Finkielkraut Alain - La Derrota Del Pensamiento
Finkielkraut Alain - La Derrota Del Pensamiento
Finkielkraut Alain - La Derrota Del Pensamiento
ALAIN FINKIELKRAUT
La derrota del pensamiento
Traduccin de Joaqun Jord Ttulo de la edicin original: La dfaite de la pense
A Elisabeth A Batrice
Alain Finkielkraut
EL VOLKSGEIST
En 1926, Julien Benda publica La trahison des clercs. Su tema: el cataclismo de los conceptos morales en quienes educan al mundo.1 Benda se preocupa por el entusiasmo que la Europa pensante profesa desde hace cierto tiempo por las profundidades misteriosas del alma colectiva. Denuncia la alegra con la que los servidores de la actividad intelectual, en contradiccin con su vocacin milenaria, desprecian el sentimiento de lo universal y glorifican los particularismos. Con un estupor indignado, comprueba que los eruditos de su poca abandonan la preocupacin por los valores inmutables, para poner todo su talento y todo su prestigio al servicio del espritu local, para azuzar los exclusivismos, para exhortar a su nacin a cerrarse, a adorarse a s misma, y a enfrentarse contra las dems, en su lengua, en su arte, en su filosofa, en su civilizacin, en su "cultura".2 Esta transmutacin de la cultura en mi cultura es para Benda el distintivo de la era moderna, su contribucin insustituible y fatdica a la historia moral de la humanidad. La cultura: el mbito en el que se desarrolla la actividad espiritual y creadora del hombre. Mi cultura: el espritu del pueblo al que pertenezco y que impregna a la vez mi pensamiento ms elevado y los gestos ms sencillos de mi existencia cotidiana. Este segundo significado de la cultura es, como el propio Benda indica, un legado del romanticismo alemn. El concepto de Volksgeist, es decir, de genio nacional, hace su aparicin en 1774, en el libro de Herder Otra filosofa de la historia. Al radicalizar la tesis enunciada por Montesquieu en L'esprit des lois -Varias cosas gobiernan a los hombres: el clima, la religin, las leyes, las mximas del gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres y los modales; con todo eso se forma y resulta un espritu general, Herder afirma que todas las naciones de la tierra -tanto las ms ensalzadas como las ms humildes- tienen un modo
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de ser nico e insustituible. Pero en tanto que Montesquieu mantena cuidadosamente la distincin entre leyes positivas y principios universales de la equidad, nada, en opinin de Herder, trasciende la pluralidad de las almas colectivas: todos los valores supranacionales, sean jurdicos, estticos o morales, se ven desposedos de su soberana. Herder se empea en terminar con ese error secular de la inteligencia, consistente en descontextualizar las obras humanas, en extraerlas del lugar donde se han producido, y juzgarlas a continuacin a partir de los criterios intemporales del Bien, de la Verdad o de la Belleza. En lugar de someter los hechos a normas ideales, demuestra que tambin esas normas poseen una gnesis y un contexto, en suma, que son nica y exclusivamente hechos. Remite el Bien, la Verdad y la Belleza a su origen local, desaloja las categoras eternas del cielo donde se solazaban para devolverlas al terruo donde nacieron. No existe absoluto alguno, proclama Herder, slo hay valores regionales y principios adquiridos. El hombre, lejos de pertenecer a todos los tiempos y a todos los pases, a cada perodo histrico y a cada nacin de la tierra, corresponde a un tipo especfico de humanidad. Scrates es un ateniense del siglo V antes de Cristo. La Biblia es una expresin potica -original y coyuntural- del alma hebraica. Todo lo divino es humano, y todo lo humano, incluso el logos, pertenece a la historia. Contrariamente a los Antiguos, que no otorgaban ninguna significacin vlida a la sucesin de los acontecimientos, Herder apuesta en favor de la inteligibilidad del tiempo. Sin embargo, a diferencia de los Modernos, que parten a la conquista del mundo histrico pertrechados con normas universales, devuelve a la duracin todo lo que se haba credo idntico o invariable en el hombre. La imagen clsica de un ciclo eterno de violencias y de crmenes le es tan ajena como la idea introducida por Voltaire de una victoria progresiva de la razn sobre el hbito o los prejuicios. En opinin de Herder, no es posible disociar la historia y la razn a la manera de los moralistas que denuncian, con una montona indignacin, la ferocidad o la locura de los humanos. Tampoco es posible racionalizar el devenir, como los filsofos de la poca que apuestan en favor del progreso de las luces, es decir, en favor del movimiento paciente, continuo y lineal de la civilizacin. La historia no es razonable ni tan siquiera racional, sino que la razn es histrica: las formas que la humanidad no cesa de engendrar poseen su existencia autnoma, su necesidad inmanente, su razn singular. Esta filosofa de la historia exige un mtodo inverso al que haba preconizado Voltaire: en lugar de doblegar la infinita plasticidad humana a una facultad supuestamente idntica o a una medida uniforme; en lugar de desarraigar tal o cual virtud egipcia concreta de su tierra, de su tiempo y de la infancia del espritu humano para expresar su valor en las medidas de otra poca, debemos comparar lo que es comparable: una
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virtud egipcia a un templo egipcio; Scrates a sus compatriotas y a los hombres de su tiempo, y no a Spinoza o a Kant. Y, en opinin de Herder, la ceguera de Voltaire refleja la arrogancia de su nacin. Si se equivoca, si unifica errneamente la multiplicidad de las situaciones histricas, se debe a que est imbuido de la superioridad de su pas (Francia) y de su poca (el siglo de las Luces). Al juzgar la historia por el rasero de lo que denomina la razn, comete un pecado de orgullo: desmesura una manera de pensar concreta y provisional al otorgarle dimensiones de eternidad. El mismo espritu de conquista interviene en su voluntad de dominar el ocano de todos los pueblos, de todos los tiempos y de todos los lugares y en la predisposicin del racionalismo francs a extenderse ms all de sus lmites nacionales y subyugar el resto del mundo. Mete los acontecimientos que ya se han producido en el mismo cors intelectual que Francia aplica a las restantes naciones europeas y especialmente a Alemania. En el fondo, prosigue en el pasado la obra de asimilacin forzada que las Luces estn a punto de realizar en el espacio. Y Herder pretende matar de un solo tiro un error y combatir un imperialismo, liberar a la historia del principio de identidad y devolver a cada nacin el orgullo de su ser incomparable. Si pone tanto ardor en convertir los principios trascendentes en objetos histricos, es para hacerles perder, de una vez por todas, el poder de intimidacin que extraen de su posicin preeminente. Al no ser nadie profeta fuera de su tierra, los pueblos ya slo tienen que rendirse cuentas a s mismos. Nada, ningn ideal inmutable y vlido para todos, independientemente de su lugar de aparicin y superior a las circunstancias, debe trascender su individualidad o desviarles del genio de que son portadores: Sgamos nuestro propio camino... Dejemos que los hombres hablen bien o mal de nuestra nacin, de nuestra literatura, de nuestra lengua: son nuestras, somos nosotros mismos, eso basta.3 Desde siempre, o para ser ms exacto desde Platn hasta Voltaire, la diversidad humana haba comparecido ante el tribunal de los valores; apareci Herder e hizo condenar por el tribunal de la diversidad todos los valores universales. En 1774, Herder es un francotirador y el pensamiento de las Luces disfruta -especialmente en la Prusia de Federico II - de un prestigio considerable. Ser necesaria la derrota de Jena y la ocupacin napolenica para que la idea de Volksgeist alcance su autntico apogeo. Alemania -desmigajada en multitud de principados- recupera el sentido de su unidad ante la Francia conquistadora. La exaltacin de la identidad colectiva compensa la derrota militar y la envilecedora sujecin que es su precio. Con el maravillado descubrimiento de su cultura, la nacin se resarce de la humillacin que est sufriendo. Para olvidar la impotencia, se entrega a la teutomana. Los valores universales que reivindica Francia
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Herder, citado en Isaiah Berlin, Vico and Herder, Chatto & Windus, Londres, 1976, p. 182.
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para justificar su hegemona son recusados en nombre de la especificidad alemana, y corresponde a los poetas y a los juristas demostrar esta ancestral germanidad. A los juristas les toca conmemorar las soluciones tradicionales, las costumbres, las mximas y las sentencias que forman la base del derecho alemn, obra colectiva, fruto de la accin involuntaria y silenciosa del espritu de la nacin. Incumbe a los poetas defender el genio nacional contra la insinuacin de las ideas extranjeras; limpiar la lengua sustituyendo las palabras alemanas de origen latino por otras puramente germnicas; exhumar el tesoro oculto de las canciones populares, y, en su propia prctica, seguir el ejemplo del folklore, estado de frescura, de inocencia y de perfeccin en el que la individualidad del pueblo todava est indemne de cualquier contagio y se expresa al unsono. Los filsofos de las Luces se definan a s mismos como los apacibles legisladores de la razn4. Dueos de la verdad y de la justicia, oponan al despotismo y a los abusos la equidad de una ley ideal. Con el romanticismo alemn, todo se invierte: como depositarios privilegiados del Volksgeist, juristas y escritores combaten en primer lugar las ideas de razn universal o de ley ideal. Para ellos, el trmino cultura ya no se remite al intento de hacer retroceder el prejuicio y la ignorancia, sino a la expresin, en su singularidad irreductible, del alma nica del pueblo del que son los guardianes.
Chamfort, citado en Paul Bnichou Le sacre de l'crivain, Corti. 1973, p. 30. ' Qu'est-ce que le Tiers-tat?, P.U.F., coll. Quadrige, 1982, p. 31.
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estaban sometidos a los mismos deberes. Slo con aquella palabra, Sieys proclamaba el final del sistema hereditario: quienes se amparasen en sus antepasados para reivindicar un derecho especial acorde con su mentalidad particular, al hacerlo se excluan del cuerpo de la nacin. Sin embargo, para integrarse en l, no bastaba con amoldarse a la mentalidad comn. Al decir Viva la nacin!, los revolucionarios no enfrentaban a los franceses de origen con los nobles de abolengo ni la recentsima cualidad nacional con otras cualidades concretas que servan tradicionalmente para clasificar y diferenciar a los seres. Al privar a los hombres, de entrada, de sus ttulos, de sus funciones o de sus linajes y dictar la disolucin de las superioridades nativas, no pretendan hincarles en su tierra natal. El desvincular su existencia de la de su casta o de su corporacin no significaba que intentaran dotarles de un espritu especial. Todas las determinaciones empricas se vean fuera de juego, incluida la etnia. Pillando a contrapi su propia etimologa (nascor, en latn, quiere decir nacer), la nacin revolucionaria desarraigaba a los individuos y los defina ms por su humanidad que por su nacimiento. No se trataba de devolver la identidad colectiva a unos seres sin coordenadas ni referencias; se trataba, por el contrario, de afirmar radicalmente su autonoma liberndoles de toda adscripcin definitiva. Desligados de sus ataduras y de su ascendencia, los individuos lo estaban tambin de la autoridad trascendente que hasta entonces reinaba sobre ellos. Sin Dios ni padre, dependan tan poco del cielo como de la herencia. Asociados y no sbditos, estaban, dice Sieys, representados por la misma legislatura. El poder mismo que soportaban hallaba origen y legitimidad en la decisin de vivir juntos y de concederse unas instituciones comunes. Un pacto adjudicaba su ejercicio, fijaba sus lmites y defina su naturaleza. En suma, el gobierno era un bien que perteneca al cuerpo de la nacin y del cual los prncipes no eran nunca ms que los usufructarios, los ministros o los depositarios. Si determinado monarca haca mal uso de la autoridad poltica que le haba sido confiada por contrato, si trataba el bien pblico como un bien privado, la nacin, como ya indicaba Diderot en la Encyclopdie, estaba habilitada para relevarle de su juramento como a un menor que hubiera actuado sin conocimiento de causa.6 El poder, en otras palabras, ya no proceda del cielo sino de abajo, de la tierra, del pueblo, de la unin de voluntades que formaban la colectividad nacional. Por consiguiente, el concepto de nacin irrumpi en la historia justo cuando se opuso a la vez a los privilegios nobiliarios y al absolutismo real. La jerarqua social estaba basada en el nacimiento, y la monarqua en el derecho divino. La Revolucin francesa sustituy esta representacin de
Diderot, artculo Autorit politique, en la Encyclopdie, Edtions sociales, coll. Esentiel, 1984. p. 108.
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la sociedad y esa concepcin del poder por la imagen de una asociacin voluntaria y libre. Ah est, precisamente, para los conservadores el pecado original, la presuncin fatal de la que se desprenden inexorablemente la disolucin del conjunto social, el Terror y, para terminar, la dictadura napolenica. Al congregarse con la intencin de hacer una constitucin, los revolucionarios creyeron reiterar el pacto primordial que se halla en el origen de la sociedad. Para establecer el rgimen de asamblea, se ampararon en el contrato social. Pues bien, contestan los defensores de la tradicin, jams ha existido un contrato: un ciudadano no pertenece a la nacin en virtud de un decreto de su voluntad soberana. Esta idea es una quimera, y esa quimera ha engendrado todos los crmenes. Una asamblea cualquiera de hombres -escribe Joseph de Maistre- no puede constituir una nacin. Una empresa de ese gnero merece alcanzar un lugar entre las locuras ms memorables.7 Ya que, por ms lejos que nos remontemos en la historia, la sociedad no nace del hombre, l es quien nace en una sociedad determinarla. Se ve obligado, de entrada, a insertar en ella su accin de la misma manera que aloja su palabra y su pensamiento en el interior de un lenguaje que se ha formado sin l y que escapa a su poder. De entrada: trtese, en efecto, de su nacin o de su lengua, el hombre entra en un juego que no le corresponde determinar, sino aprender y respetar sus reglas. Ocurre con las constituciones polticas lo mismo que con la concordancia del participio pasado o con la palabra para decir mesa. Por una parte varan segn las naciones, por otra se las encuentra, no se las construye. Su desarrollo es espontneo, orgnico e intencional. Lejos de responder a una voluntad explcita o a un acuerdo deliberado, germinan y maduran insensiblemente en el terruo nacional. De la misma manera que una regla gramatical, no proceden de una intencin claramente concebida por una o varias personas: Qu es una constitucin? Acaso no es la solucin del siguiente problema? Dada la poblacin, las costumbres, la religin, la situacin geogrfica, las relaciones polticas, las riquezas, las buenas y las malas cualidades de una determinada nacin, hallar las leyes que le corresponden. No es un problema que puedan resolver las personas con la exclusiva ayuda de sus fuerzas; es, en cada nacin, el paciente trabajo de los siglos.8 Pero, por una decisin tan absurda como la que sera declarar la lengua francesa caduca y sustituirla por decreto por un idioma artificial y vlido para todos los hombres, los revolucionarios han decidido hacer una constitucin universal. Hacer en lugar de recoger; universal en lugar de conforme con los usos de su pas. Borrachos de teora, esos brbaros especuladores adornaban su escuchimizada persona con un poder demirgico y aplicaban unos remedios generales a una situacin
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J. de Maistre, Oeuvres compltes, 1, Vitte, Lyon. 1884, p. 230. J. de Maistre, Oeuvres compltes, 1, Vitte, Lyon. 1884, p. 75.
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concreta. Ms que reconocer humildemente que este problema les superaba, crean poder resolverlo y se esforzaban en hacerlo liquidando su patrimonio. Voluntarismo desastroso, frenes de abstraccin, delirio prometeico que, so capa de devolver la autoridad poltica a la nacin, les conduca simplemente a ocupar su lugar y a cebarse con los rasgos distintivos de su historia. Al asociarse para dar a la colectividad unas bases supuestamente racionales, se disociaban de su tradicin: la desposean a un tiempo de su poder creador y de su singularidad; le arrebataban su poder para destruir su alma. En el mismo momento en que crean liberar la nacin de las instituciones caducas que la mantenan bajo tutela, traicionaban, en realidad, la identidad nacional en favor de un sueo del espritu, de una entidad puramente imaginaria: el hombre. Cuando los revolucionarios invocaban la nacin, era, como hemos visto, para transferir al hombre los poderes que la alianza secular del trono y del altar reservaba a Dios. Un siglo antes de Spengler, y de su Decadencia de Occidente, los ultras le responden: el hombre es un espejismo, un fantasma zoolgico9, slo existen las mentalidades o las culturas nacionales: En el mundo, no existe el hombre - dice una clebre frmula de Joseph de Maistre -. A lo largo de mi vida, he visto franceses, italianos, rusos. S incluso, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa; pero en lo que se refiere al hombre, afirmo que no lo he encontrado en toda mi vida; si existe, no es a sabiendas mas. Nacin contra nacin, los. tradicionalistas combaten la idea de libre asociacin con la de totalidad globalizante, y al modelo rousseauniano de la voluntad general oponen, aunque sin emplear todava la expresin, el concepto de inconsciente colectivo. A semejanza de los apstoles de la soberana popular, hacen remontar el poder de la base hacia la cumbre. Cuando lo que habra cabido esperar era verles contestar este principio democrtico, en la prctica se sitan en su mismo terreno y descubren la nacin bajo el individuo. El error de los revolucionarios consiste en no haber descendido bastante, no haber ahondado con suficiente profundidad en su bsqueda de las bases de la vida colectiva. Al tomarse
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Spengler, La decadencia de Occidente, 1, Gallirnard, 1948, p. 33. Es cierto que para Spengler lo que constituyen las unidades culturales bsicas no son las naciones, sino las civilizaciones. Su mirada abarca unos conjuntos histricos mucho ms vastos que el de Joseph de Maistre. Al despreciar la miopa nacionalista ve sucederse o enfrentase ocho grandes culturas desde los inicios de la historia humana: la egipcia, la babilnica, la china, la griega antigua, la latina, la rabe, la occidental, y la cultura de los pueblos mayas de Amrica central. Pero ese cambio de escala no supone un cambio de modo de pensamiento. Ocurre con los organismos spenglerianos lo mismo que con las naciones segn Maistre o Herder. Son totalidades encerradas en s mismas, entidades vivas en las que cada una de ellas imprime a su material, la humanidad, su propia forma, cada una de ellas tiene su propia idea, sus propias pasiones, su vida, su querer y su sentir propios, su propia muerte (citado y traducido por Jacques Bouveresse en "La vengeance de Spengler". Le Temps de la rflexion, 1983. p. 398). Existe, por consiguiente, una relacin de filiacin entre la filosofa de la contrarrevolucin y el relativismo antropol6gico de Spengler.
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a s mismos como base, se creyeron con derecho a constituir la sociedad. Ello significaba olvidar el papel constituyente de la sociedad sobre la razn principal. Lejos, en efecto, de que los individuos humanos formen conscientemente la comunidad en la que viven, sta moldea insidiosamente su conciencia. La nacin no se compone a partir de la voluntad de sus miembros, sino que la pertenencia de stos a la totalidad nacional es lo que dirige su voluntad. Al ser el hombre la obra de su nacin, el producto de su entorno y no al revs, como crean los filsofos de las Luces y sus discpulos republicanos, la humanidad debe declinarse en plural: no es otra cosa que la suma de los particularismos que pueblan la tierra. Y en este caso de Maistre coincide con Herder: Las naciones tienen un alma general y una autntica unidad moral que las hace ser lo que son. Esta unidad est anunciada sobre todo por la lengua.10 Ya tenemos, pues, convertido en determinacin inconsciente lo que dependa de la adhesin meditada de los individuos. La nacin -a travs de la organizacin social y de la lengua- introduce en la experiencia de los seres humanos unos contenidos y unas formas ms antiguos que ellos y cuyo control jams son capaces de garantizar. Defnase como ser social o como individuo pensante, el hombre no se pertenece a s mismo; se articula, previamente a cualquier experiencia, sobre algo que le es ajeno. As se ve desalojado de la posicin de autor en la que los filsofos haban credo poder establecerle. En la mente de los doctrinarios de la contrarrevolucin, se trata de dejar el terreno libre y de restaurar a Dios en sus antiguos privilegios. Puesto que el hombre slo se descubre vinculado a una nacin ya constituida, debemos imputar al Creador la aparicin y el desarrollo de las identidades nacionales. El dinamismo que da vida a las comunidades humanas puede ser calificado de divino precisamente porque es annimo, porque es un proceso sin sujeto. En el hecho de que en el origen de las lenguas y de las sociedades no exista, hablando con propiedad, nadie, los tradicionalistas ven la prueba irrefutable de la existencia de Dios. Y peca tanto contra su pueblo como contra la voluntad divina el insensato que, desafiando el curso de las cosas, se empecina en establecer un gobierno o en crear unas instituciones. Al delito de traicin, aade el crimen de sacrilegio. Ultraja a Dios cuando repudia las costumbres venerables o cuando pisotea los dogmas nacionales. Un Dios, sin embargo, que, pese a conservar el mismo nombre que el antiguo Dueo del universo, ocupa otro lugar y recibe una definicin enteramente nueva. Reaccionarios, los tradicionalistas tienen el objetivo manifiesto de detener el desdichado parntesis histrico abierto en 1789. Tecratas, quieren salvar al mundo de un desastre fundamental -la disolucin del derecho divino-, pero lo que denominan Dios ya no es el Ser supremo, sino la razn colectiva. Identificado con la tradicin, presente en
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el genio de cada pueblo, ese Dios ha abandonado la regin celestial del Bien Soberano por los parajes oscuros y subterrneos del inconsciente. Ahora est situado dentro y no ms all de la inteligencia humana, y orienta las acciones, modela el pensamiento de cada cual sin que uno mismo lo sepa, en lugar de, como haca su homnimo, comunicar con las criaturas por la va de la Revelacin. Dios hablaba al hombre una lengua universal; a partir de ahora habla en l la lengua de su nacin. De Maistre y Bonald manifiestan la misma ambicin que Bossuet, el terico clsico del absolutismo: ensear la sumisin a los hombres, darles la religin del poder establecido, sustituir, de acuerdo con la frmula de Bonald, da evidencia de la autoridad por la autoridad de la evidencia. Pero ah se detiene la analoga: Bossuet quera vincular a los hombres a un orden trascendente; de Maistre y Bonald, al igual que el romanticismo poltico alemn, pretenden someterle a un orden subyacente. Tras la apariencia de un simple retroceso, la contrarrevolucin abole todos los valores trascendentes, tanto divinos como humanos. El hombre abstracto y el Dios supraterrestre se aferran simultneamente al alma de la nacin, a su cultura. Los tradicionalistas denuncian fanticamente la penetracin del espritu crtico en la esfera religiosa. No existe para ellos mayor blasfemia que doblegar los misterios de las Santas Escrituras ante los criterios del pensamiento claro y razonable. As que se dedican a dar jaque mate a la duda, a encadenar la razn (la obra maestra del razonamiento es descubrir el punto en el que hay que dejar de razonar),11 a fin de devolver a la palabra divina quebrantada el dominio supremo que ejerca anteriormente sobre los seres. Ya basta: como el pensamiento, el arte y la vida cotidiana se han sumido en el desenfreno, hay que hacerles sufrir de nuevo los saludables tormentos de la inquietud religiosa; es preciso que el ms all vuelva a ser el horizonte constante y el fin ltimo de todas las actividades humanas. Pero -paradjicamente- ese retorno a la religin pasa por la destruccin de la metafsica. Siglo de indiscrecin crtica y de impiedad militante, momento nefando en el que un Diderot poda afirmar que es ms importante no confundir el perejil con la cicuta que saber si Dios existe o no, la poca de las Luces es tambin (y una cosa explica la otra) un siglo metafsico. Si los filsofos rechazan el poder de la costumbre, es porque proclaman principios abstractos e intemporales. Si no temen pisotear el prejuicio, la tradicin, la antigedad, el consenso popular, la autoridad, en una palabra, todo lo que subyuga la multitud de los espritus,12 es porque, siguiendo a Platn, ensalzan el Bien por encima de cualquier cosa existente. Comenzando por descartar los hechos, para juzgar el orden establecido se apoyan en una norma incondicionada, en una idea del derecho invariable y opresiva. Los
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J. de Maistre, Oeuvres. VII. p. 39, citado en Massimo Boffa, Joseph de Maistre, la dfense de la souverainet, Le Dbat , no. 39, marzo-mayo 1986, Gallimard, p. 90. 12 Diderot, artculo Eclectisme, l'Encyclopdie, p. 148.
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contrarrevolucionarios se niegan a seguirles por esas alturas y a invocar otras abstracciones, otras esencias inmaculadas, contra las que los filsofos preconizan. Reducen, por el contrario, cualquier idea pura al estado de fantasma inconsistente y se fijan el programa de repatriar el Bien al devenir. El odio implacable con que persignen ese perodo iconoclasta, sin fe y sin dogma, no se dirige tanto a su materialismo como a su intemperancia especulativa, a su predileccin por las nubes metafsico-morales, en suma, a su platonismo. Los tradicionalistas hacen tabla rasa de lo abstracto. En su combate contra los excesos del espritu crtico, en su preocupacin por devolver la razn a la razn, es decir, al respeto de los valores tradicionales, fulminan todos los dualismos: la eternidad deja de ser enfrentada al tiempo, la esencia a la existencia, lo posible a lo real, lo inteligible a lo sensible e incluso el otro mundo al mundo de ac. Su pensamiento intensamente inmanente no deja subsistir nada por encima del universo tangible de la historia. Estos extraos devotos se empean en denunciar la ilusin de los Ms Alls. Hablando en nombre de la religin amenazada, se adelantan, en la prctica, al nihilismo nietzschiano: lo que constituye a sus ojos el pecado original13 de la filosofa, no es la impiedad, sino la falta de sentido histrico. El culto que celebran es el de lo fctico. Est bien lo que existe. La excelencia es un pleonasmo de la existencia. A partir de ese momento, el valor de las instituciones ya no lo fija su grado de proximidad a un modelo ideal sino su antigedad. Las costumbres son legtimas porque son seculares. Cuanto ms ancestral es un orden, ms merece ser preservado. Si una opinin comn ha recorrido los siglos, se debe a que es verdadera; ningn argumento racional puede prevalecer contra esta ptina de edad, contra esta consagracin por el tiempo. Abolida cualquier metafsica, la verdad slo existe en la longevidad de las cosas.
Nietzsche, Humain, trop humain, Denol, coll. Mdiations, 1983. p. 19. Herder, Une autre philosophie de l'histoire, Aubier-Montaigne, 1964, pp. 185-187.
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De Maistre: Todos los pueblos conocidos han sido dichosos y poderosos siempre que han obedecido con mayor fidelidad la razn nacional que no es otra cosa que la aniquilacin de los dogmas individuales y el reino absoluto y general de los dogmas nacionales, o sea de los prejuicios tiles.15 Al proclamar su amor por el prejuicio, contrarrevolucionarios franceses y romnticos alemanes rehabilitan el trmino ms peyorativo de la lengua de las Luces, y -colmo de la audacia, suprema provocacinlo elevan a la dignidad de cultura. No es el oscurantismo lo que florece en el sueo de la razn individual dicen- sino la razn colectiva. Presencia del nosotros en el yo y de lo anterior en lo actual, vehculos privilegiados de la memoria popular, sentencias transmitidas de siglo en siglo, inteligencia anterior a la conciencia y camisa de fuerza del intelecto, los prejuicios constituyen el tesoro cultural de cada pueblo. So pretexto de difundir las Luces, los filsofos se han encarnizado contra esos preciosos vestigios. En lugar de amarlos, han querido destruirlos. Y, no contentos con deshacerse de ellos por su cuenta, han exhortado al pueblo a imitarles. Como escribe Kant, han tomado como divisa: Sapere aude, no tengas miedo de saber, atrvete a burlar todos los conformismos, ten el valor de servirte de tu propio entendimiento, sin la ayuda de un director espiritual o de la muleta de las ideas recibidas. Resultado: han arrancado a los hombres de su cultura, en el mismo momento en que se vanagloriaban de cultivarlos; han expulsado la historia creyendo eliminar la supersticin o el error; convencidos de emancipar los espritus, slo han conseguido desarraigarlos. Estos calumniadores del tpico no han liberado el entendimiento de sus cadenas, lo han apartado de sus fuentes. El individuo que, gracias a ellos, deba salir de su condicin de minora de edad, ha sido, en realidad, vaciado de su ser. Por haber querido convertirse en causa de s mismo, ha renunciado a su propio yo. Ha perdido toda sustancia en su lucha por la independencia. Pues las promesas del cogito son falaces: liberado del prejuicio, sustrado al influjo de las mximas nacionales, el individuo no es libre, sino apergaminado, desvitalizado, como un rbol carente de savia. As pues, hay que ver la opinin comn como el humus donde se alimenta el pensamiento, su foco central, el origen o la matriz de la que procede y no, como los filsofos, la autoridad ajena que le domina y le aplasta. Para los tradicionalistas, la poca de las Luces se resume en un funesto quid pro quo: los filsofos se han equivocado acerca de la naturaleza y, si se permite la expresin, el sexo del prejuicio. Han convertido la madre cariosa que a un tiempo nos arropa y nos inspira en un padre cascarrabias. Y al intentar derrocar al padre, han matado a la madre. Un asesinato que se pretenda liberador ha sumido al hombre en la confusin y le ha condenado al extravo, como lo demuestra el cataclismo revolucionario. As pues, se manifiesta indispensable una
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transmutacin de los valores. Diderot tena prisa en popularizar la filosofa, a fin de aproximar al pueblo al punto en que se hallan los filsofos; debemos hacer lo contrario: aproximar los filsofos al punto en que se ha quedado la sabidura popular; llevar el pensamiento a la escuela de la opinin; sumergir el cogito en las profundidades de la colectividad; enlazar con las generaciones anteriores el vnculo roto; sustituir la bsqueda de la autonoma por la de la autenticidad; abandonar cualquier resistencia crtica, dejarse invadir por el calor materno de los preceptos mayoritarios e inclinarse ante su discernimiento infalible; encadenar la razn al instinto, en suma, desertar en favor del capullo nacional de esa gran sociedad de los espritus extendida por doquier y por doquier independiente16 que los pensadores de las Luces se vanagloriaban de haber sabido establecer. Entonces, a la dicha de haber restaurado la unidad primitiva se aadir la exultante certidumbre de vivir de nuevo en la verdad. Acaso no ha tachado de necedad la sabidura del mundo? deca ya san Pablo del Dios del cual se haba convertido en apstol. Desde el alba del cristianismo, siempre ha habido msticos o telogos dispuestos a incluir la vida del espritu en el anatema arrojado por la religin sobre la existencia humana. Este juicio procede de la conviccin de que todo acto natural es un pecado y de que el ejercicio de la razn es un acto natural. Irremediablemente pervertido, el hombre no puede emprender otro camino que el del crimen y del mal. El pecado original que le afecta contamina las producciones de su inteligencia. Reducido a s mismo, es tan incapaz de lucidez como de grandeza. Slo un decreto divino puede sacarle de su propia bajeza y arrancarle a la corrupcin del orden carnal. En esta perspectiva, no hay zona intermedia entre las iniciativas humanas marcadas por la concupiscencia y la caridad que procede de Dios. La existencia est sometida, en todos sus aspectos, a la nica alternativa de la decadencia y de la gracia, y la independencia del orden espiritual es una ilusin fomentada por el orgullo. Pero, pese a las apariencias y a las invectivas que les dicta la repugnancia del episodio revolucionario, los tradicionalistas no suscriben esta antropologa pesimista. Sin decirlo abiertamente -tal vez incluso sin tener completa conciencia de ello-, rompen con la visin del mundo del que se proclaman herederos. Como ya hemos visto, a quien devuelven las facultades y las virtudes de las que despojan a los actores humanos no es a Dios sino al alma de la nacin. Todo en el hombre est impregnado de esta sustancia especial, modelado por este idiotismo. Todo, es decir, tanto las formas de su piedad como sus impulsos ms naturales. Tampoco existe, para los contrarrevolucionarios, otra naturaleza humana que la vida espiritual autnoma. Replican a Descartes: yo pienso, luego soy de algn lugar; mediante el ejercicio de la reflexin, no afirmo mi soberana sino que evidencio mi identidad. Y ese ments infligido al cogito se
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Voltaire, citado en Ren Pomeau, L 'Europe des lumires, Slatkine, 1981. p. 176.
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extiende a la caridad y a la concupiscencia. Esos comportamientos derivan de prcticas sociales, hechos cuyo sujeto autntico es la colectividad. Ambitos de realidad diferenciados, pero alojados en la misma bandera nacional. Esas tres dimensiones de la existencia quedan reducidas a un cdigo nico: lo que los romnticos alemanes denominan el Volksgeist. As pues, la crtica de la nacin revolucionaria desemboca en el mismo descubrimiento que la rebelin contra el cosmopolitismo francs. Y ese descubrimiento altera de pies a cabeza el panorama del pensamiento. La apelacin que los tradicionalistas se dan a s mismos no debe inducirnos a engao: animados por la pasin del pasado, tanto los romnticos alemanes como los tecratas franceses realizan una autntica revolucin epistemolgica. Su odio a la modernidad engendra una concepcin del mundo radicalmente nueva. Su nostalgia inaugura en el saber una mutacin de la que todava somos ampliamente tributarios. Esos reaccionarios empedernidos son, a pesar suyo, inventores. En su rabia por devolver el hombre a su sitio, descubren lo impensado que acta en l y fundan las ciencias humanas. Aunque los tradicionalistas abandonen con bastante rapidez el escenario poltico e intelectual, toman inmediatamente el relevo los fillogos, los socilogos o los historiadores, que dilucidan en favor del Volksgeist el debate entre los dos tipos de naciones. Los sabios, en ese momento, y ya no los idelogos, manifiestan que el contrato social es una ficcin, porque, fuera de la sociedad, no existen individuos autnomos.17 De repente, todo se invierte y el racionalismo cambia de campo. Las ciencias del inconsciente divulgan la lgica de las leyes y de las creencias de las que se burlaban imprudentemente los filsofos, y sorprenden de ese modo a las Luces en flagrante delito de ceguera intelectual. Al convertir la historia en el modo de ser fundamental del hombre, al mostrar la necesidad, en cada momento, de los valores que se cotizan sucesivamente en las sociedades, al sustituir la crtica de la opinin comn por el estudio objetivo de su gnesis, los positivistas devuelven a los espritus iluminados del siglo anterior la acusacin de supersticin o de ignorancia. Antes el derecho divino formaba parte de las innumerables fbulas de las que la razn crtica crea que deba emancipar al hombre; con la aparicin de las ciencias humanas, las ideas filosficas de contrato social, de derecho natural, son etiquetadas a su vez entre las mitologas.
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"La influencia de los conservadores franceses sobre el pensamiento social fue importante, y basta con echar una mirada a la obra de los socilogos para percibirlo. As, por ejemplo, Saint-Simon y Comte no regatean elogios sobre lo que el segundo denominaba "la escuela retrgrada, Comte es de la opinin de que ese grupo inmortal, con de Maistre a la cabeza, merecern largo tiempo la gratitud de los positivistas, y Saint-Simon estima que debe a Bonald su inters por los perodos "crticos" y "orgnicos" de la historia, as como la primera formulacin de sus proposiciones sobre la estabilizacin de la industrializacin y de la democracia" (Robert A. Nisbet, La tradition sociologique, P. U.F., 1984, p. 26).
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A la vehemencia de De Maistre y de Herder suceden los sarcasmos de los eruditos y, mediante una irnica inversin, la filosofa experimenta la suerte humillante que infliga a la religin: su visin fantasmagrica del mundo -escribe Taine con desprecio- supone hombres nacidos a los veinte aos, sin padres, sin pasado, sin tradicin, sin obligacin, sin patria, y que, congregados por primera vez, por vez primera tambin van a tratar entre s.18 A menudo se presenta la instauracin del orden liberal en Europa como una victoria del campo del progreso sobre el de la reaccin, como el resultado prolongadamente precario de un conflicto entre la modernizacin social y la persistencia del Antiguo Rgimen. Eso significa olvidar que el mayor problema de los republicanos, a lo largo de todo el siglo XIX, ser conciliar su fidelidad a la herencia de las Luces con los progresos del saber, apoyarse en el derecho natural sin desconocer por ello el valor cientfico de la objecin planteada por Joseph de Maistre: Cualquier pregunta sobre la naturaleza del hombre debe ser resuelta por la historia19 en fin, no aparecer como unos metafsicos atrasados ante el positivismo surgido de la contrarrevolucin.
Taine, Les origines de la France contemporaine, citado en Jacques Julliard, La faute Rousseau, Seuil, 1985, p. 144. 19 J. de Maistre, Des origines de la souverainet, Oeuvres, I, op, cit ., p. 316. 20 Cf, Jean-Pierre Rioux. Introduction Rmy de Gourmont, Le joujou patriotisme, J.J. Pauvert, 1967.
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determinaciones, al buscar la verdad de su ser y la clave de su comportamiento en unas fuerzas que le dirigen a pesar suyo -la lengua, la raza, la tradicin histrica -, verifican que los alsacianos hablan alemn y son de cultura alemana. Deducen de ello que la conquista es legtima: Los alsacianos son de los nuestros y por tanto son nuestros -afirman sustancialmente Strauss y Mommsen-. La apropiacin se sustenta en la comunidad cultural. La tutela francesa haba arrebatado esas provincias a su autntica familia. La victoria prusiana corrige una anomala histrica y les permite reintegrarse al regazo nacional. Como Strauss y Mommsen han puesto todo el prestigio de la universidad al servicio de la Alemania victoriosa, sus homlogos franceses se sienten inmediatamente en la obligacin de responder. Se sitan, sin embargo, en un terreno muy diferente. En lugar de exhibir las races clticas de las poblaciones confiscadas, o de lanzarse a una puja filolgica o etnogrfica, conceden de entrada a sus interlocutores que Alsacia es alemana de lengua y de raza. Pero -dice Renan-no desea formar parte del Estado alemn: eso zanja la cuestin. Se habla del derecho de Francia, del derecho de Alemania. Estas abstracciones nos afectan mucho menos que el derecho que tienen los alsacianos, seres vivos de carne y hueso, a obedecer nicamente un poder consentido por ellos.21 Y Fustel de Coulanges: Lo que diferencia a las naciones no es la raza ni la lengua. Los hombres sienten en su corazn que son un mismo pueblo cuando tienen una comunidad de ideas, de intereses, de afectos, de recuerdos y de esperanzas. Eso es lo que constituye la patria [...] la patria es lo que uno ama.22 Antes de la crisis, sin embargo, Renan y Fustel de Coulanges compartan el desdn de los historiadores alemanes respecto a la ingenua antropologa de las Luces. Era obvio, para ellos, que los individuos, a travs de la lengua, o sea de la herencia, procedan de su nacin, y no al contrario, como haban proclamado los peligrosos sofistas del siglo anterior. Renan segua atribuyendo a la falsa poltica de Rousseau23 la responsabilidad de la derrota francesa ante Alemania. La Revolucin, en su opinin, haba perdido a Francia dilapidando el patrimonio nacional en nombre de una concepcin falaz de la nacin: El da en que Francia decapit a su rey, cometi su suicidio.24 El contraste que se manifiesta entre la voluntad de los alsacianos y sus orgenes tnicos obliga a Renan a reconsiderar sus certidumbres. A partir de la firma del armisticio y antes incluso de que se inicien en Versalles las conversaciones entre Francia y el nuevo imperio alemn, los diputados de Alsacia y de Lorena de la Asamblea nacional afirman en una
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Renan. Nouvelle lettre M. Srrauss, en Histoire et parole, Laffont, coll. Bouquins, 1984. p. 651. 22 Fustel de Coulanges, citado en Raoul Girardet, Le nationalisme francais, Seuil, coll. Points, 1983, p. 64. 23 Renan, La reforme intellectuelle et morale de la France, op. cit., p.597. 24 Ibid.
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solemne declaracin su fidelidad a Francia: Proclamamos el derecho de los habitantes de Alsacia-Lorena a seguir siendo miembros de la patria francesa, y juramos, tanto en nombre propio como en el de nuestros comitentes, nuestros hijos y sus descendientes, reivindicarlo eternamente y mediante todos los procedimientos, a despecho de todos los usurpadores. E insisten inmediatamente despus de la cesin de las dos provincias y de su ratificacin por la Asamblea: Seguimos declarando una vez ms nulo y sin efecto el pacto que dispone de nosotros sin nuestro consentimiento... La reivindicacin de nuestros derechos permanece para siempre abierta para todos y cada uno de nosotros, en la forma y en la medida que nuestra conciencia nos dicte... Vuestros hermanos de Alsacia y de Lorena, separados en este momento de la familia comn, conservan para la Francia ausente de sus hogares un afecto filial hasta el da en que vuelva a recuperar all su lugar.25 Este irredentismo, en una regin que, en Nochebuena, canta espontneamente: O Tannenbaum!, ofrece la prueba evidente de que el idioma, la constitucin hereditaria o la tradicin, no ejercen sobre los individuos el imperio absoluto que tienden a conferirle las ciencias humanas. Queda as demostrado que el sentimiento nacional no procede de una determinacin inconsciente, sino de una libre decisin. Y los habitantes de Alsacia-Lorena devuelven de ese modo a la idea obsoleta de contrato una actualidad absolutamente paradjica. El mismo Renan que combata la nocin perniciosa de pacto fundador, convierte ahora la nacin en el objeto de un pacto implcito sellado cotidianamente entre los que la componen: Una nacin es, por consiguiente, una gran solidaridad constituida por el conocimiento de los sacrificios que se han hecho y de los que se est dispuesto a hacer. Supone un pasado: se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consenso, el deseo claramente expresado de continuar la vida comn. La existencia de una nacin es un plebiscito cotidiano.26 La definicin de Renan acoge la larga historia que Sieys arrojaba sin titubeos a las tinieblas del despotismo. Pasa del plano formal al plano concreto de las tradiciones vivas que confieren a la nacin su fisonoma particular. El cuerpo de asociados de Qu es el Tercer Estado? se convierte en Qu es una nacin? en una asociacin secular; la nacin
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Citado en Raoul Girardet, Le nationalisme francais, p. 37. El nfasis de esta declaracin no debe hacernos olvidar que el retorno a la madre patria, en 1918, no tuvo nada de idlico. Pasadas las primeras manifestaciones de entusiasmo patritico, la poltica de asimilacionismo laico practicada por Francia se enfrentar, a lo largo de todo el perodo de entreguerras, con un poderoso movimiento autonomista. Pero esto es otra historia, que no atena en nada la importancia de la Dclaration de Bordeaux. No es el amor a Francia lo que convierte ese texto en un documento capital, sino la solemne proclamacin de que slo el consenso sustenta la nacionalidad (Jean-Marie Mayeur, Une mmoire-frontire: l'Alsace, en Les lieux de mmoire, II: La Nation, bajo la direccin de Pierre Nora, Gallimard, 1986, p. 88). 26 Renan, Qu'est-ce qu'une nation?, en Oeuvres compltes, I, Calmann-Lvy, 1947, p, 904.
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a secas se convierte en la nacin francesa, dotada, ms all de las cribas, de una memoria insustituible e indivisible: 1789 es un episodio de la vida nacional y no la fecha en que la nacin ha salido de la oscuridad y se ha liberado de su pasado. Pero al mismo tiempo que devuelve al vnculo social la densidad histrica de que le haban desprovisto los revolucionarios, Renan se ve obligado, en ltima instancia, a darles la razn: no es el Volksgeist, comunidad orgnica de sangre y de suelo o de costumbres y de historia, lo que somete a su ley los comportamientos individuales, sino que lo que forma las naciones es la congregacin voluntaria de los individuos. Despus de haber razonado l mismo en trminos de entidades colectivas, de haber zaherido la espantosa simplicidad del espiritu semtico, que angosta el cerebro humano, cerrndole a cualquier idea delicada,27 y de haber afirmado sin ambages que la raza semtica comparada con la raza indoeuropea significa realmente una combinacin inferior de la naturaleza humana28 Renan descubre bruscamente la irreductibilidad de las conciencias. Bajo la conmocin que tal descubrimiento le provoca, el hombre que fue el autntico aval cientfico del mito ario en Francia29 deja de concebir el espritu como una crcel mental. Los conceptos cientificistas de raza o de cultura pierden su valor operatorio, y a Renan la nacin ya no se le presenta bajo la forma de una entidad, sino bajo el aspecto de lo que Husserl, un poco ms tarde, denominar una comunidad intersubjetiva, Como vemos, no es justo reducir a una disputa localista la cuestin de Alsacia-Lorena. Frente al pangermanismo triunfante, Renan reaccion con otra teora de la nacin, basada a su vez en otra representacin del hombre. En la concepcin de Strauss y de Mommsen, el hombre es cautivo de su ascendencia, sus estimaciones son pura ilusin: est investido hasta en los recovecos ms secretos de su interioridad por la historia de la que es heredero, por la lengua que habla, por la sociedad que le ha dado origen. La tradicin le precede y supera su reflexin: pertenece a ella antes de pertenecerse a s mismo. Para Renan, si bien es cierto que el hombre no est por entero presente en s mismo y que en dicho desfase se sustentan las ciencias humanas, eso no le lleva a ver en el pensamiento la resultante o la simple prolongacin del imprevisto que lo impregna: No abandonemos el principio fundamental de que el hombre es un ser razonable y moral antes de estar instalado en tal o cual lengua, de ser miembro de tal o cual raza, de adherirse a tal o cual cultura.30 Desde el Renacimiento hasta la poca de las Luces, el programa de los Tiempos modernos consisti en liberar el espritu humano de la verdad
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Renan, Discours d'ouverture au College de France, Oeuvres compltes, II, op. cit., p. 333 28 Renan, Histoire des langues smitiques, Oeuvres compltes, VIII, op. cit., p. 146. 29 Lon Poliakov, Le mythe aryen, Calmann-Lvy, 1971, p. 208. 30 Renan, Qu'est-ce qu'une nation?, Oeuvres compltes, 1, op. cit., p.900.
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revelada y de los dogmas de la Iglesia. Emancipado de toda tutela, a partir de aquel momento el hombre slo deba rendir cuentas a su razn. Superaba la minora de edad (segn la famosa frmula de Kant) y se proclamaba capaz de pensar sin padre. Renan aade una clusula a esta definicin del hombre adulto, al desvincular la vida del espritu de la comunidad en la que se arraiga. Existe en el hombre, afirma, un poder de ruptura: es capaz de escapar de su contexto, de evadirse de la esfera nacional, de hablar, de pensar y de crear sin dar muestras inmediatamente de la totalidad de la que emana. En otras palabras, no ha conquistado con una lucha denodada su autonoma respecto a las instancias paternas que intentaban limitar el campo de su pensamiento para ser absorbido, sin ms mediaciones, por una madre devoradora: su cultura. Antes que la cultura francesa, la cultura alemana, la cultura italiana, est la cultura humana.31 Con esta distincin entre cultura nacional y cultura humana, Renan se refiere implcitamente a Goethe, opone el espritu de Goethe a la visin del mundo instaurada por el nacionalismo alemn.
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De tan pasmosa comprobacin, Goethe extraa inmediatamente un programa. Ya que la literatura era capaz de vencer o de trascender las diferencias de siglo, raza, lengua o cultura, era preciso que lo hiciera. Esta posibilidad le fijaba su ideal. Esta utopa, este no-lugar, este ms all del lugar y del momento constituan su autntica vocacin: slo valan las obras que no podan ser completamente explicadas por la pregunta dnde? y por la pregunta cundo?. Pero, para permitir la multiplicacin de tales obras, era preciso asimismo que los escritores y los lectores pudieran abrirse efectivamente a influencias numerosas y llevar la mirada ms all de su entorno inmediato. De ah la importancia concedida por Goethe a la traduccin y a todas las formas de circulacin literaria. El comercio de las formas y de las ideas deba poner trmino a una existencia en la que lo casero era absoluto, en la que todo proceda del interior. Bajo el efecto del intercambio y de la interaccin generalizada, los pueblos dejaran de permanecer encerrados en sus fronteras, las naciones ya no seran unos planetas, los diversos idiomas ya no se fosilizaran en otros tantos idiotismos, la escritura despegara del suelo y las obras, al entrar directamente en relacin entre s, ya no podran ser clasificadas segn su origen. A la suma de los provincianismos sucedera la era de la literatura mundial. Por ello me gusta informarme acerca de las naciones extranjeras y aconsejo a todos que hagan lo mismo por su lado. La palabra literatura nacional no significa gran cosa actualmente; nos encaminamos hacia una poca de literatura universal, y cada uno de nosotros debe empearse en acelerar el advenimiento de esa poca.32 Medio siglo antes, en 1771, el mismo Goethe haba descubierto con arrobo la existencia de un arte y de una literatura especficamente alemanas. Estaba entonces en Estrasburgo, donde dos acontecimientos ejercieron sobre l una repercusin considerable: el encuentro con Herder y la visin de la catedral: Al encontrar ese edificio construido sobre una antigua tierra alemana, y en una poca enteramente alemana, al saber adems que el nombre del arquitecto que se lea en una modesta tumba era alemn por su consonancia y por su origen, decid en mi entusiasmo por esa obra de arte cambiar el mal repintado nombre de gtico dado hasta entonces a esa arquitectura y reivindicarlo para mi pas dndole el de arquitectura alemana.33 En Estrasburgo -capital de Alsacia y ciudad, en aquel momento, francesa- Goethe vivi la repentina revelacin de que las obras maestras tenan patria y de que el arte germnico era incomparable con todos los dems. La significacin esttica de la palabra Alemania se le apareca por primera vez con absoluta claridad. De esta impresin naci un ensayo Arquitectura alemana que Goethe public, en 1772, en un volumen que inclua un texto de Herder. Resuma su credo con una frmula: El arte
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Conversations de Goethe avec Eckermann, Gallimard, 1941. p. 158. Goethe, Posie et vrit, II , Le Signe, 1980, p. 159.
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caracterstico es el nico arte autntico.34 Lo que le llevaba a enfrentarse con su poca, con ese siglo llamado de las Luces, ciego a los particularismos y culpable de haber renunciado a su genio enviando a sus hijos a otras partes a fin de que coleccionaran plantas extranjeras para su propia prdida.35 Acaso l mismo no se habra unido a la cohorte de esos hijos perdidos, si cuando tena que ir de Estrasburgo a Pars, esa Babilonia de los Tiempos modernos, un monumento providencial no le hubiera retenido al borde del abismo cosmopolita, y no le hubiera devuelto -in extremis- la conciencia de su identidad alemana? A partir del momento, en efecto, en que la Belleza se identifica con lo tpico, la autarqua espiritual debe sustituir el intercambio. A la apertura, que acelera la uniformacin del gusto, de las conductas y de las obras, hay que preferir el repliegue que protege la pluralidad humana. Hay que meterse en casa y no salir de ella, escasear los contactos en lugar de multiplicarlos, defenderse de las influencias exteriores en lugar de complacerse en ellas. Si no existe efectivamente valor ms elevado que el espritu distintivo de cada nacin, la ruta del escritor est trazada por completo: imitar, en su orden, la catedral de Estrasburgo , dar voz al mundo natal, captar y manifestar el genio del pueblo del que se ha salido. Pero Goethe no tard en desintoxicarse de este xtasis patritico. Su concesin al lirismo del Volksgeist careci de futuro. Midindose en cierto modo con sus contemporneos, decidi incluso romper con Herder, en el momento en que toda la Alemania intelectual sucumba al encanto consolador de su pensamiento. Invitado en 1808 (dos aos despus de Jena...) a dar su opinin sobre la composicin de una antologa de las mejores poesas alemanas para uso popular, dio una nica recomendacin a sus solicitantes: que integraran en su antologa traducciones alemanas de poemas extranjeros.36 Un consejo as, en aquella fecha, constitua una autntica provocacin. En plena ocupacin napolenica, en un clima de efusin pattica y de rabioso nacionalismo, Goethe denunciaba la adhesin sistemtica del artista a su patria. Mientras que los dems poetas y pensadores exaltaban las profundidades misteriosas del alma germnica y se presentaban como destructores de los universalismos, l se atreva a manifestar: Se alcanzar probablemente una tolerancia generalizada si se deja en paz lo que constituye la particularidad de los diferentes individuos humanos y de los diferentes pueblos y uno se convence de que la caracterstica distintiva de lo que es realmente meritorio reside en su pertenencia a toda la humanidad.37 Goethe reanudaba de ese modo la tradicin metafsica rota por el Volksgeist, es decir, por la nacionalizacin sistemtica de las cosas espirituales. Retorn avispado, no obstante. Haba aprendido de Herder que el hombre no es de todos los tiempos y de todos los lugares, que la
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Goethe, Architecture allemande, en crits sur l'art, Klincksieck, 1983, p. 72. Goethe, ib id. Antoine Berrnan, L'preuve de l'tranger, Gallimard. coll. Les Essais. 1984. Goethe, crits sur l'art, op, ct., p. 52.
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lengua que habla, el paisaje que habita y la historia en la que est inmerso no son cualidades secundarias o adornos aadidos a su naturaleza. Saba, como se dira hoy, que el hombre est enmarcado. Era muy consciente de que no se libra por decreto de un nacimiento concreto. A la vez que afirmaba: Como hombre, como ciudadano, el poeta amar su patria; pero la patria de su fuerza y de su accin poticas son la Bondad, la Nobleza, la Belleza, que no estn ligadas a ninguna provincia especial, a ningn pas especial que l toma y forma all donde los encuentra38, Goethe se diferenciaba radicalmente de los sirvientes clsicos del Bien, de la Nobleza y de la Belleza: el grupo tnico era para l un aspecto no accidental, sino constitutivo de la existencia. Sin embargo, y ah est lo esencial, Goethe se negaba a convertir la necesidad en virtud. Que procedemos de una tradicin especfica y que estamos construidos por nuestra pertenencia nacional, era un hecho ante el cual ya era imposible cerrar los ojos; en todo caso, eso no deba considerarse como un valor. Era una realidad que mereca que se la reconociera, no que se la idolatrara. Respirando el mismo aire que los dems miembros de su tribu, naciendo como todos y cada uno en un mundo histrico y dividido, el artista no poda pretender acceder de entrada a la universalidad. Participaba espontneamente en las maneras normales de ver y de juzgar las cosas, su personalidad no se diferenciaba a primera vista de la personalidad colectiva de la que le venan a un tiempo sus primeras ideas y las palabras para decirlas. Pero no era un motivo para incrementarla, ni para erigir en absoluto este arraigo en un lugar o en una lengua! Con Herder, Goethe verificaba la subordinacin del espritu, su anclaje en una colectividad especial. En contra de l, y en contra de sus propios entusiasmos juveniles, confera al arte no la misin de insistir sobre esta dependencia, sino la de trascenderla. Para las obras individuales se trataba de trascender el Volksgeist, y no de convertirse en su expresin. En ningn caso la cultura humana deba reducirse a la suma de las culturas particulares. Por ello Goethe invitaba a los poetas, a los artistas y a los pensadores a salir del marco nacional en que Herder y sus seguidores exigan que se confinaran.
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mismas. Ninguna porcin de la humanidad poda ya proseguir su historia bajo una campana de cristal, al abrigo de las interrelaciones de la economa planetaria. Las fronteras, hasta entonces todava infranqueables, se iban haciendo porosas: ya no pareca posible sustraer por mucho tiempo las producciones del espritu a esta circulacin generalizada de bienes. En 1827, los das del Volksgeist parecan contados. Cincuenta aos despus, los maestros de la universidad alemana elegan solemnemente a Herder en detrimento de Goethe. El arte ya no constituye para ellos la prueba de la libertad del espritu (de su capacidad para trascender las circunstancias, de burlar el poder de la colectividad, de la poca, de la tierra natal), sino la manifestacin concreta de su dependencia. A los que invocan el derecho de los pueblos a disponer de s mismos, objetan el carcter alemn de la catedral de Estrasburgo. Qu es ese monumento sino la pertenencia materializada de los alsacianos a Alemania? Poco importa que los habitantes actuales puedan protestar contra la anexin; desde el punto de vista de la historia inmemorial de la que son, les guste o no, herederos, esa rebelin es un infantilismo, un enfurruamiento pasajero, un capricho sin consecuencias y sin significado. Uno no puede disponer de lo que dispone de uno, uno no puede rechazar su cultura, como si se tratara de un traje. De acuerdo con esa teora, tal como la resume Renan, la familia germnica [ ... ] tiene derecho a recuperar los miembros dispersos del germanismo, incluso cuando esos miembros no pidan agregarse.39 Con el pangermanismo, la huella educativa de Goethe en Alemania se borra: al reducir la cultura al culto exclusivo de los poderes originales, el Volksgeist triunfa y revela, por aadidura, sus potencialidades totalitarias. Una forma indita de autoridad surge de ese concepto forjado, como recordaremos, para frenar la dominacin francesa. Por primera vez, lo que un Estado opone a la voluntad de los individuos, no es la exhibicin de la fuerza ni el derecho divino, sino su propia identidad. Los alsacianos estn dominados por un amo tanto ms desptico en la medida en que se confunde con su ser. En lugar de referirse al ms all, de ejercerse desde fuera, de aplicar una ley trascendente, el poder que ellos sufren mana de este lado de las identidades individuales que constituyen el alma colectiva. He ah, pues, a unos sbditos literalmente encarnados por la opresin de que son vctimas, obligados a identificarse con el Estado que les aplasta esgrimiendo su imagen. Esta opresin representa para Renan el mayor escndalo de la anexin, y su innovacin poltica ms turbadora: No hay derecho a ir por el mundo midiendo el crneo de la gente, y luego cogerles por la garganta dicindoles: "T eres de nuestra sangre, t nos perteneces!" Al margen de los caracteres
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antropolgicos, est la razn, la justicia, la verdad, la belleza, que son iguales para todos.40 Precisemos que Renan no establece diferencia entre el argumento racial y el argumento ms especficamente cultural. A sus ojos, no es menos grave justificar la conquista por la catedral de Estrasburgo que por el patrimonio gentico de los alsacianos. En ambos casos, en efecto, los hombres sufren la experiencia de una desposesin sin precedentes: en nombre de su profunda esencia se ven despojados de todo dominio sobre su propio destino, raza o cultura, la verdad de la que son, pese a ellos, titulares, es la que descalifica su deseo consciente. Pero hay ms: el genio nacional suprime a un tiempo al individuo (agazapado en su grupo de origen) y a la humanidad (dividida en esencias estereotipadas, pulverizada en una multitud de personalidades tnicas encerradas en s mismas). Y si la negacin del individuo engendra un poder sin lmites, de la dislocacin del gnero humano nace la guerra total. En otras palabras, nada detiene a un Estado preso de la embriaguez del Volksgeist; ningn obstculo tico se alza ya en su camino: privados de existencia propia, desalojados de su fuero interno, sus sbditos no pueden reivindicar derechos, y como sus enemigos no pertenecen a la misma especie, no hay ningn motivo para aplicarles unas reglas humanitarias. Al dejar de ser los adversarios unos semejantes, el combate que les enfrenta est desprovisto de cualquier limitacin; La divisin de la humanidad en razas demasiado acusada, adems de basarse en un error cientfico, ya que muy pocos pases poseen una raza verdaderamente pura, slo puede conducir a guerras de exterminio, a guerras "zoolgicas", permitidme decroslo, semejantes a las que las diferentes especies de roedores o de carniceros practican para la supervivencia. Significara el final de la mezcla fecunda, compuesta de numerosos elementos y todos ellos necesarios, que se denomina humanidad. Habis enarbolado en todo el mundo la bandera de la poltica etnogrfica y arqueolgica en lugar de la poltica liberal; esta poltica os resultar fatal.41 Frente al conflicto de Alsacia-Lorena, aparentemente limitado y local, Renan tiene el presentimiento de una inmersin inminente en la barbarie. La hermosa idea de Volksgeist se le revela repentinamente como el explosivo ms peligroso de los Tiempos modernos.42 Hay algo, de todos modos, que resulta imprevisible; la contaminacin progresiva e irresistible de la causa que defiende por las ideas que combate. Ah est, sin embargo, la paradoja de la querella franco-alemana; la oposicin terica se mitiga a medida que el antagonismo se radicaliza. Cuanto ms se apodera de los espritus la idea de revancha (la Revancha, reina de
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Renan. Quest-ce qu'une nation?, op. cit., p. 898 Renan, Nouvelle lettre a M. Strauss, op, cit., p. 651. 42 J.-L. Talmon, Herder et la mentalit allemande, en Destin d'Israel, Calmann-Lvy, 1967. p. 224
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Francia, deca Maurras), ms exalta el patriotismo francs las colinas eternas y se convierte en mstica del arraigo. Renan reprochaba a los alemanes que quisieran recluirse en su nacin, con menosprecio del derecho individual y con peligro de romper la humanidad en fragmentos heterogneos. De la actitud intransigente de los alsacianos, deduca que no es posible encerrar a nadie en los lmites imperativos de su pertenencia. Pero Barrs no tarda en suceder a Renan, y la resistencia a la amputacin de Francia se organiza en torno al genio francs. Con mayor furor an que antes de la crisis de Alsacia-Lorena, las ciencias humanas atacan los principios liberales heredados del siglo XVIII. No hay derecho, dicen ustedes, a ir por el mundo midiendo el crneo de la gente?... Armado con los imperativos cientficos de la antropologa social, Vacher de Lapouge desentierra millares de crneos en los cementerios de l'Hrault para medir su ndice ceflico y. despus de diez aos de trabajo de campo, responde a Renan, quien crea poder proclamar: Nacin no es sinnimo de raza:43 No se entra por decreto en una familia ni en una nacin. La sangre que se aporta en las venas al nacer, se conserva toda la vida. El individuo est aplastado por su raza, no es nada. La raza, la nacin lo son todo.44 Con Gustave Le Bon, la psicologa decreta que la vida de un pueblo, sus instituciones, sus creencias y sus artes slo son la trama visible de su alma invisible45 y que cada pueblo pasee una constitucin mental tan fija como sus caractersticas anatmicas. As pues, Barrs, en nombre de la ciencia, puede exhortar a sus compatriotas a desviarse de las grandes palabras eterno o siempre, y citarles como ejemplo el idioma que, en lugar de yo pienso, deja la posibilidad de decir: Es denkt in mir, eso piensa en m. As pues, el odio hacia Alemania se formula con la ayuda de conceptos e incluso de giros utilizados al otro lado del Rin. Tan pronto como predomina sobre cualquier otra consideracin, la pasin antigermnica asegura el triunfo del pensamiento alemn. Al agravarse, el resentimiento borra la divergencia. La hostilidad al pangermanismo conduce a su imitacin, el rechazo del enemigo culmina en mimetismo. Ahora los adversarios ya hablan el mismo lenguaje: en unos y otros, la concepcin tnica de la nacin domina sobre la teora electiva. No es tanto la idea de raza como la de raza alemana la que niegan los heraldos de la revancha. En suma, ya no es la nacionalizacin de la cultura lo que escandaliza, sino la cultura del Otro. Los escritores presentes y pasados se han alistado bajo la bandera de sus respectivas naciones, la patria de Montaigne se alza contra la de Kant, ahora ya les separa un abismo, y un estudiante interrogado acerca del renacimiento del sentimiento nacional
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Renan, Lettre a M. Strauss, op. cit ., p. 652. Citado en Zeev Sternhell, La droite rvolutionnaire, 1885-1914 (Les origines francaises du fascisme), Seuil, 1978, p. 168. 45 Ibid., p. 150.
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puede escribir con absoluta naturalidad: Recuperado de la embriaguez en que me sumi la primera lectura de los eslavos y de los alemanes, descubr que todo eso era muy hermoso pero que no era yo. Yo disfrutaba con esas obras, pero no poda vivirlas; a decir verdad, tampoco las disfrutaba del todo, pues slo se disfruta lo que se podra crear, y si yo llevo virtualmente en m el poder de escribir Brnice, no llevo en absoluto el de escribir Resurreccin. He abandonado a Goethe por Racine y Mallarm, a Tolstoi por Balzac y Stendhal. He percibido que me realizaba, que me posea, que viva en la medida exacta en que aquellos que yo converta en mi alimento espiritual eran de mi carne y de mi sangre.46 Nacido de la derrota de Sedan y alimentado con el drama de las provincias perdidas, el nacionalismo francs no es otra cosa que la aclimatacin en Francia de todos los temas del Volksgeist. Renan recordaba solemnemente a Strauss, y a su generacin ultrapatritica, la existencia de valores universales. En 1898, es decir, menos de veinte aos despus de su intercambio epistolar, los partidarios de la verdad absoluta y de la razn abstracta se hallan en el terreno de la anti-Francia. Los partidarios de Dreyfus son entonces, en efecto, quienes sostienen con vigor que la nacin es una congregacin de voluntades individuales y no una totalidad orgnica, y que el hombre no es el esclavo de su raza, ni de su lengua, ni de la religin, ni del curso de los ros, ni de la direccin de las cadenas montaosas.47 Esta rigurosa fidelidad a los principios defendidos por Renan en Qu'est-ce qu'une nation? les vale para ser acusados de traicionar la identidad nacional:. cuando se considera a Dreyfus como una persona autnoma -mientras que ese hijo de Sem no es en absoluto permeable a todas las excitaciones con las que nos afectan nuestra tierra, nuestros antepasados, nuestra bandera, la palabra honor48 cuando se toman
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Agathon. Les jeunes gens d'aujourd'hui, respuesta de Henri Hoppenot, citado en Girardet, Le nationalisme francais, op, cit .. p. 228. 47 Renan, Qu'est-ce qu'une nation?, op, cit., p. 900. 48 Barrs citado en Zeev Sternhell, La droite rvolutionnaire, op. cit., p. 162. Se me objetar que Barrs considera a Renan como uno de sus maestros y que llegar incluso a copiarle, casi textualmente, su definicin de sentimiento nacional: Una nacin -manifiesta en pleno caso Dreyfus- es la posesin en comn de un antiguo cementerio y la voluntad de hacer valer esa herencia indivisa. Esta sorprendente similitud no debe, sin embargo, llevarnos a error. Mientras que la voluntad, segn Renan, arranca a los hombres a su inconsciente cultural. para Barrs les ata a l definitivamente: "Todo lo que somos nace de las condiciones histricas y geogrficas de nuestro pas. Hemos sido... meditados a travs de los siglos por nuestros padres, y para que nos desarrollemos, para que hallemos la dicha, es preciso que las cosas no sean esencialmente diferentes de lo que eran cuando nuestros antepasados nos "meditaban". Necesito que a mi rbol se le proporcione el cultivo que le permita llevarme tan alto, a mi, dbil hojilla. Perfectamente consciente de la divergencia filosfica que se oculta bajo un parentesco de vocabulario, Barrs acusa explcitamente a Renan de creer en una razn independiente que existe en cada uno de nosotros y que nos permite aproximarnos a la verdad. Llega incluso a imputar a su glorioso precursor una parte de responsabilidad en
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como moneda de curso legal sus protestas de lealtad - mientras que nadie se improvisa patriota, uno lo lleva en la sangre, en la mdula49, cuando, finalmente, se empea en demostrar su inocencia - mientras que su culpabilidad se deduce de su raza-, en lugar de pensar y sentir como franceses, razonan como intelectuales. As pues, el caso Dreyfus permanece en el terreno filosfico de la querella de Alsacia-Lorena, y los nacionalistas franceses ocupan ahora la posicin de Strauss y de Mommsen en el sentido de considerar a Dreyfus culpable de la misma razn por la que eran alemanes los habitantes de las provincias en litigio: gracias a la fatalidad tnica que pesa sobre sus comportamientos. El caso Dreyfus -escribe Julien Benda- ha desempeado un papel capital en la historia de mi espritu con la claridad con que me ha permitido percibir, como en un relmpago, la jerarqua de los valores que constituye el fondo de mi ser y mi odio orgnico hacia el sistema adverso.50 Jams, es cierto, las dos visiones de la naturaleza, del hombre, de la cultura, que dividan la conciencia europea a partir de la Revolucin francesa se haban enfrentado con tanta claridad. Jams se haba planteado de manera tan crucial la cuestin de saber si haba que terminar con el siglo de las Luces. Al rehabilitar a Dreyfus, Francia responde con la negativa y prefiere in extremis la definicin contractual de la sociedad a la idea de alma colectiva. Precaria victoria: las ideologas ms vivaces de la primera mitad del siglo XX ensean que un pueblo debe formularse una concepcin de sus derechos y de sus deberes inspirada en el estudio de su genio especial, de su historia, de su posicin geogrfica, de las circunstancias especiales en que se halla, y no en los imperativos de una supuesta conciencia de todos los tiempos y de todos los lugares.51 Cosa que, advierte Benda, corre el peligro de conducir a la guerra ms total y ms perfecta que jams haya visto el mundo52
el nacimiento del dreyfusismo: Es necesario decir que un lorens, y que escribi Les dracins rechaza, para Francia, esta definicin, "Qu es una nacin? Es un espritu." He ah una frmula de la que se puede extraer, de la que se extraen, hoy, detestables consecuencias." (Scenes et doctrines du nationalisme, 1, Plon, 1925, pp. 144. 132, 17, 84. Subrayado por m.) 49 Drumont, ibid., p. 152. 50 Benda, La jeunesse d'un clerc, Gallimard, 1964, p. 114. 51 Benda, La trahison des clercs, op. cit., pp. 80-81. 52 Ibid, p. 152.
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UN MUNDO DESOCCIDENTALIZADO
En noviembre de 1945, en Londres, se realiz el acto constitutivo de la organizacin de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura. En la conferencia preparatoria, convocada por los gobiernos del Reino Unido y de Francia, participaban los representantes de unos cuarenta pases, animados, en su mayora, por una misma preocupacin. Se trataba, segn la hermosa expresin de Torres Bodet, entonces delegado de Mxico, de abordar en la historia humana una era distinta de la que acababa de terminar.53 Un orden del mundo en el que ningn Estado pudiera colocar un teln en torno a su poblacin ni adoctrinarla sistemticamente con ayuda de unas pocas ideas angostas y rgidas54. Una poca en la que reinara un autntico espritu de paz55 porque las ideas circularan libremente de una nacin a otra, y porque, en lugar de ser amaestrados, idiotizados y manipulados por las ideologas totalitarias, los individuos seran educados para servirse de su razn. En efecto, la experiencia excepcional del nazismo fue lo que inspir a los fundadores de la Unesco. Como aquel rgimen arroj al mundo a la guerra apoyndose conjuntamente en el despotismo, o sea la supresin de las libertades, y en el oscurantismo, o sea la explotacin del prejuicio y de la ignorancia, la nueva institucin mundial asuma la tarea de cuidar de la libertad de opinin y de ayudar a vencer las opiniones aberrantes, las doctrinas que dilatan el odio y lo convierten en sistema de pensamiento o que ofrecen una coartada cientfica a la voluntad de poder. As pues, su papel deba consistir en proteger el pensamiento contra los abusos del poder e iluminar a los hombres para impedir para siempre que los demagogos les extraviaran de su pensamiento.
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Conferencia de las Naciones Unidas en vistas a la creacin de una organizacin de las Naciones Unidas para la ciencia y la cultura, Londres, 1945, p. 50. 54 lbd., Clement Attlee, p. 34. 55 Ibid., Lon Blum, p. 35.
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Al unir el progreso moral de la humanidad con su progreso intelectual y situarse en el doble terreno poltico -de la defensa de las libertades- y cultural -de la formacin de los individuos-, los responsables gubernamentales y las grandes autoridades intelectuales reunidas en Londres volvan a enlazar espontneamente con el espritu de las Luces. La era diferente cuya aparicin confiaban favorecer se alimentaba filosficamente en el siglo XVIII, y conceban la Unesco bajo el patrocinio implcito de Diderot, de Condorcet o de Voltaire. Esos autores son, en efecto, los que nos han enseado que si la libertad era un derecho universal, slo poda ser llamado libre un hombre ilustrado. Ellos son los que han formulado respecto al poder pblico estas dos exigencias indisociables: respetar la autonoma de los individuos y ofrecerles, mediante la instruccin, el medio para ser efectivamente autnomos. Incluso en el caso de que la libertad fuera respetada aparentemente y conservada en el libro de la ley -escriba por ejemplo Condorcet-, acaso no exigira la prosperidad pblica que el pueblo estuviera capacitado para distinguir a los que son capaces de mantenerla? Y acaso el hombre que, en las acciones de la vida comn, cae, por falta de luces, en la dependencia de otro hombre, puede denominarse realmente libre?56 Al da siguiente de la victoria sobre Hitler, la sombra tutelar de los Filsofos parece planear sobre el acto constitutivo de la Unesco y dictar sus captulos a los redactores. En efecto, stos fijan como objetivo para la Organizacin garantizar a todos el pleno e igual acceso a la educacin, la libre persecucin de la verdad objetiva y el libre intercambio de las ideas y los conocimientos. Y esperan de esta cooperacin cultural que ofrezca al mundo medios para resistir victoriosamente a los asaltos contra la dignidad del hombre. Qu hombre? El sujeto abstracto y universal de la Declaracin de los derechos del hombre y del ciudadano? La realidad incorporal, el ser sin ser, la criatura sin carne, sin color y sin cualidad que puebla los grandes discursos universalistas? El individuo menos todo lo que le diferencia? Desde las primeras conferencias de la Unesco, el orden del da cambia imperceptiblemente: a la crtica contra el fanatismo le sucede la crtica contra las Luces. La nueva puesta en cuestin del humanismo abstracto prolonga y radicaliza la reflexin emprendida en Londres sobre los medios para inmunizar al mundo contra las doctrinas que tienden a negar la unidad del gnero humano. Despus de los juristas y de los literatos, acuden los etnlogos a aportar su testimonio, y reclaman del humanismo un esfuerzo suplementario para ser realmente humano, es decir, para englobar en el respeto por las personas humanas las formas concretas de su existencia.
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Condorcet, Sur la ncessit de l'instruction publique, citado en Catherine Kintzler, Condorcet (L'instruction publique et la naissance du citoyen), Le Sycomore, 1984, p, 270.
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Es ejemplar, a ese respecto, el texto titulado Race el histoire, escrito por Claude Lvi-Strauss en 1951 por encargo de la Unesco. Consagrndose a una prctica que estaba a punto de convertirse en ritual, Lvi-Strauss comienza por desposeer de cualquier valor operativo el concepto de raza. Las diferencias que existen entre los grupos humanos, escribe, obedecen a circunstancias geogrficas, histricas y sociolgicas, no a aptitudes vinculadas a la constitucin anatmica o fisiolgica de los negros, de los amarillos o de los blancos57 Pero, aade inmediatamente Lvi-Strauss, no basta con diferenciar la herencia social del patrimonio hereditario, librar a los estilos de vida de cualquier predestinacin gentica, combatir la biologizacin de las diferencias, hay que saber oponerse tambin a su jerarquizacin. Las mltiples formas que la humanidad se concede a s misma en el tiempo o en el espacio no pueden ser clasificadas en un orden de perfeccin creciente: no son los jalones de una marcha triunfal, los estadios o las etapas de un desarrollo nico que, partiendo del mismo punto, debe hacerles converger hacia el mismo objetivo.58 La tentacin de situar las comunidades humanas en una escala de valores de la que uno mismo ocupa la cumbre, es cientficamente tan falsa y moralmente tan perniciosa como la divisin del gnero humano en entidades anatmico-fisiolgicas cerradas. Ahora bien, los pensadores de las Luces, segn Lvi-Strauss, sucumbieron a esta tentacin. Embriagados a un tiempo por el desarrollo del conocimiento, el progreso tcnico y el refinamiento de las costumbres que conoca la Europa del siglo XVIII, crearon para describirlo el concepto de civilizacin. Significaba convertir su condicin presente en modelo, sus hbitos concretos en aptitudes universales, sus valores en criterios absolutos de juicio y al europeo en dueo y poseedor de la naturaleza, el ser ms interesante de la creacin. Esta visin grandiosa de un ascenso continuado de una razn que se realizaba en el tiempo y de la que Occidente era en cierto modo la punta de lanza, recibi en el siglo siguiente la caucin de la naciente etnologa. Vase, por ejemplo, lo que escriba Morgan en La sociedad arcaica: Podemos asegurar ahora, apoyndonos en pruebas irrefutables, que el perodo del estado salvaje ha precedido al perodo de barbarie en todas las tribus de la humanidad, de la misma manera que sabemos que la barbarie ha precedido a la civilizacin. La historia de la humanidad es una en cuanto a origen, una en cuanto a experiencia, una en cuanto a progreso.59 Armados con esta certidumbre, los europeos emprendieron, a fines del siglo XIX, su obra de colonizacin. Puesto que la Europa racional y tcnica encarnaba el progreso frente a otras sociedades humanas, la conquista apareca como la forma a un tiempo ms expeditiva y ms
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Lvi-Strauss. Race et histoire en Anthropologie structural 11, Plon, 1973, p. 378. Ibid, p. 385. 59 Citado en Philippe Beneton, Histoire de mots: culture et civilisation, Presses de la fondation nationale des sciences politiques, 1975, p. 47.
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generosa de hacer ingresar a los retrasados en la rbita de la civilizacin. A las naciones evolucionadas les incumba la misin de acelerar la marcha de los no europeos hacia la instruccin y el bienestar. Para la propia salvacin de los pueblos primitivos, era preciso reabsorber su diferencia -es decir, su atraso- en la universalidad occidental. Pero a partir del descubrimiento de la complejidad de las tradiciones y de las normas de vida en las sociedades llamadas primitivas (gracias en parte a las oportunidades creadas por la propia expansin colonial), los antroplogos, como demuestra Lvi-Strauss, dejaron de aceptar el juego. Despus de haber halagado el orgullo de Europa, se empean ahora en alimentar su mala conciencia. El salvaje, el brbaro, el primitivo slo son otros de tantos tpicos odiosos o condescendientes a los que desposeen de cualquier validez intelectual. Lo que se desprende de tales caricaturas es la idea de una evolucin lineal de la humanidad, la discriminacin entre pueblos atrasados y pueblos evolucionados. As, cuanto ms afirma Occidente su preeminencia mundial, ms se profundiza la duda sobre la legitimidad de ese dominio. Y en el momento en que la Unesco se propone abordar un nuevo captulo de la historia humana, Levi-Strauss recuerda, en nombre de su disciplina, que la era de la que se trata de salir est tan marcada por la guerra como por la colonizacin, tanto por la afirmacin nazi de una jeraqua natural entre los seres como por la soberbia de Occidente, tanto por el delirio biolgico como por la megalomana del progreso. Y, adems, sustentar en la naturaleza la variedad de los modos de existencia, o fundirlos en un proceso general de desarrollo del conocimiento, es idntico: en ambos casos, segn LviStrauss, interviene el mismo etnocentrismo y dice: Quien no es como yo es de raza inferior -de una forma superada de la evolucin social-; y es peor que yo. As pues, para terminar con la infatuacin del hombre blanco hay que completar la crtica de la raza con la nueva puesta en duda de la civilizacin. La humanidad no es idntica a s misma, ni est compartimentada en grupos dotados de rasgos hereditarios comunes. Claro que existe multiplicidad, pero no es racial; existe civilizacin, pero no es nica. Por consiguiente, el etnlogo habla de culturas, en plural, y en el sentido de estilos de vida especiales, no transmisibles, comprensibles bajo formas de produccin concretas -tcnicas, costumbres, instituciones, creencas- ms que de capacidades virtuales, y que corresponden a valores perceptibles en lugar de a verdades o pseudoverdades.60 Lvi-Strauss se apropia de la solemne ambicin de los fundadores de la Unesco -iluminar a la humanidad para conjurar los peligros de la regresin a la barbarie-, pero la dirige contra la filosofa a la que stos rinden pleitesa. En la tentativa de procesar a la barbarie, las Luces se sientan ahora en el banquillo de los acusados, y ya no en el lugar que les reservaban con absoluta naturalidad Lon Blum o Clement Attlee, el del
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fiscal. El objetivo sigue siendo el mismo: destruir el prejuicio, pero, para conseguirlo, ya no se trata de abrir a los dems a la razn, sino de abrirse uno mismo a la razn de los dems. La ignorancia ser vencida el da en que, en lugar de querer extender a todos los hombres la cultura de que se es depositario, se aprenda a celebrar los funerales de su universalidad; o, en otras palabras, los hombres llamados civilizados bajen de su ilusorio pedestal y reconozcan con humilde lucidez que tambin ellos son una variedad de indgenas. Pues el oscurantismo -que sigue siendo el enemigo- se define por el rechazo ciego a lo que no es nuestro 61, y no por la resistencia que encuentra en el mundo la propagacin de nuestros valores y de nuestra forma propia de discernimiento. El Mal proceda segn Condorcet de la escisin del gnero humano en dos clases: la de los hombres que creen y la de los hombres que razonan. Pensamiento salvaje o pensamiento sabio, logos o sabidura brbara, chapuza o formalizacin, todos los hombres razonan, replica Lvi-Strauss. siendo los ms crdulos y los ms nefastos los que se consideran poseedores exclusivos de la racionalidad. El brbaro no es el negativo del civilizado, es fundamentalmente el hombre que cree en la barbarie62 y el pensamiento de las Luces es culpable de haber instalado esta creencia en el corazn de Occidente confiando a sus representantes la exorbitante misin de garantizar la promocin intelectual y el desarrollo moral de todos los pueblos de la tierra.
Lvi-Strauss. Tristes tropiques, Plon, coll. Terre humaine, 1955, p. 461. Lvi-Strauss, Race et histoire, op, cit., p. 384 63 Michel Foucault, Nietzsche, la gnalogie, l'histoire, en Homage Jean Hyppolite, P.U.F. 1971, p. 160.
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esquema lineal de maduracin o de desarrollo continuo. As es como el saber histrico aborda con predileccin mbitos aparentemente tan constantes como los de la sexualidad , el sentimiento, la vida familiar, las maneras de ser, de comer, de morir, y hace aparecer en ellos disparidades irreductibles. Las prcticas heterogneas surgen all donde creamos estar tratando con costumbres invariables. En lugar del proceso ascendente con el que nos habamos acostumbrado a identificar la historia se ofrece a nuestra mirada un caleidoscopio de diferencias. Las realidades que considerbamos naturales se han convertido en objetos histricos, e incluso, significativamente, la propia cronologa est desprovista de cualquier perspectiva de progreso. En suma, los historiadores despliegan la aventura humana en su dispersin, en lugar de devolverla a una forma nica o de inscribirla en una misma lnea evolutiva. Y mediante la atencin a las discontinuidades -el rechazo a someter el pasado, el presente y el futuro a una direccin nica, la esencial desorientacin de la historia- persignen en el tiempo el mismo objetivo que los etnlogos en el espacio: terminar, de una vez por todas, con la idea a la vez egocntrica e ingenua segn la cual el hombre est enteramente refugiado en uno solo de los modos histricos o geogrficos de su ser (Lvi-Strauss). Mientras que los etnlogos se niegan a jerarquizar las diversas formas actuales de vida colectiva, los historiadores se ensaan con la engaosa continuidad del tiempo humano. La confrontacin con las pocas anteriores prolonga de ese modo el trabajo de zapa operado por las investigaciones sobre las lejanas tribus de la Amazona. El rey est desnudo: nosotros, europeos de la segunda mitad del siglo XX, no somos la civilizacin sino una cultura especial, una variedad de lo humano fugitiva y perecedera. Y esta cultura es a su vez plural, precisa inmediatamente la sociologa. Bajo los efectos de la lucha anticolonial, los socilogos ms influyentes de los aos sesenta combinan el enfoque marxista con el de la etnologa. Descubren en cada sociedad la divisin en clases, y en cada clase un universo simblico distinto. Estas clases se combaten, dicen al igual que Marx; y sus universos son equivalentes, aaden inspirndose en Lvi -Strauss: La seleccin de significaciones que define objetivamente la cultura de un grupo o de una clase como sistema simblico es arbitraria en tanto en cuanto la estructura y las funciones de dicha cultura no pueden deducirse de ningn principio universal, fsico, biolgico o espiritual, al no estar unidas por ninguna especie de relacin interna con la "naturaleza de las cosas" o con una "naturaleza humana".64 Es cierto que de todas esas culturas slo se reconoce una como legtima, Pero cuidado, nos dice el socilogo, cuidado con las evidencias
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Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, La reproduction (Elments pour une thorie du systeme d'enseignement), Editions de Milluit, 1970, p. 22.
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familiares! La preeminencia de esta cultura se explica por la posicin dominante de la clase de donde ha salido y cuya especificidad expresa, no por la superioridad intrnseca de sus producciones o de sus valores. Las clases dominadas sufren una humillacin anloga en su principio y en sus efectos a la que las grandes metrpolis europeas infligen a los pueblos colonizados. Sus tradiciones son desarraigadas, sus gustos ridiculizados, todos los saberes que constituyen la sustancia y lo positivo de la experiencia popular -saber del viento que sopla, de la tierra rica en seales secretas, de las materias manejables o no, de la camada de gatos que presiente el cercano fro65 quedan despiadadamente excluidos de la cultura legtima. Se trata, nos dicen, de garantizar la comunicacin universal de los conocimientos y de aportar las Luces a los que estn privados de ellas. Hermoso proyecto, pero que oculta, a los ojos del socilogo, una operacin en dos tiempos mucho menos esplendorosa: en primer lugar, desarraigo, extraccin de los seres de la trama de costumbres y de actitudes que constituye su identidad colectiva; despus, doma, inculcacin de los valores dominantes elevados a la dignidad de significaciones ideales. Cultivar a la plebe significa disecarla, purgada de su ser autntico para rellenarla inmediatamente con una identidad prestada, exactamente de la misma forma como se hizo que, gracias al colonialismo, las tribus africanas se encuentren dotadas de antepasados galos. Y el lugar donde se ejerce esa violencia simblica es precisamente aquel que los filsofos de las Luces erigieron como instrumento por excelencia de liberacin de los hombres: la escuela. Un ejemplo: en la inmensa masa verbal que produce nuestra sociedad, slo pocos discursos se exponen a la admiracin general y acceden al estatuto de objeto de enseanza. A esos discursos se les llama literarios. Por qu esos en lugar de otros? Porque se les suponen propiedades especificas, una superioridad palpable y reconocida por todos, una belleza que les ensalzara necesariamente por encima de la palabra media? El anlisis estructural descubre (o, por lo menos, cree descubrir) que no es as y que todos los relatos del mundo -estn o no marcados con la estampilla literatura- se refieren a un sistema nico de unidades y de reglas. Bajo la mirada igualadora de la ciencia, quedan abolidas las jerarquas y todos los criterios de discriminacin se ven obligados a confesar su arbitrariedad: ninguna barrera separa ya las obras maestras de lo recin llegado; la misma estructura fundamental, los mismos rasgos generales y elementales se encuentran en las grandes novelas (cuya excelencia va acompaada de unas comillas demistificadoras) y en las formas plebeyas de la actividad narrativa. Esa es la leccin de la antropologa: Ni las sociedades humanas ni los individuos -en sus juegos, sus sueos o sus delirios- crean jams de manera absoluta, sino que se limitan a elegir determinadas
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combinaciones en un repertorio ideal que sera posible reconstruir.66 No se encuentran dos mitos, dos sueos, dos delirios o dos confesiones semejantes, pero, afirman los estructuralistas, esas diferencias no conceden ningn derecho a determinados juicios de valor, ya que son variantes de la misma actividad combinatoria. Conclusin: la definicin de arte es una baza de la lucha entre clases67 y si tal o cual texto es sacralizado y ofrecido al estudio, es porque a travs de l el grupo dominante prescribe su visin del mundo al conjunto social. La violencia aparece en el fundamento de cualquier valorizacin. As pues, la teora sociolgica transfiere al propio interior de las sociedades occidentales el guin establecido por la antropologa para describir la relacin que Occidente mantiene con las poblaciones no europeas. En ambos casos, en efecto, el etnocentrismo es la vctima: una arbitrariedad cultural se arroga el monopolio de la legitimidad, desvaloriza las formas de pensar, las normas y las artes de vivir que no son las suyas, y las expulsa a las tinieblas del salvajismo o de la ignorancia. Ya sabemos que el descubrimiento del Nuevo Mundo est en el origen del humanismo. Con el contacto de los pueblos exticos, el espritu de comparacin se introdujo en la ciudadela religiosa y arruin poco a poco la autoridad de la Revelacin. Al salir de sus fronteras, al ver da a da un nuevo culto, costumbres diferentes, ceremonias diferentes, como dice La Bruyre en su captulo de los Esprits forts, los europeos adquirieron conciencia de la relatividad de sus propias creencias, y del hecho de que el hombre poda resistir solo, actuar, reflexionar, distinguir el bien del mal, sin la luz de la fe. Libre de Dios, el sujeto pensante se convirti en fundamento del mundo y fuente de valores. En el siglo XX, el redescubrimiento de las sociedades sin escritura invita a poner en duda, ya no a Dios, sino al propio hombre. En efecto, los etnlogos denuncian la doble mentira del hombre en progreso y del hombre inmutable. Para esos atentos viajeros, los europeos no han hecho hasta el momento ms que proyectar sobre los pueblos algenos sus sueos, su arrogancia o su idea de la razn. Cuando no despreciaban a esos pueblos por su atraso, los convertan en buenos salvajes: significaba, en cualquier caso, despojarles de sus caracteres originales y servirse de ellos, invistindolos de una funcin mtica, para naturalizar la cultura occidental. Al decir: Yo soy el Hombre, sta poda entonces, con absoluta buena conciencia, engullir el resto del mundo. Si ahora se pretende que la ballena occidental devuelva lo que se ha incorporado, no basta con otorgar la independencia a los pueblos dominados, hay que dictar asimismo la equivalencia de las culturas.
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Lvi-Strauss, Tristes Tropiques, op . cit., p. 203 . Pierre Bourdieu, La distinction (Critique sociale du jugement), Editions de Minuit. 1979, p. 50.
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Y existen dos maneras de operar esta igualacin: algunos se esfuerzan en demostrar que las mltiples versiones de lo humano proceden, en ltima instancia, de una lgica inconsciente, intemporal y annima cuyas formas son fundamentalmente las mismas para todos los espritus, antiguos y modernos, primitivos y civilizados.68 Otros, ms tajantes, rechazan la hiptesis de una lgica comn y concluyen como Michel Foucault en la absoluta dispersin69 de los sistemas de pensamiento y de las prcticas sociales. En cualquier caso, el hombre muere como sujeto autnomo y se convierte en campo de accin de fuerzas o de estructuras que escapan a su aprehensin consciente: Donde "eso habla" -dice muy justamente Foucault- el hombre ya no existe.70 As pues, la obra poltica de la descolonizacin va acompaada de una revolucin en el orden del pensamiento: el hombre, ese concepto unitario de alcance universal71 cede su lugar a la diversidad sin jerarqua de las identidades culturales. Sin embargo, no es la primera vez que se ha producido semejante revolucin: Spengler se vanagloriaba de haberla realizado, y antes que l, como recordarernos, Herder reprochaba a Voltaire y sus epgonos que tomaran sus valores como linternas y que uniformaran el mundo so pretexto de iluminarlo. Ya opona al hombre, esa hipstasis del francs, la inagotable diversidad de los particularismos. Al denunciar la bsica inhumanidad del humanismo y buscar lo concreto, lo histrico y lo regional detrs de todo lo que adopta la apariencia de universalidad, la filosofa de la descolonizacin conecta de nuevo, por tanto, con Herder. Ya no es slo Francia lo que cuestiona, sino Occidente, tanto en sus relaciones con el exterior como en sus normas internas de funcionamiento. Pero la alternativa es idntica: el Hombre o las Diferencias, y la filosofa de la descolonizacin combate el etnocentrismo con los argumentos y los conceptos forjados en su lucha contra las Luces por el romanticismo alemn. Entendmonos: este retorno a la nocin romntica de cultura est inspirado por una voluntad de expiacin y no por un coletazo de orgullo tribal. Al igual que Herder, los antihumanistas contemporneos ensean que el hombre no es nicamente un hermoso ideal, sino una ficcin til, un pretexto cmodamente invocado por una civilizacin concreta para imponer su ley. Al igual tambin que Herder, descubren bajo el fantasma metafsico celebrado por el pensamiento de las Luces un ser eminentemente material: el sujeto ensalzado por Occidente por encima de la duracin y del espacio tiene, en realidad, cuerpo, identidad, e historia. Finalmente, al igual que Herder, estiman que los hombres no
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Lvi-Strauss, Anthropologie structurale, Plon, reed. 1974, p. 28. Michel Foucault, Les mots et les choses, Gallimard. 1966. p. 397. 70 M. Foucault, L'homme est-il mort?, Arts, 15 junio 1966, citado en Luc Ferry, Alain Renaut, La pense 68, Gallimard, 1985, p. 41. 71 Edmund Leach, L'unit de l'homme et autres essais, Gallimard, 1980. p, 388.
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actan, en tanto que miembros del grupo, de acuerdo con lo que cada uno de ellos siente como individuo: cada hombre siente en funcin de la manera como se le permite o se le prescribe comportarse. Las costumbres aparecen como normas externas, antes de engendrar sentimientos internos, y esas normas insensibles determinan los sentimientos individuales, as como las circunstancias en que podrn, o debern, manifestarse.72 Pero Herder hablaba fundamentalmente para los suyos; los filsofos de la descolonizacin hablan para el Otro. Al ajustar las cuentas a su propia tradicin, se esfuerzan en disipar la ilusin de dominio total en que durante tanto tiempo se ha complacido Europa. En contra del yo colectivo, toman sin vacilar partido por el no-yo. el proscrito, el excluido, el hombre de fuera. Quieren rehabilitar al extranjero: he ah por qu abolen cualquier comunidad de conciencia entre los hombres. Si se sitan en lo que les distingue de las dems culturas, es a fin de devolverles la dignidad de la que les ha expoliado el imperialismo occidental. Si practican la comparacin de las diferencias, es para enderezar los entuertos de su propia civilizacin, para desarmar la voluntad de poder de la sociedad que les ha visto nacer y para sanar a la filosofa de su propensin a traducir siempre al otro a la propia lengua. Si exaltan la multiplicidad de las razones concretas, es para situar aquella de la que proceden en un contexto ms amplio y de ms modestia. Xenfilos, adoptan la causa de los humildes y de los desheredados, decretan la muerte del Hombre en nombre del hombre diferente, y unos mviles rigurosamente contrarios a los que estigmatizaba Benda en La trahison des clercs, les incitan a pronunciar, a su vez, la decadencia de los valores universales.
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continua elevacin del nivel de vida,73 estos argumentos estadsticos tradicionalmente invocados para justificar la obra colonial perdian su poder de intimidacin al mismo tiempo que se hacan aicos los tpicos sobre la psicologa del indgena. Costumbres despreciadas en virtud de una concepcin simplificadora del progreso recuperaban su legitimidad perdida; ocultado o descalificado por la marcha forzada que Occidente se haba credo con derecho a imponer a la historia, todo un pasado sala de la sombra; millones de hombres arrancados de sus dioses, de su tierra, de sus costumbres, de su vida, de la vida, de la danza, de la sabidura74 volvan a entrar en posesin de s mismos: ya no eran salvajes o brbaros en espera de la salvacin sino depositarios de una tradicin venerable. Bajo la gida de la filosofa de la descolonizacin, el concepto de cultura que haba sido el emblema del Occidente imperialista, se volva contra l y calificaba precisamente a las sociedades sobre las cuales se ejerca la tutela. El tema de la identidad cultural permita, por tanto, a los colonizadores desprenderse del mimetismo, sustituir la degradante parodia del invasor por la afirmacin de su diferencia, y transformar en motivo de orgullo las maneras de ser con las que pretendan avergonzarles. Esa misma idea, no obstante, les desprovea de cualquier poder frente a su propia comunidad. Ya no podan pretender situarse al margen, al amparo de sus imperativos, a distancia de sus costumbres, ya que al sacarse de encima el yugo de la colonizacin haban querido librarse precisamente de esa desdicha. Para ellos, acceder a la independencia significaba, en primer lugar, recuperar su cultura. Es lgico que la mayora de los Estados nacidos bajo tales auspicios se fijaran como objetivo concretar tales recuperaciones. Es decir, unir slidamente los individuos a lo colectivo. Cimentar la unidad de la nacin. Garantizar fuertemente la integridad y la cohesin del cuerpo social. Velar para que, bajo el nombre de cultura, ninguna crtica intempestiva acudiera a turbar el culto a los prejuicios seculares. En suma, asegurar el triunfo definitivo del espritu gregario sobre las restantes manifestaciones del espritu. Como muestra Hl Bji en Dsenchantement national -un libro admirable e ignorado-, la misma fuerza de resistencia que representaba la identidad cultural bajo el reino de los colonos, se reconvierte, a partir de su marcha, en instrumento de dominacin. Mientras se trata de defenderme de la presencia fsica del invasor, la fuerza de mi identidad me deslumbra y me tranquiliza. Pero tan pronto como dicho invasor ha sido sustituido por esa misma identidad, o, mejor dicho, mi propia efigie (nacional) colocada en el eje de la autoridad, rodandome con su mirada, ya no debera tener lgicamente el derecho de contestarla.75 Nadie se rebela contra s mismo: la independencia encierra a sus beneficiarios en una unanimidad forzosa que sucede sin transicin a la autoridad
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Aim Csaire, Discours sur le colonialisme, Prsence africaine, 1955, pp. 19-20. Aim Csaire, Discours sur le colonialisme, Prsence africaine, 1955, pp. 20. Hl Bji, Dsenchantement national, La Dcouverte, 1982, p. 118.
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extranjera. Devueltos a s mismos, los antiguos colonizados se descubren cautivos de su pertenencia, pasmados en la identidad colectiva que les haba liberado de la tirana y de los valores europeos. Apenas han dicho: Hemos ganado, pierden ya el derecho a expresarse de manera distinta a la de la primera persona del plural. Nosotros: era el pronombre de la autenticidad recuperada, ahora es el de la homogeneidad obligatoria; era el espacio caluroso de la fraternidad combatiente, es el glacis en que la vida pblica se marchita y se estanca; era el nacimiento a s misma de una comunidad, es la desaparicin de cualquier intervalo y, por tanto, de cualquier posibilidad de confrontacin entre sus miembros; era un grito de revuelta, es el soliloquio del poder. No haba sitio para el sujeto colectivo en la lgica colonial: no existe en la lgica de la identidad, lugar para el individuo. El gobierno de partido nico es la traduccin poltica ms adecuada del concepto de identidad cultural. El hecho de que la independencia de las antiguas colonias no haya arrastrado en su surco el desarrollo del derecho sino la uniformacin de las conciencias, la hinchazn de un aparato y de un partido, se debe a los mismos valores de la lucha anticolonial, y no a su traicin por la burguesa autctona o a su confiscacin en favor de las potencias europeas. El paso del calor revolucionario al fro burocrtico se ha producido por s mismo, sin la intervencin de un tercero malvolo, y el desencanto nacional, tan lcidamente descrito por Hl Bji, es imputable en primer lugar a la idea de nacin que ha prevalecido en el combate emprendido contra la poltica imperialista de Occidente. Para convencerse de ello, basta con releer Les damns de la terre. En ese libro escrito en pleno fervor insurreccional. Frantz Fanon sita el individualismo en la primera fila de los valores enemigos: El intelectual colonizado haba aprendido de sus sueos que el individuo deba afirmarse. La burguesa colonialista haba metido a martillazos en el espritu del colonizado la idea de una sociedad de individuos en la que cada cual se encierra en su subjetividad, en la que la riqueza es la del pensamiento. Ahora bien, el colonizado que tenga ocasin de sumergirse en su pueblo durante la lucha de liberacin descubrir la falsedad de esta reora.76 Disociados por su opresor, atomizados, condenados al egosmo del cada cual a lo suyo, los colonizados experimentan al combatir el xta sis de la indiferenciacin. El mundo ilusorio y enfermizo de la dispersin de las voluntades cede el sitio a la unidad total. En lugar de tender obstinadamente hacia la auto-afirmacin, o de cultivar estrilmente sus particularidades, los hombres se inmergen en la marea popular.77 Al abdicar de cualquier pensamiento propio, regresan al seno de su comunidad. La pseudorealidad individual es abolida: cada cual se siente semejante a los dems, portador de la misma identidad. El cuerpo
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Frantz Fanon, Les damns de la terre, Maspero, 1961, p, 33. Frantz Fanon, Les damns de la terre, op. cit., p. 35.
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mstico de la nacin absorbe las almas: por qu tendra que devolverlas, una vez proclamada la soberana? A travs de qu milagro el individuo, percibido a todo lo largo de la lucha de liberacin como una patologa del ser, tendra que volver a ser un principio positivo, despus de la victoria? Cmo la totalidad orgnica, la unidad indivisa celebrada durante el combate, podra transformarse, abandonadas las armas, en asociacin de personas autnomas? Una nacin cuyo vocacin primera consiste en aniquilar la individualidad de sus ciudadanos no puede desembocar en un Estado de derecho. Frantz Fanon se especializa, y con qu vehemencia, en repudiar a Europa. En realidad, toma partido en el debate entre las dos ideas de nacin que han dividido la conciencia europea a partir de la Revolucin francesa. En efecto, opone el Volk, el genio nacional, a la sociedad de individuos, pretende sustituir la colonizacin con la afirmacin desenfrenada de la originalidad vista como absolutoo.78 Por mucho que vomite en plena cara79 de la cultura del opresor y verifique alegremente que, cada vez que se trata de valores occidentales, el colonizado saca su machete o por lo menos se asegura de que lo tiene al alcance de la mano80 su libro se apunta expresamente en el linaje del nacionalismo europeo. Y la mayora de los movimientos de liberacin nacional han seguido el mismo camino: con Fanon como profeta, han elegido la teora tnica de la nacin a expensas de la teora electiva, han preferido la identidad cultural -traduccin moderna del Volksgeist- al plebiscito cotidiano o a la idea de asociacin secular. Los movimientos de liberacin han secretado unos regmenes de opresin con una regularidad sin excepciones precisamente porque, a ejemplo del romanticismo poltico, han fundado las relaciones interhumanas en el modelo mstico de la fusin, y no en el -jurdico- del contrato, y han concebido la libertad como un atributo colectivo, nunca como una propiedad individual. Es cierto que en su nacimiento la mayora de los nuevos Estados combinaban el deseo de restauracin con la ambicin revolucionaria. Agresivamente nacionalistas, formaban al mismo tiempo la nueva internacional de los explotados. Al moverse a la vez en dos planos, el del etnologismo y el de la lucha de clases, reivindicaban al mismo tiempo el ttulo de naciones diferentes y el de naciones proletarias. Y a la vez que aspiraban a recuperar sus races, queran acelerar el nacimiento del hombre nuevo. Por una parte combatan el universalismo en nombre de la diversidad de las culturas; por otra, lo recuperaban para s en nombre de la revolucin. Por decirlo con otras palabras, los Estados postcoloniales reconciliaban, sin saberlo, a Marx con Joseph de Maistre. De acuerdo con ste, decian: El Hombre no existe, no hay ningn paradigma cultural comn a la humanidad; slo tienen realidad (y un valor) las diversas
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Ibid, p. 29. Ibid., p. 31. Frantz Fanon, Les damns de la terre, op. cit., p. 31.
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tradiciones naconales. Pero, de acuerdo con el primero, afirmaban igualmente: El Hombre no existe todava, y corresponde a los condenados de la tierra realizar su advenimiento. El propio Marx se habra ofuscado sin duda con esas nupcias contra natura con el nacionalismo. Para el autor del Manifiesto comunista, la sentencia estaba dictada: los proletarios no tenan patria. La nacionalidad del trabajador -escriba por ejemplo- no es francesa, inglesa, alemana, es el trabajo, la libre esclavitud, el trfico de s mismo. Su gobierno no es francs ni ingls ni alemn, es el capital. El aire que respira no es el aire francs ni el ingls ni el alemn, es el aire de las fbricas.81 A los herederos de las Luces, que crean poder organizar las naciones sobre la base del contrato, Marx les replicaba que toda sociedad estaba de hecho regida por el conflicto entre la burguesa y la clase obrera. A los romnticos deseosos de resucitar el genio nacional, les contestaba que la burguesa, en su cinismo sin lmites, haba disuelto los antiguos vnculos, roto las lealtades tradicionales, aniquilado el carcter exclusivo de las diversas naciones. En lugar del contrato social, la divisin en clases; en lugar de los particularismos, el mercado mundial y la interdependencia universal. Estuviera definida por la comunidad de cultura o por la voluntad de los individuos, la nacin era para Marx una forma condenada, y su estilo segua vibrando con un autntico fervor lrico cada vez que evocaba la unificacin del mundo y la desaparicin del espritu pueblerino. Al haber quedado sistemticamente invalidado dicho pronstico durante la segunda mitad del siglo XIX europeo, los sucesores de Marx se vieron obligados a volver a la cuestin nacional. Despus de largos debates entre austromarxistas, bundistas, bolcheviques y luxemburguistas, acab por vencer la definicin dada en 1913 por Jos Stalin: La nacin es una comunidad humana, estable, histricamente constituida, nacida sobre la base de una comunidad de lengua, de territorio, de vida econmica y de formacin psiquica que se traduce en una comunidad de cultura.82 Las naciones son testarudas: Stalin se inclina ante la persistencia de este fenmeno histrico. Pero su conversin doctrinal no llega hasta el reniego. Nacin por nacin, elige el mal menor, y en contra de la teora electiva acoge en el interior del pensamiento revolucionario la concepcin tnica. Aunque en ltimo trmino puede admitir, al lado del determinismo econmico, el condicionamiento de los hombres por la lengua, por el territorio, por la cultura, para l es totalmente inaceptable que la pertenencia nacional aparezca como fruto de una adhesin racional o de libre consentimiento. En efecto, esta teora est en flagrante contradiccin con el principio fundamental del materialismo histrico: No
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Marx, K. A propos du Systme national de l'conomie poltque de Friedich List, en Oeuvres III, Gallimard, coll. La Pliade, 1982, p. 1.435. 82 Stalin, Le communisme et la Russie, Denol, coll. Mdiations, 1968, p. 85. .
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es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia83 Celebrado en la aurora de la Revolucin rusa y reactualizado con motivo de la lucha anticolonial con el acceso al rango de culturas de pueblos situados fuera del rea europea de civilizacin, el matrimonio del marxismo con el romanticismo poltico est actualmente a punto de romperse. Habiendo demostrado el imperialismo sovitico una voracidad por lo menos igual a la del imperialismo occidental, los Estados del Tercer Mundo y los movimientos de liberacin nacional que siguen en activo rechazan cada vez con mayor frecuencia la ideologa socialista en beneficio exclusivo del Volksgeist. La identidad cultural se ha convertido en su nica justificacin: el fundamentalismo barre la fraseologa progresista y la invocacin de la colectividad prescinde a partir de ahora de cualquier referencia a la revolucin del proletariado internacional. As pues, el comunismo conoce una decadencia que parece inexorable: slo que lo que muere con l no es el pensamiento totalitario, sino la idea de un mundo comn a todos los hombres. Es cierto que Marx ha sido vencido, pero por Joseph de Maistre. As que no hay que asombrarse si, como ha escrito Octavio Paz, en lo que se denomina el Tercer Mundo, bajo diferentes nombres y atributos reina un Calgula con mil rostros.84 Entre los dos modelos europeos de nacin, el Tercer Mundo ha elegido masivamente el peor. Y ello con la bendicin activa de los intelectuales occidentales. Precisamente para concretar en reconocimiento efectivo el respeto proclamado por la persona humana la etnologa y con ella el conjunto de las ciencias sociales han emprendido la crtica del espritu de las Luces. Precisamente para curar a los grandes principios humanistas de su formalismo, de su abstraccin, de su impotencia las oficinas de la American Anthropological Association someta a las Naciones Unidas, a partir de 1947, un proyecto de Declaracin de los derechos del hombre cuyo primer artculo estaba redactado de la siguiente manera: El Individuo realiza su personalidad mediante la cultura: por consiguiente, el respeto de las diferencias individuales supone el respeto de las diferencias culturales.85 El impulso era generoso, pero tan torpe como el del oso que aplasta la cara del jardinero para espantar la mosca que le importunaba mientras dorma. En efecto, en el mismo momento en que se devuelve al otro hombre su cultura, se le quita su libertad: su nombre propio desaparece en nombre de su comunidad, ya no es ms que una muestra, el representante intercambiable de una clase especial de seres. So capa de acogerle incondicionalmente, se le niega todo margen de maniobra, toda escapatoria, se le prohbe la originalidad, se le atrapa insidiosamente en su diferencia; creyendo pasar del hombre abstracto al hombre real, se
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Marx, L'deologie allemande, Oeuvres III, op. cit., p. 1.057. Octavio Paz, Rire et pnitence, Gallimard, 1983, p. 85. Citado en Pascal Bruckner, Le sanglot de l'homme blanc, Seuil, 1983, p. 194
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suprime, entre la persona y la colectividad de la que ha salido, el juego que dejaba subsistir y que incluso se esforzaba en consolidar la antropologa de las Luces; por altruismo, se convierte al Otro en un bloque homogneo y a los otros en su realidad individual se les inmola por esta entidad. Semejante xenofilia conduce a privar a las antiguas posesiones de Europa de la experiencia democrtica europea.
RAZA Y CULTURA
La identidad cultural tiene dos bestias negras: el individualismo y el cosmopolitismo. Escuchemos una vez ms a Frantz Fanon: La debilidad clsica, casi congnita de la conciencia nacional de los pases subdesarrollados, no es nicamente la consecuencia de la mutilacin del hombre colonizado por el rgimen colonial. Tambin es el resultado de la pereza de la burguesa nacional, de su indigencia, de la formacin profundamente cosmopolita de su espiritu86 As pues, nada se ha ventilado con la independencia: a la amenaza de la disgregacin interna se suma la de un retomo subrepticio del extranjero, y el Estado nacional, recin salido del limbo, debe luchar constantemente en dos frentes: necesita asegurar la fusin de las voluntades particulares mediante una censura vigilante, y librar de toda adulteracin a la colectividad especfica cuya carga soporta. Todo lo que es extranjero, todo lo que se ha introducido sin razn profunda en la vida de un pueblo, se convierte para l en causa de enfermedad y debe ser extirpado si quiere seguir sano87 decan ya los romnticos alemanes; de la misma manera, la identidad cultural sustituye la arrogancia colonial debida al miedo a la mezcla, por la obsesin de la pureza y la mana de la contaminacin. Respaldado por la universalidad de su civilizacin, situado por sus propios esfuerzos en el centro de la historia, el hombre blanco despreciaba a los pueblos arcaicos, vegetando en su particularismo. Deslumbrado por su particularidad reconquistada, el nacionalista del Tercer Mundo lo defiende de la corrupcin exterior: el extranjero es recusado porque es otro, no porque est atrasado. Para decirlo crudamente: un racismo basado en la diferencia expulsa el racismo inigualitario de los antiguos colonos. La palabra racismo, en efecto, es engaosa: rene bajo una sola etiqueta dos comportamientos cuya gnesis, lgica y motivaciones son completamente diferentes. El primero sita en una misma escala de valores el conjunto de las naciones que pueblan la tierra; el segundo
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Frantz Fanon, Les damns de la terre, op. cit., p. 109. (Subrayado por m.) Joseph Gorres, citado en Jacques Droz, Le romantisme politique en Allemagne, Armand Colin, 1963, p. 149.
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proclama la inconmesurabilidad de las maneras de ser; el primero jerarquiza las mentalidades, el segundo pulveriza la unidad del gnero humano; el primero convierte cualquier diferencia en inferioridad, el segundo afirma el carcter absoluto, insuperable, incontrovertible de las diferencias; el primero clasifica, el segundo separa; para el primero, no se puede ser persa, a los ojos del segundo, no se puede ser hombre, pues entre el persa y el europeo no existe una comn medida humana; el primero declara que la civilizacin es una, el segundo que las etnias son mltiples e incomparables. Si el colonialismo es la culminacin del primero, el segundo culmina en el hitlerismo.88 Ahora vemos con mayor claridad el vicio fundamental de la filosofa de la descolonizacin: ha confundido dos fenmenos histricos diferentes; ha hecho del nazismo una variante para uso interno del racismo occidental y slo ha percibido en ese episodio la aplicacin a Europa de los procedimientos colonialistas que slo recibian hasta ahora los rabes de Argelia, los coolies de la India y los negros de Africa.89 Resultado: ha combatido los errores del etnocentrismo con las armas del Volksgeist, ha defendido ciegamente a Frantz Fanon diciendo: La verdad es lo que protege a los indgenas y pierde a los extranjeros [...] y el bien es pura y simplemente lo que les hace dao90, sin darse cuenta de que, al expresarse de ese modo, el autor de Les damns de la terre repeta casi textualmente los ataques de Barrs contra la justicia en s o la verdad absoluta. La verdad es lo que satisface las necesidades de nuestra alma, se lee por ejemplo en Les dracins. Y en Mes cahiers: Hay que ensear la verdad francesa, es decir, la que es ms util a la nacin.91 No cabe duda de que el concepto de raza ha sido destruido por los trabajos convergentes de las ciencias sociales y de las ciencias naturales. Atreverse, en nuestros das, a sustentar en la naturaleza las diferencias entre las colectividades humanas, significa excluirse inmediatamente del saber. Los descubrimientos (irrefutables) de los bilogos y de los etnlogos nos impiden pensar que el gnero humano est dividido en grupos tnicos claramente delimitados, provistos cada uno de ellos de su propia mentalidad transmisible por herencia. Entre lo innato y lo adquirido, hemos aprendido a tomar en consideracin los hechos y hemos dejado de inscribir en el patrimonio gentico lo que en realidad procede de la historia y de la tradicin. Signo decisivo de un avance a un tiempo intelectual y moral, discernirnos el carcter relativo y transitorio de ciertas caractersticas que antes se incluan entre los datos eternos de la
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Sobre los dos racismos, ver, adems del artculo inaugural de Jeanne Hersh Sur la notion de race (Diogne, no 59, 1967), Pierre-Andr Taguieff, La noracisme diffrentialiste, Langage et socit, no. 34 diciembre 1985, y Arthur Kriegel, La race perdue, P.U.F. 1983. 89 Aim, Csaire, Discours sur le colonialisme, op. cit., p. 12 90 Fanon, Les damns de la terre, op. cit., p. 35. 91 Citado en Zeev SternhelIl, Maurice Barrs el le nationalisme francais, Complexe, Bruselas, 1985, p. 268.
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humanidad. En suma, ya no nos engaan: el argumento biolgico carece ahora de pertinencia; sabemos que todo, desde los rituales religiosos hasta las tcnicas industriales, desde el alimento hasta la manera de vestirse, desde la literatura hasta el deporte en equipo, todo, es cultural. Pero los inventores del genio nacional tambin lo saban. Ellos fueron los primeros en oponer la variedad irreductible de las culturas a la idea de una naturaleza humana y en convertir el mundo inmutable de los filsofos en un paisaje tornasolado compuesto de la yuxtaposicin de las entidades colectivas. La teora racial lleg despus y, por aadidura, no hizo ms que naturalizar este rechazo de la naturaleza humana, y, ms generalmente, de todo lo que podra trascender la diversidad de los hbitos. Las particularidades de cada pueblo han sido grabadas en los genes, los espritus nacionales se han convertido en unas cuasiespecies dotadas de un carcter hereditario, permanente e indeleble. Esta teora se ha hundido. Pero dnde est el progreso? Al igual que los antiguos voceros de la raza, los actuales fanticos de la identidad cultural depositan a los individuos en su mbito cultural. Al igual que ellos, llevan las diferencias al absoluto, y destruyen, en nombre de la multiplicidad de las causalidades particulares, cualquier comunidad de naturaleza o de cultura entre los hombres. A Renan, que afirmaba: El hombre no pertenece a su lengua, ni a su raza; se pertenece slo a s mismo pues es un ser libre, o sea un ser moral, Barrs le daba la siguiente respuesta: Lo moral es no querer uno liberarse de su raza.92 Alguien cree que basta, para refutar a Barrs, retraducir su delirio biolgico en trminos de diferencia cultural, y proclamar: lo moral es no querer uno liberarse de su cultura, y oponerse a cualquier precio a la infiltracin del extranjero? De proceder as, se perpeta, por el contrario, el culto del alma colectiva aparecido con la idea de Volksgeist, y del que el discurso racial ha sido una versin paroxstica y provisional. Con la sustitucin del argumento biolgico por el argumento culturalista, el racismo no ha sido eliminado: ha regresado simplemente a la casilla de salida.
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las relaciones entre raza y cultura. Con ayuda de los ms recientes trabajos de la gentica de las poblaciones, da a ese problema una solucin rigurosamente inversa a la que haban aportado los sabios europeos del siglo XIX y de la primera mitad del XX: Las formas de cultura que adoptan aqu y all los hombres, sus maneras de vivir tal como han prevalecido en el pasado o signen prevaleciendo en el presente, son lo que determina en muy amplia medida el ritmo de su evolucin biolgica y de su orientacin. Lejos de que debamos preguntarnos si la cultura es o no funcin de la raza, descubrimos que la raza -o lo que se da a entender generalmente con ese trmino- es una funcin entre otras de la cultura.93 Pese a esta inversin, la asercin provoca escndalo. Lvi-Strauss sorprende a su auditorio. El que, con Race et histoire, haba redactado, en cierto modo, la segunda acta constitutiva de la Unesco, es acusado ahora de hereja. Su crimen: haber devuelto al concepto de raza una legitimidad parcial. Significaba introducir de nuevo al lobo en el corral. 94 Podemos sonrer ante el celo de una institucin que lleva el rechazo del pensamiento racista hasta el punto de rechazar a priori cualquier reflexin en trminos de raza, y que despus de haber llamado a la ciencia en su auxilio, excomulga la parte de la produccin cientfica rebelde a su catecismo. Pero, en este caso, la irona no basta. En efecto, en cuanto la palabra raza pasa a ser tab en la Unesco, el modo de pensamiento tipolgico y el fetichismo de la diferencia se reconstituyen al amparo del irreprochable concepto de cultura. En las resoluciones actuales de la Organizacin, se dice que los seres humanos extraen toda su sustancia de la comunidad a la que pertenecen; que la identidad personal de los individuos se confunde con su identidad colectiva95; que todo en ellos -creencias, valores, inteligencias o sentimientos- procede de un complejo de clima, de gnero de vida, de lengua, que se denominaba antes Volksgeist y que hoy se llama cultura; que lo importante es la integridad del grupo y no la autonoma de las personas, que el objetivo de la educacin no es dar a cada cual los medios para efectuar una seleccin entre la enorme masa de creencias, de opiniones, de rutinas y de tpicos que componen su herencia, sino muy al contrario sumergirle en ese ocano, hundirle en l de cabeza: Lejos de permanecer en dos mbitos paralelos, cultura y educacin se interpretan y deben desarrollarse en simbiosis, ya que la cultura irriga y alimenta la educacin, que se manifiesta el medio por excelencia de transmitir la cultura, y, de paso, de promover y reforzar la identidad cultural.96
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Lvi-Strauss, Race et culture, en Le regard loign, Plon, 1983, p.36. Lvi-Strauss, Le regard loign, op. cit., p. 15. 95 Pues la identidad cultural es el ncleo viviente de la personalidad individual y colectiva; es el principio vital que inspira las decisiones, los comportamientos, los actos percibidos como ms autnticos (Conferencia de Mxico sobre las polticas culturales, Unesco, 1982, p.20). 96 Conferencia de Mxico sobre las polticas culturales, Unesco, 1982, p.7.
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Extrayendo del episodio nazi la leccin de que exista un vnculo entre la barbarie y ausencia de pensamiento, los fundadores de la Unesco haban querido crear, a escala mundial, un instrumento para transmitir la cultura a la mayora de los hombres. Sus sucesores han recurrido al mismo vocabulario, pero le atribuyen una significacin completamente distinta. Siguen invocando con nfasis la cultura y la educacin, pero sustituyen la cultura como tarea (como Bildung) por la cultura como origen, e invierten la trayectoria de la educacin: all donde estaba el Yo, debe entrar el Nosotros; en lugar de cultivarse (y salir as de su pequeo mundo), el individuo tiene ahora que recuperar su cultura, entendida como el conjunto de conocimientos y de valores que no constituye el objeto de ninguna enseanza especfica y que, sin embargo, todo miembro de una comunidad conoce.97 Exactamente lo mismo que el pensamiento de las Luces denomina la incultura o el prejuicio. As pues, Lichtemberg daba muestras de una lucidez premonitoria cuando escriba, hace ya doscientos aos: Hoy se intenta por todas partes extender el saber, quin sabe si dentro de unos siglos no existirn universidades para restablecer la antigua ignorancia? Precisamente bajo esa misma perspectiva, con motivo de la vigsima sesin de la Conferencia General de la Unesco, se adopt por aclamacin una Declaracin sobre la contribucin de los rganos de informacin a la consolidacin de la paz y de la comprensin internacional, a la promocin de los derechos del hombre y a la lucha contra el racismo, el apartheid y la incitacin a la guerra. Se trataba de fundar un Nuevo Orden mundial de la informacin y de la comunicacin, contrarrestando el poder de las cuatro grandes agencias de prensa occidentales -U.P.I., Associated Press, Reuter y A.F.P.- mediante el desarrollo y la valoracin de las agencias y de los media del Tercer Mundo. El establecimiento de un nuevo equilibrio y de una mejor reciprocidad en la informacin deba permitir que se dejaran or las voces de los pueblos oprimidos (artculo 11), las opiniones y las aspiraciones de la joven generacin (artculo IV), los puntos de vista presentados por los que pudieran considerar que la informacin publicada o difundida ha perjudicado gravemente la accin que despliegan en vistas a reforzar la paz y la comprensin internacionales y a promover los derechos del hombre, a luchar contra el racismo, el apartheid y la incitacin a la guerra (artculo V). As pues, se les reprochaba a las pocas agencias que poseen actualmente el monopolio de la informacin libre que sofocaran la libertad mediante dicho monopolio y que impusieran un sentido nico la comunicacin entre los hombres. Pues para los autores del proyecto N.O.M.I.C., un periodista occidental es un occidental antes de ser un individuo. Su procedencia modela sus opiniones. Por ms que quiera vaciarse y abrirse sin apriorismos al mundo exterior, su mirada est
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lbd., p. 4.
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orientada, su cultura jams se aleja de l: le acompaa por doquier que vaya. Al creer interpretar, estudiar o incluso simplemente describir los acontecimientos que se desarrollan en otra sociedad, no hace ms que reflejar las prevenciones de la suya. Por muy libre que se crea, y muy objetivo que se pretenda, sigue condicionado por los valores singulares de su universo mental. Cuando el periodista no sirve directamente los intereses de Occidente, obedece los impulsos y las directivas de su identidad cultural. En suma, en el peor de los casos es un agente, en el mejor un sntoma, en todos los casos, un emisario. Para defender la libertad de la informacin, habra, pues, que impedirle que hiciera dao, y eso de dos maneras: situando a los pueblos al amparo de su propaganda, y oponiendo a la voz de Occidente las voces del resto del mundo con el encargo de enunciar fielmente las aspiraciones de su cultura, o sea, dicho en plata, abdicar de cualquier iniciativa y originalidad personal. Proyecto N.O.M.I.C. o poltica educativa, es en el mismo trmino de cultura donde el control social y la desconfianza con respecto al extranjero hallan su justificacin. Ni visto ni odo, bajo la bandera inmutable de una palabra indiscutible, la Unesco propaga ahora los valores que su mandato original le prescriba combatir. Y cuanto ms se parece el antirracismo de hoy al racismo de ayer, ms se convierte en sacrlega la misma palabra raza. Lo que explica que despus de haber inspirado la gran conversin de la cultura en identidad cultural. LviStrauss haya podido provocar la indignacin, sin que ello signifique cambiar sustancialmente de discurso. Pero el escndalo ocasionado por la conferencia de Lvi-Strauss procede igualmente de su rechazo a alinear bajo la rbrica de racismo la actitud de individuos o de grupos a quienes la fidelidad a determinados valores les vuelve parcial o totalmente insensibles a otros valores.98 Esta prudente rehabilitacin de determinadas formas de intolerancia fue juzgada simple y llanamente intolerable por los miembros de una organizacin entregada desde su nacimiento a favorecer la concordia y la fraternidad entre los pueblos. Pues si anteriormente el brbaro apostolado de los particularismos nacionales99 se traduca en discursos odiosos y celebracin sin disimulos de la vida guerrera, las declaraciones presentes de la Unesco son decididamente idlicas. Slo se habla de paz, de comprensin, de amor. Ninguna inconsecuencia, sin embargo, puede ser reprochada a LviStrauss. No se ve por qu arte de magia unos hombres hundidos en sus respectivas culturas tendran que sentirse arrebatados por una pasin espontnea hacia los gneros de vida o las formas de pensamiento alejadas de su tradicin. Si, por otra parte, la riqueza de la humanidad reside exclusivamente en la multiplicidad de sus modos de existencia, si el honor de haber creado los valores estticos y espirituales que
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Lvi-Strauss, Le regard loign, op, cit . p. 15. Julien Benda, La fin de l'ternel, Gallimard, 1977, p. 82.
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confieren su valor a la vida reaparece, como ha escrito Lvi-Strauss y como dicen con otras palabras las grandes profesiones de fe de la Unesco, en tal caso la mutua hostilidad de las culturas no slo es normal sino indispensable. Representa el precio a pagar para que los sistemas de valores de cada familia espiritual o de cada comunidad se conserven y encuentren en sus propios fondos los recursos necesarios para su renovacin.100 Pero Lvi-Strauss ha cometido el error de llamar a las cosas por su nombre y de acompaar su concepcin de la cultura con un moderado elogio de la xenofobia. La Unesco, y con ella la filosofa de la descolonizacin en su conjunto, ha preferido no llegar hasta el final de su propia lgica: as pues, el espritu belicista desemboca invariablemente en una exhortacin lacrimosa y declamatoria en pro del acuerdo universal; se invoca el dilogo en nombre de una religin de la diferencia que lo excluye absolutamente; la aniquilacin del individuo recibe el nombre de libertad; y el vocablo cultura sirve como estandarte humanista de la divisin de la humanidad en entidades colectivas, insuperables e irreductibles.
TERCERA PARTE
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Rober Jaulin, citado en Alain de Benoist, "Le totalitarisme raciste, en Elments, n.e 33. febrero-marzo 1980, p. 15.
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Antes que denunciar la impostura de este tercermundismo vuelto del revs y la hipocresa de este racismo sin raza, recprdemos que los mismos etnlogos han extrado del romanticismo poltico su concepto de cultura y que es muy posible conformar la identidad personal a la identidad colectiva o encarcelar a los individuos en su grupo de origen, sin necesidad de invocar las leyes de la herencia. Para los adalides del querer-vivir europeo, el derecho a la diferencia no es un argumento oportunista. Al proclamar igual la dignidad de todas las culturas, no se apropian con fines propagandsticos de las grandes palabras de sus adversarios, se limitan a recuperar su patrimonio. Y si existe estafa, slo reside en el epteto con que han motejado su doctrina, pues, en lo que se refiere a hacer funcionar la diferencia, la nueva derecha tiene sobre la izquierda antiimperialista el privilegio de la antigedad. Y despus de un purgatorio de cuarenta aos, est a punto de convertir a sus opiniones a la derecha tradicional. Cuando, con el final del pleno empleo, la inmigracin de mano de obra descalificada y sufrida deja de ser una ganga para convertirse en un problema, la mstica del Volksgeist recupera su perdida vivacidad, atrae en primer lugar a los antiguos adversarios de la descolonizacin (que descubren y defienden la especificidad de Occidente despus de haber vanagloriado su poder asimilador), se difunde en los medios polticos respetables, y en ocasiones llega incluso a incidir en los actos de gobierno.103 As pues, Herder est presente por doquier. Ahora que han desaparecido los tabes de la posguerra, triunfa por completo: l es quien inspira a un tiempo la glorificacin del egosmo sagrado y su denuncia ms vehemente, la crispacin del yo colectivo y la forma que adopta el respeto al extranjero, la agresividad de los xenfobos y la bondad de los
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Ejemplo francs: el reciente intento (1986) de reforma del cdigo de nacionalidad. Aparentemente, el espritu del proyecto era voluntarista, y no diferencialista: en caso de que la ley hubiera sido aprobada, para convertirse en franceses, los nios nacidos en Francia de padres extranjeros habran tenido que formular expresamente la peticin entre los diecisis y los veintitrs aos. Pero no podian accceder a la nacionalidad francesa los jvenes condenados a una pena superior a los seis meses de crcel o a una pena cualquiera por delitos tales como agresiones y lesiones voluntarias, robo, o uso y trfico de drogas. Esos indeseables se encontraban recluidos para siempre en su doble naturaleza de delincuente y extranjero. El que ostensiblemente quisieran nacionalizarse franceses no contaba nada frente al objetivo que orientaba todos los impulsos de su espritu pues, al ser infecto, no poda ser francs. Expulsados de la comunidad de los hombres libres, estaban dotados, quisieran o no, de un pasaporte magreb, tcito equivalente del pasaporte amarillo. So pretexto de no fabricar franceses involuntarios, el proyecto reintroduca de matute un esquema esencialista, irreductible a cualquier filosofia de la voluntad. La teora electiva de la nacin serva de tapadera a un dispositivo jurdico cuya finalidad profunda era, por el contrario, depurar la comunidad nacional, o sea -antiguo fantasma del nacionalismo tnico- liberarla del Mal frenando la infiltracin de extranjeros. Por razones polticas que no me corresponde analizar aqu, esta reforma no ha salido adelante. Pero lo que importa en el marco de este ensayo es que haya podido aparecer -bien situada- en el programa de un gobierno.
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xenfilos, la invitacin friolera al repliegue y el hermoso riesgo de la apertura a los dems. A los que manifiestan sin la menor vergenza que el genio de Europa est amenazado de aniquilacin por todos los desarraigados del Tercer Mundo y que el nico medio de garantizar el desarrollo armonioso de las comunidades humanas signe siendo el de compartimentarlas, los partidarios de la hospitalidad les replican con indignacin: Al ser igualmente vlidas todas las formas culturales, nosotros los franceses, nosotros los europeos no tenemos derecho a preferirnos. Nos est prohibido erigir nuestro cdigo de conducta al rango de norma general. La conciencia de nuestra particularidad, que nos desenga ayer de nuestra pretensin de dominar el mundo, legitima actualmente, en el nuevo contexto creado por la inmigracin, la transformacin de nuestro universo familiar en sociedad pluricultural. Pluricultural: palabra clave de la batalla emprendida contra la defensa de la integridad tnica; concepto fundamental que opone a la monotona de un paisaje homogneo el sabor y las virtudes de la diversidad. Pero cuidado. Por ms acusadas que sean las divergencias y tensas las relaciones, los dos campos profesan el mismo relativismo. Los credos se oponen, pero no las visiones del mundo: unos y otros perciben las culturas como totalidades englobantes y dan la ltima palabra a su multiplicidad. En contra de la verdad francesa y de la razn de Estado, los partidarios de Dreyfus apelaban en su tiempo a normas incondicionadas o a valores universales. En nuestros das, mientras resurge la filosofa del antidreyfusismo, sus adversarios -numerosos, decididos, y animados de una furiosa elocuencia- sustentan su combate en el hecho de que todos los gustos estn en la cultura. Ya no quedan dreyfusards. Admitamos, sin embargo, que la identidad de los grupos humanos procede exclusivamente de su cultura, en el sentido que la Unesco da al trmino: El conjunto de conocimientos y de valores que no es objeto de ninguna enseanza especfica y que, sin embargo, todos los miembros de una comunidad conocen. Supongamos que Francia, por ejemplo, sea, como ha escrito Rgis Debray, un recuerdo de infancia, una cantinela, un regusto de espumas y de fuentes, de cascadas y de simas, una manera de tratar con los taxistas, los grifos, los camareros, las miradas de las chicas y el tiempo que pasa.104 Jams esta comunidad de automatismos podr realizar el deseo formulado por el propio Rgis Debray y convertirse en un pas sin Jules, ni Hippolyte, sin Ernest, un pas lleno de Boris y de Ursula, de Djamila y de Rachel, Milan y Julio. 105 Es Hippolyte, y no Djamila, el que, habiendo nacido en la floresta normanda o habiendo pasado todas sus vacaciones de verano en la casa familiar de Dordogne, es francs hasta la mdula y con una espontaneidad inimitable. Son generaciones de Ernest y de Jules las que han dado a
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Debray, La puissance et les rves, Gallimard, 1984, pp. 183-184. Ibid, p. 186.
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Christophe, a Adrien y a Grgoire y no a Milan (Kundera) o a Julio (Cortzar) su guasa caracterstica, su vivacidad traviesa y gruona. Barrs era ms consecuente. Saba que el inconsciente es intratable, que no puede compartirse, intercambiarse, ni comprarse, y justo por ello lo converta en el lugar de la identidad nacional. Cuando deca que se es francs por impregnacin y no por adhesin, era para oponer a los extranjeros una negativa tajante. Hay que elegir, en efecto: no se puede exaltar simultneamente la comunicacin universal y la diferencia en lo que tiene de intransmisible; despus de haber vinculado a los franceses con su pas mediante los lazos exclusivos de la memoria afectiva, no se puede poblar Francia de personas sin acceso a esa memoria y que slo tienen en comn entre s el hecho de ser excluidos. Querer sustentar la hospitalidad en el arraigo encierra una contradiccin insuperable.
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considerara un crimen. Dicha profesin de fe, en efecto, invierte el instinto de grupo segn el cual el gnero humano viene detrs de Europa, que viene detrs de la patria, que viene detrs de la familia.107 Y en opinin de Debray, el hombre puede hacer y decir lo que quiera para liquidar la moral de clan: sus mximas universalistas no son ms que lujosas abstracciones108 a fin de cuentas, en l el aristcrata cosmopolita siempre est atrapado por el campesino, la voz del instinto le devuelve indefectiblemente al redil. Rgis Debray no renuncia por ello al idea de fraternidad. Da la razn a Barrs en contra de las Luces, y, al mismo tiempo, combate decididamente a sus sucesores. Situado en la confluencia imaginaria de dos tradiciones incompatibles: la Francia del terruo y la Francia tierra de asilo, subordina las elecciones ticas de cada cual a sus reflejos tnicos, al mismo tiempo que fustiga el odio al extranjero. A la manera de la Unesco (pero con infinitamente ms estilo), slo despus de haber convertido al hombre en un ser puramente tribal parte a la guerra contra el chovinismo y contra la segregacin. Sin embargo, resultara injusto ampliar esta crtica a todos los partidarios de la sociedad pluricultural. Estos, en su mayora, se niegan a doblegarse ante el poder del inconsciente colectivo. No hay en ellos resignacin ante el tribalismo ni exaltacin lrica del terruo. Por el contrario, para evitar que el hombre se precipite por entero en su cultura, insisten en la necesidad de contrariar a la voz del instinto mediante una pedagoga de la relatividad. El europeo prefiere Europa al resto del mundo, a su patria antes que Europa, y a su familia antes que a su patria espontneamente? Pues educaremos sus reflejos, le ensearemos a vencer sus preferencias naturales. En 1985, el Colegio de Francia entrega al presidente de la Repblica francesa un informe titulado: Propositions pour l'enseignement de l'avenir. El primero de los diez principios que debe suscribir una escuela moderna, segn la ms eminente de las instituciones acadmicas de ese pas, se enuncia en los siguientes trminos: La unidad de la ciencia y la pluralidad de las culturas. Una enseanza armoniosa debe poder conciliar el universalismo inherente al pensamiento cientfico y el relativismo que ensean las ciencias humanas atentas al pluralismo de los modos de vida, los saberes, y las sensibilidades culturales.109 Corresponde a la escuela, y ms exactamente a la enseanza de las ciencias humanas, dominar nuestro primer impulso propenso a la negacin del Otro, consideran los sabios del Colegio de Francia. Por qu las ciencias humanas? Porque, fundadas a partir de la comparacin, demuestran la arbitrariedad de nuestro sistema simblico. Porque a la vez que transmiten nuestros valores denuncian su historicidad. Porque para
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Ibid., p. 453. Ibid., p. 452. Propositions pour l'enseignement de l'avenir, Collge de Prance, 1985, p.4.
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ellas estudiar una obra es recuperar al autor, prenderle de su particularismo, situarle de nuevo en el contexto del que, a primera vista, pareca haberse evadido. Porque, en su perspectiva, la cultura de prestigio no es ms que la expresin fragmentada de un mbito ms vasto que incluye el alimento, el vestido, el trabajo, los juegos, en suma todos los hbitos o aptitudes aprendidas por el hombre en tanto que miembro de una sociedad.110 Y porque al hacer que lo cultural engulla as lo cultivado, matan dos pjaros de un tiro: nos impiden a la vez complacernos en nosotros mismos y conformar el mundo a nuestra imagen y semejanza; nos curan del imperialismo y del tribalismo, de la creencia de que somos los depositarios titulados de lo universal y de la afirmacin agresiva de nuestra especificidad. Por efecto de la enseanza de lo que la identidad europea es, sta ya no constituye una misin ni un motivo de orgullo, sino un sistema de vida y de pensamiento modestamente alineado al mismo nivel que los dems. Y ya tenemos a Goethe remitido al exotismo de la novela china a cuyo nivel -ingenuamente- se crea. Recordemos que, con la lectura de esa alejada obra, Goethe haba tenido la embriagadora sensacin de saltar pocas, de franquear fronteras, de acceder a un mundo situado ms all de la diversidad de las naciones. Lo que haba saboreado en el libro que el azar haba puesto en sus manos era la posibilidad de entrar en contacto con hombres salidos de otras civilizaciones, sin que el descubrimiento de las diferencias agotara el sentido de la comunicacin. Despiadadas, las ciencias humanas disipan esa proximidad ilusoria, interrumpen la conversacin y devuelven a cada uno a su casa: Hermann y Dorotea a la Alemania de 1780, y la novela china a su Oriente natal. Con la desaparicin de la distincin entre obra y documento, se ha hecho desaparecer tambin el sueo goethiano de literatura universal. Paradjico ments, pues, al atribuir a las ciencias humanas la enseanza del relativismo, los sabios del Colegio de Francia persiguen el mismo objetivo que Goethe: persuadir a los hombres de que no existe ningn arte patritico, ninguna ciencia patritica. La finalidad es idntica, la divergencia estriba en la argumentacin. Segn Goethe, el arte y la ciencia pertenecen, como todo lo bueno, al mundo entero111; por una parte, la belleza es como los teoremas: no puede estarse quieta, se desprende de su lugar de origen y se ofrece con generosidad al disfrute de todos y cada uno de nosotros; la ciencia, por otra parte, no es el monopolio de la verdad: lo que diferencia a las grandes novelas de los simples archivos es que no son nicamente materiales para los historiadores, sino tambin formas de investigacin del mundo y de la existencia. Ciento cincuenta aos despus, la Universidad sienta a la novela en los archivos y reserva a los teoremas el privilegio de emanciparse del momento de su aparicin y de la regin donde han sido
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Lvi-Strauss, Entretiens avec Georges Charbonnier, 10/18, 1961. p. 180. Goethe, crits sur l'art, op. cit., p. 50.
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formulados. Ya desde las primeras palabras del informe redactado por el Colegio de Francia, se nos avisa: en la ciencia, y slo en la ciencia, es donde el hombre se eleva por encima de los esquemas perceptivos depositados en l por la colectividad de la que es miembro. En todo el resto -costumbres, instituciones, creencias y producciones intelectuales y artsticas- permanece anclado en su cultura. Disidente o conformista, lrico o burln, forma parte de un todo, es elemento de un sistema, cantor de su comunidad; el orgullo y la violencia nacen con el olvido de esta sujecin inicial. El culpable despiste que la vigilancia de las ciencias humanas debe remediar constantemente se origina cuando un particularismo aspira a la universalidad, una provincia quiere igualarse al mundo, un momento se desmesura pretendiendo dimensiones de eternidad; es decir, cuando una diferencia se toma por un valor absoluto. En suma, no existe un universal concreto al lado del universal abstracto cuyo modelo ofrecen las matemticas, Flaubert no es un explorador de la existencia,112 sino, al igual que Proust o Cervantes, el revelador de una situacin, de un cantn, de una cultura, y la belleza a la que Goethe dotaba del maravilloso poder de traicionar la patria entregndose al mundo entero, es ahora la idea patritica por excelencia que eleva a la calidad de arquetipo una forma episdica y local. Si se quiere terminar con el patriotismo en el arte, es preciso, por tanto, repatriar las obras, devolverlas al grupo (tnico o social) cuya especifidad expresan. Hay que desaprender a clasificar, a privilegiar, a jerarquizar. Hay que esparcir la belleza y la virtud (por lo menos la que no lleva la estampilla de la Recherche113), y disolver as los dos componentes del valor en la abundancia de las sensibilidades culturales. As pues, se ha pedido a la enseanza del futuro que convierta, al igual que Herder, la literatura en folklore, precisamente para extirpar, al igual que Goethe, el chovinismo de la cultura. Remitido al mbito de la diferencia, yo, Ernest, Hippolyte o Jules, ya no me exhibo, ocupo sin desbordar el lugar que me es adjudicado en el mundo. Consciente de que mis opiniones tienen una historia y un territorio, accediendo a travs del saber a la variedad de los patrimonios, me contento con ser lo que soy. Lo que da, al mismo tiempo, a Milan, a Julio, a Djamila, a Boris y a Rachel espacio para existir fuera de m o incluso, cuando la coyuntura lo exige, a mi lado. Los sabios del Colegio de Francia permanecen fieles a la descolonizacin. Al contrario que Rgis Debray, no halagan el nacionalismo francs o el particularismo europeo, lo estigmatizan. Como
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Pido prestada esta expresin a Milan Kundera, L'art du roman, Gallimard, 1986, p. 63. Este trmino se refiere al Centre National de la Recherche Scientifique. equivalente a nuestro Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. (N. del T.)
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l, sin embargo, rompen la continuidad cultural de la humanidad114 con la nica y noble intencin de favorecer el acercamiento entre los hombres.
LA CULTURA DESMIGAJADA
La enseanza del futuro quiere romper con la visin etnocntrica de la humanidad que convierte a Europa en el origen de todos los descubrimientos y de todos los progresos115. Esta voluntad parece inscribirse en la gran tradicin crtica inaugurada en Europa con la llegada de los Tiempos modernos. Todos vivimos constreidos por nosotros mismos, y amontonados, y no vemos ms all de nuestras narices, deca ya Montaigne, que consideraba tarea especfica de la educacin el rectificar esta miopa constitutiva y deshacer, a travs del aprendizaje de la duda, la adhesin espontnea del ser a su entorno natal. Pero las apariencias son a veces engaosas; al proclamar la insuperable pluralidad de las culturas, al excluir la ciencia, y slo a ella, de la ley de la relatividad, el informe del Colegio de Francia repudia el espritu de los Tiempos modernos, bajo la gida de los valores de la duda y la tolerancia de los que han salido. La tolerancia contra el humanismo: as podra resumirse la paradoja de una crtica del etnocentrismo que culmina en centrar a cualquier individuo en su etnia. Hablar de cultura slo en plural, en efecto, significa negar a los hombres de pocas diversas o de civilizaciones alejadas la posibilidad de comunicarse acerca de significaciones pensables y valores que rebasen el permetro de donde han salido. Los Tiempos modernos, lejos de negar esta posibilidad, la haban trasladado de la religin a la cultura. Como escribe justamente Milan Kundera: En los Tiempos modernos, cuando el Dios medieval se convirti en Deus absconditus, la religin cedi el sitio a la cultura, que se convirti en la realizacin de los valores supremos por los que la humanidad europea se comprenda, se defina, se identificaba.116 Con la idea de literatura mundial, el propio Goethe no haca ms que reivindicar para las ms bellas obras humanas el privilegio de universalidad reservado en otra poca a la palabra divina. Dios se eclipsaba, pero no el don, tal vez sobrenatural, de ver al hombre absolutamente semejante al hombre pese la diversidad de las tradiciones histricas que cada cual continan.117 Al mismo tiempo que el Libro de los libros era desprovisto de su mayscula y devuelto a la categora de un
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Pido prestada esta expresin a Leszek Kolakowsk, L'esprit rvolutionaire, Complexe, Bruselas, 1978, p. 79.
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Propositions pour l'enseignement de l'avenir, op. cit., p. 12. Kundera, Un Occident kidnapp, Le Dbat, n.? 27, noviembre 1983, p. 17. Lvinas, Difficile libert, Albin Michel, 1976, p. 232.
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libro ms, la totalidad de la literatura -Biblia incluida- se converta en el espacio donde se operaba la unin entre conciencias extranjeras, donde se inscriba la aptitud del espritu para atravesar la historia sin perderse por completo en ella. La investigacin crtica, las luces de la ciencia y el libre ejercicio del entendimiento profanaban el texto revelado y promocionaban la literatura, que demostraba a su vez la unidad del gnero humano y la derrota de los particularismos. Con la sustitucin de la tradicin por la argumentacin y de la autoridad religiosa por la libertad del espritu se acababan los Tiempos bblicos; mediante la fuerza de desarraigo reconocida a la palabra118 los Tiempos bblicos continuaban. En el siglo de los nacionalismos, Francia -ah estuvo su mrito y su originalidad- neg que el espritu tuviera races. Esta fidelidad a lo universal constitua, hasta hace poco, la admiracin de Gombrowicz. La ofreca como ejemplo a sus compatriotas, quienes, fascinados por la polonidad, se desgaitaban por llegar a ser, tambin ellos, productos lo ms emblemticos posible de su historia colectiva: Un francs que no sabe apreciar para nada lo de fuera de Francia es ms francs o menos francs? En realidad, ser francs consiste precisamente en saber apreciar ms cosas que las estrictamente de Francia.119 Frase admirable y que explica la atraccin que Francia ha ejercido durante largo tiempo sobre los extranjeros expulsados de su casa por la odiosa estupidez del Volksgeist. Si, por ejemplo, Emmanuel Lvinas, al abandonar Lituania en 1923, decidi estudiar en la Universidad de Estrasburgo, fue porque Francia es un pas donde la adhesin a las formas culturales parece equivaler a la adhesin a la tierra.120 Francia no se reduce a su francesidad, su patrimonio no est compuesto, en lo esencial, por determinaciones inconscientes o modos de ser tpicos y hereditarios, sino por valores ofrecidos a la inteligencia de los hombres, y el propio Lvinas se hizo francs por amor a Molire, a Descartes, a Pascal, a Malebranche, por obras que no hablan en favor de ningn pintoresquismo, sino que, al tomar en consideracin cosas no estrictamente de Francia, son contribuciones originales a la literatura universal o a la filosofa. Este ideal est hoy en vas de desaparicin. La humildad completa la tarea que la arrogancia nacionalista nunca haba podido llevar a trmino, y los partidarios de la sociedad pluricultural triunfan all donde haba fracasado la doctrina de Por la Tierra y de los Muertos: para permitir al Otro desplegar su ser sin trabas, limitan su nacin a su genio singular, definen Francia (y por extensin Europa) por su cultura, y ya no por el lugar central que se supone que la cultura desempea en ella,
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Al efectuar el elogio de la traduccin (una de las actividades ms importantes y ms dignas en el intercambio mundial universal), Goethe se refiere especialmente al ejemplo de la Biblia: "En cuanto a la gigante empresa de la sociedad de la Biblia, qu es si no la transmisi6n de la Biblia a cada pueblo, en su propia lengua y de acuerdo con sus propios particularismos? (crits sur l'art, op. cit., p. 263.) 119 Gombrowicz, Journal 1957-1960, Denol, 1976, p. 25. 120 Lvinas, Portrait. en Les Nouveaux Cahiers, no. 82, otoo 1985, p. 34.
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atribuyen a su pas una fisonoma distintiva y le sermonean empecinadamente que no debe enorgullecerse de esta diferencia. Estamos viviendo el eplogo simultneo de los Tiempos bblicos y de los Tiempos modernos? En todo caso, responder No somos ms que una cultura, a la afirmacin gloriosa y vindicativa de la identidad cultural, no es una respuesta sino una capitulacin. En su preocupacin por convertir finalmente en acogedor al Viejo Mundo, los apstoles de la cohabitacin de las culturas destruyen cuidadosamente su espritu: lo que deja a Europa con el nico seuelo de su prosperidad.
EL DERECHO A LA SERVIDUMBRE
Otra caracterstica de los Tiempos modernos europeos: la prioridad del individuo sobre la sociedad de la que es miembro. Las colectividades humanas ya no se conciben como totalidades que atribuyen a los seres una identidad inmutable, sino como asociaciones de personas independientes. Este gran vuelco no anula las jerarquas sociales, pero modifica en profundidad la forma de mirar la desigualdad que vemos. La sociedad individualista sigue estando compuesta de ricos y de pobres, de amos y de criados, pero -y esta mutacin es en s misma revolucionariaya no existe diferencia de naturaleza entre ellos: Bien que uno mande, pero que quede claro que tambin podra ser el otro, que se entienda y se d a entender que, de ningn modo, se ejerce la autoridad en nombre de una superioridad intrnseca y esencial.121 Definidos hasta entonces por su lugar en el orden social, los individuos, de repente, se salen de las filas. Todos se convierten en unos descastados, y conquistan, afirma soberbiamente Ernst Bloch, el derecho a quitarse la librea.122 El hbito ya no hace al monje: al dejar de ser identificado cada cual con un estatuto, ligado a su clan, a su corporacin, a su linaje, el hombre aparece en su desnudez original. Precisamente distancindose de cualquier referencia religiosa los Tiempos modernos realizan la revelacin bblica: existe una sola humanidad. Como hemos visto, la nocin de Volksgeist se forj con la intencin explcita de terminar con este escndalo y vestir de nuevo a los individuos: persas, franceses, espaoles o alemanes, todos tenemos una librea nacional, y todos estamos obligados, en el interior de nuestra nacin, a realizar escrupulosamente la tarea que nos ha impuesto la historia. Mediante la sustitucin del derecho divino por el derecho histrico, la totalidad se toma as la revancha: el descastado es reintegrado, y cada cual viste de nuevo su uniforme.
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Marcel Gauchet, Tocqueville, l'Amrique et nous, en Libre, n. 7, 1980, p. 95. Ernst Bloch, Droit naturel et dignit humaine. Payot, 1976. p. 158.
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La alternativa, en tal caso, es sencilla: o los hombres tienen derechos, o tienen librea; o pueden legtimamente liberarse de una opresin aunque y sobre todo si sus antepasados ya llevaban su yugo, o bien tiene la ltima palabra su cultura, y, como dijo Marx, el siervo azotado por el knut debe tragarse imperativamente sus gritos de rebelin y de dolor, a partir del momento en que ese knut es un knut cargado de aos, hereditario e histrico.123 En nuestros das, este enfrentamiento se ha embarullado: los partidarios de la sociedad pluricultural reivindican para todos los hombres el derecho a la librea. En su loable deseo de devolver a cada cual su identidad perdida, hacen chocar de frente dos escuelas de pensamiento antagonista: la del derecho natural y la del derecho histrico, y -proeza singular- presentan como la ltima libertad individual la primaca absoluta de la colectividad: Ayudar a los inmigrados es en primer lugar respetarles tal cual son, tal como quieren ser en su identidad nacional, su especificidad cultural, sus races espirituales y religiosas.124 Que en una determinada cultura se infligen castigos corporales a los delincuentes, la mujer estril es repudiada y la mujer adltera condenada a muerte, el testimonio de un hombre vale como el de dos mujeres, la hermana slo obtiene la mitad de los derechos sucesorios entregados a su hermano, se practica la escisin, los matrimonios mixtos estn prohibidos y la poligamia autorizada? Pues bien, el amor al prjimo ordena expresamente el respeto de esas costumbres. El siervo debe poder gozar del knut: privarle de l significara mutilar su ser, atentar contra su dignidad humana, en suma dar muestras de racismo. En nuestro mundo abandonado por la trascendencia, la identidad cultural avala las tradiciones brbaras que Dios ya no est capacitado para justificar. Indefendible cuando invoca el cielo, el fanatismo es incriticable cuando se ampara en la antigedad, y en la diferencia. Dios ha muerto, pero el Volksgeist sigue fuerte. No obstante, precisamente contra el derecho de primogenitura, costumbre fuertemente arraigada en el suelo del Viejo Continente, se instituyeron los derechos del hombre, precisamente a expensas de la cultura el individuo europeo ha conquistado, una tras otra, todas sus libertades, y, por ltimo, en trminos ms generales, precisamente la crtica de la tradicin constituye el fundamento espiritual de Europa, pero eso es algo que la filosofa de la descolonizacin nos ha hecho olvidar persuadindonos de que el individuo slo es un fenmeno cultural. Europa -escriba Julien Benda en 1933- ser un producto de vuestro espritu, de la voluntad de vuestro espritu, no un producto de vuestro ser. Y si me contestis que no creis en la autonoma del espritu, que vuestro espritu no puede ser ms que un aspecto de vuestro ser, entonces os dir que jams construiris Europa, pues no existe un Ser
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Marx, Pour une critique de la philosophie du drot de Hegel Oeuvres III, Gallimard, coll. La Plyade. p. 384. 124 Pre M. Lelong, citado en Sadek Sellara. tre musulman en France, Etudes, mayo 1986, p. 586.
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europeo.125 Ante la prueba del Otro, el cuestionar el ser mediante el espritu se ha convertido en la seal distintiva de un ser particular, de una etnia muy precisa; el rechazo de asimilar lo que est bien a lo que es ancestral ha aparecido como un rasgo de civilizacin; la revuelta contra la tradicin se ha convertido en hbito europeo. Cantidad de europeos reconocen que Europa, y slo Europa, ha convertido al individuo en valor supremo. Pero, se excusan inmediatamente, No hay de qu jactarse. Por haber querido moldear el planeta segn nuestros caprichos, hemos cometido demasiados destrozos irreparables. El tiempo de las cruzadas ha pasado; no obligaremos a nadie a adoptar nuestra forma de concebir la vida social. Avergonzados de la dominacin tanto tiempo ejercida sobre los pueblos del Tercer Mundo, juran no volver a recomenzarla y -decisin inaugural- deciden evitarles las molestias de la libertad a la europea. Por miedo a violentar a los inmigrados, se les confunde con la librea que les ha cortado la historia. Para permitirles vivir como les convenga, se niegan a protegerles contra los daos o los abusos eventuales de la tradicin de que proceden. A fin de mitigar la brutalidad del desarraigo, se les entrega, atados de pies y de manos, a la discrecin de su comunidad, y as se llega a limitar a los hombres de Occidente la esfera de aplicacin de los derechos del hombre, al mismo tiempo que se cree ampliar tales derechos, hasta insertar en ellos la facultad dada a cada cual de vivir en su cultura. Nacido del combate en favor de la emancipacin de los pueblos, el relativismo desemboca en el elogio de la servidumbre. Significa eso que hay que volver a las antiguas recetas asimilacionistas, y separar de su religin o de su comunidad tnica a los recin llegados? La disolucin de cualquier conciencia colectiva debe ser el precio a pagar por la integracin? En absoluto. Tratar al extranjero como individuo no es obligarle a copiar todos sus comportamientos de las maneras de ser en vigor entre los autctonos; y es posible denunciar la desigualdad entre hombres y mujeres en la tradicin islmica, sin que ello signifique querer revestir a los inmigrados musulmanes con una librea de prestado o destruir sus vnculos comunitarios. Slo los que razonan en trminos de identidad (y por tanto de integridad) cultural piensan que la colectividad nacional necesita para su propia supervivencia la desaparicin de las restantes comunidades. El espritu de los Tiempos modernos europeos, por su parte, se acomoda perfectamente a la existencia de minoras nacionales o religiosas, a condicin de que estn compuestas, a partir del modelo de la nacin, por individuos iguales y libres. Esta exigencia provoca el rechazo en la ilegalidad de todos los usos que escarnecen los derechos elementales de la persona, incluidos aquellos cuyas races se hunden en lo ms profundo de la historia.
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Es innegable que la presencia en Europa de un nmero creciente de inmigrados del Tercer Mundo plantea problemas inditos. Esos hombres expulsados de sus casas por la miseria y traumatizados, adems, por la humillacin colonial, no pueden sentir respecto al pas que les recibe la atraccin y la gratitud que experimentaban, en su mayora, los refugiados de la Europa oriental. Envidiada por sus riquezas, odiada por su pasado imperialista, la tierra que les acoge no es una tierra prometida. Sin embargo, hay algo indudable: no ser haciendo de la abolicin de los privilegios la prerrogativa de una civilizacin ni reservando a los occidentales los beneficios de la soberana individual y de lo que Tocqueville denomina la igualdad de las condiciones, como nos dirigiremos hacia la reabsorcin de estas dificultades.
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su identidad cultural, sino a una sociedad polimorfa, a un mundo abigarrado que ponga todas las formas de vida a disposicin de cada individuo. Predican menos el derecho a la diferencia que el mestizaje generalizado, el derecho de cada cual a la especificidad del otro. Como multicultural significa para ellos bien surtido, lo que aprecian no son las culturas como tales sino su versin edulcorada, la parte de ellas que pueden probar, saborear y arrojar despus del uso. Al ser consumidores y no conservadores de las tradiciones existentes, el cliente-rey que llevan dentro se encabrita ante las trabas que las ideologas vetustas y rgidas ponen al reino de la diversidad. Todas las culturas son igualmente legtimas y todo es cultural , afirman al unsono los nios mimados de la sociedad de la abundancia y los detractores de Occidente. Y ese lenguaje comn ampara dos programas rigurosamente antinmicos. La filosofa de la descolonizacin asume por su cuenta el anatema arrojado sobre el arte y el pensamiento por los populistas rusos del siglo XIX: Un par de botas vale ms que Shakespeare: adems de su superioridad evanglica, adems del hecho, en otras palabras, de que protegen a los desdichados contra el fro ms eficazmente que una pieza isabelina, las botas, por lo menos, no mienten; se presentan de entrada como lo que son: modestas emanaciones de una cultura concreta, en lugar de disimular piadosamente, como hacen las obras maestras oficiales, sus orgenes, y de obligar a todos los hombres al respeto. Y esta humildad es un ejemplo: si no quiere perseverar en la impostura, el arte debe dar la espalda a Shakespeare, y aproximarse, lo ms posible, al par de botas. En la pintura, esta exigencia se traduce en el minimalismo, o sea, en la desaparicin tendencial del gesto creador y en la aparicin correlativa, en los museos, de obras casi indiscernibles de los objetos e incluso de los materiales cotidianos. En cuanto a los escritores, deben adaptarse a los cnones de una literatura que se denomina menor, porque, a diferencia de los textos consagrados, en ella se expresa la colectividad y no el genio del individuo aislado, separado de los dems por su pseudomaestra: terrible ascesis, que perjudica, por aadidura, a los autores pertenecientes a las naciones cultivadas. Para acceder al punto de no-cultura, para alcanzar el par de botas, tienen que recorrer un camino ms largo que los habitantes de los pases subdesarrollados. Pero nimo! Incluso aquel que tiene la desgracia de nacer en un pas de una gran literatura debe escribir en su lengua como un judo checo escribe en alemn, o como un uzbeco escribe en ruso. Escribir como un perro que cava su agujero, una rata que construye su madriguera. Y, para ello, encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto.126 Este nihilismo da paso, en el pensamiento posmoderno, a una admiracin equivalente por el autor del Rey Lear y por Charles Jourdan. Siempre que lleve la firma de un gran diseador, un par de botas equivale
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a Shakespeare. Y todo por el estilo: una historieta que combine una intriga palpitante con unas bonitas magenes equivalentes a una novela de Nabokov; lo que leen las lolitas equivale a Lolita; una frase publicitaria eficaz equivale a un poema de Apollinaire o de Francis Ponge: un ritmo de rock equivale a una meloda de Duke Ellington: un bonito partido de ftbol equivale a un ballet de Pina Bausch; un gran modisto equivale a Manet, Picasso o Miguel Angel; la pera de hoy -la de la vida, del clip, del single, del spot- 127 equivale ampliamente a Verdi o a Wagner. El futbolista y el coregrafo, el pintor y el modisto, el escritor y el publicista, el msico y el rockero son creadores con idnticos derechos. Hay que terminar con el prejuicio escolar que reserva esta cualidad para unos pocos y que sume a los restantes en la subcultura. A la voluntad de humillar a Shakespeare, se opone, pues, el ennoblecimiento del zapatero. Lo que aparece desacralizado, implacablemente reducido al nivel de los gestos cotidianos realizados en la sombra por la mayora de los hombres ya no es la gran cultura; el deporte, la moda, el ocio son los que fuerzan su acceso a la misma. La absorcin vengativa o masoquista de lo cultivado (la vida del espritu) en lo cultural (la existencia habitual) ha sido sustituida por una especie de alegre confusin que eleva la totalidad de las prcticas culturales al rango de grandes creaciones de la humanidad. Aunque las palabras sean las mismas, el pensamiento posmoderno aparece en total ruptura con la filosofa de la descolonizacin. A sus ojos, los tercermundistas son unos viudos desconsolados de la era autoritaria, al igual que los humanistas y los defensores de la pureza racial o de la integridad cultural. Algunos de ellos (de Herder a Lvi-Strauss) quieren devolver a los hombres su librea perdida; otros (de Goethe a Renan) slo les invitan a deshacerse de ella para envararles inmediatamente en un uniforme: de qu sirve, en efecto, revocar la Tradicin, si es para imponer, en su lugar, la autoridad indiscutida de la Cultura? Entre un Barrs que aparca a los individuos en su especificidad, y un Benda que les prescribe, vengan de donde vengan, el mismo recorrido cannico, ritualmente puntuado de estaciones obligatorias, dnde est el progreso? El antirracismo posmoderno pone fuera de moda al mismo tiempo a Benda, Barrs y Lvi-Strauss, y opone a los tres un nuevo modelo ideal: el individuo multicultural. El concepto de identidad ha adquirido una gran complejidad. Nuestras races estn hundidas en el Montaigne que estudiamos en la escuela, en Mouroussi y la televisin, en Tour Kunda, el reggae, Renaud y Lavilliers. Ya no nos planteamos el problema de saber si hemos perdido nuestras referencias culturales, porque poseernos varias y compartimos la suerte de vivir en un pas que es una encrucijada y en el que la libertad de opinin y la de conciencia se
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respetan. La realidad de nuestras referencias es un mestizaje cultural...128 Ya estis avisados: si consideris que la confusin mental nunca ha protegido a nadie de la xenofobia; si os empeis en mantener una severa jerarqua de los valores; si reaccionis con intransigencia ante el triunfo de la indiferenciacin; si os resulta imposible colocar la misma etiqueta cultural al autor de los Essais y a un emperador de la televisin, a una meditacin concebida para despertar el espiritu y a un espectculo realizado para embrutecerlo; si no queris, aunque uno sea blanco y otro negro, poner un signo de igualdad entre Beethoven y Bob Marley, es que pertenecis indefectiblemente- al campo de los canallas y de los mojigatos. Sois militantes del orden moral y vuestra actitud es triplemente criminal: puritanos, os vedis todos los placeres de la existencia; despticos, os abalanzis contra aquellos que, tras romper con vuestra moral de men nico, han decidido vivir a la carta, y no tenis ms que un deseo: frenar la marcha de la humanidad hacia la autonoma; finalmente comparts con los racistas la fobia a la mezcla y la prctica de la discriminacin: en lugar de estimularlo, os resists al mestizaje.129 Qu quiere el pensamiento posmodemo? Lo mismo que las Luces: hacer independiente al hombre, tratarle como un adulto, en resumen, para usar palabras de Kant, sacarle de la condicin de minora de edad de la que l mismo es responsable. Con el matiz suplementario de que la cultura ya no se considera como el instrumento de la emancipacin, sino como una de las instancias tutelares que la obstaculizan. Bajo dicha perspectiva, los individuos habrn realizado un paso decisivo hacia su mayora de edad el da en que el pensamiento deje de ser un valor supremo y se vuelva tan facultativo (y tan legtimo) como la lotera primitiva o el rock'n'roll: para ingresar efectivamente en el rea de la autonoma tenemos que transformar en opciones todas las obligaciones de la era autoritaria.
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Harlem Dsir, en Espaces 89, L'identit francaise, Editions Tierce, 1985, p, 120. Harlem Dsir es el presidente de la organizacin S.O.S. Racisme, aparecida en Francia en 1984.
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Este chantaje ha desempeado un importante papel con motivo de las grandes manifestaciones estudiantiles desarrolladas en noviembre de 1986 en Pars. A un editorialista que no haba vacilado en afirmar que los estudiantes estaban enfermos de SIDA mental, Jack Lang, el antiguo ministro de Asuntos culturales, muy popular entre la juventud, le replic: Esta es, pues, la cultura Chirac-Hersant: el desprecio hacia los jvenes, el odio a la msica, al rock, a Coluche y a Renaud. Coluche y Renaud forman parte de la cultura? La msica y el rock son lo mismo? El rock es la forma moderna de la msica o su regresin al simplismo absoluto de un ritmo universal? Resulta imposible plantearse estas cuestiones y criticar al mismo tiempo las violencias policiales o el delirio metafrico de un doctrinario acorralado. Entre el rock y la represin hay que elegir el propio campo. Antes el espritu defenda sus derechos contra la apologa fascista de la fuerza bruta; hoy se le impide hacerlo en nombre del antifascismo.
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El elitismo sigue siendo el enemigo, pero la significacin de la palabra se ha invertido subrepticiamente. Al decir: Tenemos que hacer en favor de la cultura lo que Jules Ferry hizo en favor de la instruccin, Andr Malraux se inscriba explcitamente en la tradicin de las Luces y quera generalizar el conocimiento de las grandes obras humanas; hoy, los libros de Flaubert coinciden, en la esfera pacificada del ocio, con las novelas, las series televisivas y las pelculas rosadas con que se embriagan las encarnaciones contemporneas de Emma Bovary, y lo que es elitista (y por consiguiente, intolerable) no es negar la cultura al pueblo, sino negar la etiqueta cultural a cualquier tipo de distraccin. Vivimos en la hora de los feelings: ya no existe verdad ni mentira, estereotipo ni invencin, belleza ni fealdad, sino una paleta infinita de placeres, diferentes e iguales. La democracia que implicaba el acceso de todos a la cultura se define ahora por el derecho de cada cual a la cultura de su eleccin (o a denominar cultura su pulsin del momento). Dejad que haga conmigo lo que yo quiera130; ninguna autoridad trascendente, histrica o simplemente mayoritaria puede modificar las preferencias del sujeto posmodemo o regir sus comportamientos. Dotado de un mando a distancia as en la vida como ante su aparato de televisin, compone su programa, con la mente serena, sin dejarse ya intimidar por las jerarquas tradicionales. Libre en el sentido de Nietszche cuando dice que dejar de avergonzarse de uno mismo es la seal de la libertad realizada, puede abandonarlo todo y entregarse gozosamente a la inmediatez de sus pasiones elementales. Su seleccin -trtese de Rimbaud o Renaud, Lvinas o Lavilliers- es automticamente cultural. No hay duda de que el no-pensamiento siempre ha coexistido con la vida del espritu, pero es la primera vez en la historia europea que se aloja en el mismo vocablo y que disfruta del mismo estatuto; la primera vez que a quienes, en nombre de la alta cultura, se atreven todava a llamarlo por su nombre se les tacha de racistas y reaccionarios. Seamos claros: esta disolucin de la cultura en el todo cultural no pone fin al pensamiento ni al arte. No hay que ceder a la lamentacin nostlgica sobre la edad de oro en que las obras maestras se recogan a punta de pala. Antiguo como el resentimiento, este tpico acompaa, desde sus orgenes, la vida espiritual de la humanidad. El problema con que ltimamente nos hemos tropezado es diferente, y ms grave: las obras existen pero, tras haberse borrado la frontera entre la cultura y la diversin, ya no hay lugar para acogerlas y para conferirles sentido. Por consiguiente, flotan absurdamente en un espacio sin coordenadas ni referencias. Cuando el odio a la cultura pasa a ser a su vez cultural, la vida guiada por el intelecto pierde toda significacin. Ulrich, el hombre sin atributos de Musil, renunci definitivamente a sus ambiciones cuando por primera vez oy calificar a un caballo de
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Andr Bercoff, Manuel d'instruction civique pour temps ingouvernables, Grasset, 1985, p. 86 y passim
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carreras de genial. Entonces (1913) era un cientfico prometedor, una joven esperanza de la repblica de los espritus. Pero para qu obstinarse? En su juventud acuartelada, Ulrich apenas haba odo hablar de otra cosa que de mujeres y de caballos, se haba zafado de todo eso para llegar a ser un gran hombre, y he aqu que en el mismo momento en que, tras mltiples esfuerzos, habra podido tal vez sentirse cerca del objetivo de sus aspiraciones, el caballo que le haba precedido le saludaba desde abajo...131 Menos radical que su protagonista, Musil escribi los dos primeros volmenes de El hombre sin atributos. Hoy parece recompensado por esta perseverancia. Nadie, en efecto, niega ya su genio: muerto en el olvido, tiene su lugar en las exposiciones, en las reediciones, en los estudios universitarios que demuestran la fascinacin del pblico contemporneo por los ltimos aos del Imperio austrohngaro. Pero -irona de la historiael pesimismo de Ulrich es ratificado por la forma misma que adopta la conmemoracin de su creador. Como ha observado Guy Scarpetta, la moda vienesa, en este final del siglo XX, se caracteriza por una especie de nivelacin, de aplastamiento de los nombres propios los unos bajo los otros: una manera de presentar "Viena" como un bloque homegneo.132 Del kitsch ornamental a las patillas del Emperador, todo en el Pas de Jauja de Francisco-Jos es objeto de veneracin. Un culto indiscriminado celebra El hombre sin atributos y los valses de Strauss. Amamos en Viena la imagen premonitoria de nuestra propia confusin, y el nuevo espritu denunciado por Musil es el que, tras haber triunfado, le rinde un solemne homenaje. Ya no existen poetas malditos. Alrgica a cualquier forma de exclusin, la concepcin preponderante de la cultura valoriza tanto a Shakespeare y Musil como el par de botas sublime y el caballo de carreras genial.
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SU MAJESTAD EL CONSUMIDOR
No creamos, sin embargo, que las cualidades que tan cruelmente faltan en el mundo de hoy brillaban en el de ayer en un cielo sin nubes. Sin duda hubiera sido inconcebible para el burgus del siglo XIX extasiarse ante un par de botas o aplicar el calificativo genial a un caballo de competicin. Pero lo que le inspiraba dicho rechazo era el utilitarismo y no el humanismo, la desconfianza manifiesta respecto a cualquier forma de ocio y no la adhesin iluminada a los valores de la cultura. Recuerda que el tiempo es oro!: con este precepto instaurado como Mandamiento y la mente planificadora como modalidad exclusiva
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Musil, L'homme sans qualits, I. Seuil, 1979, p. 51 Guy Scarpetta, Esquisses viennoises, en Lettre internationale, no. 8, 1986. p. 59.
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de la razn, el burgus no haca distingos: condenaba por despilfarro y frivolidad tanto las preocupaciones artsticas como las recreativas o de indumentaria. Al entender el mundo bajo una perspectiva puramente tcnica, slo admita las realizaciones prcticas y los saberes operativos. Y todo el resto -todo lo que era funcional, contable, explotable- era literatura. En suma, la razn instrumental o, para emplear las palabras de Heidegger, el pensamiento calculador es lo que ha hecho entrar al pensamiento reflexivo (lo que aqu denominamos cultura) en la esfera de la diversin: La tcnica como forma suprema de la conciencia racional [...] y la ausencia de reflexin como incapacidad organizada, impenetrable para acceder por s misma a una relacin con lo que merece que se interrogue, son solidarias entre s: son una sola y misma cosa.133 Desde entonces, han intervenido grandes alteraciones: sometidas en otro tiempo a un control riguroso, las necesidades son hoy objeto de una solicitud incesante, el vicio se ha convertido en valor, la publicidad ha sustituido la ascesis y el espritu del capitalismo integra ahora en su definicin todos los placeres espontneos de la vida que persegua implacablemente en el momento de su nacimiento. Pero, por muy espectacular que sea esta revolucin de las mentalidades disimula una profunda fidelidad a la herencia del puritanismo. Al decir a un tiempo: Enriqueceos! y Duvertos!, al rentabilizar el tiempo libre en lugar de reprimirlo, el hedonismo contemporneo vuelve la razn burguesa contra el burgus: el pensamiento calculador supera sus antiguas exclusivas, descubre la utilidad de lo intil, asalta metdicamente el mundo de los apetitos y de los placeres, y, despus de rebajar la cultura al rango de los gastos improductivos, eleva cualquier distraccin a la dignidad cultural: ningn valor trascendente debe ser capaz de frenar o siquiera condicionar la explotacin de los ocios y el desarrollo del consumo. Pero -y esta diferencia sustenta la superioridad relativa del mundo de ayer- los hombres cultos atacaban la tirana del pensamiento calculador tildndola de estupidez, mientras que su extensin posmodema no suscita prcticamente protestas. El Artista estaba en guerra contra el Filisteo; por miedo a caer en el elitismo y defraudar as los principios elementales de la democracia, el intelectual contemporneo se inclina ante la voluntad de poder del show-business, de la moda o de la publicidad, y la transformacin extremadamente rpida de los ministros de Cultura en gestionarios del solaz no suscita, por su parte, ninguna reaccin. Pensando en el cine americano, Hannah Arendt escriba ya en los aos cincuenta: Muchos grandes autores del pasado han sobrevivido a siglos de olvido y de abandono, pero su capacidad para sobrevivir a una
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Heidegger, Dpassement de la mtaphysique, en Essais et confrences, Gallimard. coll, Tel, 1980. p. 100.
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versin divertida de lo que tienen que decirnos sigue siendo una incgnita.134 Hoy, apenas treinta aos despus, ya no es nicamente Hollywood el que edulcora El doctor Jivago; tambin los realizadores de vanguardia introducen en el teatro la esttica del music-hall o la de la televisin, y nadie, o prcticamente nadie, se escandaliza. Los intelectuales ya no sienten que les concierna la supervivencia de la cultura. Nueva traicin de los eruditos? En todo caso, la industria cultural no encuentra resistencia cuando pone un cerco a la cultura y reivindica para s todo el prestigio de la creacin. Es cierto que resulta imposible combatir en todos los frentes a un tiempo, y que los intelectuales de hoy se han fijado como objetivo prioritario la ruptura con el masoquismo moralizador135 de las generaciones precedentes: al abandonar a Marx por Tocqueville, demuestran que la democracia no es la mscara de la lucha de clases y de la explotacin, sino que, por el contrario, constituye la gran mutacin antropolgica de las sociedades modernas. A diferencia de las dems figuras catalogadas de lo humano, el hombre democrtico se concibe a s mismo como un ser independiente, como un tomo social: separado a la vez de sus antepasados, de sus contemporneos, y de sus descendientes, se preocupa, en primer lugar, de proveer a sus necesidades privadas y se pretende igual al resto de los hombres. En lugar de calumniar a ese hombre precario, aaden sustancialmente los neotocquevillanos, hay que protegerlo frente a sus enemigos y frente a una parte de s mismo que suea con un regreso a los buenos y viejos tiempos en que todo el mundo pensaba lo mismo, en que el lugar de cada cual estaba claro del mismo modo que su pertenencia a la colectividad era tangible, en que la convergencia de los intereses, la complementariedad sin competencia de los diferentes agentes, la tensin sin enfrentamientos de todos y de todo hacia un objetivo nico y manifiesto formaban la slida trama de la existencia comunitaria.136 Los regmenes tota1itarios demuestran lo que le sucede al hombre democrtico cuando sucumbe a esta nostalgia. Semejante rehabilitacin del individualismo occidental merecera un aplauso sin reservas si, en su furor antidespreciativo, no confundiera el egosmo (o, para emplear una perfrasis desprovista de cualquier connotacin moral, la persecucin de cada uno de sus intereses privados) con la autonoma, Pero, para el individuo, el hecho de romper los vnculos que le ligaban a las antiguas estructuras comunitarias (corporaciones, Iglesias, castas o rangos) y de entregarse sin trabas a sus asuntos, no le hace ipso facto idneo para orientarse por el mundo. Puede excluirse de la sociedad sin quedar por ello indemne de los prejuicios que acarrea. La limitacin de la autoridad no asegura la autonoma del juicio y de la voluntad; la
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Hannah Arendt, La crise de la culture, Gallimard, coll. Ides, 1973. p, 266. Octavio Paz, Rire et pnitence, op, cit., p. 93. Marcel Gauchet, Tocqueville, l'Amrique et nous, op. cit., p. 71.
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desaparicin de las presiones sociales heredadas del pasado no basta para garantizar la libertad del espritu: signe haciendo falta lo que en el siglo XVIII se denominaba las Luces: Mientras existan hombres que no obedezcan a su exclusiva razn, que reciban sus opiniones de una opinin extraa, todas las cadenas se habrn roto en vano.137 As pues, los filsofos militaban con idntico esfuerzo para extender la cultura a todo el mundo y para sustraer la esfera individual al poder del Estado o al dominio de la colectividad. Queran que los hombres fueran simultneamente libres de realizar sus intereses concretos y capaces de llevar su reflexin ms all de ese estrecho mbito. Tal como hoy lo vemos, ganaron la mitad de su combate: se ha vencido el despotismo, pero no el oscurantismo. Las tradiciones carecen de poder, pero la cultura tambin. No puede decirse que los individuos estn privados de conocimientos: cabe afirmar, por el contrario, que en Occidente, y por primera vez en la historia, el patrimonio espiritual de la humanidad est ntegra e inmediatamente disponible. La empresa artesanal de los Enciclopedistas ha sido sustituida por los libros de bolsillo, los videocassettes y los bancos de datos, y ya no existe obstculo material para la difusin de las Luces. Ahora bien, en el preciso momento en que la tcnica, a travs de la televisi6n y de los ordenadores, parece capaz de hacer que todos los saberes penetren en todos los hogares, la lgica del consumo destruye la cultura. La palabra persiste pero vaciada de cualquier idea de formacin, de abertura al mundo y de cuidado del alma. Actualmente lo que rige la vida espiritual es el principio del placer, forma posmoderna del inters privado. Ya no se trata de convertir a los hombres en sujetos autnomos, sino de satisfacer sus deseos inmediatos, de divertirles al menor coste posible. El individuo posmoderno, conglomerado desenvuelto de necesidades pasajeras y aleatorias, ha olvidado que la libertad era otra cosa que la potestad de cambiar de cadenas, y la propia cultura algo ms que una pulsin satisfecha. Y los observadores ms lcidos y ms desencantados del espritu del tiempo no recuerdan mucho ms. Por mucho que hablen de era del vaco, ven en esta nueva actitud, pese a todo, un adelanto importante, cuando no la fase ltima de la democracia. Por ms que describan en trminos irnicos la era caleidoscpica del supermercado y del selfservice,138 para esta relacin con el mundo no conciben otra solucin que el orden disciplinario y el rigor de las convenciones. Consideran que la regresin suave es preferible a la represin dura. Por lo menos, la obstaculiza: Es intil desesperar, el "debilitamiento de la voluntad" no es catastrfico, no predispone a una humanidad sumisa y alienada, no
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Condorcet, Rapport et projet pour l'organisation gnrale de l'Instruction publique, abril 1792, citado en Bronislaw Baczko, Une iducation pour la dmocratie [Textes de l'poque rvo[utionnaire), Garnier, 1982.
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Gilles Lipovetsky, L're du vide. Gallimard, 1983. p. 133. (Hay trad, castellana, Anagrama, 1986.)
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anuncia para nada el ascenso del totalitarismo: la apata desenvuelta representa en mucho mayor medida un baluarte contra los sobresaltos de religiosidad histrica y los grandes proyectos paranoicos.139 Ciego anteriormente frente al totalitarismo, el pensamiento est ahora cegado por l. Los crmenes del Occidente colonizador han ocultado durante mucho tiempo las monstruosidades cometidas en nombre de la revolucin; ahora el que sirve de coartada y de aval frente a la desaparicin de la cultura en Occidente es el Big Brother. La obsesin de 1984 nos convierte a todos en los Pangloss de la sociedad de consumo: la intrusin violenta del poder en la vida privada justifica por contraste la sonriente agresin de la msica ambiental y de la publicidad; el enrolamiento forzado de las masas ofrece a los dilemas del individuo subyugado por todo y por nada en la Disneylandia de la cultura, la forma de ejercer soberanamente la autonoma, y, por consiguiente, el universo de la telecomunicacin se nos aparece como el mejor de los mundos posibles 140.
Ibd., p. 64. Incluso aunque permanezcamos en el terreno estrictamente poltico, la celebracin de este mundo es ingenua. Relajado, cool, bsicamente alrgico a todos los proyectos totalitarios, el individuo posmoderno tampoco est ya dispuesto a combatirlos. La defensa de la democracia no le moviliza en mayor medida que la subversin de sus valores. Bast con que un terrorista francs encarcelado amenzara con los rigores de la justicia proletaria a los jurados de su proceso, para que inmediatamente la mayora de stos se dieran de baja, bloqueando de este modo el funcionamiento del Estado de derecho. Por tanto, no nos alegremos demasiado pronto; la indiferencia desenvuelta por las grandes causas tiene como contrapartida la abdicacin ante la fuerza, y el fanatismo que desaparece de las sociedades occidentales corre el peligro de ceder su lugar a otra enfermedad de la voluntad apenas menos inquietante: el espritu de colaboracin.
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cuestin. se ha abierto un abismo entre la moral comn y ese lugar regido por la idea extravagante de que no existe autonoma sin pensamiento, y no existe pensamiento sin trabajo sobre uno mismo. La actividad mental de la sociedad se elabora por doquier en una zona neutra de eclecticismo individual141, salvo entre las cuatro paredes de los establecimientos escolares. La escuela es la ltima excepcin al selfservice generalizado. As pues, el malentendido que separa esta institucin de sus usuarios va en aumento: la escuela es moderna, los alumnos son posmodernos; ella tiene por objeto formar los espritus, ellos le oponen la atencin flotante del joven telespectador; la escuela tiende, segn Condorcet, a borrar el lmite entre la porcin grosera y la porcin iluminada del gnero humano: ellos retraducen este objetivo emancipador en programa arcaico de sujecin y confunden, en un mismo rechazo de la autoridad, la disciplina y la transmisin, el maestro que instruye y el amo que domina. Cmo resolver esta contradiccin? Posmodernizando la escuela, afirman sustancialmente tanto los gestionarios como los reformadores. Estos buscan los medios de aproximar la formacin al consumo y, en algunas escuelas americanas, llegan incluso a empaquetar la gramtica, la historia, las matemticas y todas las materias fundamentales en una msica rock que los alumnos escuchan, con un walkman en los odos.142 Los primeros preconizan, ms seriamente, la introduccin masiva de los ordenadores en las aulas a fin de adaptar a los escolares a la seriedad de la tcnica sin obligarles, por ello, a abandonar el mundo ldico de la infancia. Del tren elctrico a la informtica, de la diversin a la comprensin, el progreso debe realizarse suavemente y, si es posible, sin que se enteren sus propios beneficiarios. Poco importa que la comprensin as desarrollada por el juego con la mquina sea del tipo de la manipulacin y no del razonamiento: entre unas tcnicas cada vez ms avanzadas y un consumo cada vez ms variado, la forma de discernimiento que hace falta para pensar el mundo, carece de uso e incluso, como hemos visto, de palabra para nombrarse, pues la de cultura le ha sido definitivamente confiscada. Pero este simple reajuste de mtodos y de programas sigue sin bastar para una reconciliacin total de la escuela con la vida. Al trmino de una larga y minuciosa encuesta sobre el malestar escolar, dos socilogos franceses escriben: Si una cultura es un conjunto de comportamientos, de tcnicas, de costumbres, de valores que establecen las seas de identidad de un grupo, la msica, en muy buena parte, sustenta la cultura de los jvenes. Desgraciadamente, esa msica, rock, pop, varits, es considerada por la sociedad adulta y, en especial, por el magisterio, como una submsica. Los programas escolares, la formacin
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George Steiner, Dans le chateau de Barbe-Bleue (Notes pour une redfinition de la culture), Gallimard, coll. Folio/Essais, 1986, p. 95. 142 Ver Neil Postman, Se distraire en mourir, Flammarioll, 1986.
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de los profesores de msica respetan una jerarqua que sita las obras en el pinculo. No discutiremos este punto, aunque suene a falso: el desfase entre la educacin transmitida y el gusto de los alumnos es, ah, especialmente pronunciado.143 As pues, en el caso de la escuela tocar bien significara abolir este desfase en favor de las predilecciones adolescentes, ensear la juventud a los jvenes en lugar de aferrarse con una obstinacin senil a unas jerarquas antaonas, y echar a Mozart de los programas para poner en su lugar a un rockero impetuoso: Amadeus, Wolfie, para su mujer, conocida una bonita tarde de verano indio en un campus de Vienne, Massachusetts. Los jvenes: son un pueblo de reciente aparicin. Antes de la escuela, no exista: para transmitirse, el aprendizaje tradicional no necesitaba separar a sus destinatarios del resto del mundo durante varios aos, y, por consiguiente, no dejaba ningn espacio al largo perodo transitorio que nosotros llamamos la adolescencia. Con la escolarizacin masiva, la propia adolescencia ha dejado de ser un privilegio burgus para convertirse en una condicin universal. Y un modo de vida: protegidos de la influencia familiar por la institucin escolar y del ascendiente de los profesores por el grupo de los iguales, los jvenes han podido edificar un mundo propio, espejo invertido de los valores circundantes. Relajamiento del jean contra convenciones indumentarias, historieta contra literatura, msica rock contra expresin verbal, la cultura joven, esta antiescuela, afirma su fuerza y su autonoma desde los aos sesenta, es decir, desde la democratizacin masiva de la enseanza: Como cualquier grupo integrado (el de los negros americanos, por ejemplo), el movimiento adolescente sigue siendo un continente en parte sumergido, en parte prohibido e incomprensible para cualquiera que est fuera de l. Damos como prueba e ilustracin de ello el especialsimo sistema de comunicacin, muy autnomo y amplsimamente subterrneo, transportado por la cultura rock para la cual el feeling domina sobre las palabras, la sensacin sobre las abstracciones del lenguaje, el clima sobre las significaciones brutas y de un acceso racional, valores todos ellos extraos a los criterios tradicionales de la comunicacin occidental, que arrojan una cortina opaca y levantan una defensa impenetrable contra los intentos ms o menos interesados de los adultos. Tanto si se escucha como si se toca, en efecto, se trata de sentirse "cool" o de colocarse. Las guitarras estn ms dotadas de expresin que las palabras, que son viejas (poseen una historia), y por tanto hay motivo para desconfiar de ellas...144 He aqu algo que, por lo menos, est claro: la cultura en el sentido clsico, basada en palabras, tiene el doble inconveniente de envejecer a los individuos, dotndoles de una memoria que supera la de su propia
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Hamon-Rotman, Tant qu'il y aura des profs, Seuil, 1984, p, 311 Paul Yormet, Jeux, modes et masses, Gallimard, 1985, pp, 185- 186, (Subrayado por m.)
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biografa, y de aislarles, condenndoles a decir (Yo), es decir, a existir como personas diferenciadas. Mediante la destruccin del lenguaje, la msica rock conjura esta doble maldicin: las guitarras abolen la memoria; el calor que funde sustituye a la conversacin, esta entrada en relacin de seres separados; extasiadamente, el yo se disuelve en el Joven. Esta regresin sera absolutamente inofensiva si el Joven no estuviera ahora en todas partes: han bastado dos dcadas para que la disidencia invadiera la norma, para que la autonoma se transformara en hegemona y el estilo de vida adolescente mostrara el camino al conjunto de la sociedad. La moda es joven; el cine y la publicidad se dirigen prioritariamente al pblico de los quince-veinteaeros: las mil radios libres cantan, casi todas con la misma msica de guitarra, la dicha de terminar de una vez con la conversacin. Y se ha levantado la veda de la caza al envejecimiento: mientras que hace menos de un siglo, en ese mundo de la seguridad tan bien descrito por Stefan Zweig, el que quera progresar se vea obligado a recurrir a todos los disfraces posibles para parecer ms viejo de lo que era, los diarios recomendaban productos para adelantar la aparicin de la barba, y los jvenes mdicos recin salidos de la Facultad intentaban adquirir una ligera barriga y cargaban sus narices con gafas de montura de oro, aunque su vista fuera perfecta, y ello pura y simplemente para dar a sus pacientes la impresin de que tenan "experiencia",145 en nuestros das, la juventud constituye el imperativo categrico de todas las generaciones. Como una neurosis expulsa la otra, los cuarentones son unos teenagers prolongados; en lo que se refiere a los Ancianos, no son honrados por su sabidura (como en las sociedades tradicionales), su seriedad (como en las sociedades burguesas) o su fragilidad (como en las sociedades civilizadas), sino nica y exclusivamente si han sabido permanecer juveniles de espritu y de cuerpo. En una palabra, ya no son los adolescentes los que, para escapar del mundo, se refugian en su identidad colectiva; el mundo es el que corre alocadamente tras la adolescencia. Y esta inversin constituye, como observa Fellini con cierto estupor, la revolucin cultural de la poca posmoderna: Yo me pregunto qu ha podido ocurrir en un momento determinado, qu especie de maleficio ha podido caer sobre nuestra generacin para que, repentinamente, hayamos comenzado a mirar a los jvenes como a los mensajeros de no s qu verdad absoluta. Los Jvenes, los jvenes, los jvenes... Ni que acabaran de llegar en sus naves espacialesl [...] Slo un delirio colectivo puede habernos hecho considerar como maestros depositarios de todas las verdades a chicos de quince aos.146
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Stefan Zweig, Le monde d'hier (Souvenirs d'un Europen), Belfond, 1982, p. 54. Fellini par Fellini. Calmann-Lvy. 1984, p. 163
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Qu ha ocurrido, pues? Por muy enigmtico que resulte, el delirio del que habla Fellini no ha surgido de la nada: el terreno estaba preparado y puede decirse que el largo proceso de conversin al hedonismo del consumo emprendido por las sociedades occidentales culmina hoy con la idolatra de los valores juveniles. El Burgus ha muerto, viva el Adolescente! El primero sacrificaba el placer de vivir a la acumulacin de las riquezas y situaba, segn la frmula de Stefan Zweig, la apariencia moral por encima del ser humano; demostrando una impaciencia equivalente ante las rigideces del orden moral y las exigencias del pensamiento, el segundo quiere, ante todo, divertirse, relajarse, escapar de los rigores de la escuela por la va del ocio, y esta es la razn de que la industria cultural encuentre en l la forma de humanidad ms rigurosamente conforme a su propia esencia. Lo que no quiere decir que la adolescencia se haya convertido al final en la ms hermosa edad de la vida. Negados en otro tiempo como pueblo, los jvenes lo son actualmente como individuos. La juventud es ahora un bloque, un monolito, una cuasi especie. Ya no se pueden tener veinte aos sin aparecer inmediatamente como el portavoz de su generacin. Nosotros, los jvenes...: los compaeros atentos y los padres enternecidos, los institutos de sondeo y el mundo del consumo procuran conjuntamente la perpetuacin de este conformismo y que nadie pueda jams exclamar; Tengo veinte aos, es mi edad, no es mi ser, y no dejar que nadie me encierre en esta determinacin. Y los jvenes se sienten tanto menos propensos a trascender su grupo de edad (su bio-clase, como dira Edgar Morin) en la misma medida en que todas las prcticas adultas inician, para ponerse a su alcance, una cura de desintelectualizacin: es el caso, como hemos visto, de la Educacin, pero tambin de la Poltica (que ve cmo los partidos en competicin por el poder se afanan idnticamente por modernizar su look y su mensaje, al mismo tiempo que se acusan mutuamente de ser mentalmente viejos), del Periodismo (acaso el animador de un magazine televisado francs de informacin y de ocio no confiaba recientemente que deba su xito a los menores de quince aos rodeados de sus madres y a su predileccin por nuestras secciones cancin, pub, msica?),147 del Arte y de la Literatura (algunas de cuyas obras maestras ya estn disponibles, por lo menos en Francia, bajo la forma breve y artstica del clip cultural), de la Moral (como lo demuestran los grandes conciertos humanitarios en mundovisin) y de la Religin (a juzgar por los viajes de Juan Pablo II). Para justificar este rejuvecimiento general y este triunfo de la memez sobre el pensamiento, se invoca habitualmente el argumento de la eficacia: en pleno perodo de reserva, de persianas bajadas, de repliegue en la esfera privada, la alianza de la caridad y del rock'n'roll rene instantneamente unas cantidades fabulosas; en cuanto al papa,
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desplaza unas multitudes inmensas en el mismo momento en que los mejores expertos diagnostican la muerte de Dios. Visto desde cerca, sin embargo, este pragmatismo se revela completamente ilusorio. Los grandes conciertos para Etiopa, por ejemplo, han subvencionado la deportacin de las poblaciones que deban ayudar a alimentar. No cabe duda de que el responsable de esta malversacin de fondos es el gobierno etope, pero no importa; el estropicio podra haber sido evitado si los organizadores y los participantes de esta mundial misa solemne se hubieran permitido distraer su atencin del escenario para reflexionar, aunque slo fuera someramente, sobre los problemas planteados por la interposicin de una dictadura entre los nios que cantan y bailan y los nios hambrientos. El xito que encuentra Juan Pablo II, por otra parte, procede de la forma y no de la sustancia de sus declaraciones: desencadenara el mismo entusiasmo si permitiera el aborto o si decidiera que el celibato de los curas iba a perder, a partir de ahora, su carcter obligatorio. Su espectculo, como el de las restantes super-stars, vaca las cabezas para poder llenar mejor los ojos, y no transporta ningn mensaje, sino que los engulle a todos en una grandiosa profusin de luz y sonido. Creyendo ceder nicamente a la moda en la forma, olvida, o finge olvidar, que esa moda tiende precisamente a la aniquilacin de la significacin. Con la cultura, la religin y la caridad rock, ya no es la juventud la que se siente conmovida con los grandes discursos, sino que el propio universo del discurso es sustituido por el de las vibraciones y la danza. Frente al resto del mundo, el pueblo joven no defenda nicamente unos gustos y unos valores especficos. Movilizaba igualmente, nos dice su gran turiferario, otras reas cervicales distintas de las de la expresin hablada. Conflicto de generaciones, pero tambin conflicto de hemisferios diferenciados del cerebro (el reconocimiento no verbal contra la verbalizacin), hemisferios largo tiempo ciegos, en este caso entre s.148 La batalla ha sido violenta, pero lo que hoy se denomina comunicacin demuestra que el hemisferio no verbal ha acabado por vencerla, el clip ha dominado a la conversacin, la saciedad ha acabado por volverse adolescente.149 Y a falta de saber aliviar a las vctimas del hambre, ha encontrado, con motivo de los conciertos para Etiopa, su himno internacional: We are the world, we are the children. Somos el mundo, somos los nios.
EL ZOMBIE Y EL FANTICO
As pues, la barbarie ha acabado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, crece la intolerancia, al mismo tiempo que el
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Paul Yonnet. L'esthtique rock, Le Dbat, n.v 40. Gallimard, 1986, p. 66. Ibid., p. 71.
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infantilismo. Cuando no es la identidad cultural la que encierra al individuo en su mbito cultural y, bajo pena de alta traicin, le rechaza el acceso a la duda, a la irona, a la razn -a todo lo que podra sustraerle de la matriz colectiva-, es la industria del ocio, esta creacin de la era tcnica que reduce a pacotilla las obras del espritu (o, como se dice en Amrica, de entertainment). Y la vida guiada por el pensamiento cede suavemente su lugar al terrible y ridculo cara a cara del fantico y del zombie.
NDICE
A la sombra de una gran palabra 1
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PRIMERA PARTE: EL ARRAIGO DEL ESPRITU El Volkgeist 2 La humanidad se declina en plural 5 El calor materno del prejuicio 11 Qu es una nacin? 15 Una conversacin con Eckermann 18 El explosivo ms peligroso de los tiempos modernos ... 22 SEGUNDA PARTE: LA TRAICIN GENEROSA Un mundo desoccidentalizado 27 La segunda muerte del hombre 31 Retrato del descolonizado 36 Raza y cultura 41 El doble lenguaje de la Unesco 44 TERCERA PARTE: HACIA UNA SOCIEDAD PLURICULTURAL? La desaparicin de los dreyfusards 48 Una pedagoga de la relatividad 51 La cultura desmigajada 55 El derecho a la servidumbre 57 CUARTA PARTE: SOMOS EL MUNDO, SOMOS LOS NIOS 113 Un par de botas equivale a Shakespeare 60 Su majestad el consumidor 65 Una sociedad finalmente convertida en adolescente 69 El zombie y el fantico 74
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