Valenciana Núm. 7

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Nueva poca, ao 4, nm. 7, enero-junio 2011


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Comit Editorial
rea de Letras Dra. Elba Snchez Roln Directora Dr. Andreas Kurz (Universidad de Guanajuato, Mx.) Dra. Ins Ferrero Cndenas (Universidad de Guanajuato, Mx.) Dr. Juan Pascual Gay (El Colegio de San Luis, Mx.) Dr. Michael Roessner (Universidad de Munich, Ale.) Lic. Luis Arturo Ramos (Universidad de Texas, EUA) rea de Filosofa Dr. Aureliano Ortega Esquivel Director Dr. Rodolfo Corts del Moral (Universidad de Guanajuato, Mx.) Dra. Mara L. Christiansen Renaud (Universidad de Guanajuato, Mx.) Dr. Carlos Oliva Mendoza (UNAM, Mx.) Dr. Jos Luis Mora Garca (Universidad Autnoma de Madrid, Esp.) Dr. Ral Fornet-Betancourt (Universidad de Bremen, Ale.)

Editora: Lilia Solrzano Esqueda Coordinador del nmero: Aureliano Ortega Esquivel y Marevna Gmez Guerrero

Valenciana, nueva poca, ao 4, nm. 7, enero-junio de 2011, es una publicacin semestral editada y distribuida por la Universidad de Guanajuato, Lascurin de Retana nm. 5, zona centro, C.P. 36 000, Guanajuato, Gto., a travs de los departamentos de Filosofa y Letras Hispnicas de la Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades. Direccin de la publicacin: Ex Convento de Valenciana s. n., C.P. 36240, Valenciana, Gto. Editora responsable: Lilia Solrzano Esqueda. Produccin: Editorial de la Universidad de Guanajuato. Diseo de portada: Adriana Chagoyn. Formacin: Juan Octavio Torija. Correccin: Flor E. Aguilera Navarrete. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2010071512033400-102, ISSN 2007-2538. Certificado de Licitud de Ttulo y Contenido No. 15244 otorgado por la Comisin Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretara de Gobernacin. Impresa en los talleres de la Offset Libra, Av. Francisco I. Madero 31, Barrio de San Miguel Iztacalco, C.P. 08650, Mxico, D.F., este nmero se termin de imprimir el 27 de febrero de 2011 con un tiraje de 500 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no reflejan necesariamente la postura del editor de la publicacin. Queda estrictamente prohibida la reproduccin total o parcial de los contenidos e imgenes de la publicacin sin previa autorizacin de la Universidad de Guanajuato.

Sumario

Presentacin

Aureliano Ortega Esquivel

Literatura y azar

Carlos Oliva Mendoza

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La Teora Crtica como gnero


Beatriz Caballero Rodrguez

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Pertinencia territorial de las crticas al culturalismo


Mariflor Aguilar Rivero

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Filosofa y tiempo final


Eduardo Subirats

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Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?


Luisa Montao Montero

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa


Jos Mendvil Macas Valadez

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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filosficos


Kurt Wischin

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La mujer-filsofo o la ms antinatural de las criaturas. En torno a Simone de Beauvoir y a su obra El segundo sexo
Mara Jos Guerra Palmero

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Reseas Los autores

Presentacin

a revista Valenciana. Estudios de Filosofa y Letras es resultado del esfuerzo acadmico conjunto que el Departamento de Filosofa y el Departamento de Letras Hispnicas, del Campus Guanajuato de la Universidad de Guanajuato, han venido realizando desde que se fundaron como departamentos en octubre de 2008. Esfuerzo compartido que se ejemplifica no slo con la realizacin de encuentros y publicaciones acadmicas conjuntas, sino con las seis entregas anteriores de la revista. En su nmero 7, Valenciana ofrece una muestra significativa de trabajos de pensadoras y pensadores de mbitos e instituciones acadmicas muy distintos: Nueva York, Sevilla, Nueva Zelanda, las Islas Canarias y las ciudades mexicanas de Mxico, Quertaro y Guanajuato. No obstante, a la diversidad geogrfica, como asunto circunstancial, habra que anteponerle el hecho de que se trata de artculos que a nuestro juicio ilustran el tipo de problemas tericos y filosficos que ocupan y preocupan a nuestros contemporneos En su colaboracin Literatura y azar, Carlos Oliva nos ofrece una nueva lectura de Borges y, a travs de ella, una nueva lectura del Quijote, pero ahora de la mano de su segundo autor: Pierre Menard. Lectura inquietante por el tono de irrealidad que de suyo conserva el cuento de Borges, y que Oliva recupera con singular hondura y destreza. Este autor nos invita a leer el Quijote como un complejo artificio en el que se anudan distintos rdenes
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y niveles de problemas relativos al tiempo, a la historia y a la escritura, pero cuya ndole es inequvocamente filosfica. El mismo tono inquisitivo, pero resuelto por medios tericos muy distintos, encontramos en el trabajo de Beatriz Caballero, La Teora Crtica como gnero. La pregunta se dirige hacia el modo en el que podemos asumir la Teora Crtica dentro del conjunto del saber contemporneo, debido a que sus peculiaridades tericas y discursivas eluden toda forma de clasificacin normal. Como respuesta, la autora propone considerar a la Teora Crtica como un gnero terico y escriturstico especfico en el que concurren, predominantemente, su intencin crtica y su dimensin poltica. Enfocados en problemas de urgente actualidad, los trabajos Pertinencia territorial de las crticas al culturalismo, de Mariflor Aguilar, y Filosofa y tiempo final, de Eduardo Subirats, despliegan, cada uno en su estilo y mbito de pertinencia, una serie de sealamientos crticos respecto a dos fenmenos contemporneos. Mariflor Aguilar se refiere crticamente a los lmites tericos que presentan los modelos de interpretacin culturalista frente a la necesidad de conceptualizar el proceso de desterritorializacin que actualmente se est instrumentado en el estado de Chiapas bajo los auspicios de los gobiernos federal y estatal y de la iniciativa privada, con el pretexto de reubicar pueblos enteros para resolver la dispersin poblacional, lo que, a juicio de la autora, atenta contra toda forma de tradicin cultural e identidad comunitaria basada en el territorio. Por su parte, Eduardo Subirats, a partir de una suerte de reescritura analtica y actualizadora de su obra La existencia sitiada, a travs de un descarnado anlisis de la situacin del fin de la posmodernidad, denuncia la perplejidad acadmica que priva en el medio universitario norteamericano, con la necesidad de rearticular una nueva teora crtica y una renovada actitud antisistmica.
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Los trabajos de Luisa Montao y Jos Mendvil nos ofrecen lecturas novedosas y sugerentes de dos autores espaoles de primer nivel y persistente influencia: Miguel de Unamuno y Jos Ortega y Gasset, respectivamente. En el artculo Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?, Luisa Montao realiza un dilatado y profundo recorrido por la obra filosfica del vasco universal para mostrarnos que aun cuando ste no escribiera formalmente una teora del conocimiento existe, a lo largo de sus escritos, una serie de sealamientos, aportaciones y desarrollos que bien podran interpretarse como una propuesta epistemolgica encuadrada no en el modelo lgico-matemtico, sino en una necesaria articulacin entre la vida y el conocimiento. Por su parte, en Ortega, Ricoeur y la razn narrativa, Jos Mendvil acude al autor de la postura denominada razn vital cuya obra empieza a ser recuperada en nuestro medio universitario para establecer algunos puntos de encuentro y desencuentro con la hermenutica contempornea de Paul Ricoeur. Kurt Wischin, en el artculo La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filosficos, se propone ilustrar, desarrollando crticamente la diferencia wittgensteiniana entre decir y mostrar, que existe en Wittgenstein un motivo unificador y un motor que hilvanan la totalidad de su pensamiento temprano, pero que el olvido de ese motivo puede ofuscar la discusin y remitirla a meras cuestiones tcnicas que no abonan nada a favor de la autntica discusin filosfica. Cierra esta entrega de la revista Valenciana una colaboracin de Mara Jos Guerra Palmero titulada La mujer-filsofo o la ms antinatural de las criaturas. En torno a Simone de Beauvoir y a su obra El segundo sexo. En sta, desde la categora de alteridad, la autora analiza el impacto y la recepcin que en su momento propici la aparicin de El segundo sexo, para referirla a la existencia real de las mujeres, explicitar las condiciones de la vida femenina
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expropiada y obligada a permanecer en la mera inmanencia y a la necesidad terica e histrica del feminismo, al tiempo que denuncia la falta de reconocimiento, el descrdito y los prejuicios sexistas que imposibilitaron la justa estimacin crtica de la obra de De Beauvoir. Aureliano Ortega Esquivel

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Literatura y azar
Carlos Oliva Mendoza Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Resumen Este texto aborda dos puntos centrales en la obra de Borges a travs de la relacin con Cervantes: a) la consideracin de la lectura como el hecho ms radical de la creacin literaria; b) la tajante apuesta creativa que se fundamenta en la consideracin de que toda obra es un borrador. En este contexto, Borges aparece como el autor primordial, junto con Kafka, de la literatura del siglo XX, y su relectura del Quijote es fundamental. Palabras clave: Borges y Cervantes, Quijote, interpretacin de la obra cervantina, Pierre Menard autor del Quijote. Abstract Through his relationship to Cervantes, the essay focuses in two important points of the Borgess work. One of them: think in the reading like the most radical literary creation; second, the radical Borgess idea, to reckon in every work as a draft. In this context, Borges appears as the fundamental author, next to Kafka, in the literature of the XX Century and his interpretation of the Quijote as an essential reading. Keywords: Borges and Cervantes, Quijote, interpretation of the cervantine work, Pierre Menard autor del Quijote.

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Carlos Oliva Mendoza

En la lengua consisten los mayores daos de la vida humana. Cervantes Cul es la reforma que ms admira? Las no acaecidas todava, las que abolirn el culto del dinero y el de la fama. Borges Mientras el autor de la necrologa de Menard redactaba su nota, los ejrcitos de Hitler invadan Checoslovaquia y luego Polonia; Franco acorralaba y capturaba los ltimos focos de resistencia de republicanos espaoles o los obligaba a huir al otro lado de la frontera, al sur de Francia (no muy lejos de Nmes); y de las fbricas de Europa, Japn y los Estados Unidos surgan nuevas armas que don Quijote tanto desdeaba. El debate sobre las armas y las letras nunca fue ms pertinente, a pesar de que el vencedor del debate otra vez, como en 1605 estaba decidido de antemano. Daniel Balderston

na de las experiencias milagrosas del siglo XX es que exista Pierre Menard, autor del Quijote, el relato ms cervantino de la literatura contempornea. Dirn algunos que es, quiz, ms angustiante, irnico y trascendente que el propio Don Quijote de la Mancha, pero ah se equivocarn aqullos que lo sugieran. Hay un elemento en el Quijote de Cervantes del que adolece, en parte, el Quijote de Borges: Sancho Panza, acaso la figura ms importante de la literatura moderna. Y digo en parte, porque en ese relato el papel de Sancho lo juega Borges. En el relato de Borges, Pierre Menard nunca est de ms recordarlo slo logra escribir algunos de los captulos metatextuales del Quijote de Cervantes (uno referente a la traduccin y el azar
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Literatura y azar

de la escritura, otro al debate entre las armas y las letras y, el ltimo, en torno a la escritura y la vida, esto es, al gnero autobiogrfico), y por ms que el narrador del Menard tenga un aire sanchopancista, lo cierto es que no tiene la estatura, mediana y ordinaria, del plebeyo de Sancho. Pero vamos a intentar encontrar un principio. As como el Quijote es un recuento pstumo lo que hace el caballero del bacn en la cabeza es vivir como se haba vivido en la poca de caballera, as es el texto de Borges. El narrador trata de hacer una breve rectificacin de la vida y obra de Pierre Menard, aquel fascinante simbolista del siglo XX:
La obra visible que ha dejado este novelista es de fcil y breve enumeracin. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catlogo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideracin de inferir a sus deplorables lectores si bien estos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos autnticos de Menard han visto con alarma ese catlogo y aun con cierta tristeza. Dirase que ayer nos reunimos ante el mrmol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trataba de empaar su Memoria [] (Borges, 2001: 444).

El narrador del cuento comienza a limpiar la ya maltrecha memoria (proferida por esa plyade de calvinistas, masones y circuncisos) con una enumeracin de lo escrito por Menard. Algunas de las piezas que encuentra son las siguientes:
1) Un soneto simbolista. 2) Una monografa de conceptos poticos, no sinnimos o

perfrasis, sino objetos ideales creados por una convencin y esencialmente destinados a las necesidades poticas. 3) Una monografa de conexiones entre Descartes, Leibniz y John Wilkins.
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Carlos Oliva Mendoza

puntuacin.

4) La traduccin de la Aguja de navegar, de Quevedo. 5) Una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la

Ms otro texto monogrfico sobre Leibniz referente a la caracterstica universal; dos libros sobre ajedrez; otra monografa, ahora sobre la Ars magma generalis, de Ramn Lull; los borradores de la lgica simblica, la de Boole y las leyes mtricas generales de la prosa francesa; una transposicin de alejandrinos de una obra de Valry y tres o cuatro textos ms que cierran el trabajo de Pierre Menard.1 Obvio decirlo, se trata, si revisamos con detenimiento tan farragosa lista, de una obra que busca un solo tema, la identidad, o como diran los ilustrados, la perfeccin, o mejor an, como indicaran los crticos contemporneos: busca la interpretacin perfecta y nica del mundo: el smbolo absoluto que detiene el tiempo. Sin embargo, sta es la obra pblica, la creacin hermtica y verdadera es la que ocupar al narrador del relato. Se trata de la obra ms significativa de nuestro tiempo, en palabras del amigo de Menard: los captulos noveno y trigsimo octavo de la primera parte del Quijote y de un fragmento del captulo veintids (Borges, 2001: 446). El narrador del cuento borgesiano nos dice que tal asunto, reescribir el Quijote, parece un dislate, y esto es precisamente lo que intenta justificar. Dos textos lo llevaron a tal empresa. En primer lugar, el fragmento filolgico de Novalis, que lleva el nmero 2005 en la edicin de Dresden, donde se esboza el tema de la total identificacin con un autor determinado (Borges, 2001: 446. Las cursivas se encuentran en el original). El fragmento dice lo siguiente:
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Segn Daniel Balderston (1996), hay dos textos de Menard no incluidos en la lista del narrador del cuento: Origine thyrodienne du rhumatisme chronique, progressif et dformant (El origen tiroidal del crnico, progresivo y deformante reumatismo) y Conseils pratiques aux jeunes mres (Consejos prcticos para madres jvenes).

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Literatura y azar

Nur dann zeig ich, dass ich einen Schriftsteller verstanden habe, wenn ich in seinem Geiste hondeln kann; wenn ich ihn, ohne seine Individualitt zu schmlern, bersetzen und mannigfach verandern kann2 (Novalis, 1929: 644).

El segundo lugar, dice el narrador, es uno de esos libros parasitarios que sitan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebire o a don Quijote en Wall Street (Borges, 2001: 446). Es posible que aqu el personaje se est refiriendo al Ulises de Joyce como el libro parasitario que simplemente resita una epopeya en su mundo contemporneo o, en general, a los ejercicios de vanguardia del siglo XX que gustan de estas extrapolaciones. As, pues, Menard no intenta ni la identificacin total con un autor previo, Cervantes en este caso, como lo sugiere el fragmento de Novalis, ni mucho menos la actualizacin de la obra quijotesca. Al simbolista no le interesa, en palabras del narrador, ni el placer plebeyo del anacronismo, ni el embeleso de que todas las pocas son iguales o distintas. Menard:
[] no quera componer otro Quijote lo cual es fcil sino el Quijote. Intil agregar que no encar nunca una transcripcin mecnica del original; no se propona copiarlo. Su admirable ambicin era producir unas pginas que coincidieran palabra por palabra y lnea por lnea con las de Miguel de Cervantes (Borges, 2001: 446).

Pero de dnde le viene esta idea loca a Jorge Luis Borges, este dislate de escribir un cuento sobre un simbolista francs que se enfrenta al autor ms barroco de la narrativa espaola slo comparable con Gngora o Lezama Lima para convertirse en l, para escribir la novela ms importante de la literatura moderna, una obra que, adems, ya ha sido escrita?
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Slo muestro que he entendido a un autor cuando puedo actuar en su espritu; cuando, sin disminuir su individualidad, puedo traducirlo y transformarlo de muchas formas.

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Segn el crtico Daniel Balderston, la idea no le viene de ningn lado. Jorge Luis Borges y Pierre Menard se encontraron, probablemente, en el primer lustro de 1920. Balderston ha exhumado un poema de los primero libros de Borges, Por los viales de Nmes:
Como esas calles patrias Cuya firmeza en mi recordacin es reclamo Esta alameda provenzal Tiende su fcil rectitud latina Por un ancho suburbio Donde hay despejo y generosidad de la llanura. El agua va rezando por una acequia El dolor que conviene a su peregrinacin insentida Y la susurracin es ensayo del alma Y la noche es benigna como un rbol Y la soledad persuade a la andanza. Este lugar es semejante a la dicha; I yo no soy feliz. El cielo est viviendo un plenilunio Y un portalejo me declara una msica Que en el amor se muere Y con alivio dolorido resurje. [sic] Mi oscurid difcil mortifica la calma. Tenaces me suscitan La afrenta de estar triste en la hermosura Y el deshonor de insatisfecha esperanza (Borges, 1997: 227).3

El poema, segn los bigrafos de Borges, parece haber sido escrito durante el segundo viaje de la familia del escritor argentino a
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Se trata de una versin no alterada que el mismo Borges retir de sus obras completas. La fuente es Borges, 1997: 227. Tambin puede consultarse directamente Borges, 1925 (ver bibliografa al final).

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Europa, entre 1923 y 1924. Un recorrido por Londres, Pars, Gnova, Madrid, Andaluca y Mallorca, donde dice Balderston el joven veterano del avant-garde y renacido en el nacionalismo argentino tiene un encuentro, fallido y desesperanzado segn el poema con el simbolista de Nmes:
Otros indicios muestran que Borges y Menard habran llegado a discutir el proyecto de este ltimo sobre el Quijote. En una serie de ensayos publicados en la dcada de los veinte (El tamao de mi esperanza 108-14; El idioma de los argentinos 10-13, 139-46), Borges ataca el concepto demasiado literal que Menard tiene del texto y celebra los descuidos de Cervantes (sin aludir a Menard, por supuesto, cuya obra era todava invisible). La entrevista debe de haberse llevado a cabo a comienzos del proyecto Menard, cuando ste todava estaba resuelto a convertirse en el mismsimo Cervantes (Balderston, 1996: 62-63).

No obstante lo anterior, lo ms importante no es constatar dicho encuentro,4 pues lo importante no es el encuentro, es la naturaleza de tal encuentro. Ya en el poema de Borges se intuye esta peregrinacin quijotesca y la soledad persuade a la andanza. Insentida en su locura. En los versos de Borges lo que puede leerse es una profunda decepcin por no comprender al simbolista, quiz por esto diga: Este lugar es semejante a la dicha/I yo no soy feliz (sic). Acaso Borges acenta su propia ignorancia frente a aqul que slo aspira a volverse Cervantes cuando escribe: Mi oscurid difcil morti4

No discutir este asunto, pero quiero sealar que este dato tiene muchas implicaciones para la interpretacin del texto de Borges, pues parte de la crtica cree que la relacin de este autor con su obra es la que dicta ese misterio llamado genio y, ya en esa divisa, no les interesa a los crticos hacer una investigacin correcta del contexto en el cual la obra fue formada, sino que optan por las conexiones trascendentes de la obra de Borges con la literatura universal.

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fica la calma/Tenaces me suscitan/La afrenta de estar triste en la hermosura/Y el deshonor de insatisfecha esperanza. Es hasta muchos aos despus, cuando Borges enva su cuento a la Revista Sur, en 1939, que el argentino parece terminar el encuentro de los aos 20 con Menard:
Menard, seguramente, debi haber desconcertado al joven Borges, quien estaba convencido de que la literatura haba sido reinventada por los escritores vanguardistas de su generacin. Un francs que dos dcadas antes de los manifiestos surrealistas, del ultrasmo, del creacionismo y los dems movimientos revolucionarios de la cultura y literatura modernas haba escrito una monografa sobre imgenes que no se referan a cosas del mundo sino a objetos ideales creados por una convencin y esencialmente destinados a las necesidades poticas, y que, sin embargo, se complaca durante la dcada triunfal de la vanguardia en la reescritura de una novela espaola del siglo XVII. Qu obstinacin! Qu manera de estar al margen del espritu de la poca! (Balderston, 1996: 62-63).

Por qu hace esto Menard? La pregunta la contesta el Menard de Borges:


Mi propsito es meramente asombroso, me escribi el 30 de septiembre de 1934 desde Bayonne. El trmino final de una demostracin teolgica o metafsica el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales no es menos anterior y comn que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los filsofos publican en agradables volmenes las etapas intermedias de su labor y que yo he resuelto perderlas (Borges, 2001: 447).

Podra decirse, entonces, que el objetivo de Menard es uno elemental: el deseo de alcanzar el asombro. Con una sola diferencia, no le interesa el camino que lo conduce al asombro, slo el asombro
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en s mismo. Esta parte es central en el texto de Borges: por qu opta Menard por la reescritura metafsica de un texto ya escrito?, por qu volver a ser ese autor atravesando el tiempo y el espacio que los separa, y no buscar, de acuerdo con el espritu de la poca, el asombro a travs de la modernidad vanguardista que cabalga tan dichosa en los principios blicos del siglo XX? Quiz Borges ha contestado esta pregunta de muchas formas en otros textos: el asombro est en la conservacin y no en el olvido. sta es un poco la idea de lo clsico que tiene el escritor argentino:
Clsico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales mritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad (Borges, 1989: 151).

Pero no adelanto las conclusiones del texto. Mejor seguirlo prrafo por prrafo. Despus de decirnos que su propsito es slo asombroso, el narrador del cuento nos dice cul es el mtodo que Menard imagin: conocer bien el espaol del siglo XVII, recuperar la fe catlica, guerrear contra los moros o contra los turcos, olvidar la historia de Europa entre los aos de 1602 a 1918 y ser Miguel de Cervantes. En sntesis, lo que se propuso hacer Menard es exactamente lo mismo que hace Cervantes al escribir su obra. El Quijote, de la mano de Sancho, conoce el espaol del XV y del XVI, recupera la fe en las justas de caballera, guerrea contra otros caballeros por motivos que ya parecan asunto balad, olvida la historia del XV, del XVI y principios del XVII y convierte a Alonso Quijano, cada vez que una paliza le permite recuperar la armadura, en don Quijote. Quiz por ello la frase, digna de Macedonio Fernndez, que escribe Borges en el cuento: de todos los medios imposibles para llevarla a trmino, ste era el menos interesante. Parece indicarse algo: o estamos en el interior de una realidad que no excluye a la
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ficcin y, por lo tanto, la palabra imposible es simplemente una forma sui generis de realizar las cosas o, por el contrario, la empresa es realmente imposible. No puede llevarse a trmino y, por tanto, su vala est en intentar realizarla de la forma ms interesante, ya que no se materializar jams.
Ser en el siglo veinte un novelista popular del siglo diecisiete le pareci una disminucin. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareci menos arduo por consiguiente, menos interesante que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a travs de las experiencias de Pierre Menard. (Esa conviccin, dicho sea de paso, le hizo excluir el prlogo autobiogrfico de la segunda parte del don Quijote. Incluir ese prlogo hubiera sido crear otro personaje Cervantes pero tambin hubiera significado presentar el Quijote en funcin de ese personaje y no de Menard. ste, naturalmente, se neg a esa facilidad) (Borges, 2001: 447).

El siguiente punto de la obra es de una sutileza terrible y mgica. Menard le escribe al narrador que se ha dado cuenta de que su empresa, realmente, no es imposible para realizarla le bastara ser inmortal. Es difcil, aqu, no pensar en otro texto de Borges, El Inmortal. Aquel relato donde el viejo soldado recorre, sin posibilidades de morir, toda la historia del mundo occidental, y se da cuenta de que las palabras de Homero son tan poderosas y que estn tan llenas de sentido como la nada, como el mismo silencio. Por esto el narrador del cuento vuelve a deslizar ese argumento parmendeo de la inmutabilidad del ser, contra Herclito, de la perfeccin del ro que nunca cambia las cosas:
Confesar que suelo imaginar que la termin y que leo el Quijote todo el Quijote como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el captulo XXVI no ensayado nunca por l reconoc el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta 20

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frase excepcional: las ninfas de los ros, la dolorosa y hmida Eco. Esta conjuncin eficaz de un adjetivo moral y otro fsico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and turbaned Turk (Borges, 2001: 447).

Qu infinito terror el que habra sentido el narrador, Menard y el propio Borges el que podemos sentir nosotros! Se trata de aquella angustia primigenia que mostrara Platn, una y otra vez, a travs de la bsqueda de la nmesis: todo est escrito en este mundo. Nada es nuevo. Todo es una variacin infinita de lo mismo, simulacros de una verdad escrita por siempre. No es casual, pues, que el narrador recuerde la misma estrategia en manos del otro gran escritor de la modernidad; es como si tanto Shakespeare como Cervantes supieran que los adjetivos fsicos, como todo en este mundo, son formas morales: donde un turco maligno, donde un turco turbante. As es como queda anunciado el mundo clsico al que pertenece, aun en su despliegue barroco, el Quijote. Creo que por esto es que el narrador se pregunta por qu razn Menard escogi la reescritura de un libro clsico, del Quijote. El problema, nos dice el narrador, es que se trata de un simbolista, devoto de Poe, que engendr a Baudelaire, que engendr a Mallarm, que engendr a Valry, que engendr a Edmond Teste. Es Menard, repitiendo una respuesta que Borges gustaba dar, el que contesta de una manera fulminante el motivo de su eleccin:
El Quijote me interesa profundamente, pero no me parece cmo lo dir? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjeccin de Poe (Borges, 2001: 448). El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una 21

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tautologa. A los doce o trece aos lo le, tal vez ntegramente. Despus he reledo con atencin algunos captulos, aquellos que no intentar por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, la Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito (Borges, 2001: 448. El subrayado es mo).

La respuesta, en trminos positivos, parece ser la siguiente: pese a que se anuncia el movimiento eterno de lo clsico en la obra de Cervantes, el Quijote es evitable. Poe, en contraste, es un ejemplo de lo inevitable, justo del trazo simblico del universo. En Poe lo que se observa, como ha dicho Borges, es el conjunto de su obra, no las pginas de ella. Se trata de dos tipos de imaginacin: Los simbolistas imaginan el universo, los barrocos, como Cervantes, el accidente y el azar. Frente a la inevitable metafsica del universo de Poe, Menard opta por reescribir la metafsica de lo evitable, la metafsica del accidente. En la primera de ellas, en las formas simblicas, est la resonancia histrica, en la segunda, en el azar y el accidente barroco, la capacidad personal. Por esto el recuerdo que todos y todas tenemos del texto de Cervantes es similar, es el recuerdo de un libro no escrito. No slo logra esto el Quijote por su naturaleza cmica y barroca, sino por un hecho estrictamente metafsico. Como es un libro accidentado en su interior, tan azaroso en s mismo, siempre est presente la sensacin de la nada, la sensacin de que ese libro pudo, ms fcilmente, no ser escrito. Slo hay que pensar en una parte del captulo noveno, uno de los textos que logra rescribir Menard. El captulo noveno abre la segunda parte de Don Quijote, y se intitula Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcano y el valiente manchego tuvieron. El relato empieza cuando el narrador nos dice que habamos justo dejado
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a don Quijote con las espadas altas y desnudas, y de ah en adelante no se sabe qu ms pasa, pues el libro se interrumpe. Hay despus algunas reflexiones sobre lo inaudito de que un caballero no tuviera a la mano alguien a quien seguir contando sus hazaas, y de pronto, de manera fortuita y accidental, en el Alcal de Toledo, el narrador encuentra a un vendedor de cartapacios y papeles viejos, toma uno de ellos que tiene caracteres arbigos y busca a un intrprete para que lo lea. Cuando el morisco aljamiado lo hace, comienza a rer.
Preguntle yo de que se rea, y respondime que de una cosa que tena aquel libro escrita al margen por anotacin. Djele que me la dijese, y l, sin dejar la risa, dijo: Est, como he dicho, aqu en el margen escrito esto: Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer en la Mancha (Cervantes, 1979: 142).

Cuando el lector del Quijote oye esto, le compra todos los papeles y cartapacios al vendedor y le paga dos arrobas de pasas al morisco para que haga la traduccin. Al cabo de mes y medio recibe la obra titulada Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, con lo cual, a estas alturas del Quijote, ya tenemos una versin narrada por tres autores y pasada por un traductor. Este proceso accidental de escritura, entre otras cosas, es lo que logra rescribir el Menard de Borges. En tan fortuita continuacin del Quijote, la naturaleza o el atributo de lo accidental sera no acontecer y, si acaso lo hace, la finalidad de ese acontecimiento no puede apuntar ms que al olvido. De ah que aquello olvidado, que es lo que busca Menard, slo pueda resurgir en sus formas primarias: el azar, el caos o el accidente, y no en su racionalidad histrica o en sus smbolos.
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Esto parece ser lo distintivo del mundo barroco de Cervantes y Borges frente al mundo simblico de Poe y la tradicin francesa, y aun frente a la obra clsica. El hecho metafsico es irrepetible. Se puede reproducir lo clsico y lo simblico, porque no es accidental sino necesario; en cambio, Menard quiere reproducir lo informe y lo contingente. Ejemplo supino de esto, el Quijote. As, el narrador se va acercando al final del cuento al plantear cules fueron las estrategias para reproducir lo accidental en Cervantes y Menard. El escritor espaol usa el azar, la inercia del lenguaje y de la invencin y la espontaneidad; mientras que el escritor francs necesita suplir esto de manera artificial: variantes formales o psicolgicas, sacrificios racionales frente al original. Y, sin embargo, hay algo que Menard llama una traba congnita a su labor: la existencia del tiempo.
Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos aos, cargados de complejsimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote (Borges, 2001: 448).

El tiempo es el que le da una fascinante dimensin al Quijote, lo arranca, podra decirse, de su naturaleza accidental. La obra de Cervantes, al paso del tiempo, se vuelve razonable, necesaria y hasta fatal en su advenimiento. Cmo, pues, rescribirla, inclusive releerla, sin que parezca un clsico eterno, sin que pierda lo ms notable: su extravo, su demencia y su accidentalidad? Quiz en esas meditaciones es que Menard logra rescribir parte del captulo 22 del Quijote. El fragmento que escribe el simbolista francs no es difcil de adivinar. En aquel famoso texto, el Quijote se encuentra con algunos malandros que, ensartados de cuellos y encadenados por las manos, son conducidos a galeras.
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Ah mismo don Quijote pregunta a cada uno por el delito que ha cometido, y decide liberarlos; sin embargo, cuando empieza a pensar en su futuro destino, tal cuadrilla apedrea a Sancho y al Quijote para poder despus desaparecer de los feudos del rey y del loco que los haba rescatado. Quiz, intuyo, lo que Menard alcanz a producir es la conversacin entre el lder de los cautivos, Gins de Pasamonte, y don Quijote. Cuando Gins de Pasamonte se molesta porque le llaman Ginesillo de Parapilla es que dice:
S llama respondi Gins: ms yo har que no me lo llamen, o me las pelara donde yo digo entre mis dientes. Seor caballero, si tiene algo que darnos, dnoslo, y ajenas: y si la ma quiere saber, sepa que soy Gins de Pasamonte, cuya vida est escrita por estos pulgares. Dice verdad dijo el comisario; que l mesmo ha escrito su historia, que no hay ms, y deja empeado el libro en la crcel, en doscientos reales. Y lo pienso quitar dijo Gins si quedara en doscientos ducados. Tan bueno es? dijo don Quijote. Es tan bueno respondi Gins, que mal ao para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel gnero se han escrito o escribieren. Lo que le s decir a voac es que se trata de verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas, que no pueden haber mentiras que se le igualen. Y cmo se intitula el libro? pregunt don Quijote. La vida de Gins de Pasamonte respondi l mismo. Y est acabado? pregunt don Quijote. Cmo puede estar acabado respondi l, si an no est acabada mi vida? Lo que est escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta ltima vez me han echado en galeras.

En este captulo no es sorprendente la accidentalidad ni el cambio de narradores, como sucede en el captulo noveno. No, lo que
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sorprende en esta parte son dos cosas. Primero, que para Gins de Pasamonte, hecho que no parece pasarle desapercibido al Quijote, escribir es algo muy similar a la vida. Parecen, de hecho, ser sinnimos. Por esta razn es que no hay contradiccin cuando Gins de Pasamonte se ofende ante la tontera de pretender que el libro est terminado, cuando su vida no lo est an. As, el libro y la escritura parecen ser un proceso que culmina con la muerte del escritor, que es el mismo personaje de quien escribe. Esto se anuncia previamente, cuando Gins dice que slo ha escrito verdades y que, por lo tanto, no podr haber mentiras que se le igualen. No habr ficcin que supere la vida del bandolero. Si nos detenemos un poco, lo que se anuncia en ese capital fragmento del Quijote es el enfrentamiento entre la literatura puramente ficticia y la literatura biogrfica. Aunque si bien esto parece imposible, lo cierto es que Gins, el malandro, seala que una est hecha de mentiras y la otra, muy superior, de verdades. Gins de Pasamonte terminar su libro cuando termine su vida, y ese relato ser tan slo una biografa; en cambio el Quijote, loco como est, termina y empieza muchas vidas y muchos relatos, y a lo que menos aspira es a la biografa individual. A l le interesa la epopeya del Quijote y los motivos comunitarios de su gesta. Entre esos dos polos extremos es que est Menard: ni la biografa, ni la epopeya, sino la repeticin metafsica donde no importa el relato individual, pero tampoco el relato del hroe y su comunidad por el contrario, Menard quiere ser un hombre que ya fue y repetir, de manera metafsica, el mismo libro que aquel hombre escribi. El Menard de Borges aspira a lo que muy en el fondo es el Quijote, un accidente histrico, un texto anacrnico y azaroso. Por esta razn no puede seguir la estrategia de Gins de Pasamonte, ni la de don Quijote, y sin embargo no puede renunciar a ninguna de ellas. Slo desde su biografa personal puede rescribir el Quijote, slo desde una perspectiva epopyica puede intentar tan increble
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obra. Al final, al igual que en el texto de Cervantes, no habr ni literatura psicolgica (la posibilidad biogrfica) ni la marcha heroica del personaje (la epopeya moderna). Justo aqu, cuando el problema del tiempo transcurrido se ha vuelto el centro del relato, es donde entra la famosa disputa entre las armas y las letras, para destacar la preeminencia de la recepcin del texto frente a su escritura. Como se sabe, en aquel famoso captulo 38 del Quijote, Cervantes falla a favor de las armas. El discurso, en su parte central, reza as:
[] volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora est por averiguar, segn son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podran sustentar las armas, porque la guerra tambin tiene sus leyes y est sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrn sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; y, finalmente, si por ellas no fuese, las repblicas, los reinos, las monarquas, las ciudades, los caminos de mar y tierra estaran sujetos al rigor y a la confusin que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. [] Y lo que ms es de admirar: que apenas uno ha cado donde no se pondra levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar: y si ste tambin cae en el mar, que como enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valenta y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillera, a cuyo inventor tengo para m que en el infierno se le est dando el premio de su diablica invencin, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida de un valeroso caballero, y 27

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que, sin saber cmo o por dnde, en la mitad del coraje y bro que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quiz huy y se espant del resplandor que hizo fuego al disparar de la maldita mquina, y cota y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien le mereca gozar luengos siglos (Cervantes, 1979: 469-470).

Este texto, de la mayor importancia en la cultura occidental, no slo seala la creciente incursin de la tecnologa en el ensayo del asesinato de la historia moderna, sino que an destaca la vieja fusin, en la tecnologa humana, entre las armas y las letras. No debera de haber profesionalizacin alguna en el acto de matar, parece sugerir el Quijote, sino un deber que se cumple por una comunidad; y, a decir del Quijote, es la guerra la que mantiene el honor y el sacrifico de la comunidad. Menard, dir lo mismo, fallar por la guerra y las armas, unos das antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. El narrador, por su parte, dice que esto es explicable en Cervantes, pues, a la postre, era un militar:
Pero que el don Quijote de Pierre Menard hombre contemporneo de La trahison des clercs y de Bertrand Russell reincida en esas nebulosas sofisteras! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y tpica subordinacin del autor a la psicologa del hroe; otros (nada perspicazmente) una transcripcin del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretacin (que juzgo irrefutable) no s si me atrever a aadir una cuarta, que coincide muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hbito resignado o irnico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por l. [...] El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idnticos, pero el segundo es casi infinitamente ms rico. (Ms ambiguo, dirn sus detractores; pero la ambigedad es una riqueza) (Borges, 2001: 449).

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Palabras ms, palabras menos, Borges despliega de manera muy simple todos los niveles en los que podra interpretarse el Quijote, desde la idea de que es un texto no moderno (se subordina el autor a la idea del hroe), hasta la idea radical de que el texto dice justo lo contrario de lo que est escrito en l, pasando por la interpretacin histrica, hasta la interpretacin refleja, en la cual slo se repite lo que dice el texto. Ms importante que esto son las palabras finales: el texto, pese a ser idntico, es infinitamente ms rico en el siglo XX porque contiene ms posibilidades de interpretacin. Aqu se dibuja la idea ms trascendente y polmica del cuento de Borges: el tiempo es irrepetible; magnifica y disminuye la obra y es nico. Muy a la manera de Hegel, el tiempo le da ambigedad al texto, y aqu radica su riqueza. La lectura es materializacin del tiempo y, por lo tanto, acontecimiento ldico y ertico ambiguo de quien lee. Qu es lo que queda, entonces, al concluir el relato? El accidente. El azar de la materia significante a travs de la lectura. Una variacin que palpita en la repeticin perfecta. Dice el narrador hacia el final del cuento:
Es una revelacin cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. ste, por ejemplo, escribi (Don Quijote, primera parte, noveno captulo): la verdad cuya madre es la historia, mula del tiempo, depsito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir. Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el ingenio lego Cervantes, esa enumeracin es un mero elogio retrico de la historia. Menard, en cambio, escribe: la verdad, cuya madre es la historia, mula del tiempo, depsito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.

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La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard contemporneo de William James, no define la historia como una indagacin de la realidad sino como su origen. La verdad histrica, para l no es lo que sucedi. Las clusulas finales ejemplo y aviso de lo presente, advertencias de lo porvenir son descaradamente pragmticas (Borges, 2001: 449).

Es, pues, el intrprete, como Sancho Panza, el que al final enloquece, al permanecer al lado de su seor, al lado del texto, y descubriendo esa premisa metafsica a la que me he referido: la escritura est hecha de tiempo, y por esta razn se reinventa aunque las palabras parezcan ser las mismas. El narrador, al final, lee el texto de Menard con la devocin, insisto, con que el escudero sigue a un caballero locuaz. El amigo de Menard nos revela una verdad inmediata: leer es asombro, y la reinterpretacin... es el turbante maligno del tiempo que nos ciega en el momento de leer. Por esto ninguna pgina puede ser repetida, la actualizacin, la interpretacin, es una creacin novedosa de la obra misma. Por el contrario, la gloria le quita al texto su movimiento central: el juego de lo ocasional, de lo azaroso, de la posibilidad de no haber existido, de vacilar, siempre, entre la nada y el ser:
No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente intil. Una doctrina filosfica es al principio una descripcin verosmil del universo; giran los aos y es un mero captulo cuando no un prrafo o un nombre de la historia de la filosofa. En la literatura, esa caducidad final es aun ms notoria. El Quijote me dijo Menard fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasin de brindis patriticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensin y quiz la peor (Borges, 2001: 450).

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Bibliografa
Balderston, Daniel, 1996, Fuera de contexto? Referencialidad histrica y expresin de la realidad en Borges, Beatriz Viterbo Editora, Argentina. Borges, Jorge Luis, 1925, Luna de enfrente, Editorial Proa, Buenos Aires. , 1997, Textos recobrados 1919-1929, Emec Editores, Barcelona. , 2001, Pierre Menard, autor del Quijote, en Obras completas 1, Emec, Espaa. Cervantes Saavedra, Miguel de, 1979, Don Quijote de la Mancha, Alambra, Espaa. Novalis, 1929, Fragmente, Wolfang Jess Verlag in Dresden, Germany.

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La Teora Crtica como gnero


Beatriz Caballero Rodrguez Universidad de Canterbury, Nueva Zelanda

Resumen Este artculo arguye que, dadas las particularidades y los objetivos de la Teora Crtica de la Escuela de Frankfurt, las clasificaciones tradicionales resultan inapropiadas. A pesar de su carcter utpico, su gnero no es la literatura utpica, puesto que la Teora Crtica se define por mucho ms que su objetivo: la auto-realizacin del ser humano. De la misma manera, tampoco encaja cmodamente dentro de las etiquetas de ensayo o discurso acadmico. De hecho, encasillarla en cualquiera de estos gneros supondra una domesticacin de su discurso que afectara su impacto. La tesis que aqu defiendo es que la Teora Crtica se debe considerar mucho ms que un simple rtulo que agrupe el trabajo de los miembros de la Escuela de Frankfurt; se refiere a la naturaleza idiosincrtica de su trabajo entendido como la combinacin de su objetivo, metodologa, contenido y estilo. Es precisamente el conjunto de estas caractersticas lo que debe ser considerado como un gnero en s mismo. El discurso de la Teora Crtica slo puede situarse, entonces, en una posicin de desafo y rebelda frente a los patrones establecidos de pensamiento y expresin al reconocer su particularidad como gnero diferenciado. Palabras clave: Teora Crtica, Escuela de Frankfurt, gnero, Adorno, Horkheimer, Marcuse.

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La Teora Crtica como gnero

Abstract This article argues that, based on the distinctiveness and the aim of Critical Theory, traditional classifications are inappropriate. Existing genre classifications are insufficient and counterproductive. It is my contention that Critical Theory becomes more than a banner to group together the work of the members of the Frankfurt School; it refers to the idiosyncratic nature of their work in relation to the combination of their aim, their methodology, as well as its content and style. It is on account of the conjunction of these features that Critical Theory constitutes a genre in its own right. By acknowledging this, its discourse becomes empowered and empowering, for it situates itself in a position of challenge and defiance in reference to established patterns of thought and expression. Keywords: Critical Theory, Frankfurt School, Genre, Adorno, Horkheimer, Marcuse.

l trmino Teora Crtica, acuado por los miembros de la Escuela de Frankfurt durante sus estancias en el exilio cuando trabajaban en la Universidad de Columbia en Nueva York, empez usndose en parte a modo de cdigo. Como explica Douglas Kellner, se trataba de una prctica necesaria dado su contexto sociopoltico, in order to cover over its commitment to Marxism in an environment that is quite hostile to a theory associated with socialist revolution and the Soviet Union (1989: 44). A pesar de que inicialmente el trmino teora crtica se usaba con referencia a la investigacin de los miembros del Institut fr Sozialforschung, y todava est estrechamente asociado con l, su uso se ha ampliado para describir tambin una gama ms amplia de trabajo de carcter crtico, muy variado en cuanto a intencin y sustancia. Sin embargo, dado que a lo largo del presente artculo este trmino se referir exclusivamente a la Teora Crtica en sentido frankfurtia33

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no, considero ms apropiado el uso de las maysculas para evitar ambigedades.1 Con el propsito de demostrar que la Teora Crtica constituye un gnero en s mismo, este artculo comenzar por identificar cules son las caractersticas comunes que la Teora Crtica comparte, para proseguir analizando su objetivo, contenido, metodologa y estilo. Slo pasaremos a explorar su relacin con el gnero tras investigar la relevancia de las interconexiones que existen entre estos aspectos de la Teora Crtica. Al llegar a este punto argumentar que la integridad y coherencia de la Teora Crtica slo pueden conservarse al considerarla como un gnero por derecho propio, puesto que de no hacerlo significara su asimilacin dentro de patrones preexistentes de expresin y de racionalidad, lo cual en definitiva ira en detrimento del posible impacto de su discurso. Qu es la Teora Crtica? Para reflexionar sobre la naturaleza de la Teora Crtica es imprescindible comenzar por destacar su diversidad. Como explica Fred Rush:
[] while it is characterized by certain shared core philosophical concerns, Critical Theory exhibits a diversity among its proponents that both contributes to its richness and poses substantial barriers to understanding its significance (2004: 6).

As pues, las diferencias idiosincrticas y, a veces, sustanciales entre las obras de los miembros individuales del Instituto de Investigacin Social deben entenderse como diferentes manifestaciones de
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Para ms detalle respecto a los matices del uso de las maysculas, refiero al lector al artculo de Vicente Gmez, titulado La Teora Crtica en Espaa. Aspectos de una recepcin (2009: 3-5).

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La Teora Crtica como gnero

la Teora Crtica. A pesar de esta diversidad, como indica Rush, hay ciertos conceptos centrales que todos los tericos crticos comparten, entre los que se incluyen no slo sus objetivos tericos, sino tambin aspectos centrales de su contenido y estilo, puesto que una de las caractersticas de la Teora Crtica es, precisamente, la interrelacin de sus elementos, el vnculo intrnseco entre contenido y estilo, teora y praxis. Con esto presente, vamos a explorar a continuacin cules son los elementos centrales que intervienen. La Teora Crtica es ante todo una crtica de la sociedad capitalista avanzada. Su carcter distintivo reside, como argumenta Kellner, en que si bien la teora tradicional reproduce acrticamente la sociedad existente; en contraste, la Teora Crtica se esfuerza por transformarla (1989: 46). Para la Escuela de Frankfurt, el estudio de la ideologa est vinculado con un proyecto de liberacin. Por tanto, trata de proporcionar crticas y alternativas a la teora social tradicional o convencional, as como una crtica de una amplia gama de ideologas (vase Kellner, 1989: 1, 44). Lo que es ms, en lugar de centrarse en problemas slo especficamente socioeconmicos y polticos, su crtica se dirige contra la racionalidad especfica sobre la que se erige la sociedad occidental: la razn instrumental. Aunque Horkheimer ya desarroll este concepto en su publicacin Eclipse of Reason (1947), la frase razn instrumental apareci por primera vez en Zur Kritik der instrumentellen Vernunft (1967), es decir, en la traduccin al alemn del ingls original. All, Horkheimer argumenta que la razn tal y como se ha ejercitado desde la Ilustracin se rige por criterios de explotacin, productividad y rentabilidad, que se han convertido en fines en s mismos (1973: 21).2 Por esta razn sostiene que, lejos de ser el tipo de razn interpersonal, crtica y reflexiva que alentara el de2

La primera edicin de esta obra de Horkheimer sali a la luz en 1947, pero por razones de disponibilidad cito la edicin que hizo Continuum en 1973.

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sarrollo del individuo y de la sociedad que habita, constituye una forma instrumental de racionalidad que en ltima instancia resulta ser irracional en la medida en la que lleva al individuo por rutas destructivas en lugar de constructivas o creativas. Esta racionalidad, que equipara lo til a lo racional, da como resultado la subyugacin de la naturaleza y del individuo. Siguiendo el hilo de la crtica frankfurtiana, Stephen E. Bronner explica las consecuencias de este tipo de racionalidad en los siguientes trminos:
Technology generated under capitalism and its peculiar form of instrumental or scientific thinking increasingly undermines the reflective exercise of subjectivity. Moral judgment is understood as becoming increasingly subordinate to instrumental thinking and, as a consequence, individuals appear threatened with the loss of their capacity for normative judgment (2002: 223).

Es precisamente debido a esta amenaza al juicio normativo del individuo y a sus consecuencias que se considera que la razn instrumental es esencialmente irracional. Dicho de otra manera, se trata de una evaluacin basada en criterios morales. Ms especficamente, la razn instrumental hace uso de la razn en el mbito de los medios de comunicacin, la economa y la vida cultural, con el propsito de ejercer control social. sta es la dinmica de pensamiento y de accin que la Teora Crtica desvela y denuncia, abriendo as nuevas lneas de investigacin y, en particular, metodologas diferentes de investigacin filosfica, sociolgica y socio-poltica. Tal y como subraya Axel Honneth, el concepto razn se vuelve crucial para la crtica presentada por los miembros de la Escuela, quienes asumen que the cause of the negative state of society is to be found in a deficit in social rationality (2004: 339). Por consiguiente, Honneth arguye que a pesar de las diferencias entre el vocabulario utilizado por los distintos miembros del Ins36

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tituto Horkheimer: organizacin irracional; Adorno: mundo administrado; Marcuse: sociedad unidimensional, tolerancia represiva; y Habermas: colonizacin del mundo-vida social, todos ellos se refieren a una racionalidad deforme en contraste con una supuesta racionalidad intacta que podra brindarle a cada individuo la oportunidad de desarrollo y realizacin personal (2004: 338-339). Como Alan How seala, for them [Critical Theorists] Reason proper was an altogether bigger and more significant concept than mere reason. Part of their aim was to challenge what currently passed for reason and extend it into something more comprehensive (2003: 6). El concepto de Razn, en sentido amplio, es, pues, clave para la Teora Crtica, sin embargo, pese al papel fundamental de la Razn, la naturaleza especfica y las caractersticas de esta racionalidad intacta, o bien no est muy elaborada o bien cambia significativamente de un pensador a otro, compartiendo slo la premisa central de que debera permitir la auto-actualizacin del individuo (vase Honneth, 2004: 341). Influenciados por Hegel, la nica caracterstica de esta auto-actualizacin que comparten los miembros del Instituto es que implica the conviction that the self-actualization of the individual is only successful when it is interwoven in its aims by means of generally accepted principles or ends with the self-actualization of all the other members of society (Honneth, 2004: 342). Se trata de una premisa que es compatible no slo con su preocupacin por la justicia social, sino, ms esencialmente, con las premisas ticas que, aunque indefinidas, guan el pensamiento de los tericos crticos. Segn Honneth, la estructura de su crtica se apoya en tres elementos clave que son centrales para su pensamiento. En primer lugar, la crtica de la razn instrumental, entendida como una racionalidad socialmente deficiente, es el resultado del ncleo tico implcito en la Teora Crtica (2004: 338). Horkheimer, Marcuse,
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Adorno y Habermas comparten la conviccin de que la actualizacin de la libertad individual requiere la adopcin de una praxis comn que sea ms que el resultado de la mera coordinacin de los intereses individuales. Por tanto, su objetivo es la cooperative selfactualization [which] includes [] the notion that subjects are not able to achieve a successful social life as long as they have not recognized the common core of value judgements that lies behind their respective individual interests (2004: 343). Sin embargo, es importante destacar que, pese a esta motivacin tica, los tericos crticos rechazan la posibilidad de una teora moral universal, pues sera injustificablemente limitadora. En segundo lugar, el capitalismo se identifica como la causa de la racionalidad deficiente que denuncian (2004: 338). Y en tercer lugar, su crtica establece una conexin intrnseca a la praxis, la cual resulta necesaria puesto que el objetivo es superar el sufrimiento social causado por esta racionalidad deficiente (2004: 338). Con tales premisas, la propia Teora Crtica debe adoptar una racionalidad diferente para evitar ser presa de su propia crtica. Por lo tanto, la Teora Crtica se considera a s misma esencialmente diferente no slo en su contenido terico, sino, ms radicalmente, tambin en su metodologa. Sin embargo, hay que enfatizar que aunque la Teora Crtica subraya las insuficiencias y las peligrosas consecuencias de la razn instrumental, esto no significa que la Escuela de Frankfurt abogue por una renuncia a la razn. Aunque en relacin con Marcuse, Peter-Uwe Hohendahl seala una importante distincin, entre diversos tipos de razn, que tambin est presente en el resto de los tericos crticos: in One-Dimensional Man (1964), Marcuse differentiated more clearly between reason as Vernunft [reason as common sense] and instrumental reason, yet he continued to link reason and liberation thereby also insisting on the revolutionary potential of reason (2001: 7). Por tanto, la propia lgica de la crtica de la razn instrumental ya sugiere la necesidad de
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desarrollar una razn alternativa ms amplia sobre la que cualquier investigacin verdaderamente transformadora debera basarse. Por este motivo, en un esfuerzo por liberarse del marco de racionalidad de la razn instrumental, las caractersticas distintivas de la Teora Crtica incluyen un enfoque en cuanto a contenido y metodologa que, tomando prestada la terminologa de Kellner, podramos llamar supradisciplinar (1989: 7, 77). A esto hay que aadir la estrecha relacin entre la teora y la praxis, y entre el contenido y estilo, que confluye en el uso subversivo del lenguaje. Los objetivos de la Teora Crtica El primer punto de cohesin para los tericos crticos es su agenda normativa. En palabras de Chambers: Critical Theory has a normative agenda. Its stated interest is the emancipation of humanity from injustice (2004: 221). Como apunta Honneth, para los crticos tericos, el objetivo normativo de la sociedad debera posibilitar la auto-actualizacin de cada miembro mutuamente posible (vase 2004: 344). El hecho de que no es as es lo que en ltima instancia convierte los objetivos y prcticas de la sociedad en irracionales. As pues, a pesar de su diversidad, debe sealarse que la Teora Crtica puede describirse como holstica, en el sentido de que su metodologa no slo viene dictada por sus objetivos y su punto de vista ideolgico, sino que todos ellos afectan tambin a su contenido de manera que se establece una fuerte interconexin entre los distintos elementos que la componen. Esta interconexin se puede observar en el concepto de praxis que est presente en la teora a travs de la importancia que adquiere la experiencia. Como Simone Chambers afirma, los objetivos de la Teora Crtica son to show the internal relationship between knowledge and experience [], and to use the interconnectedness of knowledge and experience to
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break out of the given and project normative goals and ends (2004: 221). Esta interconexin se hace evidente en cualquier intento por analizar cualquiera de estos aspectos por separado, puesto que tal separacin es ajena a la epistemologa de la Teora Crtica y slo puede tener lugar artificialmente; razn por la cual dicho anlisis si pretende preservar y transmitir esta interconexin requerir necesariamente una cierta cantidad de repeticin. La Teora Crtica como metodologa, praxis y estilo La metodologa y los objetivos de la Teora Crtica fueron presentados, por primera vez, por Horkheimer en su ensayo Traditionelle und Kritische Theorie (1937) y por Marcuse en Philosophie und Kritische Theorie (1937). Aunque el ensayo de Horkheimer constituye una declaracin de la estructura y objetivos de la Teora Crtica, como Rush indica, focusing on it alone provides a simplified and overly neat answer to the question of what is supposed to make Critical Theory critical (2004: 11). Por otra parte, la metodologa y los objetivos que Marcuse propone tambin estn sujetos a cambio y evolucin. Como el propio Marcuse destaca en Negations, that most of this was written before Auschwitz deeply separates it from the present (1968: xv). Tambin en Negations, Marcuse explica:
At that time [19348], it was not yet clear that the powers that had defeated fascism by virtue of their technical and economic superiority would strengthen and streamline the social structure which had produced fascism. [] Capitalist society had not yet revealed all its strength and all its rationality, and the fate of the labor movement was still uncertain (1968: xi).

Por lo tanto, es evidente que la Teora Crtica no slo tiene diversas manifestaciones, sino que tambin es flexible, puesto que pretende
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abordar los problemas asociados con la ideologa y la racionalidad dominantes en el momento en el que se ejerce la crtica. Es posible observar, ya desde su incepcin, que la metodologa de los miembros de la Escuela de Frankfurt est ntimamente ligada a sus objetivos. En su ensayo Philosophie und Kritische Theorie (1937), Marcuse establece que la diferencia entre la filosofa y la Teora Crtica es que mientras la primera se ocupa solamente de la razn pura, nunca puede concluir nada que no estuviera ya presente en esencia. Sin embargo, la Teora Crtica est anclada en diferentes aspectos de las condiciones materiales para el pensamiento y la percepcin, supuestamente proporcionando una plataforma genuina para las transformaciones sociales (Hohendahl, 2001: 5-6). En palabras de Marcuse, truth that is more than the truth of what is can be attained and intended only in opposition to established social relationships (1968: 149). Buscar esa verdad es uno de los objetivos principales de la Teora Crtica. La metodologa de la Teora Crtica Como ya hemos dicho, la Teora Crtica es un esfuerzo supradisciplinar por construir una teora social integral que puede enfrentarse a los problemas sociales y polticos clave resultantes del capitalismo avanzado. Al adoptar un enfoque supradisciplinar, la Teora Crtica procura integrar la experiencia y la realidad en su anlisis terico (vase Kellner, 1989: 7-8, 36). A pesar de este enfoque, la Teora Crtica considera sospechosas las soluciones totalizadoras. Rechaza el pensamiento sistemtico y reivindica el valor de las perspectivas fragmentarias, contradictorias e incluso experimentales de la realidad, ya que slo al abarcar estos aspectos pueden asirse las complejidades de la realidad que se estudia. En fuerte contraste con las tradiciones emprica, analtica y positivista del pensamiento anglfono, para la Teora Crtica la
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especulacin constituye un elemento esencial de la razn y, por consiguiente, de su metodologa. How identifica y reivindica el valor positivo que tiene la especulacin para la Teora Crtica:
In everyday English usage, the word speculation suggests something vague and probably unjustified []. But because Critical Theory always sought to bring the social sciences into conjunction with philosophy I discovered the role of speculation could be seen in a quite different light. [] Marcuse [] in particular explicitly drew out Hegels ideas on the intrinsically speculative nature of reason to form the basis of Critical Theorys critique of empiricism (2003: 2-3).

Esto es as porque, como ya hemos visto, la Teora Crtica se ocupa de las interpretaciones de lo que existe, de manera tal que la razn pueda llegar a conclusiones que vayan ms all de sus premisas iniciales. Rush lo explica en relacin con Adorno:
Adorno [] does not think that Critical Theory is a theory of interpretation in the ordinary sense. Critical Theory does not study its objects with the aim of revealing meanings that are already there, independent of the interpretive process []. The objects of interpretation, as well as any particular interpretation of them, are always subject to further interpretation (2004: 34).

Para lograrlo es necesario tener conciencia de las interconexiones entre los diferentes aspectos de la sociedad y del tejido de la propia realidad de ah su supradisciplinaridad, adems de permitir la especulacin como parte de su metodologa. Horkheimer y Adorno exploran ese concepto de interconexin mediante su dialctica negativa y el estilo aforstico de Adorno. Por otra parte, Marcuse, en especial, defiende el valor de la especulacin porque, como How indica, for Marcuse the positivist/empiricist [] emphasis on the
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givenness of facts entails a distinctly conservative acceptance of things as they are (2003: 3). En contraste con esta aceptacin, Marcuse argumenta que the real field of knowledge is not the given facts about things as they are, but the critical evaluation of them as a prelude to passing beyond their given form (1955: 145). Para conseguirlo es necesario incorporar o hacer hincapi en el papel de elementos tradicionalmente excluidos del mbito de la razn: la experiencia personal, la subjetividad y, en ltima instancia, la praxis. La funcin de estilo Los diferentes elementos que forman la Teora Crtica son parte del esfuerzo integral de los crticos tericos por substraerse a s mismos y a sus lectores lo suficiente de la ideologa que domina la sociedad capitalista avanzada como para poder concebir y realizar su crtica, pero tambin por abrir la posibilidad de la liberacin del individuo de dicha ideologa. Por este motivo, el estilo que los crticos tericos utilizan para comunicarse es una consecuencia deliberada de sus objetivos y de su propia ideologa; es la cristalizacin de su metodologa. Este estilo, aunque idiosincrsico a cada uno de ellos, comparte los mismos objetivos, a saber, la expresin y comunicacin de secuencias de ideas complejas e interrelacionadas, pero tambin la desestabilizacin de la razn instrumental que les rodea. Lo que es ms, este estilo de expresin exige la participacin activa del lector. El lector ya no es un sujeto pasivo que absorbe informacin, sino un agente activo que se esfuerza por desentraar el significado del texto, de la ideologa y de la sociedad de las que trata. Es por ello que muchos crticos como How expresan su sorpresa ante la descripcin de la Teora Crtica como popular e incluso populista. En relacin con la lectura de El hombre unidimensional de Marcuse, How reflexiona lo siguiente:
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[] the style of language was the plainest obstacle. Marcuse mostly did not write in short easily absorbable sentences, but in long, roving, muscular phrases where a sentence could last a whole paragraph and where the subject and object of the sentence seemed only distant cousins. [] In dialectical fashion each clause reciprocally (re)defined the one that went before while simultaneously adding meaning to the one that came after. [] It forced the reader to hold a variety of inter-related ideas together and allowed them to co-mingle and influence each other (2003: 2).

Este lenguaje desafiante no es de ninguna manera exclusivo de Marcuse, pues otros miembros de la Escuela tambin retan las limitaciones lingsticas de la expresin lineal, y exigen el involucramiento del lector con el texto. Como Edward Said explica, Adorno tambin desarrolla su propio estilo idiosincrtico, que dista mucho de ser de fcil lectura:
Adorno is exceptionally difficult to read, whether in his original German or in any number of translations. Jameson [in Late Marxism: Adorno, or, the Persistence of Dialectic (1990)] speaks very well about the sheer intelligence of his sentences, their incomparable refinement, their programmatically complex internal movement (2002: 201).

Debo enfatizar que la adopcin de este estilo es una eleccin deliberada que obedece a razones metodolgicas. Como resultado, tal y como indica Rush, muchas de las obras de Adorno are selfconscious exercises in embodying the movement of ideas in negative dialectic in a style of philosophical writing (2004: 35). Este estilo se hace todava ms palpable en su obra posterior que se caracteriza por su expresin potica y aforstica, con la esperanza de que might resist instrumental demands by stubborn insistence upon nonpurposive activity (Honneth, 2004: 342).
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Al optar por tan intricadas formas de expresin, estos pensadores, por un lado, demandan atencin e involucracin heurstica del lector en el texto, sin la cual hay poca esperanza de que pueda entenderse su contenido; por otro lado, aspiran a acceder y transmitir conceptos que, de otra manera, estaran fuera del alcance del discurso filosfico, sociolgico o esttico tradicional. Lo que es ms, este nivel de participacin del lector en el proceso de desentraamiento de significado de textos de esta complejidad puede resultar en un desafo a sus estructuras de pensamiento preexistentes, as como tambin en el desarrollo de sus propias habilidades radicalmente crticas. De esta manera, se abre la posibilidad de cumplir la meta final de la Teora Crtica: la liberacin del individuo de la racionalidad opresora dominante. Es precisamente debido a la naturaleza idiosincrtica de este estilo, en funcin de sus peculiaridades estilsticas, pero tambin en cuanto a sus objetivos y a su conexin intrnseca con la metodologa de la Teora Crtica, por lo que cualquier forma de discurso que exhiba estas caractersticas debe considerarse como Teora Crtica tambin con relacin a su gnero. El papel de la praxis Desde la perspectiva de la Teora Crtica hay un vnculo intrnseco entre la teora y la praxis, que se har evidente una vez que se ha superado la racionalidad distorsionada imperante (vase Honneth, 2004: 353). Dado que su objetivo es superar esta racionalidad distorsionada, el trabajo de los tericos crticos requiere el resurgimiento y la incorporacin de este vnculo. En el caso especfico de los miembros de la Escuela de Frankfurt, el elemento de la praxis puede observarse desde dos perspectivas diferentes. En primer lugar, un aspecto de su praxis puede encontrarse en sus elecciones biogrficas aunque en me45

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nor medida en el caso de Horkheimer (vase Bronner, 2002: 220, 223-224). Esta correspondencia entre pensamiento y biografa es ms visible en el caso de Marcuse, que no slo fue una fuente de influencia, sino tambin de apoyo para la Nueva Izquierda. Tambin Erich Fromm fue un constante defensor de la justicia social, luch por los derechos humanos internacionales y la abolicin de las armas nucleares. Adorno, por su parte, concedi decenas de entrevistas radiofnicas en un esfuerzo por llegar al pblico y transmitir sus puntos de vista. La importancia de estas actividades radica en que, en tanto que la praxis es praxis humana, sta implica siempre un elemento de experiencia y subjetividad que sin caer presa del relativismo tambin estn integrados en la Teora Crtica. En segundo lugar, aunque la Escuela no se centr en vislumbrar o disear caminos concretos y positivos para la liberacin del individuo, su trabajo todava tiene importantes implicaciones prcticas, las cuales pueden observarse en el anlisis que hace Kellner sobre la defensa de Marcuse del Gran Rechazo:
Marcuse [] constantly advocated the Great Refusal as the proper political response to any form of irrational repression, and indeed this seems to be at least the starting point for political activism in the contemporary era: refusal of all forms of oppression and domination, relentless criticism of all of all [sic] policies that impact negatively on working people and progressive social programs, and militant opposition to any and all acts of aggression against Third World countries. Indeed, in an era of positive thinking, [] Marcuses emphasis on negative thinking, refusal, and opposition provides at least a starting point and part of a renewal of radical politics in the contemporary era (1990: 236).

Otra importante caracterstica de esta posicin es que no es prescriptiva. Como explica Rush: Marcuse does not think that Critical Theory can prescribe what precise changes should take place.
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Its role is limited to displaying the relevant possibilities (2004: 29-30). Este carcter no prescriptivo tambin se aplica al resto de los miembros del Instituto, que proporcionan una crtica de los diferentes aspectos de la sociedad y de la racionalidad sin elaborar ni proponer un plan positivo de accin. A pesar de la falta de instrucciones especficas orientadas hacia la accin, el objetivo final de su crtica sigue siendo la liberacin y la auto-actualizacin del individuo, lo cual constituye una aspiracin claramente prctica. Adems, la Teora Crtica puede alentar y asesorar la accin poltica, teniendo as un efecto prctico, primero, por medio de sus esfuerzos de concienciacin de las limitaciones de la organizacin socio-poltica y econmica existentes y, segundo, al identificar e indicar otras posibilidades pertinentes. Sin embargo, para hacerlo de manera coherente es de suma importancia que su discurso no est inmerso en el mismo marco de racionalidad que es objeto de sus crticas. En consecuencia, es preciso subrayar que su discurso va ms all de la estrecha interrelacin que existe entre los objetivos, la metodologa, la praxis y el estilo que caracterizan a la Teora Crtica entendida como el contenido de las ideas y la crtica planteada por los miembros de la Escuela; la Teora Crtica constituye su propio marco de racionalidad que alberga la existencia de esa conciencia y crtica. Del mismo modo, la manifestacin textual de esa racionalidad no puede ser asimilada por los gneros existentes sin asfixiar su potencial subversivo. Por eso propongo que la Teora Crtica debe ser reconocida como un gnero en s misma. La relacin entre la Teora Crtica y el gnero El trmino gnero, tomado del francs, significa tipo, clase o clasificacin, y de hecho se ha utilizado con el fin de clasificar la publicacin de textos de diversa ndole, tanto escritos como tambin visuales y auditivos. Por lo tanto, se refiere a las caractersticas
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comunes que nos permiten agrupar textos al considerarlos similares para efectos de clasificacin. Como explica Linda Anderson: the markers of genre can thus be used to insist on the resemblance to what is already known, and to organize and regulate the meanings of a text for the reader (2001: 10). Por lo tanto, a fin de decidir si un texto pertenece o no a un gnero especfico, en primer lugar es necesario averiguar si ese texto presenta los marcadores o patrones que se encuentran de manera consistente en un gnero determinado. Los tericos contemporneos tienden a describir los gneros en trminos de familias de semejanzas entre textos, en lugar de buscar rgidos paradigmas de clasificacin para definir la naturaleza de un texto (vase Swales, 1990: 49). No obstante, el gnero es ms que la mera reproduccin o repeticin de patrones establecidos de expresin. El resultado de este elemento de repeticin crea ciertas expectativas en el lector. Paul Cobley apunta: genre is not a set of textual features that can be enumerated; rather, it is an expectation (2006: 41). La identificacin de un texto determinado con un gnero especfico implica una declaracin implcita de similitudes entre los dos que da como resultado la creacin de numerosas expectativas con respecto a la longitud del texto, el alcance de su contenido, el estilo en el que est escrito, la identidad de sus lectores e incluso su impacto, entre otras caractersticas. Por ello, la clasificacin de un texto dentro de un gnero no es neutral. De hecho, desde una perspectiva marxista, el gnero puede considerarse como un instrumento de control social, ya que contribuye a la reproduccin de la ideologa dominante (vase Feuer, 1992: 145). En tanto que el gnero es una expectativa, el texto a clasificar queda vinculado con los patrones ya existentes de un gnero apropiadamente similar. Este fenmeno tiene un impacto en la recepcin del texto, en especial en el proceso de elaboracin de significado que acomete el lector, lo cual es particularmente
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problemtico para la Teora Crtica cuando se tiene en cuenta que uno de sus rasgos definitorios es precisamente su esfuerzo por ir ms all de la mera interpretacin de la realidad y por convertirse en una fuerza transformadora. En cambio, su clasificacin dentro de cualquier gnero tradicional puede limitar su impacto y, debido a ello, sus posibilidades. Las aspiraciones y las intenciones del autor de un texto, en la medida en que se observan, deben considerarse tambin, junto con el texto en s, como un producto. Esto es, en particular, relevante en el caso de la Teora Crtica, porque, tal y como argumento ms arriba, lo que proporciona cohesin a las diferentes manifestaciones de la Teora Crtica es justamente el objetivo que comparten para su proyecto. Teniendo en cuenta los efectos homogeneizadores y reaccionarios de la clasificacin de un texto dentro de un gnero determinado, la asignacin de un texto elaborado por uno de los miembros de la Escuela de Frankfurt a cualquiera de los gneros que son producto de la racionalidad deficiente que critican parece no slo incoherente, sino tambin incompatible con las intenciones subversivas y creativas de su proyecto. Dado que su trabajo constituye un ataque contra los patrones establecidos de racionalidad, as como un intento por superarlos, resultara inapropiado, contraproducente e incluso engaoso clasificar sus escritos dentro de gneros ya establecidos, como podran ser el ensayo o la biografa. Sin embargo, no est claro que sea necesario, deseable o incluso posible desechar por completo el concepto de gnero. Como dice Derrida, un texte ne saurait appartenir aucun genre (1986: 264). A nivel semitico, el gnero proporciona un marco de referencia y de comprensin til, dentro del cual no slo interpretamos, sino tambin producimos los textos (Fowler, 1989: 216). Por esta razn, en tanto que la obra de los tericos crticos comparte los mismos objetivos y requiere un enfoque metodolgico
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especfico la coherencia entre el contenido y estilo su trabajo tambin constituye un gnero propio, es decir, el de Teora Crtica. Tal como observa Jane Feuer: a genre is ultimately an abstract conception rather than something that exists empirically in the world (1992: 144). Es esta flexibilidad relativa de la naturaleza del gnero como concepcin abstracta la que, en ltima instancia, le permite a la Teora Crtica convertirse en un gnero por derecho propio, puesto que sus rasgos comunes son suficientemente distintivos y coherentes como para conferirle esa cohesin. Conclusin Dado que el criterio principal para la clasificacin de un texto bajo un gnero u otro conlleva un cierto grado de caractersticas comunes, tanto en trminos de contenido, estilo, formato o una combinacin de los mismos, se constituira la normalizacin de los textos de Teora Crtica como parte del marco de racionalidad contra el que dirigen su crtica. Por tanto, el rechazo de las etiquetas de gnero tradicionales se convierte en un requisito previo para la posibilidad de que la Teora Crtica pueda aspirar a tener vigencia ms all del mbito de la teora. En contraste, el reconocimiento de la Teora Crtica como un gnero por derecho propio establece las condiciones y expectativas necesarias para que mediante esta clasificacin de sus textos se reincorpore y rehabilite su intencin y contenido polticos. De esta manera, mediante esta re-contextualizacin se le devuelve tanto al texto como al lector la posibilidad de ejercer un pensamiento y una accin transformadores fuera del marco de racionalidad dominante.

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Bibliografa
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Mariflor Aguilar Rivero Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Resumen La diversidad cultural ha ido ganando visibilidad, y con ello los movimientos sociales que de varias formas buscan hacerse escuchar. Al mismo tiempo se fue configurando el rea de trabajo e investigacin sobre los estudios culturales que buscaron abrir brecha para el reconocimiento de la identidad de las culturas. Sin embargo, en la lnea contraria se desarrollan lneas de anlisis que cuestionan los mismos estudios culturales. En este trabajo me voy a referir a algunos de los argumentos crticos al culturalismo para despus tratar de pensar desde ellos la eficacia justificatoria de procesos de acumulacin originaria que todava azotan al pas. Palabras clave: identidad, diferencia, culturalismo, ciudad rural, racismo. Abstract Cultural diversity has been increasing visibility and so are social movements searching to be heard. At the same time cultural studies have conformed a special area for studies and research that have been contributing to the recognition of culture identities. Nevertheless, in the opposite way, there have been developing some lines of argument which are calling into question the very cultural studies. In this paper Ill expose some of these critical lines of thought against culturalism in 53

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order to throw some light from them to part of the land plundering that is being practiced in Mexico all around. Keywords: identity, difference, culturalism, rural city, racial discrimination

or diferentes circunstancias, la diversidad cultural fue ganando visibilidad, y con ella los movimientos sociales y culturales que de varias maneras intentaban hacerse escuchar. Junto con stos tambin se fue configurando el rea de trabajo e investigacin sobre los estudios culturales que buscaron abrir brecha para el reconocimiento de culturas y valores mltiples y para la reivindicacin de las luchas por el reconocimiento de su identidad. Sin embargo, en la lnea contraria se desarrollaron lneas de anlisis que cuestionan los mismos estudios culturales. En este trabajo me voy a referir a algunos de los argumentos crticos al culturalismo, para despus tratar de pensar desde ellos la eficacia justificatoria de procesos de acumulacin originaria que todava azotan al pas. De las crticas al culturalismo me referir en particular a una, cuyo portavoz es sobre todo S. Zizek, tiene cuatro modos. El primer modo considera que el multiculturalismo es la contraparte ideolgica de la globalizacin, en el sentido de que los Estados globales dan origen a nuevas identidades y promueven mundos diversos mediados por la universalidad del mercado. Asume que mientras nuestras batallas giran sobre los derechos de las minoras o los diferentes estilos de vida, el capitalismo contina su marcha triunfal (Zizek, 1998: 171). Lo anterior se articula con el segundo modo crtico zizekiano, que aunque se enfila contra los descentramientos y las identidades nmadas de Deleuze y Foucault, forma parte de la misma problemtica. Desde ese lugar considera el esloveno que la diversidad de culturas y la multiplicidad de identidades implicadas en la tesis del descentramiento del poder ganaron en cantidad y perdieron en
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cualidad, ya que lo que proliferaron fueron molculas todas iguales entre s reducidas a micropoderes como fuerzas de subjetivacin. Si bien, entiende que los avances tericos de Foucault no se pueden ni se deben soslayar, asimismo comprende que lo que ahora se requiere es que esas instancias de micropoder se vean acompaadas tambin de economa; tal vez podra hablarse de instancias de microeconoma o microplusvala. Cuando Zizek observa que ms que nunca, el Capital es el universal concreto de nuestra poca histrica (Zizek, 2006: 211), consideramos que tambin significa que el capital o la plusvala penetra los cuerpos. La tercera versin de esta crtica es igual a la anterior y est implicada en ella, slo que en lugar de decir que a la multitud de identidades del multiculturalismo le hacen falta instancias de microeconoma, lo que ahora se echa en falta son las clases sociales; la multiplicidad, en este caso, dice Zizek, se afirma frente al espectro del anticuado esencialismo y reduccionismo de clase, y al hacerlo desaparece la clase (Zizek, 2006: 224). Otra manera de decir lo mismo es sealando que el discurso culturalista sustituye al discurso poltico (Balibar, 1991: 58). Por ltimo, el cuarto modo de la crtica zizekiana es pensada en los trminos freudianos de la estructura de Eros y Tnatos del Malestar en la cultura, que dice que ante cada afirmacin de Eros, Tnatos se reafirma con una venganza. Segn esto, el discurso multiculturalista es una pseudoafirmacin de Eros que toma la forma de la tolerancia del hedonismo estetizante, de los estilos de vida, y ste es un modo complementario del discurso del poder que pretende moverse en un universo postideolgico de negociaciones racionales entre las diversidades (Zizek, 2006: 156-7). Quiz estos cuatro modos pueden resumirse en una tesis sobre la causalidad propuesta por Zizek: en los sistemas complejos, como es la sociedad, hay que distinguir entre explicaciones monocausales simplistas y la pluricausalidad homognea. Ambas deben
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rechazarse. No debe subsumirse la explicacin de las prcticas y procesos locales a una sola causalidad, pero tampoco puede pensarse que todas las causalidades juegan el mismo papel de distribucin (Zizek, 2007: 169-70). Lo interesante de este tipo de crticas es que representan una vuelta de tuerca a la ontologa poltica. Como se dijo antes, se reconoce que es un paso adelante respecto de la microfsica del poder y de las fuerzas; dice el filsofo psicoanalista:
Sin duda, hay que reconocer el importante impacto liberador de la politizacin postmoderna en mbitos hasta entonces considerados apolticos [] No se trata, por tanto, de minusvalorar estos desarrollos para anteponerles alguna nueva versin de esencialismo econmico [].

Dicho de otra forma, y pasando al segundo punto que quiero tratar, se trata de poner lmite a la filosofa de la diferencia ah donde sta gire de ser vehculo de reivindicaciones a ser obstculo para ver exclusiones. Y es esto lo que puede ocurrir con las diferencias multiculturales, a saber, que el discurso de la diferencia tienda a identificarse con lo llamado el nuevo racismo, que toma la forma de racismo diferencialista, o sea, un discurso que traslape la diferencia con la exclusin. Pero, cmo es esto?, cmo ocurre que el discurso emancipador de las diferencias pueda coincidir con un discurso excluyente?, cmo puede el discurso diferencialista contribuir a la exclusin? Puede decirse que para que esto ocurra opera como un puente efectivo la nocin de alteridad. Ser lo otro, lo diferente, ha significado cosas distintas, como se sabe; ha tenido sentido positivo y negativo; ha significado ser lo extrao, lo brbaro, lo intrusivo y, por ello, sospechoso o desconfiable; y ha sido tambin equivalente a tener una naturaleza distintiva y diferencial, a tener una singularidad que constituya una identidad que se busca
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defender cuando es amenazada. Por esto las cuestiones de la interculturalidad, los problemas de gnero y las polticas de minoras han concedido al pensamiento de la diferencia y la alteridad un lugar central. Pero si bien es indispensable pensar las formas especficas de exclusin y de marginacin, y no olvidar que las diferencias tienen su propia historia, se requiere tambin pensar que la carga negativa se desliza para transformar la diferencia en lo otro que debe ser tolerado, en un sentido de tolerancia que va de la distancia y la amenidad (Richard, 1977: 118-9) a lo que no es como yo, y que est bien, pero siempre y cuando se trate solamente de una cuestin de alimento, cultura y danzas (Zizek, 2001). Es en ese deslizamiento que el discurso de la diferencia sufre o puede sufrir la metamorfosis hacia el discurso racista. El tercer paso a dar ahora es plantear la segunda metamorfosis que va de un racismo convencional a un racismo sin razas que toma cuerpo en poblacin excedente, que son los desempleados y cada vez ms tambin los migrantes (Balibar, 1991: 37). En virtud del proceso de disolucin de algunos signos sociales estructurales en el seno de las diferencias homogneas, la diferencia del racismo basado en la raza pasa por el miedo al extranjero (Zizek, 2010), se detiene en quienes son identificados como exteriores a la nacin o a la cultura (Balibar, 2005: 75), y se estaciona en la exterioridad de los que en general son poblacin laboral, personas desplazadas y desterritorializadas (no en el sentido deleuziano, sino literal). Desde aqu contina el deslizamiento semntico sobre los grupos sociales, y la exterioridad de los migrantes se superpone con sectores excluidos, o como lo formula Etienne Balibar, con sectores que forman una unidad identitaria que rene a los pobres ya siempre excluidos con los nuevos pobres, que son los extranjeros (o brbaros). As, desde este ngulo, la perspectiva territorial comienza a adquirir relevancia para cuestionar al culturalismo. Esta dimensin se vuelve ms importante en el momento
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actual, pues la organizacin del mercado mundial ha generado gran cantidad de fenmenos sociales vinculados con el territorio y la movilidad de grupos humanos: desplazamientos, migraciones, reubicaciones, recolocaciones, etctera, razn por la cual se reconoce ahora, y es mayor el significado cultural y social del territorio, acerca del cual pueden verse tres dimensiones: 1) un espacio de inscripcin y distribucin de instituciones y prcticas culturales, 2) un lugar como cobijo y/o sobrevivencia y 3) un objeto de apego afectivo como smbolo de pertenencia socioterritorial (Gimnez, 1996: 8). Estas dimensiones de lo territorial propician que los procesos migratorios afecten lo ms cotidiano: la alimentacin, casa, vestido, concepciones del mundo, y tambin, lo colectivo y pblico (Duarte y Coello, 2007). Debido al carcter esencial y a su trascendencia, la repercusin del territorio es integral, ya que forma y transforma la inseparable triada subjetividad-entorno-cultura. Es por ello que los problemas vinculados con l inciden frecuentemente en el sentido de pertenencia de los sujetos, en su autoimagen y en la manera como se identifican entre s. Cuando los desplazamientos son forzados llegan a fracturar de manera irreparable las formas bsicas de relacin dentro de la sociedad, y de sta con la naturaleza; el tejido social se desarticula, y se vulnera la cohesin de los grupos, lesionando a las comunidades y las relaciones construidas en tiempos largos que se tornan difciles de recomponer. Este modelo opera tanto en el caso de los mexicanos que masivamente han salido hacia el norte, como en el caso de las migraciones internas forzadas, bien sea por desastres naturales, por reestructuracin territorial, la que se impone como designio desde fuera sin considerar el inters de los grupos desplazados:
En Guatemala y Chiapas, los efectos de la prdida de las tierras de las comunidades indgenas, bien sea por despojo o por desastres 58

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naturales, ha afectado la vida de las comunidades por la tendencia a la sobreexplotacin de los recursos naturales y el deterioro de sus sistemas tradicionales de produccin (Duarte y Coello, 2007: internet).

Si bien es cierto que segn estudios diversos no toda migracin deja huella traumtica, s puede inferirse que si el territorio juega un rol de importancia crucial en la conformacin de la subjetividad, y si los individuos se ven obligados a desplazarse dejando atrs puntos de referencia que los constituyen en su singularidad y en su generalidad, entonces debe afirmarse que toda migracin forzada, o no deseada, con seguridad dejar una huella traumtica, y lamentablemente esto incluye a las migraciones internas y, por tanto, a la estructura nacional. Digo esto porque, como se sabe, son piezas importantes de la estructura econmica nacional dos tipos de migraciones: una, la ms conocida, la de los ocho millones de mexicanos que salieron y se quedaron en Estados Unidos; otra, son las migraciones internas o reubicaciones que son parte del Plan Nacional de Desarrollo; es tambin una de las polticas clave recomendada en la Estrategia para el Desarrollo de los Estados del Sur (EDES) del Banco Mundial (Wilson, 2008), y es parte medular del Plan del Estado Chiapas Solidario. En su primer informe de gobierno, el gobernador de Chiapas se refiri a estos movimientos estratgicos del modo siguiente:
El Gobierno de Chiapas busca, a travs de estas acciones, conjuntar esfuerzos con diversas instancias e impulsar el magno proyecto de Ciudades Rurales, nico en su tipo en el pas y ejemplo para otras entidades federativas, que as como Chiapas, enfrentan a la marginacin, resultado de la dispersin poblacional (Sabines, 2007, internet).

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No es el lugar ni el momento para hablar con detalle de estas ciudades rurales, una de las polticas pblicas ms promovidas e impulsadas por los gobiernos federal y estatales en los ltimos tres aos, pues en diferentes trabajos anteriores ya hemos dando cuenta de ello. Ms bien, lo que aqu queremos destacar es solamente un aspecto ms para completar el argumento. Este aspecto es el relacionado con la dimensin culturalista, con el que se quiere apuntalar el proyecto. Hay que decir, ciertamente, que no es la dimensin cultural la que juega el papel central del blindaje meditico y discursivo que afianza esta poltica pblica, sino es la econmica y el discurso de combate a la pobreza. No obstante, el discurso referido a las ciudades rurales enfatiza hasta el sinsentido a la cultura como uno de los rubros que se busca mejorar con ese programa. En el foro donde se present ante la academia el proyecto de las ciudades rurales se dijo que uno de sus objetivos es favorecer el arraigo al entorno y respetar la cultura de las comunidades. De ello sorprenden tres cosas: primero, que para favorecer el arraigo al entorno antes se tenga que desarraigar a la gente; segundo, que se hable de respetar la cultura de las comunidades como si la cultura no formara parte, o ms an, no fuera ella misma el modo cultural de vida del que se desarraiga a la gente; y tercero, que el entorno de estas ciudades rurales, al menos de la nica que lleva funcionando ms de un ao, que es la de Nuevo Juan de Grijalva, en Chiapas, en el municipio de Ostuacan, tenga como mayor instancia la presencia de Fundacin Azteca, a travs de la cual el Estado se encargar de promover y fortalecer la cultura. Esta Fundacin implant un enorme y llamativo monumento dedicado al Teletn en la entrada del centro de salud (cortesa Teletn), y cuenta ya con una torre central llamada Torre Azteca, que se trata de una torre inteligente porque en ella se dispone de un saln con computadoras para el uso de la poblacin; es tambin donde los funcio60

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narios reciben a los observadores nacionales e internacionales. A Fundacin Azteca se le considera, junto a Telmex, una sociedad civil organizada que acompaar y evaluar el proceso. Se tiene planeado que esta empresa instale una sucursal del Banco Azteca, y que eche a andar el Programa Empresario Azteca para la promocin y fortalecimiento de las PYME (Pequea y Mediana Empresa). Si se piensa que la Fundacin Azteca es la cara proselitista de uno de los monopolios televisivos de los que depende una parte importante de la educacin del pueblo mexicano, y que junto con Televisa son empresas especializadas en el sutil arte de engaar con la verdad (Fazio, 2010); si, por otra parte, se toma conciencia de que esa educacin va en la direccin del humo del festejo frentico de lo logrado, no es difcil entonces percatarse de la concepcin de cultura supuesta en el programa Ciudades Rurales, como un producto para el consumo, estandarizado a nivel nacional y enajenante, asimismo como parte estructural del blindaje meditico y discursivo que legitima polticas pblicas que aparentemente, y tambin declarado por los mismos promotores, tienen como objetivo la insercin de los sectores rurales en la economa de mercado. Frente a estas prcticas sociales es ahora importante tomar con pinzas la nocin de cultura cada vez que en su nombre se tomen decisiones que impactan a grupos poblacionales. De igual forma, se vuelve una exigencia entender que la cultura son tambin modos de vida que, antes de ser destruidos en nombre del progreso y la modernizacin, habra que observar las enseanzas que siguen ofreciendo a los modernos.

Bibliografa
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Mariflor Aguilar Rivero

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Pertinencia territorial de las crticas al culturalismo

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Filosofa y tiempo final


Eduardo Subirats Universidad de Nueva York, Estados Unidos de Amrica

Resumen Revisar el efecto del 11 de septiembre como detonante de una nueva guerra global extendida pblicamente a travs de los mass media, y analizar las relaciones con el confinamiento individual, la dependencia de los medios electrnicos, el ecocidio sistemtico y, principalmente, con la actual crisis del medio intelectual, son puntos centrales de este texto. La afirmacin academicista del postestructuralismo, en la que el lenguaje se ostenta como nica realidad legitimada, se enfrenta e impone a la creatividad y a la experiencia individual; de ello se desprenden consecuencias morales: nihilismo intelectual, constitucin de la realidad como espectculo, destruccin de culturas humanas con afanes colonialistas y destruccin de la naturaleza apoyada en el dominio cientfico y el poder tecnoindustrial. En el ensayo se reflexiona sobre la Teora Crtica despus del postmodernismo norteamericano, y sobre la inminencia del tiempo final contrastada con la estupidizacin masiva. Ante esto se plantea la recuperacin de la esperanza como conocimiento activo y transformador; como el Prinzip Hoffnung de Ernst Bloch. Palabras clave: 11 de septiembre, nihilismo intelectual, tiempo final (Endzeit), Teora Crtica, Prinzip Hoffnung. 64

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Abstract Review the effect of September 11 as a trigger for a new global war extended publicly through the mass media and analyze relationships with individual confinement, the dependence of the electronic media, the systematic ecocide and mainly with the current crisis in the intellectual milieu, are central points of this text. The academic affirmation of post-structuralism, in which the language holds as only legitimate reality, facing and requires creativity and individual experience. This gives rise to moral consequences: intellectual nihilism, construction of the reality show, destruction of human with colonialist cares cultures and destruction of nature supported in the scientific domain and power techno. In the essay he reflects on the critical theory after the American Postmodernism and the imminence of the end time contrasted with the massive estupidizacin. Keywords: 11 of september, intellectual nihilism, critical theory, Endzeit, Prinzip Hoffnung

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uestra condicin de confinamiento urbanstico y electrnico en el mundo que llamamos posthumano, lo que he titulado la existencia sitiada, se me hizo presente das despus del ataque al World Trade Center y al Pentgono. Hoy las huellas de aquel escenario han sido cuidadosamente borradas de las memorias colectivas, y suplantadas por el espectculo de la guerra global y la configuracin de un renovado sistema de dominacin planetaria. Por eso quiero relatarles algunos detalles de aquella situacin inaugural. A los ataques jihadistas le sigui una serie de agresiones a oficinas pblicas, as como a individuos, con esporas letales de la bacteria nthrax a travs de cartas de origen desconocido. Durante varios das, los mass media sembraron sistemticamente el pnico sobre una aterrada masa meditica.
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Las esporas, lo mismo que los terroristas, se configuraron performticamente como un virtual peligro letal que poda aparecer en cualquier momento y en todas partes: en los transportes pblicos, en las aulas de la universidad o en la privacidad domstica electrnicamente vigilada. Un clima de terror e inseguridad se expanda, en consecuencia, desde los pentgonos del poder de Washington hasta los ms remotos confines del mundo. Las vctimas obedecan a un deliberado principio arbitrario: un senador, un empleado de correo, una enfermera. La opacidad mediticamente construida de sus autores no haca sino intensificar su efecto intimidador. La informacin meditica estaba perfectamente uniformada bajo los lenguajes y las realidades prediseadas por la cpula militar. La nacin entera viva un estado electrnico de sitio representado como cumplimiento de la libertad. Nunca haba imaginado hasta entonces la radical deconstruccin de la vida social y la desintegracin de la existencia individual que en los aos sesenta barruntbamos bajo el lema de la sociedad del espectculo. No es irrelevante subrayar que esta arma biolgica, producida bajo los auspicios del gobierno britnico durante la Segunda Guerra Mundial, ya se haban utilizado contra nacionalistas africanos en Rodesia, en lugar de diseminarlos sobre la poblacin civil alemana a la que originalmente estaba destinada. La propaganda gubernamental identific de todos modos estas bacterias con un aleatorio bioterrorismo, y las asoci con el gobierno de Sadam Hussein. Y cuando unas semanas ms tarde se supo ocasionalmente que slo la industria militar de los Estados Unidos podan producir esporas de tan sofistica calidad como las que se haban usado los das que siguieron a aquel 11 de septiembre, ya era demasiado tarde. La guerra global haba sido proclamada. El xtasis nacionalista y el fuego belicista incendiaron en cuestin de horas a todo el pas. Una nueva era haba comenzado.1
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En el proceso judicial postmortem en el que se revel el presunto actor de aquellos

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Tres momentos definan este generalizado estado de sitio. Primero, el confinamiento social bajo el principio del terror meditico y militar. Segundo, la dependencia individual y colectiva de esos mismos medios electrnicos de comunicacin como sistema de realidad. Tercero, la impotencia humana frente a discursos polticos ostensiblemente fraudulentos y a decisiones militares de consecuencias manifiestamente genocidas. sta es la constelacin histrica que he analizado en La existencia sitiada (2006, 2007).

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En los ensayos deliberadamente fracturados que componen La existencia sitiada he tratado de definir conceptual y expresivamente una condicin humana terminal en una edad caracterizada por el diseo industrial de la realidad a escala global, el escarnio meditico universal de la masa electrnica, un estado de guerra indefinida y la destruccin del ecosistema. Pero no es ste slo mi punto de partida. En mis aos en la academia norteamericana he experimentado en mi propia piel otro aspecto de nuestra constelacin histrica negativa: el confinamiento intelectual, la compartimentacin y la subsiguiente desarticulacin de la posibilidad misma de pensamiento. El estructuralismo y postestructuralismo pueden celebrarse como la expresin y legitimacin formales de este estado de sitio intelectual. Su postulado universal de que nada existe fuera del lenguaje y slo la intertextualidad es real traduce la voluntad administrativa de confinar microsaberes, controlarlos lingsticamente y ponerlos institucionalmente fuera del alcance de su reflexin. La construccin de realidades ficticias es su consecuencia. Su implcita condena de la experiencia individual y de la creativiatentados, un ingeniero militar que presuntamente cometi suicidio, el fiscal seal de todos modos: We regret that we will not have the opportunity to present evidence to the jury.

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dad como un absurdo, desde el punto de vista de la racionalidad profesional, pone de manifiesto su rostro dogmtico. Y en la misma medida en que se confina el ser en el interior del lenguaje, la administracin de ste se eleva a principio de todo poder, en las jergas del espectculo postpoltico lo mismo que en los discursos postintelectuales de un cerrado academicismo. Lo que no se subsuma a un terminante control lingstico, sean disidencias, sean poemas, adquiere por su propia naturaleza extralingstica el carcter existencial de un fantasma, el significado burocrtico de la hereja y el valor ontolgico de una nada. La consecuencia moral de este deconstruccionismo institucional es el hibridismo de imbecilidad y cinismo que hoy rige nuestros destinos. Bajo cuatro aspectos he tratado de analizar esta condicin terminal de nuestra existencia. El primero es la constitucin de la realidad como espectculo. Bajo este concepto de espectculo describo nuestras vidas, reducidas a la soledad y a la impotencia, en medio de una realidad producida, empaquetada y difundida por las industrias culturales como un hecho cumplido e inapelable, ya se trate de la felicidad de la Coca-Cola, o de la seguridad que proporciona la acumulacin indefinida de misiles con cabezas nucleares. Mi segundo anlisis plantea el vasto dilema de una destruccin de cultos y culturas humanas que no ha cesado de extenderse desde los das fundacionales del colonialismo moderno. Una destruccin cuyos momentos constituyentes hay que buscarlos en los pioneros de la teologa poltica del apstol Paulo y de la epistemologa moderna de Francis Bacon. Una destruccin de culturas que en el momento actual posee dimensiones colosales. El tercer dilema que planteo es el sentido unvocamente destructivo que ha asumido la dominacin cientfica de la naturaleza. El Manhattan Project, bajo cuyos auspicios se cumpli el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, es el paradigma de esta ciencia destructiva. Las tecnologas de destruccin nuclear, de
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colonizacin biolgica y el calentamiento global son sus sntomas ms ostensibles. Espectculo, regresin cultural y biolgica, y poder tecnoindustrial son fuerzas que confluyen y concluyen en lo que constituye el momento central de la crisis civilizatoria y existencial de nuestro tiempo: la inversin del orden a la vez temporal y metafsico del progreso. En su versin escatolgica, este ideal de progreso se defina como un proceso indefinido de cumplimiento del ser en el lmite de un tiempo final, es decir, lo que el apstol Juan defini programticamente como revelacin o apocalipsis. Su expresin secularizada en las filosofas del progreso ligadas a la revolucin industrial ha trocado hoy su bandera del maana mejor por la administracin de crisis sociales, conflictos militares y desastres ecolgicos. Su expresin cultural global es la ritualizacin acadmica del final de la filosofa y del arte, la muerte del hombre y la desaparicin del intelectual. Existencia sitiada y conciencia sitiada apuntan hacia esta situacin existencial e histrica terminal. Exponen un presente sealado por el vaco y el no ser, por el nihilismo como su expresin filosfica, y un deseo generalizado de destruccin que se expresa con la misma violencia en la agresividad ecocida del consumo energtico, como en las estrategias y tecnologas letales de la guerra global que lo sustentan. Bajo el signo y el sino de nuestra existencia sitiada se ha congelado el tiempo histrico. La volatilizacin meditica de lo real y la liquidacin institucional del intelectual son sus condiciones absolutas. Su bandera victoriosa: la extensin ilimitada de la violencia y el poder absoluto del espectculo.

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Una de las situaciones chuscas que me llamaron la atencin apenas un par de meses despus del ataque al World Trade Center,
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y cuando la efervescencia y propaganda belicista era ms intensa, fue un panel en la New School de New York en la cual las cabezas visibles del postmodern norteamericano celebraron el final de la teora crtica. Fue en realidad la ltima aparicin pblica del postmodernismo, su acto o acta de defuncin. Sin embargo, es cierto que la teora crtica se haba reducido a los lmites institucionales de una escuela, al contexto histrico de los fascismos europeos del siglo pasado y a las obras de un puado de filsofos alemanes. Pero en su ensayo programtico de 1937, en el que estableca la distincin entre teora tradicional y teora crtica, Max Horkheimer no defina a esta ltima como una escuela, ni tampoco como un pensamiento ligado a una coyuntura poltica especfica. Mucho menos an la institucionalizaba como un mtodo. Horkheimer pona en cuestin, ms bien, la cosificacin de una categora ideolgica de ciencia y de teora, en el sentido en que ayer lo asuma la sociologa del conocimiento y hoy lo asumen los cultural studies. Su proyecto de una teora crtica surga a partir de una reflexin filosfica y sociolgica sobre los sistemas totalitarios de control humano, el empobrecimiento emocional e intelectual de la cultura industrial y sus reiteradas crisis econmicas y militares. La teora crtica era la respuesta a la sucesin de regmenes totalitarios, genocidios y procesos de destruccin social que ha acompaado a la acumulacin de riqueza, al desarrollo tecnolgico y a los sistemas crecientemente perfeccionados de control social. Asimismo, esta teora se conceba como heredera de las ilustraciones europeas, de Montaigne a Marx (Horkheimer, 1868, t. I: 156 y ss.). No obstante, esta teora crtica, si queremos conservar un nombre que la cultura industrial y acadmica ha trivializado, debe definirse de nuevo. Y debe hacerse bajo una perspectiva ms radical y elemental de la que pudiera concebirse en la Europa de los fascismos pasados. Esta crtica se configura, en primer lugar, como
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reflexin del logos de la civilizacin sobre sus ltimas consecuencias destructivas. Pero no se trata solamente de una crtica de la razn instrumental. Tampoco de la reconstruccin de los lmites o de la dialctica de la ilustracin. Reflexin sobre el logos significa la reconstruccin crtica de sus constituyentes. Significa su esclarecimiento genealgico. Comprende la revisin de los orgenes religiosos y mitolgicos de este logos occidental. Debe plantear los lmites de su secularizacin bajo las epistemologas cientficas. Ha de redefinir el significado de totalitarismo en la edad de la guerra nuclear y del espectculo. Sabemos qu caminos del pensamiento conducen a ninguna parte: la cantonalizacin acadmica de conocimientos, las vigiladas micropolticas, los valores de la cultura espectacular, la tecnociencia instrumental, el positivismo estructuralista como su legitimacin escritural. La crtica filosfica de nuestro tiempo final, la teora crtica, la reflexin intelectual y artstica de nuestro presente tiene que explorar, restaurar y reformular, en primer lugar, la tradicin espiritual que le ha sido arrebatada. Tiene que hacerlo para construir su horizonte histrico y sus categoras analticas. Tiene que hacerlo tambin a partir de las experiencias tanto de las metrpolis imperiales y coloniales, como de las voces intelectuales y proyectos civilizatorios que aqullas han amordazado y destruido a lo largo del proceso de su expansin colonial en el llamado Tercer Mundo.

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A nuestra edad poltica y espiritualmente congelada bajo los signos del poder global que en 1945 se instaur sobre las cenizas del Ground Zero de Hiroshima y Nagasaki, Gnther Anders la defini como Tiempo Final (Endzeit). Sus caractersticas se pueden poner al da bajo una serie de categoras elementales: amenaza universal de extincin biolgica a travs de la accin combinada de la
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acumulacin de residuos nucleares, el incremento de la produccin industrial de factores biocidas, el calentamiento atmosfrico y la destruccin industrial de los sistemas ecolgicos ms fundamentales para la supervivencia del planeta, como el Amazonas o los crculos polares. Cierra este paisaje un incremento de la violencia global alimentada por una omnipotente industria militar. Pero Anders ya aadi a este cuadro histrico actual otro aspecto: Apokalypse-Blindheit la ceguera frente al ocaso de la humanidad, frente a la destruccin, frente a los genocidios de hoy, frente al Apocalipsis. El significado de esta ceguera a la situacin histrica de un tiempo final puede resumirse con una regla de oro: la mutilacin intelectual, la parlisis imaginativa, la suspensin universal de la inteligencia, el entorpecimiento generalizado de la sensibilidad artstica desde las aulas universitarias y los museos, hasta las cadenas de televisin. Bajo su imperativo se expande la estupidizacin masiva frente al desastre mundial que nos rodea (Anders, 1972: 106 y ss.). Furcht in der Hoffnung, Hoffnung in der Furcht: temor en la esperanza y esperanza en medio del temor y temblorbajo esta unidad, ligada a la figura espiritual de Job, formulaba Ernst Bloch el sentido histrico y metafsico de este Prinzip Hoffnung en el mundo de hoy. Esta esperanza ya no es la espera expectativa de algo mejor o simplemente menos malo. Bloch lo defini a partir de una historia y una tradicin colectivas que incluyen pueblos y tradiciones espirituales, as como formas de resistencia democrtica. Una tradicin que comprende a msticos islmicos, herejes cristianos, cabalistas y lderes revolucionarios. Esta comunidad histrica del verdadero espritu, que debe distinguirse rotundamente del espritu de la ekklesia y sus subproductos secularizados, no se funda en un sentido interior de fe, ni en la subsiguiente esperanza de la expectativa expectante formulada por la teologa poltica de Paulo. Su punto de partida no es tampoco la famosa conciencia
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infinita de Luther y Hegel, es la historia de las luchas y rebeliones de los pueblos por preservar su soberana frente a la destruccin, al genocidio y a los poderes tirnicos, a los quilombos de los esclavos coloniales de Amrica y a la rebelin de Kronstadt, Thomas Mnzer o Rosa Luxemburg (Bloch, 1959, vol. I: 171, 185, 311 y ss.). Esta esperanza no es un estado pseudomstico de contemplacin aptica, ni asume las funciones consolatorias que la spes cristiana ha desempeado a lo largo de su historia. Por el contrario, es un conocimiento activo y trasformador de la realidad en el sentido de la praxis de Kant o de Marx. Est indisolublemente ligada a la crtica de los sistemas de destruccin social y a la solidaridad con toda la humanidad. Es un principio intelectual y espiritual constituyente de aquel pensamiento que tenga el valor y la voluntad de poner de manifiesto los conflictos, las amenazas y las falsedades que acosan la existencia humana bajo el logos mediticamente naturalizado de una catstrofe mundial.

Bibliografa
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Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?


Luisa Montao Montero Universidad de Sevilla, Espaa

Resumen Es posible hablar de una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno? Responder a esta pregunta nos exige recorrer su obra para encontrar sus ideas en torno al problema, pues nunca plante una epistemologa explcita. Su concepcin de la razn, considerada como algo ms que en su aspecto lgico-matemtico, condicionar su visin del conocimiento. Al reconocerle un aspecto histrico y vital la abrir a otros modos de realidad inaccesibles a la razn pura. Si el mundo cambia, la razn ha de modificarse a su vez para conocerlo. La intuicin y el lenguaje sern los instrumentos para acceder a esas realidades. Ambos conceptos estarn fundamentados en su idea de hombre como esencialmente mutable e histrico. Por tanto, Unamuno se insert en una tradicin filosfica en la que cobraban valor aspectos hasta entonces olvidados. Palabras clave: Unamuno, conocimiento, razn, empata, realidad. Abstract Is it possible to find in Unmanunos a Knowledges theory? Answer this question demand us to examine his work to find his ideas about the problema because he never poses an explicit epistemology. He had a concepcin of reason as something more than the logical-rational aspect and this point of view knowledge condition affect his view of 74

Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?

knowledge. He admit that reason have a historic and vital aspect and their make possible to know other modes of reality inaccessible to pure reason. Intuition and language are tools to understand the world, all of which, based on an idea of man characterized by its history and change, and in which to insert this new way of understanding the reason as also affected by the time. And with them, an approach to truth as essential to life. Keywords: Unamuno, Knowledge, Reason, Empathy, Reality.

l siguiente trabajo tratar de analizar las ideas unamunianas en torno a la teora del conocimiento. Todo aquel que conozca mnimamente su pensamiento sabr que no vamos a encontrar un tratado especfico acerca de este problema, por tanto, slo hemos de rastrear su obra para hallar en ella sus ideas y opiniones. Partiendo, pues, de la inexistencia en Miguel de Unamuno de una epistemologa explcita, nos encontramos con un primer acercamiento a la cuestin cuando afirma que pretender definir el conocimiento es pretender definir la definicin, es como buscar la causa de la causa, la sustancia de la sustancia o la realidad de la realidad (Unamuno, 1916: 1084). Como vemos, su misma posicin de salida es problemtica, puesto que no admite, ni siquiera, definir lo que sea o sealar en qu consiste el conocimiento. Tradicionalmente se ha definido el conocimiento como el acto de aprehender un sujeto o un objeto. Dos son los trminos que destacan en esta definicin: la existencia, por una parte, de un sujeto que conoce; y por otra, la de un objeto que es conocido. La relacin y el estatus de cada uno de ellos van a condicionar una posible caracterizacin del conocimiento y del conocer. Si prima el objeto, entonces hablamos de realismo, si es el sujeto entonces nos referimos al idealismo. Si no se admite la primaca de ninguno de ellos, sino que se equiparan ambos trminos, entonces estamos ante la fenomenologa.
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Luisa Montao Montero

Sin embargo, el aspecto que Unamuno destaca cuando habla de cmo el hombre conoce es aquel que se refiere a una condicin especfica de la razn, y es su capacidad para conocer otras realidades que se le escapa a una razn pura. En este sentido, estaramos hablando de que el acto de conocimiento se realiza mediante la empata (endopata), entendida como una especie de participacin afectiva de un sujeto en una realidad que le es ajena. Esta accin puede aplicarse a diversos aspectos, como objetos del contorno familiar, procesos de fenmenos naturales, ideas, etctera. Pero tambin puede tener diversas caractersticas, pues puede ser algo consciente o inconsciente, intencional o no, etctera. De lo que no cabe duda es que mediante la empata el sujeto llega a tener un conocimiento ms profundo de ciertos fenmenos o procesos que estn fuera de l (Ferrater, 2005: 1008). Con esto se otorga cierto estatus de verdad a un conocimiento de la realidad no mediado por la razn. Unamuno se situara en esta lnea de pensamiento. Es evidente la gran complejidad que existe en todo proceso cognoscitivo realizado por el hombre, concepcin que se articulara perfectamente con el pensamiento unamuniano y con su forma de considerar la filosofa como una disciplina que no slo reparaba en las realidades accesibles mediante la razn. Tradicionalmente se ha concebido a la razn como absoluta y eterna, existiendo la primaca del razonamiento lgico-racional, caracterizado por un discurso deductivo en el que siguiendo una serie de reglas lgicas se puede obtener la verdad. Sin embargo, la razn, al igual que el hombre, ha de ser histrica, cambiante, del mismo modo que lo es la realidad. Adems, el discurso lgicoracional se caracteriza por ser annimo y ahistrico. Frente a ste se situara el discurso pattico, en el que ni la situacin histrica ni el orador son reemplazables, por lo que siempre es particular y concreto. Es el conflicto entre el concepto y la palabra, pues el primero es abstracto y universal, mientras que el segundo es concreto
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y particular. Lo que ha ocurrido es que estos dos tipos de discurso se han separado, imponindose el primero, y siendo arrinconado y tachado de irracional y no cientfico el segundo. Pues bien, todo esto se intuye en el pensamiento unamuniano, tal y como hemos tratado en otro lugar (Montao y Snchez, 2006: 377-386). Para Unamuno era un hecho irrefutable que la realidad cambiaba, flua, tal y como ya deca Herclito en los albores del pensamiento. Esto va a significar la imposibilidad de mantener una concepcin de la razn tan absoluta. Segn esta tradicin, la razn establecera una serie de verdades e ideas inmutables que quedaran fijadas ya desde los orgenes, de modo que la realidad debe ser desvelada desde ellas, debindose amoldar a esos conceptos. Pero Unamuno pensaba que:
[] el hombre es espritu, lo humano es lo espiritual, y la vida del espritu es la historia y todo lo dems, lo natural, no es ms que la base, el lugar ms bien, el dnde de lo histrico [] la vida es, ante todo, vida espiritual, es decir, humana, y la vida espiritual es vida histrica, que es la historia de la vida del Espritu humano en lo colectivo (1917: 1195).

El hombre mismo es una realidad histrica que construye todo lo que hay, incluso las ciencias, motivo por el que ella misma, la razn, es historia y, por tanto, susceptible de adoptar distintos modos segn la poca. Si consideramos que la historicidad es lo ms propio del hombre, entonces sera absurdo proponer una razn inmutable que d sentido a la realidad. Es imposible defender una razn de este tipo como garante del conocimiento cientfico, pues si la realidad se va transformando ser incapaz de ir desvelndola y mostrndola, puesto que los conceptos que debe aplicar sern insuficientes para reflejar los cambios que se originan. Juan Luis Vives, en De prima philosophia, se haba percatado de la necesidad de reconocer la historicidad del lenguaje para poder adecuarse a la naturaleza.
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Conforme a esto, ser necesario un lenguaje que pueda explicar ese cambio constante, y que lo exprese mediante la palabra. Porque la ciencia no es el nico modo de conocer el mundo, ya que hay realidades que no son cognoscibles al modo cientfico, y esto no ha de significar que no existan. Tan slo hemos acceder a ellas con otro mtodo que no es el racional cientfico. sta sera la tradicin retrica, en la que se insertara, en cierto modo, Unamuno. Partiendo, pues, de esta problemtica sobre los distintos modos de razn, Unamuno crea que era errneo considerar que slo la razn cientfica poda tener acceso al conocimiento de la realidad y concebirla como un mero clasificar, ya que esto supona despojarlo de su origen intuitivo (Unamuno, 1991: 63). Cuando hablamos de intuicin nos referimos a la visin directa e inmediata que tenemos de la realidad, de manera que tendramos un conocimiento primario y fundamental de ella, y no seran necesarios intermediarios. En cambio, el conocimiento deductivo operara con los conceptos y el razonamiento. En este sentido, es interesante el artculo de Jos Manuel Serrano (1994: 143-167), donde podemos ver el anlisis comparativo entre el pensamiento de Unamuno y el de Descartes. Este artculo parte de la idea cartesiana de que el pensamiento es el nico que puede conducirnos hacia la evidencia de la verdad. Sin embargo, la duda ser condicin necesaria para que, mediante el mtodo, podamos alcanzar un conocimiento deductivo vlido e irrefutable de la realidad. La verdad sera entonces caracterizada como apodctica, en la que la claridad y la distincin habran de ser los criterios de verdad (Descartes, 1997: 145-146). ste sera el nuevo mtodo de la ciencia, y el que habramos de seguir si queremos llegar a alguna verdad. No obstante, Unamuno no estar de acuerdo con Descartes y su mxima cogito, ergo sum. No cree que sea el puro pensamiento el que fundamente y dirija la vida del hombre, y aboga por la primaca del sum sobre el cogito (Descartes, 1997: 146). Crea que
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lo primero no era el pensar, sino el vivir, puesto que los que no piensan tambin viven, aunque este ltimo no fuese un verdadero vivir. Es el problema de querer conciliar la razn con la vida (Unamuno, 1913a: 130), pues para l exista una oposicin tal que todo lo vital es antirracional, no ya slo irracional, y todo lo racional, antivital. Y esta es la base del sentimiento trgico de la vida (Unamuno, 1913a: 129). Pero continuando con su crtica a Descartes, en Unamuno el ser cobra importancia con respecto al pensamiento, pues de otro modo crea que se cercenaba la compleja realidad del hombre. Bajo este entendido, distingua entre racionalismo y vitalismo:
[] los racionalistas buscan la definicin y creen en el concepto, y los vitalistas buscan la inspiracin y creen en la persona. Los unos estudian el Universo para arrancarle sus secretos; los otros rezan a la Conciencia del Universo, tratan de ponerse en relacin inmediata con el Alma del mundo, con Dios, para encontrar garanta o sustancia a lo que esperan, que es no morirse, y demostracin de lo que no ven (Unamuno, 1913a: 221-222).

Su crtica al racionalismo pasa por la idea de que esta razn deja fuera lo que llama el enigma de la ultimidad, es decir, el problema de la fe y de la trascendencia. La razn mata a la fe, pues ella no puede fundamentar una certeza sobre la trascendencia del hombre. Y es que:
Ni el sentimiento logra hacer del consuelo verdad, ni la razn logra hacer de la verdad consuelo; pero esta segunda, la razn, procediendo sobre la verdad misma, sobre el concepto mismo de realidad, logra hundirse en un profundo escepticismo. Y en este abismo encuntrase el escepticismo racional con la desesperacin sentimental, y de este encuentro es de donde sale una base terrible base! de consuelo (Unamuno, 1913a: 171). 79

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Pues bien, para Unamuno el inconveniente de la razn (deductiva) es que tiende a lo muerto, diciendo que el pensamiento que no se renueva muere (Unamuno, 1914: 309), ya que lo vivo se le escapa, puesto que es extraordinariamente difcil apresar en conceptos la vida, lo que termina siendo una tragedia, la lucha de la razn con la vida por intentar abrirse a ella (Unamuno, 1913a: 162). De este modo, ha demostrado que la razn lgico-matemtica queda fuera de todo posible conocimiento verdadero, ya que se le escapa el aspecto ms esencial del hombre. No crea en la posibilidad de conocimiento objetivo caracterstico de la ciencia:
A m, debo declararlo, me divierte mucho todo eso de lo objetivo, de lo cientfico, de la definicin, etc. Sobre todo, esto de la definicin. Y como las cosas concretas, reales, individuales, son indefinibles y slo se definen los conceptos abstractos, no me apura mucho eso de la definicin. S que pueden definir un tetraedro o un cubo o un tintero, pero s que no pueden definir este tintero que tengo yo ahora delante de m. Se que pueden definir, mejor o peor, al hombre, pero s que no pueden definirme, ni bien ni mal, a m concretamente. S, en fin, que si la definicin es base de la ciencia, la indefinicin es la base de la sabidura. Y todo el respeto que por la ciencia siento [] se me convierte en desdn cuando del cientificismo se trata []. Yo tambin profeso una ciencia, la filologa, de mtodos rigurosos, de precisas definiciones, pero no se me ocurre confundir la filologa con el lenguaje, y s que en este hay mucho de indefinible, de concretamente vivo (Unamuno, 1909: 189).

Frente a la definicin de lo universal, la indefinicin de lo real. El universal no tiene validez para Unamuno, pues lo que le preocupa es lo concreto. No puede ser de otro modo, ya que lo que le interesa es el hombre de carne y hueso, o sea, el hombre concreto (Unamuno, 1913a: 109). Definir algo significa delimitar intelectualmente lo que sea ese algo, es decir, su esencia, tal y como ya
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deca Aristteles: [] saber cada cosa equivale a saber su esencia (1975: 153). La definicin como mtodo de conocimiento tiene en Scrates a su mayor exponente, a travs, por supuesto, de su discpulo Platn. En sus dilogos, el mtodo a seguir era el siguiente: se comenzaba planteando un problema, y a travs de las preguntas de Scrates se iba alcanzando una definicin del concepto buscado, generalmente de carcter moral o religioso. De las respuestas de los interlocutores se iba consiguiendo una serie de definiciones que daban lugar a una nica formulacin, y que finalmente era sometida a crtica (Guthrie, 1990: 75). Con este mtodo inductivo lo que se buscaba era el elemento comn de los distintos casos expuestos, de manera que se llegaba a la caracterizacin del universal en ellos. Sin embargo, para Unamuno esto careca de valor, puesto que al final lo que tendramos sera un concepto abstracto, y a l le interesaba lo concreto. Distingua entre lenguaje comn, que sera el del sentido comn, caracterizado por referirse a las necesidades prcticas de la vida del hombre y por no buscar la precisin al modo de la ciencia. Frente a ste, el lenguaje cientfico, cuya primera tarea es crear una lengua propia, una especie de lgebra, dir Unamuno. Es la paradoja como lo contrario al sentido comn, en tanto que ste se caracteriza por lo colectivo, lo general, mientras aqulla es el producto del sentido propio, haciendo posible el progreso, pues ste slo ocurre desde lo individual (Unamuno, 1910b: 551). Ahora bien, como decamos antes, Unamuno apuntaba que el pensamiento es cosa fluida, es curso de ideas que cambian claro! es vida. En cuanto se llega al dogma se deja de pensar. Un dogma se aprende y se repite; pero no se piensa. En cuanto se piensa un dogma, el dogma se deshiela, se funde, se va (Urrutia, 2006: 263). Es decir, el pensamiento como algo que constantemente est cambiando, y frente a l estn las ideas como algo slido, cuajado, afirmando que el pensamiento disuelve la idea (Unamuno, 1921:
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muerto). Esta visin se integra dentro de una filosofa de la vida en la que lo distintivo del hombre y del mundo era precisamente el cambio, la historicidad, y por ello se reafirmaba la necesidad de una razn viva capaz de dar cuenta de esta realidad cambiante. Como consecuencia atacar a todo dogmatismo, a toda ciencia que pretenda erigirse como la poseedora de todas las verdades, ya que el conocimiento si no se ejerce de forma crtica slo lleva al individuo, a asumir una serie de ideas sin una reflexin previa. Es lo que llamaba la fe de carbonero, que consista en delegar en otros, de forma que fuesen ellos quienes pensasen por nosotros (Nez y Ribas, 1911: 187). Los individuos tienden a admitir las opiniones de los dems sin un examen crtico, aceptndolas como verdades probadas y libres de sospecha (Unamuno, 1936: 1144). sta era la actitud que haba que evitar, y por ello estableca como requisito imprescindible en el conocimiento la exigencia de que cada uno de nosotros realizase un anlisis de la informacin que recibiese para comprobar que, en efecto, era verdadera. Su intencin era, por un lado, que fusemos lo suficientemente reflexivos como para saber distinguir lo verdadero de lo falso, y por otro lado, la necesidad de no depender de nuestras ideas, de no esclavizarnos a ellas, puesto que las ideas deben tenerse mientras sirve y sustituirse despus con otras nuevas. Hago con ellas lo que con los zapatos: las uso mientras estn tiles; luego las tiro; nunca falta quien las recoja (Unamuno, 1903a: 98). Nada ms contraproducente para el hombre que verse esclavizado por las ideas, ya que ello traa consigo una terrible consecuencia: el obligarnos a seguirlas aun cuando estuvieses en desacuerdo con ellas. En un mundo que se caracteriza por la historicidad y el cambio, someterse a la dictadura de unas opiniones fijas e inmutables era impensable para Unamuno, puesto que si el mundo avanza, muta, entonces es lgico que las ideas
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454). Es la primaca del pensamiento (lo vivo) sobre las ideas (lo

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sobre l tengan que adaptarse (cambiar) para ser capaces de seguir explicndolo. Pero, cmo caracterizaba el conocimiento Unamuno? Deca que conocer era clasificar, y que la ciencia era la generalizacin e integracin del conocimiento. Las ideas se iban reduciendo a ideas ms generales, de modo que explicar un hecho consista en referirlo a otros hechos, a generalizarlo (Unamuno, 1886: 128). En otro momento, sealaba:
[] conocer una cosa es clasificarla, es decir, darle un nombre. El conocimiento es clasificacin que crece en extensin e intensidad. El hombre ignorante slo sabe el nombre propio de las cosas, su nombre de pila pero desconoce su apellido. La ciencia consiste en ir conociendo sus apellidos, el primero, el segundo, etc.; Cuanto ms adelantemos en la ciencia ms apellidos sabemos darle, y colocarle en la misma familia que los que tienen el mismo apellido, trazar su genealoga. En los nombres simbolizamos y encerramos nuestra ciencia (Unamuno, 1998: 181).

Expresa aqu la esencial relacin existente entre mundo y lenguaje, considerando que el conocer la realidad comienza al nombrar a los entes que all encontramos, y para esto ser necesario el uso del lenguaje. Qu era la realidad o lo real para Unamuno? El vocablo realidad deriva de real, y ste a su vez de res, cosa. Pensaba que, generalmente, frente a lo real se contrapona lo ideal, esto es, frente a la realidad la idealidad. Sin embargo, se cuestionaba el hecho de que se tuviesen a las ideas como menos reales que las cosas, por lo que afirmaba que ellas eran incluso ms verdaderas, pues duraban ms que las cosas (Unamuno, 1923a: 503). Con esto admita una cierta gradacin ontolgica, y reconoca la existencia de distintas clases de realidades que podan ser conocidas, adems, mediante el lenguaje.

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Lenguaje, hombre y mundo van indisolublemente unidos, slo en esa triple relacin adquiere sentido el conocimiento (Unamuno, 1998: 181). Por esta razn, obra un valor primordial el lenguaje, pues es el que crea el mundo, y ser el instrumento de la accin espiritual, es la sangre del espritu (Nez y Ribas, 1923: 423). Asemeja esto a la creacin del mundo, tal y como se recoge en el Gnesis, cmo Dios mediante la Palabra cre el mundo, y cmo despus le present al hombre todas las criaturas del mundo para que ste les diera un nombre (Unamuno, 1906c: 151). Hay una interaccin entre el hombre y el mundo, y el lenguaje es su instrumento. Por tanto, en ese crear que supone el lenguaje cobra especial inters el hombre, pues l es el encargado de realizar semejante tarea. Unamuno afirmar que conocer es, en efecto, engendrar, y todo conocimiento vivo supone la penetracin, la fusin de las entraas del espritu que conoce y de la cosa conocida (Unamuno, 1931: 324). Hay una profunda interrelacin entre el sujeto cognoscente y la cosa conocida, relacin que debe partir siempre del sujeto que tiene que buscar desde lo particular lo universal (Unamuno, 1913b: 303). En este sentido, podemos decir que para Unamuno todo conocimiento ha de comenzar con los sentidos, de lo concreto, tal y como antes hemos sealado. Para l, lo que conocemos del mundo es lo que ponemos en l, en tanto estamos contenidos en la realidad que tratamos de conocer. Por ello, crea que era falso el principio de que, como observadores, podamos desentendernos de lo observado (Unamuno, 1900: 197). El problema de este conocimiento es que nos encontramos con un yo que nos ha hecho el mundo o, ms bien, que nosotros hemos construidos al esclavizarnos en l. Con esto, no somos capaces de ver fuera de l la inmensa esplendidez del cielo y la terrible realidad de la muerte, tener que ser lgicos dentro de l (Unamuno, 1970: 822). De este modo, nos muestra Unamuno cmo a
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veces el hombre termina siendo el siervo de una realidad que nos conforma a su imagen y semejanza, dejando de lado lo que verdaderamente le importa al hombre, y que no puede ser abordado desde la mera razn. En esta concepcin del conocimiento sobresale la exigencia de que ste est al servicio de la vida del hombre, aunque tambin va a distinguir otro tipo de conocimiento subordinado a aquel. Este segundo modo se caracterizar por ser un conocimiento de lujo, y se correspondera con ese deseo de conocer la curiosidad que slo nace si se han cubierto, primero, las necesidades ms inmediatas del hombre. Sin embargo, este segundo tipo nunca ser un conocimiento desinteresado, un mero conocer contemplativo, puesto que siempre tendr como objetivo la bsqueda de la vida en la verdad (Unamuno, 1913a: 123). Por tanto, establecer dos tipos de conocimiento: uno primario y otro secundario. El primario, que sera inevitable para que el hombre pueda sobrevivir, y que se vinculara con la exigencia del vivir humano y el instinto de conservacin, y que a su vez habra generado en todo hombre los rganos necesarios para el conocimiento. Este conocimiento primario respondera slo a la necesidad del individuo de sobrevivir, por lo que todo ser humano participara de l. Dir que este conocer es el que nos muestra aquello que necesitamos para subsistir, de modo que es el instinto de conservacin el que nos hace la realidad y la verdad del mundo perceptible. Esto deja el camino abierto para la admisin de otras realidades que no percibimos porque al no sernos necesarias para vivir no nos percatamos de ellas (Unamuno, 1913a: 122-124). Este juicio de Unamuno guarda estrecha relacin con la interpretacin del ingenio en Vico segn Grassi, puesto que:
[] slo humanizamos la naturaleza cuando vemos los fenmenos que nos ofrecen los sentidos en su relacin con nuestras necesidades y con la realizacin de nuestra existencia. Por eso, para 85

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Vico es el ingenio y no la razn quien fundamenta el surgimiento del mundo humano (Grassi, 2003: 218-219).

El hombre slo repara en aquello que le ayuda a vivir, siendo ciego a las cosas intiles, lo cual no significa que en el mundo slo exista lo que vemos. Puede ocurrir que haya otra realidad invisible a los ojos humanos, y ello no supondr su inexistencia. Sin embargo, el conocimiento secundario estara ligado al instinto de perpetuacin, que nos alejara del aislamiento individual y nos pondra en relacin con los otros. ste es fundamental, ya que es esencial en el ser humano el ser miembro de una sociedad, pues slo de ella brotar la razn (conocimiento reflexivo y reflejo).Este conocimiento, por tanto, sera el que nos permitira la vida en sociedad. Y es que para Unamuno el pensamiento y la razn tienen su origen en la sociedad (Nez y Ribas, 1902: 180). Para l, esta razn (social) se origina en el lenguaje. Lenguaje, conocimiento y mundo: vnculos y relaciones Para Unamuno, el lenguaje tena una gran trascendencia en el problema del conocimiento, en tanto lo consideraba como la herramienta capaz de crear el mundo del hombre, permitiendo no slo conocerlo sino, adems, vivir en l. En el hombre, el pensamiento se da gracias al lenguaje articulado, ya que nos es necesario para vivir y poder expresar lo que pensamos sobre el prjimo (Unamuno, 1913a: 124; 1906a: 879). Lenguaje y pensamiento:
[] van indisolublemente unidos, puesto que son en el fondo una sola y misma cosa. No cabe pensar sino con palabras y toda palabra supone pensamiento. El pensamiento y el lenguaje se hacen mutuamente, y as, decir que para cada pueblo el mejor idioma es aquel en que se encarna su pensamiento, equivale a de86

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cir que para cada pueblo el mejor pensamiento es el suyo propio (Unamuno, 1902b: 1047).

El lenguaje es el instrumento primordial no slo para comunicarnos con el otro, sino tambin para alcanzar el mundo, porque nos permitir aprehenderlo. Para Unamuno, el lenguaje era una fuente de riqueza espiritual y hasta econmica (Urrutia, 2006: 231), el instrumento de la accin espiritual (Urrutia, 2006: 232), la sangre del espritu, su esencia. Para nuestro pueblo, el castellano es el que asume esa misin, el que nos permite no slo pensar, sino sentir y obrar, destacando, adems, que la accin va indisolublemente unida al lenguaje, puesto que sin l se queda en mero gesto, vaco (Nuez y Ribas, 1902: 183). Hay un conflicto interno en el hombre por dar a conocer su pensamiento al otro, ya que al hacerlo debe atenerse a la palabra e intentar encontrar el modo de enunciarlo, siendo aqu donde estriba la complicacin (Unamuno, 1907c: 399). Hallar la manera de formular nuestro pensamiento mediante las palabras exactas que lo expresen es una ardua tarea. No obstante, al hacerlo conseguimos que esos conceptos a que hemos llegado se nos aclaren y nos permitan una mejor expresin de nuestro pensamiento (Unamuno, 1902a: 206). Afirmaba Unamuno:
[] he sido muy hablador porque he necesitado hablar mi pensamiento para adquirir propia conciencia plena de l, y porque la palabra material me excitaba a pensar. Pensaba en voz alta. Haciendo esfuerzos por transmitir a otros mis ideas, me las formulaba y descubra a m mismo y las desarrollaba (Unamuno, 1986: 38-39).

Es el intento por clarificar y depurar el pensamiento, y por lograr perfeccionar la relacin entre pensamiento, mundo y lenguaje. En este expresarlo mediante el lenguaje oral se advierte, adems, la
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existencia del componente social, no slo por la necesidad de hacernos entender, sino por la exigencia de ser entendidos por los dems, y de ah, el imperativo que nos obliga a tener que expresarnos de modo comprensible. Por tanto, tenemos que el pensamiento depende del lenguaje, en tanto que pensamos con palabras; adems, le otorga al lenguaje un rasgo del que no puede desprenderse puesto que el pensamiento tambin lo es (Unamuno, 1907c: 400). Dir Unamuno:
[] el lenguaje de que me sirvo para vestir mis sentimientos y mis ideas es el lenguaje de la sociedad en que vivo, es el lenguaje de aquellos a quienes me dirijo; las imgenes mismas, los conceptos en que vierto su savia, son las imgenes y conceptos de los que me oyen; pero la savia, esa savia vivificante que desde las races sube a mis frutos, esa savia que no se ve, esa es ma. Y es la que da a mis frutos, la que da a tus frutos, lo que da a los frutos de todo hombre, el sabor que tengan (1906a: 879).

Ese componente social se puede advertir en que en la lengua de cada pueblo se expresa el pensar y el sentir del mismo, pues ella va a constituir lo que Unamuno llama la sangre del espritu (Unamuno, 1915a: 318). La lengua de cada pueblo contiene su alma, y es la forma que hay para conocerse a s misma y amarse. Conocimiento y comprensin llevan al amor, de ah se infiere que el desamor (odio) sea causa del desconocimiento que impide la comprensin. Con lo anterior reconoce la prioridad del uso del lenguaje ordinario, de tener que utilizar las formas de expresin usuales de la sociedad a la que pertenecemos, por ser el modo ms preciso de formular nuestro pensamiento. Sin embargo, ello no quiere decir que nos quedemos en ese uso vulgar del lenguaje, sino que lo verdaderamente importante ser que al pensar lo hagamos desde nuestro yo ms profundo y personal, siendo siempre nuestra
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reflexin algo propio. Por esta razn, el pensamiento ha de ser algo vivo, pues si ste deja de ir transformndose y adaptndose continuamente al mundo y se queda fijo, entonces morir (Unamuno, 1914b: 309). Unamuno supona que el pensamiento se extinguira si se converta en escritura (Unamuno, 1927: 710). sta era la razn por la que daba prioridad al lenguaje hablado frente al lenguaje escrito (Unamuno, 1922: 1467). Al admitir que el lenguaje deba estar al servicio de la vida, y que la vida era esencialmente cambio, era imprescindible plantear la exigencia de que el lenguaje no poda quedar encerrado en conceptos abstractos y lgicos, sino deba ser capaz de dar cuenta de la historicidad de la vida del hombre, adaptndose a las circunstancias concretas de cada momento. Cobra importancia en este contexto la palabra, porque ella ser la que recoja fielmente el significado del mundo. Dir de ella Unamuno:
[] el misterio de la palabra es que por la palabra, por el verbo, es todo lo que es [] Que la palabra fue al principio y la palabra ser al fin. Deja un nombre! Es todo lo vivo que hay que dejar, un nombre que viva eternamente. Lo dems, son huesos (1932: 1184).

Esta palabra ser, esencialmente, metafrica, reconociendo Unamuno que usaba las metforas como mtodo de conocimiento: Qu ha sido mi constante tendencia a pensar por metforas, sino la aspiracin al misterio? Es que vislumbraba verdades ms altas de las que cabe encerrar en frmulas racionales (Unamuno, 1986: 39). Tal como hemos apuntado con anterioridad, crea Unamuno en el estrecho vnculo entre poesa y filosofa, entre la palabra potica y la filosfica, de manera que ratificaba que el discurrir por metforas es uno de los ms naturales y espontneos, a la vez que uno de los ms filosficos modos de discurrir (Unamuno, 1904b: 1162).
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El nombre es la cosa, y cuando le asignamos un determinado nombre a una cosa lo que hacemos es conocerla y apropiarnos de ella. El nombre nos permite conocer la cosa, porque al nombrarla la conocemos, adems de ser el que transmite el concepto, que en realidad es el nombre socializado (Unamuno, 1903b: 1116-1117). A todo esto hay que unirle el hecho de que el mismo lenguaje es histrico, por lo que con el correr del tiempo los conceptos van variando su significacin. Esto supondr la obligacin de tener que desvelar esa transformacin que han ido sufriendo para comprenderlos. En cambio, la palabra, al estar referida a lo concreto, permite un conocimiento menos abstracto y ms verdadero. Recapitulando, vemos que el hombre necesita del lenguaje para vivir y para conocer el mundo, y que debe hacer esta tarea de modo individual, pero utilizando los instrumentos que le ofrece la sociedad en que vive. Esto puede traer algunos inconvenientes debido a que la mayora de la gente suele recurrir al sentido comn, es decir, a las frases hechas, al saber popular, slo porque su pereza intelectual le impide razonar por su cuenta (Unamuno, 1912: 517). He aqu el error, pues esta pereza lo nico que trae consigo es que el individuo no piense por s mismo, sino que asuma las cosas sin plantearse su veracidad. Unamuno reivindicaba, frente al sentido comn que impera en estas personas, el sentido propio, aquel que coge los lugares comunes, los del sentido comn, y los convierte, nada ms que al apropirselos, en lugares propios, esto es, en paradojas (Unamuno, 1914a: 307). Vuelve a poner de manifiesto la centralidad del hombre en toda su reflexin filosfica, obligndolo a pensar y meditar desde su propia circunstancia vital, y no permitindole aceptar los pensamientos ajenos y abstractos que se le ofrecen sin evaluarlos por s mismo. De este modo jugaba a provocar a su pblico, de modo que los obligaba a pensar, a plantearse las cosas que lean para as proceder con una actitud crtica (Unamuno, 1914a: 307).
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La filosofa no se hace con el sentido comn, porque ste enjuicia con los medios ordinarios y comunes del conocimiento, buscando siempre un propsito o fin prctico, lo que le inhabilita para constituirse como un verdadero filosofar. Para que ste sea posible deber recurrirse a la paradoja como la manera de corregir esas ramploneras y simplezas que se obtienen mediante el uso del sentido comn. Esta nocin era vital en su modo de filosofar, porque era parte de su mtodo personal de reflexionar, lo guiaba en su razonar permitindole distinguir entre el sentido comn y el sentido propio, argumentando que:
[] el lenguaje comn, en efecto, es el del sentido comn, formado por las necesidades prcticas de la vida y enderezado a servirlas. No es cosa suya la precisin cientfica por lo cual tiene la ciencia que empezar por formarse un lenguaje propio y hasta una especie de lgebra [] El sentido comn tiene [] su campo, que no es precisamente el filosfico; pero la paradoja tiene tambin el suyo. Y si aquel es lo colectivo, lo comn, este es o empieza por ser lo individual, lo propio. La paradoja es el ms genuino producto del sentido propio. Y es, por tanto, el ms eficaz elemento del progreso, ya que por lo individual se progresa (Unamuno, 1910b: 550-551).

Percibimos que su mtodo filosfico le permite pensar y meditar personalmente, alejndolo de la pereza que caracteriza a aqullos que se dejan llevar por el sentido comn. La paradoja se convirti en algo esencial en su pensamiento, quiz porque se vio ante la necesidad de defenderse de los que trataban de ultrajarle llamndole paradojista. No obstante, responder a la pregunta de qu es la paradoja diciendo que es una palabra que han inventado los tontos para llamar con ella a todo aquello que oyen por primera vez (Unamuno, 1908b: 402). Para l, constitua el modo ms eficaz para lograr que la verdad fuese accesible al pueblo (Unamuno,
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Esta concepcin sobre la paradoja le serva para polemizar con sus detractores recurriendo al sentido mismo de la paradoja, sealando que lo que les ocurra es que simplemente no comprendan lo que deca, y que ni se detenan a intentar entenderlo. Adverta que haba que tener cuidado con ellas, porque lo que hoy son paradojas se podan convertir (y de hecho se convierten) en los lugares comunes del maana (Unamuno, 1915b: 352), ya que en el momento en que la paradoja quedaba libre de aquel que la cre poda convertirse en ese saber vulgar y comn al que los perezosos recurren por su apata. La paradoja, entonces, se torna en un mtodo vital para despertar a las mentes adormecidas. Originalidad y verdad En relacin con esto surge el tema de la originalidad. Unamuno pensaba que la originalidad no consiste en decir algo que antes no haya dicho otro cosa bastante fcil sino en combinar y relacionar de una manera personal y propia los pensamientos de comn acervo (1907a: 1306). La idea no es de aquel que la tiene, sino que pertenece a quien le dio su expresin ms adecuada y la coloc entre las dems ideas, sus compaeras en el complejo y contexto donde adquiere su valor todo. La originalidad es eso. No acuar moneda nueva sino saber usarla (Unamuno, 1910a: 372). Se sigue consolidando la prioridad del hombre, de cada hombre concreto, a la hora de pensar. Porque no se busca una originalidad que sea una creacin desde la nada, sino que se aspira encontrar nuevas relaciones entre las cosas, relaciones nunca antes vistas. Esta originalidad que defiende va a estar enfrentada a las ideas, porque pensaba que tena ms valor el modo de exponerlas que las ideas mismas (Unamuno, 1911: 287), en el entendido de que stas slo constituyen la materia prima con la que han de operar las ciencias (Unamuno,
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1906b: 891), puesto que por s mismo no era capaz de llegar a ella.

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1904a: 1135). Debe haber un buen uso de las ideas en los hombres,

pues no deben tomarlas sin antes haberlas comprendido:

[] una idea es verdaderamente verdadera en aquel espritu que es su mundo propio, donde consuena con las dems ideas y surge de ellas; en todo otro espritu es mentira. Slo es verdadera una idea con verdad viva, y no muerta, en aquel espritu que o la engendra o se la hace suya, carne de su carne (Nez y Ribas, 1896: 159).

Para que una idea sea verdadera ha de ser perfectamente entendida por cada hombre, e integrada en la totalidad de su vida. Una verdad slo ser realmente operativa en nosotros cuando, a pesar de haberla olvidado, se haya convertido en un hbito inconsciente. Slo as la poseeremos de veras (Unamuno, 1895: 843). Esto significa que hay que interiorizarla para que sea legtima, ya que al hacerlo es cuando la podemos utilizar efectivamente. Si no lo hacemos as, entonces ser ineficaz. Por esta misma razn dir que la verdad hay que saberla, porque con slo decirla no basta (Unamuno, 1921: 453). Para comprender el concepto de verdad unamuniano vamos a analizar, brevemente, las dos concepciones tradicionales de verdad. La primera de ellas es la concepcin griega que la conceba como descubrimiento. Esto significa que hay que ir desvelando el ser que se halla oculto por el velo de las apariencias. El hombre debe ir revelando el ser oculto, y buscar as la verdad que se esconde bajo la constante transformacin y cambio de la realidad. En la segunda, la escolstica, se define a la verdad como una correspondencia entre la cosa y el intelecto, y slo habra verdad cuando esto se cumpliera (Ferrater, 1994: 3660-3661). Entonces, qu clase de verdad es la que busca Unamuno? Para definirla dir que:
[] la verdad es objetiva y subjetiva. Objetivamente es la verdad la relacin de las cosas con la gloria de Dios, as como la razn su 93

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correspondencia con la mente divina y subjetivamente es su relacin con nuestra salvacin. Es verdadero cuanto glorifica a Dios (todo) y cuanto nos conduce a nuestra salvacin en cuanto a ella nos conduce. Todo es, pues, verdadero y la mentira nada positivo (Unamuno, 1970: 782).

Esta definicin se escinde en dos, como vemos. Por una parte, la verdad objetiva sera la correspondencia del mundo y Dios, y de la razn y la mente divina. Por otro lado, la verdad subjetiva vendra dada por la relacin de Dios con nuestra salvacin. Esto nos sugiere que la mxima aspiracin del hombre es Dios, al que podemos acceder gracias a la semejanza de nuestra razn con la mente divina, ya que podemos conocerlo mediante el conocimiento del mundo. Esto puede ser as porque es Dios quien nos confiere la finalidad de la vida, que es nuestra salvacin. Por tanto, la concepcin unamuniana de la verdad sera una fusin entre las dos formas de verdad a las que antes aludamos. Por un lado, sera imprescindible la adecuacin entre Dios-Mundo-Hombre. Pero a la vez debe haberse producido en todo hombre un descubrimiento interior, de forma que la verdad sea operativa en l por haberla hecho hbito. Y es que Unamuno no entenda eso de la verdad por la verdad, afirmando que era algo inhumano. El punto de partida de todo filosofar ha de tener un para qu, pues el filsofo debe teorizar con un fin (Unamuno, 1913a: 126). Podemos decir que la verdad ha de ser lo esencial en la vida de cada hombre, pues ella es la que nos conduce y nos permite engrandecer nuestro espritu: buscar la vida en la verdad, es, pues, buscar en el culto de esta ennoblecer y elevar nuestra vida espiritual y no convertir a la verdad, que es, y debe ser siempre viva, en un dogma, que suele ser una cosa muerta (Unamuno, 1908a: 267). Para Unamuno es evidente la ntima relacin existente entre verdad y vida, afirmando que el fin de su vida es la bsqueda de la verdad, a pesar de estar seguro de no poder encontrarla nunca
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(Unamuno, 1907b: 260). As, esta vinculacin tiene que ser capaz de ayudar al hombre en su vivir. Es muy significativo el lema unamuniano que reza antes la verdad que la paz (Unamuno, 1909: 269), y que podra resumir no slo su pensamiento, sino tambin su vida. Ella es la que nos hace vivir, y no lo que nos hace pensar (Unamuno, 1905: 210). Por esto llegar a afirmar que la inteligencia ha de estar a su servicio, pues le corresponde hallar la verdad, pero el encontrarla ser mediante la crtica, pues si no ser imposible alcanzarla (Unamuno, 1923b: 671). Urrutia, al respecto, apunta:
[] la verdad no la penetran ni el instinto ni el sentimiento, la verdad es cosa de la razn. Y hasta las que llamamos verdades de sentimiento, o de fe, no son verdades, sino cuando la razn las aprende. Es la razn la que hace verdadero el sentimiento (1970: 303).

Por tanto, vemos cmo la verdad est supeditada a la razn, an cuando anteriormente hemos visto cmo reconoca el estatuto ontolgico de diversos modos de realidad. Esto significaba que aceptaba y defenda otro tipo de razn que no fuese la lgico-matemtica que tendra que adaptarse a esos otros modos de presentarse la realidad. Afirmaba que lo que haba que buscar no era la razn de las cosas, sino la verdad (Unamuno, 1970: 777). Por tanto, podemos concluir afirmando que s existe una reflexin acerca del conocimiento en el pensamiento unamuniano. Lo que ocurre es que no la hallaremos formulada de manera explcita en su obra. Sin embargo, vemos cmo planteaba una forma de acceder a la realidad caracterizada, de modo primordial, por su relacin con el hombre concreto. Slo el individuo, mediante la palabra y ayudado de la intuicin, podr tener pleno conocimiento de un mundo esencialmente histrico y mudable.

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Luisa Montao Montero

Bibliografa
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Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?

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Luisa Montao Montero

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Es posible una teora del conocimiento en Miguel de Unamuno?

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa


Jos Mendvil Macas Valadez Universidad de Guanajuato, Mxico

Resumen Pretendo aqu mostrar la pertinencia actual del pensamiento de Jos Ortega y Gasset, precisamente haciendo una comparacin con una va contempornea paralela en muchos sentidos, la del filsofo francs Paul Ricoeur. La estrategia de caminar desde el presente hacia el pasado de la nocin narrativa del sujeto nos permite tener a la vista la actualidad y la profundidad de algunas de las intuiciones del pensador espaol. Palabras clave: identidad narrativa, tica, historicidad. Abstract Throughout this article I will discuse the current relevance of Jose Ortega y Gassets thought, precisely for its comparison with the french philosopher Paul Ricoeurs thought, which is a more contemporary approach in many different ways. This essay treats to analyse, from present to past, the narrative of subject. That will allow us to have at sight the relevance and deepness of the Spanish philosophers thought und his intuitions. Keywords: narrative identity, ethics, historicity.

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa

La experiencia humana del tiempo en Ricoeur

ara Ricoeur, la temporalidad es una estructura inevitable de la existencia en la medida en que somos seres en el tiempo, con una forma de vida que accede al lenguaje mediante la narratividad. Esto significa que la diferencia entre la historia verdadera y el relato de ficcin no es irreductible, puesto que existe una reciprocidad entre la narratividad y la temporalidad; adems, el sujeto se construye en esta temporalidad y en esta narratividad. Somos seres humanos gracias al lenguaje, y el lenguaje narra nuestro acaecer en el tiempo. Somos historicidad porque somos seres sociales y temporales, los acontecimientos histricos hacen progresar una historia susceptible de ser contada. Un acontecimiento histrico se diferencia de un acontecimiento fsico precisamente en que puede ocupar una posicin en un relato. El acontecimiento histrico tiene su correlato en una trama. Una historia (story) describe una serie de experiencias y de acciones llevadas a cabo por algunos personajes reales o imaginarios que son representados en situaciones cambiantes o que reaccionan al cambiar stas. El desarrollo de una historia nos impele a seguir hacia delante, y respondemos a dicho impulso crendonos expectativas sobre el comienzo y el final de todo el proceso; el final de la historia es el polo de atraccin de todo el proceso, que a travs de peripecias, adversidades o contingencias mantiene nuestro inters y atencin. El tiempo de todo relato es, sin embargo, pblico, es el tiempo colectivo de los agentes actantes en su sentido ms tcnico o personajes en interaccin con el mundo. Aqu se da la vinculacin entre el mundo y nuestras posibilidades de accin, es el lugar de la accin y de la pasin. El relato tiene, adems, una dimensin episdica de instantes que se explican, y una dimensin configurativa de secuencias y figuras que logran la elaboracin de totalidades
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significativas a partir de acontecimientos dispersos, de modo que toda la trama pueda abarcarse con un solo pensamiento. Mientras que Heidegger pens, en Ser y tiempo, la relacin entre nuestro ser finito o ser para la muerte y la historicidad, no desarroll ni estudi de manera significativa el estrato narrativo y pblico de la historia, por ello, para Ricoeur, Heidegger se limit a un carcter subjetivista y mondico de la historicidad. Nociones como la de herencia, repeticin de un destino o tradicin de un pueblo no fueron, por tanto, comprendidas de manera adecuada. La repeticin narrativa, la ojeada a nuestro pasado ms propio, consistira en leer el final en el comienzo de nuestra historia, as como el comienzo en el final, recuperando nuestras posibilidades ms propias tal como las heredamos del pasado. De este modo, la trama no sita la accin humana slo en el tiempo, sino en la memoria. En la narracin se dara un retorno al origen, Ulises y su viaje de ida y vuelta aparecen como un modelo paradigmtico de esta experiencia, as como las Confesiones de Agustn, las de Rousseau y El tiempo recobrado de Proust. De esta forma, la vida debe verse como el proceso de convertirnos en lo que somos; la visin desde el final de una vida como el reconocimiento de nuestro pasado y de nuestro presente es una repeticin liberadora, pero tambin habra que incluir la actitud de afrontar el futuro con decisin. Esto es lo que Heidegger llamaba destino, pero ahora dentro de una visin menos sombra, menos solipsista y ms vital, aunque reconociendo, sin embargo, que la consideracin acerca de la muerte es inherente a cualquier meditacin acerca de la historia, pues la historia es ante todo de aqullo que ya no estn y son rememorados por el relato. La repeticin narrativa acaba siendo, en conclusin, la unin primordial del tiempo y el relato.

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa

La identidad narrativa En la tercera parte de Tiempo y narracin, Ricoeur concluye que el lugar de la identidad narrativa, es decir, de aquella identidad que el sujeto humano alcanza mediante la funcin narrativa, se encuentra en la interseccin del tiempo histrico, sujeto al calendario, y del tiempo de la ficcin, abierto a variaciones imaginativas ilimitadas. De este modo se abre la posibilidad de una hermenutica de la comprensin de s o de uno mismo como relato. Es en esta interpretacin del s mismo en donde la funcin narrativa cumple un papel central, y que nos lleva desde las teoras lingsticas hasta la tica y la poltica, pasando por la reflexin acerca de la historicidad y de la ficcin. El desarrollo ms completo de estas ideas se encuentra en la obra titulada S mismo como otro, que considero la obra ms profunda y lograda de Ricoeur en cuanto a la consecucin de una teora narrativa del sujeto. La posibilidad de integrar el relato histrico y el de ficcin se da precisamente en el campo de esta identidad narrativa, pero tambin el paso del punto de vista meramente descriptivo al prescriptivo y normativo. La ipseidad y la permanencia del sujeto en el tiempo tienen que ver con la continuidad establecida del carcter en cuanto conjunto de signos distintivos que permiten identificar a un individuo humano, y con la palabra dada o mantenida en la promesa, que nos obliga a permanecer para sostener un compromiso. El carcter y el compromiso requeriran de disposiciones duraderas en las que reconocemos a una persona, en ellos reside nuestra identificacin con valores, normas o ideales en los que la persona y la comunidad se reconocen, y que forman una parte central de nuestra identidad. Por ello, afirma Ricoeur que el carcter tiene una historia o una dimensin narrativa, tanto en el caso de la identidad personal como, por ejemplo, en el de la identidad nacional de Francia
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o Mxico, que se requieren rasgos diferenciales duraderos de reconocimiento. La identidad narrativa necesita establecer lo que Dilthey llamaba conexin de la vida, la cual debe entenderse en los trminos de historia de una vida, es decir, en trminos de la identidad del personaje en unin con la trama. En la disposicin narrativa habra que tomar en cuenta la disposicin de los hechos, constituidos por los trminos discordantes que transforman accidentalmente la trama desde el inicio hasta el fin, y los hechos concordantes que forman parte de la configuracin de la misma. La concordancia discordante consiste en una sntesis de lo heterogneo, se trata de una estructura inestable que marca la unin del efecto de contingencia y del efecto de necesidad. Los acontecimientos inesperados o sorprendentes se convierten en parte de la historia cuando son comprendidos despus desde el punto de vista de su necesidad. La identidad del personaje se comprende trasladando sobre l la operacin de construccin de la trama aplicada a la accin narrada, adscribiendo una accin o pasin al agente o actante. Ricoeur pone a prueba para sus fines los conceptos de funcin y actante de Propp, Bremond y Greimas. El personaje de la trama es un actante que opera acciones en un recorrido narrativo, las vidas humanas pueden entenderse como programas narrativos, a veces en relacin polmica. El relato confiere al personaje una iniciativa, la capacidad de realizar una serie de acontecimientos, donde el narrador tiene el poder de determinar el comienzo, el medio y el fin de la accin. De esta correlacin entre la accin y el personaje se deriva una dialctica interna al personaje entre la concordancia y la discordancia. Segn la lnea de concordancia, el personaje saca su singularidad de la unidad de su vida considerada como la totalidad temporal singular que lo distingue de cualquier otro. Segn la lnea de discordancia, esta totalidad temporal est amenazada por el efecto de ruptura de los acontecimientos im104

Ortega, Ricoeur y la razn narrativa

previsibles que le ocurren. La sntesis de ambas lneas hace que la contingencia del acontecimiento contribuya a la necesidad en cierto sentido retroactiva de la historia de una vida, con la que se iguala la identidad del personaje. As el azar se cambia en destino.
La persona, entendida como un personaje del relato, no es una identidad distinta de sus experiencias. Muy al contrario: comparte el rgimen de la identidad dinmica propia de la historia narrada. El relato construye la identidad del personaje, que podemos llamar su identidad narrativa, al construir la de la historia narrada. Es la identidad de la historia la que hace la identidad del personaje (Ricoeur, 1996: 147).

La identidad dramtica de la vida en Ortega Afirma Jos Ferrater Mora, conocedor a fondo de la vida y la obra de Ortega y Gasset, que el centro de la filosofa de ste, es la nocin de vida, y este concepto es, al mismo tiempo:
[] problema, quehacer, preocupacin consigo misma, programa vital, y en ltimo trmino naufragio (un naufragio del que el hombre aspira a salvarse agarrndose a una tabla de salvacin: la cultura). Por eso la vida es tambin drama y por eso no puede ser una realidad biolgica, sino biogrfica. El mtodo para acercarse a ella no es el anlisis, sino la narracin (Ferrater, 1999, t. III: 2662).

En efecto, para Ortega el hombre no es otra cosa sino res dramtica, ms all de ser una cosa extensa o una cosa pensante. Pero, qu es la vida? La vida es la realidad radical, e implica, por un lado, la negacin de la independencia absoluta del mundo respecto del pensamiento (y viceversa) y, por otro lado, la afirmacin de su conjugacin: la coexistencia del hombre y el mundo.
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Jos Mendvil Macas Valadez

La realidad radical es, en consecuencia, la suma de la existencia humana individual (biogrfica) y la circunstancia como espacio antropolgico, concebida como el mbito de los problemas a los que tiene que enfrentarse el Yo. En la vida radican todas las dems realidades. La vida no es, es un hacer-se a s mismo continuamente, un autofabricarse. Ortega no considera al ser como realidad, sino lo contrario, la realidad es anterior al ser, pues fuera del hombre no hay ser, lo que hay es ms bien algo incompleto, un intento de ser, con lo que Ortega procede a desmontar la filosofa misma. La realidad no es la naturaleza, ni es la conciencia, sino que es mi vida, la vida de cada cual, la vida humana: El mundo es lo vivido como tal. De ese modo, el yo es un proyecto de vida:
La vida es constitutivamente un drama, por que es siempre lucha frentica por conseguir ser de hecho el que somos en proyecto. Pero no se trata de un proyecto ideado preferido libremente. Este proyecto lo encontramos ya formado al encontrarnos viviendo (Ortega y Gasset, 1969, t. IV: 77).

Por ello, la razn histrica consiste simplemente en narrar, ella es la nica capaz de entender las realidades humanas, porque la contextura de stas es ser histricas, es historicidad. Ningn hecho aislado explica una realidad histrica, es preciso antes integrarlo en la figura total de un tipo de vida humana para que no sea simplemente un dato muerto. El pensamiento, debido a ello, es una funcin vital, como la digestin o la circulacin de la sangre. La razn lo es de hechos vitales, la razn vital es vida como razn.

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa

La historicidad En su libro Historia como sistema, publicado originalmente en ingls en 1935, Ortega afirma el carcter hermenutico de nuestro ser histrico, as como su inevitable carcter vital, lo que nos lleva a su ser narrativo.
El hombre no es cosa ninguna, sino un drama su vida, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual y en que cada cual no es, a su vez, sino acontecimiento. Todas las cosas, sean las que fueren, son ya meras interpretaciones que se esfuerza en dar a lo que encuentra (Ortega y Gasset, 1999: 37).

El carcter narrativo de este yo vital, ligado a su circunstancia, implica una desustanciacin o descosificacin de su ser, lo que le da este carcter fluido, como en aquellas expresiones de Montaigne a lo largo de sus Ensayos, donde se refiere a la condicin humana contingente en cuanto inestable, mutable, incierta y abierta al futuro, un individuo inmerso en la temporalidad, el cambio y la accidentalidad. La vida para Ortega es un drama que acontece, y el sujeto a quien le acontece no es una cosa aparte y antes de su drama, sino que es funcin de l, quiere decirse que la sustancia sera su argumento. Pero si ste vara, quiere decirse que la variacin es sustancial (Ortega y Gasset, 1999: 40).
No digamos, pues, que el hombre es, sino que vive la razn, consiste en una narracin. Frente a la razn pura fsico-matemtica hay, pues, una razn narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia. Este hombre, esta nacin hace tal cosa y es as porque antes hizo tal otro y fue de tal otro modo. La vida slo se vuelve un poco transparente ante la razn histrica (Ortega y Gasset, 1999: 47).

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Sin embargo, Ortega considera que no hay que lamentar este estado de la condicin humana, pues la mudanza de lo humano es precisamente nuestro privilegio ontolgico. Por ello afirma resueltamente que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. La razn histrica:
[] no una razn extrahistrica que parece cumplirse en la historia, sino literalmente lo que al hombre le ha pasado, constituyendo la sustantiva razn, la revelacin de una realidad trascendente a las teoras del hombre y que es l mismo por debajo de sus teoras (Ortega y Gasset, 1999: 59).

Acerca de la relacin entre nuestras ideas y nuestras creencias, Ortega considera que el mundo exterior a nosotros no es la realidad primera, sino es una interpretacin que da el hombre a esa realidad, y, por lo tanto, es una idea. Son estas ideas las que se consolidan bajo la forma de creencias. En El tema de nuestro tiempo, as como Nietzsche en La gaya ciencia donde habla del inevitable perspectivismo, Ortega considera que la perspectiva es uno de los componentes de la realidad, y anticipndose a la idea gadameriana de la fusin de horizontes hermenutica afirma:
La versin integral solo se obtiene articulando lo que el prjimo ve con lo que yo veo, y as sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograra tejer la verdad omnmoda y absoluta (Ortega y Gasset, 1976: 106).

Puesto que vivir es encontrarse forzado a interpretar nuestra vida, esta vida nuestra aparece como el intrprete universal. El pensamiento filosfico siempre ha estado insertado en tradiciones de-

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Ortega, Ricoeur y la razn narrativa

terminadas, en las que nos hallamos tan sumergidos que aparecen para nosotros como la realidad misma. En cuanto a la tica, un buen adelanto de nuestras ticas de la alteridad son las afirmaciones siguientes:
Ha sido un error incalculable sostener que la vida, abandonada a s misma, tiende al egosmo, cuando es en su raz y esencia inevitablemente altruista La vida es el hecho csmico del altruismo, y existe solo como perpetua emigracin del Yo vital hacia lo Otro (Ortega y Gasset, 1976: 82).

Naufragio y destino Empezar a comprender al hombre como una realidad en ciernes, in via, nos lleva a la vieja concepcin del homo viator; somos sustancialmente peregrinos, los conceptos quietos no nos acomodan ya, y tenemos que pensar con nociones incesantemente en marcha. La conclusin de todo esto es la concepcin de la vida como naufragio.
Vivir es encontrarse en un naufragio entre las cosas. No hay ms remedio que agarrarse a ellas. Pero ellas son fluidas, indecisas, fortuitas. De aqu que nuestra relacin con las cosas sea constitutivamente inseguridad (Ortega y Gasset, 1981: apndice VII).

Si nuestra vida es ante todo toparse con el futuro, entonces es una actividad que se ejecuta siempre hacia delante; como en el caso de Sartre, somos lo que nos vamos haciendo y lo que vamos proyectando. Pero para Ortega la traduccin de nuestra libertad proyectiva en necesidad es a lo que estamos condenados, tenemos que convertir la vida en una creacin nuestra, pero aceptando su inexorable circunstancia. Es a lo que se llama destino, a una reabsorcin de nuestra circunstancia contingente (Mendvil, 2004:
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Jos Mendvil Macas Valadez

227). Vivir con autenticidad es agarrarse y estrechar con entusias-

mo la mano que el universo nos tiende, asumir plenamente esta circunstancia que nos rodea. Jos Luis Molinuevo, comentando acerca de esta orteguiana razn narrativa, seala acerca de nuestro autor:
[est] continuando la relacin establecida en su juventud entre literatura y vida, reforzndola ahora con su afirmacin de que la vida es un gnero literario. Tanto una cosa como la otra pertenecen a este sentido esttico del vivir que recibe Ortega como herencia de los literatos franceses Ortega recalca en ese momento que la literatura es el punto de vista privilegiado de la vida que habla desde un yo a travs de un personaje (2002: 209).

Por ello, la vida de un texto consiste en que es el texto de una vida. Considero que a partir de ambas exposiciones nos tiene que quedar claro, sin necesidad de mayor demostracin, la lnea de continuidad que cruza a ambos autores. Entre el francs y el espaol, traspasados por una fuerte formacin en la filosofa alemana, existen evidentes lazos. La identidad narrativa o dramtica, la historicidad como ineludible y el destino como aquello que cruza entre el azar, la libertad y la necesidad. Podemos ya sorprendernos de semejantes analogas.

Bibliografa
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filosficos


Kurt Wischin Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Resumen Las dificultades que ofrece el Tractatus para la interpretacin detallada de muchos de sus pasajes considerados clave, junto con la crtica que su autor ha formulado en su desarrollo filosfico posterior contra algunos aspectos de la visin del lenguaje de su primera obra, han tenido frecuentemente como consecuencia que los intrpretes pierdan de vista el objetivo general de la obra, y en qu grado la filosofa wittgensteiniana es movida por una misma preocupacin filosfica durante toda la vida del pensador austrobritnico. Una discusin de las causas de la distincin clave del Tractatus entre lo que dicen y lo que muestran las oraciones sugiere que la visin que motiva esta distincin tractariana sigue vigente en la filosofa posterior de Wittgenstein. Palabras clave: proposicin, mostrar, decir, continuidad filosfica, sinsentido, lmite. Abstract The difficulties encountered for a detailed interpretation of many a key passage of the Tractatus, together with the critical comments the author himself has leveled during his later philosophical development at some aspects of the vision of language in his first opus frequently has had the consequence that some interpreters lose sight of the general target of the work and the degree to which Wittgensteinian philosophy 112

La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

is moved by one and the same philosophical worries during the whole life of the austro-british thinker. An argument of the motives behind the key distinction of the Tractatus between what a proposition says and what it shows suggests that the vision that is the source of this tractarian distinction is forcefully at work also in the later philosophy of Wittgenstein. Keywords: proposition, show, say, philosophical continuity, nonsense, limit.

a meta del filosofar de Wittgenstein en su obra de juventud, as como en su pensar maduro, es la superacin de los problemas filosficos. No est enamorado de ellos. Los considera pseudoproblemas. Son problemas que no tienen solucin, porque no son problemas reales. El filsofo debe hacernos ver que los enigmas filosficos se deben a confusiones que nacen de nuestra prctica lingstica, y disolverlos. Pero no por ello son triviales, sino tan profundos como las races de nuestro lenguaje. No tener en cuenta este motivo desva fcilmente la discusin e induce errores de apreciacin de los diferentes aspectos de la obra. El presente trabajo se propone ilustrar, con la ayuda del ejemplo de la distincin entre lo que dicen y lo que muestran las proposiciones distincin omnipresente en el Tractatus LogicoPhilosophicus, que diferentes maneras de dilucidacin de estos aspectos pueden ayudar a ver este motivo unificador como el motor que impulsa la reflexin wittgensteiniana, u ofuscar la comprensin y convertir la discusin de estos aspectos en meras cuestiones tcnicas, perdiendo as de vista el papel que juegan en la filosofa de Wittgenstein. La parte introductoria de este trabajo da algunos ejemplos de la recepcin de la filosofa de Wittgenstein, en particular del nico libro que public en vida, el Tractatus. La segunda parte es un resumen de la explicacin de la distincin entre decir y mostrar
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Kurt Wischin

de las proposiciones, tal como la ofrece el erudito Hans-Johann Glock. La tercera y ltima parte da un ejemplo de una lectura ms amplia de esta distincin para ilustrar cmo esta lectura nos permite conservar el panorama general del objetivo filosfico de Wittgenstein. La conclusin es que Glock est en lo cierto (al menos al nivel de discusin poco detallada que aqu podemos presentar), pero que es insuficiente si queremos comprender lo que motiva a Wittgenstein a hacer esta distincin ms all del propio sistema de lgica del que depende tambin. La importancia del Tractatus, y cmo no leerlo Michael Dummett, en su obra Origins of Analytical Philosophy, rastrea para nosotros las fuentes de la filosofa analtica desde la filosofa de habla alemana de finales del siglo XIX. Dummett identifica la filosofa analtica con la creencia en primer lugar, de que una explicacin filosfica del pensamiento puede obtenerse slo mediante una explicacin del lenguaje, y en segundo lugar, que una explicacin de amplitud slo puede lograrse as1 (Dummett, 1996: 4). La mayor parte de esta obra consiste en una comparacin de las teoras semnticas propuestas por Frege y Husserl. Para permitirnos visualizar lo sorprendente de sus observaciones acerca de la gran semejanza que exhiben estas propuestas en vista de la enorme diferencia entre las filosofas analtica y fenomenolgica que tomaron su respectivo desarrollo de estos principios, Dummett invoca la imagen de dos grandes ros: el Rin y el Danubio, los cuales tienen sus fuentes en regiones cercanas en el centro de Europa, pero desembocan en mares muy distantes entre s. Pero luego dice algo que quizs nos podra sorprender an ms:
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Todas las traducciones al espaol son del autor del presente artculo.

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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

Si identificamos el giro lingstico como el punto de arranque de la filosofa analtica propiamente dicha, entonces no puede haber duda de que, sea cual sea el grado en que Frege, Moore y Russell hayan preparado el terreno, el paso crucial fue tomado por Wittgenstein en el Tractatus Logico-philosophicus de 1922 (Dummett, 1996: 127).

Esto es notable porque muchos de los filsofos que suscriben ideas cuyo origen puede, al menos vagamente, atribuirse a la filosofa analtica, consideran el Tractatus un libro prcticamente inservible como fundamento de argumento filosfico alguno. Esta actitud es observable incluso en autores que, en general, parecen tener inters en promover el conocimiento y la comprensin de la filosofa wittgensteiniana. Robert Fogelin, por ejemplo, en su libro Wittgenstein observa que las ideas del alumno (y alguna vez amigo) de Russell sobre el fundamento lgico de la matemtica carecen de suficiente elaboracin para ser inteligibles:
As, Wittgenstein invoca algn tipo de ideal constructivista y descarta las obras clsicas de la fundamentacin de la matemtica porque no cumplen con l. Pero qu clase de constructivismo es? Cmo se puede usar la definicin de los nmeros enteros para construir partes ms amplias de la matemtica? Y otras preguntas ms. Mientras no tengamos respuestas a preguntas de esta naturaleza, no tenemos idea en qu consiste la posicin de Wittgenstein (Fogelin, 1987: 84).

La idea de que las propuestas lgicas del Tractatus sean ininteligibles por carecer de elaboracin prevalecen an hoy en da en la filosofa analtica. Gracias a esta vaguedad y falta de elaboracin fue posible, parece suponer Fogelin, que por medio siglo pasara inadvertido el hecho de que, segn l, ni siquiera es posible expresar mediante el lenguaje lgico propuesto por el Tractatus toda la
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lgica de primer orden, y dedica en la segunda edicin del libro un captulo entero al intento de demostrarlo. Ha habido varios esfuerzos por refutar las afirmaciones de Fogelin en este sentido, pero no fue sino hasta 1994 que el filsofo alemn Varga von Kibed demostr que la lectura que Fogelin hace de la propuesta lgica elaborada en el Tractatus se debe a una comprensin insuficiente de los objetivos de Wittgenstein. El origen del problema de Fogelin es haber tenido una expectativa muy estrecha de lo que el Tractatus debiera ofrecer, a saber, un sistema de lgica formal explcito. Si ste hubiese sido el objetivo de Wittgenstein, el Tractatus, efectivamente, no ofrece sistema formal elaborado alguno; pero, en este sentido, el objetivo del Tractatus no es establecer un lenguaje formal, sino dejar en claro las condiciones necesarias de todo sistema lgico posible. Varga apunta:
Wittgenstein representa aqu la forma general de la funcin veritativa como tal, que tiene que formar la base de todo sistema lgico posible. En cierto sentido, en esta forma general de la funcin veritativa, se encuentra condensada la forma del mundo, tal como Wittgenstein la ha desarrollado en las proposiciones previas del Tractatus (2001: 209).

El resto del artculo de Varga es una explicacin detallada de por qu la crtica de Fogelin falla, y explica, adems, por qu tambin la bien intencionada defensa del Tractatus de Scott Soames falla, y por qu la de Peter Geach, aunque presenta un punto de vista similar al del propio Varga, tampoco logra del todo su objetivo. El problema de tratar adecuadamente el argumento del Tractatus, ejemplificado por la crtica de Fogelin, es tpico de cierta actitud de analistas que, segn creo, amenaza la comprensin de la filosofa de Wittgenstein. Para mencionar de paso otro ejemplo: en su crtica de la obra The Philosophy of Wittgenstein de G. Pitcher,
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

Rush Rhees, por ejemplo, hace la siguiente observacin acerca de lo que le parece una incomprensin completa de los motivos filosficos que inspiraron la redaccin del Tractatus:
No pienso que Pitcher jams vio qu clase de cuestionamiento indujo a Wittgenstein a escribir el Tractatus; ni qu era aquello que Wittgenstein tena la esperanza de que otros pudieran aprender de ste. Por ello, los comentarios finales significan poco para l. Qu clase de conclusiones sugieren? Qu dificultades de alcance profundo pudieran contrarrestarse de esta manera? Las Investigaciones pudieran haberle ayudado. Pero l ve que Wittgenstein demuele su sistema y erige uno nuevo... Mientras que Wittgenstein hubiera demolido, de haber podido, la idea de discusin filosfica como competencia para determinar quin tiene razn y quin se equivoca (Rhees, 1996: 42).

Una nocin importante para explorar los cuestionamientos filosficos de Wittgenstein a que alude Rhees es la distincin entre lo que las proposiciones dicen y lo que muestran, distincin que es de primordial importancia para comprender el sistema del Tractatus. A pesar de la importancia de esta nocin, no hay unanimidad entre los estudiosos de Wittgenstein de cmo dar cuenta de ella. En lo que sigue resumir dos maneras de explicar la distincin entre decir y mostrar. La primera de ellas ve esta distincin como consecuencia de la teora de lenguaje y del sistema lgico propuesto en el Tractatus. La segunda propone una lectura ms amplia, y ve en el problema que Wittgenstein trata de resolver, apelando a esta distincin, una clave para comprender toda la filosofa wittgensteiniana, no restringida al Tractatus; consecuentemente, se trata de un aspecto que revela la unidad del pensamiento de Wittgenstein, en lugar de tratarla como un aspecto que separe su filosofar de la juventud y de la madurez.
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La distincin de decir y mostrar segn Glock Hans-Johann Glock empieza su explicacin de la relacin decir / mostrar as: La distincin entre lo que puede decirse mediante proposiciones significativas y lo que slo puede ser mostrado, compenetra el Tractatus desde el prlogo a la advertencia final famosa de lo que no se puede hablar debe guardarse silencio (1996: 330). De acuerdo con Glock:
El Tractatus tiene, de hecho, dos partes, una lgica (ontologa atomista, teora pictrica, tautologas, matemtica, ciencia) y una mstica (solipsismo, tica, esttica). El significado real de la distincin decir/mostrar se ubica en el hecho de que mantiene unidas las dos al proscribir tanto proposiciones sobre la esencia de la representacin simblica y aseveraciones msticas sobre el reino de valor (Glock, 1996: 330).

Una caracterstica importante que comparte todo lo inefable tractariano es que no puede ser representado mediante proposiciones bipolares (verdaderas / falsas); es decir, mediante proposiciones que representan hechos posibles, como lo hacen las proposiciones cientficas. Lo que generalmente se designa como la teora pictrica de lenguaje, desarrollada en el Tractatus, sostiene que las proposiciones representan hechos posibles en el mundo, porque proposicin y hecho tienen la misma estructura lgica; y las proposiciones son verdaderas si el hecho se da, y falsas si no se da. Esto ltimo es el significado del trmino bipolar. Una proposicin tiene que tener esta caracterstica, de lo contrario no sera una proposicin, sino, por ejemplo, una pseudo-proposicin. Los intentos por decir aquello que slo puede ser mostrado tratan de decir lo que no pudiera ser de otra manera (por lo que no son expresables en proposiciones bipolares), y son, entonces, pseudo-proposiciones. Las Pseudo-proposiciones no dependen de
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

cmo son las cosas, dice Glock, porque se relacionan con precondiciones trascendentales de la representacin y del mundo (1996: 331). Lo mstico a que Glock se refiere en el pasaje previo ocupa un lugar especial entre lo inefable, segn Glock, porque ni siquiera existen proposiciones significativas que muestren, por ejemplo, valor tico. A diferencia de lo lgico, lo mstico es trascendente, no slo trascendental (Glock, 1996: 331). Glock no explica esta diferencia ms all del pasaje citado; este tipo de inefabilidad no se ajusta a la explicacin que Glock da de otros aspectos de la distincin entre decir y mostrar, como l mismo aqu muy claramente expresa, ni explica en qu sentido esta distincin une las dos partes del Tractatus a que Glock alude en el pasaje citado. Espero hacer ms plausible en la tercera seccin del presente trabajo, porque pienso que esto es un defecto de la explicacin de Glock. Lo que hay de inefable, dejando a un lado lo anterior, tiene que ver con intentos por rebasar el lmite de lo expresable, constituido por el propio sistema de representacin. Por este motivo no es posible expresar en proposicin significativa alguna ni la estructura del pensamiento ni la del mundo; ambas son condiciones de la posibilidad de representacin:
[] ninguna proposicin puede decir algo sobre las propiedades lgicas del lenguaje: o bien, semejante proposicin est conforme a la lgica, entonces estas proposiciones lgicas ya son entendidas (circularidad), o no [est conforme a la lgica], entonces no puede ser una proposicin significativa (un lenguaje ilgico es imposible) (Glock, 1996: 332).

Es decir, representar los hechos y comprenderlos es uno, y se da en la lgica. Para poder explicar la lgica ms all de esto sera necesario suspenderla cosa que es imposible. Este principio general revela tambin el motivo por el cual Wittgenstein insiste en que la forma que las proposiciones y lo que retratan comparten la
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armona entre pensamiento y realidad no puede ser expresada en una proposicin ( Wittgenstein, 1973: 2.172-2.174):
[sta] no puede representarla como una posibilidad. Porque la forma pictrica de una proposicin es una de sus propiedades internas no pudiera carecer de esta forma pictrica sin dejar de ser el retrato que es. Por lo mismo, ninguna otra proposicin pudiera representarla como posibilidad, es decir, no puede haber proposiciones bipolares acerca de la forma pictrica de proposiciones (Glock, 1996: 332).

El principio de lo inefable de la forma lgica conlleva tambin la imposibilidad lgica de una teora semntica, es decir, de expresar las relaciones lgicas entre las proposiciones, y tiene como consecuencia que los conceptos formales de la lgica son realmente pseudo-conceptos. Estas consideraciones tambin hacen superflua la teora de tipos de Russell:
Segn Wittgenstein semejante teora ni es posible, ni necesaria. (1) [La clase de leones es un len] o bien es sobre signos en este caso afirma un hecho contingente acerca de convenciones arbitrarias, no una regla lgica; o trata de smbolos. En este caso debe referirse al sentido o significado de expresiones. Pero no puede referirse al sentido de (1), ya que esto, ex hypothesi, carece de sentido. Ni tampoco puede referirse al significado de los nombres que ltimamente constituyen (1). Porque estos constituyentes no tienen un significado previo a la determinacin de su sintaxis lgica (Glock, 1996: 333).

De lo anterior se deriva tambin la afirmacin (Wittgenstein, 1973: 3.332, 3.333) de que una funcin proposicional no puede ser su propio argumento, principio que desarma la paradoja de Russell. Pero otra consecuencia del principio es que las proposiciones del propio Tractatus carecen de sentido, ya que emplean conceptos
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

formales (hecho, proposicin, objeto) para hacer aseveraciones acerca de la esencia de la representacin (Glock, 1996: 334), y como no usan smbolos en una forma significativa, estas proposiciones, de acuerdo con la lgica expuesta en el Tractatus mismo, ni siquiera pueden mostrar lo que tratan de decir. No obstante, dice Glock, el Tractatus hace una diferencia entre sinsentidos que son el resultado de la falta de comprensin de la sintaxis lgica, y, en palabras de Ramsey, sinsentidos importantes:
El Tractatus no es ni un chiste existencial ni un poema sin sentido extendido, con un sistema de numeracin. Su intencin era cantarle las golondrinas a la metafsica y slo viola los lmites de sentido para alcanzar el punto de vista lgicamente correcto, que le permita a uno emprender un anlisis lgico crtico sin violaciones adicionales (Wittgenstein, 1973: 4.1213, 6.53) (Glock, 1996: 335).

En los prrafos precedentes hemos resumido, con demasiada brevedad y omisiones, la explicacin que un estudioso de la filosofa de Wittgenstein como Hans-Johann Glock ofrece para dar cuenta de la distincin ubicua entre decir y mostrar, tal como surge del sistema del Tractatus mismo: estrechamente relacionada con la nocin de la bipolaridad esencial de las proposiciones y su posibilidad de servir como retrato de un hecho gracias a su estructura lgica. Pero segn hemos visto, esta explicacin no es del todo satisfactoria. No toda esta distincin tiene el mismo estatus ante la lgica; una excepcin muy importante es lo inefable mstico, que, de acuerdo con el propio Wittgenstein, es la parte ms importante del libro, aunque Glock diga de ella burlonamente: Hay razones para considerar esto como una actuacin ligeramente histrica de autopromocin frente a un editor potencial (1996: 330).

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La distincin entre decir y mostrar y los problemas filosficos Ciertamente, cuando se explica la distincin que nos ocupa en trminos de la lgica del Tractatus, entonces, al perder este sistema su vigencia a los ojos de un Wittgenstein ms maduro, se pierde tambin este concepto y su importancia. La distincin entre lo que una proposicin, en el sentido del Tractatus, dice y lo que muestra, se extingue junto con el concepto de la proposicin tractariana. Pero no es necesario limitar la explicacin de esta manera. Ms bien, como ya he insinuado, parece un error limitarla as. Tratar de hacer plausible en este apartado por qu pienso esto. La distincin entre decir y mostrar nace de una preocupacin filosfica profunda que, ciertamente, es la que ha inspirado a Wittgenstein a crear el Tractatus, que es anterior a su expresin en el lenguaje lgico de la obra, donde explica la ubicuidad de esta distincin, segn Glock reconoce, pero sin poder esencialmente dar cuenta de ella, ya que en su visin parece ms una consecuencia colateral del sistema lgico. En su larga lista de inefabilia, como los llama con ligero tono de burla, Glock enumera desde la forma pictrica que comparten el retrato o lo que es retratado, hasta las proposiciones del propio Tractatus. Pero l nunca parece recordar que el objetivo principal que trata de resolver el Tractatus son los problemas de la filosofa. La intencin que ha inspirado la creacin del Tractatus es la misma que luego inspira a su autor a derribar este sistema; pero no la distincin entre decir y mostrar, que es una parte importante de ella. De hecho, si parece que esta nocin no puede sobrevivir el derribamiento del sistema del Tractatus, entonces es probable que nuestro entendimiento de esta nocin haya quedado corto. Si queremos obtener una comprensin ms completa de la fuente filosfica de la que brota esta distincin, no restringida a su visin como parte del sistema lgico presentado en el Tractatus
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

lo que muy probable no sera suficiente, debemos tener en cuenta lo que Glock no hace con suficiencia: los motivos filosficos que Wittgenstein tena en primer lugar para emprender esta obra. El prlogo es bastante elocuente en este sentido: El libro trata los problemas filosficos y muestra que el planteamiento de estos problemas descansa en la incomprensin de la lgica de nuestro lenguaje (Wittgenstein, 1973: 11). Qu cosa es la filosofa, en trminos del Tractatus, lo comenta el autor a partir de la proposicin 4.111. En 4.112 nos dice:
El objetivo de la filosofa es la clarificacin lgica de los pensamientos. La filosofa no es una doctrina, sino una actividad. Una obra filosfica consta esencialmente de elucidaciones. El resultado de la filosofa no son proposiciones filosficas, sino la aclaracin de proposiciones (Wittgenstein, 1973: 4.112).

Igual como en su filosofa posterior, los problemas filosficos son aqu para Wittgenstein no problemas que pudieran resolverse mediante algn descubrimiento nuevo o mediante la construccin de alguna teora. Las preguntas filosficas no son preguntas reales; las preguntas filosficas no se contestan, sino se disuelven porque nos damos cuenta de que carecen de sentido. Pero esto no quiere decir que son triviales o que carecen de importancia. As, seala Wittgenstein en Investigaciones filosficas:
Los problemas que surgen de una malinterpretacin de nuestras formas lingsticas tienen el carcter de lo profundo. Son profundas inquietudes; se enrazan tan profundamente en nosotros como las formas de nuestro lenguaje y su significado es tan grande como la importancia de nuestro lenguaje (Wittgenstein, 1988: 111).

Aunque sea un problema profundo que se manifiesta en las preguntas filosficas, lo inefable que menciona Glock no tiene el ca123

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rcter de un algo que el lenguaje fuera incapaz de expresar. Contra esta nocin, que podra parecer sugestiva, James Conant apunta:
El silencio en que [Wittgenstein] desea dejarnos al final es uno en el cual nada se ha dicho y no hay nada que decir (del que nos habamos imaginado que hubiera) El silencio con el cual nos quedamos no es un silencio cargado, que viniera con la postura consciente de guardar lo sagrado de lo inefable (Conant, 1991: 344).

Si aceptamos lo que Conant dice, en la cita anterior, acerca de que no hay inefables, y en vista de lo que el propio Wittgenstein seala sobre la naturaleza de los problemas filosficos, entonces cmo ha de entenderse lo profundo de estos problemas que no pueden enunciarse propiamente? Esta pregunta, sugiere Marie McGinn, de hecho puede entenderse como la cuestin central de interpretacin de toda la filosofa de Wittgenstein (cf. McGinn, 2001: 26). Citando Investigaciones filosficas 132, nos recuerda que el objetivo de Wittgenstein es establecer un orden en lo que sabemos sobre nuestro uso de lenguaje. Es por ello que no necesitamos ninguna teora, ni ningn descubrimiento nuevo, sino debemos reflexionar acerca de lo que ya dominamos: nuestro lenguaje. Al poner en orden nuestro conocimiento del lenguaje nos damos cuenta que lo que pareca un problema filosfico no tiene sustento. Con esto en mente, McGinn afirma: La distincin central en el orden que las elucidaciones de Wittgenstein tratan de llevar a nuestro conocimiento del uso de lenguaje es la distincin entre decir y mostrar (2001: 27). Glock relata, segn hemos visto, que Ramsey atribuye a las ltimas elucidaciones del Tractatus un sinsentido importante. Conant piensa que una lectura as implicara la postulacin de algo que un parlante puede intentar decir, pero sin lograrlo, porque las palabras que usa no expresan un pensamiento determinado; nocin que Conant rechaza, y tambin McGinn la encuentra di124

La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

fcil de aceptar. En lugar de hablar de sinsentidos sustanciosos, McGinn sugiere:


Muy a grandes rasgos, yo deseo conectar la idea de lo que puede ser mostrado pero no puede ser dicho con lo que es esencial para el lenguaje es decir, con lo que limita o condiciona su sentido y que por ello es previo a pensamientos que tienen sentido y que son verdaderos o falsos. Lo que slo puede ser mostrado y no dicho nada tiene que ver con pensamientos (es decir, con verdades) que no pueden ser expresados sin violacin de la sintaxis lgica; ms bien, se relaciona con las condiciones o lmites de sentido que son revelados slo en nuestro uso real de lenguaje, en las aplicaciones que hacemos de l, es decir, en nuestro uso de las oraciones con sentido. Es esta conexin esencial entre lo que se muestra y que se revela slo en el uso o la aplicacin del lenguaje que hace imposible decir lo que se muestra [] (2001: 28).

El motivo de la distincin en el Tractatus entonces no se explica en funcin de caractersticas formales de las proposiciones, sino con el orden que Wittgenstein quiere establecer en nuestro conocimiento del uso de lenguaje: conectar la distincin entre lo accidental y meramente posible que se describe en el lenguaje, por un lado; y lo esencial o a priori (cuyo contrario es inconcebible), por el otro, con la distincin entre lo que las oraciones dicen, o lo que muestran.
No debiramos ver los comentarios iniciales [del Tractatus] como una serie de afirmaciones metafsicas sobre la naturaleza de una realidad independiente del lenguaje sino como un retrato material de nuestro lenguaje que Wittgenstein emplea meramente como medio de clarificacin (McGinn, 2001: 28).

McGinn elabora este argumento en detalle, recurriendo a varios pasajes de la obra de Wittgenstein para convencernos de que, efectivamente, la distincin entre decir y mostrar depende, ya desde
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el Tractatus, de una cuestin de sentido, independiente de la indispensable bipolaridad de las proposiciones; no podemos seguir su argumento aqu en detalle, pero hace parecer plausible que esta independencia permite conservar la nocin en la filosofa posterior de Wittgenstein. La lgica, sugiere McGinn:
[] no consiste de un sistema de verdades para que pudiese surgir la cuestin de justificacin. Ms bien, la lgica, en su totalidad, es coetnea con el fenmeno de lenguaje y el lgico slo postula una notacin en que relaciones de inferencia entre proposiciones, de las cuales cualquiera que entiende el lenguaje ya tiene un dominio prctico, son desplegadas de manera perspicua. En el caso de las leyes lgicas, su aplicacin es esencialmente previa a su formulacin en forma de una ley. Una vez que tenemos lenguaje en uso, ya tenemos el todo de la lgica pensar del mundo ya es pensar conforme a las leyes de la lgica (2001: 32).

Ya para el Tractatus, propone McGinn, es verdad que lo que se muestra y no puede ser dicho depende del dominio prctico que tenemos del lenguaje, porque depende de algo que hacemos (usar el lenguaje), y no de algo que sea verdadero o de algo que sepamos. La lgica misma no es un sistema de reglas a priori, sino depende de un dominio previo del lenguaje, segn afirma el pasaje recin citado. Es precisamente esta distincin en la que Wittgenstein se apoya en Sobre la certeza, ahora bajo la nocin de observacin gramtica,, para rechazar como intiles los esfuerzos de Moore por refutar el escepticismo.
Su crtica del rechazo de sentido comn de Moore contra la duda escptica tiene que ser vista como un intento de demostrar que Moore al igual que el filsofo que se propone justificar la lgica trata una cuestin que se refiere al sentido (uso) de nuestras palabras como si fuera una cuestin que se refiere a hechos. [] 126

La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

Estas as llamadas proposiciones [de Moore] tienen un papel peculiar en el sentido de que son un intento de articular algo que es supuesto en nuestro uso normal del lenguaje, algo que se manifiesta en este uso que es esencial para el sentido de las palabras y que, como parlantes de idioma, ya captamos prcticamente. Este cambio que se presenta en la crtica que Wittgenstein hace de Moore es uno que refleja el cambio en nuestra comprensin del estatus de las proposiciones de la lgica en el Tractatus. El cambio es de una cuestin de verdad sabe Moore que esta es una mano? a una cuestin de sentido tiene sentido dudar que esta es una mano? (McGinn, 2001: 33).

El propsito filosfico de Wittgenstein es hacer evidente que el surgimiento de los problemas filosficos es parte de la manera en que habitamos en el lenguaje y que no podemos salir de l y darle un fundamento en verdades (McGinn, 2001: 35). Es as como la distincin entre decir y mostrar es un tema que se comprende bajo el entendido de que de nada sirven teoras e hiptesis para explicar lo que no debe ser explicado, sino pensado como carente de fundamento: los problemas filosficos. McGinn sugiere en su discusin con James Conant y Cora Diamond, de la cual provienen los pasajes anteriores, que ellos estn en lo correcto al insistir en que debemos leer el Tractatus de una manera que evite atribuirle aseveraciones metafsicas o teorticas; pero sugiere que este texto hace ms que exponer los pronunciamientos filosficos como sinsentidos. Ella conecta esto ltimo, como hemos visto, con la profundidad que el propio Wittgenstein atribuye a las preocupaciones filosficas, y con el orden que quiere establecer en nuestra comprensin de lo que sabemos acerca del lenguaje, para lograr, a lo que Conant se refiere, en la parte inicial del pasaje citado unos prrafos arriba: el objetivo es deshacer nuestra atraccin a varias ristras bien formadas de palabras que resuenan con el aura de sentido; y romper as el
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embrujo de nuestro entendimiento por medio del lenguaje (cf. Wittgenstein, 1988: 109). Conclusin La explicacin de la distincin entre decir y mostrar que ofrece McGinn hace uso de la nocin del dominio prctico del lenguaje; y es la imposibilidad de encontrar un fundamento de esta prctica (por ejemplo, en condiciones de verdad) que finalmente es el origen de la distincin wittgensteiniana que aqu nos ocupa. Esta idea concuerda con la afirmacin tractariana de que el lenguaje comn est en perfecto orden lgico as como est (cf. Wittgenstein, 1973: 5.5563). Lo que todo el sistema del Tractatus a fin de cuentas trata de hacer visible es lo irreal de los problemas filosficos, y que el origen de stos es nuestra incapacidad de ver este orden lgico (cf. Wittgenstein, 1973: 4.002). No estoy insinuando, desde luego, que Glock no est perfectamente consciente de que sta sea la meta del Tractatus, slo que l no parece hacer uso de este motivo en su explicacin de la distincin entre decir y mostrar. En su anlisis de la nocin, l quiere apelar a un principio de explicacin (tcito) diferente de la visin wittgensteiniana de la filosofa, uno que prescinde del motivo general de esta filosofa; parece que l quiere que la explicacin no dependa de una contextualizacin as. Esto puede hacer su anlisis ms apetecible a una moda filosfica que ha archivado a Wittgenstein desde hace tres dcadas. En cuanto a la continuidad de la distincin entre decir y mostrar en la filosofa wittgensteiniana no debemos olvidar, por un lado, que el propio Wittgenstein en su filosofa posterior rechazaba explcitamente la imagen de la escalera que habra que tirar despus de escalarla, invocada en las ltimas lneas del Tractatus (Glock, 1996: 335). Pero tambin es cierto que la preocupacin
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La distincin entre decir y mostrar y la superacin de los problemas filofficos

filosfica que inspiraba estas lneas est vigente en el filosofar wittgensteiniano hasta las ltimas lneas que redactaba, como McGinn sugiere en su lectura de Sobre la certeza. En el fondo, no importa si insistimos en limitar la distincin explcita entre decir y mostrar a la teora de lenguaje propuesta en el Tractatus o si adoptamos una lectura como la que propone McGinn, mientras estemos conscientes de que la idea filosfica, de la cual esta distincin originalmente brota, es una que permea en toda la filosofa de Wittgenstein; y que, en el primer caso, en nuestro afn por hacer filosofa acadmica no estemos adoptando una prctica filosfica contraria a la que Wittgenstein nos ha permitido visualizar acerca de las preguntas que tienen, y las que no tienen respuestas, y entonces lo que tiene y lo que no tiene justificacin como prctica filosfica.

Bibliografa
Conant, James, 1991, Throwing Away the Top of the Ladder, en The Yale Review 79, pp. 328-364; citado segn McGinn, 2001. Dummett, Michael, 1996, Origins of Analytical Philosophy, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 200 pp. Fogelin, Robert J., 1987, Wittgenstein, second edition (edited by Ted Honderich), Routledge, The Arguments of the Philosophers, Londres y Nueva York, 256 pp. Glock, Hans-Johann, 1996, A Wittgenstein Dictionary, Blackwell, Oxford, 406 pp. McGinn, Marie, 2001, Saying and Showing and the Continuity of Wittgensteins Thought, en The Harvard Review of Philosophy, IX, Cambridge, Mass., pp. 24-36.

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Kurt Wischin

Pitcher, George, 1964, The Philosophy of Wittgenstein, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, 340 pp. Rhees, Rush, 1996, Discussions of Wittgenstein, Thoemmes Press, Bristol, 161 pp. Varga von Kibd, Matthias, 2001, Variablen im Tractatus, en Ludwig Wittgenstein Tractatus logico-philosophicus, (Herausgegeben von Wilhelm Vossenkuhl), Akademie Verlag, Klassiker Auslegen, Berlin, pp. 209-229. Wittgenstein, Ludwig, 1973, Tractatus Logico-Philosophicus (trad. de Jacobo Muoz e Isidoro Reguera), Alianza, Madrid, 215 pp. (la numeracin de los pasajes citados se refiere a las secciones). , 1988, Investigaciones filosficas (trad. de Alfonso Garca Surez y Ulises Moulines), UNAM, Mxico, 549 pp. (la numeracin de los pasajes citados se refiere en la parte I a las secciones, a los nmeros de pgina en la parte II).

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La mujer-filsofo o la ms antinatural de las criaturas. En torno a Simone de Beauvoir y a su obra El segundo sexo
Mara Jos Guerra Palmero Universidad de La Laguna, Espaa

Resumen El presente artculo analiza el carcter pionero de una de las obras clave del feminismo, El segundo sexo (1949), contribucin fundamental a la filosofa feminista actual y primer marco terico del feminismo de segunda ola. En este trabajo se analizarn los empleos de la categora de alteridad para referirla a la existencia de las mujeres. El objetivo principal de la obra de Beauvoir es explicarnos y explicitarnos las condiciones de esa vida femenina expropiada y obligada a permanecer en la mera inmanencia. A partir de esta cuestin emerger en el feminismo de la segunda ola la conceptualizacin constructivista de gnero. Exploramos, en segundo lugar, la recepcin crtica de la obra de Simone de Beauvoir. La falta de reconocimiento, el descrdito y los prejuicios sexistas imposibilitaron hasta casi tres dcadas despus de su publicacin su justa estimacin crtica. Finalmente, se presta atencin al des/encuentro entre dos generaciones de feministas francesas que representan la propia Simone de Beauvoir, Luce Irigaray y Michelle Le Doeuff. Palabras clave: Simone de Beauvoir, feminismo, existencialismo, recepcin crtica, gnero.

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Abstract This article analyzes the pioneering nature of The Second Sex (1949), Simone de Beauvoirs founding text which definitely contributed to contemporary feminist philosophy and provided the first theoretical framework for the Second Wave Feminism. Beauvoir elaborates on alterity as the category to refer to womens existence. In this light, this paper first probes into the manifold usages of such category as de Beauvoir explains and renders visible the life conditions of women, who are condemned to live dispossessed and to remain immanent. It is this issue that triggers off within Second Wave feminism the constructivist theorizing of gender. Secondly, I explore the critical reception of de Beauvoirs work, unacknowledged and prey to sexist discredit and biases for a long time, which eventually retarded its fair assessment three decades afterwards. Finally, the paper attests to the dis/agreement between two generations of French feminists who Simone de Beauvoir herself and Luce Irigaray and Michelle Le Doeuff represent. Keywords: Simone de Beauvoir, feminism, existencialism, critical reception, gender.

l primer marco terico del feminismo de la segunda ola fue proporcionado por la obra de Simone de Beauvoir El segundo sexo, un tratado acerca de la condicin de la mujer que impuls nuevos modos de afrontar analticamente las estructuras sociales e ideolgicas patriarcales en las que las vidas de todos los seres humanos, mujeres y hombres, se desarrollan. Despus de analizar los hechos prestando atencin a los discursos culturales de la biologa, el psicoanlisis y el materialismo histrico, esta obra desafi los mitos construidos por el imaginario masculino acerca de las mujeres. El origen de la preocupacin de Beauvoir fue activado en el momento en el que se pregunt por su propia identidad. En relacin con el esfuerzo por responder a la cuestin de quin soy
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La mujer-filsofo o la ms antinatural de las crituras. Simone de Beauvoir

yo? emergi un continente hundido. La decisin de escribir El segundo sexo tuvo que ver con el deseo de reflejar su propia identidad a travs de una autobiografa. Beauvoir atin a formular la pregunta justa que abra la caja de sorpresas del patriarcado: Qu ha significado para m ser una mujer? (cf. Lpez, 1994; Le Douff, 1985 y Maccall, 1985). La primera respuesta que le dio err el tiro porque en un primer momento Simone pens que el hecho de haber nacido y crecido como una mujer no haba tenido ningn tipo de consecuencias para su vida. Pens que la feminidad no haba afectado a su identidad real, pero cuando analiz cuidadosamente la cuestin vislumbr una panormica muy distinta. Al final, lleg a esta contundente conclusin: el mundo en el que vivimos es el mundo de los hombres, hecho por hombres y para hombres, y desde la ms tierna infancia yo he sido alimentada con relatos y mitos creados nicamente por los hombres. En este momento se dio cuenta de que haba una tarea que realizar: explicar y hacer explcitas las condiciones de posibilidad de tal vida vivida en femenino. Con la ayuda de las herramientas conceptuales existencia1 listas empez a articular una nueva comprensin filosfica de lo femenino como lo Otro, como alteridad. Las fuentes de su categorizacin de la alteridad eran hegelianas: la relacin entre el hombre y la mujer se asemejaba al asimtrico vnculo entre amo y esclavo. La identidad de la mujer dependa de la identidad del hombre. Ella era definida slo por referencia al sujeto masculino, pero la diferencia entre esta relacin y el episodio de la dialctica amo y esclavo era que el reconocimiento no era un desenlace posible del choque entre las dos conciencias. El hombre era definido como esencial, la mujer como inesencial; el destino de los hombres es la trascendencia, mientras que las mujeres estaban obligadas a permanecer en la inmanencia. La creatividad y las oportunidades
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Sobre el asunto de la identidad en el feminismo y en la teora crtica, cf. M. Jos Guerra, 1997, pp. 143-154.

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Mara Jos Guerra Palmero

de libertad le estaban prohibidas, tan slo tena asignada la tarea repetitiva de la reproduccin. Beauvoir lograba, as, apreciar el ncleo central de la dicotoma: uno de los trminos es afirmado como el nico esencial y niega toda relatividad al trmino que le es correlativo. La mujer es alteridad pura y no puede escapar de ella. Le est vedada la subjetividad, le est denegado el acceso a una conciencia individual. Al no reconocrsela como individuo, la mujer era privada de humanidad plena. Si no podamos ser individuos libres, si no podamos ser creadores, si la trascendencia nos estaba prohibida, lo que nos quedaba era el encarcelamiento en el reino de la repeticin de la vida natural sin acceso a la cultura humana. Nuestro destino estaba aherrojado a la relacin con los hombres: los roles de esposa y madre eran los naturales para nosotras. No podamos ser pensadas como conciencias separadas que merecen reconocimiento. Celia Amors ha sealado que las mujeres estamos forzadas a vivir en el espacio de las idnticas (Amors, 1987),2 somos intercambiables porque no hemos, o no nos han dejado, devenir individuo. Nuestro rol es el de mediadoras entre los hombres, tal como Levi-Strauss ha mostrado cuando explica el modo en que los hombres firman y sellan el pacto, la alianza entre ellos. La mujer es un objeto natural para ser intercambiado entre hombres, su importancia se deriva de este hecho porque ella no puede ser un ser independiente y autnomo. En nuestros das, Donna Haraway ha explicado la verdadera razn de esta identificacin: se da por sentado que las mujeres y la naturaleza son objetos susceptibles de ser dominados. La justificacin de la dominancia ha sido legitimada en muchos mitos religiosos y culturales: Eva, Pandora, la mujer fatal, o, sin ir ms lejos, la ambiciosa ejecutiva con poder y sin compasin. El anlisis de los diferentes contextos culturales prueba que la
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Cf. de la misma autora Igualdad e identidad, en Valcrcel (comp.), 1994.

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situacin de las mujeres es, bsicamente, de desigualdad y opresin. Aunque Beauvoir adopte el marco filosfico existencialista al dar cuenta del sistema patriarcal, rechaza una de las ms descollantes ideas de Sartre: que el individuo es responsable de su destino por no ejercer control sobre sus elecciones, una cuestin de mauvaise foi. La tica sartreana de la autenticidad queda desafiada implcitamente porque Beauvoir establece que existen condiciones objetivas de opresin: las mujeres no son culpables de su destino social. Beauvoir haba realizado, en suma, la diagnosis social e ideolgica de la opresin de las mujeres. Ahora quedaban, al menos, tres tareas urgentes por llevar a cabo. En primer lugar, el intentar explicar cmo haba aparecido y se haba desarrollado histricamente la situacin desigual de las mujeres. En segundo lugar, el esforzarse en deconstruir los mitos y las tradiciones culturales que devaluaban la posicin de las mujeres. Por ltimo, y ste es el asunto en el que estamos interesados ahora, poner de manifiesto la manera en como las mujeres estn obligadas a vivir en el marco de la sociedad patriarcal con el resultado de ser expropiadas, hablando existencialmente, de la condicin humana como trascendencia. A partir de esta ltima cuestin emerge la conceptualizacin del gnero. La originalidad de Beauvoir fue reflexionar sobre la identidad de la mujer y darse cuenta de que el gnero la dicotoma masculino/femenino impregna y determina nuestra visin del mundo y los modos en el que vivimos en l. El hecho cultural del gnero se muestra en esta famosa sentencia: No se nace mujer, se llega a serlo. La recepcin crtica de El segundo sexo: prejuicios y hostilidad Toril Moi ha detectado un curioso fenmeno que afecta a la recepcin crtica de la obra de Beauvoir. La presencia de un nmero desproporcionado de comentarios hostiles, en tono sarcstico y despreciativo (Moi, 1990: 22). Esta autora, una de las representantes
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ms importantes de la teora crtica feminista, se plantea si no est siendo parcial como feminista, y si realmente Beauvoir es una escritora inferior, pero su anlisis de la recepcin crtica lo que pone de manifiesto es que la estrategia comn es personalizar los asuntos, reducir el libro a la mujer: su objetivo es claramente desacreditar a Beauvoir como hablante, no entrar en un debate con ella (Moi, 1990: 23). Esta reaccin no tiene parangn con el tratamiento crtico de otras importantes escritoras francesas como Simone Weil o Marguerite Yourcenar. Lo que se cuestiona es el derecho de nuestra autora a producir cualquier clase de discurso, a ser sujeto de la enunciacin. Defender a Beauvoir es defender, en consecuencia, su derecho a hablar en el contexto de los derechos democrticos a participar en las discusiones pblicas ya sean literarias o polticas. Slo despus de restituirle la autoridad, lo que llama Amelia Valcrcel la investidura, podremos entrar a valorar sus posiciones. Lo primero es partir de que vamos a tomar a Beauvoir seriamente. Moi, en este libro del ao 90, se siente desalentada porque cuarenta aos despus del El segundo sexo todava tengamos que insistir en el derecho a ser tomadas en serio como mujeres y como feministas. Este fenmeno de falta de reconocimiento y de descrdito es analizado por Susan Bordo en The Feminist as Other (1997: 297-312). Ella vuelve a aplicar la categora de alteridad de Beauvoir en el contexto actual de los estudios feministas. El dictamen generalizado es que ya no se puede ignorar o evitar las cuestiones relativas al gnero en la interpretacin de la cultura. El presupuesto de esta afirmacin es que la perspectiva de gnero prescribe tan slo una crtica especializada con implicaciones restringidas para incrementar el caudal de conocimiento acerca de la cultura: uno se compromete con el gnero o se implica con la crtica de mayor significado; escoja una opcin (Bordo, 1997: 297). Esta presuposicin puede ser interpretada con las herramientas tericas propuestas por Beauvoir: el lugar de la alteridad
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contrasta con la esencialidad atribuida a lo universal como seuelo de lo humano, todo lo que es definido, reducido y marcado por su diferencia (sexual, racial, religiosa, etctera) frente a la norma puede, a lo mejor, ser reconocido, no invisibilizado, pero siempre conlleva el signo de su posicin marginal, de su locus perifrico. Incluso se puede aplaudir a la feminista, pero siempre como otra. No obstante, Bordo, inspirndose en la misma Beauvoir, mantiene que junto al gnero otras condiciones atribuyen, asimismo, alteridad pertenecer a minoras raciales, religiosas, culturales, etctera. El mismo fenmeno detectado a propsito del feminismo puede rastrearse en la discusin acerca de la educacin multicultural en la que la diversificacin de los currcula no se contempla como un modo de apreciar mayor rigor histrico o de ensayar un enfoque ms amplio que el meramente eurocntrico, sino como satisfaccin a las necesidades de determinados grupos. La conclusin, deudora de la de Beauvoir, es que la alteridad tiene, pues, muchas caras (Bordo, 1997: 298). La tesis de Bordo acerca de la recepcin crtica de Beauvoir coincide con la de Moi. La primera traduccin al ingls de El segundo sexo la hizo un zologo no un filsofo/a. Las escasas reseas estipularon que slo los hombres hacan filosofa, y que las mujeres, todo lo ms, podan escribir con tino acerca de su propia condicin. Otro comentario estipul 2 libras, sealando con ello el peso del libro, su materialidad inmanente, como si fuera el peso de un beb, haciendo visible la reduccin de la escritura de una mujer al acto de dar a luz. Bordo concluye: As Beauvoir, la ms antinatural de las criaturas, una mujer filsofa, fue puesta en el lugar que le corresponda. Conjugando las estimaciones de Moi y Bordo, lo que nos queda es que slo en la dcada de los noventa empezamos a encontrar una justa y ajustada recepcin crtica que se merece El segundo sexo. Es tiempo de redimir la deuda con Beauvoir.
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Volviendo a Moi, con lo que nos encontramos es con el hecho que de 1950 a 1980 el clich sexista fue el determinante. Su tesis es que la crtica haba reducido el libro a la mujer (Moi, 1990: 27), y que se utiliza lo personal para desacreditar las opciones polticas de Beauvoir (Moi, 1990: 33 y ss.). Ciertos motivos comunes son constantes, por ejemplo, alusiones a su apariencia, carcter, vida privada o moralidad. Ello implica esta recurrencia: lo que diga, escriba o piense una mujer es menos importante y menos interesante que lo que ella es. La asignacin de superficialidad y frivolidad es otra constante y, adems, la denegacin de su capacidad como escritora por acudir a lo autobiogrfico. Qu tendramos que decir, entonces, de las confesiones de Agustn, los ensayos de Montaigne o lo correspondiente en Rousseau? Por otra parte, los mismos crticos veneran, por ejemplo, a Cannetti por su hacer autobiogrfico, mientras denigran a Beauvoir (Moi, 1990: 32.). Los escritos polticos, filosficos o sobre asuntos no personales se invisibilizan. La inclemente crtica la acusa, por otra parte, de que todos sus personajes femeninos son Beauvoir. Se le atribuye egosmo, narcisismo e ingenuidad. Simone de Beauvoir, al ser identificada como escritora con todos sus personajes, pasa a ser todas las mujeres. La misma autora se rea de esta simplificacin que le negaba autora e imaginacin literaria. Slo est interesada en ella misma y la autosatisfaccin es desagradable, por otra parte, en una mujer. Adems, y sta es la puntilla final: Se lo debe todo a un hombre, es decir, a Sartre. Sus escritos son efectos de esta relacin. Su trabajo ms que de creacin es de popularizacin, un trabajo menor, un epgono. Pero a todo lo anterior se le suma la que podemos llamar la interpretacin patologizadora. Beauvoir es una mujer con problemas de personalidad. Una mujer no femenina, no maternal. Esto alimenta la crtica poltica de que sus opciones son ajenas a la
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preocupacin por el bienestar de la humanidad, porque no muestra compasin. A nadie, por supuesto, se le ocurre descalificar as, en estos trminos, a un poltico. En resumen, se la acusa de falta de humanidad, y si escribe de poltica es porque desplaza a ese mbito sus problemas personales. Son efectos de la histerizacin del cuerpo de la mujer: que la emulan al prototipo de la bruja, de la arpa. Moi apunta un paralelismo entre la crtica a Beauvoir y a Woolf: ambas pagan caro no encarnar al ngel del hogar (Moi, 1990: 34). Otro foco de descalificacin se asimila al estereotipo de la marisabidilla. Se atacan las pretensiones intelectuales de Beauvoir (Moi, 1990: 51). Su irona, si no tiene la complicidad del lector, se desvanece. Es una falsa intelectual. El derecho a dedicarse a la filosofa por parte de una mujer ha sido duramente contestado. Pero esto no es todo. Para explicar la situacin francesa tenemos que aludir al hecho de que las modas intelectuales en los aos sesenta y setenta consagrarn la reaccin antiexistencialista de la mano del protagonismo filosfico del estructuralismo, del postestructuralismo, del psicoanlisis a lo Lacan y, posteriormente, del mismo postmodernismo en los aos ochenta. Esto en lo que se refiere al contexto filosfico global. Pero, en consonancia con el poder de influencia de este contexto, el feminismo francs y sus desarrollos ms conocidos tomaron como punto de partida una suerte de matricidio terico (cf. Moi, 1988: 101-112). Si Beauvoir se haba planteado si haba que quemar a Sade, sus hijas o hermanas menores optaron por quemar El segundo sexo. La manzana de la discordia fue la recepcin feminista del psicoanlisis lacaniano. Beauvoir e Irigaray o de la incomprensin de las hermanas Para el feminismo de la diferencia francs, Beauvoir haba errado el camino al querer la igualdad para la mujer independiente capaz
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de abandonar la inmanencia y atarse a la trascendencia, porque esta igualdad no era otra cosa que una homologacin acrtica con los varones. En un feminismo dominado por el psicoanlisis lacaniano matar a la madre pareca casi una exigencia incontrovertible. La misma Luce Irigaray nos cuenta el otro lado de esta historia de incomprensiones en el feminismo francs (Irigaray, 1992: 7-11). Primero, concede la importancia crucial de Beauvoir al poner de nuevo, tras un largo parntesis (el que separa la primera ola de la segunda ola), la atencin sobre el hecho de la explotacin de las mujeres. Segundo, alude al papel de modelo, o quizs podramos decir de contramodelo, que al relatar su vida y al entretejerla con su anlisis filosfico proporcion nuevos horizontes vitales, pblicos escritora, filsofa, profesora, activista y privados miembro de una pareja flexible con una sexualidad no convencional, para la aspiracin de las mujeres a la libertad. Finalmente, su soporte pblico del emergente feminismo de los aos setenta como intelectual de reconocido prestigio fue una inestimable ayuda para el movimiento. Pero lleg la poca del psicoanlisis, y con ella la cada en desgracia de Beauvoir, cuando la nueva generacin de feministas empez a ver las cosas de otra manera. El incidente que envolvi la primera obra de Irigaray, Speculum de la otra mujer, tuvo la callada por respuesta de parte de Beauvoir. Al envo de la obra no respondi nunca, e Irigaray se vio no slo privada del apoyo de la hermana mayor, sino expulsada de la ortodoxia lacaniana y expropiada de su posicin universitaria. La recepcin crtica de Speculum libro en el que se sienta en el divn psicoanaltico a la gran tradicin filosfica occidental tambin merecera un estudio aparte, porque en esta obra se vuelve a repetir la virulencia hostil, aunque tambin la admiracin sin tacha de las tesis de la autora. Todo esto nos devuelve a la misma pregunta: por qu tanta irritacin ante las obras rupturistas de las mujeres filsofas-feministas? El silencio
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de Beauvoir, a ttulo de conjetura, se puede explicar al menos refirindolo a dos factores: por un lado, su animadversin frente al psicoanlisis expuesta claramente en El segundo sexo; por otro, su desagrado ante la condenacin plena que Irigaray haca de toda la tradicin filosfica de la que, sin embargo, Beauvoir era heredera, aunque albergar hacia ella una tensa ambivalencia. Pero, quizs, el reactivo esencial fue la propuesta de la joven Irigaray de un feminismo de la diferencia que poda ser interpretado como una vuelta sin retorno al Eterno Femenino. Beauvoir no poda renunciar a la pretensin a la trascendencia, no poda quedar presa de la inmanencia inscrita en el cuerpo de las mujeres al servicio del mantenimiento de la vida. Beauvoir no quera retornar a la caverna platnica, metfora del tero materno. Aqu acaban nuestras pobres conjeturas acerca del silencio de Beauvoir. Para Irigaray existe todo un continente por descubrir tras el limitado horizonte de la igualdad entre los sexos. Su objetivo es que las mujeres debemos acceder a una nueva identidad, y que para ello hay no slo que deconstruir la tradicin cultural heredada que desprecia y desvaloriza a las mujeres, sino renovar el orden simblico, de manera que las mujeres puedan sentirse orgullosas de serlo. La tesis de esta autora es que a la filosofa le queda por pensar lo impensado: la diferencia sexual. El gran tema sepultado por el hilo androcntrico de la filosofa occidental: Son siglos de valores socio-culturales los que hay que revisar y transformar, empezando por las mujeres mismas (Irigaray, 1992: 9). La neutralizacin del sexo no es posible. El gnero no puede dejar detrs de s el sexo como un impensado. Potenciar simblicamente la sexualidad femenina al margen de los modelos falocrticos es el objetivo. Frente a la emancipacin de la naturaleza, que plantea Beauvoir, Irigaray se empea en seguir pensando la mediacin entre la vida y la cultura, entre lo natural y lo cultural que ha sido encarnada por las mujeres. El recuerdo de Irigaray para con
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Beauvoir muestra su reconocimiento, pero tambin la amargura del desencuentro entre dos generaciones de feministas francesas que desencaden la disputa en el seno del feminismo entre partidarias unilaterales de ambos enfoques. Otro diagnstico: la genialidad de la inadecuacin En 1989, Michele Le Doeuff present El estudio y la rueca. De las mujeres, de la filosofa, etc. (1993), donde trata a Beauvoir en el contexto ms general de las difciles relaciones entre las mujeres y la filosofa, dada la falta de naturalidad de la mujer filsofa, y dado que si a sta ya de por s dudosa condicin se le anudaba la de feminista, denominacin que Beauvoir abraza tardamente en los aos setenta, clarifica las constantes sexistas y antifeministas de la hostil recepcin crtica de su obra. Ya Moi nos adverta que el ensayo de Le Doeuff representa un turning point en la recepcin de El segundo sexo. Esta autora valora la actualidad de las descripciones de los hechos de la opresin de las mujeres en la obra de Beauvoir, porque siguen siendo enormemente vvidas, y plantea que el instrumental terico, la moral existencialista, es el que ha perdido fuelle. No obstante, Beauvoir, al describir la opresin, habra desafiado calladamente la figura sartreana de la mala fe, llevando al existencialismo, que para esta autora no es un feminismo, ms all de sus lmites. Cmo entra Beauvoir a formar parte de la comunidad de los filsofos? En el dudoso papel de admiradora-enamorada, dominada por el complejo de Helosa (Le Doeuff, 1993: 93), nuestra autora se deja atrapar por la subsidiariedad. El estereotipo de las uniones filosficas y el que el libro en cuestin fuera ofrecido por la misma Beauvoir como confirmacin singular de la validez del sartrismo [] tu verdad me har libre (Le Doeuff, 1993: 93) abren la puerta al dao que los maridajes tericos unilaterales han propicia142

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do al feminismo. El feminismo francs, especialmente, ha vivido conmovido por la presin a definirse en funcin de los grandes filsofos: Lacan, Foucault, Derrida (Jardine, 1986), etctera. La causa de las mujeres se enarbola como motivo de gloria de un maestro contra sus rivales (Le Doeuff, 1993: 94). Con esta necesidad de vinculacin monogmica se acaba con lo que es la verdadera esencia del feminismo: la voluntad de independencia intelectual a la que debemos sumar el ejercicio sistemtico de la hermenutica de la sospecha frente a las obras de los padres y/o hermanos mayores. Este hecho, del que en la actualidad nos distanciamos, ha tenido que ver con lo que ya pona de manifiesto Moi: las mujeres no estamos autorizadas a hablar y menos a argumentar filosficamente. El refugiarse en una corriente o hacerse deudora de un maestro permite acceder a una deriva limitada de autorizacin. Beauvoir no poda disponer de una genealoga femenina y feminista como la que disponemos hoy cincuenta aos despus de El segundo sexo. Tena que hablar como si fuese la primera, y este hecho la situaba en el vaco de la incomprensin. No obstante, Le Doueff demuestra que la tutela terica de Sartre funcion como ficcin y, quizs, como autoengao. En los textos sartreanos, las mujeres no ostentan el estatus de sujetos, son reducidas a sexualidad, y recriminadas por rechazar el deseo masculino, en esto consiste su mala fe. La temtica existencialista se transform para poder ser de alguna utilidad al anlisis feminista. Beauvoir no quiere al modo cartesiano-sartreano construir un sistema, su punto de partida son los valores morales de la autenticidad y la libertad, y ellos dirigen el trabajo descriptivo de la opresin. De esta manera, se producen silenciosos desplazamientos. La mala fe sartreana sirve al objetivo de sondear la conciencia del otro. Beauvoir se contenta, en cambio, con detectar contradicciones en los discursos de los otros ya sean mticos, filosficos o literarios, y asigna la culpa a un conjunto de tradiciones nefastas y de ideologas perversas (Le Doeuff,
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1993: 142). El caso es que el famoso concepto de mala fe es desautorizado por la misma Beauvoir, quien remite los autoengaos a la situacin que impide la autotransparencia de los sujetos. El efecto de la discriminacin es profundo y lo impregna todo, Beauvoir es enormemente benvola en sus juicios, a decir de Le Doueff. El caso es que la desaparicin del imaginario masculino, sobre todo la idea de superioridad, hace que la mala fe se eclipse en la obra de Beauvoir. Hacia dnde se traslada el nfasis? La exterioridad debe proporcionar medios concretos para afirmarse como sujeto, no vale simplemente mi vocacin de trascenderla. El problema de la mujer es que est privada del mundo. Todo se ala para destinarla a la impotencia. Le Doeuff ironiza: Pueden ser las guarderas una preocupacin del ego absoluto? (1993: 151). De hecho, el enigma reza as, cmo poda en 1949 Simone de Beauvoir escribir El segundo sexo dado el aislamiento al que estaban sometidas las mujeres y a la ausencia de conciencia de la misma situacin de opresin? La diferencia con el momento presente es abrumadora, toda vez que hemos rescatado parte de la historia que nos permite hablar de nosotras las mujeres, y que hemos articulado el logro de la autonoma de las mujeres de manera colectiva, ya que sabemos que o bien nos liberamos todas o no se libera ninguna, con lo que la idea de solidaridad feminista es la que anima la pugna por acrecentar las mismas cotas de autonoma. El dogma del que se ha alimentado el pensamiento francs es de la dicotoma de lo Mismo y lo Otro. La alteridad, este concepto que tanto juego da a Beauvoir, casi nos priva de El segundo sexo si se toma como traduccin la posibilidad de una polaridad ontolgica que es a lo que Levins reduce la misma feminidad. No obstante, el incluir en la relacin entre los trminos la reciprocidad salva a nuestra autora de abandonar el proyecto. La pretensin de reconocimiento que eleva una conciencia es recproca. Si a esto se suma la negativa de Beauvoir a esencializar o a naturalizar la condicin femenina, nos encontramos con la denuncia de la ar144

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bitrariedad cultural que exige el sometimiento de las mujeres privndolas de mundo y, as, privndolas del acceso a la subjetividad. La exigencia de libertad es tan slo una simple afirmacin de la vida, porque la opresin de las mujeres las condena a muerte en vida. La mala fe sartreana se ha disuelto por el camino. La conclusin de Le Doeuff es la siguiente: Cualquier filosofa, aplicada a un campo conflictivo por alguien que est comprometido en ese campo y que plantea en relacin a l objetivos prcticos, sufre modificaciones apreciables (1993: 179). El siglo XX se recordar, cuando pasen los aos, como el siglo en el que la pauta patriarcal se quiebra, aunque es verdad que parcialmente y alumbrando multitud de conflictos. El segundo sexo quedar, sin duda, como uno de los libros ms influyentes del siglo. Ha sellado, en suma, la conjuncin fructfera entre filosofa y feminismo en pos de la libertad y la igualdad entre todos los seres humanos.

Bibliografa
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El materialismo de Marx. Discurso crtico y revolucin Bolvar Echeverra Mxico, Itaca, 2011

Para Bolvar Echeverra (1941-2010), el problema de la relacin del discurso terico con la revolucin comunista no representa un problema subordinado o marginal al interior del marxismo crtico, sino un tema central y propiamente constitutivo. Es por ese motivo que, a lo largo de su vida intelectual de casi cincuenta aos, recurrentemente encontramos en las intervenciones de Echeverra, ya sean orales y escritas, alguna alusin a ese respecto o, para mejor, artculos o conferencias relativas al tema. Entre aqullas, el documento que present y defendi en 1974 para obtener el ttulo de licenciado en Filosofa en la Facultad de Filosofa y Letras de la UNAM ocupa un lugar central, dado que en dicho trabajo expone las lneas de fuerza de su argumentacin a partir de un examen riguroso y profundo de un texto fundacional del marxismo: las Tesis sobre Feuerbach de Marx, escritas en un cuadernillo para apuntar mandados, probablemente en 1845. La importancia del trabajo de Echeverra, a nuestro juicio, radica en el hecho de que el complejo de ideas all expuesto constituye el fundamento terico sobre el que reposa el resto de su obra filos147

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fica. En principio, porque en dicha obra convergen y se anudan dos grupos de problemas que deben ser radicalmente enfrentados y resueltos como condicin, o paso previo, a la propuesta de un marxismo no slo profundamente renovado, sino radicalmente original. Nos referimos a la doble apuesta terica que asume Echeverra en esos aos, y que la enfrenta por una parte a la necesidad de definir y situar su propia posicin de discurso al interior del marxismo, y por otra a establecer, con especial claridad, qu aspectos del pensamiento terico heredado de Marx distinguen su marxismo de las formas en las que aquella herencia es asumida y cultivada por los tericos y militantes mexicanos y latinoamericanos al inicio de los aos setenta del siglo pasado. Para Echeverra existe en las Tesis cierta originalidad irreductible con respecto a otras obras escritas por Marx en esos aos, pues se revela en cuanto reconocemos el texto como una totalidad significativa y, mediante su reordenamiento, resolvemos el problema de su estructura aparentemente accidental. De esta forma reconoceremos, de igual modo, que el texto posee una intencin significativa manifiesta que lo dispone como un momento decisivo en el proceso de fundacin del discurso marxista. Reconocida esa intencin primaria, las Tesis constituyen una reconfiguracin fundamental del campo de posibilidades de composicin del discurso terico comunista, es decir, responden a una doble necesidad: la que Marx experimenta con respecto a su propia posicin de discurso y, contemporneamente, la que conviene al discurso terico revolucionario. Ello se resuelve, de acuerdo con Echeverra, como respuesta inequvoca a las preguntas que interrogan por la posibilidad de un discurso terico propiamente comunista, por la peculiaridad de su mensaje y por el modo especfico e irreductible con el que ste soluciona el problema cardinal de su verdad o su objetividad. A partir de estos sealamientos bsicos, Echeverra reconoce en las Tesis tres temas o campos problemticos, entre los cuales
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el primero destaca en calidad de premisa de todos los dems. stos son: a) el carcter dialctico materialista (o prctico) como carcter especfico del discurso terico comunista, en cuyo curso se determina asimismo a la actividad terica como momento constitutivo de la praxis social material (Tesis I, V, II y VIII); b) la determinacin de la historia de las configuraciones de la sociedad como problemtica especfica del discurso dialctico materialista (Tesis IV, VI y VII); c) la determinacin de la necesidad histrica del discurso dialctico materialista (Tesis IX, X y la ltima parte de la Tesis I); y la determinacin del concepto dialctico materialista de transformacin social (Tesis III y XI). A partir de esa reclasificacin, y travs de un examen extremadamente cuidadoso y pormenorizado, Echeverra encuentra que la premisa, es decir, el emplazamiento terico esencial y determinante del discurso terico comunista, se construye o debe construirse a partir de un dispositivo conceptual dialctico y materialista. Pocos meses despus de la muerte Echeverra, la editorial Itaca public en un volumen nico las tres versiones publicadas del texto original, a saber: El materialismo de Marx, Sobre el materialismo (modelo para armar) y Enajenacin, materialismo y praxis. A dichos textos agreg, lo que es manifiestamente un acierto editorial, la traduccin del texto de las Tesis realizada por Echeverra, as como una trascripcin de la ltima conferencia que ste dictara en abril de 2010, justa y no tan casualmente en la Facultad de Filosofa y Letras de la UNAM. La conferencia, precedida por una pequea entrevista, lleva por ttulo Filosofa y discurso crtico y, podemos considerarlo as, constituye el testamento terico y poltico de Bolvar Echeverra. Su asunto, en respuesta a la pregunta se puede ser filsofo hoy?, gira en torno a las necesidades de la crtica en el presente y a la urgencia de seguir resistiendo a la barbarie por medio de la reflexin y el pensamiento. Ciertamente el tono de la charla no es nada edificante, sino atravesado por tonos oscuros
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y observaciones lapidarias sobre el quehacer poltico e intelectual contemporneos, para a fin de cuentas sentenciar:
Y por lo que respecta al pensamiento filosfico en el siglo XX, ste se autocercen sistemticamente al dejar de lado al discurso de Marx [] Hubo un autoempobrecimiento, una autorrepresin brutal por parte del discurso filosfico en las escuelas, en las facultades, en todo el establishment filosfico cuando ste decidi que el discurso crtico deba eliminarse [] A los que estn entrenados en el pensamiento hay que decirles que no son ellos los que van a aportar el momento crtico sino que ellos son los que van a dar cuenta de que la crtica est en la vida misma, que est saliendo de all.

Aureliano Ortega Esquivel

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El encuentro con el otro Ryszard Kapuciski Espaa, Anagrama, 2007

El encuentro con el Otro es y ha sido una de las grandes aventuras del pensamiento y la accin del hombre, porque al hacer la referencia de la existencia de los Otros o de algn Otro humano es acercarse y aceptar al hombre como parte de una humanidad y, a su vez, como la totalidad de la humanidad. El Otro, por escribirse con mayscula, refiere a una persona distinta a mi persona o a nuestra persona, sin embargo, como concepto o idea se convierte en un problema que llega a ser un asunto especfico de la filosofa, porque desde ah se gestan grandes interrogantes en relacin con el ser humano y su humanidad, ya que desde el origen de este trmino o concepto, que ha sido utilizado para demarcar sujetos determinados y variados, nos recalca la complejidad de la comprensin que existe relacionada con las ms diversas manifestaciones culturales del hombre, exponiendo de manifiesto con sus variadas acciones socioculturales la difcil tarea de definir las relaciones de ser parte de un mundo y ser parte de un no mundo. De ah emerge el gran conflicto de definir al mundo y establecer las categoras de un pensamiento que exponga la realidad del mundo humano, en tanto a su propia humanidad y desde la humanidad misma.
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El libro publicado por Anagrama, titulado Encuentro con el Otro, surge de la pluma de Ryszard Kapuciski. Se trata de un texto compuesto por la recopilacin de seis conferencias que nacen de su propia experiencia profesional y de la bsqueda individual de una ntima preocupacin que le aqueja: cuestionarse por el sentido y el encuentro con el Otro desde una perspectiva sustentada en el dilogo, la igualdad y la diferencia. Durante su lectura se puede llegar a comprender tambin otros giros existenciales en la comprensin de la otredad o el Otro, porque pensar al Otro o convivir con el Otro es un problema histrico para Ryszard Kapuciski, quien adems deja entrever que el encuentro con el Otro presenta un conflicto ms all del pensamiento, cercano a un problema de sentimientos, porque la Otredad es tambin la creacin de emociones y sensaciones que se despiertan en la Otredad ante otras Otredades que repercuten en acciones que van desde la violencia, la guerra y la conquista, hasta el acto de la fraternidad, la comprensin, la reciprocidad y la tolerancia enmarcada en la esfera del mundo de lo tico con un respeto a las identidades concretas. El autor es de profesin periodista literario que a travs de sus viajes ha tenido la posibilidad de relacionarse con personas ajenas a su realidad, personas que adems se desenvuelven en el mundo de una manera desconocida al autor en la cotidianeidad de su propio mundo. Por ello, viajar y relatar esos mundos ajenos le ha permitido sentir de manera vivencial la experiencia de reconocer el mundo ajeno y de experimentar las peripecias de ser un extrao en un mundo ajeno, es decir, un individuo que expone la problemtica generada al pensar las situaciones que se establecen al encontrarse con el Otro. Aunque el autor no es filsofo, nos deja claro en su texto que es un tema que puede incitar a cualquier filsofo a la reflexin sobre el Otro, porque la construccin social de este sujeto es uno de los grandes debates generales que deben ser discutidos desde el
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mbito de la filosofa. Sumado a lo anterior, habr que considerar que el problema del Otro es un tema de actualidad que nos liga forzosamente a la vida contempornea de los mundos multiculturales, con su respectivo matiz de que viven en una era de vaco y de anonimato. La importancia a este cuestionamiento reestablece en lo que segn afirma nuestro autor dentro de su texto: El encuentro con el Otro, con personas diferentes, desde siempre ha constituido la experiencia bsica universal de nuestra especie. En ese encuentro con el Otro, el autor hace resurgir dentro del texto varias preguntas, y una de ellas es vital para sustentar su viaje reflexivo sustentado, principalmente, en el siguiente cuestionamiento: Qu actitud adoptar ante el otro?. Kapuciski nos sugiere: [] en cada encuentro con el Otro es un enigma, una incgnita, ms an: es un misterio. De esa manera, este autor nos ayuda a cuestionarnos sobre las incgnitas y dificultades de pensar, repensar y reelaborar nuestras reflexiones acerca de las relaciones humanas, y cmo reconciliarlas en una humanidad compuesta por las diferencias humanas. En las 98 pginas de su libro, Ryszard Kapuciski busca y reflexiona su incertidumbre que tiene ante el encuentro del mundo sustentado en la vida del Otro, para ir desenvolviendo su idea en relacin con la configuracin del Otro como parte de un mundo humano, de un mundo de civilizaciones que han sido negadas por el pensamiento europeo. Debido a estas razones, atraviesa interdisciplinariamente sus pasos reflexivos a travs de los mbitos de la filosofa, apoyndose principalmente en las propuestas filosficas de Lvinas con su responsabilidad debida a la figura del Otro; tambin se acerca a la antropologa social para buscar una respuesta a la comprensin de la alteridad, y nos hace un recorrido de cmo Occidente se ha acercado al estudio de los grupos humanos con la intencin de estudiar a los pueblos tradicionales para acercarlos a nuestro ojos, o por lo menos este autor as lo plantea. Estos pasos
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de pensamiento lo encierran en un dilema hermtico que involucra la comprensin y el anlisis de la reflexin sobre la identidad cuando se contrasta con la diversidad o la diferencia, pues le interesa entender cmo definir al Otro si tambin es humano y forma parte de la humanidad, sin embargo es distinto a mi manera de ser aun cuando pertenezca a la misma condicin de hombre. Otredad y yo, el encuentro del Otro y el yo, se confrontan en una sntesis de comprensin humana en donde el Otro amplia mi humanidad, mas no ser parte de mi humanidad. Entonces, cmo definir y delimitar lo que es lo humano, y en un momento determinar lo que no lo es; eso depende de los campos de referencia en los que iniciemos nuestra reflexin del Otro. Por este motivo, Ryszard Kapuciski resuelve su dilema al aceptar la propuesta de Lvinas al afirmar que el Otro soy yo, por lo que en primera instancia el autor nos motiva a deliberar que pensar al hombre o ser humano es pensar en un encuentro consigo mismo, al igual que es un encuentro con el Otro. Sin embargo, tambin es difcil no negarle al autor que el Otro es conflicto y guerra; el Otro es una ampliacin del mundo, el pretexto idneo del conocimiento del mundo y que, en cierto momento, su encuentro cambi las percepciones humanas en el campo cientfico en los siglos anteriores al siglo XX. Por lo ya expuesto, el libro nos lleva a considerar que la Otredad confronta conciencias y definiciones de ser. A travs de sus cavilaciones, el Otro parece ser la razn y la fuente de poder ser, ello desde el particular punto de vista hace del Otro un encuentro de sombras. Lo anterior justifica la imagen de la portada, que es de un seor caminando a la luz del atardecer, con su sombra reflejada, porque para l, al igual que para otros tantos autores relacionados con el tema, consideran que el Otro nos define. Ante esto nos queda preguntar: si el otro no existe dejo de existir? y a quin le corresponde la definicin de ser? Es un texto que vale la pena leer, su sencillez no implica arrebatar a las palabras y los conceptos la
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complejidad de su articulacin, pues en vez de limitar su espectro reflexivo, lo enriquece y motiva a una especulacin filosfica. Por desgracia su pensamiento es claramente Occidental, por lo que hace referencia a un europeo que se trata de localizar en el mundo a travs del mundo de los Otros, y de ah trata de justificar la importancia de las igualdades y el respeto a la diversidad, pero lo hace pensando como el occidental que es, por lo que para los filsofos que son partidarios de la filosofa latinoamericana encontrarn la desazn acostumbrada en los enunciados de estas conferencias, porque este autor en un acto de justicia sigue considerando que Europa debe seguir siendo el orientador del mundo, sigue pensando que el tercer mundo carece de la profundidad de pensamiento. Para l, como otros occidentales, somos Otros que no formamos parte de ningn pronombre que tenga la posibilidad de un verbo propio, sin embargo, ello en vez de ser un vicio del pensamiento occidental es una virtud que nos permite comprender y estudiar a Occidente desde occidente para elaborar y distinguir nuestra propia filosofa desde nuestra propia Otredad y contrarrestar esas visiones fortaleciendo el espritu latinoamericano. Muchas cosas ms se pueden decir de este libro, como que afirma que somos globales, pero que se crean, a su vez, diversidades dentro de los mismos fragmentos humanos; tambin pudiramos comentar acerca del sentimiento de comunidad que orienta su mundo al mundo del anonimato, y ampliarlo con la idea de que el desconocimiento del hombre por su humanidad a hecho nacer al Otro, pero es momento de concluir afirmando que es un texto que ayuda a comprender desde el periodismo literario un tema filosfico que debe preocuparnos a todos para comprendernos en el mundo de los nuestros y en el mundo de ustedes para entendernos en el mismo mundo de la humanidad. Luis Enrique Ferro Vidal
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Estudios de historia y de filosofa de las ciencias Georges Canguilhem Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2009

Mayormente conocido por ser una fuerte influencia en la obra de Michel Foucault, as como el epgono ms encumbrado de la filosofa bachelardiana de la ciencia, el pensamiento de Georges Canguilhem se ve en la posibilidad de tomar nuevos bros con esta traduccin de sus Etudes dhistoire et de philosophie des sciences de 1968. En espaol se contaba ya con la traduccin de Lo normal y lo patolgico, La formacin del concepto de reflejo en los siglos XVII y XVIII, Ideologa y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida: nuevos estudios de historia y filosofa de las ciencias y Escritos sobre la medicina. Este texto se sita, cronolgicamente, entre La formacin del concepto de reflejo e Ideologa y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida. En esta posicin contina, en un movimiento de doble propsito, la profundizacin y expansin de algunos temas que se pueden encontrar desde la reedicin de la tesis doctoral, y que es sin duda el libro ms famoso del autor: Lo normal y lo patolgico. Se pueden encontrar, por ejemplo, cuatro textos concernientes a Claude Bernard que siguen, directamente, su concepcin de la medicina experimental, as como su contraposicin frente a Comte y su relacin con Bichat. La totalidad del texto est conformada por veintiocho artculos agrupados en tres bloques, ms una introduccin general.
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Las tres partes, a su vez, estn subdivididas. La primera, llamada Conmemoraciones, es la ms breve, pues contiene slo tres ensayos breves que, de modo curioso, tocan puntos cronolgicamente consecutivos: el mundo de Coprnico, la obra de Galileo y la filosofa de Fontenelle. La segunda parte trae a conjunto sus interpretaciones de cientficos y filsofos; no es fortuito, cabe decir, que todos tengan algo de ambos, as como el mismo Canguilhem, quien sostuvo estudios en medicina, adems de historia y de filosofa. Augusto Comte, Charles Darwin, Claude Bernard y Gaston Bachelard son las figuras a las que dedica sus comentarios. Finalmente, bajo el ttulo de Investigaciones, se da la ltima parte del texto; estas investigaciones estn dedicadas a cuestiones particulares relacionadas con la biologa, la psicologa y la medicina en general. En esta ltima seccin se encuentra tambin un artculo que contina la lnea general de los planteamientos del libro La connaissance de la vie, que lleva por ttulo El concepto y la vida. A travs de todas las secciones se puede percibir el desarrollo atento y diligente de lo que Dominique Lecourt llam una historia epistemolgica. Este recorrido es irreductible, no conoce los atajos, pues hacer la historia epistemolgica de un tema particular es seguir la genealoga de sus problemticas, los prstamos conceptuales o metodolgicos, los desvos, las renuncias, las revoluciones, las tradiciones, etctera. No se podr encontrar muy a menudo la reflexin escindida de una problemtica histrica especfica, de manera recproca, no habr alguna descripcin histrica en la que no se ponga en prctica alguna pauta filosfica. Historia, historiografa y filosofa son el conjunto necesario y recusante de los textos de Georges Canguilhem. Sin embargo, si lo que el lector busca son las pautas ms generales, lo ms filosfico se podra decir que tiene el autor por ofrecernos, lo habremos de encontrar particularmente en la Introduccin. En sta, Canguilhem plantea la necesidad de in157

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dagar sobre las preguntas que interrogan sobre el quin, el porqu y el cmo de la historia de las ciencias. No obstante, el autor hace notar que hay una pregunta ms fundamental y que se da siempre por supuesta: el qu. Quienes hacen la historia de la ciencia forjan una pregunta que contiene otra cuestin: el dnde. Ya sea en los institutos de Historia, o en las instituciones cientficas mismas, o en los centros de estudio filosfico, es ms fundamental preguntar por el porqu, pues a travs de sus intenciones se va ms al fondo de la cuestin. Canguilhem prepara, de este modo, el camino para responder cul es el objeto de la historia de la ciencia. As, se puede hacer la historia de una disciplina cientfica, ya sea por el inters acadmico (dirimir la prioridad de un hallazgo, fijar las conmemoraciones), por la preocupacin de justificacin (mostrar que un nuevo resultado, difcil de asimilar, ya haba sido pensado antes), o bien, por llevar a cabo un ejercicio epistemolgico. Una teora del conocimiento sin epistemologa es vaca, una epistemologa sin historia de la ciencia es doblemente vacua. Recordando la figura de la historia de la ciencia como el laboratorio de la epistemologa, o como el microscopio del desarrollo cientfico, Canguilhem toma distancia de esta actitud que critica de positivista, proponiendo el modelo de la escuela y del tribunal, en la cual la epistemologa sera jueza y maestra que dividira de los saberes perimidos los que an se encuentran en actividad efectiva. Se entiende mal si se toma a la epistemologa como a una figura de inquisicin, o como un verdugo. En esta materia nos recuerda el autor un juicio no es ni una purga ni una ejecucin (Canguilhem, 2009: 16). Cmo se hace, pues, esa historia que juzga para comprender y no para erradicar los males de la ciencia? Es sta, sin duda, una de las preocupaciones que se ven ejercitadas, ms que resueltas, en el recorrido de los artculos que componen el volumen.
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Como respuesta se seala que este cmo es en realidad la pregunta fundamental del qu. Haciendo referencia a un debate que ocup a los filsofos de la ciencia desde mediados de los aos sesenta, pero cuyo punto lgido se desarrolla en los aos ochenta, Canguilhem se cuestiona sobre la disyuncin internalismo versus externalismo. Ni una ni otra satisfacen la perspectiva del autor, pues ambas conciben al objeto de la historia de las ciencias como el objeto de una ciencia, y habra que mantener claro que El objeto de la historia de las ciencias no tiene nada en comn con el objeto de la ciencia (Canguilhem, 2009: 19). La historia de la ciencia es de un orden diferente al estudio de la constitucin del objeto cientfico, es secundario, aunque no deriva de l, es de un orden distinto. Un objeto cientfico es un haz, un conjunto complejo e intricado de procesos que no slo se dan al interior de un discurso cientfico, sino tambin fuera de sus linderos, pero que slo tiene sentido como historia de lo cientfico en tanto se relaciona con una teora que tiene por cumplido la bsqueda de la verdad. Esta verdad slo se ve emerger en un estado de inacabamiento, de un proceso en construccin, cuyos ltimos avances slo son dados al historiador gracias al conocimiento del estado actual de la ciencia que intenta historizar. El efecto prctico que menciona Canguilhem en su introduccin uno entre otros, que se puede obtener de poner en prctica la concepcin de historia de la ciencia desarrollada por l mismo, es la de la deteccin sistemtica del virus del precursor. Slo la indagacin histrica precisa puede poner a un pensador en el mismo camino que otro, slo ella puede constatar que se trata del mismo camino. Sera irnico que esta ltima leccin de historia epistemolgica no fuera seguida por los propios lectores de Canguilhem, y que su obra fuera vista slo en el tono del precursor de Foucault, o del sucesor de Bachelard, sin llegar nunca a ser apreciada en su pro159

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pio esfuerzo, bajo sus propias metas; sera, sin duda, una desgracia que no se contemplara la relevancia para el pensamiento filosfico actual de un pensador, para quien Hacer, en el sentido ms operativo del trmino, historia de las ciencias es una de las funciones, no la ms sencilla de la epistemologa filosfica. Pedro Arriaga

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La ceguera del cclope Aureliano Ortega Esquivel Universidad de Guanajuato, 2009

La filosofa de la historia se ha convertido, en los ltimos 50 aos, en uno de los principales centros de debate filosfico sobre el significado y alcance de la modernidad y de su presunta crisis o superacin en el mundo tecnolgico y consumista de nuestros das. Por la filosofa de la historia se ha visto tanto el origen de los movimientos revolucionarios y de los totalitarismos de los siglos XIX y XX, como la fuente de lo ms saludable del pensamiento ilustrado, con sus ideas de progreso y emancipacin humana, que habran llegado, no obstante, en el presente, a su final bajo el dominio nico de la economa global, el infantilismo creciente del hombre reducido a cliente y a la dependencia de los individuos de los medios masivos de comunicacin y poder. Junto a este diagnstico del final de la filosofa de la historia se ha iniciado tambin una rehabilitacin de ella como discurso til para comprender la accin racional del hombre en sociedad y como espacio de generacin de nuevos valores ticos, polticos e incluso estticos, tan indispensables en nuestro tiempo. Como parte de esta rehabilitacin de la filosofa de la historia se encuentra La ceguera del cclope de Aureliano Ortega, que con un estilo sencillo y elocuente imprime en cada uno de los
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ocho ensayos breves que lo conforman un balance crtico sobre el papel de esta disciplina filosfica en nuestro pasado ms reciente, as como sobre su nueva capacidad de respuesta a los principales desafos del mundo actual. La imagen de Polifemo sin un ojo parece irse develando, esclareciendo y cobrando sentido tras cada pgina leda en este archipilago de reflexiones, como metfora fiel de los momentos de tensin que han tenido la historia y la ciencia desde la antigua Grecia hasta las ltimas consideraciones sobre sta a la luz de la filosofa del siglo XX. La problemtica es ensayada por Ortega Esquivel desde una mirada contempornea y profundamente crtica, logrando as construir una especulacin entorno a la intensin de trivalizacin que la ofensiva publicitaria, acadmica y poltica ha emplazado contra la historia, la historiografa y la memoria. Marevna Gmez Guerrero

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Una aproximacin a la historia de las ideas filosficas en Mxico. Siglo XIX y principios del XX Mara del Carmen Rovira Gaspar (coordinacin, introduccin y notas) Universidad Autnoma de Quertaro / Universidad de Guanajuato / Universidad Autnoma de Madrid / Universidad Nacional Autnoma de Mxico, tomos 1 y 2, 2010

La publicacin en dos tomos de la magna obra Una aproximacin a la historia de las ideas filosficas en Mxico. Siglo XIX y principios del XX, coordinada desde su primera aparicin en 1996 por la doctora Mara del Carmen Rovira Gaspar, constituye un acontecimiento acadmico y editorial sin precedentes en el mbito filosfico mexicano e iberoamericano. En primer lugar, porque la obra en s misma representa el esfuerzo, solventemente coronado, de un grupo de investigadores que desde hace ms de tres lustros se han dado a la tarea de recuperar, examinar, discutir y exponer, a travs de breves monografas y comentarios bio-bibliogrficos, la produccin intelectual de los pensadores mexicanos que a lo largo del siglo XIX y principios del XX trataron de esclarecer su mundo y circunstancia a travs del ejercicio filosfico. En segundo lugar, porque para su publicacin han desplegado sus esfuerzos de concertacin cuatro instituciones acadmicas de Mxico y Espaa: la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, la Universidad Autnoma de Quertaro, la Universidad de Guanajuato y la Universidad Autnoma de Madrid. Sobre el primer sealamiento, el especficamente acadmico, cabe destacar lo que esta publicacin significa para la historia de las ideas filosficas en Mxico y que, de facto, la convierte en una
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obra de absoluta necesidad y obligada referencia; no slo porque a travs de sus pginas el lector descubre un universo casi indito de ideas filosficas, sino, y principalmente, porque el universo que Una aproximacin a la historia de las ideas filosficas en Mxico. Siglo XIX y principios del XX nos revela pareca ser hasta ahora un autntico vacuum locus. No decimos, con ello, que la historia de las ideas filosficas en Mxico haya sido un yermo absolutamente inculto. Sin embargo, a cuenta del ejemplo pionero del obispo erudito Emeterio Valverde y Tllez mismo que se remonta ya a ms de cien aos o de los esfuerzos que en su momento y casi en solitario llevaron a cabo eminentes maestros como Samuel Ramos, Jos Gaos o Bernab Navarro, los emprendimientos que actualmente anima y lidera Carmen Rovira, a travs del Seminario Permanente de Filosofa Mexicana, son un ndice inequvoco de lo enorme que era, hasta hoy, ese vaco. Ni ms ni menos porque los autores cuyo pensamiento se recupera y glosa en esta obra y que de muchos de ellos conocamos, lo que es mucho decir, exclusivamente el nombre representan el trabajo del pensar en nuestro pas durante sus aos decisivos, es decir, aqullos que transcurren entre el inicio de nuestra vida como nacin independiente y los que inauguran la fase constructiva de la Revolucin Mexicana; y si bien algunos de los filsofos aqu reunidos nos resultan poco o nada familiares, es de todo grado indiscutible que es a ellos a quienes debemos la conservacin acuciosa, el cultivo profundo y la plena aclimatacin de la filosofa acadmica en nuestro pas lo que se dice fcil, pero para quienes conocemos de primera mano las dificultades que ofrece un medio poco propicio, y aun hostil, para el desarrollo del pensamiento reflexivo, constituye un afortunado hallazgo y un plausible ejemplo. Pero, adems, porque de la mano de autores como Miguel Hidalgo y Costilla, Jos Servando Teresa de Mier y Noriega, Francisco Severo Maldonado, Vicente Rocafuerte, Jos Mara Vigil, Agustn Aragn, Agustn
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Rivera y Sanroman, Emeterio Valverde y Tllez, Juan Nepomuceno Adorno, Rafael Roa Brcena, Jos Julin Tornel y Mendvil, Clemente de Jess Mungua, Manuel Larranzar, Porfirio Parra, Longinos Cadena, Plotino Rhodakanaty o Ezequiel A. Chvez podemos afirmar que en Mxico existi, y existe, no una simple y siempre inmadura intencin filosofante, sino una dilatada, vigorosa y continua tradicin filosfica. Ambos tomos se organizan, segn el criterio de la doctora Rovira, por lo que en el seno de su Seminario se conoce como Discursos, atendiendo en cada caso a la orientacin filosfica de los autores y al mbito ya sea terico, cultural, acadmico y aun poltico en el que se inscribe su obra. Llama la atencin el hecho de que esta clasificacin, aun cuando ordena autores y textos en tiempos y mbitos diversos, prueba de manera concluyente que la inmensa mayora de los autores antologados conserva una profunda preocupacin por su nacin, de modo que el tema dominante en sus escritos es el pasado, el presente y el futuro de Mxico. Es por ello mismo que, a nuestro juicio, no sera aventurado afirmar que en nuestro pas la filosofa ha conservado, a travs de los aos, un perfil eminentemente prctico. Sobre nuestra segunda afirmacin hay mucho que abundar, porque un esfuerzo conjunto es algo de suyo significativo en nuestro medio, caracterizado ste por la existencia de claustros filosficos que comnmente anteponen los afanes y logros de la casa ante cualquier empresa colectiva. El hecho de que cuatro universidades, tres mexicanas y una espaola, renan fuerzas para publicar esta obra es algo desde luego destacable; no slo porque en las guardas de cada ejemplar aparecen los emblemas de las instituciones participantes, sino, y sobre todo, porque el hecho mismo de que haya un libro de tal naturaleza es una muestra de la vigencia de un ambicioso programa de colaboracin acadmica que bajo muy distintas modalidades y propuestas suma a la fecha un importante nmero de logros. Entre ellos, en primer lugar, el Seminario
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Permanente de Filosofa Mexicana, cuya residencia histrica, la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, siempre ha mantenido sus puertas de par en par para quienes proviniendo de otras latitudes o instituciones compartan con sus miembros el afn y la pasin por la historia de las ideas filosficas. Pero tambin, y de manera creciente, los trabajos del pequeo grupo de entusiastas que desde el Departamento de Antropologa Social y Pensamiento Espaol de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Autnoma de Madrid ha recuperado, en tono de transvaloracin positiva, el espritu gaosiano de la transterritorialidad, para achicar distancias y establecer entre Espaa y Amrica un puente de ideas slidamente construido. Completan el cuadro, y estn aqu tambin representadas, dos universidades pblicas mexicanas cuya colaboracin acadmica en el mbito regional suman ya ms de quince aos, y que con su comprometido apoyo para la realizacin de esta obra no inauguran, sino consolidan, viejos, nuevos, amplios y fructferos vnculos: la Universidad Autnoma de Quertaro y la Universidad de Guanajuato. Eva Morn Velzquez

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Los autores

Carlos Oliva Mendoza Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Traductor, escritor y doctor en filosofa. Trabaja como profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofa y Letras de la UNAM. Entre otros reconocimientos, ha obtenido el Premio Internacional de Narrativa, Siglo XXI; el Premio Nacional de Ensayo Literario y el Premio Nacional de Ensayo Joven. Sus ltimos libros publicados son Hotel imperial y El artificio de la cultura.
Beatriz Caballero Rodrguez Universidad de Canterbury, Nueva Zelanda

Tras obtener su doctorado de la Universidad de Edimburgo en el 2009, se incorpor a la Universidad de Canterbury (NZ) como profesora titular. Sus publicaciones incluyen El concepto de excepcionalismo espaol en Mara Zambrano a la luz del capital espiritual de la Segunda Repblica (Thmata, diciembre 2012) y La centralidad del concepto de delirio en el pensamiento de Mara Zambrano (Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, 2008).
Mariflor Aguilar Rivero Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Doctora en Filosofa por la UNAM. Ha centrado su trabajo en el problema de la construccin de la subjetividad, el cual ha estudiado desde el marco de la teora de la accin comunicativa, la hermenutica, el psicoanlisis y el postestructuralismo. Investiga el mismo asunto desde la perspectiva del territorio; y coordina un proyecto sobre Democracia y Territorio: construccin de identidades.
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Autores

Eduardo Subirats Universidad de Nueva York, Estados Unidos de Amrica

(Barcelona, 1947). Estudi en Pars y Berln; ha sido profesor de filosofa, arquitectura, literatura y teora de la cultura en So Paulo, Caracas, Barcelona, Madrid, Mxico, New York y Princeton. Desde 1993 vive en los Estados Unidos. Es autor de una serie de ensayos sobre teora de la cultura, crtica del colonialismo, esttica de las vanguardias y filosofa moderna. Entre otros: Da vanguarda ao ps-moderno (So Paulo, 1984); Los malos das pasarn (Caracas, 1992); El continente vaco (Mxico, 1994), Linterna Mgica (Madrid, 1997), A cultura como espetaculo (So Paulo, 1989), A penltima viso do Paraso (So Paulo, 2001; Mxico 2004), y Memoria y exilio (Madrid 2003); La existencia sitiada (Mxico, 2006). Sus ltimas obras, publicadas en 2010, son: El arte en una edad de destruccin; La Era de Palomares (con Isabel Alvarez de Toledo, Juan Goytisolo y Jorge Castillo) y Filosofa y tiempo final.
Luisa Montao Montero Universidad de Sevilla, Espaa

Es doctora en Filosofa por la Universidad de Sevilla, Espaa, especialista en el pensamiento de Miguel de Unamuno. Desde 2010 se desempea como docente en el Departamento de Metafsica, Corrientes Actuales de la Filosofa, tica y Filosofa Poltica. Forma parte del grupo de investigacin Liberalismo y comunitarismo. Pertenece a la Asociacin de Hispanismo Filosfico. Ha publicado varios artculos sobre Unamuno y el nacionalismo, y su conferencia ms reciente se titula: Otra mirada sobre la Escuela de Salamanca: Luisa de Medrano, la primera catedrtica en una universidad europea.
Jos Mendvil Macas Valadez Universidad de Guanajuato, Mxico

Profesor-investigador titular del Departamento de Filosofa de la Universidad de Guanajuato, ha realizado estudios en esta Univer168

Autores

sidad y en la UNAM. Entre sus publicaciones destacan tica y contingencia, La condicin humana: tica y poltica de la modernidad en Agnes Heller y Saber, poder y subjetividad (Comp.). Tambin ha participado en los libros colectivos Kant en las perspectivas del pensamiento contemporneo, Rorty, redescripcin y moralidad, El saber filosfico, Identidad y diferencia y Razn, utopa y tica de la emancipacin. Es representante del Cuerpo Acadmico de Filosofa Social y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Kurt Wischin Universidad Nacional Autnoma de Mxico

Hizo sus estudios de licenciatura en filosofa en la Universidad de Viena y en la Universidad Autnoma de Quertaro. Ha publicado Sobre la definicin semntica de consecuencia lgica en Estudios de Filosofa Poltica, tica y Epistemologa (J. S. Arellano Rodrguez y E. M. Gonzlez de Luna, coords.), UAQ, 2011; y Perspicuidad y objetividad en Redescripcin y moralidad; Cuatro ensayos y una entrevista con Richard Rorty; J.S. Arellano R. ed.; UAQ/UG, 2007; as como varias ponencias sobre la filosofa de Ludwig Wittgenstein en diferentes congresos. Actualmente cursa la Maestra en Filosofa del Lenguaje, en la UNAM.
Mara Jos Guerra Palmero Universidad de La Laguna, Espaa

Doctora en Filosofa y Profesora Titular de Filosofa Moral de la Universidad de La Laguna. En la actualidad dirige el Instituto de Estudios de las Mujeres de la Universidad de La Laguna. Ha coeditado con Concepcin Ortega Globalizacin y neoliberalismo: un futuro inevitable? (Oviedo, Nobel, 2002), con Ana Hardisson 20 Pensadoras del siglo XX (Oviedo, Nobel, 2006) y con Roberto R. Aramayo, Los laberintos de la responsabilidad (Madrid, Plaza y Valds, 2007).

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Recepcin de artculos
Los artculos se recibirn en la siguiente direccin: Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades, Sede Valenciana Ex Convento de Valenciana s.n., C.P. 36 240, Valenciana, Gto. Tel. y fax (473) 732 0667 y 732 3908 Correo electrnico: [email protected] Formato de recepcin: Extensin: mximo 25 pginas, precedidas de un resumen o abstract bilinge (espaol-ingls) con 10 lneas como mximo y 5 palabras clave (los dos ltimos son requisitos indispensables para la aceptacin del texto). Tipografa: cuerpo del texto: Times New Roman, 12 pts.; interlineado doble; notas: Times New Roman, 10 pts. Referencias bibliogrficas: citar en el cuerpo del texto de la siguiente forma: (apellido, ao: nmero de pgina). Bibliografa: al final del artculo, redactada de la siguiente forma: Libro Apellido(s), Nombre, ao de publicacin, Ttulo, edicin, (trad., prl., notas de, etc.), Ciudad, Editorial (Coleccin), nmero de pginas que contiene. Artculo en libro Apellido(s), Nombre, ao de publicacin, Ttulo del artculo, en Ttulo del libro, edicin, (trad., prl., notas de, etc.), Ciudad, Editorial (Coleccin), nmero de las pginas donde est ubicado. Artculo en publicaciones peridicas Apellido(s), Nombre, ao de publicacin, Ttulo del artculo, en Ttulo de la publicacin peridica, nm., ao o volumen, Ciudad, fecha de publicacin, nmero de las pginas donde est ubicado.

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Universidad de Guanajuato
Universidad de Guanajuato Rector General Dr. Jos Manuel Cabrera Sixto Secretario General Dr. Manuel Vidaurri Archiga Secretaria Acadmico Mtra. Rosa Alicia Prez Luque Secretario de Gestin y Desarrollo Mtro. Modesto Antonio Sosa Aquino Coordinador del Programa Editorial e Imprenta Mtro. Anuar Jalife Jacobo Campus Guanajuato Rector Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino Secretario Acadmico Mtro. Eloy Jurez Sandoval Director de la Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades Dr. Javier Corona Fernndez

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Valenciana nm. 7 se termin de imprimir en febrero de 2012 , con un tiraje de 500 ejemplares, en Offset Libra, Francisco I . Madero nm. 31 , Barrio de San Miguel Iztacalco, 08650 , Mxico, D.F.

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