No toca a vosotros respondi Crsto saber los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado por su propia autoridad. Pero cuando el Espritu Santo venga sobre vosotros seris revestidos de fuerza y seris mis testigos en Jerusaln y en toda la Judea y la Samaria, y hasta la extremidad del mundo.
Dicho esto, alz ambas manos para bendecirlos. Segn le miraban, se levant del suelo, y de pronto una nube resplandeciente, como en la maana de la Transfiguracin, lo envolvi y lo escondi. Pero los que se quedaron no podan apartar los ojos del cielo, fijos en lo alto, inmviles de estupor, cuando dos hombres vestidos de blanco los hicieron recobrarse:
Hombres galileos, por qu estis mirando al cielo? Este Jess que, de entre vosotros, ha sido arrebatado al cielo, volver de all de la misma manera que le habis visto ascender. 405
Entonces, despus de haber adorado en silencio, se volvieron a Jerusaln, radiantes de melanclica alegra, pensando en la nueva jornada; la primera de una obra que, despus de casi dos milenios, no ha terminado an. Ya estn solos ellos tambin, solos frente a un enemigo innumerable, que tiene por nombre el Mundo. Pero el cielo no est tan separado de la tierra como antes del advenimiento de Cristo; la mstica escala de Jacob ya no es el sueo de un solitario, sino que est asentada en tierra, en el suelo que pisan; y all arriba hay un Intercesor que no olvida a los efmeros destinados a la eternidad, que son sus hermanos. "He aqu que yo estar con vosotros todos los das hasta el fin de la edad presente", haba sido una de sus ltimas promesas. Ha subido al cielo; pero el cielo no es nicamente la despierta convexidad donde aparecen y desaparecen, veloces y
tumultuosas como los imperios, las nubes de los temporales, y resplandecen en silencio, como las almas de los santos, las estrellas. El Hijo del Hombre, que subi a las montaas, para estar ms prximo al cielo, que fue todo luz en la luz del cielo, que muri, levantado del suelo, en la suavidad de la noche, al cielo, y volver de nuevo un da sobre las nubes del cielo, est todava entre nosotros, presente en el mundo que ha querido libertar, atento a nuestras splicas si verdaderamente proceden de lo hondo del alma, a nuestras lgrimas si en verdad fueron lgrimas de sangre en el corazn antes de ser gotas saladas en los ojos, husped invisible y benvolo que no nos desamparar nunca, porque la tierra, por voluntad suya, ha de ser como una anticipacin del Reino celestial, y, en cierto sentido, forma desde hoy parte del cielo. Esta rstica nodriza de los hombres que es la Tierra, esta esfera que es un punto en el infinito y, con todo, contiene la esperanza del infinito, Cristo la ha tomado para s, como perpetua propiedad suya, y hoy est ms ligado a nosotros que cuando coma el pan de nuestros campos. Ninguna promesa divina puede ser cancelada; todos los tomos de la nube de mayo que lo escondi estn todava aqu abajo, y nosotros elevamos todos los das nuestros ojos cansados y mortales a aquel mismo cielo, del que volver a descender con el fulgor terrible de su gloria.
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ORACION A CRISTO
Ests an, todos los das, entre nosotros. Y estars con nosotros perpetuamente.
Vives entre nosotros, a nuestro lado, sobre la tierra que es tuya y nuestra, sobre esta tierra que, nio, te acogi entre los nios y, acusado, te crucific entre ladrones; vives con los vivos, sobre la tierra de los vivientes, de la que te agradaste y a la que amas; vives con vida sobrehumana en la tierra de los hombres, invisible an para los que te buscan, quizs debajo de las apariencias de un pobre que mendiga su pan y a quien nadie mira.
Pero ha llegado el tiempo en que es forzoso que te muestres de nuevo a todos nosotros y des una nueva seal perentoria e irrecusable a esta generacin. T ves, Jess, nuestra pobreza; t ves cun grande es nuestra pobreza; no puedes dejar de reconocer cun improrrogable es nuestra angustia, nuestra indigencia, nuestra desesperanza; sabes cunto necesitamos de una extraordinaria intervencin tuya, cun necesario nos es tu retorno.
Aunque sea un retorno breve, una llegada inesperada, seguida al punto de una desaparicin sbita; una sola aparicin, un llegar y un volver a partir, una palabra sola seal, un aviso nico, un relmpago en el cielo, una luz en la noche, un abrirse del cielo, un resplandor en la noche, una sola hora de tu eternidad, una palabra sola por todo tu silencio.
Tenemos necesidad de ti, de ti solo y de nadie ms. Solamente, T, que nos amas, puede sentir hacia todos nosotros, los que padecemos, la compasin que cada uno de nosotros siente de s mismo. T solo puedes medir cun grande, inconmensurablemente grande, es la necesidad que hay de ti en este mundo, en esta hora del mundo. Ningn otro, ninguno de tantos como viven, ninguno de los que duermen en el fango de la gloria, puede darnos, a los necesitados, a los que estamos sumidos en atroz penuria, en la miseria ms tremenda de todas, en la del alma, el bien que salva. Todos tienen necesidad de ti, incluso los que no lo saben, y los que no lo saben, harto ms que aquellos que lo saben. El hambriento se imagina que busca pan, y es que tiene hambre de ti; el sediento 407
cree desear agua y tiene sed de ti; el enfermo se figura ansiar la salud y su mal est en no poseerte a ti. El que busca la belleza en el mundo, sin percatarse te busca a ti, que eres la belleza entera y perfecta; el que persigue con el pensamiento la verdad sin querer te desea a ti, que eres la nica verdad digna de ser sabida; y quien tras de la paz se afana, a ti te busca, nica paz en que pueden descansar los corazones, an los ms inquietos. Esos te llaman sin saber que te llaman, y su grito es inefablemente ms doloroso que el nuestro.
No clamamos a ti por la vanidad de poderte ver como te vieron Galileos y Judos, ni por el placer de contemplar una vez tus ojos, ni por el loco orgullo de vencerte con nuestra splica. No pedimos el gran descenso en la gloria de los cielos, ni el fulgor de la Transfiguracin, ni los clarines de los ngeles y toda la sublime liturgia del ltimo advenimiento. Hay tanta humildad, t lo sabes, en nuestra desbordada presuncin! Te queremos a ti nicamente, tu persona, tu pobre tnica de obrero pobre; queremos ver
esos ojos que pasan la pared del pecho y la carne del corazn, y curan cuando hieren con ira, y hacen sangre cuando miran con ternura. Y queremos or tu voz, tan suave, que espanta a los demonios, y tan fuerte, que encanta a los nios.
T sabes cun grande es, precisamente, en estos tiempos, la necesidad de tu mirada y de tu palabra. T sabes bien, que una mirada tuya puede conmover y cambiar nuestras almas; que tu voz puede sacarnos del estircol de nuestra infinita miseria; t sabes mejor que nosotros, mucho ms profundamente que nosotros, que tu presencia es urgente e inaplazable en esta edad que no te conoce.
Viniste, la primera vez, para salvar: para salvar naciste; para salvar hablaste; para salvar quisiste ser crucificado: tu arte, tu obra, tu misin, tu vida es de salvacin. Y nosotros tenemos hoy, en estos das grises y calamitosos, en estos aos que son una condena, un acrecimiento insoportable de horror y de dolor; tenemos necesidad, sin tardanza, de ser salvados.
Si t fueses un Dios celoso y agrio, un Dios que guarda rencor, un Dios vengativo, un Dios tan slo justo, entonces no daras odos a nuestra plegara. Porque todo el mal que podan hacerte los hombres, aun despus de tu muerte, y ms despus de la muerte que en 408
vida, los hombres lo han hecho; todos nosotros, el mismo que est hablando con los dems, lo hemos hecho. Millones de Judas te han besado despus de haberte vendido, y no por treinta dineros solamente ni una vez sola; legiones de Fariseos, enjambres de Caifases te han sentenciado como a malhechor digno de ser clavado de nuevo; y millones de veces, con el pensamiento y la voluntad, te han crucificado, y una eterna canalla de villanos pervertidos te ha llenado el rostro de salivazos y bofetadas; y los palafreneros, los lacayos, los porteros, la gente de armas de los injustos detentadores de dinero y de potestad te ha azotado las espaldas y ensangrentado la frente, y miles de Pilatos, vestidos de negro o rojo, recin salidos del bao, perfumados de ungentos, bien peinados y rasurados, te han entregado miles de veces a los verdugos despus de haber reconocido tu inocencia; e innumerables bocas flatulentas y vinosas han pedido innumerables veces la libertad de los ladrones sediciosos, de los criminales confesos, de los asesinos reconocidos, para que t fueses innumerables veces arrastrado al Calvario y clavado al rbol con clavos de hierro forjados por el miedo y remachado por el odio.
Pero t ests siempre dispuesto a perdonar. T sabes, t que has estado entre nosotros, cul es el fondo de nuestra naturaleza desventurada. No somos sino harapos y bastarda, hojas inestables y pasajeras, verdugos de nosotros mismos, abortos malogrados que se revuelcan en el mal a guisa de infantes envueltos en sus orines, del borracho tumbado sobre su vmito, del acuchillado tendido sobre su sangre, del ulceroso yacente en su podredumbre. Te hemos rechazado por demasiado puro para nosotros; te hemos condenado a muerte, porque eras la condenacin de nuestra vida. T mismo lo dijiste en aquellos das: "Estuve en el mundo y en carne me revel a ellos; y a todos los hall ebrios y a ninguno en su sano juicio, y mi alma sufre por los hijos de los hombres, porque son ciegos en su corazn." Todas las generaciones son semejantes a la que te crucific, y en cualquier forma que vengas te rechaza la mayora. "Semejantes dijiste a esos muchachos que andan por las plazas y gritan a sus compaeros: Hemos tocado la flauta y no habis bailado: hemos entonado cantos fnebres y no habis llorado." As hemos hecho nosotros durante casi sesenta generaciones.
Pero ha llegado el tiempo en que los hombres estn ms ebrios que entonces, y tambin ms sedientos. En ninguna edad como en sta hemos sentido la sed abrasadora de una salvacin sobrenatural. En ningn tiempo de cuantos recordamos, la abyeccin ha sido 409
tan abyecta ni el ardor tan ardiente. La tierra es un infierno iluminado por la condescendencia del sol. Los hombres estn sumergidos en una hez de estircol disuelto 490} en llanto, de la que a veces se levantan, frenticos y desfigurados, para arrojarse al hervor bermejo de la sangre, con la esperanza de lavarse. Hace poco han salido de uno de esos feroces baos y han vuelto, despus de la espantosa diezma, al comn fango excrementicio. Las pestes han seguido a las guerras; los terremotos a las pestes; enormes rebaos de cadveres putrefactos, bastantes antao para llenar un reino, estn extendidos bajo una leve capa de tierra agusanada, ocupando, si estuvieran juntos, el espacio de muchas provincias. Con todo, como si esos muertos no fueran ms que el primer plazo de la universal destruccin, siguen matndose y matando. Las naciones opulentas condenan al hombre a las naciones pobres; los rebeldes asesinan a sus amos de ayer; los amos hacen matar a los rebeldes por sus mercenarios; nuevos tiranos, aprovechndose del derrumbamiento de todos los sistemas y todos los regmenes, conducen a naciones enteras a la caresta, al estrago y a la disolucin.
El amor bestial de cada hombre a s mismo, de cada casta a s misma, de cada pueblo a s solo, es todava ms ciego y monstruoso despus de los aos en que el odio llen la tierra de fuego, de humo, de fosas y de osamentas. El amor de s mismo, despus de la derrota universal y comn, ha centuplicado el odio: odio de los pequeos contra los grandes, de los descontentos contra los inquietos, de los siervos engredos contra los amos esclavizados, de los grupos ambiciosos contra los grupos decadentes, de las razas hegemnicas contra las razas avasalladas, de los pueblos subyugados contra los pueblos subyugadores. La codicia de lo ms ha engendrado la indigencia por lo necesario; el prurito de placeres, el roer de torturas; el frenes de libertad, la agravacin de los grilletes.
En los ltimos aos, el linaje humano, que ya se retorca en el delirio de cien fiebres, ha enloquecido. En todo el mundo retumba el estruendo de escombros que se hunden; las columnas quedan enterradas en el barro; y las mismas montaas precipitan desde sus cimas avalanchas de pedrisco para que toda la tierra se convierta en desierta e igual llanura. Aun a los hombres que permanecan intactos en la paz de sus campos los han arrancado a la fuerza de su ambiente pastoril, para lanzarlos a la confusin rabiosa de las ciudades a contaminarse y padecer. 410
Por doquier, un caos en conmocin, una confusin sin norte, ni gua, un pantano que envenena el aire denso, una tranquilidad descontenta de todo y del propio descontento. Los hombres, en la borrachera siniestra de todos los venenos, se consumen por el afn de mortificar a sus hermanos de penas y, con tal de saciar esta pasin sin gloria, buscan, por todos los medios, la muerte. Las drogas adormecedoras y afrodisacas, las
voluptuosidades que destruyen y no sacian, el alcohol, los juegos, las armas, se llevan todos los das, de a millares, a los sobrevivientes de las diezmas obligadas.
El mundo, durante cuatro aos enteros, se ha manchado de sangre para decidir quin haba de tener la finca ms grande y la bolsa ms repleta. Los servidores de Mammn han arrojado a Calibn a fosos opuestos e interminables para hacerse ms ricos y empobrecer a los enemigos. Pero esta espantosa experiencia a nadie ha aprovechado. Ms pobres todos que antes, ms hambrientos que antes, todo el mundo ha vuelto a los pies de fango del dolo del Comercio a sacrificar la paz propia y la vida ajena. El divino Negocio y la santa Moneda ocupan, mucho ms que en el pasado, a los hombres posesos. El que tiene poco quiere mucho; el que tiene mucho, quiere ms; quien ha obtenido lo ms lo quiere todo. Avezados al despilfarro de los aos devoradores, los sobrios se han hecho glotones; los resignados, hbiles; los honrados se han dado al latrocinio; los castos, a tratos ilcitos. Con nombre de comercio se practican la usura y la apropiacin; bajo la ensea de la gran industria, la piratera de pocos en dao de muchos. Los pcaros y los malversadores tienen en su custodia el dinero pblico y la malversacin entra en el programa de todas las oligarquas. La ostentacin de los ricos ha imbuido en los cerebros la idea de que en la tierra, emancipada ya del cielo, slo tiene valor el oro y lo que con oro se puede comprar y gastar.
Todas las creencias, en este infecto maremagnum, se amortiguan. Casi una sola religin practica el mundo: la que reconoce la suma trinidad de Wotan, Mammn y Prapo; la Fuerza, que tiene por smbolo la Espada y por ejemplo el Cuartel; la Riqueza, que tiene por smbolo el Oro y por templo la Bolsa; la Carne, cuyo smbolo es nefando, cuyo templo es el Burdel. Tal es la religin dominante en la tierra, practicada con fervor, si no siempre con las palabras, por lo menos con los hechos. La antigua, familia se rompe: el adulterio y la bigamia corrompen el matrimonio; la descendencia les parece maldicin a muchos y la hurtan con diversos fraudes y con abortos voluntarios; la fornicacin triunfa de los amores 411
legtimos; la sodoma tiene sus panegiristas y sus lupanares; las meretrices, pblicas y ocultas, reinan sobre un pueblo inmenso de enclenques y sifilticos.
Ya no hay Monarquas ni Repblicas siquiera. El orden no es sino decoracin y simulacro. La Plutocracia y la Demagogia, hermanas en su espritu y en sus fines, se disputan el dominio sobre las hordas sediciosas, malamente servidas por la Mediocridad asalariada. Entretanto, sobre una y otra de las castas en lucha, la Coprocracia, realidad efectiva e indiscutible, ha sometido lo Alto a lo Bajo, la Cualidad a la Cantidad, el Espritu al Fango.
T sabes estas cosas, Cristo Jess, y ves que ha llegado otra vez la plenitud de los tiempos y que este mundo febril y bestializado no merece sino ser castigado por un diluvio de fuego o salvado por tu mediacin. nicamente tu Iglesia, la nica que merece el nombre de Iglesia, la Iglesia nica y universal que habla desde Roma con las palabras infalibles de tu Vicario, todava se alza, reforzada por los ataques, engrandecida por los cismas, rejuvenecida pon los siglos, sobre el mar furioso y enfangado del mundo. Pero t que la asistes con tu espritu, sabes cuntos y cuntos, incluso de los en ella nacidos, viven fuera de su ley.
Has dicho una vez: "Si alguien est solo, yo estoy con l. Mueve la piedra y all me encontrars; hiende la madera, que all estoy yo". Mas para descubrirte en la piedra, en el leo, es necesaria, cuando menos, la voluntad de buscarte. Y hoy la mayora de los hombres no sabe, no quiere hallarte. S no haces sentir tu mano sobre su cabeza y tu voz en sus corazones, seguirn buscndose tan solo en s mismos, sin hallarse, porque nadie se posee s no te posee. Nosotros te rogamos, pues, oh, Cristo; nosotros, los renegados, los culpables, nosotros, los que an nos acordamos de ti y nos esforzarnos en vivir contigo, aunque siempre demasiado lejos de ti; nosotros, los ltimos, los que, fatigados, rendidos, regresamos de los periplos y los precipicios, te rogamos que vuelvas una vez ms entre los hombres que te mataron, entre los hombres que siguen matndote, para darnos de nuevo a todos nosotros, asesinos en la oscuridad, la luz de la verdadera vida.
Ms de una vez despus de la resurreccin te has aparecido a los vivos, les has mostrado tu rostro y hablado con tu voz. Los ascetas escondidos entre los arenales, los monjes en las largas noches de los cenobios, los santos en las montaas, te vieron y te oyeron y 412
desde aquel da no pidieron sino la gracia de la muerte para reunirse contigo. T fuiste luz y palabra en el camino de Pablo, fuego y sangre en el antro de Francisco, amor ardiente y perfecto en las celdas de Catalina y de Teresa. S para uno volviste, por qu no vuelves, una vez, para todos? Si ellos merecieron verte, con el derecho de su apasionada esperanza, nosotros podemos invocar los derechos de nuestro yermo desaliento. Aquellas almas te evocaron con el poder de la inocencia; las nuestras te llaman desde el fondo de la debilidad y el envilecimiento. S saciaste los xtasis de los Santos, por qu no has de acudir al llanto de los miserables? No dijiste haber venido para los enfermos ms que para los sanos, por el que se perdi ms que por los que quedaron? Pues ya ves que todos los hombres estn apestados y febriles, y que cada uno de nosotros, buscndose a s mismo, se ha extraviado y te ha perdido. Nunca como hoy ha sido tan necesario tu Mensaje, y nunca fue como hoy olvidado o menospreciado. El reino de Satans ha desplegado todo su poder, y la salvacin que todos buscan a tientas no puede estar ms que en tu Reino.
El gran experimento se aproxima al fin. Los hombres, alejndose del Evangelio, han encontrado la desolacin y la muerte. Ms de una promesa y de una amenaza se han cumplido. Ya no tenemos, nosotros los desesperados, sino la esperanza de que vuelvas. Si no vienes a despertar a los durmientes que yacen en la charca hedionda de nuestro infierno, es seal de que el castigo te parece an harto corto y ligero para nuestra traicin y no quieres derogar el orden de tus leyes. Y hgase tu voluntad, ahora y siempre, en el cielo y sobre la tierra.
Pero nosotros, los ltimos, te esperaremos todos los das, a pesar de nuestra indignidad y de todo lo imposible. Y todo el amor que podamos obtener de nuestros corazones devastados ser para ti, oh, Crucificado!, que fuiste atormentado por amor a nosotros y ahora nos atormentas con todo el podero de tu implacable amor.
FIN
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